Car2go

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Ya me he dado de alta con Car2go. Quizá porque pensaba que me podía ser útil y, definitivamente, porque creo que la forma en la que la ciudadanía debe desplazarse por un lugar tan hiperpoblado como Madrid (o cualquier otra ciudad que sobrepase el millón de habitantes) debe cambiar con urgencia para mejorar la calidad de vida y, también, sí también, para aumentar la eficacia de los desplazamientos.

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No obstante, sigo sintiendo que esta ciudad en concreto es pequeña y caminable, lo que hace que el uso de coche, incluso de este tipo de coches, es algo ineficaz de por sí. Y lo voy comprobando poco a poco:

Gestioné el alta hace casi un mes y lo he usado en dos ocasiones, y esforzándome, después de un frustrante primer intento en el que no logré que se pusiese en marcha el vehículo. Parece ser, después de la llamada de rigor al servicio de atención al cliente, que tienen algo de truco, pues no siempre arrancan a la primera, a pesar de que se sigan a rajatabla las indicaciones.

No me di por vencido y volví a intentarlo, entre otras cosas porque en con el alta, que cuesta 9€, te «regalan» 15€ en minutos para practicar y no protestar (ahora comprendo). El sábado de la semana pasada, Carmen y yo fuimos a la exposición de una alumna mía (Kay Woo) en el Museo Tiflológico de Madrid, que está situado en la calle Coruña, cerca del metro Tetuán. Una obra fantástica, un museo formidable y una alumna… magistral.

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Dado que la línea 1 no estaba operativa, el trayecto que habríamos hecho habitualmente, desde nuestra vivienda en el centro de Madrid hasta allí habría sido mucho más complejo que un simple GranVía-Tetuán. Caminando es una tiradita y en autobús la combinación es casi imposible o tarda cerca de una hora. Debíamos haber optado por un transbordo haciendo la combinación Noviciado-Cuatro Caminos (L2) X Cuatro Caminos-Tetuán (L1).

Es decir, que nos decidimos a retomar el intento de gastar los 15€ que tengo en mi cuenta de Car2go y buscamos un coche cerca de nuestra casa.

He aquí uno de los primeros inconvenientes de la app para quienes vivimos tan céntricos como nosotros: en la zona centro casi no hay coches disponibles nunca en un radio de menos de 10 minutos, lo que hace que sea muy poco práctico para nosotros, puesto que en esos 10 minutos ya estamos muy cerca del destino, eso teniendo problemas de transporte, como era el caso.

Excepcionalmente, siendo sábado por la mañana, había un vehículo a unos 7 minutos caminando.

Tras unos breves y torpes comienzos, conseguí ponerlo en marcha, ya sabiendo que había que llamar desde dentro del coche si había algún problema y nos pusimos a conducir.

El coche se conducía bien, eléctrico, hace poco ruido, pequeño y manejable y las velocidades que maneja son las adecuadas para tráfico urbano, así que sin ningún problema llegamos en unos 30 minutos, tras aparcar en un lugar permitido de los de zona verde sin restricciones de aparcamiento por carga-descarga.

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Por supuesto, con mi falta de experiencia conduciendo por ciudad, hacerlo un día de diario con mucho tráfico no se me pasa por la cabeza, pues la cantidad de estímulos que aparecen en la conducción me parecen un contraestímulo para el deseo de conducción, pues noto la probabilidad de ser afectado por alguno de ellos: Pequeños accidentes, rozaduras, abolladuras, frenazos, infracciones de reglamento…

A pesar de que se reduce enormemente la responsabilidad con respecto a la que hay que tener al usar un coche en propiedad, no deja de ser exigible una responsabilidad de conductor que me parece una pérdida de libertad de opciones (por ejemplo, limita las posibilidades de ingerir bebidas alcohólicas, entre otras cosas).

No quiero ni pensar en las posibles pesadillas que pueda ocasionar el ser «responsable» de algún desperfecto en el vehículo, directamente o no, causadas por la conducción o no apreciadas y correctamente verificadas al aceptar el uso del mismo. ¿Qué pasa si, en un despiste, aceptaste que el coche no tenía ningún daño y tras el uso que haces del mismo, el siguiente usuario reporta un nuevo daño? ¿Se te imputa el mismo?

Ayer, volvimos a hacer uso del tiempo remanente (ya sólo me quedan 14 minutos) viniendo desde las proximidades de la calle General Rodrigo, donde fuimos a hacer unas revisiones oftalmológicas y dermatológicas para Carmen (su dermatóloga es extremadamente guapa y simpática, sin que venga en absoluto a cuento) y aparcando casi en nuestra misma calle, en la esquina de Corredera Baja de San Pablo con Loreto y Chicote, pero aquí viene el otro gran inconveniente del uso para nosotros, habitantes del centro centrito centroso de la ciudad: Tardamos cerca de 10 minutos en buscar aparcamiento. Seguramente, si el uso de estos vehículos se extiende, resultará mucho más sencillo encontrar sitio, pero actualmente, es uno de los que considero problemas principales.

Habríamos tardado bastante menos en venir en Taxi, costándonos, quizá, tan sólo 2 euros más de lo que nos habría costado el viaje en car2go, que ascendió a unos 4€ (20 minutos). En autobús habríamos tardado 10 minutos más y nos habría costado (entre los dos) 2,40€, sin preocupaciones de ningún tipo, andando, por cierto, nos habría costado… uy, nada, con tan sólo 15 minutos más, que los podríamos haber recortado al tiempo que le dedicamos al cuidado de la salud, al gimnasio o a cosas parecidas, en bicicleta, salvo muerte ocasionada por la dificultad intrínseca que tiene esta ciudad para circular de esta manera, nos habría costado los gastos de la bici… y el mismo tiempo o, incluso, 5 minutos menos.

En resumen y de momento (seguro que cambiará mucho, pero mucho mucho, con la llegada de los vehículos autodirigidos, que está por despegar de la mano de los google-car y semejantes), mis preferencias para este tipo de transporte por la ciudad viviendo donde yo vivo (esto es crucial, pues no es igual para todo tipo de personas, ni por ubicación, ni por hábitos de vida, etc) son las siguientes:

  • Transporte preferido para distancias menores de 3 Km: Peatón, sin dudarlo. Tardo menos de 30 minutos en ese recorrido, disfruto de una actividad física, intelectual, absolutamente no contaminante y que estimula la comunicación, el disfrute del ahora y reduce los riesgos de accidentes, amén de reducir también el consumo innecesario, incluso, el de gimnasios.
  • Transporte preferido para distancias mayores de 3 km: Metro, salvo las excepciones en las que el autobús cubra la ruta de manera más directa y además no sea horario de alta concentración de tráfico. Poca contaminación urbana (no nos engañemos, el consumo de energía se produce, pero los residuos ocurren o pueden ocurrir a distancia de la ciudad, en las correspondientes centrales térmicas), reducción de riesgos de accidente, alto control del tiempo de llegada para evitar impuntualidades, disponibilidad de tiempo para descansar mientras se lleva a cabo el traslado pertinente e, incluso, posibilidad de concentrarse en la comunicación, aunque sea no verbal, con otros seres humanos en las mismas condiciones.
  • Transporte preferido para urgencias: Taxi, salvo que el flujo de tráfico no lo aconseje como opción haciendo más rápido el transporte bajo la superficie, o que el precio sea excesivo, en cuyo caso pueden barajarse otras alternativas (pero desde el centro de Madrid hay tantas opciones de movilidad que es casi imposible no encontrar otra opción rápida).
  • Transporte preferido para disfrutar de las vistas: Peatón, otra vez, salvo que se deseen recorrer largas distancias, en cuyo caso, en Madrid, está la estupenda opción de los autobuses urbanos (EMT, no confundir con EMT).

¿Cuándo, entonces, usar el car2go?

Bufff… pocas veces, seguramente, será la mejor opción para moverse por la ciudad hacia o desde mi casa, pero es posible que, en alguna ocasión, desde alguno de los destinos donde imparto clases particulares, como la zona de Pirámides, tenga que desplazarme a otra zona de condiciones parecidas, amplias calles, comodidad para aparcar, baja densidad de opciones de transporte público subterráneo directo, dentro de la M30 (restricción que actualmente tiene car2go), etc.

¿Y la bici?

Ni de coña. Sigue pareciéndome un mal transporte para una ciudad como Madrid (todo, por supuesto, de momento), debido a razones urbanísticas, sociales, etc. Ya escribí un artículo sobre el uso de la bicicleta en Madrid y sigo opinando lo mismo: son para irresponsables o para amantes del riesgo. No soy ninguna de las dos cosas.

En conclusión, seguro que este artículo quedará obsoleto en menos de dos años, así que no es importante ninguna conclusión pues en absoluto será concluyente. Y mi capacidad para prever el futuro está bien descrita en mi suposición (hace 20 años) de que los teléfonos móviles no iban a triunfar en España.

La movilidad en las ciudades está cambiando vertiginosamente, se adivinan tiempos en los que los coches privados dejarán de ocupar el enorme espacio que ahora ocupan, que aparecerán nuevas formas más optimizadas de desplazarse por el espacio urbano, que puede que acaben por convertir las ciudades en lugares más agradables y habitables.

Tras ese gran cambio, o simultáneamente, vendrá otro en los trayectos de medio o largo recorrido, convirtiendo la posesión de un coche en algo tan obsoleto como la posesión de una carroza o un caballo, o un CD. Y seguro que veré ese futuro.

Estrumpir

estrumpir: De estrumpido. 1. intr. Sal. Hacer explosión, estallar, meter ruido.

Qué simpático que la casi única palabra que contiene trump en el diccionario de la lengua española de la RAE tenga esta acepción.

Ya parecen las aguas volviendo a su cauce y la población comienza a hablar de otros temas, como si existiesen otros temas. Pero sigo nervioso por las consecuencias, principalmente internas, que puede acarrear el hecho de que se haya elegido a un xenófobo explícito, a un machista explícito, a un «inpolítico» explícito. Mi amiga Mythreyi sigue viviendo en EEUU y sé que para ella a partir de ahora (ni siquiera hace falta que este señor alcance la casa blanca) la vida allí será peor dado su color de piel, su procedencia india, su religión.

Hay algo en el planeta que no está funcionando muy bien… como lo es el hecho de que Belén Esteban sea una celebridad. Pero es lo que hay. Y, afortunadamente, hay otras muchas cosas que no están a esa altura.

No comprendo la muerte

No abrazo la separación del cuerpo y el alma.

No ciño con los brazos la interrupción de la vida conyugal por conformidad de las partes o fallo judicial, sin que quede extinguido el vínculo de aquello que tiene extensión limitada, perceptible por los sentidos y el principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida.

No rodeo, ajusto o aprieto la cintura, el cuerpo, el vestido u otra cosa con los miembros del cuerpo, que comprenden desde el hombro a la extremidad de la mano, la suspensión de la fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee perteneciente o relativa a los cónyuges por simetría y debida proporción entre las partes que componen un todo de las porciones de un todo o decisión tomada por persona competente sobre cualquier asunto dudoso o disputado perteneciente o relativo al juicio, a la administración de justicia o a la judicatura, sin que cese, termine, acabe fallecido la sujeción de los bienes, con prohibición de enajenarlos, a que sucedan en ellos los parientes por el orden que señala el fundador, o al sustento de institutos benéficos u obras pías de aquello que está en precisión de hacer algo u ocuparse en ello con preparación para examen microscópico, generalmente de sangre, exudados o cultivos bacterianos, en la que estas sustancias se disponen sobre un portaobjeto con ayuda de otro, de manera que forman una capa muy fina y escaso, que se puede comprender o percibir por cada una de las interpretaciones que puede admitir un escrito, cláusula o proposición y el punto que se considera como primero en una extensión o en una cosa que da estilo o modo de expresar las ideas y establece o reforma para lograr un fin, coordinando las personas y los medios adecuados, el sistema que considera el mundo corpóreo como formado por agrupaciones de elementos simples, realmente inextensos, y cuyo fondo esencial es la fuerza; de suerte que los fenómenos corpóreos resultan del choque de fuerzas elementales, y se reducen en definitiva a modos del movimiento perteneciente o relativo a las funciones vitales básicas inconscientes, pertenecientes o relativas a las sensaciones producidas en los sentidos y especialmente en la piel y dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras de la unión del alma y del cuerpo.

Bob Dylan sí o Bob Dylan no

Esa no es la cuestión.

Bob Dylan ha obtenido el Premio Nobel de Literatura 2016.

No conozco muy en detalle al propio Bob Dylan. Sé, como curiosidad, que su nombre está inspirado en Dylan Thomas (aunque en ocasiones haya sido afirmada otra cosa).

No sé, en concreto, si escribe libros de poesía. Conozco su música. Algunas de sus celebérrimas canciones.

Y aquí comienza el quid de la cuestión:

¿Es una canción un poema?

Hoy tengo una clase de Introducción a la Poesía Contemporánea. De hecho es el primer día dedicado a ella. Y de las primeras cosas que aclaro es qué es eso de la contemporaneidad, donde nos metimos de lleno desde mediados del siglo XIX de la mano de Charles Baudelaire (en EEUU haría algo similar Walt Whitman).

Se rompe con el criterio objetivable de una academia que decida qué es poesía (siempre circunscritos a la evolución de la literatura «occidental«) o qué es belleza «clásica«, lo que venimos en conocer como «canon«, pero entendiéndolo como diferente de «moda».

(Nota: Sería interesante saber por qué no se otorgan Premios de Literatura a Poetas Orales, que haberlos hailos. Quizá, aventuro, una mirada eurocentrista sobre qué es la literatura pueda tener algo que ver con ello)

A partir de ese momento, un poema lo es porque una persona afirma que lo es. (No hablo de su calidad, que ahora reposará en otros baremos)

Así, si yo digo que

A

es un poema, lo es.

No porque lo diga «yo«, sino porque yo «lo diga«.

La importancia no estriba en el yo, sino en la intención.

No es un tema de justicia, sino de criterio. No me importa a qué poeta o escritor le dan un premio, pero si un cantante (que no ha escrito poesía) es reconocido como poeta o escritor, se abre una peligrosa ventana al sinsentido: ¿por qué no un cineasta? ¿por qué no un (buen) político? ¿músico? Hay cineastas/músicos/políticos que han influido enormemente en la cultura popular o en la «alta» cultura. Por mí que le den el premio a quien sea… pero no por ello pasará a ser escritor y no: una canción no es un poema, ni un poema es una canción. Esto tiene que ver con la contemporaneidad y la necesidad de criterio subjetivo/intención creativa para sustentar una creación contemporánea. Pero la Academia es, como le corresponde: académica. Así que está generando, con este premio, un muy cuestionable criterio objetivable que retrotrae decisiones como estas a periodos pre-Baudelaire, o quizá dinamitan los criterios en un intento de postmodernidad, a mi entender, mal comprendida.

Como único comentario en una red social, apunté la frase: «Soy más de Leonard Cohen«, donde, subyacentemente, estaba dejando claro que, amén de cantante, Mr Cohen ha escrito una abundante obra puramente literaria, poética, que por cierto me encanta. Podía haber hablado del polifacético (adorable) Luis Eduardo Aute, escritor, cineasta, pintor y cantante, sí, también cantante.

Se puede decir que un músico no «escribe», mientras que un «letrista» de canciones sí, pero es un desplazamiento de la cuestión, puesto que podría entenderse «escritura» de una manera mucho más abierta de lo que lo es ahora mismo, muy fácilmente, abierta esta puerta.

¿Resulta un problema que una canción sea considerada un poema?

En realidad no resulta ningún problema. Es más, tampoco me parece ningún problema que un discurso político sea considerado un poema, ni que una pulsera de lana sea considerada un poema. Es más, cualquier cosa, CUALQUIER COSA, puede ser un poema. Esta, de nuevo, es la cuestión: lo único que quedaba para decidir qué era un poema era la voluntad (abierta) de declararlo como tal.

¿Bob Dylan se ha declarado POETA? ¿Ha reclamado sus canciones como poemas?

Sinceramente no lo sé, ni me importa: No es la cuestión «Bob Dylan», la cuestión es
¿Canción=Poema?

El sábado pasado tuve la primera «discusión» sobre el tema, comenzando por la adjudicación del Premio Nobel a Orhan Pamuk hace tiempo, en la que se consideraba por uno de los participantes una mala elección.

No defendí a Orhan Pamuk, sino que cuestioné la imposible «justicia» que algo como un Premio Nobel puede realmente hacer. Se trata de elegir un «escritor» de entre los millones que hay vivos del que afirmar que «es el mejor«. No hay forma de que esta decisión pueda ser llevada a cabo sin un alto grado de aleatoriedad, en el mejor de los casos, cuando no por influencias político-sociales inevitables.

(En un momento dado, incluso, de la conversación, se habló de la pertinencia o no de otorgar un premio como este a un individuo en los casos como la física, la medicina... donde sin un equipo detrás ese premio individualizado no se habría conseguido jamás. Pero esto desborda el debate, así que lo aparto para otra ocasión.)

Pero el caso de Bob Dylan es de otra dimensión, se trata de desdibujar lo que entendemos por escribir, por poesía, en un intento, posiblemente, de ganar visibilidad (lo que no me viene mal del todo) asignando el premio a una persona cuyas canciones han influenciado (¡han influenciado!) a los poemas (poemas) que inspiradas en ellas se han escrito.

En realidad, lo que sí me molesta de la adjudicación del premio a un cantante por ser cantante es que en esa aparente «ruptura de fronteras» entre poesía y canción, lo que veo es un oportunismo galopante, en especial de una Academia Sueca que ha logrado lo imposible: que se hable de poesía, aún sin saber nada de los procesos por los que ha pasado hasta llegar a donde está.

Me encantaría (no dudo que así sería si no fuese por un tema económico/prestigioso) que el señor Dylan declinase aceptarlo por decir alto: SOY CANTANTE, no poeta. Y a continuación saldría con él a la calle a solicitar la inmediata pertinencia de Premios Nobeles para Músicos, por ejemplo.

No tengo nada (¿cómo podría?) contra el intrusismo. Faltaría más. Me parece que nunca la creación artístico/poética ha estado más al alcance de ser realizada por cualquiera y eso es algo que estimulo y me apasiona. Pero a partir de esa misma posibilidad (relacionada, insisto, con la contemporaneidad) llevamos asociada la responsabilidad ética de la declaración de la intención, que se manifiesta en una postura coherente o discurso del artista.

En caso contrario, quiero que todos mis poemas sean considerados, a partir de hoy mismo, como cualquier cosa en función de aquella para la que pueda obtener mejores réditos, económicos, propagandísticos, publicitarios… según vaya viendo en el proceso. Esto no es intrusismo: es oportunismo. Y no me gusta.

Que la gente (mucha) opine que una canción es un poema… venga, vale, pues que opinen lo que quieran. Quizá por esto había evitado esta bala antes y me había ahorrado la discusión en un medio tan público como Facebook para airear mis opiniones que pueden ser tachadas de snob o elitistas, cuando en realidad no tienen nada que ver con eso.

Pero esa opinión ha de ser llevada a las últimas consecuencias: aceptar candidaturas a Premios Nobel de Literatura para políticos, músicos, bailarines, dramaturgos, guionistas, directores de cine, fotógrafos… pues también manejan «lenguajes» y resultan altamente influyentes en los poetas posteriores, quizá, seguramente, mucho más que los aburridos literatos que suelen ser premiados sin pena ni gloria.

Son ejemplares personas como John Cage, cuya música podría no parecerlo, pero él sabe que lo que está haciendo lo es porque él dice que lo es. Marcel Duchamp, Joan Brossa, Baudelaire, Rimbaud… y un largo etcétera de grandes y conocidos y muchos otros menos conocidos, como mi querido amigo Iván Araujo, pintor y grabador o el inigualable Isidoro Valcárcel Medina.

Pero sigo sin censurar en modo alguno al afortunado o desventurado Bob Dylan. Porque esa, esa nunca fue la cuestión.

Ayer cené en un restaurante coreano

Gayagum

Kay Woo, una de mis alumnas, propuso un lugar agradable coreano de comida de calidad y con un buen precio que acordó con los dueños del restaurante.

El sitio en cuestión se llama Gayagum y está en el céntrico barrio de Ópera, en la Calle de Bordadores número 7. Es más que recomendable para degustar una comida a la que estamos (occidentales) poco acostumbrados, pero que resulta diferente a las habituales, ya, comidas chinas o japonesas.

Ayer, con mi familia, comí en un restaurante italiano en la cabecera de Gran Vía. Hoy, Iván Araujo tiene pensado invitarme en otro italiano (hay mucha comida diferente en Italia, así que no hay problema de repetición) aunque puede que terminemos en un japonés que adoro llamado Restaurante Ayala Japón.

Me gusta la comida oriental… como si fuese poco.

Hace décadas conocí la comida china de manos de mi propia madre, quien experimentaba cuando yo tenía la tierna edad de 14 años, para delicia o sorpresa de sus amigos, que fueron invitados a comer con palillos… sin opción a tenedor.

Me parece deliciosa la comida tailandesa si bien el picante excesivo me taladra mis desacostumbradas papilas gustativas, la comida vietnamita, que poco a poco voy conociendo, es suave y cálida, como una sonrisa.

Hablamos de comida china como si fuese una sola, pero cada vez más la diversidad se da a conocer y nos abre el abanico de posibles descubrimientos culinarios.

En la calle luna hay un «restaurante chino» que procura aclararte que se trata de un tipo de comida de una región característica de China (recuerdo para navegantes: una de cada 4 personas es china), mientras que se abren otros lugares con otras ofertas culinarias, como una fondue china, que es un caldo especiado en el que se va comiendo carne cocida o verduras.

Me emociona pensar que, desde aquellos tiempos en los que comer pollo con almendras o cerdo agridulce con palillos a estos momentos de variedad casi ilimitada, he pasado por varios sabores sorprendentes y me quedan muchos aún por descubrir. El mundo es grande y un viaje inagotado es el de la gastronomía.

¿Qué comeré mañana?

San Juan

Hoy es San Juan.

Hace años yo solía salir por la noche madrileña
a saltar hogueras improvisadas y algo canallas
que se alimentaban de cualquier mueble antiguo
en las plazas del centro.

Recuerdo una especialmente con amor
en Plaza del Dos de Mayo
con mis amigas Sylvia
y Elena
a la que había venido una amiga
de Mithreyii
cuyo nombre no recuerdo
cuyo nombre no sabría escribir.

Salté por encima del fuego
quemándome parcialmente las deportivas
deseando seguir deseando.

Amaba y amo.

Hoy es San Juan.

Ayer no salí a ninguna hoguera
y no salté por encima de ninguna improvisada
llamarada
y podría culpar a la instituicionalización
o al hecho de que se fue prohibiendo
por descontrol
ese tipo de eventos que hacían de la noche madrileña
un lugar mágico donde cualquier cosa podía pasar.

Pero amaba y amo.

Ayer no salté
el fuego incombustible de la voluntad ciudadana
porque no me apeteció
y no le doy más vueltas.

Hoy es San Juan.

Alicante está ya en el olvido del origen de mi nombre
cuando Queralt me renombró
bajo las mangueras bomberiles
y el amor en la playa de San Juan
era matemáticamente incomparable
hasta que matemáticamente lo fue.

Soy es San Juan.

Amaba y amo.

Amo.

Y, seguramente, amaré.

La libertad de la performance

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El sábado presenté la acción ¿Y si mi cuchara es un tenedor? en el V ENCUENTRO Artes Vivas y Efímeras que convocaba Ana Matey en el centro de creación Matsu.

El trabajo que mostraba trataba sobre la libertad, sobre esa resistencia a aceptar la obligación, el dictado, la norma. Y su reverso más liberador: la creatividad, la realización como demostración de que todo es posible; la cuestión siempre es el cómo.

Tras una sucesión de acciones de diferentes enfoques, realizadas por Analía Beltrán i Janés, Pedro Déniz, Giusseppe Domínguez (yo mismo), Sofía Misma, Georgina Marcelino, Blanka Palamós i Claramut con su pareja y su bebé, Elisa Miravalles, Anna Bonfill, Eva Rodríguez, Blanco&Roja (Alba Blanco+María Roja), Nieves Correa, Abel Loureda y PACK Performance Art Company compuesto por Xirou Xiao, Xiaozhen Mao, Meng Meifu, Shihua He y Analía BiJ, cenamos en estupenda armonía una variedad de platos que cada cual había aportado con sus mejores intenciones y sin la menor problemática asociada a las dificultades habituales que últimamente pueblan cualquier evento gastronómico.

Acabó estupendamente, con un ambiente ameno y divertido, como suele terminar este tipo de eventos y me volví a casa (traído generosamente por una recién conocida documentalista) con una enorme sonrisa que no sabía muy bien explicar hasta que la contrasté con otros eventos de los que suelo volver agotado (no sólo tango).

El sábado, por encima de todo, primaba la libertad. Una libertad que se respiraba en un Epojé (del griego ἐποχή «suspensión») que casi hacía mi propuesta innecesaria, por falta de contexto. Pero también estaba presente en la creación variopinta, sin censuras, por placer, por onanismo, casi, pero sin desconsideración egocéntrica mediante, salvo la justa y necesaria.

Tuvo un colofón «discotequero» en el garaje/cobertizo del lugar con bailes bajo la acertadísima musicalización de Les Inspecteurs, donde cada cual movía su esqueleto como le venía en gana, sin pensar en técnicas, ni en calidades, ni en niveles, ni en nada que se le parezca. Cada cual ejercía la libertad de moverse bajo los estímulos recibidos sin otra premisa que la de dejarse afectar por la música.

libertad como bandera,
objetivo y método,
propuesta de partida y punto de llegada

libertad de acción
de las acciones y de las palabras
libertad de culto culta
libertad
libertad en todos los sentidos consentida sin consentimiento innecesario
libertad
liberadora

libertad en potencia y acto
libertad de verbo y gracia
libertad agradecida y agradecimiento
por generar espacios
donde la libertad
lo sea todo
y lo permita todo
pues sólo en libertad
concibo amor
concibo humano
concibo ser (llamémosle existir)
concibo concebir
concibo amar
concibo la felicidad

Afortunadamente, sé rodearme de quien al rodearme no me encadena, sino que abren veredas para que siga explorando el infinito universo de la vida.

Beat Attitude

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El domingo compré vía Amazon un libro de poesía Beat titulado Beat Attitude que dice ser una Antología de mujeres poetas de la generación beat.

Es verdad que hay un sesgo habitual en la edición de poesía (entre otras cosas) por el que las mujeres suelen acabar siendo ninguneadas y las antologías de mujeres están haciendo un intento de poner en su lugar a una enorme cantidad de voces acalladas, o ignoradas.

Es verdad que muchas de ellas deberían estar recogidas como las grandes autoras que son o fueron y no se conocieron, ni aún se conocen.

Es verdad que hay otros sesgos, y no sólo el de género, como el social o el geopolítico: se conoce poco de poesía africana, por ejemplo, o poetas prostitutas, por no hablar de poetas inmigrantes… cuya visibilidad también, en algunos lugares, está ganando algo de la que no tenía.

Este curso he dedicado un par de meses a poetas femeninas sobre el cuerpo con una antología titulada EL PODER DEL CUERPO: ANTOLOGIA DE POESIA FEMENINA CONTEMPORANEA, pero me pareció una pérdida de tiempo, más allá de visibilizar algunos temas que habitualmente no son tan comunes, sin embargo, la calidad de la edición desmerecía el resultado y el carácter excluyente hacía que no apareciesen otros temas (quizá por ser considerados viriles en demasía). Por cierto y como anécdota, sólo acudieron hombres durante este tiempo. Las mujeres del taller dejaron de venir justo en este momento. Pero fue casualidad, supongo.

Pero también es verdad que me he sentido presionado por el ambiente a incluir poetas que no conozco, por criterios puramente sociales y no literarios. Está claro que la literatura (y su divulgación) no viven «fuera» de la sociedad, así que igual ha llegado el momento de ir dejándome socializar para acercarme a una realidad poética invisibilizada y demandada socialmente, pues sí que hay tendencia a reducir esa brecha (más allá de las estúpidas declaraciones de «Chus» Visor) y no debo quedar al margen, ignorar esa voluntad popular ni desoír sabios consejos cuando los recibo.

Pero.

Pero también es verdad que se puede caer en un extremo peligroso que es el de agrupar a los poetas por sexos, o las exposiciones de arte o los cursos de danza, hasta el punto de excluir la presencia de varones por no tener lo que hay que tener. Sé que la discriminación positiva puede ser una forma de contrarrestar una situación de injusticia en la que se está llevando a cabo una discriminación, pero abusar de la misma conduce a lo mismo, a discriminación (no de unos frente a otros, sino a discriminación en sí).

Me preocupa elegir poetas tan sólo porque sean mujeres. Yo no las conozco. Debo reconocer que no he hecho esfuerzos por conocerlas y quizá haya llegado el momento en el que deba hacer ese esfuerzo: tengo pendiente a Gertrude Stein, una figura clave en la literatura y el arte y de quien no he leído nada relevante, tengo pendiente incluir en el próximo curso de iniciación a la poesía contemporánea algunas poetas relevantes (desde el punto de vista formal, no por ser mujeres) de finales del siglo XIX, aunque cuesta encontrarlas, pues las relevancias también las daba el hecho de que eran mujeres y eso las opacaba, las ninguneaba, las hacía menos influyentes que sus contrapartes.

Hoy leyendo sobre G. Stein me encontraba con la curiosa anécdota de que, durante las sesiones parisinas de los sábados que ellas organizaban, su pareja, Alice B. Toklas reunía a las esposas de los participantes en otra habitación, mientras los hombres, y Gertrude, hablaban de literatura, de arte… etc. Hoy en día se la reivindica como una de las más acertadas luchadoras por la igualdad, pero esa separación, esa discriminación, se producía, ellas la producían o participaban de la producción de la misma. Esa irrelevancia femenina en la cultura no es sólo culpa/responsabilidad de los hombres, de mí, sino de un hetero-patriarcado que ha dominado y domina casi todos los ámbitos sociales donde se produce el hecho artístico o cultural, entre otros.

El otro día, después de haber comprado este libro visibilizador, me fui presionado a sentarme en un evento social con los hombres, como suele venir siendo habitual cada vez que en casa de mi familia se reúnen con primos y primas, tíos y tías. Obviamente, no es plato de mi devoción, hasta el punto de que reusé preguntando, casi ferozmente, ¿se va a hablar desde la punta de la polla o desde la vagina?

No veo ninguna justificación para esta separación por sexo/género y espero que, en el futuro, esa separación sea absolutamente abolida y, si me apuran, hasta perseguida. (Ni hablar de religiones de las que habitualmente campan por estos lares, monoteístas, sexistas, etc…)

Encontrarme comprando libros de poetas femeninas por ser mujeres no me acaba de convencer, pero si esto ha de ser un trámite de un proceso que las visibilice y normalice hasta el punto de que luego sean incluidas en antologías de poesía sin tener en cuenta su sexo/género, me parecerá un mal menor y, espero, transitorio.

Lo que deseo es que este tema esté ya superado (como yo creo tenerlo, sin olvidar ni menospreciar sesgos precondicionados) y poder valorar las creaciones poético-culturales por la coherencia, por su compromiso, por la responsabilidad ética del artista, por lo que sea, excepto por circunstancias sociales extraculturales (si era mujer, si era hombre, si era inmigrante, blanco, negro, pobre, rico…), si es que eso puede existir.

El sentido evolutivo de la música

Blanca Torres que lleva el programa Cartas de Afrodita de RNE y a quien tengo el gusto de conocer gracias a otro hedonismo practicado habitualmente en pareja llamado Baile del Tango, formulaba ayer la pregunta en FaceBook de si pensamos que la música tiene algún sentido evolutivo.

A mí, que nunca me acaban de quedar las cosas claras, me entró la duda de si refería como especie o como qué, en referencia a ese evolutivo/evolución. Me lo aclaró diciendo que se refería a si es relevante desde un punto de vista biológico para nuestra supervivencia y evolución.

Me quedé pensando y le pedí tiempo para fraguar una respuesta que fuera un poco más allá del «pues a mí es que me gusta mucho, así que sí… claro…»

Unas horas después, otro conocido del mundillo del Tango (José Luis Yanguas), respondió con un estupendo argumento:

Por supuesto la música tiene sentido evolutivo. Pertenece a capas inferiores del cerebro, en su origen, pues enlaza con la evolución del apareamiento, la sexualidad y las emociones posteriormente. Hay un paralelismo entre el canto de las aves, la voz y la música humana, sobre todo tonal. El ritmo enraiza el el corazón, y en el ser social del ser humano, que también evoluciona.

Ya me ha ocurrido en alguna otra ocasión el encontrarme en la misma mesa redonda que este estupendo contertulio, así que seguí pensando en ello.

¿es [la música] relevante desde un punto de vista biológico para nuestra supervivencia y evolución?

Como bien dice Jose Luis, el origen de la música enlaza con la evolución de la función reproductiva y el paralelismo con lo animal es innegable, pero cabe pensar si esa es la verdadera concepción de la música hoy en día.

El ser humano tiempo ha que ha dejado de ser natural, gracias a la evolución que dio como resultado el lenguaje, entre otras cosas. Somos lenguaje, que diría Wittgenstein o discurso, según Barthes.

Y la música, innecesaria ya para cumplir la función original, la de cortejo animal para sostenimiento de la especie, para probar las mayores habilidades reproductivas, lejos de desaparecer, mutó y se sublimó.

Y esa música ya no es la más o menos instintiva animal, sino un constructo artificial que puede no tener nada que ver con la reproducción, pero sí con la evolución de la especie y su supervivencia.

Cierto es que cuando pienso en música no sólo pienso en música, sino en poesía, en arte, en todo aquello que, en incontables ocasiones suele ser tachado de inútil o innecesario.

Es más, en más de una de esas ocasiones me he encontrado diciendo de mí mismo que siempre me he dedicado a «cosas inútiles» o que reivindique el fracaso y no el éxito. De ahí que siga sin saber si lo que hago (que es variopinto) sirve para algo.

Como escribí en un artículo titulado Las habilidades y la reproducción:

La selección de la pareja con la que llevar a cabo la procreación puede estar asociada con la búsqueda de habilidades que deseemos que la descendencia posea. Así, es posible que se pueda explicar el porqué al espectador medio le atrae aquel arte que de-muestra habilidades y no un arte contemporáneo que no las busca.

Esto permite también explicar cierto paralelismo entre el arte y el deporte, que está relacionado con el éxito o el fracaso, no con la frustración.

(Leer el resto del artículo)

Sin embargo, eso no niega la utilidad, independientemente de lo que en otras ocasiones haya afirmado, para la supervivencia de la especie, pero más bien para satisfacer otra necesidad de la misma que no es tanto la de reproducirse sino la de desarrollar sus capacidades mentales, sus habilidades sociales mediante compartición de actividades grupales, o el simple hedonismo al que podríamos aspirar en un hipotético futuro altamente automatizado que permita al humano recuperar el edén. (Que no será tan edénico, por cierto)

Por mi parte, estoy convencido de que la música (ni la poesía, ni el arte) no desaparecerá cuando por fin realicemos reproducciones completamente artificiales, por ejemplo, clonación mediante, lo que hará innecesaria, por cierto, la participación del cromosoma Y, amén de los protocolos de cortejo que involucrasen la música con aquella originaria finalidad.

La forma clásica de entender la música (poesía/arte) como herramienta y no como fin o entendida como herramienta en la que hay que tener éxito (hacerlo bien) frente a un entender la música como algo en lo que hay que disfrutar (sin necesidad de hacerlo bien) no importando el fracaso obsoleta y acorde a visiones que, por más que se empeñen, no volverán jamás.

El ajedrez lo ganará ya siempre una máquina. Pero eso no quitará jamás el placer de jugar una partida… y perder.

Si entendemos la música como un proceso y no como un fin, como un objeto, si la entendemos como un juego, seguro que pervivirá y hará de nuestra humanidad una humanidad más jugetona. ¿Es eso lo que la evolución nos exigirá? ¿Las condiciones medioambientales nos conducirán a jugar más o a dejar de jugar?

Espero personalmente que la respuesta sea el juego, el disfrute, el hedonismo, especialmente epicúreo, juego racional.

Cuando pienso en la función que puede ocupar la música (la poesía/las artes) actualmente y de cara al futuro de la humanidad, observo la longevidad asombrosa a la que hemos llegado y las dificultades que ello conlleva y para las que, quizá, tenga una nueva utilidad en tanto mantenimiento de actividad cerebral, ralentizando la (hogaño) inevitable degeneración neurológica.

Amén (y con esto termino) de la función social que siempre ha desempeñado y que no hace sino mutar de formas, pero que mantiene vínculos o ayuda a la aparición de nuevas relaciones interpersonales. (En esto, el Tango [música|baile] es una auténtica maravilla, dicho sea de paso).

¿es [la música] relevante desde un punto de vista biológico para nuestra supervivencia y evolución?

Sí. Relevante. ¿Necesaria? Sí. ¿Desde un punto de vista biológico? No lo tengo tan claro. ¿Para nuestra supervivencia? Sí: Para una humanidad feliz. ¡Eso!, ¡eso sí que sería (r)evolución!.

Vivir solo aumenta el riesgo de morir

Vivir solo aumenta el riesgo de morir y de desarrollar enfermedades cardiovasculares, de acuerdo a un nuevo estudio publicado en la revista Archives of Internal Medicine.

En un obsoleto artículo del 2012 he encontrado esta tontería con pretensiones, como tantas otras, científicas o cientifistas, pero me ha llamado la atención por la necesidad de mantenimiento de la tilde en SOLO (SÓLO).

Es muy divertido ver qué pasa si sustituimos en la frase:

Vivir solo aumenta el riesgo de morir

ese «solo» por un «sólo»

Vivir sólo aumenta el riesgo de morir

Pues queda claro que morir únicamente está provocado por la vida. Es la vida la que nos conduce inevitablemente a la muerte. Sin la vida no habría muerte. Pero tampoco vida. Una amiga ingeniosa utiliza con frecuencia la sentencia: La vida es una enfermedad de transmisión sexual que se cura con la muerte. Comparto tal opinión.

Lo de la soledad es otra cuestión, mucho más cuestionable.

Esto no es una broma