¿Soy una persona blanca?

Recientemente ha habido un debate en un par de muros de amistades que tengo en redes sociales sobre la estrategia para combatir el racismo.

Tras el debate sobre si tiene sentido o no «segregar» a personas racializadas o no, sobre discriminaciones positivas, sobre necesidad de comprensión, empatía, etc, encuentro en otro muro la siguiente propuesta:

Que comienza con la siguiente frase: ¿Qué debo tener en cuenta si soy una persona blanca?

Pero…

¿Soy una persona blanca?

Sí, lo soy porque mi aspecto (la superficie) no tiene una pigmentación que genere rechazo en mi entorno, está claro. Pero… ¿Soy una persona blanca por lo que sea mi aspecto? ¿No soy solo una persona?

No: soy una persona blanca, heterosexual, de género masculino y de clase media, de religión agnóstico en el mejor de los casos.

Soy todo eso, sí, pero soy muchas más cosas. Si me clasifican por ellas, acabo no viendo lo demás.

No tengo clara mi postura en estas «posturas» aunque acabo por dejarme llevar por lo que me sale hacer. Aunque siempre me queda la duda de ¿Cómo saben que soy una persona blanca?

Me acuerdo del racismo del KuKuxKlan (o el nazismo y su conocido holocausto) que no se detenía en el aspecto exterior, sino que iban al fondo de la cuestión: la sangre. ¿Me harán un análisis de sangre antes de entrar a un evento semejante para determinar mi pertenencia a alguna etnia alguna vez con la justificación de generar espacios seguros para otra etnia?

También me acuerdo del genocidio de Ruanda por hutus vs tutsis. Guerra post-colonial, así que responsabilidad de la avidez del «hombre blanco»… pero hay tantos otros ejemplos posibles…

Sé que soy una persona blanca (aparentemente), del colectivo más afortunado de la galaxia, que estoy lleno de privilegios de los que debo sentirme responsable. Pero…

¿Soy tan importante como para quejarme por este tipo de eventos?

Obviamente puedo no ir. Nadie me obliga. Ni siquiera me prohíben la entrada (de momento en ese no ocurría).

Tengo unos problemas mucho más importante que este…

Porque soy una persona blanca, quizá.

Así que como soy una persona blanca soy racializado, soy de «raza» blanca, aunque eso no exista.

Es un tema complejo.

Consciente de mi racismo, machismo, clasismo, etc, no sólo debido a ser «hombre heterosexual blanco», sino a estar educado en todo ello como toda persona de cualquier ámbito social, yo ya sólo me limito a mi propia actitud diaria, que no es poco, a intentar tratar a las personas como si fuesen personas, no personas blancas, negras, amarillas, a las personas como personas, no como hombres o mujeres, no como heterosexuales, homosexuales, pansexuales, bisexuales, a las personas como personas no como ricas o pobres, a las personas como personas, no como españolas, inmigrantes, emigrantes, africanas, árabes, francesas, «guiris», a las personas como personas, no como cristianas, ateas, musulmanas, animistas, a las personas como personas, no como viejas, jóvenes, guapas, feas… aun a sabiendas de que me es imposible, de que me resulta una utopía a la que dirigirme con paso cada vez más firme, pero con la consciencia de la impotencia para cambiar el mundo desde ahí. Quizá porque soy una persona masculina heterosexual blanca de clase media española y haga peligrar mi carga de privilegios o quizá porque soy una persona mayor, en ocasiones casi anciana, que no tiene fuerzas para luchar contra según qué tipo de molinos de viento.

La manada

Sencillamente:

No entiendo que no se apliquen las mismas penas en sentencias de violación o abuso hacia las mujeres que en las condenas de terrorismo.

Reúnen las mismas condiciones. Si no aún peor: yo jamás he sentido miedo en Euskadi (salvo por alguna intervención de la Policía Nacional) y jamás pensaba si alguien, algún amiga, alguna amiga, iba por allí que le podía pasar algo grave. Jamás me dio por pensar que a Carmen, por ejemplo, le iba a pasar algo por, pongamos, ir a una herriko taberna y no hablar euskera. Sin embargo, cada vez que Carmen viene tarde a casa pienso si habrá un tipo al que se le ponga en la descerebrada cabeza la posibilidad de violarla. No vivo con miedo y procuro impedir que ese pensamiento me paralice o me ciegue, pero está constantemente ahí. (Y sí, no soy mujer, así que no puedo ni imaginar…)

Y según escribo esto me doy cuenta de lo traicionero que es el lenguaje ¿»iba a pasar»?… ¡Pero bueno! Que te caiga un ladrillo es algo «que pasa», esto es algo que «se comete».

Hay terror permanente, interiorizado, asumido como «normal», tanto que se culpabiliza frecuentemente a la víctima de abuso o violación. Pero para mí es un delito no sólo de terror, o terrorismo sino verdaderamente un delito de odio. Se abusa de mujeres o se las viola porque son mujeres.

No obstante, hay muchos menos agravantes en los crímenes del machismo que en los de terrorismo o en los de odio: a una etnia, que nunca será la mitad de la población, a una religión, que no alcanza a la quinta parte de la misma…, pero hay casi un 50% de mujeres en el planeta que viven con miedo.

Y un elevado porcentaje de hombres que tenemos miedo de que a las mujeres de nuestro entorno les ataque algún colectivo criminal que quede prácticamente impune.

Es decir, más de la mitad de la población mundial vive asumiendo un miedo permanente, omnipresente… y no se endurecen las penas.

¿De verdad a alguien le parece «molesto» que haya manifestaciones contra «la manada»? ¿De verdad que se puede decir que hay feminismo «radical» en un escenario como este? ¿De verdad que hablamos de «linchamiento» público y nos referimos al que hace el feminismo por una exigencia que no acaba de ser satisfecha? ¿De verdad que parece razonable una condena de 9 años por un crimen de terrorismo y odio? ¿De verdad que parece suficiente que hayan cumplido una prisión preventiva de 2 años y puedan quedar en libertad condicional? ¿De verdad parecería suficiente si el sujeto víctima del abuso fuese, pongamos, un madrileño en Euskadi o Barcelona, o un vasco en Madrid, o un cura en Irán? ¿De verdad?

¿Qué más tiene que pasar?

Miedo a la hidratación

Pensé una frase «divertida», un pequeño chascarrillo y a continuación en la repercusión que tendría publicarlo en Facebook.

Justo en ese momento me entraron los siete males, de imaginar el aluvión de recomendaciones más o menos coercitivas de nutricionistas aficionados que ejercen las 24 horas al día.

No lo publico.
Sí, sí publícalo, pero prohíbe a cualquiera que te quiera decir qué tienes que hacer con tu vida.
Es demasiado duro andar prohibiendo comentarios por una cosa así.
Es verdad, no publico.
No, no me refiero a eso, mejor publica, pero no le des importancia a los comentarios.
Ya, pero es que es posible que incluso se enzarcen amigos o amigas en diatribas acaloradas por un chascarrillo.
Pues como quieras. No publiques.
Sí, sí, quiero publicarlo. Pero me da miedo.
Pero si es un tonto chascarrillo.
Ya lo sé, pero ¿crees que lo saben los usuarios y las usuarias de esa red social? ¿No lo tomarán en serio?
Quizá tú estás tomando demasiado en serio lo que puedan comentar.
Puede ser. Sí. Tienes razón. Lo publico y a ver qué pasa.
Eso, lánzate, así, con valentía.
Puffff… da miedito.
¡Venga ya!
Ya te digo. Pero sí, hoy voy a publicarlo. He pensado que cuando alguien comente, sea lo que sea, voy a darle al icono de la risita, sin ninguna otra explicación. Así, sin avisar. Me da igual el comentario que sea. Me río y punto. Risa demoledora. ¿Qué te parece?
Algo incorrecto, pues te estás riendo de la gente. Pero bueno, si te hace sentir más tranquilo…
No sé si más tranquilo, pero quiero publicarlo, sea como sea, para no sentir que estoy perdiendo libertad tan rápidamente como siento que la estoy perdiendo.
Esta conversación demuestra que la has perdido ya. No te resistas, adáptate a los nuevos tiempos.
Jo… Hoy pensaba que hace años era bastante punki y ahora soy más bien hippie… pero ambas tendencias están tremendamente trasnochadas.
Ya estamos otra vez. Ahora te meterás con los hipster.
No, no eso. Pero bueno… te dejo, que voy a publicar en FB ese texto tan rompedor como absurdo. ¡Y a ver qué pasa!

Me estoy hidratando.
¿Con agua o alguna crema?
No, no. Con hidratos de carbono.

Estrenando regalo de mi amigo «el colombiano»

Tenía que ser con un libro de primero de la carrera que compartimos y de la que él ha hecho su vida y yo un recuerdo.

No suelo usar prendas de cuero no llevar bolsos cartera que cuelguen de un lateral de mi cuerpo, por no descompensarme. Pero este regalo me hizo mucha más ilusión de la prevista si es que la ilusión se puede prever.

Puede que acabe por acostumbrarme a llevar un complemento tan útil como este para cargar mis libros y cuadernos ahora que la primavera impide que utilice los enormes bolsillos de mis abrigos.

mobiliario-urbano-antipersonas, de Natalia Auffray

Me encantó la forma en que Natalia Auffray tejió estas cuatro imágenes de este «sillón» urbano que, como ella, considero antipersonas. Si bien es cierto que con frecuencia es utilizado por marginales de esta sociedad de consumo.

Está situado en una calle por la que transito prácticamente todos los días, conectando la plaza Soledad Torres Acosta (lo que venía siendo «la de los Luna») con la plaza de Callao.

Ayer, volviendo de casa, no evité hacerme un autorretrato, de esos que ahora se llaman selfie, sentado en ella y enviárselo por mensajería telefónica, de esa que ahora se llama whatsapp.

Palimpsesto de Doris Salcedo en Palacio de Cristal

Al fin visité esta exposición de la artista colombiana Doris Salcedo creada ex-profeso para el Palacio de Cristal perteneciente al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Lo hice acompañado de Pablo, el hijo de mi querida amiga María, a través de cuyos ojos pude apreciar otra mirada, la del niño, a quien lo que más le sorprendía y atraía era pasear entre las letras, entre los textos… o subrayar que eran letras de hielo.

A mí me pareció interesante, pero demasiado ruido para tan pocas nueces. Las fotos dan fe de una instalación cuidada y estética, pero algo «demasiado museística» a falta de una expresión mejor que no encuentro. Sabiendo que proviene de la escultura quizá que me resulta más sugerente, pues parece, efectivamente, una expansión de la misma hacia el campo de la poesía, del texto… un texto que se hace tridimensional, casi como la poesía transitable del grandísimo Joan Brossa.

Por momentos, habría preferido una instalación «menor» en un lugar menos grandioso y festivo como el Palacio de Cristal en mitad del Parque del Buen Retiro. Quizá eso mismo habría eliminado la necesidad de las colas de espera y se habría, incluso, podido exigir el caminar descalzo. Pero se habría perdido, lo sé, el efecto del cristal, de esa luz tan indescriptiblemente bella que tiene el edificio acristalado.

Presentación La Memoria de las Hojas

Ilusionado, hoy acompaño a Susana Recover en este evento presentándola, prologándola. He ayudado a su creación desde el primer momento, aquellos lejanos años de primeros del siglo XXI, cuando se acercó a mi entonces inexperta mano de coordinador de Talleres de Poesía. Creyó en mí. Ahora, muchos años después, su primer libro ve la luz.

Ha seguido creyendo en mí para ayudarla en el proyecto, para poner en marcha su andadura, para estar a su lado en la presentación en sociedad del libro. Y me hace feliz saber que, gracias a mi trabajo, poco a poco, pero inexorablemente, hay más poesía en el mundo. Por supuesto, también gracias a su trabajo, a su creatividad, a su constancia, a su mirada y a su poesía.

Dejo el prólogo aquí pero ya está en el libro:

Prólogo de Memoria de las Hojas

Un rastro de tu aliento
que rueda en mi piel:

un poema.

Instantes. Susana Recover

Se impone silencio. Habla el corazón. Un corazón entre los dedos y unos dedos de pura intuición. Se regala espacio en blanco a la orilla del mar. Se propone lectura liberada de normas para escritura liberada de vuelo de ave en medio del cielo. Se buscan palabras a ras de suelo aunque sean malévolas y escurridizas. Se ofrece poesía con el peso de unas botas, un bebé de cinco kilos o un torrente de memorias.

Todas estas aventuras se encuentran en las letras de este delicado poemario que Susana Recover ha venido produciendo desde hace más de una década.

A principios del milenio en curso, se acercó a uno de los talleres de poesía y escritura creativa que proponemos en la Asociación Cultural Clave 53 y, al menos desde entonces, me consta, Susana no ha dejado nunca de escribir. Con más o menos facilidad, ha encontrado huecos para no cesar su rayo de palabras, para continuar satisfaciendo su necesidad de ser poeta. Avatares varios que nos cuenta sutil en estas líneas, con la sinceridad y la honestidad de una poesía íntima y desnuda, carnal y visceral, pero con la ternura modulada por una inteligencia creativa y consciente.

En la poética de Recover se puede encontrar aunada con habilidad una poesía sintética, sencilla, donde podemos rastrear lejanas influencias de realistas sucios, pero también de Wislawa Szymborska, junto a un enfoque analítico, descompositivo, casi constructivista que profundiza una mirada compleja a un entorno en constante evolución y al que se adapta con energía y sabiduría.

Carente de pretensiones esteticistas, pero con un claro interés por la palabra poética en su más pura forma, parece una poesía fácil, casi simple, sin serlo en absoluto. Es una poesía elaborada y que surge no sólo de estados emocionales temporales sino de una voluntad firme de generar versos. Voluntad que se nutre de servir de ejemplo, entre otras cosas, a su hija Irene, a quien le regala la dedicatoria de este libro, aunque quizá no tiene en cuenta que ha sido ella, Irene, quien le ha regalado a ella, Susana, la exigencia de escribirlo y con ello regalárselo a todo lector que se acerque a este texto.

Tras varios años de silencio había sido requerida por su hija para explicarle por qué no había escrito ya el libro que tenía en mente escribir. Pero la pregunta no tenía excusa, como bien saben el Bukowski de «Aire, luz, tiempo y espacio» y la autora, lectora de este maldito norteamericano, así que tan sólo había postpuesto lo inevitable: cerrar este capítulo gestor, redondear lo necesario para terminar el libro para el que llevaba goteando poemas desde hacía tres lustros.

Después de recorrer los cajones electrónicos y analógicos en busca y captura de sus antiguos escritos, afrontó la tarea de completar lo hallado con nuevas producciones que fue vertiendo durante varios meses del 2016, alcanzando cotas de calidad fruto posible de la madurez como persona y poeta.

Durante estos tiempos de trabajo, he tenido el placer de ir recibiendo el material trabajado y darle forma, una forma compleja, difícil de adecuar a una poesía libre y pausada, equilibrada, de verso corto y denso, sin florituras ni artefactos líricos, que no recargue una composición tan contenida, pero no por ello incapaz de convulsionar el motor de la emoción.

Muchos de sus poemas no tenían título así que en la edición hemos apostado por dejar un sugerente indicativo de lo que podría haber sido, apenas legible, en un gris claro casi blanco, entrecorchetado y en cursivas.

La separación en secciones no es en absoluto arbitraria y nos habla de la multitud de motivos de la poesía de esta autora que se reparten a lo largo y ancho de las visicitudes de una vida y un planeta, a ambos lados de un charco llamado océano, de Binigaus, Choroní a Córdoba o Rascafría.
Por supuesto, no podía faltar una sección dedicada a Irene, esa perla que, como decíamos antes, ha incubado en cierto modo la voluntad de nacer de este libro, que incluye algunas de las más antiguas composiciones de Susana Recover.

El poemario se cierra con una delicadísima sección de Instantes, el aware asombrado de un haiku, sobrecogimiento austero y emotivo, con una certeza y un anhelo: tras la última palabra, silencio y tras ese silencio, vendrá otro libro.

Esto no es una broma