Los 4 sonetos del apocalipsis

Quizá antes de mañana… que se acaba el mundo… Tengo que pensar una manera de recitar estos 4 poemas (o quizá solo uno):

Los 4 sonetos del apocalipsis
Nicanor Parra

1

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3

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(De Hojas de Parra, 1985)

Estoy tentado de reescribir un shell

Es una de esas tonterías que me rondan la cabeza cada cierto tiempo.

Como la de sincronizar sin parar mis archivos… todos, todos, todos… y cada uno… y entre sistemas de archivos molestos que no dejan mantener datos adicionales del mismo, como su fecha de última modificación o su propietario y permisos.

Esta semana rehíce mi syncronizator.sh para que fuese utilizable por Carmen y su recientemente instalado Linux Tango Studio. Optimizándolo para que fuese más modular, lo desglosé en funciones más oportunas… y ahora no puedo dejar de pensar que el mío, el que estoy yo utilizando, no está optimizado… tengo que arreglarlo, aunque, si funciona, ¿qué es lo que hay que arreglar?

Puedo ahorrar, como mucho, 1024 bytes de código… y no creo que llegue… pero no puedo dejar de pensar en ello. No puedo pasar a nada más, estoy bloqueado y sé que no podré irme de vacaciones si no arreglo esto antes. ¿Es estúpido?

Por supuesto que es estúpido. Si funciona, dice el dicho en informática, no lo toques. Y quiero tocarlo. Pero ese dicho se inventó por algo: alguien tocó algo que funcionaba. Es más, sé que se hace con tanta frecuencia que asusta…

Y no tengo a quién contarle estas tonterías. Mi amiga Aída es la única que puede entender esta fijeza friki con la programación innecesaria, con un acercamiento a la informática desde la inutilidad poética. Ayer se lo contaba y ella se reía entre comprensiva y cómplice. Si le cuento esto a Carmen me mira con cara de no entender nada, y acaba por preguntarme que si eso va a ser mejor. ¿Mejor para qué? En realidad quiere decir más útil. Y yo tengo que reconocer que no, que no es más útil que lo que tenemos ahora mismo. Menos mal que, ella, mi compañera de vida, no necesita entenderme para aceptarme, para que le guste cómo soy y me dice: «pues si te apetece hacerlo, hazlo».

¡Qué maravilla! Para mí, esto es el sueño de una pareja ideal. Quien te alienta a hacer aquello que no comprende, pero que si ve que te puede apetecer, no se pregunta nada más. Su generosidad es ilimitada. Su amor es ilimitado. Me ama, aunque yo no pueda entenderlo, y lo demuestra de esta curiosa manera: me anima a hacer algo tan superfluo e inútil que un poema parece una obra de ingeniería civil.

Es la novia ideal de un poeta… pero no te la presto: búscate la tuya…

¡Qué insolidario!

Pues sí. Ya ves… voy a programar.

LAS MALAS PERSONAS

de Susana Espeleta, el jueves, 13 de diciembre de 2012 a las 12:55.


La mayoría de nosotros considera que las “malas personas” existen, pero raramente pensamos que formen parte de nuestro círculo más cercano. ¡Nosotros mismos desde luego no lo somos!, ¡y quizá no lo sea prácticamente nadie!…, todos tenemos nuestras luces y nuestras sombras, nuestros malos momentos y nuestros pecados. Así el concepto de “mala persona” cae en desuso, al fin y al cabo comprender al prójimo y ser capaz de relativizar poniéndose en el lugar del otro es un valor humano, y los psicólogos mismos nos encargamos de procurar su desarrollo. Entonces, ¿ya no existe “el mal”?

A mi modo de ver si prescindimos del concepto del mal la vida humana se desvirtúa y perdemos nuestra dignidad. Porque si no existe “hacer el mal” deja de existir “hacer el bien”, si no hay “malas personas” tampoco puede haber “buenas personas”, y si no existen los “villanos” nos quedamos de pronto sin “héroes”. Ahora que tanta falta nos hacen. Y me pregunto: ¿cómo se puede motivar a las personas a tener un comportamiento moral y arriesgado si no es para salvarnos del mal? Yo creo que “el mal” es sinónimo de destrucción y que está siempre a punto de suceder, ya que es una perpetua opción de comportamiento. La facilidad con la que se origina nos obliga a todos a hacer un esfuerzo constante de atención, reflexión y escucha.

Me gusta pensar que entre otras cosas mi trabajo está al servicio de “la lucha contra el mal”. En mi profesión “el mal” es la mayor parte de las veces fruto de la inconsciencia. La verdad es que no trato a personas que disfruten conscientemente del sufrimiento ajeno. En psicología esto recibe el nombre de perversión, son pacientes que padecen una psicopatía que les impide sentir compasión, empatía o amor. Nuestro mayor problema no son los psicópatas ni los sádicos, es cierto que desgraciadamente entre nuestros líderes hay una mayor proporción de la deseable de este tipo de personalidades, pero son muy pocos los que padecen este gravísimo trastorno. Erich Fromm (1900-1980) en su obra “El corazón del hombre: su potencia para el bien y para el mal” nos dice: “El hombre ordinario con poder extraordinario es el principal peligro para la humanidad y no el malvado o el sádico”. En este libro Fromm analiza los orígenes de la violencia y la destrucción en el ser humano, lo cual considera es la mayor amenaza para la supervivencia de nuestra especie. Así mismo nos habla de la pasividad que caracteriza al ser humano contemporáneo, y cómo tiene su origen en la identificación de este con los valores del mercado. Para Fromm nos hemos convertido en consumidores eternos e insatisfechos, devoradores de un mundo y una humanidad cada vez más agotada. El individuo orientado a la producción y el consumo que somos se siente único y libre, no sujeto a ninguna moral o líder visible, sin embargo está más dirigido y es menos libre que nunca, ya que sus deseos son subliminalmente programados y su inteligencia está atenazada por informaciones cada vez más vacías y mentirosas. Fromm considera que nuestro mayor peligro es convertirnos en “robots”, de esta manera el sistema quedaría en primera instancia protegido de una posible rebelión, pero como robots no seríamos capaces de mantenernos cuerdos, el sinsentido de nuestras vidas nos volvería cada vez más destructivos. Vemos pues que el tedio de una vida sin objetivos, autómata y “normal” es fuente de “maldad”, ya que genera una desesperación que es germen de crueldad y violencia.

Qué difícil resulta ahora entender los problemas de nuestro mundo, la mayor parte de las veces nos sentimos desorientados e impotentes, sin saber cómo juzgar las situaciones o qué posición tomar. A mi modo de ver la falta de pensamiento crítico genera la mayor parte de las “maldades”, y como decía, la inconsciencia es nuestro mayor peligro. Debemos hacernos responsables de nuestras inconsciencias, no basta con no tener mala voluntad, hay que tener la voluntad de tenerla buena y emprender iniciativas concretas que busquen el bien común, no solo el propio. Fromm en su obra “¿Tener o Ser?” nos dice: “Vivir correctamente ya no es una demanda ética o religiosa. Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano”. En otro momento asevera: “La avaricia y la paz se excluyen mutuamente”. Es muy fácil ser avaricioso inconscientemente, por ello siempre debemos preguntarnos si hacemos un uso responsable de nuestro poder, y tener en cuenta que cuanto mayor es este, mayor es nuestra responsabilidad. El “fuerte” debe cuidar del “débil”, el “sano” del “enfermo”, el “sabio” del “ignorante”, el “rico” del “pobre”.

Los ricos y los poderosos no solo deben pagar más impuestos, sino que deben ser doblemente cuidadosos con sus acciones y decisiones, pues afectan al destino de la mayoría. Pongamos un ejemplo que se me presentó recientemente, un empresario lamentaba tener que declarar en quiebra su empresa y no poder pagar a sus trabajadores, alguien dijo: “no es una mala persona”, sin embargo no pensaba responder con su patrimonio y sí emplear el dinero que hiciera falta en abogados que pudieran librarle de pagar alguna de sus numerosas facturas pendientes. Por descontado que su “patrimonio personal” era el producto de los beneficios que esa empresa ahora “quebrada” le había estado proporcionando durante los últimos años. ¿No es una “mala persona”?, quizá deberíamos preguntárselo a los trabajadores a los que debe varios sueldos y a sus familias. Otro ejemplo, una persona sumamente adinerada hereda entre otras muchas propiedades un gran piso en el centro de Madrid y decide dividirlo en “viviendas” que no llegan a los 50 metros y con menos ventanas de las deseables para sacar un mayor beneficio con su alquiler, y no son baratas, por supuesto. Esta persona no solo no necesita el dinero sino que vive en una casa de casi 500 metros también en el centro. ¿Es una “mala persona”? Pues es una persona muy agradable, sensible, educada, leída y hasta psicoanalizada… Qué miedo, porque lo que ha hecho lo ha hecho sin pensar, porque los que más pueden no piensan en nosotros, porque estamos solos, y debemos unirnos y ayudarnos más que nunca.


Con su expreso permiso, lo publico en mi diario. Le dije que me parecía una de las reflexiones más correctamente elaboradas que he leído en años. Y no miento. Ojalá se pensase mejor. Hace tanta falta…

Lo publicó en una nota en FaceBook. Poca gente usa eso de las notas de FB. Supongo que no está pensado para leer, sino para ver imágenes que pretendan valer lo mismo que mil palabras. Pero no, estas mil palabras de Susana son más que mil imágenes, en realidad, más que un millar de miles, así que, si los textos fuesen como este, si los pensamientos tuviesen esta profundidad, le daríamos sopas con ondas a las presuntuosas imágenes.

¿Cuánta gente lo leerá? ¿Importa?

Son otras preguntas…

Más Platón y menos Prozac

Ayer comencé a leer con interés un libro que había recomendado una alumna del taller de poesía. Es una alumna dulce, tierna, más poética de lo que ella misma cree y que está a punto de dar un salto cualitativo hacia una nueva forma de entender la vida. Ella lo ve, lo siente, lo está paladeando, pero aún está perdida. Un poco como todos lo estamos, pero un poco más. Quizá porque ha vivido más.

Recomendó este libro de un tal Lou Marinoff cuyo título contiene toda la sabiduría del mismo: la psicología es mala y la filosofía es buena. Es así, simple, simplista, reducido a un slogan vacío y sin más profundidad que la aparente.

Puedo estar de acuerdo en algunos de los análisis que hace sobre las falacias de las psico-pseudo-ciencias que han terapeutizado el mundo. Por supuesto que estoy de acuerdo con la observación que se hace hacia el tercer capítulo sobre que la sociedad está perdida, sintiendo un vacío permanente de valores que antes satisfacía la religión o, después, algunos ismos políticos que desencadenaron guerras de crueldad no vista anteriormente… ni, sobre todo, su tremendo grado de eficacia destructiva.

El subtítulo (Filosofía para la vida cotidiana) ya debía de haberme hecho sospechar que iba a tratarse de un libro sin la profundidad que es requerida en cualquier amante de la sabiduría, pretendiendo comparar la filosofía con el «saber» cotidiano que podríamos denominar sentido común.

Pero si eso no era suficiente, ya estuve a punto de cerrarlo y no continuar con el epígrafe que atraviesa la siguiente página:

Para quienes supieron que la filosofía
era buena para algo, pero nunca supieron
decir exactamente para qué.

Esto estaba excluyéndome de ser un lector potencial del libro, pues yo no sé si la filosofía es buena, pero quizá me planteaba si tenía que serlo, antes de seguir. Por ende, en más de una ocasión, he defendido que la bondad no reside en la utilidad, en si sirve o no para algo. Por último y no por ello menos importante: en caso de saberlo o sospecharlo, cómo suponer que no sé decirlo. ¡Ay, mi querido Gorgias!

En resumen: el libro no es para mí.

Y sigo.

Durante el primer capítulo el libro se centra en sí mismo tanto como puede hacerlo, de manera casi obsesiva, inculcándonos la idea, por repetición, de que ese libro tiene respuestas, tiene todas las respuestas a todas las preguntas que hasta ahora podamos habernos hecho. Ese libro es lo que necesitaba y no lo sabía, porque claro, yo no podía saberlo: no soy filósofo, aunque, por otro lado, afirman, todos somos filósofos. No sabe a qué atenerse y continúa insultando a la posible inteligencia o formación del lector, asumiendo que no sabe de historia de filosofía, del método científico, de sociología, ni de otras muchas cosas.

La filosofía está volviendo a la luz del día, donde las personas «corrientes» (sic) pueden entenderla y aplicarla.

Y esta es la siguiente cuestión que me hizo huir del libro al cabo de un par de horas, su intento de convertir una disciplina o una vocación de amor por la sabiduría en una herramienta a modo de prozac, para resolver problemillas cotidianos. ¿No sería más interesante ser capaz de visualizar problemas que aún no hemos imaginado?

El capítulo segundo arremete contra las terapias que, con la falsa creencia de ser científicas, tienden a dar respuesta a las distintas situaciones por las que atraviesa un humano, y ataca, con simpleza y energía, los eslóganes facilones de la New Age, además del consumo masivo e irreflexivo de antidepresores químicos, como el mencionado en el título, sobre todo, mediante el apunte al mercado que esconde y que, posiblemente, tiene motivos sobrados para intencionadamente incitarnos a ese consumo.

No puedo sino estar de acuerdo con este capítulo perogrullero, pero es lo que es: verdad verdadera, de esa que no dice más que lo que dicta el, llamémosle, sentido común.

Y desde entonces, se comienza a dejar de denominar filósofo para llamarse consejero filosófico, asesor mental, o similares apelativos que, por supuesto, le enaltecen y le convierten en un mesías con una, como afirma en el libro, misión por cumplir.

No sé cómo aún leí un poco más, aunque ya era evidente que no tenía ningún interés profundizar… porque no habría nada profundo, sino una sarta de simplezas aderezadas de lugares comunes, para hacernos creer que lo que decía el libro ya lo habíamos pensado nosotros, que somos tan, pero tan, listos, como ese filósofo que nos estaba ayudando a ver la luz al final del túnel de nuestra vida ignorante y presuntamente inconsciente.

Las varias referencias a filósofos como William James ya me tendrían que haber acabado por hartar, un señor que tiene como filosofía que lo bueno es bueno en tanto que es útil. Jo, qué bien… qué fácil… ¿Cómo no lo había pensado antes?

No quise ni siquiera pensar en lo absurdo de la contradicción que establecía que, ante la gravedad de que el mundo estuviese siendo terapeutizado, no propusiese otra alternativa sino otra terapia. De hecho, el capítulo segundo se titula «Terapias, terapias por todas partes, y ni pensar en pensar«. Pero pensar para curarse… ¡es una terapia! Me acordaba tanto de mis terapias

Las técnicas de marketing puestas al servicio de una nueva terapia, esta vez a través de la lectura de un libro que va a ser «la solución», la gran solución a nuestros problemas, resulta tan ridículo que impulsa a tirar el libro por la ventana.

Pero no es el único libro: hay tantos libros de autoayuda, que no son solo de autoayuda, sino en muchos casos publicidad directa de gurús más o menos bienintencionados que saben, ellos saben, sí, lo que nunca seremos capaces de comprender los seres humanos corrientes.

Intenté, de verdad, seguir leyendo. Sentí que se lo debía a mi alumna que, con todo su cariño, quiso compartir este libro con nosotros. Por ello le estoy agradecido, no obstante, pues lo importante no era el libro, sino su cariño, su intención de hacernos vivir mejor.

Pero el tercer capítulo ya era demasiado para pasar al cuarto. Se titula «El proceso PEACE: cinco pasos para enfrentarse a los problemas con filosofía» y lleva epígrafes oportunos de Epicuro y Wittgenstein, por supuesto, completamente fuera de contexto, situados como plidoritas, como pastillas de sabiduría válidas para todo momento.

PEACE, por supuesto, es un acrónimo que contiene, en cinco palabras, en solo cinco palabras, la clave para todo, la llave maestra del universo. Él lo ha descubierto. Claro. Aquí vuelvo al mesianismo que apunté párrafos arriba, y no fabrica un acrónimo cualquiera, no, sino PEACE. ¡Qué bonito! ¿Cómo no lo habíamos visto?

Ni me voy a molestar en poner las palabras que corresponden a esa sigla. No merece la pena. En realidad, casi cualquier combinación de cinco palabras podría servir, porque en realidad se reinterpretan como lo que le da la real gana al psudo-filósofo autor de este tomo infumable.

Ah, no, pero aquí va otra de las maravillas de este, me atrevo a decirlo, estafador: el libro es fácil de leer. Claro, no va a ser un ensayo aburrido, tedioso, que requiera poner mucha atención para procesar, que requiera de mí el llevar a cabo una investigación paralela para contrastar o completar la información presentada, no. Se trata de un libro que, siendo voluminoso, pueda ser leído y «comprendido» por una persona «corriente», como recuerda innumerables veces, para que no lo olvidemos mientras seguimos leyéndolo.

Tentado por seguir destrozándolo, comencé el cuarto capítulo, repaso en 30 páginas de toda la historia de la filosofía occidental y que viene a titularse «Lo que olvidó de las clases de filosofía del colegio y que ahora puede serle útil«. Donde, de nuevo, asume varias cosas en una sola frase, así, como si nada, a saber: que lo olvidamos, que lo estudiamos, que ahora y no antes, que pueda serme útil y que desee que lo sea. Vuelvo a un resumen expuesto: El libro no es para mí.

No me molesto en continuar. Sigue una descripción de casuística en la que desgrana las ventajas de esa terapia de filosofía aplicada sobre una serie de «pacientes» que le consultaron para resolver sus vidas y cómo, gracias a él, pudieron hacerlo.

No sigo empleando mi tiempo en criticar algo tan absolutamente fácil de desmontar.

Aún así, volveré a agradecer a mi alumna que me tendiera su mano, que me prestara este libro, que intentara hacerme partícipe de su utilidad, de su bondad: La intención, la intención y solo la intención.

Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques

Acabo de terminarme otra novela sobre la Beat Generation, en este caso sobre el acontecimiento que les marcó desde el comienzo: el asesinato de David Kammerer por parte de Lucien Carr.

Ninguno de los protagonistas pasaron a ser conocidos por sus méritos literarios, que no tuvieron. David murió a finales del 44. Lucien pasó su vida siendo otro diferente de quien había soñado ser, tras pasar tan solo 2 años en prisión. Fue reconocido en su trabajo en prensa, pero no viene al caso.

Jack Kerouac, William S. Burroughs y Allen Ginsberg pasaron a la posteridad como los fundadores del movimiento literario más importante de la literatura norteamericana hasta la fecha.

¿Qué hicieron a parte de ser unos aprovechados de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y tener los contactos adecuados para no acabar, entonces, también en prisión?

Escribir un libro.

Luego otro y otro y otro… algunos de gran valor literario, atrevidos, valientes, rompedores, creando una forma de entender la escritura en la línea de los sueños ambiciosos de Rimbaud o Verlaine.

He de reconocer que a pesar de que procuro no dejarme llevar por lo que conozco como personas a los autores de estos libros, poco a poco se va metiendo en mi cabeza la imagen de su incoherencia haciéndome odiar sus creaciones como frutos perversos rellenos de falsedades.

Pero no he de ser su amigo para apreciarlos, me digo. Sé claramente que no querría estar sentado a la misma mesa que Jack, ni Bill, ni, desde luego, el hipócrita Lucien. A Allen le perdono un poco más… como si mi perdón tuviese algún valor.

No obstante, su escritura ha contribuido a hacerme más libre, de una manera que no alcanzo a ver, pero sé que es así… quizá a través de la inspiración que supuso para el movimiento hippie, la influencia que este movimiento pudo haber tenido en la civilización occidental del último cuarto del SXX, a la herencia más o menos descafeinada que se recibió de ello… no sé, no lo alcanzo a ver pero sé que es así.

Por ello, quizá, solo por ello, puedo apreciar un trabajo como este libro de 1945, con su amigo en prisión, que escribieron a dos manos (cuatro, en realidad) Burroughs y Kerouac, a pesar de ver en los intentos desesperados de Jack de conseguir la fama y el reconocimiento con este episodio, aprovechando hasta el límite una anécdota de su juventud que quiso convertir en episodio casi trascendente.

Sin embargo, leo en esa desesperación, en la del yonki BB y quizá un poco ayudando a la de Ginsberg, la desesperación de la sociedad y la cultura occidental que, tras la 2ª Guerra Mundial, acabó por perder completamente el norte de su brújula, dejándose llevar por impulsos parcialmente hedonistas mezclados con un sadomasoquismo avergonzado, con sentimiento de culpa y huida hacia delante, como si el pasado no existiese y, por otra parte, como si solo pudiese pensar en el pasado.

Como dice el epílogo de la edición de bolsillo que compré recientemente, el existencialismo aún estaba por llegar a EEUU cuando se escribió esta novela. Hay que reconocer esa capacidad de anticipo. Llegaría también un rebelde sin causa, el extranjero, etc, etc, etc… que nos harían darnos cuenta de lo mal que estábamos y de la falta de explicación o de ayuda para nuestros problemas…

Pero no dejo de pensar que son problemas de niños pijos, problemas de burgueses ociosos que no hemos de trabajar para vivir. Se anticiparon a esta crisis en más de 60 años.

Y, por reconocerles algún mérito: sacaron partido volcándose a crear cuando otros podrían haberse dedicado exclusivamente a la autocompasión o el disfrute superficial de una vida colmada. Escribieron su dolor, dándole forma, una forma que no se conocía, una forma alocada y brutal, salvaje, desoladora, sin esperanzas, sin futuro… dándole forma a la expresión de la sensibilidad de nuestra alma postmoderna.

Algo les debo, después de todo.

Quiero desahuciar a mis vecinos

Sin ser exagerado, pero sí, soy la rama dura de esta comunidad de vecinos en la que parece que no ocurre nunca nada grave.

Hace un año fui nombrado presidente, de manera rotativa, me tocó serlo, y nos informaron entonces de que había algunos impagos en el inmueble porque algunos vecinos no pagaban las cuotas de comunidad correspondiente. Yo fui el único que dije que me parecía adecuado proceder con un juicio. Sé que suena muy duro, pero me parece terrible que se exijan responsabilidades a políticos, a banqueros, a empresas… y no empecemos por pedírselas a nuestros vecinos.

Si alguien adquiere un piso en propiedad, lo que no es en ninguna medida obligatorio sino voluntario, adquiere con él una responsabilidad, en realidad, un conjunto de derechos y obligaciones. Tiene el derecho a alquilarlo, por ejemplo, a venderlo, etc… pero también las obligaciones de hacer frente a algunos pagos como son los correspondientes impuestos (que podemos considerar excesivos, por supuesto, pero sin olvidar que contribuyen al mantenimiento de una estructura urbana, de unos recursos sociales como son la limpieza de las calles, la recogida de basuras, el alumbrado, etc).

Y es grave cuando alguien desea obtener solo los derechos sin las obligaciones.

Hace algunos meses hubo una reunión extraordinaria porque no se había ido a juicio y estábamos al borde de la quiebra como comunidad (lo que no dice mucho de nuestro administrador, a quien despediría inmediatamente, por ello entre otras cosas), debido a impagos sucesivos ya de tres de los diez propietarios del inmueble. El 30% de morosidad…

A pesar de la situación, el resto de mis vecinos seguía sin desear emprender acciones legales contra los que no están pagando y haciéndonos sufrir una lamentable irregularidad a los que sí pagamos.

En esa reunión, se propuso (el administrador destituible) que pagásemos un poco más para poder hacer frente a pagos como el de la recogida de basuras del portal y sacada del cubo cada día.

Ahí hice acopio de cabreo y aproveché mi curso para decir no y me planté en añadir que no subiría ni un céntimo mi contribución a nada de la comunidad de vecinos mientras existiese algún impago pendiente, antes bien, si se proponía algún tipo de aumento por vía democrática, ejercería mi derecho a negarme a pagar, pasando a engrosar la lista de morosos.

Tan solo se logró cancelar algún servicio, como este de recogida de basuras, para poder salir del atolladero en el que estábamos. No conseguí que se enjuiciara a nadie ni se iniciaran los más mínimos procesos de reclamación por vía jurídica.

La secretaria del administrador me informó de algunos de los problemas personales que estaba teniendo ella para localizar a los propietarios morosos, de algunos de los problemas personales que estaban teniendo algunos de los propietarios morosos, de algunos de los problemas personales que estaban teniendo algunos inquilinos de algunos de los propietarios morosos y yo, por mi parte, no le informé de los múltiples problemas personales que tenían muchos de los propietarios no morosos para hacer frente a los pagos correspondientes a sus responsabilidades.

No entienden que no se trata de nada personal. Se trata de algo, afortunadamente, regulado por normas que evitan que tengamos que llegar a convertir esto en algo personal. Si fuese personal, hace tiempo que habría empezado a «insultar» o tratar mal a algún vecino… No. No es personal. Son «negocios».

Quiero incluir una cláusula o norma adicional en las que rigen la comunidad para que ese enjuiciamiento, ese procesamiento legal se inicie automáticamente. No quiero que tengamos que ser consultados sobre algo que, directamente, no debería pasar.

Entiendo algún problema puntual, pero no una acumulación de más de 12 impagos sucesivos, adeudando la friolera, en total, de más de 3000 euros entre ellos. ¿No es posible tener un umbral (y me acuerdo del efecto fotoeléctrico al decir esto) a partir del cual se inicien acciones, se ponga en movimiento algo?

En esa reunión última asistió Carmen representando nuestra posición y defendiéndola muy bien, el administrador sugirió seguir esperando a ver si había resoluciones del conflicto sin llegar a lo jurídico. Carmen, como habíamos hablado, defendió lo contrario y el resto de vecinos, todos ellos tan buenos, casi naife, sonreían y asentían a ambas cosas… como buenos sumisos humanos.

Parece ser que uno de los morosos ha acordado una forma de pago, parece ser que otra ha prometido que va a pagar en breve, a un tercero no sabemos si aún es pronto… Y seguimos sin garantías de cumplimientos por su parte. Ni formas de exigirlas.

En paralelo, queríamos que el administrador incluyese la posibilidad de mantenernos informados a cuantos vecinos lo deseásemos, ahora que hay internet, que todo esto de comunicar parece más sencillo, mediante un email mensual, por ejemplo… y parece ser que contestó que eso era demasiado trabajo, que cómo iba a hacerlo si tenía unos 3000 clientes… ¿y si todos le pedían lo mismo?

Yo pensé, cuando me lo contó Carmen, que si tenía de verdad 3000 clientes, ¿cómo era que no se podía permitir el lujo de contratar a alguien que se encargara de esa gestión? Otra nueva razón para buscar otro equipo administrador de fincas. Pero en este país somos tan inmovilistas… Costará mucho convencer a otros vecinos de que debemos exigir más a quienes realizan para nosotros un servicio remunerado en un sistema en el que debería regir el libremercado nos encontramos atados por nuestra propia incapacidad. Por poner un ejemplo, Telefónica-Movistar sigue siendo en operador principal por falta de voluntad de los particulares para elegir uno diferente. Por no hablar de Windows o Internet Explorer frente a Linux. Hay alternativas, y algunas pasan por el hecho de tomar decisiones, y otras, incluso, por complicarnos algo la existencia, pero nos pueden hacer más libres.

Así que, como para pensar en alternativas en la gobernanza política.

En resumidas cuentas: soy el único que parece exigir que, si es preciso, desahucien a mis vecinos morosos. Si no pueden pagar un gasto comunitario, que se pongan en la piel de quienes pagamos a duras penas ese gasto común, esa aportación social, incluso, y me consta, desde situaciones duras como pareja con ambos miembros en el paro. ¿Qué necesitan estos últimos para, ya no revolucionarse, pero al menos para luchar exigiendo un cumplimiento de obligaciones igualitario?

Seguimos sin recogidas de basuras, seguimos con poco dinero en el fondo común de la, redundantemente llamada, comunidad y el administrador, neoliberal, claro, nos propuso bajar la recaudación… y mis vecinos, con la única objeción de Carmen en representación nuestra, aprobaron encantados esa reducción de contribución.

El cortoplacismo se manifiesta tan frecuentemente que es pasmoso darse cuenta de que lo que se produce a pequeña escala se reproduce a escala nacional e internacional. ¿No son conscientes de que no tendríamos dinero para hacer frente a una pequeña derrama que, en breve, acaecerá?

Me pasma.

Y yo afirmo y reafirmo: no subiré ni un céntimo (y si se baja, no subiré de nuevo) mi contribución, pase lo que pase, hasta que no haya ni un moroso en mi edificio. Quizá el problema estará cuando tengamos un problema de habitabilidad y nos demos cuenta de que, quienes no están llevando a cabo los pagos, curiosamente, no tienen estas viviendas como primera y única vivienda, que son especuladores en pequeña escala, que son propietarios que alquilan sus pisos, o dueños de una empresa que puede declararse en quiebra sin afectar al propietario del inmueble…

Confiemos en que no pase nada… confiemos en nuestra responsabilidad individual para salvarnos el culo, pasemos olímpicamente del hecho de poder beneficiarnos de formar una pequeña «comuna» o comunidad bajo la que guarecernos de posibles contingencias.

Y luego…

ufff… ¡no lo había pensado!

Nueva forma de afrontar manifestaciones

¿Qué tal si en las próximas manifestaciones, los manifestantes se parapetan tras este tipo de protecciones anti-anti-disturbios?

Es una idea la de sustituir las manidas cabeceras de las manifestaciones, esos textos que solo puede leer la prensa obsoleta, esa que está al otro lado de donde hay que estar, esas telas largas de un metro de anchura que sirven para identificar la cabeza de una serpiente que, quizá, ha llegado el momento de pensar en ser múltiple, como imagen, me viene a la cabeza, y nunca mejor dicho, la de Medusa.

¿Qué tal si cada cabeza de serpiente, de la cabeza de múltiples reptiles, llevase en su frente uno de esos protectores, una de esas barricadas móviles?


Qué hacer con la basura

basuras
Hay huelga de barrenderos.

Sí, es algo obvio, incluso para quienes no leen la prensa. Se habla poco de ello en redes sociales, poco para lo que de verdad afecta.

Y es obvio porque lo tenemos delante de nuestras narices. Bajo nuestras ventanas. Ahí están, las basuras, recordándonos que somos una civilización despilfarradora hasta la extenuación.

Tiramos tantos desperdicios que se diría que no somos capaces de aprovechar ni la mitad de lo que adquirimos. Lo sabemos, pero pocas veces queda tan de manifiesto como cuando, después de una huelga de menos de 2 días (quizá ya durará más) las basuras de la ciudad se convierten en una seria amenaza para la salubridad urbana.

Con la revolución del paso del neolítico al establecimiento de las ciudades, se llevó a cabo un proceso de especialización, del que todavía estamos en los inicios, al paso que vamos. Se comienzan a apreciar los problemas derivados del extremismo de la especialización y esto es acuciante en las ciudades, donde el grado de formación específica nos convierte en unos analfabetos funcionales en la mayoría de las áreas que consideramos que no nos corresponden.

Hoy leía un artículo de wikipedia sobre la separación de las artes liberales en quadrivium y trivium y lo hacía de esta forma:

Trivium significa en latín «tres vías o caminos»; agrupaba las disciplinas relacionadas con la elocuencia, según la máxima Gram. loquitur, Dia. vera docet, Rhet. verba colorat («la gramática ayuda a hablar, la dialéctica ayuda a buscar la verdad, la retórica colorea las palabras). Así comprendían la gramática (lingua -«la lengua»-), dialéctica (ratio -«la razón»-) y retórica (tropus «las figuras»).

Quadrivium significa «cuatro caminos»; agrupaba las disciplinas relacionadas con las matemáticas, según la máxima Ar. numerat, Geo. ponderat, As. colit astra, Mus. canit. («la aritmética numera, la geometría pondera, la astronomía cultiva los astros, la música canta»); Arquitas (428 a. C. – 347 a. C.) sostuvo que la matemática estaba constituida por tales disciplinas también. Se estudiaba así la aritmética (numerus -«los números»-), geometría (angulus -«los ángulos»-), astronomía (astra -«los astros»-) y música (tonus «los cantos»).

Pero hay una separación previa y quizá más importante, que es la que se da entre Artes Liberales y Artes Vulgares, también llamadas serviles.

Desde hace un tiempo se nos ha inculcado la cultura del trabajo servil, en la que hemos ido adquiriendo como valor positivo el conseguir una habilidad en el manejo de una de estas artes serviles, importando cada vez menos las artes liberales.

Es posible que en estos tiempos la diferencia entre las artes no esté tan clara y que hayan aparecido otras que no sabría dónde clasificar, pero lo que es evidente es que sigue habiendo un interés notable en que no perdamos de vista la necesidad del trabajo para conseguir el pan.

Y sin embargo es una falacia. No deberíamos aspirar a trabajar servilmente, a trabajar en artes más o menos funcionales, puesto que la revolución industrial y su hijita la revolución tecnológica se están encargando de demostrarnos que somos más que sustituibles por máquinas que realicen trabajos mecánicos. Y no habría que verlo como un problema, sino como una posibilidad de verdadera liberación, una forma de alcanzar una vida mejor, un ser humano centrado en la poesía, en las matemáticas puras, en la retórica por el placer de la conversación, en la búsqueda de la felicidad y no en la búsqueda de una subsistencia que nos han conseguido convencer para que creamos que es el fin último de la existencia.

Se me ha escapado un impersonal: Lo siento. No tengo claro quienes son los que han conseguido convencernos, está claro que hablamos de «los ricos y poderosos» o la iglesia o los políticos o los bancos… vaya, simplezas, pero no sé realmente quienes son ellos.

Con la especialización, que comencé mencionando al principio de esta entrada ambiciosa y dispersa, hemos ido fabricando una cultura de esclavos, de siervos cuyo mayor objetivo es hacer bien su trabajo. Sí, dicho así suena verdaderamente patético.

Y en lugares como las ciudades, donde esa especialización se ha convertido en la base de la sociedad, permitiendo que unos ensucien para que otros limpien, que unos se encarguen de la gestión de residuos, pero solo de un tipo de residuos, mientras otros se encargan de la publicación de periódicos, otros de la comercialización del pan, otros de la gestión de los recursos de la ciudad asignados a medio ambiente, etc… en esos lugares, la fractura de una de esas tareas, la interrupción de una sola de esas pequeñas tareas, colapsa el funcionamiento normal, equilibrado (en un claro equilibrio inestable) del urbanismo y la convivencia asociada.

Todo se viene abajo si un solo ladrillo, más o menos fundamental, se rompe. Y se planta cara a esa inestabilidad subyacente a este falso status-quo en el que pensamos, ingenuos, que españa va bien. (Más allá de la crisis)

Y es que hemos ido trenzando una interdependencia, llamémosle matricial, que nos hace fundamentales los unos a los otros, pero sin darnos cuenta, casi como si no fuese importante lo que hacen los demás, como si todo trabajo que no fuese el propio fuese motivo de desprecio. Es lamentable. Al menos, yo lo lamento.

Pero, volviendo al tema (caso de que este blog y esta entrada en concreto tenga alguno), lo pone tan de manifiesto una pequeña huelga de barrenderos que es pasmoso, es indudable: el mundo puede colapsar tal como lo conocemos si esas reglas se rompen, si esas dependencias se cambian. Las huelgas sectoriales son muy eficaces, pero tenemos que superar el rechazo que genera en la opinión pública esa molestia que supone que el trabajo de otro, habitualmente menospreciado, sea interrumpido.

Por largar otro posible camino para este artículo, me gustaría saber o tener fotografías de barrios «pudientes» donde seguramente las basuras pueden estar siendo retiradas por empleados privados para que no se noten las molestias derivadas de la huelga. No sé por qué estoy convencido de que no habrá tanta basura en las calles de La Moraleja.

Y es en esto donde el modelo neoliberal se pone tan en evidencia, en ese injusto reparto de privilegios, que justifica a muchos a considerar beneficioso para ellos el apostar por esas propuestas de descomposición, privatización, mercadeo, de todo lo que está siendo gestionado por las administraciones públicas (sanidad, limpieza de zonas comunes, educación, infraestructuras de transporte, de telecomunicaciones…).

Es viendo la basura bajo la ventana cuando uno puede darse cuenta de lo que nos espera si seguimos por este camino.

¿Tendremos dinero para poder pagar nuestras propias necesidades? ¿Deberemos dejar de considerar necesidad a cosas como la salubridad ambiental, la higiene, la salud física, la educación básica, la defensa de nuestros derechos¿

Demasiadas reflexiones yuxtapuestas en un solo día. Me temo que no es muy pragmático, pero siempre he sido poco útil, poco servil… ¿o no?

Hablar o gritar

Hablar o gritarQuizá no se trata de gritar en la calle ni de hablar en el bar, aunque esto segundo me encante.

Quizá debemos ser capaces de hablar con contundencia, no solo con vehemencia, como en mi familia es habitual, sino con una contundencia, con una radicalidad que deje claro nuestros noes.

Cuando no queramos algo, debemos decir no. Pero no creo que sea cuestión de gritar acá o allá, por más catártico que resulte, sino que se trata de decirlo con una claridad meridiana, con una nitidez insoslayable, decir rotundos noes en los lugares y momentos en los que nos surgen dilemas que no lo sean, aquellos en los que estamos seguros de nuestra posición o aquellos en los que estamos seguros de la inadecuación de una de las opciones.

De todos cuantos dicen que gritarán, cuántos están dispuestos a decir no cuando no quieren algo, les cueste lo que les cueste. No a un trabajo en el que son explotados. No a una comida junto a un machista. No a estar sentado en la misma mesa que un dictador (aunque sea a pequeña escala). No a asistir a la boda de una amiga que se case por la iglesia si no se cree en ello. No a mentir, ni desvirtuar la verdad, para obtener un beneficio propio, ya sea en impuestos, en ventas, en compras…

Curso para decir no.

Crispación

Leo la información que tengo en FaceBook y solo encuentro crispación.
De un lado
de otro lado
todos parecen estar crispados
y todas parecen estar crispadas
y yo estoy crispado
o parezco estarlo
pero no lo estoy
hasta que leo la información que tengo en el entrecruce de muros de facebook
y me crispo
porque no hay otra manera de reaccionar
(y me digo que sí, que sí hay otra manera, al menos una más)
y nos contagiamos
crispándonos
que
por muy bella que sea la palabra
genera un malestar permanente
entre la impotencia, la frustración
y la ira.

No sé cómo escapar
y no sé si quiero escapar
así que no sé
si quiero hallar la forma de hacerlo
o sumergirme en una de esas sensaciones próximas
como la ira
por poner un ejemplo
y dejarme ir
irracionalmente
hacia alguna cristalera de
por poner un ejemplo
una sucursal de un banco
y lanzar algo con la intención de romperla
o dirigirme hacia la salida de algún organismo oficial
del que salga algún político
por poner un ejemplo
y escupirle a la cara
o al café, como propone un amigo,
para que sepa que puede ocurrirle
y viva con miedo
con el miedo que yo ya vivo
para contagiarle
contagiarle
crispación.

La crispación es una plaga
que está librándose de la población europea
como en su día lo hizo la peste
bubónica
(que no borbónica)
y no se ha encontrado
aún
cura
pero
por poner un ejemplo
la ira
no parece la mejor forma de enfrentarla.

Esto no es una broma