Encontrar una mirada o un objeto

Me gusta dejar vagabundear mi mirada por los objetos que encuentro alrededor. Cuando me sorprende uno intento recordarlo, a veces, incluso, fotografiarlo. No tanto por la necesidad de plasmar su recuerdo como por el de premiar mi acto de descubrimiento, mi mirada consciente, mi mirada de niño que descubre, otra y otra y otra vez, el mundo.
Hay pocas cosas que me gusten tanto como esto, como reencontrarme con mi niño interior, con ese que dicen que todos tenemos dentro. Hoy he pasado horas con las hijas de la prima de mi amor, que me llaman tímidamente tío, disfrutando de sus miradas a las cosas, aprendiendo de ellas, viendo cómo se puede disfrutar de un alfabeto inventado (cómo no haberlo propuesto en mi taller de poesía china!!!) o con una colección de piedrecillas que guardar en una bolsa de plástico o descubrir champán en una botella de agua de la fuente de la plaza.
Hay quien sostiene que sería un buen padre, pero no se dan cuenta de que en realidad lo que me gusta es ser buen hijo, bueno jugando con otros niños, con otras niñas, con sus descubrimientos, los más importantes, los que sólo se pueden hacer una vez en la vida… salvo que se siga siendo niño por siempre. ¿Significa que no me gusta crecer? No. Me gusta tener los años que tengo, me gusta ser capaz de ver con su mirada y también con la de sus madres y padres; y quizá algún día también con la de sus abuelos y abuelas.
Es variado y sabroso, es caleidoscópico y polifacético, es encontrarse con una realidad llena de objetos que son más que objetos, con piedras que son dinero, con arena que sirve para hacer una crema, con hormigas que se pueden comer para que la caca salga con patitas negras y caiga por una cascada de agua amarilla.
O un candado que encierra el aire, que encarcela al universo sin que este lo sepa, haciendo que la naturaleza toda sea una cárcel de la que no es posible escapar, salvo por el hueco dejado para la llave imaginaria. Un retrovisor que refleja lo que no debería, que refleja el cielo por el azar de la destrucción.

La intimidad y la rutina

Estar a su lado y permitirme lamentarme es todo un único movimiento.
Me hago el fuerte o simplemente resisto el dolor sin mostrarlo, pero no puedo aguantar mucho y en la relajación de su compañía dejo que el dolor vuelva a aparecer en mi cara, en mi casa.
Cara y casa tienen casi las mismas letras.
Qué curioso.
Así que no me sorprende que las parejas acaben por agotarse, por saturarse de sus miserias. Lo estoy leyendo tal cual en un libro que me recomendó Jose Eugenio Vicente Torres, titulado «La Bella del Señor», escrito por un sorprendente Albert Cohen. La seducción tiene mucho que ver con el mito de Don Juan y Don Juan no llegó a tener (o mostrar) hemorroides, fisuras, cefaleas, cólicos, ni siquiera una misericorde luxación.
Pero yo no soy Don Juan. Soy, tan solo, giusseppe.
Con minúscula y sin apellido, como me gustaba escribirlo antes de ser Giusseppe Domínguez por motivos publicitarios, marketinianos, de imagen.
Ahora sólo giusseppe en la web
giusseppe.net
Pobre Carmen.
Aguanta impasible mi autoflagelación, mi extraño apego al dolor, mi resistencia o reticencia a ingerir medicamentos no prescritos por el facultativo de turno.
Pero quizá no tan impasible, quizá se está hartando de mí, quizá llegue el momento en que no quiera reirse conmigo, en que quiera pasar más tiempo fuera de casa que conmigo, que tenga ganas de divertirse y no de penar a mi lado, oyéndome lamentarme todo el tiempo, todo el tiempo…
¿O soy yo quien no me aguanto?
Siempre he sostenido que para estar bien con alguien tienes que estar, primero, bien contigo mismo o contigo misma. O contiga mismo o contiga misma. Y yo ahora no lo estoy. No me gusto. No me gusta mi cuerpo maldito que está torturándome y mi cuerpo soy yo. Es álgebra pura y dura, el álgebra del dolor.
Capital de la tortura: mi propia mente.
Quiero viajar hacia las afueras de mi cerebro, hacia la enajenación, como cantaba Prada, el soneto de Lorca:

Huye de mi, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.

Así que igual es momento de huir, tú, querida, o yo.
Pero… ¿Hacia dónde?

No soy fotógrafo

Ayer no escribí mi entrada en este blog. En parte porque estuve haciendo fotos de Tango a Carmen con su pareja actual, Robert. No creo que salieran muy bien. Es más, tengo la sensación de que les hice perder el tiempo haciéndoles creer que tengo capacidad para hacer algo como eso.
Comencé por hacerle fotos a Carmen sola, pero no sabía muy bien qué sugerirle para obtener los mejores resultados. Sí sé que le indiqué que por favor se estuviese quieta, yo me movería por el espacio alrededor de ella buscando mirar de maneras diferentes a algo que se mantenía estático.
Obtuve algunos buenos detalles, pero poco más. Tampoco tenía una buena cámara, ni una buena iluminación, ni una modelo profesional. La sala era bastante neutra, con mi querido fondo de telón negro, que tan suculentos resultados da habitualmente.
Tarde llegó Robert.
Seguí haciéndoles fotos proponiéndoles posturas, abrazos, vestuario. Pero por la tarde vi las fotos. La mayoría de ellas están mal. La inmensa mayoría. Quemadas. Queda patente mi desconocimiento de la técnica fotográfica mínima para no hacer perder a la gente el tiempo pensando que van a obtenerse resultados dignos.
Yo creía que podía, creía que iban a aprovecharse un promedio del 5% de las fotos realizadas. Salvo las de detalles, apenas son aprovechables el 1%. Quizá manipulándolas, editando los originales y reduciendo los brillos… o sea que perdiendo más tiempo mío y, quizá, algo del suyo puedo conseguir llegar al 3% de fotos dignas. Hice más de 400 fotos. Quizá puedan obtener 10 fotos útiles.
No sé porqué me meto en camisas de once varas. Frase, entre otras cosas, tan divertida!

La gala de internet

Ayer vi por TV la gala de los Goya.
Es curioso ver a un señor como Alex de la Iglesia, a quien sólo conozco por su trabajo (desde la maravillosa risa de Mirindas Asesinas o Acción Mutante), cómo cambia de chaqueta o de opinión. Hace unos meses criticaba abiertamente el uso de Internet para descargarse cine; ayer opinaba que el uso de Internet salvaría el Cine.
Yo vivo en el centro de Madrid porque hay cines. Esta frase la he repetido hasta la saciedad. La repetí incluso a la inmobiliaria que un día me ayudó a encontrar esta casa en la que habito. He estado orgulloso de vivir (y aún lo estoy) en el centro de una ciudad como Madrid, entre otras cosas porque había un gran número de salas de cine a la antigua usanza.
Imperial, Rex, Palacio de la Música, Avenida, Rialto… y los Luna! Adoraba los cines Luna, en los que pude ver infinidad de películas de las llamadas comerciales pero en versión original subtitulada.
Ya no existen. Ahora son comercios de ropa.
Mientras estos cines cerraban, he de reconocer que tengo un proyector de películas en mi casa, que tengo varios ordenadores conectados a Internet permanentemente y que incluso mi sintonizador TDT se conecta a la red y es capaz de proporcionarme algo casi parecido a una televisión a la carta.
Mientras estos cines cerraban, he conectado toda la electrónica de sonido a un amplificador que unifica la salida de audio y consigo tener una calidad mayor que muchas de las salas que aún perviven.
Adoro ir al cine.
Es verdad que tiene algo mágico eso de meterse entre un montón de desconocidos y desconocidas a disfrutar de una emoción común. Aún se me ponen los pelos de punta recordando los buenos cinco minutos de silencio después de que se hubiese apagado la última luz del cine Alphaville cuando terminó la proyección de “Bailar en la oscuridad” o las muchas lágrimas contenidas en tantas y tantas películas al lado de mi amada Carmen.
Todo eso es verdad. Pero voy menos al cine.
Cuando dejé de trabajar en trabajos que me proporcionaban una nómina más o menos regular, me di cuenta de que era un gasto que podía reducir. Ahora voy como mucho una vez por semana. Llegué a ir hasta tres veces al día, cuando vivía cerca de la Filmoteca, en la calle León, junto al Cine Doré.
Incluso, trabajé de crítico de Cine… y tuve la maravillosa oportunidad de entrevistar a Iciar Bollaín a quien aproveché la ocasión para preguntarle sobre el futuro económico del cine español. Mucho antes de leyes Sinde y otras tonterías similares. Esta mujer tenía muchas buenas ideas y espero que, si finalmente es la presidenta de la Academia de Cine, las ponga en marcha.
Ayer, por fin, vi que Alex de la Iglesia no se refería a los “internautas” como piratas sino como ciudadanos y es que esta es la verdad: no son o somos gente distinta a cualquier otra, sino algo que hacemos de cuando en cuando y cada vez más.
Tengo todo lo que puedo en Internet. Ya no quiero objetos. Nunca los quise, pero eran útiles, como ahora es “la nube”.
Quiero servicios.
Quise que los señores de los vídeo-clubs se dieran cuenta antes de que abandonase la costumbre de alquilar vídeos. Les pedí repetidas veces que tuvieran la cortesía de informarme antes de perder 2 horas en la tienda de si tenían tal o cual película con una base de datos disponible en Internet. No supieron o no quisieron adaptarse y desaparecieron. No es que yo no quisiera pagar, es que ellos no sabían o no querían darme lo que yo quería.
Mis padres hace tiempo que están dispuestos a ver sus series preferidas conectando su portátil a la pantalla del televisor. Estarían, incluso, dispuestos a pagar pequeñas cuotas por ello. De hecho, contrataron Imagenio, de Movistar, que sí saben adaptarse a los nuevos tiempos y pueden ver muchos más canales.
Y para los sibaritas como Carmen y yo, Imagenio nos ofreció un servicio de venta por catálogo en el que puedo realizar la selección de la película y su visionado durante un plazo de 24 horas o más. Por 3 euros la película. Y lo pagamos. No tenemos ese servicio en casa porque tengo cierta tirria a la antigua Telefónica y sus prácticas monopolísticas, pero ese es otro tema.
El caso es que Alex lo explicó bien, el Cine como yo lo conocía hace tan sólo 10 años ha cambiado… pero el precio del suelo también. Parece que lo que ha cambiado poco son los sueldos y el empeño en querer vivir manteniendo un sistema de vida obsoleto.
Espero que la próxima película del señor de la Iglesia (que no es el cura) se pueda ver directamente desde una web, medio pago de una cantidad pequeña. Es viable, es fácil. No hay excusa para decir que tenemos que seguir comprando un objeto (DVD) que no quiero, que me parece antiguo, incluso en BlueRatas.
La Ley Sinde es una ley del siglo XIX.
La nube es lo que quiero. No quiero, ni siquiera, tener que bajarme películas. Las operadoras de comunicación ya lo saben y están avanzando en esta dirección. La batalla es entre las discográficas tradicionales, incapaces de adaptarse a Internet y su infinidad de servicios (rentables muchos), contra las compañías de conexión a Internet, las ISP de toda la vida (de la mía vaya).
Y no pienso dejar de ir al Cine, al lugar donde se produce esa magia especial… pero siempre que me cuiden, porque estoy un poquitito harto de que las salas se reduzcan, la calidad del sonido no supere ni de cerca la de un sistema 5.1 Home Cinema, y el precio siga subiendo. Ahora, eso sí, cuando tengo que elegir qué película ver en el Cine, en una gran pantalla… que cada vez hay menos, siempre elijo aquella que da prioridad a lo visual, para las que dan prioridad a un mensaje más o menos moralista o a unos diálogos más o menos ingeniosos, me vale de sobra mi proyector, en una sala en la que puedo acariciar el silencio. Este es el espacio para el cine español. Esta es la mejor manera de competir con el cine made in USA.
Aunque, y esta también es otra cuestión, comparar el cine español con el norteamericano no es justo: EEUU tiene una población y una industria cinematográfica muchas veces mayor. Pero ¿por qué no más coproducciones como También la Lluvia?
En Europa tenemos que ser capaces de ir hacia la unidad también en esto, con el respeto hacia las minorías, con una concepción federal pero fuerte, grande y que pueda competir en recursos con el cine USA. Pero claro… si hasta en España esto parece difícil.
Mientras venía hacia casa de dar una clase me he encontrado a una mujer en un semáforo diciéndole a otra que porqué tenía que titularse la película ganadora “pa negra”, que podía ser “pan negro”, y en algunos foros de Internet comentarios tales como que no financiemos cine Catalán con recursos Españoles. Está claro: seguimos siendo unos pueblerinos recién salidos de provincias. Y esto se extiende por una Europa que no se ve más cerca de Una Europa.
¡Ay, Alex, te olvidaste de esto!
Cannes es lo más parecido a la entrega de los Oscar, pero ¿Y si hubiese un verdadero cine de producción Europea y unos premios de una academia similar?
Necesitamos Europa. Tenemos Internet.
No queremos objetos del pasado… y va por tantas cosas…

Los bombardeos de correo electrónico

Cada cierto tiempo nos toca (a Carmen o a mí) enviar mensajes publicitando nuestros cursos, monográficos o algunos eventos que consideramos interesantes. Es la parte más pesada de mi trabajo en esto de la divulgación de la poesía en talleres de enseñanza no formal. Me gusta esto de lo de enseñanza no formal. Parece dar una buena descripción a lo que son: algo que ocurre dependiendo de las circunstancias, de la gente que acude a ellos, de los vaivenes de la vida, no aferrados a un programa rígido preestablecido. Sin embargo, con el paso del tiempo, voy estableciendo una especie de estructura más y más fija, más y más predecible y noto que es algo que agradecen los asistentes. Siento que se apoyan en esta idea de que lo conocido es seguro.
Y me acuerdo de la crisis internacional financiera de los países conocidos y que, por ello y sólo por ello, nos parecen más seguros. Nos forjamos falsas ideas de seguridad para no tener que estar protegiéndonos constantemente, para poder relajarnos, para poder olvidar la fragilidad de la vida, la proximidad inevitable de la muerte.
Pero ahí está. Y todo se nos viene abajo cuando empiezan a surgir a nuestro alrededor palabras como Cáncer, Metástasis, Colonoscopia, Diverticulitis, Infartos, Alzheimer, Párkingson, vejez.
Tengo la curiosa teoría de que las etapas de la vida se corresponden con lo de tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor… de manera que a lo largo de la primera etapa se prioriza el amor, después, la edad adulta, da prioridad al dinero, a la posición social, a la seguridad económica y, por último, se empieza a dar importancia a la salud.
No es que las otras no estén presentes en otras fases de la vida o que este esquema tenga unas reglas válidas para todos por igual, pero sí recuerdo que cuando tenía 14 años no se me ocurría hablar de hipotecas, créditos, planes de pensiones, seguros de responsabilidad civil, por no hablar de lo inmensamente lejano que me parecía la posibilidad de morir de una muerte (salvo la autoinfligida), de la jubilación. Ni siquiera la muerte de mis padres era algo que estuviera en mi horizonte. Con esa tranquilidad que da la ignorancia, la falsa seguridad, vivía pensando sólo en amor y amor y desamor y tristeza por no ser amado por nadie… en soledad, en aislamientos, en amistades que no tenía, que envidiaba tener.
Pasé por la etapa del dinero con paso rápido, como si no fuese conmigo. Quizá porque llegué tarde y mal a ella. Porque sin una adolescencia bien desarrollada tenía que volver a hablar de amor, amor, amor… y me hice poeta.
Nada peor para madurar que la poesía. Te mantiene en un absurdo estado de infantilismo, inmadurez, que te obliga a no creer en la realidad del sentido común. No es común ser poeta. No es razonable ni sensato. No es adulto. De ahí que los poetas sean principalmente jóvenes o ancianos. De ahí que los poetas sean amados por jóvenes o ancianos.
Pero ahora veo que ese paso, ese correr por encima de la etapa del dinero, de la madurez, de la sensatez, del equilibrio, me está llevando demasiado rápido a una etapa para la que no estoy preparado. Vengo de la infancia a la vejez sin detenerme a pensar en la seguridad, en la solvencia, en la estabilidad. Me caía porque no había aprendido a caminar y ahora me caigo porque no me sostengo.
Cuando era joven decía de mí que era un viejo antes de tiempo. Quizá por esa añorada fase de la adolescencia escamoteada. Ahora siento que me acerco a la vejez sin haber crecido, ingenuo aún, a pesar de la presunta experiencia, naïf, idealista, un poco idiota.
¿Qué me está pasando?
Me voy a jubilar a los 200 años. No tengo ni idea de si tengo derecho a cobrar ningún tipo de subsidio, vivo al margen de una economía que se supone que es la del sistema en el que estoy inmerso, quiera o no, lo cambie o no. Sigo necesitando que alguien hable con mi director de la Caixa (que es mi primo) para que me devuelva unas comisiones mal cobradas, soy incapaz de ir al médico sin sentir casi la necesidad de una madre a mi lado. Es ñoño, pero es cierto.
Y, lo peor de todo, sigo sin encajar en mi entorno. Todo a mi alrededor cambia, evoluciona, crece, no a saltos sino de manera gradual, madurando como frutos al sol suave del otoño. Yo doy saltos. Y en ellos no acabo de soltarme de la adolescencia, de esa que no tuve y en la que, curiosamente, me estanqué. Me aferro a la idea de la libertad absoluta, hasta el punto de confundirla con el control, el falso control, obvio, pero el que me sigue haciendo decir rotundamente que prefiero morir de pie a vivir arrodillado. Y la inclinación que viene a continuación es la de la senilidad, la de las enfermedades, la del declive orgánico del cuerpo.
Ahora ya se ha enviado la primera tanda de correos electrónicos. A lo largo de la mañana irán saliendo otros tantos. Quiero poner en marcha el curso de Poesía Objetual, porque es algo que quiero compartir: la ilusión que supuso para mí descubrir la posibilidad de expresión que hay a mi alrededor, la posibilidad de jugar con la realidad al juego serio de la poesía. Construir la realidad con la mirada, reconstruirla para que, finalmente, pueda encajar en ella. ¡Qué iluso!

Amiga

Tú, tú, tú, tú, tú
mi entorno
mi contorno
mi segunda piel
y, acaso, la tercera
e, incluso, la primera.

Tú, tú, tú, tú, tú
vosotros
nosotros
e, incluso, ellos.

Amiga: soledad y
tristeza de mi
sempiterna
soledad.

Amiga: estás cuando
no estás.

Amiga: abanico
del alma y risa
del espíritu.

Amiga: estás, porque
siempre estás.

Pareja en Libertad

Carmen está en Zaragoza en un encuentro de Tango. Fue gracioso cuando ayer su madre le preguntó al respecto: ¿Y Giuppe qué opina de eso?. Desde detrás de la silla negra nueva de dirección que nos hemos comprado para nuestra casa oficina, contesté, entre humorístico y enfurecido: ¡Mi mujer es libre de hacer lo que quiera!
Carmen se había comenzado a disculpar diciendo que era parte de su trabajo, que debía hacerlo para mantenerse al día, pero a mí me hirvió la sangre pensando cómo tantas y tantas parejas están juntas y cercenan sus libertades por el beneplácito de “la pareja”.
Y, finalmente, ninguna de las dos partes integrantes de la misma son felices, aunque la pareja, eso sí, puede llegar a ser eterna.
Nunca he sido una persona que considere que la pareja sea algo sacrosanto: es más, opino que la mejor situación posible del ser humano es la soledad, pero una soledad elegida, una soledad relacionada, vinculada a amigos, familia (aunque esa distinción da para otro largo soliloquio) y conocidos o, incluso, gente por conocer. Sin embargo, aumenta la tendencia a adoptar parejas más allá del hecho de las incompatibilidades, más allá del hecho de que quizá no se sea feliz a su lado, incluso, se está dispuesto a sacrificar el enamoramiento, esa pasión tan occidental que establece nuestras relaciones amorosas como si fuera la mejor manera de establecerlas.
He oído debates en los que siempre se critican las costumbres de acordar matrimonios (bien es verdad que suele ser muy discriminatorio para las mujeres) pero si en nuestra cultura está tan bien valorado el criterio de elegir pareja mediante el enamoramiento, ¿cómo puede entenderse que, después de un tiempo, la inmensa mayoría de las parejas admitan no estar enamoradas y, aun más, seguir juntos casi por una inercia cargada de costumbres y obligaciones?
Carmen es y será libre de hacer lo que quiera; pero no solo porque yo lo conceda, sino porque en realidad siempre lo es y lo será, le guste o no (referencia a Sartre y su sentencia “El hombre está obligado a ser libre”).
¿No hay límites en esa libertad?
La fidelidad es un artificio, una convención, que viene a asegurarnos que, en algún lugar, somos únicos, somos dueños de algo, pero ese algo no es la persona con la que estamos, es exclusivamente su posibilidad de realizar actos sexuales con otras personas ajenas a la pareja.
Bueno, supongo que nunca he entendido muy bien esto de la fidelidad. Es más, siempre me he declarado infiel por voluntad propia. Infiel, por supuesto, dispuesto a ser infidelizado.
Nunca he entendido la exclusividad, en ningún asunto, ni entiendo a qué se refiere esto de “acto”, ni lo de “sexual”, ni personas, ni ajenas, ni pareja. Para mí, todas estas palabras son dinámicas, son interpretables, abiertas y se usan para intentar acotar el significado de una palabra: fidelidad.
¿Me preocupa que Carmen me sea infiel en Zaragoza? Quizá mi subconsciente me está jugando una mala pasada y me hace hablar y pensar en ello. Quizá sea una represión consciente, racional, de unos miedos irracionales. Puede ser, pero también es importante pensar si debemos ser irracionales porque estamos enamorados o podemos manejar ambos hemisferios del cerebro: racionales e irracionales para ser más reales. (Referencia a los conjuntos de números)
Pero, siguiendo con esta pequeña idea de los números, ¿qué ocurre con lo imaginario, con lo irreal, lo soñado, las fantasías? Para mí es más de lo mismo: libertad absoluta, sin cortapisas: si se masturba soñando con otro, qué le vamos a hacer: espero que disfrute. Si me masturbo pensando con otra (no dije soñando, pero es que no suelo recordar mis sueños), espero que lo comprenda. El pensamiento es y debes ser libre. Libre absolutamente puesto que es lo que nos hace ser personas. Un pensamiento autocensurado es un pensamiento moribundo, por no decir muerto.
Y si de esos pensamientos o sueños o fantasías, hago partícipe a mi querida Carmen y ella decide hacerlos públicos, ¿no es algo acaso peor que la libertad? Claro, quizá ella (podría haberse hecho la misma pregunta cambiando los géneros) se consideraría libre para hacerlo, para divulgar la intimidad de uno de los integrantes de la pareja.
Estoy casi a punto de llegar a la conclusión de que es una cuestión más estética que ética. ¿Cuál de las dos acciones me gusta más o me disgusta más?

Esto no es una broma