Ayer fue mi cumple

Este año no pensaba celebrarlo, pero Carmen me animó, me recordó que luego me gusta aprovechar el momento y ver a mis amigas (en femenino porque la estadística es apabullante) y encontrarme con gente a la que, en muchas ocasiones, veo menos de lo que deseo ver.

Es un día como otro cualquiera, me empeño en decir, es un día que no merece especial atención… pero al final acabo dedicándole especial atención siempre. Es un día en el que, si no hago nada de nada, acabo sintiéndome mal… o sea que no es verdad y no consigo convencerme. Para mí no es un día como otro cualquiera.

El sábado acabó siendo un día divertido en el que disfruté de Aída, María, Raúl, Fani, Lilian, Ayelén, Marta, Vera, Ana e Igor, algún acompañante… y la siempre adorable Carmen, mi Carmen que no es mía ni de dios ni de nadie… ni suya siquiera!

Lo pasé genial. Estuvimos en un bar de la calle tintoreros, en pleno barrio de La Latina, en el que por unos míseros 5 euros consigues 5 botellines presentados en un cubo con hielo con una ración a elegir. Comí mucho, bebí bastante, pero sobre todo reí y conversé en un entorno adorable. Espero repetir, pero también espero hacer encuentros con mis amigas más frecuentemente de lo que ahora lo hago.

Pero eso era el día 2… y ayer, día 3, fue mi cumpleaños.

En parte, lo que más me apetecía era estar absolutamente desconectado, aprovechando que era domingo, para unirme a Carmen en un día de caricias en el alma… también, pero al final estuvo siendo un día de conexiones a intervalos irregulares. Hummm…

Sí tengo claro que prefiero que mi cumpleaños caiga en día laborable… es algo más… ¿proletario? Ja! No. Pero me gusta pensar que es un día tan normal como para no parar de trabajar y vivir haciendo lo que tanto me gusta.

Por otro lado estaba facebook. Hoy he estado revisando los cientos de mensajes de amigos y conocidos que me han felicitado por ese medio, aparentemente frío, pero que también tiene su lado cálido. Sé que es casi protocolario, pero me gusta hacerme la ilusión de que es personal, de que hay un verdadero deseo de que sea más feliz… y esa «energía positiva» me llega, me hace ilusión… y si quieres, por ello, puedes llamarme iluso.

En resumen: ayer fue mi cumpleaños e intenté que no fuese más que un día normal, un día más… y llevo varios días pensando en ese día… o sea, cualquier cosa menos un día más.

Muchas gracias a quienes estuvieron. Muchas gracias a quienes quisieron estar y no pudieron. Muchas gracias a quienes me han felicitado por facebook, por sms, por email, por teléfono, por carta, por persona… Muchas gracias, en especial, a Carmen por animarme cuando estaba desanimado.

Os kiero!!!!

La teoría del abrigo

Hoy tenemos lavadora nueva porque se había estropeado la otra que ha tenido un tiempo de vida suficiente para una lavadora, algo así como 15 años… que son los años que llevo viviendo en esta casa.

Hoy tenemos horno microondas combinado con horno de convección convencional también, porque el otro estaba a punto de dejar rotundamente de funcionar, dando múltiples señales de deterioro: el plato no giraba, algún día ha saludo humo de un ventilador que, posiblemente, está estropeado… y hemos decidido hacer el cambio al mismo tiempo.

A punto hemos estado de tener que comprarnos una lámpara nueva (pero pudimos limpiar/arreglar la que tenemos) y de comprarnos una cocina de inducción, que son esas parecidas a las vitrocerámicas, pero rápidas y más eficaces, aunque peor para el tema de cacharros compatibles. Menos mal que no las fabrica Apple, que solo admitiría cazuelas con manzana.

Y ¿por qué todo a la vez? ¿Nos ha tocado la lotería?

La respuesta está en la Teoría del Abrigo.

Según una amiga que tuve, de quien no viene al caso hablar ahora, lo mejor cuando se tiene poco dinero o cuando se va a tener menos del que se tiene es comprarse un buen abrigo si se puede, porque es posible que después, cuando haga falta, no se pueda.

Es un consejo que ya seguí hace años, cuando dejé mi trabajo con nómina y seguridad económica, comprándome todo lo que creí que podía ir a hacerme falta en los próximos años y he vivido durante muchos de ellos agradecido a seguir en su día aquel consejo que me pertrechó para lo que estaba por venir.

Ahora vivimos un momento en el que lo que está por venir no es solo elección propia, sino coyuntural, pero eso no es óbice para que la teoría del abrigo siga teniendo vigencia: las cosas se van a poner peor que ahora, seguro, especialmente trabajando en el sector en el que Carmen y yo nos empeñamos en continuar, así que es buena idea hacer acopio de bienes que disminuyan la necesidad de adquirirlos en un futuro más inadecuado.

Así que sigo agradeciendo la enseñanza de la teoría y, estos próximos días, disfrutando de una sensación de opulencia palaciega inhabitual en nuestras vidas.

De los funcionarios

Hoy he visto publicada una noticia sobre las medidas contra los funcionarios que se están aprobando sin la repulsa de ningún otro trabajador de la empresa privada, como si no fuese con ellos. La noticia está en el País.com.

Del tópico del cafetito a mediodía al de que los funcionarios se ponen enfermos mucho más que el resto de los ciudadanos. Estos y otros lugares comunes han servido a los sucesivos Gobiernos para añadir argumentos a varias iniciativas que penalizan a los trabajadores públicos: bajadas de sueldo, aumento de la jornada laboral, suplencias y contratos interinos sin cubrir. La última, la propuesta de que estos empleados no cobren su salario íntegro durante los primeros 90 días de baja por enfermedad, ataca una de las partes más sensibles y más incontrolables: la salud. Y además lo hace sin una base estadística que acredite que los funcionarios, en su conjunto, abusen del sistema.

Cada día me encuentro a más gente que ataca a otros colectivos en un intento de focalizar su ira sobre algún culpable que no sean ellos mismos. Incluso queridos amigos que creen este tipo de patrañas, o que los inmigrantes son unos aprovechados o que las mujeres se benefician de tratos especiales o que los jóvenes, o que los ancianos o que los parados o que los que tienen trabajo fijo o los que no lo tienen…

Y es un error. Un error bien planificado por los que ostentan el poder, para deprimir a sus posibles adversarios enfrentándolos entre ellos. Ya lo decía Marx, «paz entre pueblos y guerra de clases». Alguien tuvo la sabiduría de ver que era un problema esa paz y había que conseguir un enfrentamiento permanente dentro del pueblo que le impida unirse. Sin ponerse decimonónico, lo que sí es evidente es que ese tipo de estrategias se siguen usando para desenfocar del punto de mira a causantes de crisis como la actual o para, sencillamente, poder operar sin ser visto, puesto que se atiende a otros conflictos.

Con respecto al mito de que los funcionarios no trabajan, el otro día, en una cena con unos amigos, me encontré defendiendo que eso no es más cierto que en otros sectores. Recuerdo cuando trabajaba en Rural Servicios Informáticos (bancario, privado, muy privado) y varios de los que tenían más de 50 años, más de 20 años trabajando en esa empresa, eran una panda de vagos, de tipos que se juntaban para hacer comidas de empresa que se extendían por encima de la media de una comida normal, gastando barbaridades que, por cierto, pagaba la empresa que no subía sueldos de los que sí trabajábamos, y volvían casi ebrios, con un aroma a cognac y puro caro que daba asco.

Pero no solo no se les podía echar, sino que eran los dueños (o gestores) de la empresa, con lo que ellos mismos se ponían los sueldos millonarios que hacían inviable su despido, puesto que las indemnizaciones alcanzaban cantidades que justificaban tenerlos en nómina hasta que decidieran jubilarse. Por supuesto, además, ocupaban las más altas jerarquías de la compañía y paralizaban cualquier intento de renovación porque les supondría tener que trabajar y dejar de reunirse en absurdas reuniones de sesgado corte machista, con comentarios tan desafortunados como groseros para con gran parte del personal, así como fuera de horarios laborales acordados. Al fin y al cabo, el resto del día no tenían ni siquiera que hacer acto de presencia por sus puestos de trabajo, siempre en despachos de cuero de alta gama negro, con buenas vistas…

Y eso era solo la punta de un iceberg que dominaba la filosofía de la empresa privada en cuestión. Lo viví así en todas las empresas que tuve el gusto o disgusto de conocer.

Recuerdo a mi padre, honrado donde los haya, diciendo que él ya no era un trabajador competente, que era mejor que le jubilasen, que, lógicamente, estaba cansado y no iba a proponer iniciativas (que seguro que luego era exagerado, conociéndole…), y que, en la empresa privada era necesaria la entrada de gente joven, nueva, con ganas de trabajar, de cambiar cosas…

Es natural, en la privada y en la pública (funcionarial) que ese cansancio llegue. Es normal que uno se agote de dar clase siempre o se agote de programar o se agote de hacer una determinada tarea más o menos vocacional, más o menos deseada o más o menos alienante, pero en la empresa privada, además, a esa gente cansada, cada vez con menos ganas de trabajar, se la asciende por el tiempo, se la sitúa en puestos de mayor importancia, en parte por los contactos que, con el tiempo, ha ido haciendo. Es una especie de nepotismo absolutamente asumido como natural. Así que nadie lo critica.

Pero acaban siendo trabajadores que no trabajan o, en el mejor de los casos, que no están capacitados para sus nuevas responsabilidades, que han llegado allí como sargentos chusqueros, sin más mérito que el de aguantar en un lugar sometiéndose a lo que sea necesario. Y esto no ocurre con los funcionarios.

Que hay funcionarios que se agotan de su trabajo es normal, es natural, ya lo he dicho, pero a estos no los ascienden por seguir allí, no les suben el sueldo en un grado tan alto, sino de una manera mucho más razonable, sin llegar a cobrar 30 o 40 veces su sueldo inicial… Y no se hacen dueños de un sistema que quedaría anclado en la inacción.

Pero se sigue diciendo que son vagos, que se enferman con frecuencia (no hablo de lo que ocurre entre muchos compañeros a los que conocí y que no van a trabajar por una resaca, diciendo que tienen gastroenteritis) que atienden mal, que no hacen bien su trabajo… ¡Y en la privada tampoco!

¿Qué se oculta tras esa campaña de desprestigio?

Ya anticipé que se ocultan intenciones tan perversas como enfrentar a la sociedad consigo misma, a los trabajadores contra los trabajadores, en lugar de los trabajadores contra los dueños de las empresas, o contra los mercados… sin entrar muy en detalle a juzgar a estos (hay muchos empresarios honrados y trabajadores, pero otros no lo son y nadie dice que hay que eliminar a los empresarios por ellos).

Además, sabemos que la sanidad y la educación son dos sectores que se pueden poner a subasta, se están vendiendo al mejor postor, a empresas ambiciosas que acabarán por ocupar la posición del estado en la administración de estas labores, con lo peligroso que esto pueda resultar, dejándolos fluctuar a precio de mercado, un mercado que ha demostrado su incapacidad para regularse, para regirse por criterios humanitarios, solidarios o sociales.

¿Y qué pasará cuando esto sea así?

Esas empresas harán lo que quieran, sin control, teniendo a unos profesores, por ejemplo, que también se cansarán cuando lleven años dando clases pero que habrán ido consiguiendo otros puestos de trabajo, aunque estuvieran cualificados para dar clase y no para gestionar un departamento, que les llevará asociados unos sueldos que harán difícil su sustitución, salvo por personal cada vez peor cualificado, becarios, etc, recién salidos de la universidad que podrán dar clase y que durarán unos poquitos años antes de agotarse, buscarse otro trabajo, irse a donde sean más valorados… quedando en el profesorado aquellas personas menos ambiciosas, menos cualificadas, que realizarán ese trabajo por dinero, únicamente por dinero.

Pero eso sí, los comerciales de esas empresas tendrán grandes sueldos, los directivos de esas empresas tendrán grandes sueldos, los marketing de esas empresas tendrán grandes sueldos, los jefes de personal de esas empresas tendrán grandes sueldos… y no serán despedibles, porque no compensará hacerlo, cayendo en una suerte de funcionariado de alto estanding que los alejará de los mortales que no los verán como alguien que ha conseguido una plaza mediante un examen de cualificación, sino que lo han logrado por la sumisión, la permanencia, la ambición… y un nepotismo indetectable y fuera de control.

Mientras tanto, la privatización paulatina llevará a la aparición de una separación más definitiva de las clases sociales, derivada del acceso a la educación que será, definitivamente, segregacionista, basada exclusivamente en los ingresos, de modo que, los de mayor poder adquisitivo tendrán acceso a una educación de mayor calidad y, a la postre, podrán conseguir mejores puestos de trabajo para mantener la separación que les garantice esa mejor situación: Feudalismo!

¿Por qué se acepta por todos como verdadera?

Envidia. Vemos en el funcionariado la ansiada seguridad de un puesto fijo, puesto al que podemos optar, preparándonos, porque siempre ha sido así, no es un puesto inaccesible, como ser rey, o como ser director ejecutivo de una gran empresa, sino que podemos optar a ello y no lo hacemos.

Así que nos acabamos creyendo que son unos vagos porque como tienen un puesto fijo (después, en la mayoría de los casos, de larguísimos años de espera), sin posibilidad de ser despedidos, y que no tienen porqué hacer nada en sus empleos para conservarlos. No es que lo hagan, es que creemos que lo hacen, creemos que tienen más bajas laborales, cuando no hay datos que lo confirmen, creemos que tienen menos ganas de trabajar, que se toman sus tiempos para hacer cualquier cosa… ¡pero en la empresa privada también es así! Hay trabajadores honrados en uno y otro sector, pero nunca se pone en cuestión el sector privado, el modo de contratación que garantiza que alguien, tras 3 años o 4, acabe siendo contratado con un puesto «fijo», del que le tienen que indemnizar para despedirle, sin más prueba de acceso que una entrevista de trabajo arbitraria y realizada por un criterio absolutamente particular: el de la empresa en cuestión.

Entiendo la frustración de muchos los que hablan contra los funcionarios vagos, que claro que existen, pero no entiendo porqué les molesta más que lo que ocurren con los trabajadores de la empresa privada que también los hay. Y también el otro día me aclaró algo de esta incomprensión, mi querido amigo Jens, que dijo que a los funcionarios los pagamos todos…

¡Y a los trabajadores privados también! – añadí. Al fin y al cabo, que los productos o servicios de una empresa sea menos baratos que lo que podrían ser se debe a que hay que pagar a aquellos que, en su mayoría, además, cuadros superiores, se tocan los huevos a dos manos, pero hacen creer que son los más importantes y, por ello, reciben sueldos millonarios y tienen puestos de trabajo mucho más blindados que casi cualquier funcionario.

Pero esto no lo vemos… o no queremos verlo.

Ver que esta campaña de difamación es una falacia significaría asumir que la responsabilidad de lo que ocurre es de todos y cada uno de nosotros, que no podemos seguir echando balones fuera y culpando a los funcionarios, a los inmigrantes, a los jóvenes, a los ancianos, a las mujeres, a los empresarios, a los becarios, a… otro.

Soy muy inflexible?

Últimamente me encuentro cansado de aguantar indecisiones ajenas. Sé que es un poco exigente querer que las respuestas sean sencillas, directas, concretas todo el tiempo, pero…

Si propongo a alguien quedar a comer conmigo, espero que tenga facilidad para decirme si puede o no, y, en caso de no saberlo, se haga cargo de su indecisión y me diga que no cuento con él o con ella, para que yo pueda hacer mis planes independientemente. Vamos, que respete mi tiempo.

Pero es más fácil decir que espere, que espere yo, claro… que mi tiempo no vale, que no pasa nada, que me responderá en breve… y mientras, yo, a esperar.

Y eso no es todo.

Cuando por fin yo impongo mis límites, mi «hasta aquí puedo llegar» (emulando a mi amigo Adolfo, quien emulaba a no sé qué personajillo de TV), entonces soy tachado de inflexible, de intolerante, de exigente con un típico ¡cómo eres!

Pues bien, empiezo (llevo ya un tiempo) a hartarme de esta tontería de indecisos que hacen difícil lo que debería ser fácil.

A veces ocurre con algún alumno de mis clases particulares, que tardan en contestarme, que me confirman tarde, etc… y me aguanto, pero es que me pagan por ello. Pero cuando esto me pasa con algún amigo o alguna amiga, acabo por cansarme de ese amigo o esa amiga.

No me apetece repetir la convocatoria y volver a ese ciclo del «no sé, aún no sé, te digo algo dentro de un tiempo, pero no hagas planes por tu cuenta…»

Voy a ser más inflexible:

A partir de ahora, un no sé, lo tomaré como un NO. Y lo haré saber, para que no queden dudas. Y luego siempre habrá opciones de reintentarlo. Pero estoy harto de ser quien espera por intentar ser un buen amigo.

El estrés de un masaje antiestrés

Carmen tenía un regalo de clases de yoga que podía canjear por otras cosas y lo usó poco porque tenía que ir los miércoles y ya está yendo los martes y los jueves a pilates y no se puede dedicar a su atención y cuidado todo el tiempo de la semana. Así que me propuso cambiar algunas de las que aún no había utilizado (desde el año pasado) por un masaje para dos personas. Y acabo de volver.

He de reconocer que los masajes me gustan, pero dedicarle el tiempo a ellos acaba resultándome más estresante que dedicar ese tiempo, simple y llanamente, a reposar en casa, sentadito o tumbadito en un ambiente agradable, como mi cama, escuchando un poco de música (digamos que, por ejemplo hoy: Benito Lertxundi, que va tan bien con el clima…) o, mejor aún practicando un poco de sexo reposado, amable, cuidadoso.

No valoramos las virtudes terapéuticas del orgasmo. Es formidable lo que puede relajar, sin necesidad de ir a ningún sitio distinto que una cama, por la edad, para disfrutar de un manjar inigualable.

Eso no quita para que otros manjares puedan probarse, como esto de los masajes…

Mientras estaba tumbado en la camilla (gran invento el de una camilla con agujero para poder respirar y tumbarse boca abajo) no podía dejar de pensar en todas las cosas que tenía que hacer hoy.

Por supuesto que podía dejarlas para otro día. Por supuesto que podía darme cuenta de que la urgencia es tan solo una fantasía personal que me gusta tener para sentir la inmediatez de la muerte, (que no es algo depresivo, sino tremendamente vital) y también doy por supuesto que lo que hago no es, ya urgente, sino ni siquiera necesario (iba a decir importante, pero a mí sí me importa).

Sé que a otras personas les viene bien tener una excusa como esta del masaje para reservarse un tiempo en el que dedicarse a sí mismos o a sí mismas, pero a mí me parece innecesario en grado sumo y tan solo una señal de que no sentimos ser dueños de nuestro tiempo hasta el punto de que necesitamos algo externo que nos permita tomarnos un respiro. ¡Pero yo ya me tomo bastantes respiros! Habrá quién pudiese creer que no, que no soy una persona relajada, pero a mi entender vivo una vida bastante tranquila… salvo por el agobio perenne del dinero. Así que, como para gastar más… afortunadamente era un regalo y lo disfruté como tal…

Aunque cansé a Carmen con mis observaciones negativas sobre la benéfica acción de los masajes. Insisto: me gustan los masajes. Me encanta el contacto humano. De hecho, parte del tiempo que he estado en la camilla, he estado pensando en lo que añoraba actividades en mi semana en las que tenga más contacto físico con otros seres humanos. Como cuando asistía a Talleres de Movimiento Expresivo o las sesiones de Expresión Corporal de la Formación de Actor. Lo introduje en mis talleres de Creatividad como algo con lo que comenzar a calentar antes de abrir el cerebro.

Y claro que funciona. A mí hoy se me ha abierto el cerebro como en un estallido desordenado en el que las ideas han brotado sin parar, luchando por ganar protagonismo. Y mi paranoia me ha llevado a obsesionarme pensando que se me olvidarían. Quizá no es tan importante que se olviden, pero siento que dejarlas ir es como abandonar posibles placeres… (¿por otros?)

Y no quiero, no quiero perderlas. Me atemoriza tener tan mala memoria. Me cabrea, más bien.

Entre otras cosas, he pensado en lo que ya empecé a dar forma ayer, relacionado con lo de realizar acciones cotidianas. He visionado la idea con acciones en series temáticas (cocinar, arreglar ordenadores, leer en alto, limpiar una casa…) que ofrecer a distintas personas que, preferiblemente, no me conozcan personalmente. Con la única condición de que han de tomar 3 fotografías de la acción. Aún queda mucho por perfilar, pero es un principio.

También he recordado a amigos a los que veo con muy poca frecuencia, como mis queridos matemáticos, o las chicas granadinas o, cómo no, mis amiguetes de Movimiento Expresivo, ellos siempre tan masajeadores… Les echo de menos. Quizá podría haber estado ese tiempo con alguna de ellas, como mi amiga Susana, en lugar de estar en un masaje…

He sido consciente de que le estoy dedicando demasiado tiempo a mi proyecto de las Lenguas, que me está acabando por estresar, en parte, aunque sé que es tan grande que si pierdo un cierto grado de urgencia… acabaré por abandonarlo. He reorganizado mi agenda semanal, para dedicarle algo de tiempo a no hacer nada (o a pensar, que sí que es hacer nada) abandonándome a ese rato relajado, tranquilo, con música de fondo, suavita, para poder dejar que mi mente vuelva a estallar, al menos, una vez por semana.

No olvidar: ¡Yo soy dueño de mi tiempo!

Deprimido?

Mi queridísimo amigo Jose, peculiar habitante de mi amada Donostia, me hizo saber que no podía leer con asiduidad este diario porque afirmaba que le parecía que yo estaba muy deprimido y volcaba mis tristezas en estas líneas.

Como siempre, me hizo pensar… quizá demasiado y quizá sea ese el «problema», en caso de que haya algún problema. Y puede que sí, puede que sea algo depresivo lo que escribo en este diario. Sé que hay muchas cosas sobre mi salud, pero es que surgió en ese momento en el que lo único que quería era gritar dolor… y me dolía… y fue algo terapeútico, pero sobre todo por lo que tuvo de válvula de escape que favorecía que a mis amigos cercanos dejase de aburrirles con mis cuitas, que eran las que me ocupaban.

Quizá aún lacra ese origen un tanto lúgubre y que, sin embargo, celebro como alegre, porque comparado con lo que realmente sentía, era muy optimista y vital: me hizo sentir que, cuando no lo creía en absoluto, servía para algo. Era un ser con algo que aportar, aunque fuesen tristezas.

Con el tiempo sé que me he ido instalando en cierta crítica de mi entorno social, político, un tanto vacua y sin vocación de ser muy constructiva. Pero también era algo que quería hacer desde hacía años: tener un lugar en el que mis reflexiones no se borrasen o se las llevase la lluvia como lágrimas de replicante.

Pero también siento que ha ido convirtiéndose en mi lugar de confesión más puro, casi pudiendo suplir esas confesiones de confesionario… pero más sencillo y carnal. Y si de eso sale algo triste… quizá es que realmente esté triste.

Algo hay de cierto en lo que ha leído, entre líneas, mi buen amigo, y es que desde que tuve la maldita fisura anal siento que mi vida se ha partido en 2. El otro día Xabi, otro grandísimo amigo, de esos pocos que tengo de género masculino, me decía que los cuarenta eran como el canto de un disco… y que empezábamos a vivir en la cara B. Eso mismo es lo que siento en general, esa sensación de lado oscuro, de lugar de decrecimiento o, cuando menos, de no crecimiento, me enturbia el ánimo.

El caso es que, gracias a verles, a Xabi, a Jose, a Poto, a los hombres, sobretodo, me sentí algo aliviado porque ellos están como yo, algo afectados en sus saludes respectivas, algo tocados por la edad, algo ajados, pero con ganas de seguir dando guerra. Porque no se acaba nada, porque algo nuevo empieza… y estar con ellos me ha ayudado a saber que estoy empezando a vivir otra fase de mi vida con la que mejor no enfadarme. Aceptar o no aceptar. Esa es la cuestión.

¿Quiere eso decir que dejaré de escribir cosas que depriman en este diario mío?

Pues no. Escribiré, como hasta ahora, lo que me dé la real gana, pero siendo un poco más consciente de que tengo un poso de tristeza que se va menos que antes, pero es una tristeza superficial, casi basada en la dermis, en la epidermis irritada que mi ano me recuerda a cada rato.

Una tristeza que dista mucho de ser la existencial que antaño me habitaba, una tristeza que no llueve asfalto, que no parte de soledades densas, sino de poco más o menos la oxidación de algunas de mis células.

Tristeza de la de ojos grises y lluvia… pero que tiene un lado bien bello… si se mira con esos mismos ojos llenos de amigos.

Quiero vivir esta tristeza
sin olvidarme de vivir.

Emoción desbordada

Con la emoción desbordada, le he leído a Carmen hoy el último prólogo que he escrito para un libro de poesía de uno de mis alumnos. Otra vez, Ernesto nos regala flores. Yo, tan solo puedo corresponderle con un prólogo. He leído el texto y he llorado. Me siento tan frágil, tan vulnerable en ocasiones…

Lo dejo aquí, pendiente de últimas revisiones, antes de subirlo al apartado correspondiente de mi web.

Memorias del otro lado del mar, de Ernesto Pentón

El hombre es el olmo que da siempre peras increíbles
Octavio Paz

Decía Octavio Paz, en su libro Las peras del olmo, que el artista transforma su fatalidad en un acto libre, que es a esta transformación a lo que llamamos creación.

Todos o casi todos nos enamoramos; solo Garcilaso convierte su amor en églogas y sonetos. Sin Lepanto, Italia, el cautiverio de Argel, la pobreza y la vida errante en España, quizá Cervantes no hubiera sido lo que es; pero muchos de sus contemporáneos vivieron esa vida y, sin embargo, no escribieron El Quijote.

Y así parece haberlo entendido Ernesto quien, con esta biografía como fondo, nos sumerge en un río de lo imaginario, de su infancia por el que van a surcar los poemas de este libro. Pero él es el río con meandros, cascadas, rápidos, remansos… desembocando en libros.

Escrito en mitad de una crisis de transición vital de descendiente a ascendente, estas memorias son la cima de la carrera de Ernesto como Poeta que ahora se enfrenta al gran reto de superarse (y le va a costar) pero siempre encontrará la manera de sorprendernos y mostrar otra de sus miles de facetas de este modesto Da Vinci cuyos conocimientos (siempre en aumento gracias a su curiosidad infantil) son enormes y, en gran medida, aún ignotos.

A lo largo de este río-libro vamos viendo el crecimiento de Ernesto, su desarrollo como persona, incluso pasando por un rito de iniciación sexual que nos cuenta con su habitual frescura directa como un puñetazo que acaricia el alma. Pero trasciende su propia biografía para, por ejemplo, a partir de Tres Casas, hablarnos de sus raíces, de las de sus padres, de las de sus abuelos, haciendo un maravilloso paralelismo entre tres casas y tres generaciones.

Además lo hace con una riqueza increíble de vocabulario, despliegue cubano-caribeño que llena de sensualidad el texto a partir de mención de frutas que asumimos sabrosas, de plantas voluptuosas de colorido y abundancia en la que se gestó la generosidad de Ernesto, que, como la naturaleza, parece estar siempre invadiendo nuevos territorios, con una prosa dulce, sin empalago, que convive junto a poemas narrativos de soberbia llaneza. Parece inevitable hablar de ternura cuando leemos a Ernesto, pero queda más evidente que nunca cuando, como en la foto con su padre, le vemos sonreír.

Y es que este libro es, sobre todo, una dadivosa apertura de su historia íntima, desnudo, con la generosidad del pudor que nos hace sentir al lector en deuda con él al leerle, pues con su llorar nos hace llorar y con su reír nos hace reír, logrando una empatía mágica y única que disuelve la frontera entre lector y escritor. Es emocionante sin caer nunca en sensiblerías y nostálgico sin caer en la autocompasión. Nos dan ganas de abrazar el libro, como parte física del autor que tenemos entre manos.

Sobre los protagonistas humanos de esta confesión autobiográfica, aparece un importante personaje que es esa Habana de su infancia, la infancia misma, esa tierra prometida, al tiempo que purgatorio, entre ciudad y campo, de dimensión humana, quizá en ocasiones, demasiado humana y, sin fáciles proclamas, deja vislumbrar una simpatía social con el lado más humilde de la sociedad, como por ejemplo en el relato “El caviar y la cebolla”.

La alternancia prosa-poema con la que dispone los textos, dota de una ligereza extraordinaria al libro que, sumada a la sutil naturalidad del texto y a las pequeñas confidencias cotidianas genera un ambiente cordial (de corazón a corazón, diría). Es difícil entender qué material utiliza Ernesto para lograr esa mezcla equilibrada de sencillez, sinceridad, crudeza de lo cotidiano y, al tiempo, profundidad, emoción y pasión por la creación poética.

Como coordinador de talleres de poesía, me emociona su poema, pero también los cruces de versos prestados por otros asistentes a los talleres, como cuando me encuentro con el epígrafe de Carmen Mariátegui en el poema “El deber cumplido” y la miríada de detalles que nos regala, de cómo los distingue, de las relaciones que le sugieren, de donde podemos inferir que ya llevaba un poeta dentro que pugnaba por salir a contarnos lo que ve. Como cuando a través de “una vista hermosa por la que valía la pena vivir”, sabemos que era hermosa porque él, poeta, podía ver la hermosura, la belleza en todo lo que rescata de su memoria para obsequiarnos. Incluso con la excusa de un sueño realiza una descripción poética de la índole del acto creativo.

Su pasado como niño que albergaba un poeta, podemos verlo en poemas que nos dicen claramente que entendía lo que es la poesía, como dicen los versos del último párrafo de Pájaro encendido, “entendía algunas cosas. / Por eso supe que la abuela / se había convertido en pájaro”. Entendía, ya entonces, la metáfora, entendía la sublimación poética, la mirada diferente y necesaria para encontrar en el mundo la belleza, incluso en el abismo de la muerte. Pero vinieron los tiempos de asunción de su responsabilidad como creador, de su aceptación de condición de poeta: “Predicar era para mí como hacer poesía”, nos confiesa, pero si dejó, con el tiempo, de predicar, afortunadamente, no dejó de hacer poesía.

Leyéndole, dan ganas de contar cuál fue mi primer poema, contárselo a él y a todos, pero ¿qué importa el mío (esto es un prólogo a su logos)? Importa el suyo y para contar el origen de mi poesía, tendré que escribir un libro. Así, estas memorias resultan acicate para que quien las lea se sienta impulsado a confesar, y confesarse y confesarle, escribiendo con toda la intimidad que suscita, como cuando nos habla de él como escritor, de su yo poeta y de cómo surge esa voz propia.

El más logrado de todos los poemas, al menos en lo que se refiere a hablarnos de cómo Ernesto se convierte en Poeta, es aquel en el que nos cuenta que quería creer en los ángeles, nos habla de un amor de adolescencia y cómo esa experiencia supo trocarla en un primer poema, que no hablaba de ángeles, usando la catarsis de la poesía para conjurar la fatalidad, convirtiéndola, como diría Don Octavio, en creación poética. De dónde estaría y cómo sería ese primer poema, no nos da pistas, salvo que ya no importa. Fue solo una primera piedra del edificio que ha construido sólido y duradero, museo vivo de la palabra poética, llamado Ernesto. Versos de los que relata su nacimiento, y cómo esa catarsis le permitió superar tristezas y convertirse, con el paso de los versos, en el poeta valiente y tierno que es hoy día.

En los últimos poemas parece haber querido conectar con la poesía filosófica y mística de su libro Canto al infinito, que también tuve el gusto de prologar, en un intento de mostrar una evolución personal y vital que tiene su reflejo inevitable en sus versos.

Hasta las últimas páginas, hemos ido viendo crecer al niño y al libro en paralelo y ahora queda Ernesto que siempre será niño y será padre, esposo, amigo, maduro y viejo, pero, sobretodo, siempre será uno de esos olmos que dan peras increíbles.

Giusseppe Domínguez, Madrid, marzo de 2012

Mi vida es parcialmente sedentaria

Recuerdo que mi padre
venía de trabajar
en una oficina
bastante tarde
por la noche
y yo ya estaba acostado
cuando vivíamos en Mesón de Paredes.
Alguna vez
llegaba antes
y salíamos a pasear
y creo recordar la calle Argumosa,
un paseo por la Ronda de Atocha
y tomar un aperitivo que solía consistir
en un trinaranjus de naranja o de limón
con una aceituna dentro pinchada en un palillo
en un bar que se llamaba Aquilino o
El Aquilino.
Mi padre se tomaba una caña y mi madre un bitter kas.

Esos días eran especiales.
Caminábamos de la mano
con mi madre y mi padre en el centro,
yo de la mano de mi padre
y mi hermana de la de mi madre
ocupando la acera
por la que no recuerdo que hubiese
mucha gente.

Cuando empezamos a vivir en Colmenar Viejo
a donde fuimos para respirar el aire puro
salíamos a pasear hasta el cuartel de la guardia civil
pero no había ningún sitio en el que meterse
a tomar un trinaranjus
(salvo alguna vez en el bar juanito que era un primo lejano de mi padre).
Cuando arreciaba el frío
la noche cerrada y las calles
desérticas
no invitaban
a pasear
y nos quedábamos en nuestra casita.
Fui creciendo
hasta que no quise,
como buen adolescente,
hacer lo que ellos querían hacer
y no quería salir
sino quedarme en mi habitación
encerrado,
con la persiana permanentemente cerrada,
leyendo y escribiendo
escribiendo, jugando y leyendo
leyendo
y leyendo
hasta que mis padres se preocuparon
porque no era proclive a relacionarme
con nadie de mi edad
ni de ninguna otra edad
si no jugaban ajedrez o podían hablar
de mecánica cuántica
o del origen del ser
y fui,
entonces,
álgidamente sedentario.

El tiempo que pasé en Colmenar
lo viví huyendo de Colmenar
(sin que me disgustase)
primero de manera interior
y,
después,
ya abiertamente
cuando conocí la universidad
que me abrió al universo
y al verso
y había gente que sabía jugar ajedrez
mucho mejor que yo
y hablaban de mecánica cuántica
mucho más que yo
y del origen del ser
y del no ser
y aprendí a jugar al mus
y a besar
y a abrazar
e,
incluso,
a emborracharme
como si fuese un adolescente trasnochado.

Pero me eché una novia
llamada Marta
que vivía en Alcobendas
con una familia asentada y sedentaria
que pasaba mucho tiempo en su casa
y no salíamos de su casa
muchos sábados
ni para tomar un trinaranjus
y acabábamos
metidos en un coche
en un polígono industrial
en el asiento de atrás
conociéndonos
y dándonos cuenta
de que no éramos el uno
para el otro.

Salvo las excursiones
o acampadas
que hacíamos a lugares maravillosos
como las montañas cántabras y astures,
pirenaicas, penibéticas y algunos
lagos naturales
apenas sí caminábamos
pues íbamos a todas partes
en coche
cuando íbamos a alguna parte.

Y comencé a vivir en Madrid
en pleno centro de Madrid
cerca de un millar de cines
que han ido cerrando
para reconvertirse
en franquicias de tiendas de ropa
de moda.

Hice cursos de Teatro y descubrí una gente
maravillosa
como montañas
lagos
lunas
soles
y otros fenómenos de la naturaleza
que me enseñaron
a abrazarles
desde el fondo de mi alma
a quererles
como si fuesen mi familia
porque me enseñaron
a quererme
desde el fondo de mi alma
a aceptarme
como parte de mi familia
y salíamos
a beber
y comer
(en Lavapiés, cerca de donde había nacido)
buscando El Aquilino
y recordaba que cerca de este bar
había uno de esos postes tricolor
en espiral de azul, blanco y rojo
que indicaba que había una peluquería
masculina a la que me habían llevado alguna vez
y también recuerdo que sostenía la hipótesis de que
eso de cortarse el pelo debía de doler.

Salía y salía y lo intentaba compatibilizar
con una vida estable
sedentaria
de oficina
en entornos serios y profesionales
donde todo el mundo
estaba sentado todo el tiempo:
llegaban en coche (autobús, en el mejor de los casos)
pasaban el tiempo sentados en sus respectivos puestos de trabajo
excepto si se reunían, que era con frecuencia,
para sentarse alrededor de una mesa grande
y fumar puros
hasta la hora de irse a casa
en coche, naturalmente
agotados
para ver la televisión
o conectarse a internet
desde un sillón o sofá que yo, intencionadamente, no tenía.

Salía y salía y veía que aquello no era compatible
con lo otro.
Debía elegir.
Y elegí:
Mi vida, ahora,
es parcialmente sedentaria
pues paso varias horas entre un lugar y otro
caminando
en medio de una gran ciudad
respirando aire impuro
aún no privatizado
para ir a dar mis clases particulares
por las que gano más bien poco dinero
teniendo en cuenta el tiempo que empleo en desplazarme
caminando
de una a otra
y yendo a los cines que cada vez están más lejos
caminando
para llegar a los lugares y sentarme.

Con el paso del tiempo
y el encuentro de un amor increíble
y una pasión que motiva toda acción
como es escribir
y leer
en una habitación sin persianas
y en cafeterías
preocupándome por llegar a fin de mes
y por alguna que otra molestia física
(digamos que propia de la edad)
he dejado de buscar El Aquilino
y ha dejado
de darme miedo
vivir la vida de mis padres.

Tengo agujeros en todas mis pieles

Primera piel: Epidermis

Mi ano ha vuelto a dejarme intranquilo
la tendinitis no desaparece
al menos puedo decir que me constipo menos
(constipo=resfrío… que no es francés)

Segunda piel: Ropa

Los calcetines son como de político
de aquel cuyos calcetines tenían agujeros
las camisetas tienen redondelitos por los que entra la luz
y van gastándose
aquellas que más utilizo
sin que vea una previsión del tiempo que les queda
como a mí.

Tercera piel: Casa

Siempre en constante mantenimiento
ahora el microondas
luego los fuegos
también algún PC
y muchas pequeñeces
que mantienen mi mente ocupada en no resolverlas

Eso sin entrar en las deudas (ya casi de cuarta piel
que tienen los vecinos del 1º y del 3º
que ascienden a medio millón de pesetas
y que obligan a organizar mejor la basura
porque me negué a subir el pago a la comunidad por los
que sí pagamos.

Cuarta piel: Entorno social.

Sin que tampoco se sepa muy bien
qué entendemos por esta piel que se abre al mundo (5ª)
habría que decir que me siento triste
porque no veo a mi amiga Sylvia
porque mi amiga Aída está triste y me contagia su tristeza
porque mi amiga María está muy preocupada y me entristece su preocupación
porque mis otros amigos casi no están en mi vida
salvo de cumpleaños en cumpleaños
y no entiendo porqué
salvo que siempre me pillan agotado en sus convocatorias
o con trabajo
que debe estar muy mal remunerado pues apenas llego a fin de mes
y si salgo siempre me siento culpable ante un mínimo gasto
como una caña, una ración de bravas o algo mucho más caro
que apenas puedo permitirme.

Quinta piel: El mundo.

Empezando por Madrid
luego España
luego Europa
luego «Occidente»
luego El Mundo
veo tanta injusticia, brutalidad, tiranía, falta de libertad
que me asusta
me da miedo
aunque sé que es el objetivo de quienes quieren dominar el mundo
y occidente y europa y españa y madrid…
aunque lo sé
no puedo evitar tener miedo
mucho miedo
casi tanto como para compararme o sentirme identificado con
un judío huyendo del régimen nacional-socialista alemán allá por los años 30
pero no sé a dónde ir
porque este miedo, con globalización incluida, no deja un resquicio de esperanza
y siento que no hay dónde escapar
y pienso en Islandia y sé que es una falsa ilusión
y ¿qué hago yo en Islandia?
y ¿le pediría a Carmen que dejase su vida para venirse?

Tengo miedo a que los agujeros de mis pieles
estén dejando entrar a la muerte
salvo cuando aplico el parche
mágico
de la piel del amor.

.
.
.

En el umbral

Obra sobre tela de Iván Araújo
Exposición en la Universidad SEK de Segovia del 17 de enero al 6 de febrero de 2003
Iván, no solo me invitó a acudir a su exposición, sino a realizar un breve texto incluido en la entrada a la exposición, detallando la lista de obras presentadas.
Fue un enorme placer y un orgullo realizar el siguiente texto:

La hoja de títulos se cae.

Tomo nota de todo lo que ocurre, de todo lo relacionado porque esta conexión más allá de mi comprensión sé que tiene algo de mensaje.

Los cuadros están a mi alrededor. Baluarte de pintura y lienzo, un castillo donde sentirme seguro, una nave espacial para surcar el cielo. Yo era el poeta en el pórtico de la Arcadia a punto de descubrir un mundo nuevo, emprender el viaje a Ítaca del conocimiento. Estaba a punto de entrar en la magia de la huida, la gran Huida de mí mismo para penetrar su obra, sus dreamworks y, como en un sueño, me dejaba llevar. Escribía un cuento de aguas, un poema de fluidos, un canto de semillas que crecían en un espacio verde a la luz de la luna que se colaba entre las rendijas valientes de las ventanas.

Repentinamente, despertares de contaminación, despertares urbanos en mitad de la noche de la tierra, en mitad del silencio que dejaba su ausencia. Mis sentidos flotaban entre esa materia desgarrada de líneas y colores, gran azul oceanía muriendo en ríos de plata sin dulce transición (aun cuando él dijera que sí, que son de transición).

No notaba cansancio en las rodillas sobre esa suciedad que goteaba desde las escaleras la huida del desierto, mi espacio germinal más allá de la muerte, más allá de los trazos de sangre con carta de pincel.

Al regresar a la terra empapada de Sahara y ver entre sus dedos un corazón de Shanghai todo el puzzle encajó, todo cobró sentido y pude ver a Iván creándose un ser vivo.

Giusseppe, Madrid, 18 de octrubre del 2002

Esto no es una broma