Una mala acción

13plumasNo, no es de moral de lo que hablo, sino de arte, arte de acción. Y no es una referencia a la maravillosa acción que realizó Isidoro Valcárcel Medina en la convocatoria del Acción10MAD.

El viernes pasado estaba convocado para realizar una acción dentro de un evento lleno de eventos que es la presentación del libro de Ana Matey, titulado 13 plumas. Nos había hecho llegar a varias personas (13), varias plumas, envueltas y con la propuesta de realizar una acción que iba a solaparse con acciones de otras tantas personas. Debíamos llegar sin avisar, sin ser presentados, y accionar directamente.

La propuesta era divertida y fue bien, pero quedé bastante descontento con mi acción. Desde varios días atrás, pensé poco en ella, en la acción, hasta el punto de que barajé dejar de hacerla para poder darle una clase a mi alumna preferida, más que nada porque en esa acción me pagaban y como performer no. Aunque no era solo una cuestión de dinero. Ambas cosas me apetecían, pero ninguna mucho. Faltaba motivación. No tenía claro qué quería hacer y eso acabó pasándome factura.

¿Qué exactamente no me gustó de mi performance?

Faltó presencia, pero, sobre todo, faltó nitidez. No estaba bien perfilada, no estaba bien definida, como si fuese una improvisación deslavazada en la que iba haciendo un poco lo que me venía en gana, pero sin haber decidido, tampoco, que iba a ser una improvisación. En resumidas cuentas, fue hacer por hacer. No hubo un proyecto, no hubo poesía, no hubo intención.

Que faltase presencia era perdonable, porque yo había supuesto que iba a solaparse con otras 13 personas y no quería llevar una acción muy aparatosa, muy presente, muy ampulosa que requiriese atención, pero acabé por ignorar estar en un lugar especial, en un momento especial, pero ni siquiera en un cotidiano lugar elegido. No había elección. Y sin ella, la presencia era huera, vacua, vana, como de juego sin gracia.

Pero lo peor fue que no sabía ni cuando terminar. Y el tiempo, marcado forzosamente en 13 minutos, se me hizo eterno, lo que es absurdo, pues no era ni la mitad de lo que me gusta tardar. Pero 13 minutos llenándolos con naderías, con pequeñas acciones sin objeto, fue tan largo que, de hecho, terminé antes porque no le veía sentido a continuar.

Este sábado tengo la oportunidad de resarcirme, de disculparme para conmigo mismo, realizando una acción que sirva, de algún modo, como presentación de su libro. Hummm…. elegir acciones cotidianas para realizarlas y dotarlas de valor artístico no es un problema, el problema es hacer sin haber elegido. Esto se convierte en la más vacía pretensión y un artista conceptual no puede permitirse caer en estos vacíos vicios. Sin concepto, sin idea, sin decisión consciente, una performance es solo una tontería, una tomadura de pelo y una falta de respeto.

Debo disculparme, pero lo haré con una acción. Espero que, la próxima vez, será seria, rigurosa y definida.

¿Cómo se llega a ser artista contemporáneo?

Por José Luis Pardo

José Luis Pardo (Madrid, 1954) es profesor de filosofía de la Complutense y ha tocado el ámbito artístico en el ensayo Sobre los espacios (Serbal, 1991). Está por publicar en Pre-Textos, en colaboración con Fernando Savater, Palabras cruzadas. Una invitación a la filosofía. Este texto compara el rol social y el significado del artista moderno y el contemporáneo.

¿Cómo se llega a ser artista contemporáneo? 1813 Günter Brus

Aparentemente, y a riesgo de la decepción que a un lector animado por el título pueda ello suponerle, responder a esta pregunta no debería ser más difícil que explicar cómo se llega a ser artista moderno, y desde luego bastante más fácil que comprender cómo se llega a ser artista antiguo, artista medieval o, en general, artista premoderno.

Esto último (cómo se llega a ser artista premoderno) es más difícil porque aquellos a quienes hoy reconocemos este rango (por ejemplo, Velázquez, Cervantes o Píndaro) no se propusieron jamás llegar a ser artistas, por la simple razón de que, en sus épocas y sociedades respectivas, no existía el estatuto de «gran artista profesional», no estaban institucionalizadas las instancias que conceden esta categoría ni se daban los parámetros y procedimientos de reconocimiento que la consolidan. De modo que el hecho de que ciertos personajes premodernos hayan llegado a ser considerados artistas es un hecho forzosamente retrospectivo, plagado de azares y contingencias y, como tal, hijo de selecciones y elecciones realizadas mucho después de que tales figuras estuviesen enterradas y sus obras totalmente concluidas, y obediente a criterios estéticos y científicos completamente ajenos a sus conciencias, relacionados, entre otras muchas cosas, con la «invención de la Historia del Arte» llevada a cabo por varias generaciones de grandes profesores universitarios (fundamentalmente alemanes y británicos) durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX. Esto —su falta de voluntad de ser «artistas», por haber adquirido esta condición post mortem, y a consecuencia de circunstancias que ellos no pudieron en modo alguno prever— hace que Shakespeare, Vivaldi, Eurípides o Hugues Libergier aparezcan a nuestros ojos algo más inocentes (sólo como artistas, pues como personas aparecen bastante más ambiguos) que, por ejemplo, Flaubert o Picasso (cuya voluntad artística es exorbitante y a veces exasperante, pero cuyas biografías son también más claras y rotundas).

Ello se debe a que los dos últimos nombres identifican plenamente a artistas modernos, es decir, a individuos que sí lucharon deliberada y denodadamente por ser artistas, bien porque en su contexto esta lucha era perfectamente posible y estaban especialmente dotados para ella (como le sucedía a Picasso), bien porque ellos mismos contribuyeron a forjar la figura canónica del artista moderno, como es más bien el caso de Flaubert. Y a pesar de las enormes distancias que hay entre estos dos ejemplos, en ambos, como en muchos otros significativos que podrían aducirse, el camino para llegar a ser «artista moderno» está jalonado de lo que Pierre Bourdieu llamaría «atentados simbólicos» contra el orden establecido de la representación, atentados que en el caso de Flaubert son ya para nosotros (porque el tiempo transcurrido se ha encargado de convertir en norma lo que entonces fuera escándalo) prácticamente imperceptibles, y en el de Picasso están en vías de serlo. Pero lo que distingue al artista moderno del premoderno no es esto (pues podrían señalarse gravísimos atentados simbólicos cometidos antes de la modernidad), sino el hecho —coherente con la reflexividad que caracteriza al primero frente al segundo— de esforzarse por hacer de la ruptura de las reglas una profesión respetable. De tal modo que podría decirse que el gran logro del arte moderno no reside únicamente en la confección de tales o cuales obras, sino en la creación de la institución arte como una esfera de la cultura separada y distinta, dotada de relativa autonomía en cuanto a sus valores y cánones de legitimación con respecto a las demás esferas, y asociada a ciertas entidades emblemáticas como los museos y las bibliotecas nacionales, las grandes galerías, la industria editorial y las facultades de Bellas Artes. Este término tan equívoco («bellas», aplicado a las artes o a las letras, para diferenciarlas de las «plebeyas») identifica el título de nobleza que distingue para los modernos al «gran arte» (digno de ser conservado) del pequeño, que sólo tiene un estatuto funcional o de servicio, aunque también es el origen de un gran malentendido: pues la belleza que ostentan los productos así peraltados nada tiene que ver con la «armonía», la «proporción» o cualquier otra cosa que pudiera concebirse como una medida objetiva de su perfección (y esta falta de medida objetiva es lo que otorga al arte moderno su célebre e irremediable halo de subjetividad); más en concreto, la belleza moderna es casi un requisito negativo, pues se trata de un placer que no se puede reducir al agrado sensible ni a la adecuación instrumental, ni siquiera a la satisfacción moral, que se quiere pura y simplemente artístico. Esto de lo «puramente artístico» ha resultado siempre algo bastante misterioso, sobre todo considerando que el pensador moderno que quintaesenció en una fórmula varios siglos de reflexiones metapoéticas definió este misterio, del lado del receptor, como una extraña facultad llamada «gusto», que no se puede aprender, y del lado del productor como una peculiar disposición del temple anímico —el genio— en virtud de la cual la naturaleza da la regla al arte.

Seguramente el arte empezó a tornarse contemporáneo el día en que esta condición misteriosa pasó a ser directamente sospechosa, sospecha que pende como una vergonzosa mancha sobre todo lo que hoy quiera ser llamado bello. Y, aunque la queja más popular contra el arte contemporáneo consista en acusarle de fealdad en el sentido (antiguo) de «imperfección objetiva», quizá su más profundo feísmo se relacione más bien con su rechazo de la belleza en el sentido (moderno) de «placer subjetivo puramente artístico», hasta el punto de que podría decirse que se llega a ser artista contemporáneo a través de una carrera sembrada de «atentados simbólicos» que, ahora, ya no se dirigen contra el orden establecido de la representación (puesto que cada vez está menos claro que haya un orden de este tipo o en qué consiste) sino precisamente contra el arte como institución, entre cuyos muros medio demolidos vive a su pesar el artista contemporáneo, tomado por lo que precisamente ya no quiere ser, o sea, ornamento de un poder público o recremento de poderes privados. Testimonio de ello son los sucesivos y concurrentes intentos de negación de la voluntad artística —el artista contemporáneo, a diferencia del moderno, no quiere ser artista o autor— o la pretensión de disolver la categoría misma de obra (creando productos visuales que no sean «cuadros» susceptibles de ser conservados en museos, productos sonoros que no sean «canciones» susceptibles de ser repetidas o reproducidas, productos gráficos que no sean «libros» susceptibles de ser catalogados en bibliotecas, entre otros muchos ejemplos), y también el hecho de que un celebrado pensador posmoderno haya podido concebir la peregrina idea de que los atentados de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York son «la mayor obra de arte contemporáneo». La única comunidad que acaso sea factible hallar entre tan diversos y heterogéneos programas pudiera consistir en su condición de haberse constituido en torno a la finalidad común de atacar, desmontar, descubrir, delatar y/o desenmascarar ese misterio de lo «puramente artístico» que los antiguos recubrieron con el romántico nombre de inspiración y los modernos envolvieron en la noción de «belleza» que acabamos de recordar, y que suscita tantos recelos por aparecerse como un mero disfraz de la más desnuda arbitrariedad subjetiva, de la dominación de clase, de la cosificación y la alienación fetichista de la mercancía, de la homogeneización de las diferencias, del terror y de la violencia, de la injusticia y la barbarie, del sexo y del deseo, del dolor y de la muerte, etcétera, etcétera, etcétera.

Así que una manera fácil de desacreditar al arte contemporáneo sería poner en evidencia que ninguno de estos intentos de desvelar el misterio ha tenido hasta ahora un éxito significativo; pero esta descalificación es, además de fácil, estéril, porque quizá en este terreno —como en otros— la única manera de tener algo parecido a un éxito consiste en fracasar una y otra vez, y falaz, porque olvida un sentido inaparente en el cual el arte contemporáneo sí que ha tenido un éxito avasallador: desde el punto de vista más aparente, desde luego, se diría que el ataque a la «belleza» ha convertido el arte contemporáneo en algo desligado de toda función social y que se ha quedado por ello (más en unas artes que en otras) sin público. Ahora bien, esta perspectiva olvida que, precisamente porque la «belleza» era la barrera que separaba a las artes «nobles» de las «serviles», una vez desaparecida esta barrera, las facetas más funcionales socialmente de las «artes» han encontrado vías de penetración social insólitas y caudalosas: el diseño, el spot, la sintonía, la creación de imágenes corporativas y de moda en todos los órdenes. A estas vías de penetración no es ajeno el hecho de que los más contemporáneos de los artistas contemporáneos, al no tener una obra que vender ni una firma de cuyos derechos legales vivir, se han visto obligados a buscar segundos empleos en los casos —que abundan— en los cuales la de artista ya no es ni siquiera una profesión viable. Y seguramente todo esto significa que la sospecha se ha vuelto en sí misma sospechosa, es decir, sintomática de que en el «misterio» de la «belleza» (moderna) o en el secreto de la «inspiración» (antigua) se oculta algo más que una justificación de la tiranía o que la afirmación estética de una distinción de clase. Es obvio que a estas alturas no podemos ya sostener cosas como que es «la naturaleza» la que da la regla al arte, de la misma manera que los modernos ya no podían defender la antigua teoría de la posesión divina del poeta. Ahora ya sólo podemos decir que es la sociedad la que da la regla al arte.

Pero así como, en la fórmula kantiana, la naturaleza que daba la regla al arte no era la naturaleza de los físicos y los ingenieros (es decir, la que podemos concebir como un encadenamiento de causas mecánicas) sino la de los poetas (es decir, la naturaleza más allá de toda perspectiva instrumental que podamos arrojar sobre ella), así también la sociedad que da la regla al arte contemporáneo no es la sociedad de los sociólogos (es decir, la que podemos concebir como un conjunto de determinaciones culturales o económicas objetivables) sino la que los agentes sociales llevamos — confundiéndola con nuestra propia naturaleza, con nuestros gustos privados e inalienables, puesto que no podemos recordar cuándo ni cómo hemos aprendido todo ese saber sobre la sociedad que implícitamente carga hasta nuestras acciones más triviales— incorporada en nuestra conducta y la que, sin tener conciencia de que lo hacemos, legitimamos con cada uno de nuestros comportamientos. Que nos digan lo que esa sociedad es (más allá de su posible conversión en objeto científico de un saber positivo) y, por tanto, lo que nosotros mismos somos, es algo que, en efecto, como a menudo sucede con el arte contemporáneo, resulta poco agradable, y que tampoco está claro que sea (socialmente) utilizable ni moralmente recomendable. Pero es probable que el artista contemporáneo sea más consciente que sus predecesores del hecho de que el arte no puede en cuanto tal resolver ninguno de nuestros problemas. Puede, como mucho, ayudarnos a imaginar cuáles son en verdad esos que llamamos «nuestros (contemporáneos) problemas».

Modelos de la realidad

Cada día me gusta más el fantástico blog de mi amigo Xabi, sobre Química Cuántica. En esta ocasión, ha realizado una entrada sobre el surgimiento de las teorías de campos de Maxwell y la concepción unificada de los fenómenos eléctricos y magnéticos en la Teoría de Campos Electromagnéticos.

Ha sabido destacar, de ello, de ese pedacito de historia de la ciencia, lo más notable, que es, como bien dice, la concepción del modelo de la realidad como mero útil, utensilio y no visión o representación de la realidad.

Por alusiones, lo vinculo con la idea de separar la re-presentación de la presentación que se lleva a cabo en el arte conceptual, especialmente en el arte de acción, pero también con la «gestualidad» de un Marcel Duchamp presentando un urinario y no re-presentándolo. Trayendo la realidad al arte, y no simplemente una aproximación más o menos subjetiva de la misma. Este cambio de paradigma tenía que ver, obviamente, con la irrupción de la fotografía, también en el SXIX, que trastocaría la idea de aproximación a la realidad a base de representaciones intencionadamente fidedignas. Pero esta cuestión la dejo para otro día… o remito a Walter Benjamin (La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica) o, más adelante, al maravilloso ensayo de Roland Barthes, (que dejo aquí para posteriores consultas), titulado La Cámara Lúcida.

Un interesantísimo párrafo es el de:

Sin embargo con Maxwell, los físicos empezaron a tomar los modelos no como la esencia de la realidad, sino como representaciones útiles para llegar a las fórmulas que nos permiten describir los fenómenos sensoriales. Los modelos eran tan sólo una “muleta” en la que apoyar nuestra imaginación, un andamiaje necesario para levantar el edificio del formalismo matemático, pero que una vez levantado, era tan poco necesario como un andamio al finalizar una construcción. Desde entonces, y cada vez con una tendencia mayor en física, los científicos empezarían a hablar de los modelos con frases de tipo “la realidad es como si…” , y no “la realidad es…”.

En el que, como bien apunta Xabi, se habla de una realidad que deja de ser, por primera vez, aprehensible, es decir, no puede capturarse, no puede obligarse a ser de una manera. Es, de una manera más o menos misteriosa, y tan solo nos quedarán aproximaciones más o menos acertadas, visualmente acertadas. En el fondo, es como si la poesía hubiera ganado la guerra contra la prosa: la metáfora es la mejor representación posible para describir la prosaica realidad, inapresable, mistérica, utópica.

Ya se anticipaba algo cuando Hume defendía el experimento, el fenómeno, en tanto manifestación de la realidad, no como realidad misma, pero esto va más allá, unos cuantos pasos más allá, afirmando la ciencia que no tiene capacidad para hablar de La Realidad, sino de los modelos que la describen. Y, al fin, esa realidad vuelve a la metafísica, al lugar que Aristóteles le tenía reservado más allá de sus textos de física. Cerca, ya, de la teología.

Efectivamente, otra cuestión importante, es la de la lejanía entre el lenguaje metafórico que todo el mundo puede acercarse a comprender y el lenguaje matemático, riguroso, que exige del lector un conocimiento iniciático, pitagórico, creando una especie de desfase entre los que saben y los que no saben cómo funciona el universo. Correctamente, ninguno lo sabe, pero unos saben que no lo saben, otros creen que saben porque pueden visualizarlo… pero no es el universo lo que visualizan, pero les vale… y ese divorcio lleva asociada la dificultad de enseñar en estos tiempos abstractos, rigurosos, matemáticos, en los que, por ende, se ha renunciado a que esa enseñanza lleve asociada, en última instancia, un verdadero conocimiento de La Realidad, sino de un modelo vigente y cuestinable (en que pueda ser puesto en cuestión radica una de las bondades del método científico) de la realidad observable… que no ha de coincidir con La Realidad, si es que esta puede afirmarse que existe y es única.

Pero que este rigor sea despreciado porque ha reconocido su impotencia (ya lo hará aún más Heisemberg y su Principio de Incertidumbre), no debería lanzar a la gente a respuestas fáciles que pretenden superar esa impotencia, como todas aquellas más o menos místicas y antirracionales que, no solo no responden más que con suposiciones inverificables, sino que ponen en tela de juicio nuestra metodología de razonamiento. Y queda tan poco sin esa metodología para que seamos supersticiosos neanthertales…

Las doce ideas Fluxus

Extracto de “Cuarenta Años de Fluxus”
Ken Friedman

2.0. Cuestiones centrales

Se puede considerar que hay doce ideas centrales en Fluxus. En 1981, Dick Higgins elaboró una lista de nueve criterios que, en su opinión, eran fundamentales para Fluxus. Afirmaba que una obra o un proyecto es «fluxista» en la medida en que cumpla un número significativo de criterios, y que cuantos más cumpla una pieza en concreto, más Fluxus es en cuanto a intención y realización. Yo he ampliado la lista de Dick a doce criterios. Las ideas son en gran medida las mismas que las de Dick, pero he cambiado algunos de los términos para recoger de forma más precisa los matices de significado.

Ha habido cierta confusión en cuanto a la utilización del término «criterios». Dick y yo empleamos, los dos, el término en el sentido original de características o rasgos, no como normas de juicio. Es decir, pretendemos describir, no prescribir. Estamos describiendo ideas, no prescribiendo normas.

    Las doce ideas Fluxus son las siguientes:

    1. Globalismo
    2. Unidad del arte y la vida
    3. Inter-media
    4. Experimentalismo
    5. Azar
    6. Carácter lúdico
    7. Sencillez
    8. Capacidad de implicación
    9. Ejemplificación
    10. Especificidad
    11. Presencia en el tiempo
    12. Musicalidad

2.1. Globalismo

El globalismo es fundamental en Fluxus. Recoge la idea de que vivimos en un único mundo, un mundo en el que los límites de los estados políticos no equivalen a los límites de la naturaleza o de la cultura. La lista de Dick Higgins empleaba el término intemacionalismo. Higgins se refería al absoluto desinterés, por parte de Fluxus, por el origen nacional de las ideas o de las personas, pero el intemacionalismo también puede ser una forma de competencia entre las naciones. La guerra es ahora inaceptable como forma de expresión nacional y, por otra parte, los intereses económicos a escala global también pueden hacer desaparecer las fronteras nacionales. Los únicos ámbitos en los que las naciones pueden presentarse como grupos de interés nacional, con identidades definidas frente a las identidades de otras naciones, son el deporte y la cultura. Los festivales culturales internacionales son, en ocasiones, como campeonatos de fútbol donde las estrellas de la cultura y los políticos nacionales se enfrentan con toda la energía y el salvajismo de una guerra simulada. Fluxus fomenta el diálogo entre mentes hermanas, independientemente de la nación. Fluxus acoge el diálogo de mentes no hermanas cuando sintonizan con objetivos sociales.

En los años sesenta, internacionalismo era un concepto muy significativo. Las Naciones Unidas era un organismo joven, la guerra fría era un conflicto activo y los grupos políticos de masas, que funcionaban como grupos de intereses nacionales, parecían propiciar la apertura aun diálogo global. Hoy en día, globalismo es una expresión más precisa; no se trata sólo de que las fronteras no cuenten, ya que éstas no existen en el caso de cuestiones fundamentales.
La visión que Fluxus tiene del globalismo integra un enfoque democrático de la cultura y de la vida. Un mundo habitado por individuos con el mismo valor requiere un método para que cada cual se realice en todo su potencial y esto, a su vez, exige un contexto democrático en el que cada persona pueda decidir cómo y dónde vivir, qué ser y cómo hacerlo.

El mundo, tal como lo conocemos hoy, ha sido moldeado por la Historia, y las condiciones que nos afectan están determinadas en gran parte por factores sociales y económicos. Hemos de admitir que, si bien las naciones industrializadas occidentales y otras en vías de desarrollo son esencialmente democráticas, no es cierto que vivamos en un mundo verdaderamente democrático. Gran parte del planeta está gobernado por tiranías, dictaduras o estados anárquicos. Encontrar la vía para pasar del mundo que tenemos a otro democrático suscita cuestiones importantes y complejas, que exceden los límites de este ensayo; no obstante, la mayor parte de nosotros consideramos que la democracia es un objetivo apropiado y una aspiración válida. Es justo decir que muchos artistas Fluxus consideran su obra como una contribución a ese mundo.

Parte de la obra de Fluxus está pensada como contribución directa aun mundo más democrático. Los proyectos dé Joseph Beuys para una democracia directa, los experimentos de Nam June Paik con la televisión, los programas de Robert Filliou, la Something Else Press de Dick Higgins, los proyectos Aktual de Milan Knízák, las series múltiples de George: Maciunas, y mis propios experimentos en el ámbito de la comunicación y de las expresiones artísticas basadas en la investigación, constituyen claramente un intento de introducir la expresión democrática en el arte y utilizar éste al servicio de la democracia. Los artistas que crearon estos proyectos escribieron ensayos y manifiestos que explícitaban este objetivo, aunque los puntos de vista partían de premisas de carácter diverso, ya que podían ser políticas, económicas, filosóficas e incluso místicas o religiosas. Como resultado de ello, éste es un aspecto de Fluxus que sólo se puede examinar y comprender en términos globales amplios, términos que encuentran voz propia en las palabras de los artistas. Otros proyectos Fluxus tenían objetivos similares, aunque no todos lo han proclamado de forma tan manifiesta.
Coincidiendo con una postura democrática encontramos un enfoque antielitista. Cuando Nam June Paik leyó la primera versión de las 12 Ideas Fluxus, señaló que faltaba el concepto de antielitismo.

En mi exposición, no había conseguido articular el vínculo entre globalismo, democracia y antielitismo. De hecho, sin democracia no se puede concretar una comunidad global humanista, como tampoco es posible instaurar la democracia en un mundo controlado por una elite. En este contexto, se debe definir el término «elitismo» como el sistema que favorece a una clase que basa su dominio en el poder o la riqueza heredados, sin olvidar la habilidad que tienen los estamentos dominantes para incorporar nuevos miembros, de tal forma que puedan conservar su riqueza y su poder. Esto es contrario a una sociedad abierta o empresarial en la que la oportunidad de progresar se basa en la habilidad de crear valor en forma de bienes o servicios.

A la larga, las sociedades elitistas se estrangulan a sí mismas y la explicación está en su tendencia básica a limitar las oportunidades. Los seres humanos nacen con un potencial gen ético, el talento, y con la capacidad de crear valor para la sociedad, independientemente del género, la raza, la religión u otros factores. Algunos grupos sociales intensifican o debilitan determinadas posibilidades gen éticas mediante una selección preferencial basada en factores sociales, cuando la tendencia general es que cualquier persona puede constituir, en teoría, un factor potencial de enriquecimiento para su comunidad.

El grupo que coarta el acceso a la educación o a la habilidad de configurar valores, no permite que los individuos coartados aporten su contribución al conjunto. Esto supone que una sociedad coercitiva, incluso si compite, terminará por invalidarse en relación a una sociedad en la que todos pueden proporcionar servicio a los otros en la mayor medida posible.

Por ejemplo, una sociedad que permite que todos sus miembros desarrollen y utilicen su talento en todo su potencial siempre será más rica y competitiva que aquella que limita a algunos de sus miembros el acceso a la educación por razones de raza, religión o estrato social. Las sociedades modernas producen valor a través de profesiones basadas en la formación. Las personas formadas crean la riqueza material que permite a todos los miembros del grupo desarrollarse a través de disciplinas como la física, la química o la ingeniería, pero es prácticamente imposible llegar a ser físico, químico o ingeniero sin haber recibido la formación correspondiente. Las sociedades que impiden a amplios sectores de la población recibir esa educación reducen estadísticamente sus oportunidades de progreso material innovador, en relación a sociedades que educan a todas las personas para que puedan dedicarse a la física, a la química o a la ingeniería.

Al sugerir un mundo en el que no existen limitaciones basadas en los privilegios de una elite social, Fluxus propone un espacio en el que es posible crear el mayor valor para el mayor número de personas. Esta postura tiene su paralelo en muchos de los principios centrales del budismo y, en términos económicos, desemboca en lo que podría llamarse capitalismo budista o capitalismo verde.

En el ámbito artístico, el resultado puede ser confuso, ya que las artes son un campo de cultivo y un contexto para la experimentación. El mundo utiliza el arte para llevar a cabo experimentos de muchos tipos, tanto mentales como sensoriales, y en el mejor de los casos, las artes son terrenos culturales pantanosos, un medio adecuado para la evolución y la transmutación de las formas de vida. En un sistema dinámico y biológica mente rico, hay muchas más oportunidades para dar con callejones sin salida evolutivos que con mutaciones que tengan éxito. Como resultado de ello, en el entorno de las artes debe haber, y de hecho hay, un mayor margen para errores y transgresiones que en el mundo inmediato, orientado a la obtención rápida de resultados en los negocios o en la política social. Curiosamente, esto implica que un mundo del arte sano puede ser aquél en el que siempre hay más arte malo que bueno. Según algunos, el concepto de arte malo o bueno es engañoso: era lo que afirmaba Filliou, lo que expresaba en su serie de obras Bien Fait, Mal Fait.

En última instancia, el desarrollo y la disponibilidad de una multiplicidad de obras y puntos de vista posibilita la elección, el progreso y el desarrollo. Esto resulta imposible en una sociedad controlada y planificada de forma centralista, mientras que un contexto democrático que permite opiniones enfrentadas e información abierta hace posible este crecimiento. El acceso a la información constituye una base para este desarrollo, lo que significa que todo el mundo debe tener la oportunidad de formular la información y utilizarla.

Los beneficios a corto plazo pueden incrementarse en situaciones entrópicas, como también es posible que los individuos y las naciones se beneficien a corto plazo del monopolio de recursos y oportunidades. Por eso existe el impulso hacia un elitismo basado en la clase social y unos privilegios basados en el nacionalismo pero, con el tiempo, se provocan problemas que perjudican a todos. El fluxismo sugiere globalismo, democracia y antielitismo como premisas inteligentes para el arte, la cultura y la supervivencia a largo plazo de los seres humanos.

El magnífico manifiesto de Paik de 1962, «Utopian Laser Television», apuntaba eh esa dirección. Proponía un nuevo medio de comunicación basado en cientos de canales de televisión. Cada canal acotaría la difusión de sus programas a una audiencia compuesta por :aquellos que elegían dicho programa, sin que importara el tamaño de dicha audiencia, ni si ésta estaba compuesta por dos o por dos mil millones de espectadores. Ni siquiera tendría importancia que los programas fueran inteligentes o ridículos, comprensibles para la gente corriente o totalmente excéntricos. El medio haría posible que toda la información se transmitiera y cada miembro de cada audiencia sería libre de seleccionar o elegir su propia programación a partir de un menú de posibilidades infinitas.

Aunque Paik escribió su manifiesto refiriéndose a la televisión y no a la información a través de ordenador, predijo la red mundial de ordenadores y sus efectos. Si la tecnología avanza hasta el punto en que la potencia de los ordenadores permita que la red transporte y suministre programación audiovisual completa, como películas y cintas de vídeo, podremos ver la «Utopian Laser Television» de Paik. Este es el sentido último de Internet con su promesa de un mundo rico en información.

Como sugirió Buckminster Fuller, tiene sentido afirmar que, algún día, todos los seres humanos tendrán acceso a la distribución de la carta de recursos, en un entorno pe beneficios compartidos, preocupación común y conservación mutua de recursos.

2.2. Unidad del arte y la vida

La unidad del arte y la vida es central en el fluxismo. Cuando Fluxus se creó, el objetivo consciente era borrar las fronteras que separan el arte de la vida. Era el tipo de lenguaje que respondía a los tiempos del arte pop y los happenings. El círculo fundador de Fluxus pretendía resolver lo que se consideraba entonces una dicotomía entre arte y vida. Hoy en día, está claro que la contribución radical que Fluxus aportó al arte fue sugerir que no hay ninguna frontera que borrar.

Beuys lo expresó bien al sugerir que toda persona es un artista, por muy polémica que esta afirmación parezca. Otra forma de hacerlo es decir que el arte y la vida son parte de un campo unificado de referencia y constituyen un contexto único. Enunciarlo en estos términos también plantea problemas, pero el propósito global de Fluxus es ir allí donde se encuentran los problemas más sugerentes.

2.3. Inter-media

La práctica inter-media constituye el vehículo apropiado para el fluxismo. Dick Higgins introdujo en el mundo moderno el término «inter-media» en su famoso ensayo de 1966. Describía una forma de arte apropiada para las personas que afirman que no existen fronteras entre el arte y la vida. Si no hay frontera entre el arte y la vida, entonces no puede haberla entre diferentes formas de arte. A efectos de la historia, de la discusión, de la distinción, uno puede referirse a formas de arte diversas, pero el significado de «inter-media» es que nuestro tiempo, a menudo, requiere formas de arte que recurren a las raíces de distintos medios, dando lugar a nuevos híbridos.

Imaginen, tal vez, una forma de arte integrada por un 10% de música, un 25% de arquitectura, un 12% de dibujo, un 18% de manufactura de zapatos, un 30% de pintura y un 5% de olor. ¿Cómo sería? ¿Cómo se haría? ¿Cómo aparecerían algunas de las obras de arte específicas? ¿Cómo funcionarían? ¿Cómo interactuarían los elementos? Se trata de un experimento mental que genera resultados interesantes y son precisamente pensamientos como éste los que han dado lugar a algunas de las obras de arte más relevantes de nuestro tiempo.

2.4. Experimentalismo

Fluxus aplicó el método científico al arte. El experimentalismo, la orientación investigadora y la iconoclasia fueron sus señas de identidad. El experimentalismo no es únicamente intentar cosas nuevas; significa, en efecto, intentar cosas nuevas, pero también evaluar los resultados. Los experimentos que producen resultados útiles dejan de serlo y se convierten en instrumentos utilizables, como la penicilina en medicina o los números imaginarios en matemáticas.

La orientación investigadora tiene que ver no sólo con los métodos experimentales, sino también con las formas en que se lleva a cabo la investigación. La mayoría de los artistas, incluso los que se consideran experimentales, no comprenden en profundidad cómo se desarrollan las ideas. En el ámbito de la ciencia, el concepto de colaboración entre teóricos, experimentadores e investigadores que trabajan juntos para desarrollar métodos nuevos y resultados, está totalmente asentado. Fluxus aplicó esta idea al arte y muchas de las obras Fluxus son fruto del diálogo activo de numerosos artistas que, si bien no son los primeros en aplicar ese método, sí es cierto que Fluxus es el primer movimiento artístico que declara que esta forma de trabajar constituye un método totalmente adecuado para ser utilizado a lo largo de años de actividad, y no como diversión ocasional. Muchas obras Fluxus todavía son producto de artistas individuales pero, desde el primer día hasta la actualidad, hay artistas Fluxus trabajando juntos en proyectos en los que se puede aplicar más de un talento.

Es casi innecesario explicar la necesidad de la iconoclasia. Cuando se trabaja de forma experimental en un ámbito tan limitado por las restricciones y por los prejuicios como el arte, es necesario tener la voluntad de romper las normas de la tradición cultural.

2.5. Azar

Un aspecto clave de la experimentación de Fluxus es el azar. Los métodos y resultados del azar se dan de forma repetida en la obra de los artistas Fluxus.

Hay varias formas de abordar el azar. El sentido de algo aleatorio, casual, es conocido y muy utilizado, es una tradición con un legado que se remonta a Duchamp, a Dadá y a Cage. Tal vez los que han escrito sobre Fluxus se ha ocupado del azar más de lo que debieran, pero esto es comprensible en el contexto cultural en el que apareció Fluxus.

A finales de los años cincuenta, el mundo parecía haber caído en una rutina extrema y las oportunidades de involucrarse individualmente en el gran juego de la vida parecían demasiado limitadas. En América, este fenómeno se señaló en libros como The Organization Man, en críticas a la «generación silenciosa» y en estudios como The Lonely Crowd. Todo el programa artístico y político del movimiento Beat se basaba en la oposición a la rutina. La casualidad aleatoria, como forma de romper las ataduras, empezó a resultar tremendamente atractiva y, para algunos de los que crecieron a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, sigue teniendo el aroma nostálgico que los coches deportivos y las películas de James Dean tienen para otros. Aún así, el azar aleatorio fue más útil como técnica que como filosofía.

También existe el azar evolutivo que, a la larga, desempeña un papel más importante en la innovación que la casualidad aleatoria. El azar evolutivo implica un cierto elemento aleatorio. Es el caso de los cambios genéticos, que ocurren en un proceso conocido como selección aleatoria. Las nuevas mutaciones biológicas ocurren de forma aleatoria bajo la influencia de una entropía limitada cuando, por ejemplo, la radiación afecta a la estructura gen ética. Sin duda se trata de una degeneración técnica del código gen ético, pero algunas deformaciones genéticas constituyen, de hecho, buenas opciones para la supervivencia y para el crecimiento. Cuando una de estas mutaciones encuentra el equilibrio adecuado entre el cambio y el nicho en el que está situada, sobrevive para integrarse al desarrollo evolutivo.

Este fenómeno tiene su paralelo en el arte y en la música, en las culturas humanas y en las sociedades. Algo entra en escena cambiando la visión del mundo que teníamos antes y esta influencia puede iniciarse de forma aleatoria. Puede empezar de una forma no planificada, o bien ser el resultado de interferencias en las señales de los mensajes previstos o de un repentino discernimiento. Existen muchas posibilidades. Sin embargo, cuando la aportación aleatoria se integra en una nueva estructura, deja de ser aleatoria y se convierte en evolutiva. Por eso el azar, que según lo anterior también tiene que ver con la forma en que crece el conocimiento científico, está estrechamente unido a la experimentación en Fluxus.

2.6. Carácter lúdico

El carácter lúdico ha formado parte de Fluxus desde el principio. Parte de este concepto lúdico se ha plasmado en bromas, juegos, puzzles y gags. En ocasiones, se ha subrayado excesivamente el papel de los gags en Fluxus. Es comprensible, teniendo en cuenta que los seres humanos tienden a percibir los modelos a partir de su gestalt, centrándose en las diferencias más evidentes. Cuando Fluxus surgió, el arte se encontraba bajo la influencia de una serie de actitudes en las que parecía ser un sustituto liberal y secular de la religión. El arte estaba tan influido por los rígidos criterios de concepto, forma y estilo que la actitud irreverente de Fluxus llamó la atención como un sonoro pedo en un ascensor estrecho. El aspecto más visible del estilo irreverente era el énfasis en el gag, pero el humor es algo más que gags y chistes, y el carácter lúdico implica algo más que humor.

El juego implica mucho más que humor. Está el juego de las ideas, jugar con la libre experimentación, el juego de la libre asociación y el juego del cambio de paradigmas, que son tan habituales en los experimentos científicos como en las travesuras.

2.7. Sencillez

La sencillez, en ocasiones denominada parquedad, nos remite a la relación entre verdad y belleza. Otro término para designar este concepto es elegancia. En matemáticas o en ciencia, una idea elegante es aquella que expresa la serie más completa posible de significados en la frase más concentrada posible. Esa es la idea de la navaja de Occam, un instrumento filosófico que afirma que una teoría que expone todos los aspectos de un fenómeno con el menor número de términos posible tendrá más probabilidades de ser correcta que una teoría que explica el mismo fenómeno utilizando más términos (o términos más complejos). Desde está perspectiva de configuración filosófica, el modelo del sistema solar de Copérnico es mejor que el de Ptolomeo -mucho mejor-, porque explica una serie más completa de fenómenos con menos términos. La parquedad, la utilización de medios frugales, esenciales, está relacionada con este concepto.

Este punto aparecía en la lista original de Higgins como minimalismo, pero el término minimalismo ha llegado a tener un significado muy concreto en el mundo del arte. Aunque algunos de los artistas Fluxus, como La Monte Young, pueden denominarse, sin duda alguna, minimalistas, la intención y el significado de su minimalismo es muy diferente a los del minimalismo asociado con la escuela de arte de Nueva York del mismo nombre. Prefiero considerar a La Monte como parco. Su obra es una concentración frugal de idea y significado que responde a su largo peregrinaje espiritual, más cercano a Pandit Pran Nath que a Richard Serra.

La sencillez de medios y la atención perfecta caracterizan este concepto en la obra de los artistas Fluxus.

2.8. Capacidad de implicación

La capacidad de implicación supone que una obra Fluxus ideal implica muchas más obras. Este concepto surge de la noción de elegancia y parquedad y está próximo a ella. También en este caso se pone de manifiesto la relación de Fluxus con el experimentalismo y con el método científico.

2.9. Ejemplificación

La ejemplificación es el principio que Dick Higgins subrayó en otro ensayo, el «Exemplativist Manifesto», y puede definirse como la cualidad de una obra que ejemplifica, es decir, muestra o ilustra, la teoría y el significado de su construcción. Si bien no todas las obras Fluxus son ejemplificantes, siempre se ha tenido la sensación de que las piezas que son ejemplificantes están de alguna forma más cerca del ideal Fluxus que las otras. Se podría afirmar, en este sentido, que la ejemplificación es la distinción entre las propuestas poéticas de George Brecht y las de Ray Johnson, y probablemente pone de manifiesto por qué Brecht se encuentra dentro del círculo Fluxus, mientras que Johnson, por muy cerca que esté de Fluxus, en realidad nunca ha formado parte de este movimiento.

2.10. Especificidad

La especificidad tiene que ver con la tendencia de una obra a ser específica, distinta y autónoma, ya representar todas sus partes. La mayoría de las obras de arte se basan en la ambigüedad, filtrando significados para acumular significados nuevos. Cuando una obra tiene especifidad, está dotada de significado de forma totalmente consciente. En cierto modo, esto puede parecer una contradicción en un movimiento artístico que ha llegado a simbolizar la ambigüedad filosófica y la transformación radical, pero es un elemento clave en Fluxus.

2.11. Presencia en el tiempo

Muchas obras Fluxus tienen lugar en el tiempo. A veces se ha hecho referencia a esto empleando el término efímero, pero los términos efímero y duración representan en Fluxus cualidades diferentes del tiempo. Es lógico que un movimiento artístico, cuyo nombre mismo se remonta a los filósofos griegos del tiempo y al análisis budista del tiempo y de la existencia en la experiencia humana, hiciera hincapié en la presencia del elemento temporal en el arte.

La cualidad de lo efímero es evidente en las breves performances de Fluxus, donde el término es totalmente apropiado, y en la producción de publicaciones y objetos efímeros, momentáneos, que siempre han caracterizado a Fluxus. Pero las obras Fluxus, a menudo, tienen un sentido diferente del durativo, como es el caso, por ejemplo, de las composiciones musicales que duran días o semanas, las performances que se realizan por fragmentos a lo largo de décadas e incluso las obras de arte que crecen y evolucionan a lo largo de períodos de tiempo igualmente extensos. El tiempo, la gran condición de la existencia humana, es una cuestión central en Fluxus y en la obra que crean los artistas de este círculo.

2.12. Musicalidad

La musicalidad hace alusión al hecho de que muchas obras Fluxus están diseñadas como partituras, como obras que pueden ser ejecutadas por artistas que no sean el propio creador. Aunque puede que este concepto surgiera del hecho de que muchos artistas Fluxus eran también compositores, significa mucho más que eso. Los acontecimientos, muchas instrucciones objetuales, obras que son juegos y puzzles -incluso algunas esculturas y pinturas- funcionan de esta forma. Significa que puedes poseer una pieza de George Brecht si ejecutas una partitura de Brecht. Aunque esto suene extraño, cabe preguntarse si es posible experimentar Mozart simplemente escuchando a una orquesta tocar una de las partituras de Mozart. La respuesta es que sí es posible. Cabe la posibilidad de que otra orquesta, o el propio Mozart, hubieran ejecutado una interpretación mejor, pero sigue siendo la obra de Mozart. Lo mismo ocurre con una obra de Brecht, de Knízák o de Higgins, creadas para ser ejecutadas desde una partitura.

La cuestión de la musicalidad tiene implicaciones fascinantes. El pensamiento y la intención del creador son los elementos claves de la obra. La cuestión de la importancia de la mano del artista sólo es pertinente en la medida en que la habilidad de la ejecución afecte a la obra. En algunas obras conceptuales, esta cuestión ni siquiera se plantea. La musicalidad está vinculada al experimentalismo y al método científico y los experimentos deben funcionar de la misma forma. Para que un experimento siga siendo válido, cualquier científico debe ser capaz de reproducir la obra de otro científico.

Como ocurre con otras cuestiones Fluxus, esto plantea problemas interesantes. Los coleccionistas quieren obras en las que se vea la mano del autor y, por tanto, algunas obras Fluxus se autoinvalidan para los coleccionistas.
La musicalidad implica que la misma obra puede realizarse varias veces, y en cada fase puede ser la misma obra, incluso si se trata de una realización diferente. Esto molesta a los coleccionistas, que consideran obras de «cosecha» a las obras situadas en una época determinada y distante. El concepto de «cosecha» es útil únicamente si se considera de la misma forma que cuando se trata de vino: 1962 puede ser una buena cosecha, y también 1966, y después puede que no haya otra hasta 1979 o 1985.

Si se piensa en los compositores y directores de orquesta que han ejecutado una magnífica interpretación de obras del pasado, por ejemplo un ciclo completo de Beethoven o una serie de conciertos de Brahms, y una o dos décadas después nos ofrecen una interpretación totalmente diferente, pero igualmente rica, de la misma obra, entonces podemos ver por qué el concepto de cosecha sólo puede aplicarse a Fluxus cuando el significado que le damos a este término es el mismo que en el caso del vino. Debe medirse el año por el sabor, no el sabor por el año.

La musicalidad, por tanto, es un concepto clave en Fluxus, aun cuando los expertos o los críticos no le han prestado la atención debida. La musicalidad supone que cualquiera puede interpretar la música. Si el compromiso profundo con la música, con el espíritu de la música es un aspecto central de este criterio, entonces la musicalidad puede ser el concepto clave en Fluxus, y lo es porque abarca muchas otras cuestiones y conceptos. Entre estos, basta citar el radicalismo social de Maciunas, en el que el artista individual desempeña un papel secundario con respecto a la práctica artística en la sociedad; el activismo social de Beuys cuando declara que todos somos artistas; la creatividad social de Knízák, al abrir el arte a la sociedad; el intelectualismo radical de Higgins y el experimentalismo de Flynt. Todos estos conceptos, entre otros, aparecen en el significado pleno del concepto de musicalidad.

No, no somos ni romeo ni julieta…

Como decía aquella canción, a veces algo se define por su negación. El espacio que ocupa es el espacio negación de la unión de los otros espacios.

Somos = Negación de ( Espacio de Romeos + Espacio de Julietas )

Así podría definirse y tiendo a hacerlo con la performance, que, quizá por sus antecedentes dadaístas o por su negativa a ser parte del mercado del arte, o parte de la representación, etc, cabría definirla únicamente en base a lo que no es… aunque eso acaba siendo, la mayor parte de las veces, una in-definición, pero es in- prefijo de la negación… lo que parece que puede corresponder usar.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, se emplea para muchas «»performances«» (doble-entre-comillado) la unión como definición, unas churras-más-merinas, un espacio de Danza y Teatro, o de Instalación y Danza, o de Tango y Poesía, o de Música y Recitación, o de Música y Teatro, o de Vídeo y Danza, o de Vídeo y Teatro…

Las combinaciones son innumerables (lo cual es otra negación, que todo el mundo tiene a bien comprender) y muchas de ellas francamente interesantes, si no todas. Pero no por ser fusiones son algo distinto de lo original y, mucho menos, de la suma de los orígenes.

Son hijos que no se rebelan contra ninguno de sus padres, son evoluciones dialécticas frustradas, muchas de esas fusiones no son más (ni menos) que eso: fusiones.

fusión. (Del lat. fus?o, -?nis). 1. f. Acción y efecto de fundir o fundirse. 2. f. Unión de intereses, ideas o partidos. 3. f. Econ. Integración de varias empresas en una sola entidad, que suele estar legalmente regulada para evitar excesivas concentraciones de poder sobre el mercado. 4. f. Fís. fusión nuclear.

Somos = Espacio de los Romeos + Espacio de las Julietas.

No acabo de comprender esta necesidad de definición afirmativa, ni me parece digno de respeto para con los elementos de los que se nutre, pues ridiculiza o minimiza los lugares a los que se puede llegar con la contemporaneidad en diversas disciplinas (si no en todas). La Danza Contemporánea es tan extensa que puede ser explorada casi infinitamente, por poner un ejemplo, y ello no necesita de una nueva denominación que la enajene, que la extraiga de lo dancístico para ser llamado performativo… que, si nos atenemos a lo que debería ser su definición, sería una negación.

Obvio que poner nombres y fronteras mentales a algo que pretendía abolirlas es parcialmente ridículo, de ahí que me guste mucho las definición (difusa e indefinida) que hace mi amiga Paloma Calle de su trabajo calificándolo de Creación Contemporánea (lo que da cabida a todo tipo de cosas, tanto fusiones como las más puras y ortodoxas performances conceptuales), pero he de insistir en que, con ello, sigue siendo indefinida, convirtiéndose así en una contradicción divertida: una definición indefinitoria.

Pero las fusiones están comenzando a invadir otros ámbitos u otras mezclas, casi en la línea juguetona de la propuesta inter-media Fluxus:

Extracto de “Cuarenta Años de Fluxus”
Fluxus y Fluxfilms 1962-2002, MNCARS. ISBN: 84-8026-171-4. Ken Friedman.
De 12 Ideas Fluxus.

2.3. Inter-media

La práctica inter-media constituye el vehículo apropiado para el fluxismo. Dick Higgins introdujo en el mundo moderno el término «inter-media» en su famoso ensayo de 1966. Describía una forma de arte apropiada para las personas que afirman que no existen fronteras entre el arte y la vida. Si no hay frontera entre el arte y la vida, entonces no puede haberla entre diferentes formas de arte. A efectos de la historia, de la discusión, de la distinción, uno puede referirse a formas de arte diversas, pero el significado de «inter-media» es que nuestro tiempo, a menudo, requiere formas de arte que recurren a las raíces de distintos medios, dando lugar a nuevos híbridos.

Imaginen, tal vez, una forma de arte integrada por un 10% de música, un 25% de arquitectura, un 12% de dibujo, un 18% de manufactura de zapatos, un 30% de pintura y un 5% de olor. ¿Cómo sería? ¿Cómo se haría? ¿Cómo aparecerían algunas de las obras de arte específicas? ¿Cómo funcionarían? ¿Cómo interactuarían los elementos? Se trata de un experimento mental que genera resultados interesantes y son precisamente pensamientos como éste los que han dado lugar a algunas de las obras de arte más relevantes de nuestro tiempo.

Solo que en algunos casos no parecen más que juegos caros, juegos de los que enriquecerse, nada que ver con el espíritu Fluxus, como talleres de Arte + Terapia (las terapias unidas a cualquier cosa parece que se pueden poner a precio de terapia y no de la cualquier cosa en cuestión), el Tango y cualquier cosa, el Pilates y cualquier cosa, el Yoga y cualquier cosa, etc, etc, etc…

A pesar de que en muchos casos puedan surgir hijos sugerentes de tales fusiones, como dije antes, en muy pocos veo que el vástago tenga la más mínima independencia, la más mínima intención de superar a sus antecesores, sino la de ser un simple heredero de los bienes acumulados por sus ancestros. Herencia genética sin mutación, sin nada nuevo, suma… pero de la de suma y sigue.

Respeto, insisto, que se juegue a esta divertida química barata de mezclar en laboratorio diversas sustancias y ver qué sale de ello, yo lo hacía desde que era pequeñito.

Creo, dice mi madre que es cierto, que siendo muy muy pequeño, menor de 8 años, me dio por mezclar cola-cao con azúcar en el estrecho balcón de mi casa con fachada en Miguel Servet, y dije que había fabricado arena fina de playa. El problema surgió cuando pretendí contener el océano y el agua que añadí fue derramando la mezcla desde el cuarto piso… pero era un juego de niños, era algo que comprendí que no sería arena.

Más adelante mezclaba diversas sustancias que le hacía probar a mi hermana para ver si eran venenosas… y no murió. Con el paso del tiempo acabé, incluso, por estudiar esto de las combinaciones, tanto de materiales, en química, como de números, como de letras…

Supongo que aprendí, despacio, que no toda fusión da buenos resultados, y que mucha mucha mucha fusión, es con-fusión… jugando con las palabras, muy tontamente.

laboratorioMezclé en un laboratorio la Danza Contemporánea con la Poesía, fonética y textual, pero era un laboratorio, un lugar de experimentos (como decía una ex-compañera de trabajo, los experimentos, mejor con coca-cola), un aprendizaje, en última instancia, para mí, para los que formábamos parte del (llamémosle) grupo investigador.

Después vino un afamado profesor de Danza Contemporánea a proponerme dar un taller a partir de lo investigado, y ganar dinero con ello, después de llevar más de 2 años investigando… no solo porque se me hubiese ocurrido la brillante idea (no fue propia, de hecho, fue de Simona Ferrar a quien siempre le estaré agradecido por ello), sino porque el tiempo de investigación daba resultados que podían ser utilizables por gente que quisiese nutrirse de un digest de ese laboratorio.

Pero de un tiempo a esta parte veo cierta osadía en las propuestas de fusiones que lanza mucha gente, cierta osadía que, casi me atrevo a decir, es más que osadía, temeridad, pero quien más arriesga es quien paga, quien está dispuesto a gastar dinero en una investigación que no se ha hecho, sino que se pretende hacer. Es como cobrar al investigador para que investigue… hay algo poco honrado en esta práctica, o soy demasiado exigente, que también puede ser.

Supongo que, mientras haya gente dispuesta a pagarlo, voluntariamente, en este sistema capitalista, se justifica que se haga, puesto que es el único criterio moral que parece quedar en pie: el mercado. Si alguien lo demanda, está dispuesto a pagar por ello, es que está bien.

Vaya… pues a mí no me sirve este baremo moral, ¿y a ti?

Cartografías Contemporáneas

He de agradecer a Hilario Álvarez que en su fantástico Blog, publicase una entrada sobre esta estupenda exposición que casi parece una instalación por el cuidado con el que ha sido montada.

Como cada miércoles, Carmen y yo nos regalamos el placer de disfrutar juntos la mañana, realizando alguna actividad conjunta a modo de isla en la semana. Con frecuencia, nos proponemos desayunar en algún cafecito del centro, saboreando la sobremesa de un par de cafés con leche, unas porras y un croasán. Después uno de los dos le propone al otro un «plan» para la mañana. Ayer, inspirado por la sugerencia de Hilario, le propuse la excursión a Caixa Forum, maravilloso edificio que alberga, habitualmente, interesantes exposiciones.

Suponía que me iba a gustar, pero no que, además, me iba a resultar amena, apasionante, divertida, diversa, hasta hacer que pasásemos casi 3 horas yendo de sala en sala, encontrándonos de cuando en cuando, jugueteando ora con una propuesta participativa, ora con la admiración de obras que requerían tiempo de digestión, ora con proyecciones audiovisuales varias, con un aparataje apartado y silencioso para el resto de la muestra.

¡Qué interesante hacer que algo como el arte conceptual deje, por una vez, de resultar árido!

Evidentemente, quien desee profundizar lo hará, y ya encontrará lecturas más o menos densas, más o menos enjundiosas y que, por supuesto, no por ello menosprecio ni dejo de recomendar, pero me pareció un enorme acierto hacer de esta ocasión una propuesta accesible, atractiva, que convocase a ancianos y niños.

Muchos se sorprendían, otros se admiraban de lo expuesto, otros, cómo no, lo ridiculizaban en su ignorancia petulante…

mapaPero Carmen y yo lo disfrutamos sin parar.

Para empezar, analizamos el mapa conceptual que sirve de excusa para el diseño de la exposición. Realicé una fotografía apenas ilegible que adjunto… no encuentro en el enlace de La Caixa dedicado a la Exposición la imagen que busco y me parece uno de los mejores planos de exposición que hubiera visto nunca. No hay catálogo y no se va a editar. El material en la web es penoso, casi inexistente. Por una vez, comparto la inquietud de documentar este tipo de eventos para que puedan quedar restos de su paso por el mundo…

En el texto del tríptico que se entrega a la entrada, casi no hay información sobre ninguna de las obras. Las pequeñas pinceladas de texto junto a las piezas expuestas ayudan, pero es bastante escaso el material. Es una pena, pues esto habría bordado esta exposición convirtiéndola, quizá, en la que más me hubiera gustado de todas cuantas he visto en mi vida.

Y es que debo decir que se juntaban varias de mis obsesiones, de mis placeres, de mis inquietudes… Mapas, física, neurología, psicoanálisis, contemporaneidad, proyecciones topográficas, complicaciones topológicas, dimensiones físicas y matemáticas, archivados, listas, enumeraciones (como esta), combinaciones de palabras y números, geografía, historia, política, literatura, arte, poesía, mapas mentales, cartografías conceptuales, ideas ordenadas…

No podía parar de ir de sitio a sitio diciéndome: esto quiero hacerlo, esto lo he hecho, esto lo estoy haciendo… me gusta, me gusta, me gusta… como poseído por una fiebre del oro vacuo, de un oro de peso atómico cero… un oro kleínico… por decirlo así.

No podía ser de otra manera: encontrándome piezas conocidas, de mi casi idolatrado, Isidoro Valcárcel Medina, incluyendo el famoso libro rojo, del que tengo, orgulloso, un ejemplar en casa (que leí íntegro (creo que soy uno de los únicos que lo han leído completo)). No deja de sorprenderme la sutileza del trabajo de este hombre.

one million books 2

Y por no hablar de On Kawara, con sus sucesiones de números-fechas, en la sección de mapas temporales. Con sus acciones de larga duración, de compromiso diario, que le hacen vivir como si toda su vida fuese, en sí, una obra de arte. Conocía su pieza de I got up, pero no había visto (aunque había leído sobre ella) sus magníficas piezas I Met y One Million Years. ¡Qué preciosidad!

El comienzo de la exposición, me tuvo un rato entretenido con una obra de Erick Beltrán, a quien no tenía el gusto de conocer, titulada Movimiento Dimensional. Un interesante armario de costura reutilizado como mapa de mapas, como archivo multidimensional, explicando en una visión muy pedagógica, las diferencias entre entidades de diversas dimensiones. Eché de menos algo de referencia a los espacios de dimensión fraccionaria, pero fue muy sugerente, no obstante, su propuesta archivística, en un mueble-índice, con transparencias que podían superponerse generando infinidad de combinaciones (no infinitas, pero muchas muchas) fue de lo más curioso que encontré.

Pero algunas proyecciones visuales también me resultaron interesantes, como la de Zybnek Baladran, Model of the Universe, que no consigo encontrar en youtube, pues no hacen más que aparecerme modelos… muy guapos ellos, presuntamente del universo. Y una cuya autoría no recuerdo con un mapamundi dibujado con, posiblemente, algo dulce, que era fagocitado por insectos (hormigas?) que, al hacerlo, daban forma al mismo, como si se tratase de una antigua carta de marear que iba desapareciendo lentamente… Sutil. Simple. Bello.

Hubo tanto por ver…
tanto por leer…
que mi mente se abrió en mil canales intentando capturarlo todo.

Como afirma Hilario en su blog, es una exposición para repetir. Pero también para profundizar en todos y cada uno de los artistas participantes (quizá me saltaría algunos, seguro). Dejo la lista de los mismos, para no olvidarlos. Aunque algunos ya me son inolvidables, como Duchamp, mi querido Marcel, Guy Debord el situacionista, Richard Hamilton y Richard Long, Robert Smithson, los mencionados on-kawara, IVM, el colectivo Art & Language… Los célebres Dalí y Boltanski, siempre sobrecogedor, con una pieza delicada con los objetos que habían pertenecido a una vieja dama de Baden-Baden, cartografíando ausencias, como rezaba el cartel de la exposición a su lado. Lewis Carroll y su famoso mapa del océano… humor inglés en estado puro.

Incluir a Ramón y Cajal entre los artistas me sorprendió, pero he de decir que gratamente.

Artistas:

Ignasi Aballí, Francis Alÿs, Efrén Álvarez, Giovanni Anselmo, Art & Language, Zbynék Baladrán, Artur Barrio, Lothar Baumgarthen, Erick Beltrán, Zarina Bhimji, Ursula Biemann, Cezary Bodzianowski, Alighiero Boettti, Christian Boltanski, Marcel Broodthaers, Stanley Brown, Trisha Brown, Bureau d’Études, Los Carpinteros, Constant, Raimond Chaves y Gilda Mantilla, Salvador Dalí, Guy Debord, Michael Drucks, Marcel Duchamp, El Lissitzky, Valie Export, Evru, Öyvind Fahlström, Félix González-Torres, Milan Grygar, Richard Hamilton, Zarina Hashmi, Mona Hatoum, David Hammons, Thomas Hirschhorn, Bas Jan Ader, On Kawara, Allan Kaprow, William Kentridge, Robert Kinmont, Paul Klee, Yves Klein, Hilma af Klint, Guillermo Kuitca, Emma Kunz, Mark Lombardi, Rogelio López Cuenca, Richard Long, Cristina Lucas, Anna Maria Maiolino, Kris Martin, Gordon Matta-Clark, Ana Mendieta, Norah Napaljarri Nelson, Dorothy Napangardi, Rivane Neuenschwander, Perejaume, Grayson Perry, Santiago Ramón y Cajal, Vahida Ramujkic, Till Roeskens, Rotor, Ralph Rumney, Ed Ruscha, Carolee Schneemann, Robert Smithson, Saul Steinberg, Hiroshi Sugimoto, Willy Tjungurrayi, Joaquín Torres García, Isidoro Valcárcel Medina, Adriana Varejao, Oriol Vilapuig, Kara Walker, Adolf Wölfli.

Continúa el debate sobre los límites del Siglo XX

Unos cuantos comentarios han surgido a raíz del texto que Xabi escribió en su blog. Quería compartirlos en el mío. (La primera parte, ya la compartí)

Leonardo Espinosa dice:

(Nota: tildes omitidas “gracias” a este teclado finlandes)

“There is nothing new to be discovered in physics now. All that remains is more and more precise measurement.” Lord Kelvin (1900).

Al fin me he animado a comentar, la verdad Xabi es que tu blog abre debates muy, pero muy interesantes, y creo que la mayoria de las veces son necesarias para la buena salud mental de la comunidad cientifica. Abro mi comentario con esa famosa frase de Lord Kelvin, porque como es bien sabido (afortunadamente) no fue muy acertada. No creo que quede mas que agregar a esta completisima discusion, solo me gustaria mencionar que como consecuencia de los aspectos estadisticos de la mecanica cuantica, ese dolor de cabeza que puede ser la interpretacion de la funcion de onda, surgen nuevas corrientes de pensamiento derivadas a partir de las interpretaciones dadas por las escuelas de Bohn y Copenhaguen (entre otras menos ortodoxas), como en un libro de Agatha Christie: Variables ocultas (locales y no locales), velocidad infinita de transmision de informacion, desigualdades de Bell, el colapso de la función de onda, etc. Pero dejando a un lado este tema, ya un poco entrado el siglo XX ocurrio algo en matematicas que hizo temblar los propios cimientos del sistema: Los teoremas de incompletitud de Gödel. Aqui el superpoderoso metodo axiomatico de Hilbert queda demostrado como incompleto para ciertas estructuras, en particular para aquellas que definan los numeros naturales como un conjunto (Nuestro universo montado sobre los numeros no es autoconsistente!!!), No me atrevo a profundizar en este aspecto debido a mi ignorancia total del tema, pero al lector interesado le puedo recomedar una demostracion bastante didactica en la “Enciclopedia Sigma: El mundo de las matematicas”.

Hasta la proxima y espero poder seguir echando mas lena al fuego en la proxima entrada.

Saludos,

Y Xabi contesta:

Gracias Leonardo por tu comentario. Muy acertado lo de Gödel, a mí tambien me gustaría saber más de este teorema, y por favor sigue echando leña al fuego, nunca mejor dicho desde Finlandia


Gödel y Eistein
Gödel y Eistein

Por mi parte, yo añadí el siguiente comentario/reflexión, hoy mismo, como si fuese a modo de trabajo diario de reflexión ordenada:

Más información sobre el interesantísimo aporte de Leonardo en Teoremas de incompletitud de Gödel

Sí (con tilde de afirmación, no de hipótesis (yes, but not if) :-))), como él dice, la importancia de la revolución en las matemáticas de comienzos del SXX aún no parecen bien comprendidas… (he de reconocer que yo tampoco las comprendo tan bien como querría, y esto lo hago extensible a otros enormes campos de dispares disciplinas).

La redefinición, por decirlo así, del concepto de infinito (la locura de G. Cantor), así como la idea de conjunto… revolucionaron la lógica, base del pensamiento racional.

También el lenguaje con el que la ciencia se expresa.

Pero, de alguna manera, aún no ha llegado al público. Es como si la gente aún siguiera pensando que la tierra es plana.

Lo cual abre una nueva compuerta al tema: cambian las ciencias, pero su cambio no se ve reflejado en la sociedad a «corto plazo» (ha pasado un siglo!!). ¿No debería también cambiar la manera en la que se enseña? ¿No debería cambiar la tipología de cualificación que se le exige a un docente? Por ejemplo, un profesor de secundaria, ¿puede permitirse el lujo de no estar al tanto de los avances de la ciencia y la filosofía de la ciencia con las múltiples repercusiones que ello conlleva?

Pero, insisto en algo que tan solo apunté brevemente en mi primer comentario: también hace falta esto mismo en las disciplinas, digamos, humanistas, como la literatura (basta ya de que se enseñe como último avance en género literario a la generación del 27!!!) o en historia del arte, donde, a duras penas, se llega a ver a Picasso, y porque es (pretendidamente) español, que si no, ni eso. ¿Dónde queda el analizar la trascendencia en arte de los inicios de la abstracción de un Malevich, por ejemplo?

¿Cuánto tiempo más ha de pasar para que consideremos que podemos comprender los conceptos que, podríamos llamar, contemporáneos?

¿No ha provocado esta desinformación una desconexión entre la comunidad «científica» o «artística» o «literaria» o «matemática» con la comunidad de «usuarios» o «consumidores»? ¿Puede estar relacionada esta forma de relacionarse con la cultura con la forma en la que entendemos la política, como algo meramente representativo y no participativo? Desde mi punto de vista, sí.

¿Qué conocimientos necesita un ser humano actual para poder ser llamado contemporáneo? ¿Es consciente de que, en caso de no tener esos conocimientos, está viviendo una vida que siente que no domina, que no tiene aprehendida, en el sentido de agarrada por los cuernos y que, de ahí, se deriva eventualmente cierta sensación angustiosa a la que podríamos llamar angustia existencial? ¿Es inevitable dada la enorme complejidad a la que ha llegado la explicación del sistema o es evitable ayudada, como antes decía, por nuevos métodos de enseñanza?

Sinceramente, no creo tener respuestas para casi ninguna de las preguntas que formulo. Espero que, al menos, alguno que las lea pueda decirme que, cuando menos, no soy el único que las piensa.

Un abrazo y seguimos el debate.

La culpa de resfriar

El domingo asistí a un evento
convocado por Jaime Vallaure
en una galería de algo así como arte contemporáneo
en la calle costanilla de los ángeles
esquina con la calle arenal
justo junto a una bella cafetería
llamada Viena Capellanes.

El espacio se llamaba
y se llama Gotelé.

Cada domingo, él y otros artistas
a los que admiro
se reúnen a crear dibujo
sobre pizarra
interviniendo mutuamente
en el trabajo de los demás
con respeto
pero con aprieto
así que van quedando obras
cuya importancia
no reside en el objeto
sino en la acción y la concepción
del método de trabajo
y expositivo
pues cada domingo
tras su tiempo reservado para la creación
abren el local a la recreación
pública
y los asistentes pueden acudir
como Carmen y yo el pasado domingo
a contemplar las obras, charlas con los artistas
y distenderse un rato entre buenas conversaciones
nutritivas.

Durante este periodo
y haciendo un interesante llamamiento
sobre el mercado del arte y la dificultad
especial por la que está atravesando
el sector
venden las obras que se van generando
de manera que si alguna no se vende
vuelve al ciclo de la creación colectiva
repintándose
al domingo siguiente
sobre la anterior
dejando
o no
huellas de la anterior
como en un palimpsesto
del siglo XXI
que no maneje aún mucho la orientación magnética
de materiales
sino la marca abandonada de tiza sobre pizarra.

Es divertido darse cuenta de la ironía
que supone que en ciertas críticas a la comercialización
especulativa
se acabe por caer en los mismos juegos
pérfidos
de oferta y demanda
para adjudicar valor
y precio,
así,
los cuadros que pinta el ínclito
Isidoro Valcárcel Medina
se venden antes de estar terminados
y son adquiridos por gente que
como yo
le idolatran
hasta la tontería
de convertirlo en un mito viviente.

Supongo que él
se ríe de eso
y de nosotros
con mucho
mucho
respeto.

Mi preocupación
el otro día
era acercarme demasiado a él
y contagiarle esta gripe
que me ha atrapado
y
eventualmente
provocarle la muerte.

Mi inevitable bagaje católico
me hace sentirme culpable
de lo que podrían hacer mis virus
que ni siquiera son míos
salvo pensando que son inquilinos de un cuerpo
que, en cierta medida, poseo.

No adquirí ningún trabajo
pero me quedé con algo de ganas
de comprar una pieza de Jaime
el la que había jugado con el material de la tiza
usándolo como pintura de pared
realizando un cuadro de pintura blanca
sobre el negro de la pizarra
con
(¿cómo no?)
gotelé.

Huellas

Yolanda Pérez Herrera convocó, dentro del apartado «teórico» de la Novena Edición del Encuentro de Acción!MAD12, mediante un email (y un evento FaceBook) a lo siguiente:

M(H)ITOS & REALIDAD(IDEAL)ES (Huellas de Acciones 2011/2012)
convoco
FluxAcciones de 1’ 60”
el viernes 30 de noviembre a las 20.30 horas
en el CAM – Centro de Arte Moderno
Calle Galileo, 52 – Madrid


Me sumé a la misma convocatoria un par de días antes, no estando muy seguro de la acción que quería realizar. Por un instante, tiré de biblioteca para encontrarme que tenía pendiente una bonita acción sobre la poesía y su poder evocador a largo plazo plantando poemas, pero después me di cuenta de lo difícil que iba a ser conseguir un tiesto, arena, una regadera, elegir bien el libro de poemas, aunque seguramente sería uno mío, y todo eso para una pequeña acción de un minuto y 60″.

Debo decir, avergonzado, que solo me di cuenta de que esa cantidad eran 2 minutos unos segundos antes de hablar con Yolanda el mismo viernes. Supongo que mi cabeza no había tenido demasiado foco en ello como para tomar conciencia de lo que era.

El viernes al medio día tenía que dar una clase particular a una chica en Estrecho, cerca de la casa del performer Hilario Álvarez, a quien supuse que no vería esa noche, aunque no tenía claro el porqué. Salía de esa clase con tiempo justo para llegar pronto al CAM, así que decidí ir respirando el tiempo y aprovechándolo para concebir la idea con la que realizar la acción. Quería que fuese tan tan tan simple como para poder realizarla con lo que llevase encima y eso hice.

Tomé de referencia la palabra huellas, que estaba en la convocatoria, haciendo referencia a huellas de acciones y la transformé en las huellas menos metafóricas que se me ocurrieron, las mías, las huellas de un par de pies que daban unos pasos por el espacio.

Tentado de hacer algo más espectacular, como ya me había pasado en otras ocasiones, pensé en dejar caer un bote de pintura con el que dejar las huellas más explícitamente o un soporte en el que se pudiesen ver, ver con claridad y distinción, también pensé en la posibilidad de caminar e ir fotografiándolas a medida que avanzaba, con la cámara de mi flamante smartphone que hace tostadas…

Pero finalmente me dejé de tonterías y me centré en la acción, en la acción de dejar unas cuantas huellas de mis pies descalzos sobre el delicado suelo de tarima.

¿Por qué descalzos?

Tuve mis dudas, pero me apetecía llamar la atención mínimamente sobre los pies. Mis pies, que son o me parecen ser bastante feos, deformes, planos y que últimamente me están dando más de un quebradero de cabeza, obligándome a ir a médicos, traumatólogos y que me harán llevar plantillas para luchar contra su inexistente arco.

Me quedé bastante a gusto con mis doce pasos (eso de los 12 pasos tenía más lecturas, eso me gusta) y con el juego que hice preparatorio quitándome y poniéndome los enseres que llevaba encima como queriendo decir que para la acción no era necesario quitarse nada, ni vestirse de nada en particular, ni tan siquiera haberse lavado los pies esa tarde.

Resultó una acción sencilla, cotidiana, vulgar, que cualquiera puede hacer, sin ampulosas puestas en escena, sin pretensiones, justo lo que tengo ganas de seguir explorando en esta interesante forma de expresión.

Enhorabuena, amigo giusseppe. Me gustó.

Qué hacer con la basura

basuras
Hay huelga de barrenderos.

Sí, es algo obvio, incluso para quienes no leen la prensa. Se habla poco de ello en redes sociales, poco para lo que de verdad afecta.

Y es obvio porque lo tenemos delante de nuestras narices. Bajo nuestras ventanas. Ahí están, las basuras, recordándonos que somos una civilización despilfarradora hasta la extenuación.

Tiramos tantos desperdicios que se diría que no somos capaces de aprovechar ni la mitad de lo que adquirimos. Lo sabemos, pero pocas veces queda tan de manifiesto como cuando, después de una huelga de menos de 2 días (quizá ya durará más) las basuras de la ciudad se convierten en una seria amenaza para la salubridad urbana.

Con la revolución del paso del neolítico al establecimiento de las ciudades, se llevó a cabo un proceso de especialización, del que todavía estamos en los inicios, al paso que vamos. Se comienzan a apreciar los problemas derivados del extremismo de la especialización y esto es acuciante en las ciudades, donde el grado de formación específica nos convierte en unos analfabetos funcionales en la mayoría de las áreas que consideramos que no nos corresponden.

Hoy leía un artículo de wikipedia sobre la separación de las artes liberales en quadrivium y trivium y lo hacía de esta forma:

Trivium significa en latín «tres vías o caminos»; agrupaba las disciplinas relacionadas con la elocuencia, según la máxima Gram. loquitur, Dia. vera docet, Rhet. verba colorat («la gramática ayuda a hablar, la dialéctica ayuda a buscar la verdad, la retórica colorea las palabras). Así comprendían la gramática (lingua -«la lengua»-), dialéctica (ratio -«la razón»-) y retórica (tropus «las figuras»).

Quadrivium significa «cuatro caminos»; agrupaba las disciplinas relacionadas con las matemáticas, según la máxima Ar. numerat, Geo. ponderat, As. colit astra, Mus. canit. («la aritmética numera, la geometría pondera, la astronomía cultiva los astros, la música canta»); Arquitas (428 a. C. – 347 a. C.) sostuvo que la matemática estaba constituida por tales disciplinas también. Se estudiaba así la aritmética (numerus -«los números»-), geometría (angulus -«los ángulos»-), astronomía (astra -«los astros»-) y música (tonus «los cantos»).

Pero hay una separación previa y quizá más importante, que es la que se da entre Artes Liberales y Artes Vulgares, también llamadas serviles.

Desde hace un tiempo se nos ha inculcado la cultura del trabajo servil, en la que hemos ido adquiriendo como valor positivo el conseguir una habilidad en el manejo de una de estas artes serviles, importando cada vez menos las artes liberales.

Es posible que en estos tiempos la diferencia entre las artes no esté tan clara y que hayan aparecido otras que no sabría dónde clasificar, pero lo que es evidente es que sigue habiendo un interés notable en que no perdamos de vista la necesidad del trabajo para conseguir el pan.

Y sin embargo es una falacia. No deberíamos aspirar a trabajar servilmente, a trabajar en artes más o menos funcionales, puesto que la revolución industrial y su hijita la revolución tecnológica se están encargando de demostrarnos que somos más que sustituibles por máquinas que realicen trabajos mecánicos. Y no habría que verlo como un problema, sino como una posibilidad de verdadera liberación, una forma de alcanzar una vida mejor, un ser humano centrado en la poesía, en las matemáticas puras, en la retórica por el placer de la conversación, en la búsqueda de la felicidad y no en la búsqueda de una subsistencia que nos han conseguido convencer para que creamos que es el fin último de la existencia.

Se me ha escapado un impersonal: Lo siento. No tengo claro quienes son los que han conseguido convencernos, está claro que hablamos de «los ricos y poderosos» o la iglesia o los políticos o los bancos… vaya, simplezas, pero no sé realmente quienes son ellos.

Con la especialización, que comencé mencionando al principio de esta entrada ambiciosa y dispersa, hemos ido fabricando una cultura de esclavos, de siervos cuyo mayor objetivo es hacer bien su trabajo. Sí, dicho así suena verdaderamente patético.

Y en lugares como las ciudades, donde esa especialización se ha convertido en la base de la sociedad, permitiendo que unos ensucien para que otros limpien, que unos se encarguen de la gestión de residuos, pero solo de un tipo de residuos, mientras otros se encargan de la publicación de periódicos, otros de la comercialización del pan, otros de la gestión de los recursos de la ciudad asignados a medio ambiente, etc… en esos lugares, la fractura de una de esas tareas, la interrupción de una sola de esas pequeñas tareas, colapsa el funcionamiento normal, equilibrado (en un claro equilibrio inestable) del urbanismo y la convivencia asociada.

Todo se viene abajo si un solo ladrillo, más o menos fundamental, se rompe. Y se planta cara a esa inestabilidad subyacente a este falso status-quo en el que pensamos, ingenuos, que españa va bien. (Más allá de la crisis)

Y es que hemos ido trenzando una interdependencia, llamémosle matricial, que nos hace fundamentales los unos a los otros, pero sin darnos cuenta, casi como si no fuese importante lo que hacen los demás, como si todo trabajo que no fuese el propio fuese motivo de desprecio. Es lamentable. Al menos, yo lo lamento.

Pero, volviendo al tema (caso de que este blog y esta entrada en concreto tenga alguno), lo pone tan de manifiesto una pequeña huelga de barrenderos que es pasmoso, es indudable: el mundo puede colapsar tal como lo conocemos si esas reglas se rompen, si esas dependencias se cambian. Las huelgas sectoriales son muy eficaces, pero tenemos que superar el rechazo que genera en la opinión pública esa molestia que supone que el trabajo de otro, habitualmente menospreciado, sea interrumpido.

Por largar otro posible camino para este artículo, me gustaría saber o tener fotografías de barrios «pudientes» donde seguramente las basuras pueden estar siendo retiradas por empleados privados para que no se noten las molestias derivadas de la huelga. No sé por qué estoy convencido de que no habrá tanta basura en las calles de La Moraleja.

Y es en esto donde el modelo neoliberal se pone tan en evidencia, en ese injusto reparto de privilegios, que justifica a muchos a considerar beneficioso para ellos el apostar por esas propuestas de descomposición, privatización, mercadeo, de todo lo que está siendo gestionado por las administraciones públicas (sanidad, limpieza de zonas comunes, educación, infraestructuras de transporte, de telecomunicaciones…).

Es viendo la basura bajo la ventana cuando uno puede darse cuenta de lo que nos espera si seguimos por este camino.

¿Tendremos dinero para poder pagar nuestras propias necesidades? ¿Deberemos dejar de considerar necesidad a cosas como la salubridad ambiental, la higiene, la salud física, la educación básica, la defensa de nuestros derechos¿

Demasiadas reflexiones yuxtapuestas en un solo día. Me temo que no es muy pragmático, pero siempre he sido poco útil, poco servil… ¿o no?

Esto no es una broma