o vete a tu país

Llegar al estudio desde casa es una pequeña gymkhana en la que hay que esquivar vehículos que están realizando su labor de carga y descarga en una zona plagada de comercios, restaurantes y esos otros que hacen del centro de Madrid un peculiar recreo de actividad en esta ciudad de estrechas callejuelas y plazas viejas.

Caminando por la de Callao, junto al FNAC, en un tramo habitualmente reservado para el tránsito peatonal, una furgoneta reculó mientras un viandante hubo de apartarse de una potencial embestida a una velocidad de menos de cinco kilómetros por hora.

Es comprensible el susto del caminante que increpó al copiloto un furibundo «¡Ten más cuidado!» a lo que el mismo le dijo un tímido «Lo siento, no le he visto», pero antes de llegar a sus oídos a la tibia velocidad del sonido el hombre añadió un inesperado «¡o vete a tu país!».

No me había percatado hasta ese momento que uno de ellos era «blanco», algo sonrosadito más bien, mientras que el copiloto tenía una piel algo más oscura y unos rasgos que me hacían recordar imágenes asociadas al imperio incaico.

Mi estupor fue mayúsculo pues no había imaginado que uno de ellos tenía un país y el otro otro. ¿Cuál era el mío? Desde luego, si pudiese elegir, no querría que en mi país hubiese alguien que le dijese a otra persona que se fuese a «su país», tan sólo por su aspecto físico. Le habría gritado, al canoso sonrosadito, un «vete tú al tuyo», pero soy demasiado reflexivo para espetar algo así en mitad de la calle.

No soy de expulsar a nadie, ni siquiera a este xenófobo, sino más de integrar, intentar convivir, saber cómo hacerlo, buscar maneras… pero a veces me encantaría gritarle a algún gilipollas como este: «¡vete a tu país!» y saber que ese país no era mi país.

Me cago en dios

Yo también me cagaría
si creyera que existe
porque si me cago en la inexistencia
es como si no cagase en la existencia
lo que acabaría siendo un extreñimiento
que conllevaría un extrañamiento
extremeño
como poco.

Yo también me cagaría
si creyera que existiese o que hubiera existido
o que hubo existido
anteriormente.

Yo también me cagaría
si mi único dios verdadero
no fuese el Monstruo de Espagueti Volador
y hubiese de deglutir posteriormente
la citada pasta.

Yo también me cagaría
si mereciese la pena
y al cagar en dios no se me abriese
de nuevo
la cápsula hemorroidal de cada día.

Yo también me cagaría
en dios patria y fe
que desde hace décadas
escribo con minúsculas
frente a Hombre Libertad y Razón
que están desapareciendo sin razón
sin hombre
y sin libertad.

Yo también me cagaría
si pensase que un ser omnipotente
puede soportar mis heces
puede limpiarse solito
puede ignorar mi caquita
puede hacer que cague y no manche
puede reírse de todo
puede reírse de mí.

Yo también me cagaría
pero me aburre tanta mierda
que inunda portadas de periódicos
con los que limpiarse el culo
y procuro minimizar
el derroche de papel.

Yo también me cagaría
en todo
incluyendo Todo
sin parangón ni miserias.

Yo también me cagaría
en mí mismo cagándome en dios.

Ya tiene una «web» el proyecto de !ç~ñ¿.#

Este lunes he estado programando la web del proyecto !ç~ñ¿.# (aunque programar nunca debió usarse para codificar HTML). He dividido la misma en las mismas secciones del proyecto en Verkami, lo que fue bastante práctico a la hora de estructurar la información que tenía en mi cabeza sobre el trabajo que estaba haciendo.

Ha quedado adaptada a la hechura antigua de toda mi página personal (giusseppe.net) que no deja de estar claramente obsoleta, pero modificarla puede llevarme tanto tiempo como ignorar todo lo que he hecho hasta hoy y pasar página (página web, se entiende) para hacer una nueva en un futuro más o menos lejano.

Interacción fallida

Me pide amistad.
Tiene muchos amigos.
Algunos compartidos.
Pienso: puede ser alguien interesándose en mis talleres…
Agrego a mis amigos.

Llega el siguiente diálogo absurdo:

Hasta ahí puedo leer.
No contesta a mis preguntas.
Tiene una «agenda oculta».
Quiere algo que yo no quiero.
Me da igual que tenga 24 años.
Me da igual que viva en Francia.
La borro de entre mis amigos.
Elimino la conversación
que
en puridad
no fue una conversación.

Olvido la interacción
claramente fallida.

¿Cómo no darse por aludido?

Leyendo el libro «HISTORIA INTELECTUAL DEL SIGLO XX» de Peter Watson, de quien ya leí recientemente el libro IDEAS al que le dediqué una etiqueta entera de mi diario, me encuentro con esta maravillosa descripción de mi vida… en unas pocas líneas. Y me remueve el alma, por decirlo de algún modo.

Este libro del Siglo XX me ha decepcionado un poco en comparación con el más ambicioso de IDEAS y que, quizá por la lejanía temporal no está tan plagado de predilecciones personales del autor (compilador). Se le ha notado mucho el etnocentrismo casi inevitable, esa querencia a lo nuestro, a suponer que el hombre blanco (añadiría protestante anglosajón) ha alcanzado la cúspide de lo ideado, ignorando en casi todo el libro (quiero pensar que por ignorancia y no por mala fe) los logros de otras regiones del planeta que no sean Europa o Estados Unidos, con contadas excepciones, así como la poca atención prestada a la influencia femenina que ha sido uno de los mayores motores de cambios del siglo, sin duda alguna.

No obstante, no voy a criticar en exceso un pequeño defecto que tenemos quienes vivimos en esta sociedad que nos forma y nos deforma, sin informarnos… incluso a los más avezados. ¿Será que yo también soy un heterosexual blanco de clase media? Seguramente. Pero intento visibilizar lo que no visualizo… y poco a poco sacar del lodo del olvido lo que encuentro tras esfuerzos no despreciables.

¿Qué son las vacaciones?

Vacaciones:

Dice la RAE que vacación proviene del lat. vacatio, -onis. 1. f. Descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios. U. m. en pl. 2. f. Tiempo que dura la cesación del trabajo. U. m. en pl. 3. f. p. us. Acción de vacar (? quedar un empleo sin persona que lo desempeñe). 4. f. p. us. Cargo o dignidad que está vacante.

Me ha hecho especial gracia la acción de vacar:

vacar: Del lat. vacare. 1. intr. Dicho de una persona: Cesar por algún tiempo en sus habituales negocios, estudios o trabajo. 2. intr. Dicho de un empleo, de un cargo o de una dignidad: Quedar sin persona que lo desempeñe o posea. 3. intr. Dedicarse o entregarse enteramente a un ejercicio determinado. 4. intr. Estar falto, carecer. No vacó DE misterio.

Pero yo me pregunto otra cosa:

¿Qué necesidad hay de tomarse un descanso de la habitual actividad? ¿No tiene que ver con la alienación relacionada de trabajar u obtener remuneración de actividades que no nos hacen felices en general?

Preguntado de otro modo, ¿es precioso y preciso tomarse vacaciones de cualquier cosa, sea lo que sea?

Y si la actividad habitual fuese estar de vacaciones… ¿Cuál sería la forma de tomarse vacaciones? ¿Es posible semejante oximorón?

La mente me funciona despacio.
No actúo ni pienso con la celeridad habitual.
¿Es necesaria esa celeridad? ¿Es saludable? ¿Sostenible?

No sé responder.
No sé.

Mi mente, quiera yo o no, se ha ido de vacaciones.

¿Por qué el proceso de «la manada» es tan mediático?

Normalidad.

Sí, por normalidad, por el hecho de que es «normal», son un puñado de «chicos» normales, más allá de la pertenencia del 40% de los mismos a algún cuerpo de orden y seguridad del estado, lo que da más miedo, lo que da verdadero pavor es sentir que cualquier «hijo de vecino» se parece a estos tipos y se siente identificado, de ahí esa defensa a ultranza de su «presunción de inocencia», que desaparece inmediatamente cuando los criminales son, pongamos, negros, vascos, argelinos… algo con lo que no identificar a cada hombre.

Distinguir entre hombres aquellos que no son como estos no es tan sencillo. Quizá no hay diferencia. Quizá no es una diferencia ontológica, ni tan siquiera óntica, sino tan sólo un acto diferente. Es ahí donde hay diferencia. Es eso lo que hace que este proceso sea especial. No son seres monstruosos, pero realizan un acto execrable que, por arte de birlibirloque (lease, patriarcado imperante), no reciben el trato de seres monstruosos y queda patente que lo que se juzga en muchos casos es el ser y no la acción.

No se juzga el delito de abuso sexual de igual manera si estos individuos hubiesen sido negros, vascos, argelinos, musulmanes… No recibirían ni una pizca de apoyo institucional. No se juzga el delito, sino a la persona. Este es un error declarado.

Porque esa es otra cosa: «la institución» (léase la legislación y las personas encargadas de aplicarla) está construida sobre estructuras que hay que modificar y está quedando especialmente en evidencia. Más que nunca. Y cuánto antes.

La manada

Sencillamente:

No entiendo que no se apliquen las mismas penas en sentencias de violación o abuso hacia las mujeres que en las condenas de terrorismo.

Reúnen las mismas condiciones. Si no aún peor: yo jamás he sentido miedo en Euskadi (salvo por alguna intervención de la Policía Nacional) y jamás pensaba si alguien, algún amiga, alguna amiga, iba por allí que le podía pasar algo grave. Jamás me dio por pensar que a Carmen, por ejemplo, le iba a pasar algo por, pongamos, ir a una herriko taberna y no hablar euskera. Sin embargo, cada vez que Carmen viene tarde a casa pienso si habrá un tipo al que se le ponga en la descerebrada cabeza la posibilidad de violarla. No vivo con miedo y procuro impedir que ese pensamiento me paralice o me ciegue, pero está constantemente ahí. (Y sí, no soy mujer, así que no puedo ni imaginar…)

Y según escribo esto me doy cuenta de lo traicionero que es el lenguaje ¿»iba a pasar»?… ¡Pero bueno! Que te caiga un ladrillo es algo «que pasa», esto es algo que «se comete».

Hay terror permanente, interiorizado, asumido como «normal», tanto que se culpabiliza frecuentemente a la víctima de abuso o violación. Pero para mí es un delito no sólo de terror, o terrorismo sino verdaderamente un delito de odio. Se abusa de mujeres o se las viola porque son mujeres.

No obstante, hay muchos menos agravantes en los crímenes del machismo que en los de terrorismo o en los de odio: a una etnia, que nunca será la mitad de la población, a una religión, que no alcanza a la quinta parte de la misma…, pero hay casi un 50% de mujeres en el planeta que viven con miedo.

Y un elevado porcentaje de hombres que tenemos miedo de que a las mujeres de nuestro entorno les ataque algún colectivo criminal que quede prácticamente impune.

Es decir, más de la mitad de la población mundial vive asumiendo un miedo permanente, omnipresente… y no se endurecen las penas.

¿De verdad a alguien le parece «molesto» que haya manifestaciones contra «la manada»? ¿De verdad que se puede decir que hay feminismo «radical» en un escenario como este? ¿De verdad que hablamos de «linchamiento» público y nos referimos al que hace el feminismo por una exigencia que no acaba de ser satisfecha? ¿De verdad que parece razonable una condena de 9 años por un crimen de terrorismo y odio? ¿De verdad que parece suficiente que hayan cumplido una prisión preventiva de 2 años y puedan quedar en libertad condicional? ¿De verdad parecería suficiente si el sujeto víctima del abuso fuese, pongamos, un madrileño en Euskadi o Barcelona, o un vasco en Madrid, o un cura en Irán? ¿De verdad?

¿Qué más tiene que pasar?

La ausencia de empatía produce monstruos

Ni siquiera la palabra empatía está aceptada en el diccionario de mi ordenador. Es triste. Así nos va.

Hoy he tenido que ir al médico a que me diagnosticara un dolor intenso y, sobre todo, duradero de la parte superior izquierda del tarso del pie izquierdo que duele más a medida que camino y cuya molestia no remite ni tras reposo. Tan sólo puntualmente con la ingesta de un antinflamatorio genérico oral, tipo ibuprofeno, el dolor desaparece.

No soy un consumidor habitual de fármacos sin receta, es más, presumo de no tomar absolutamente nada que no me haya «mandado» un médico. Y entrecomillo «mandado» puesto que no olvido nunca que lo que hacen es recomendar y no mandar pues, en última instancia, puedo ignorar siempre su recomendación y hacer lo que me dé la real gana. Pero no suele tampoco ser mi caso: Soy un paciente paciente y confío en sus conocimientos sobre la ciencia médica (esa extraña ciencia) por encima de los míos y, por supuesto, por encima de mercaderes de ilusión que con estafas new age te ofrecen curaciones mágicas para todo tipo de sintomatología.

Amén del diagnóstico, que me ha comunicado en un obtuso lenguaje ultratécnico, esperaba una prescripción comentada, es decir, del tipo: esta afección requiere este tratamiento, aunque tiene este efecto secundario… pero es la mejor opción porque…

Pero no, se ha limitado a soltar su perorata hueca, su mensaje carente de receptor capacitado, lo que ponía d manifiesto su inexistente capacidad de comunicación humana, su falta de empatía hasta la saciedad, característica que dicen propia de psicópatas y otros enfermos mentales, aunque a mí sencillamente me ha parecido fruto de su ego y su arrogancia, posiblemente fruto de algún trauma o complejo de inferioridad.

Es curioso que las dos únicas veces que he tenido incidentes «desagradables» con médicos haya sido en clínicas privadas. Las veces que he sido atendido en el sistema sanitario de la Seguridad Social siempre, sin excepción, he sido bien tratado por profesionales que, si no se cuestiona su capacidad para realizar correctamente su trabajo ni su metodología (lo que viene siendo el método científico basado en el pensamiento racional), me han tratado perfectamente, aconsejándome procedimientos que, en la mayor parte de las ocasiones o prácticamente siempre, han resultado en una enorme mejoría de mi calidad de vida, de mi salud, que cuando ha sido maltrecha lo ha sido por causas poco místicas.

Por no mencionar el tema de la pésima gestión de las clínicas privadas que, en comparación con la sanidad pública, son ineficaces, derrochadoras, caóticas, lentas, enervantes, crispadas… pero eso sí, mucho menos criticadas.

¿Por qué fui a «la privada» entonces?

Por una cuestión banal, pero importante: mi médico de cabecera, que me encanta, tiene horario de tarde y no quiero cambiar para no perderle, pero durante estos meses pasados me era imposible acudir sin tener que renunciar a alguna clase y, consecuentemente, al dinero ingresado. Ahora empiezan las vacas flacas y tenía que llenar el granero.

Y no me gusta la aproximación por la cual el paciente se dirige directamente al especialista, sino que respeto la cadena de protocolo diagnóstico que tiene como puerta de entrada a esa figura muchas veces vilipendiada que es el médico «básico» de cabecera, de familia… o como se quiera llamar que acaba siendo un «dispensador» de recetas y/o citas de especialista, pero yo no quiero saltarme ese trámite que respeta ese trabajo que considero esencial para no acabar perdiendo tiempo en especialistas que el paciente se haya auto-diagnosticado y auto-recomendado, ya sea tras una ardua búsqueda en google o una especializada conversación de bar con unas amigas.

Pero sé que soy rara avis. Quizá un día estaré extinto.

Cabecera de Mc-Mafia

No es una gran serie, esta producción de la BBC titulada McMafia sobre la mafia rusa y la interconexión con las mafias internacionales y diversos gobiernos, pero es entretenida y la cabecera de la misma es una verdadera pieza maestra de cómo una presentación dice todo lo necesario y engrandece el producto.

La competencia de Netflix y HBO tiene completamente eclipsada a la «humilde» emisora de vídeo streaming vinculada a Amazon, la curiosa PrimeTV, de la que ya he escrito en alguna ocasión.

Veremos por cuánto tiempo youtube permite que comparta este contenido (sin el más mínimo interés comercial por mi parte):

[youtube_sc url=https://youtu.be/bdgYPJgR8MI]

Esto no es una broma