Me gusta / No me gusta

A partir del texto
Me gusta / No me gusta
de Luis Buñuel (en el libro Mi último suspiro)

En la época del surrealismo, era costumbre entre nosotros decidir definitivamente acerca del bien y del mal, de la justo y de la injusto, de la bello y de la feo. Existían libros que había que leer, otros que no había que leer, cosas que se debían hacer, otras que se debían evitar. Inspirándome en estos antiguos juegos, he reunido en este capítulo, dejándome llevar por el azar de la pluma, que es un azar como otro cualquiera, cierto número de mis aversiones y mis simpatías. Aconsejo a todo el mundo que haga lo mismo algún día.

Me gusta pedir en mis talleres que hagan el ejercicio del «me gusta/no me gusta». La primera vez que lo hice fue en Fuentetaja, de hecho, en un taller al que asistí. La profesora, Graciela Baquero, era una mujer menuda que creía en la forma de impartir talleres que yo iba buscando y estuve tanto tiempo en su taller que, al final, me quedé solo y tuvieron que clausurarlo.

Era algo comprensible, pero me sentó bastante mal y prometí (o me prometí) que yo nunca lo haría. Aún no he clausurado nunca un taller regular de escritura ni siquiera con una sola alumna y lejos, bastante lejos, de mi casa.

Graciela, no obstante, sirvió de llave a todo un universo que pude conocer, pues me invitó a participar en un curso de formación para coordinadores de talleres de creatividad que impartía con Jaime Vallaure y con otro cuyo nombre no recuerdo (Miguel Navas, recuerdo hoy.

Jaime pasó a ser «mi faro» y él, a su vez, me abrió nuevas ventanas a otros mundos que yo ni siquiera había imaginado.

Me gustan los días de lluvia, aunque también los días de sol y los de nieve o viento; en realidad, lo que no podría soportar son los climas «perfectos», no variables, suaves, casi programados. Carmen, sin embargo, los adora y este es uno de los pequeños problemas de mi vida: Si alguna vez pensamos seriamente en el exilio no nos podríamos de acuerdo de ninguna manera.

Me encanta el cine. Todo el cine. Siempre cuento que decidí el lugar en el que vivo en función de la cercanía a la mayor cantidad de salas del centro de Madrid. Lamentablemente, con el pasar de los años, los cines me han ido abandonando y me siento un poco huérfano de salas.

El mayor de los traumas lo sufrí con los cines Luna, en los que proyectaban películas comerciales pero en versión original subtituladas, como más me gustan, ahora convertidos en un gimnasio «fashion» al que me apunté. Ha sido un error de los mayores de mi vida. Todo el mundo me decía que era esperable que lo dejase, y así fue. Algo que no todos saben es que yo mientras hacía ejercicio recordaba y tarareaba una canción de Serrat titulada Los fantasmas del Roxy, que habla de un cine que es demolido para construir una sucursal bancaria y los fantasmas de los actores comienzan a aparecerse en ella.

Antes me gustaban los cantautores y me podía llegar a aprender, de memoria, un sinfín de canciones por su letra, pero con el paso de los años he acabado por aburrirme.

Cada vez más me gusta la música instrumental.

Esto fue especialmente así desde que oigo Tangos. La mayor parte de las letras de tango, por muy orgullosos que muchos fanáticos porteños puedan estar, me parecen simplonas, cutres, sin fondo y repetitivas y tópicas hasta decir ¡basta!

Sin embargo, la música distorsionada y sensual de Piazzolla o la armónica de Hugo Díaz me ponen la piel de gallina y me hacen sentir unas ganas enormes de bailar y (a veces) llorar al mismo tiempo.

No me sorprende que Piazzolla fuese un admirador del Jazz, pues con los años, he descubierto en esta música una variedad y una libertad creativa al mismo tiempo que un cromatismo y una intensidad inigualable.

Me gusta la libertad creativa en todas sus formas. Adoro las búsquedas de John Cage, Brossa o Duchamp (Marcel). Para mí, sin búsqueda intelectual, un ser humano es poco diferente de un cordero.

Me gusta mucho cocinar. Tanto es así que cada día lo hago mejor y algunos amigos y familiares (poco objetivos) han empezado a sugerirme que me lo plantee en serio profesionalmente. De hecho, volviendo al tema del exilio, veo en esto una posible salida laboral.

No puedo soportar que alguien diga de la comida «esto no me gusta». Me llevan los demonios. A veces tengo que contenerme para no desear que fallezcan, en ese momento, de inanición espontánea.

Mis sobrinos (y su madre) lo hacen con frecuencia y es una de las principales razones por las que no voy más a Daimiel. Es más, le he dicho a Carmen varias veces que no pienso quedarme nunca con ellos a nuestro cargo mientras no cambien esa actitud.

Me gusta ser tajante. Sí. Pero ¡oh, contradicción! no siempre estoy seguro.

El escepticismo no es que sea algo que me gusta sino, más bien, algo en lo que creo (si es que se puede creer en no creer).

No me gustan los adoctrinamientos ni los adoctrinadores ni las doctrinas. Creo que ni siquiera me gusta la palabra doctrina.

Me gusta agotarme de escribir y sentir que no acabaría nunca.

Destierro

Dice uno de los artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
que nadie tiene derecho a desterrar a nadie
y
aparte de las dobles o tripes negaciones
se plantea un problema adicional
y es que
desterrar
es en realidad
reterrar
porque no te quitan la tierra
te obligan a cambiarla
una planta replantada
un nuevo tiesto
donde crecer
con las raíces siempre agobiadas por un continente que dista mucho de
ser infinito
te obligan a elegir otro lugar
pero a elegirlo
es decir
no vale ya con
sencillamente
haber nacido en él
sino que que hay que decidir
optar
seleccionar
como si se tuviese que ser libre
sin tener en cuenta
que el problema
no está en el destierro
sino en conseguir otra maceta
que te acepte dentro
y deje que tus raíces
crezcan con la ilusión de un infinito
al que llamamos
a veces
libertad.

Natural o Artificial

platano natural

Soy artificial.
Soy lenguaje.
Soy construcción conceptual.
Soy carne.
Soy células.
Soy moléculas.
Soy átomos etimológicos.
Soy la magia de las conexiones entre todas estas cosas.
Soy desconocimiento.
Soy ignorancia.
Soy patético.
Soy ético.
Soy agua, sales y carbono en abundancia.
Soy significado.
Soy significante.
Soy insignificante.
Soy discurso.
Soy cifras.
Soy letras.
Soy olvido.
Soy memoria.
Soy huecos de llanto en la noche.
Soy risas.
Soy su risa.
Soy lágrima bajo la lluvia en la mejilla de un replicante.
Soy poema.
Soy prosa.
Soy ensayo.
Soy error.
Soy arena y barro.
Soy silencio.
Soy un grito atronador.
Soy dios.
Soy hombre.
Soy una ecuación inacabada.
Soy o no soy.
Soy.

Relojudías

relojudía

Dentro del Taller de Poesía Visual y Escénica que coordiné en El Patio de Martín de los Heros, durante el fin de semana del 18 y 19 de Enero de 2014, propuse hacer algo con 12 judías a cada asistente.

Yo, pasado el tiempo, acabé por hacer algo que tuviese que ver con eso, con el tiempo; e hice este relojudía.

Ahora, las judías quedarán guardadas para poder repetirlo cada cierto tiempo por otros lugares o sugerirle a otras personas que inventen otro objeto con ellas.

relojudia3

Envidia de mis alumnos

Ayer tuve envidia
envidia sana
lo sé
de mis alumnos.

Asisten a unos talleres de poesía
que coordino desde hace más de una década
y escriben
y juegan
y se abrazan
y se emocionan
libremente
sin pensar en el tiempo
por una hora a la semana.

Ayer quise ser uno de ellos
y saltar al otro lado
y emocionarme
y abrazar
y jugar
y escribir
sin pensar en el tiempo
por una hora a la semana.

Pero me gusta pensar
que gracias a que pienso en el tiempo
por una hora a la semana
hago posible que ellos
escriban
jueguen
se abracen
se emocionen
e
incluso
de cuando en cuando
aprendan o conozcan nuevos poetas
y nuevas poéticas
con las que seguir creciendo.

Ayer tuve envidia de ellos
y
hoy
de mí mismo.

¿Será que soy envidioso?

Aullido

Del perro de mi vecino
que dice amar
a los animales
pero que deja al suyo
(porque un perro es una propiedad)
en su casa
(porque una casa es una propiedad)
aullando sin parar
durante horas
agónicas
hasta su regreso de su trabajo
(porque un trabajo es una propiedad)
(porque un regreso es una propiedad)
y no sé si denunciarle
o escupirle a la cara
la próxima vez que le vea
o afearle su actuación
con un comentario que le deje claro
que su perro y su casa y su trabajo
le exigen
(aunque sean meras propiedades)
responsabilidades.

Es curioso que sea el mismo vecino
que tiene una deuda por impago
con su comunidad
(porque una comunidad es una propiedad).

Pero el tipejo en cuestión
vive SU vida
como si no hubiese otras.

Empieza el 1990

Un amigo
me pidió hace algunos meses
que le ayudase a pasar
unos archivos en discos
de 3 y medio
de 5 y cuarto
escritos en antiguo wordperfect
a algo comprensible en el siglo XXI.

Fue todo un reto que está resultando
mucho más difícil
de lo que supuse.

Creía estar en posesión de un ordenador
con disqueteras varias
y fui recordando que no era así
y dándome cuenta de que solo hace diez años
tenía ordenadores con varias disqueteras
para seguir garantizando cierta
legibilidad
a aquellos antiguos discos
sobre los que realicé mis primeros
backups.

Por fin
encuentro un equipo
con lo que hay que tener
para leer esta manada de ficheros.

Pero tampoco es tan fácil
porque resulta que algunos de los discos
parecen no estar correctamente formateados
así que no quedaría otro método o remedio
que volver a ese 1990 en el que fueron hechos
y ver si puedo replicar ese pretérito
imperfecto
en el que aquel material
quizá
fuese legible.

Y en ese quizá se cuela mi desgana.

Sin certeza
viajar al pasado es mucho más absurdo
que con certeza plena (como si hubiese otra).

Abrir esos documentos con un lector válido
o capaz
tampoco es baladí:
el usuario-amigo no tuvo la precaución de indicar
mediante un sencillo hábito
como nombrar con la terminación de tres caracteres
el tipo de fichero
el contenido de fichero
así que es un poco
descorazonador
no saber con qué me voy a encontrar
en los 151 archivos encontrados.

De momento
1990 parece ser más misterioso que este previsible
2014
y eso me resulta bastante atractivo
hasta para dedicarle gran parte de mi primer día
laboral.

Hay algo romántico en esa
arqueología informática
que creo que muy pocos aprecian.

Cadáver Exquisito

El loable anverso del reverso
anexo a este informe,
un copo de nieve que cae irremediablemente
sobre mi coche aparcado, estacionado, congelado,
debilitado por una delicia turca
que algún día volverá
a buscarnos y encontrarnos
con mucha prisa, demasiado poco
tiempo es lo que necesito,
es lo que anhelo
tu mirada.

Poema escrito a varias manos por Eva Obregón, Raquel Figueiras, Ana Gesteiro, Tanja Ulbrich y Giusseppe Domínguez.

Carbón, Carácter, Cazo

Carbón: Dícese de aquella noche incandescente que se desvela en el brasero. Calor humano cuando enrojecen las mejillas. Diamante bruto.

Carácter: Aquel o aquellos defectos de forma que no inhabilitan los juicios de valor. Cosa que se suaviza con un poquito de sabiduría. Descripciones arbitrarias que se adjudican al ser; tras ser instruidos de esta forma.

Cazo: Casco de guerra con mango, para mantener al enemigo a la distancia de respeto. Lugar geométrico donde hace chocolate espeso mamá. Utensilio utilizado para cazar lo más sabroso de un plato.

Tras estas encantadoras definiciones que dieron mis alumnas del taller de poesía, les propuse escribir un poema con nuestros nuevos significados atribuidos a los viejos significantes. Yo escribí este:

Durante aquel carbón
mis juicios de valor
sin carácter
ayudaron a mis enemigos
a ponerse el cazo
con que lograron
carbón
construido a base de carácter
en el cazo.

Esto no es una broma