OuLIPO
Contando ovejitas
Ayer noche no me podía dormir.
Hay personas que cuentan ovejas para dormir.
Nunca había entendido esa práctica
hasta ayer.
Durante la noche no podía dormir
y me acuciaban pensamientos que quería evitar
(no tanto por lúgubres como porque tendían a despejarme)
así que procedí a mi equivalente a contar ovejitas:
El día 6 de octubre es nuestro mesiversario
(igual que existe aniversario, podemos bautizar
mesiversario como el día en el que se cumple
un número entero de meses desde un suceso concreto)
y como cada día 6
felicito a Carmen y me felicito a mí.
Cada cierto tiempo me da por hacer cálculos mentales
para saber cuántos meses en concreto han pasado
desde el 6 de septiembre de 1999.
Ayer noche no me podía dormir
y era 6 de octubre de 2020
y habían pasado 21 años y 1 mes
desde que en el Achuri
esperaba a las 21:00 a que Carmen se acercase
haciendo como que leía un libro
intentando no estar nervioso.
21 años son 21×12
lo que mentalmente me hizo sonreír por un producto capicúa.
Decidí realizar el cálculo mental
multiplicando 20×12 y sumando 12.
En realidad, hice algo aún más enrevesado
o más simple, según como se mire,
calculando 12×10 y sumándoselo a 12×10
120+120 es sencillamente 240.
Quedaba agregar los 12 del año 21
y el mes sobrante
lo que resultaba un total de 253 meses.
Ayer noche no me podía dormir
y no me interesan (ni lo han hecho nunca)
las ovejitas
así que intenté pensar si 253 era un número primo.
Creía que lo iba a ser
pues ya había descompuesto el 21×12
en (3×7)x(3x2x2) y sabía que no podía ser múltiplo
ni de 2, ni de 3, ni de 7
y obviamente tampoco de 5
(sobra añadir que imposible serlo de 4, 6, 8, 9 o 10).
Pero sumé los extremos del número 253
y me di cuenta de que eran igual al dígito central
lo que resulta una prueba de que era divisible entre 11.
¡Vaya!
Me habría hecho ilusión encontrar un primo más
aunque fuese tan pequeño como 253.
No obstante, como seguía sin poder dormir,
calculé mentalmente
la división de 253/11.
Lo hice colocando la cifra dividendo a la izquierda
de un ángulo recto sobre el que situé al divisor.
Quien haya estudiado primaria en España sabrá a qué me refiero.
253 entre 11
y la primera cifra del cociente era 2
me llevé ese 22 a restarlo al 253
(colocado bajo el extremo izquierdo del número)
y al restárselo a 25 me quedaba un 3
bajé (por supuesto todo en mi mente ovejil) el otro 3
y aquí
en mitad de una noche en la que no podía dormir
me lié un poco porque confundí ese resto parcial con el cociente
y supuse que 253 era igual a 11 x 33
pero sabía que estaba mal, era 11x11x3
pero ya había probado que no podía ser múltiplo de 3.
Tardé un tiempo que no sé cuantificar
en darme cuenta de que tenía que dividir el 33 entre 11 y agregar ese 3
a la segunda cifra del cociente que se estaba formando
debajo del angulo recto que separaba al divisor del dividendo
resultando un 23 que volvía a ser un número primo.
En resumen
253 = 11×23
Me gustaba que no fuese un número muy sencillo de dividir
porque ayudaba a que mi mente se centrase en la operación
de contar mis ovejitas particulares.
Me dio por recordar que los calendarios
y otras medidas del tiempo
son arbitrarias
y pensé que si los años fuesen de tan sólo 11 meses
(de la longitud diaria habitual)
Carmen y yo celebraríamos un 23 aniversario.
Alguien podría decirme que tienen sentido que los años
sean de 365 días (365,25 o 365,24 o…)
porque había una justificación astronómica
o agrícola:
el ciclo de las estaciones y esas cosas.
Yo podría comentar la variedad de definiciones
de año que hay en diversas culturas a lo largo de la historia
y la geografía y la religión.
Podría comentar que no todos los años tienen
ni han tenido 365 días,
que no todos los años tienen al astro rey como único
determinante del paso del tiempo.
Podría recordar los calendarios racionales
de la revolución francesa
o
minimizar la necesidad de atención a los cambios estacionales
en un entorno absolutamente urbano en el que vivo
en un entorno absolutamente artificial en el que vivo
en un entorno absolutamente cultural en el que vivo.
Pero seguía sin poder dormir.
Eran las 4:44.
Sí, lo había mirado en un reloj
que no está sincronizado con el tiempo universal coordinado
ni con ningún reloj atómico.
Lo había mirado en un reloj
que sé que lleva un desfase impreciso con los relojes
de internet y su protocolo de tiempos.
Era de noche. En Madrid.
Y no podía dormir.
En los 21 años que hemos estado juntos
Carmen y yo hemos vivido sólo 4 años bisiestos
(vuelvo a circunscribirme al calendario gregoriano)
así que podía intentar calcular el número de días
que llevábamos desde aquel lunes en Argumosa
cuando nos besamos por primera vez.
Era una cuenta con números más grandes
así que la probabilidad de cometer un error aumentaba
pero no tenía otra cosa mejor que hacer
para evitar caer en lobos acechando becerros.
365 x 21 + 4
Como en la ocasión anterior, no multipliqué directamente
sino que 3650 + 3650 era una suma mucho más sencilla
pero agregué un 365 bajo esa operación
más o menos como en
3650 3650 365 ------
Y fui sumando de derecha a izquierda:
5
5 y 5 diez y 6, dieciséis, así que pongo un 6 y me llevo una.
6 y 6 doce y 3 más la que me llevaba son 16 también
así que pongo otro seis y me llevo otra
que sumada a 3 + 3 son siete
dando un número casi casi simétrico:
7665
Faltaba añadir los 4 días correspondientes
a esas correcciones llamadas bisiestos
que además habían de incluir la corrección a la corrección
quitando el 2000 de los años bisiestos
pero hoy leo que estaba equivocado
y que el 2000 sí que fue bisiesto
que son aquellos divisibles entre 4,
salvo que sea año secular -último de cada siglo, terminado en «00»-,
en cuyo caso también ha de ser divisible entre 400.
Es decir, había que corregir mi cálculo inicial
durante la noche
que daba un total de 7669 días juntos
a un mucho más feo
7670 días juntos.
Creo recordar que me debió de entrar sueño
como se suele decir
pues no recuerdo haber intentado
ni siquiera
calcular el número de horas que llevábamos
desde las 21:00 del 9 de septiembre de 1999.
Hoy
ya despierto,
pienso en la posibilidad de certificar esa cifra
con un año, digamos, trópico de 365,2421897 días (de tiempo solar medio)
multiplicándolo usando una calculadora
por un simple 21
obteniendo un total de
7670,0859837 días (de tiempo solar medio) juntos
o
con un año, digamos, sideral de 365,256363004 días (solares medios)
multiplicándolo usando una calculadora
por un simple 21
obteniendo un total de
7670,3836 días (de tiempo solar medio) juntos.
Haciendo uso (ya casi abuso) de la calculadora
puedo saber que llevamos
7670,3836 x 23,9345 (horas siderales por día) = 183586,7962742 horas
a las que hay que restar las «aproximadamente» 21
que habían transcurrido del día 6 de septiembre de 1999
quedando unas 183565,7962742 horas
dando vueltas por el universo
galopando en un caballo cuasiesférico
en órbitas elípticas alrededor de una bola de fuego
de fusión nuclear.
Y sigo amándola como aquel día
a aquella precisa hora
en este preciso instante
en el que termino este texto.
Mi vida
Mi vida cotidiana ya vivida
no va camino hacia ningún lugar.
Un camino acabado
sin final
ni fatal lagrimar
con una sutil gota salada
bajando una cara curvada y fofa.
Mi camino sin fin
cabalga a lomos sin posibilidad oculta
y tú miras mis ojos
para labrar un futuro juntos.
No hay forma
no hay formas
ni futuro.
Tan sólo un pasado olvidado
contra la lágrima gris bajo un mirlo callado
agazapado a una rama baja
colgando como un pino finado:
Tumba azul sin más ni más.
El laúd
Tocabas tu laúd
como si no acabaras de iniciar tu andadura por la Luna.
Tocabas mi laúd
como si tú y yo, como un conjunto
no vacío,
con la trivial lámpara contradictoria,
halláramos la forma para huir:
atrás las golondrinas,
atrás la palabra lírica,
atrás un insano hábito por conquistar mundos.
Tocábamos juntos:
nos comíamos las bocas,
nos comíamos las almas,
nos amábamos
como hoy,
como cada mañana,
como cada noctámbulo minuto.
Tocábamos
lágrimas ocultas bajo la almohada,
tocábamos laúd
ignorando su uso,
ignorando un común ritmo sinovial
para acompasar tu corazón
al mío,
bajo amapolas sin volcán.
Tocabas mi tocado laúd amamantado
y sin significancia
cual una grulla loca amansa osos africanos.
Y así, poco a poco,
nos volvimos uno
y olvidamos la dualidad
acompañándonos.
El hueso
el hueso
el hueco hueso
el huero hueso hueco
el huevo huero hueso hueco
el huego huevo huero hueso hueco
el huero hueso hueco huevo
el hueco huero hueso
el hueso hueco
el hueso
Tono
Con ocho tonos
son cómodos los otros
como con todo.
La mascarilla de la multa
No es una mascarilla que use.
Es la mascarilla de la multa:
La llevo en el bolsillo desde
hace más de 3 meses cuando la
consideré inadecuada para sus
funciones profilácticas y sin
entrar en debates sosos sobre
su posible utilidad sanitaria
reconozco como la única razón
para seguir portándola cierto
miedo a ser multado. Por ello
a pesar de ir cambiándome las
apropiadas mascarillas casi a
diario, no la descarto con la
diligencia que debería poseer
para no ir acarreando un saco
de virus muertos ni una bolsa
de bacterias fermentadas como
morboso ramillete de violetas
ácido ribonucleico azul lacio
con el desvaimiento de la luz
caduca en plástico envoltorio
durante los próximos 6 meses.
Descubrí con sorpresa absurda
que no soy el único portador,
ni soy la persona atemorizada
por policías omnipresentes en
cada balcón o en cada terraza
donde campa gran intolerancia
donde escasea amable empatía.
La tiraré, sí, la tiraré. Hoy
sólo quería escribir un texto
sobre una pequeña confidencia
de la que no me siento ni más
ni menos tonto que cualquiera
pero de la que me avergüenzo.
Flecos
Quedan flecos
que son flechas
como flemones
flatulentos.
Quedan flecos
flebíticos
que inflaman fequillos
fletaneros.
Quedan flecos
que son flexiones
irreflexivas con alma de fletán
flexible.
Quedan flecos
en el flexómetro de mi inquietud
flemática con arcos de metal
flexuoso.
Quedan flecos
en ángulos flechados
sobre la fleja del rinoceronte
fletador.
Quedan flecos
por mi alergia al fleo
y su pijama fexibilizador
sobre el flete.
Quedan flecos
que se mueren en un fletante
y cadencioso flexo
sordo y flemudo.
Quedan flecos
sin flejar
en aquel horizonte fletamento
que vimos flexionar.
Quedan flecos
pero pocos y flectados
en la flechería
de nuestro flegmático fleto sin flegma ni flor inapropiada.
hierva hierba
hierva
hierba
o yerba
pero no
hierba
hierva
Vivir es la última palabra
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