Ventana, M-20040210

Vinieron de visita 3 amigos de Juan que acampan en cualquier parte. El sueño dejó un reguero de diamantes tras el que no poder dormir.

Sacaron a la luz a la cigüeña que habitaba en la cornisa y un grito espantó el alacrán que suele pastar como si fuese un herbívoro.

Las paredes están frías. Blancas y frías como lápidas. Dentro, han pasado una buena noche al calor de la leña convertida en agua. Sus mantas aún conservan el pelaje intacto de cuando las compraron en su viaje a Perú. Los altiplanos les parecieron de ensueño tanto por la población, encantadora, como por el abuso desmesurado de la naturaleza. En mitad de la noche, a las 3 de la madrugada, Juan se despertó y Maria Luisa estaba en la cocina preparándose un té que había comprado por la mañana en una tienda especializada. La dependienta era una niña prácticamente de menos de quince años. Rubia de pelo liso y largo, parecía de una suavidad que la venta de té era su mejor ocupación aparte de cuidar enfermes. No es de extrañar que quiera, de mayor, ser enfermera. El único problema es que habrá millares de personas deseando dejar su salud para encontrar ese sol en filamentos.

Ventana, M-20040209

Vine a ver como teñías de sangre el mantel y vi que no era un mantel sino un recuerdo.

Cuando los recuerdos lloran lo hacen con lágrimas de pez. Se funden en el agua circundante y, fuera, juegan con los sueños a sufrir.

Subí al autobús huyendo de aquel despacho loco con 2 camas grandes. Vienen todos los demás y me van a quitar mi huequito en el despacho más pequeño y me harán compartir espacio, sala, en ese enorme café convertido en dormitorio colectivo. No hay sitio donde guardar la medicación (mi). No quiero que sepan de mí. Tú no lo entiendes, ¿verdad, Maria Luisa? Viene directo a mí el señor Baquero con su cara de saberlo todo y me dice que claro, que aunque él llegara tarde ese era su sitio y yo le digo que en mi caso no es necesario, que puedo irme a casa a dormir cada día y él me mira con ojos incrédulos. Cuando los ojos del poder están incrédulos, estamos perdidos.

Bajo, después de encontrar a Jose Luis asumiendo su cama con 2 viejos en mal estado de salud física y mental, bajo a la calle buscando la parada de autobús y sube el mismo Luis Rodríguez y me habla de Telefónica y yo pienso… en cuánto pueda, he de huir. Me bajo detrás de una esquina y busco la forma de volver, ir a casa, pero encuentro un anillo que reclama una mujer desde el interior del autobús perdido en el lodo. Me acerco a la puerta y le doy, sin entrar, el anillo. Sé que la muerte está dentro.

Ventana, M-20040205

Mª Luisa, ha llegado el momento de describirte, de escribirte, de hablarte, de que nos sentemos y nos sinceremos.

Mª Luisa, yo una vez me corrí como un estornudo frente a este pedacito de pared recalcitrante. Era o debía de ser verano y tú andabas tendiendo la ropa, como siempre pero en ropa interior (en el exterior, que juego tan tonto de palabras vanas). Yo te miraba y sabía que tú no me veías. Era algo que me excitaba hasta la muerte, creí que no iba a poder contenerme un minuto para poder disfrutar de ese minuto. Pero pude esperar, pude aguantar para hacer más intensas las ganas y correrme casi diría con violencia contra mis calzoncillos que también deseaban tener alas para atravesar este abismo|ciudad que nos separa e, incluso, aleja.

Un tiempo después
supe
que escribiría sobre ti
sobre tu piel lechosa
con tinta de recuerdos
con imágenes falsas
sin pausa
mintiendo
como
hoy.

Ventana, M-20040203

Se acaban los días pares como se acaba todo. Se acaba mi paciencia, mi poder esperar que pase algo que no pasa y no hablo de sexo esta vez sino de tristeza agotadora de cada mañana ante la ventana con mi cerebro vacío, con mi mente en blanco pero ya no por relax sino por ausencias. Blanca como mis pastillas vasodilatadoras antiespasmódicas que evitan que eche saliva por la boca como un perro con hidrofobia.

2 gorriones cruzan mi vista como una película muda y un despertador hace las veces de pianista en el foso. ¿Cuántas veces ha de sonar antes de que yo recuerde un sueño?

Me puedo mentir y decirme que no está bien forzar y que hay que dejarse escribir y que me falta psicoanálisis y que si follara con una negra puta tendría más emociones pero es de Mª Luisa de quien debería estar hablando/escribiendo y no de mí, de mí, de mí…

Mª Luisa ayer comió judías pintas y le han sentado mal. Bueno, no del todo mal, porque ya que estoy mintiendo quiero que sea una ficción verosímil.

Simplemente, le han provocado una flatulencia atroz, unos gases que le atrapan el estómago como pompas de jabón a punto de estallar en un planeta sin atmósfera.

Ventana, M-20040202

No solo a pasear. Hace 2 años que está encerrada bajo el adobe. Conoce el sol en esa terraza que grafío cada mañana. Su marido de trae la compra semanal. Congelan el pan para ir, día a día, calentando pequeños fragmentos de barra. Sale a la terraza y absorbe el aire húmedo que dejan sus prendas en mi aire húmedo de nubes bajas.

Hace dos años murió su padre.

Las ventanas, traslúcidas, empobrecen el ambiente. Los marcos sucios llenos de pintura que sobró de la última vez que pintaron su habitación. Ni siquiera entonces le gustaba. La pintura beige estuvo de moda un tiempo y Mª Luisa respetaba con celeridad los avatares dictatoriales del consumo.

Ese color de nombre francés ha ido tiñéndose de tiempo y tiene la vejez que le corresponde.

7 agujeros en la pared. Soportes de un toldo en verano para hacer habitable el exterior. Dentro, un pequeño altar rezuma tristeza que impregna las paredes de un rojo sangre que volvería loco a cualquiera.

Mª Luisa no ama la vida.

Pasea desnuda por la casa con sus tetas cayendo hacia el abismo del miedo dando portazos como nieblas. Un helado gigante vive al lado derritiendo su pena. No puede, si quiera, llorar.

Ventana, M-20040130

Nos bajaremos en otra parada, iremos despacio a entrever la mirada y en un ramo de nuevos soles abrigará la esperanza. Zapatos como soles donde la mirada baja. Un crisantemo de plata gime.

Nunca será el futuro una palabra, una única palabra que contenga todas las contradicciones. Un abismo de plomo sacude la indiferencia que arroja un halo de tristeza en mis ojeras. Cansancio de muertes acumuladas donde la noche que ya decían que mentía vino a llevarse un beso y me robó palabras hasta dejarme en la punta de la lengua un oscuro sabor a mermelada enmohecida.

¿Vas viendo?

Me dicen que no te da tiempo y lucho y (¿lucho?) me pongo a la tarea de escribir un poquito. Sí, sí, me dará tiempo, ya lo verás. Y si no me da tiempo me voy a morir, me voy a encontrar abrazando el olvido, el renacimiento feroz de quien no quiere morir. La divertida carcajada da da es algo más que una siniestra mueca contra lo establecido, es mi sonrisa lisa lisa sisa nosa que bate en esta terraza la única batalla posible:

la que me hará
ser dios
o
no ser.

Ventana, M-20040127

Viaje tenaz. Emprendido en solitario en grupo. Siempre viajaba solo como una hoja que cae. Otoño vislumbraba el crepitar. Palabras y palabras. Su paladar está quemado por una sopa hirviendo que tomó de pequeña. Su mano derecha guarda una muesca de un fogón de carbón. Uno de los últimos de esta ciudad. Estaba en la pequeña cocina de la casa de sus abuelos a los que tenía que querer y no lograba entender.

Una raya blanca separa el cielo azul en 2.

Ellos murieron uno a uno sin mucho misterio, como cucarachas, como habían vivido.

El fogón de carbón, que estaba hecho de un hierro que parecía cerámico, era negro y plata por dentro. El rojo de las brasas era hipnótico, pasional. Ella no pudo evitar sentir tocar palpar la superficie circular incandescente y sus dedos perdieron para siempre su huella digital. Ya no era ella. Pudo cambiar de nombre y casi también de sexo pero finalmente decidió seguir siendo una mujer. Sus labios enrojecieron y se volvieron carnosos. Se rodearon de besos y sus ojos de lágrimas. Su respiración se arreboló, se aceleró, creció, rugió, gritó, vibró… pero nunca volvió a sentir aquella fascinación hasta quemarse los dedos de su mano izquierda.

Un hombre, a su lado, lame su no huella mientras ella abre los ojos. Otro día da comienzo.

Ventana, M-20040126

Hay mucho que decir y yo balbuceo frente a un cristal empañado. Llueve fuera. La lluvia me trae frío y su calor está pegado a mi piel. Hay un río de lava en su alma que calienta mi volcán hasta la erupción radical que necesitaba. Sus pitidos me apegan al mundo.

Es un grito: no, es solo una voz muy alta que pide un beso. Al otro lado de esta inundación sus despertares son hojalata verde como esa alhacena de rinocerontes en la ducha. Ábreme el p con un cran tomate anaranjado. Sus dientes d d d d d me ninean. No lo ves, se me rompen las palabras. Es in e vi ta ble.

Ta ble tas de turrón.

Y mientras…

                   Mª Luisa duerme porque ayer quedó viendo su programa favorito en la televisión. Sus ojos duros se llenaron de humedad y por eso llueve hoy. Sus lágrimas grises caen rodando las aceras verticales del tiempo. Nuestros ojos tienen un tren de cercanías, un raíl de plomo que se vierte hacia el sis sis sis con crot. Tienen ton una sí.

No ves? Me pierdo. No me encuentro aunque nunca ha habido una verdadera voluntad de saber dónde.

Mª Luisa no tiene la verdadera impresión de ser. Y, si no se, quizá, yo debería. Claro que por otra parte.

La ducha sigue llena de rinocerontes.

Ventana, M-20040125

Ayer estuve mal, muy mal. Yo culpable muy culpable de lo inapropiado de lo inapresable ia ia ia.

Ayer.

Hoy estuvo raro. Seminublado. También el clima estaba así. Está así. El pasado es presente y lo demás es una nariz afilada como un garfio protestando graznando por un exceso injustificado de formas verbales no correspondidas con el paso del tiempo. Tiempo nublado. Nublando. Nublador de horizontes sin aguaceros en los que cabe contra la pena un ruido de rinoceronte con la cabeza amarilla. Sus ropas están siempre cortejándome.

Reaparece Mª Luisa en un pasado imperfecto, casi se podría asegurar que un futuro incierto. Y digo casi por casualidad y no de forma premeditada. Quiero conocer los más íntimos pensamientos y sentimientos de super b y no sé si tendré la fuerza suficiente para medirlos en la medida de todas las cosas. El sol sigue siendo plano y resacoso. Mª Luisa bebió ayer 2 gotas de vino tinto de una garrafa avinagrada. Hoy siente un tremendo dolor de cabeza. Cierra las persianas en el vano intento de evitar el día. Hoy.

Pasa, despacio, bajo la alfombra y se cuela junto al precioso tocador que le regaló su madre.

Ventana, M-20040123

Es difícil atalayarse en la mañana para mirar una terraza en la que no ocurre nada. Es tan duro reconocer en eso mi falta de imaginación que culpo a las lechugas de una indiferencia que solo es mía.

Esta terraza no conoce mi voyerismo, no sabe si estoy o no mirándola, tampoco sabe si escribo sobre ella o la uso como tonta excusa para escribir sobre mí mismo.

Y entonces me encuentro con que en mí no pasa nada (nuevo?) y no sé qué contar. Pero eso es otra maldita lechuga que dice muy poco de mí como escritor. ¿Soy escritor? Ahora no: no escribo.

Y buko ya me abrió los ojos una vez a ese respecto. El pintor es aquel que pinta, el escritor el que escribe y no que el escritor escribe. El escritor se hace con sus propios actos. El escritor no es en sí, sino que existe sí y solo sí escribe. No es necesario, es una mera conclusión de una forma de vida. Sus actos (en el tiempo) le hacen o me hacen pero no me hago porque las lechugas llenan de autocompasión lo que no escribo.

Esa terraza sigue en silencio gritándome que escriba, que escriba sin parar y muera bajo un montón infinito de archivos tecleados o fotografiados o creados o recreados o… que reflejen, como sea, el fruto de una acción.

Esto no es una broma