Tarjetas de visita

El lunes estuve recortando unos ripios de foam negro que tenía en el estudio, que me habían regalado los compañeros de Estudio Mamífero, y he decidido hacer mini-tarjetas de visita, con la información suficiente para contactarme y conocer mi trabajo: mi web, la que mantengo desde hace más de 20 años, evolucionando más y mejor que yo, en cierto sentido.

Son divertidas piezas únicas manuscritas. Lo más analógico que puedo imaginar en mi mente digital. Tienen un grosor de casi 5mm. Están escritas con rotulador uniPOSCA blanco.

¿Puede el deporte no ser machista?

Nota aclaratoria: Este escrito no es en absoluto un lamento por pérdida de privilegios (creo)

Hace unos días se daban los pasos necesarios para la aprobación de la conocida como Ley Trans, que pretende eliminar las discriminaciones por razones de género en colectivos o sobre personas cuya identidad sexual no sea cis, amén de aquellas otras personas que tengan identidades no binarias o, incluso, fluidas.

Está claro que hay cavernas donde ni siquiera es menester dialogarlo porque a duras penas entenderán que una persona pueda ser diferente a «como dios manda«, aunque por supuesto ese dios sea barbudo… por la gracia de dios.

Pero fuera de esas cavernas, el tema está siendo abiertamente conflictivo, entre otras cosas, incluso, por parte de colectivos feministas que habían puesto a la mujer (mujer cis) como sujeto de la reivindicación igualitaria (o identitaria).

No menos cierto que parte del mismo conflicto tiene que ver con los intereses relacionados con la explotación económica de los vientres gestantes (vientres de alquiler) y su desregulación que tienen en mente colectivos (cis y trans) que no pueden concebir un nacimiento genético (por llamarlo así) sin ayuda externa (que se está deseando externalizar hasta formar empresas de trabajo temporal para tener bebés por encargo).

Además, es el caldo de cultivo óptimo para desagrupar colectivos combativos e incómodos para el sistema, como el ahora mismo fracturado LGTBIQ+ y aplicar el célebre «divide y vencerás» juliano.

Hay muchas razones para ser precavido en opinar sobre temas como este, que pueden acabar por enfrentar desde lo más irracional posible: la identidad. No se es algo por razonamiento, ni por ideología, sino por IDENTIDAD.

Y ahí radica parte del problema que se viene viendo venir desde hace tiempo: las nuevas generaciones de colectivos (no sólo minorías sexuales, sino también racializadas (aborrezco esta palabra, aunque comprendo la necesidad urgente de ese colectivo aludido de esta manera)) no luchan en el reconocimiento de derechos igualitarios, sino identitarios. Poder afirmar su identidad públicamente sin que ello conlleve un perjuicio ni merma alguna de derechos.

Me parece crucial que así sea, faltaría más. De hecho, cuando pienso en que la lucha está en esta fase, siento cierta satisfacción al creer que se ha avanzado en luchas sociales hasta el punto de poder reclamar ese derecho (en absoluto baladí).

Otras veces siento que se ha perdido el sentido de la lucha, al menos como yo la entendía (hombre cis heterosexual, blanco y de clase media, europeo occidental). Para mí la lucha estaba (y creo que sigue estándolo) en desear los mismos derechos humanos:

Considerando que la Declaración Universal de Derechos Humanos proclama que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y que toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esa Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Por motivos de urgencia (por ejemplo el indecentemente alto índice de feminicidios) se ha ido situando la lucha en la defensa emergente de las vidas de personas maltratadas (mujeres cis en la inmensa mayoría de los casos) hasta buscar leyes que las amparen por su identidad.

Por los mismos motivos de urgencia (maltrato generalizado de la transexualidad) ahora también se busca la protección de esos colectivos (que son personas, no sólo abstracciones) que buscan leyes que los amparen por su identidad. Identidad que, incluso, se contempla que pueda ser «elegida».

Y estos dos últimos párrafos generan conflictos tan «sencillos» como el que surge al reservar espacios reservados para mujeres (cis) y era algo a lo que estábamos acostumbrados en múltiples contextos: cárceles, iglesias, mezquitas, vestuarios, gimnasios, piscinas, deportes… por no hablar de personas que dicen: «los hombres que se sienten juntos» o «las mujeres juntas» o cosas por el estilo que siempre han sido algo deplorado por mí.

Con respecto al deporte, hoy he leído un artículo que decía que «la ley trans propuesta choca con las normas del deporte» y se argumentaba en función del grado de testoterona que hay en sangre o similar para ver si se pueden aplicar unas nuevas reglas que excluyan o permitan competir a determinadas personas en una determinada prueba so pretexto de que en caso de competirse sin esas pruebas hormonales las competiciones las ganarían previsiblemente mujeres trans (u otras personas que se identifique como mujer).

Es casi imposible que esa ley salga adelante tal y como está escrita y no deja de ser un borrador sobre el que están trabajando para conseguir homologar derechos para todas las personas, pero en parte están haciéndonos ver que la mayoría de nuestras actividades estaban inmersas en un constructo cultural (heteropatriarcado) impuesto a lo largo de milenios y cuya revisión es mucho más compleja de lo previsto.

En mi caso, siempre he considerado el deporte de competición (prácticamente sin excepción) una sublimación de una violencia intraespecífica, una creación cultural para evitar que «los hombres» se peguen (luchen) sin reglas que les sometan a un entorno protegido. En realidad, iría aún más lejos y diría que toda competición tiene en su esencia una guerra en la que individuos humanos pueden competir por sus alimentos, el agua, el espacio, la luz, la posibilidad de aparearse o cualquier otro recurso que puedan necesitar para sobrevivir y reproducirse. Así hasta llegar a pensar que la violencia de género está mucho más profundamente incrustada en nuestra sociedad de lo que se suela suponer, como que el propio sistema capitalista no es ni más ni menos que una emanación de ese constructo socio-cultural.

A mí me diagnosticaron epilepsia siendo un niño, y me dijeron que debía evitar toda competición. Quizá eso fue lo que me apartó de los deportes, pero el caso es que también me apartó del sentido de competición necesario para desear vencer, para desear tener éxito. (No sé si esa recomendación fue algo tendenciosamente eugenésico, pero ahora que lo pienso algo de ello hay).

Obviamente, no tengo soluciones que aportar a un problema de una complejidad que sobrepasa con creces mis conocimientos de todas las situaciones posibles para todas las identidades posibles. Así que este texto es una tontería con la que expresar mis propias dudas a fecha de hoy, que seguramente serán distintas dentro de una década pues, aunque a veces no lo parezca, la sociedad y sus construcciones culturales asociadas mutan más rápido de lo que creemos y, en ocasiones, más lento de lo que deseamos.

Dejo caer una lágrima

Me aflora a los ojos
desde el fondo de mi cráneo
una amenaza de llanto incontenible
que verterse por las comisuras de mis iris.

Leo que el ser humano es lo peor
y también lo mejor
y me alegra saber
que elijo bien entre ambas opciones
para ser feliz.

No
yo no quiero un camión.

Me encanta saber que mi tiempo (mi vida
se rodea de buena gente
personas que jamás quieren hacer daño a nadie
personas que luchan por un mundo más justo
más igualitario
más amigable.

Y quiero llorar de emoción
emoción
emoción contenida.

Se rinde en la retaguardia de mis párpados
la batalla a borbotones.

La nieve de una lágrima
invertida
me alegra el teclado
dedo a dedo.

Amor digital a la orilla de esa gota salada
abortada en la hoguera del silencio.

¿Y qué si tu infancia fue una mierda según la mayoría de la gente?

Tengo ya añitos encima como para que las fotos de mi infancia fueran en blanco y negro, aunque pronto comenzaron esas fotografías en color que amarilleaban rápidamente y que mi madre conserva con todo el cariño del que es capaz (que es mucho) en álbumes ordenados por año, mes y excursión u ocasión.

Pero discrepo completamente de lo que se entendía como una bella infancia, quizá porque nunca me gustaron los deportes, menos aún los de equipo, especialmente los equipos. Por supuesto, si me veía en obligación (solía ser así en esa «nostálgicamente idolatrada» infancia), prefería ser portero para no tener que andar correteando y poder quedarme a charlar con quien se acercase a la portería.

En cuanto pude (y fue bien pronto) me hice con mi primer ordenador, un viejo Spectrum 48K, que me abrió por fin la mente a un mundo completamente nuevo y prometedor. No envidiaba esas calles llenas de gente que jugaba a cosas con pelotas y agresividad en mitad de un escaso tráfico rodado.

Tenía unos 15 años. Eran los 80. Fue mi «movida» particular. Descubrí que podías hablar con una máquina. ¡Qué maravilla! ¡Por fin alguien me entendía! (Cabría decir que era alguien que me hacía caso o, incluso, que me obedecía… pero no sé si aquello era tan importante).

Un poco parecido a eso había sido mi relación (unos años antes) con el ajedrez. Algo comprensible, un juego serio, un juego relajado físicamente salvo para un cerebro que veía piezas moviéndose en un techo que no era un techo y sí un tablero imaginario en el que celebraba derrotas y victorias contra mí mismo (alusión a la preciosa miniserie de Netflix titulada Gambito de Dama).

Podía de repente hacer un programa en BASIC, sí, el viejo BASIC, que simulase una ruleta rusa y que tiñese de rojo la pantalla en caso de tener ¿suerte?. No tenía que explicarle a nadie que eso me resultaba estimulante, muchísimo más que perseguir un esférico por un parque plagado de baches en una tierra árida y hostil sin más objetivo que darle una patada.

Podía de repente saber que una máquina sabe interpretar señales binarias (ceros/unos) que le decían qué tenían que hacer y poco a poco me fue mecanizando comprendiendo que era una forma de cualificar el mundo (sí/no) en grupos básicos de pertenencia a conjuntos que mucho más tarde aprendí a ampliar con una gama discreta y después infinita de grises en una lógica que no era simplemente bievaluada. Podía saber que los humanos no éramos tan simples.

Podía de repente hacer que la repetición no tuviese sentido si no era programable. Paquetizar las operaciones de modo que pudiera afrontarlas más eficazmente para disponer de más tiempo, quizá para leer, que era mi otra gran pasión.

En aquella época no necesitaba ganar eficacia, pero sí senté las bases en mi cerebro para poder hacerlo más adelante.

Oh… pero lo mejor aún estaba por llegar.

Cuando descubrí que los ordenadores podían conectarse entre sí, formando redes que te permitían algo tan básico en aquella época como un comando TALK para hablar entre dos personas (quizá al otro lado no había una persona, pero lo parecía más que los que jugaban al fútbol en mi barrio).

Y llegó (para mí) la red de redes, la red que unía un millar de millares de ordenadores (en aquella época sólo ordenadores) y con ello extensiones brutales de ese básico TALK, para poder hacer lo que hacía en esa vieja portería (charlar), pero con personas afines a mí en todos los rincones de la única esfera que me interesaba, esa llamada mundo.

Me hice adicto (casi) al uso de usenet y los Grupos de Noticias, esos antiguos «foros» donde volqué mi ansia por conocer gente afín. Así, escribí hasta la saciedad en el viejo grupo «soc.culture.spain» que me sirvió de contacto con el mundo incluso cuando estuve viviendo en Australia, pero especialmente cuando estuve trabajando en empresas donde habitaba un millar de personas de las que consideraba que la infancia ideal (esa de la que no querían salir) era la del fútbol entre un montón de energúmenos que ocupaban el patio como si fuese suyo.

Me acabo de dar cuenta de que otra de las diferencias entre estas dos imágenes comparativas de las dos infancias es que en la «presuntamente» de mierda hay dos chicas y sólo hay chicos en la de blanco y negro. ¡Curiosa diferencia!

Creé o solicité la creación de es.alt.literature (creo recordar) y alguna otra agrupación donde esperaba conocer gente interesante. «Buscaba un alma que se pareciera a mí y no podía encontrarla» que diría Lautreamont.

Así fue pasando el tiempo y pude encontrar gente fuera de ese ámbito telemático que, literalmente, me salvó la vida, para hallarme rodeado de personas a la que quiero, pero no guardo más que buenos recuerdos de aquellos tiempos, esas conversaciones con BegoWhat4, alguna otra gente… y mi certificación de que fue cualquier cosa menos una infancia como la que otras personas consideran ideal y sin embargo me ha llevado a ser, hoy, una persona feliz.

Volvería a elegir la misma ruta que me ha traído hasta aquí. Y no me gusta mucho que se estigmatice como infancia de mierda aquella que tuve solo por el hecho de que no es la que tenía que tener… según no sé «qué mierda» de patrones.

Tuve suerte.

Sydney’ko Gure Txoko

A esta camiseta le tendré siempre un cariño especial. Cuando llegué a Australia, allá por principios de los 90, aquel fue el lugar más amable que encontré y donde recibí más cariñosa acogida. Amén de comidas inolvidables, caseras, sin temor a la contaminación de una cocinera malaya que se mezclaba con las más tradicionales recetas vascas.

Aún conservo amistades de aquel lugar tan maravilloso al final de Liverpool Street llamado Gure Txoko que en euskera significa «nuestro rincón».

Acogedor como un rincón, cobijo de viajeros que respeten la idiosincrasia identitaria vasca, allí conocí a un grupo de personas con las que pasé unas navidades algo desoladas, vistiendo una chaqueta amarilla que dejó nota, queriendo besar a una muchacha de quienes todos estábamos enamorados, acabando por hacerme amigo de mi querida Elena A. Fraser (Ishwar gyani), que en aquella época era la persona más «desbocada» que yo había conocido nunca y hoy es masajista ayurvédica en Valencia.

La he usado menos de lo que habría querido, al menos fuera de la intimidad, pues en Madrid ya recibí improperios en el metro en cuanto vieron la bandera de la izquierda (la de la derecha no la veía nadie). Pero aún así, han sido 5 lustros acompañándome la vida.

En el último periodo la he usado hasta la extenuación, entre otras cosas porque su tela me encantaba y la altura de su cuello, pero se ha ido desgastando y empieza a ser imposible seguir usándola sin parecer un desarrapado… incluso para casa, donde Carmen demanda cierta vestimenta de respeto a la pareja (y yo también).

Y por ello ha llegado el momento de cantar una canción triste y dejarla ir, pero me quedarán las fotos y el recuerdo de una camiseta que comprime y contiene el calor y la gentileza con la que siempre he sido tratado en Euskadi y en ese rincón en un rincón del mundo.

Algo así como un diario. Texto de 1998.

Viaje al fondo de mi alma.

Lo de «todo empezó» no corresponde pues es probable que sea una historia sin comienzo, más diría yo, sin existencia.

El caso es que después de algún tiempo, Mythreyi y yo decidimos pasar las vacaciones juntos. Ella terminaba su tesis y se iba camino a la India. Yo quería ver a Xabi, Alberto, José Luis… Total que decidimos quedar en Amsterdam el 30, no, el 29, no, ella el 30, yo el 29. Nos pusimos de acuerdo y el 29 por la mañana ambos nos encontrábamos en este aeropuerto de Schiphol (Amsterdam).

Como en otras ocasiones, el primer problema era dónde y cómo besarnos: yo no sabía de su evolución pero estaba aún más confuso de la mía.

Los dos primeros días, aquí en Amsterdam en fiestas, fueron suficientemente aclaratorios: ella, aunque sugiera haber cambiado (especialmente gracias a Jack) sigue siendo la expectante comprometida que no entiende la profundidad de mi individualismo radikal. Igual que para mí es incomprehensible su vinculante concepto de «couple».

Quizá soy un inmaduro: «me la pela».

29 y 30 -> Noches en Amsterdam. Más o menos decido sin decir palabra que no quiero seguir. Soy un cobarde y ya le haría alguna putada a distancia en caso de que no despertase de su inocencia.

El día 1 salimos pronto (12:00 p.m.) hacia Strasburgo a ver a Xabi. También estaba Marta. Me alegré significativamente pues así relajaría mi mente de sus inquisiciones. Unos paseos, unos cafés, unos vinos en L’Alsace… y Marta se fue el domingo y nos quedamos con Xabi quien tuvo la habilidad (le pregunté si incencionada) de poner el dedo en la llaga.

¿Éramos una pareja? ¿queríamos serlo? ¿cómo éramos?

¡Joooder!

Esas preguntas las seguimos haciendo y preguntando con respuestas casi válidas durante la noche fatídica del domingo al lunes. Un largo paseo sin destino físico nos llevó al puerto inevitable de «la ruptura». Yo no creo que estuviésemos rompiendo nada y este era otro de los problemas que quedaron patentes esa noche. Caso simple de incompatibilidad de caracteres.

O: Enamorarse no es programable y yo no estoy enamorado.

Si estuviese enamorado habría puesto más empeño en intentar cambiarlo (o a mí). Sin embargo sólo consideré liberador que ella asumiese la situación como indeseada por ella.

4, 5, 6, 7 en París. Alberto no estuvo mucho con nosotros con lo que no tuvo ocasión (Myth) de atacar otros frentes no sé si con la intención de desentrañar la causa de la incompatibilidad o en otro vano intento de mostrar lo que yo no me puedo creer, que ella se adaptaría a la forma que yo quiera.

¡Pero yo no quiero que Ella se «Adapte»!

Algunas de las conversaciones fueron tan densas y profundas que no sé si estaba descubriendo completamente mi alma o creando la cortina de humo que ella misma iba engordando. Por suerte, al irnos de París se terminaron. La mala suerte fue perder el vuelo Amsterdam-Manchester que nos costó uno de ida Amsterdam-Leeds.

En Leeds, Jamie no era como la había imaginado y lo que había que ver no era mucho pero con Jamie hablando no hay mucho lugar para la reflexión. Esto siguió igual en York y en Liverpool.

La noche que tanto temía de la despedida Manchester-Amsterdam pasó sin pena ni gloria no sé si porque ya estaba todo dicho o porque quedaba demasiado para una noche en un aeropuerto.

Tan sólo los últimos minutos en Amsterdam, con el fin del fin, fueron desgarradores y tristes. Penosos. Demasiada pena para tan poca compasión.

El día 11 ella lloraba contra mi pecho mientras yo pensaba una frase que decir. A veces soy tan vacío que me doy miedo. Salí corriendo para agarrar mi equipaje perdido, un coche a Aachen y a las 12:30 ya estaba allí.

Con José Luis he pasado unos días interesantes en los que hemos conocido un poquito más Maastrich, Lieja, Nimega, Weert (un diminuto pueblo), con vueltas a Aachen a dormir (11, 12, 13) y el 14 a Bruxels con Antonio y Eva. Esos encantadores muchachos de Salitre…

El 15 Breda, Utreche y ¡Amsterdam!

A veces José Luis me desespera. Supongo que es falta de confianza o diferencias en la forma de ser. Lo normal, supongo.

Pero la verdad es que el 15 y 16 sólo quería que se terminasen. Quería volver a Madrid con mis amigas (¿Quiénes?) a hacer lo que más me gusta (¿El qué?).

Haré un intento por responder a estas preguntas cuando llegue dentro de unas horas.

Todo recomenzará con unas llamadas de teléfono… unas respuestas de email… y mañana a trabajar.

¿Cuánto se puede soportar sin ver el sol de la esperanza?

Amsterdam, Schiphol, 17 de mayo de 1998.

la palabra palabra, de Ernesto Pentón Cuza

Ernesto Pentón Cuza ha escrito este libro tan singular, de palabras que se entrecruzan, de versos que juguetean con el espacio, de laberintos poéticos, que me pidió editar hará casi un año, pero ha sido un año extraño, por si hay que aclararlo, y aunque lo he maquetado, corregido, revisado, con todo el cariño que he podido, finalmente comprendo la decisión de Ernesto de apostar por una publicación digital, así que compuse el libro para ser leído digitalmente, con la portada y contraportada incrustada en el PDF y sin marcas de sangre ni corte.

Ha sido un placer y un honor que contase conmigo para la edición de este proyecto donde he puesto todo lo que he podido para darle «forma» a esos poemas con «forma»… Especialmente complicada alguna página que ha tenido que ir a doble cara… y una elección de tipografía que considero de las más acertadas que podía haber tenido. Estoy muy contento con el trabajo que he hecho, pero también con el hecho de que personas como Ernesto confíen en mí para proyectos como este, que hacen que el mundo me guste un poquito cada vez más.

Seguramente solicitaré algún ejemplar impreso para mi madre (fan de Ernesto donde las haya) y quizá un par de ellos para mí y el propio autor.

Entrevista personal para Radio Utopía

El lunes a las 19:30 tuve el honor de ser entrevistado para Radio Utopía. Soy muy ajeno al mundo de la radio y a duras penas siento que tenga audiencia, pero me gustó participar en esta entrevista muy personal por el buen hacer del entrevistador, Armando Silles, quien se documenta como nadie a la hora de hacer preguntas. Es una barbaridad lo que sabe de mí, así que era complejo responderle con algo que no supiese, a pesar de su modestia.

Desvelé, como alguna vez en este diario íntimo, el origen de mi nombre y muchas otras cosas en una entrevista que duró finalmente casi una hora y media.

Me cuesta difundirla pues me parece bastante egocentrada (no tanto egocéntrica). Por supuesto, si alguien quiere, puede oírla en este diario o en la radio.

Intenté ser generoso con la sinceridad de mis respuestas, sin nada que ocultar, pero eso hace que a veces sienta que me extiendo más de lo que debería en las explicaciones, amén de intentar hacerlas comprensibles sin menospreciar a esa persona que escuche esta grabación al otro lado, a pesar de que es complejo que haya quien comprenda los diferentes ámbitos por los que he transitado a lo largo de mi vida, una vida dedicada al picoteo de conocimientos, una especie de deambular por los saberes, amigo de ellos (filo-sofo), sin profundizar en ninguno de ellos con todo el rigor que muchos de los que visité requerirían.

Por poner un ejemplo, de un tiempo a esta parte siento que sé menos de mecánica cuántica de lo que me creo, siéndome difícil explicar y comprender en detalle el experimento del entrelazamiento cuántico o, incluso, el gato de Schröedinger, sin ir más lejos, fenómenos que están emparentados con el desarrollo de la computación cuántica… y hacen que me sienta bastante obsoleto en cuanto a los conocimientos que en su día adquirí de esa materia.

Ni hablar de la extensión minúscula que visité como turista accidental en el ámbito de la lingüística comparada a lo largo del trabajo sobre el Proyecto de Clasificación Filogenética de las Lenguas del Mundo y por el que acabé siendo considerado un colaborador de la Cátedra de Tecnologías Lingüísticas de la UNESCO, pero que se traduce en un reconocimiento en una web y muy poco más (ni quizá lo merezca).

Cada día me avergüenzo más de todo lo que desconozco. Y no es falsa modestia. Es la sensación de que la profundidad de mis conocimientos es la de un charco frente a la Fosa de las Marianas. Por no hablar de la extensión, que es la del charco en cuestión frente al Océano Pacífico.

Y sin embargo me queda tan poco de vida para afrontar el aprendizaje de todo lo que aún deseo conocer…

Uno de los N’Clave de Po(esía) online…

La semana pasada tuvimos el evento de N’Clave de Po(esía) que estoy realizando online, obviamente, desde el que correspondía en marzo… y lo que queda de 2020, no creo que lo hagamos presencial salvo escenarios de un optimismo radical.

Fue entrañable, principalmente centrado en personas que están asistiendo a los talleres de Poesía y Escritura Creativa de la Asociación Cultural Clave 53, pero abierto a todo el mundo, tanto es así que se organizó como reuniones de Skype sin contraseña, ni siquiera, lo que era algo arriesgado, pero por otro lado, tampoco tenía por qué derivar en una incidencia de seguridad, pues con expulsar a quien no se identificase claramente, era suficiente. Y no éramos tantos: Un par de sesiones de una hora y media cada una, con unas 6 personas en cada una de ellas. 12 o 13 personas que podían haber compartido evento, pero habría habido mayores probabilidades de incidencias tecnológicas que ralentizaran el devenir del evento. Fueron sencillos, cálidos y con lecturas siempre sorprendentes, e incluso con sorpresas como un poema cantado en coreano por Kay Woo o un experimento vocal de Eva Obregón Blasco. Es un lujo estar rodeado de gente tan interesante.

Poetas leídos a lo largo de la tarde (algunos no los apunté):

  • Francisca Aguirre
  • Roberto Juarroz
  • Mada Alderete
  • León Sierra (era uno de los asistentes)
  • Wis?awa Szymborska
  • Leopoldo Alas Mimbres
  • Alberto Portera
  • Álvaro Mutis
  • Raymond Carver
  • Gamoneda
  • Carmelo Iribarren
  • Lee (Yi) Sang (un verdadero descubrimiento)
  • Pedro Juan Gutiérrez
  • Teresa Agustín
  • Carmen Bullosa
  • Robert Desnos
  • Charles Bukowski
  • Raymond Queneau
  • Ingeborg Bachmann
  • Anna Ajmátova
Esto no es una broma