El humo

Tengo sobre mi cabeza
el humo de la ciudad
el humo del tabaco
de los coches
de las calefacciones
de toda la industria
del progreso.

Tengo sobre mi cabeza
la responsabilidad de vivir mejor
pero no es yéndome a otro lugar
ni cambiando el lugar
sino cambiando-me.

Tengo sobre mi cabeza
mi modo de vida
mi manera de vivir, que es lo mismo y no es lo mismo
eligiendo
decidiendo
consciente
responsable
libre
coherente.

Tengo sobre mi cabeza
la idea de que la vida no es su duración
sino su intensidad
que vivir es apostar por una forma y un contenido
como en un poema
porque sin poesía
no tiene sentido la vida
por más humo que pueda
evitar
en mis pulmones.

Tengo sobre mi cabeza
una mano que acericia mi pelo
que acaricia mi mente
que acaricia mi alma
que abraza
que ama.

Tengo sobre mi cabeza
una nube de polvo
pero soy polvo
y en polvo me convertiré
porque mónada soy pulverizada
y no hay modo mejor de estar que tan disperso como un billón de partículas subatómicas disueltas en un magma de silencio del que broten palabras del que broten amores del que broten deseos del que broten intenciones del que broten acciones del que broten otros magmas conteniendo partículas subatómicas disueltas en silencio.

Un clavo

El Clavo en la paredMe gusta encontrarme con detalles. Es algo que hago de cuando en cuando para disfrutar de una mirada que no suelo tener. Ver lo pequeño, lo casi insignificante, lo más cotidiano que cotidiano, podríamos decir, incluso, que vulgar… y darme cuenta de lo evocador que es, que resulta, una mirada a la realidad extraordinaria que hay en cada pequeño pedacito de la misma.
Me recuerda esa idea de que el mundo entero está en la punta de una aguja. Sí.
Este clavo/escuadra que no es un clavo, que quizá no era más que un pedazo de hierro penetrando un taco demasiado ancho para él. Sobre una pared algo tocada, indicando que había sostenido un cuadro, una imagen, que quizá contenía la foto de un taco del que asomaba una alcayata. Escarpia viril y solitaria, amante de la pared. Puedo ver en este clavo una metáfora, un poema de vida y muerte, un bello guiño de la realidad, también un corte de manga (lo que me recuerda unas acciones que fue invitado a hacer Isidoro Valcárcel Medina en Madrid, eligiendo para ello calles cuyos nombres hacían alusión a un corte de mangas, él siempre tan inteligente).
Me gusta lo que ve la cámara cuando, en modo “macro” se acerca a un detalle, cómo se desdibuja el fondo, se pierde en una especie de continuo, como si la realidad mostrara en este pequeño experimento su naturaleza dual: concreta y discreta, partícula y onda.
Me gustan los detalles. Me hacen sentir que la realidad es infinita. Me recuerdan que debo seguir mirando para encontrar sorpresas, para encontrar belleza, como de la que hablaba Lautreamont, la del encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de escribir y un paraguas. Me gusta mirar para recordar que ahí, justo debajo de mis ojos, está la poesía, esperándome, esperando ser encontrada y revelada. De ahí la fotografía.

Amiga

Tú, tú, tú, tú, tú
mi entorno
mi contorno
mi segunda piel
y, acaso, la tercera
e, incluso, la primera.

Tú, tú, tú, tú, tú
vosotros
nosotros
e, incluso, ellos.

Amiga: soledad y
tristeza de mi
sempiterna
soledad.

Amiga: estás cuando
no estás.

Amiga: abanico
del alma y risa
del espíritu.

Amiga: estás, porque
siempre estás.

Soy fósil

Palabra dura, acabada, moribunda,
soy un duro trozo carcomido, rocoso,
soy una larva sin más futuro ni pasado,
soy un cachito singular ambarino
y casi mil años atrás algún rastro ocultó mi vida;
soy palabra y soy roca.
soy ámbar y mosca
mística fosilizada,
un gramo antiguo contra la locura,
contra la forma olvidada bajo tus labios,
soy un mínimo fósil animal,
canto rodado
canto
lira
o,
tan sólo, un grillo sin sabiduría
bajo sus alas.
Soy yo y soy otro y soy todo lo infinito,
soy palabras, signos antagónicos
con tu yo bajo mi mirada,
con tu latido contra mi corazón,
con tu palabra amor,
con tu latido,
contigo, yo,
y tan solo.

Inocuo

Como un retrete,
tus ojos oscuros
me hieren sin detenerse
y siento un ruido sordo
que produce tu pecho
sobre el mío
en el momento de tu muerte.
No es inocuo el miedo
ni el misterio
ni tu grito sin voz.
No es inocuo; es mortífero
y me obstruye el pulmón
como tu último recuerdo.

Esto no es una broma