El monstruo de la noche

Duermes.
Duermes.
Duermes.

Alguna razón te sobresalta y te despierta.
(En realidad te despiertas reflexivamente)
(En realidad te sobresaltas reflexivamente)

No puedes dormir.
No puedes dormir.
No puedes dormir.

Pongamos que tienes tos.
Pongamos que tienes diarrea.
Pongamos que tienes cefalea.

Te levantas como si pudieses remediarlo.
Te levantas y sientes que te despejas del velo de la noche.
Te levantas y te separas del calor de su cuerpo.

No puedes dormir.
No puedes dormir.
No puedes dormir.

Y es entonces
en ese preciso instante
en mitad de un silencio oscuro.

Un pensamiento sacude tu mente con obsesión.
Un único pensamiento.
Un único pensamiento.

No importa el pensamiento.
No importa sobre qué irrumpe tu sueño en mitad de la nada.
No importa saber que no es algo importante.

Estás en la cama.
Estás en una ciudad que duerme.
Estás en un planeta que contiene el aliento.

Intentas dejar de lado el pensamiento.
Intentas volver a acostarte.
Intentas dormir.

No puedes dormir.
No puedes dormir.
No puedes dormir.

El pensamiento absurdo te asusta.
El pensamiento único te obsesiona.
El pensamiento no deja que afloren otros pensamientos.

Sabes que una buena manera de dejarlo de lado es durmiendo.
Sabes que a la mañana siguiente ni recordarás lo que pensabas.
Sabes que estás en un bucle que has roto mil veces.

Intentas pensar en otra cosa.
Intentas recordar los planes laborales de la semana.
Intentas contar ovejas o soldaditos de plata.

El pensamiento no se va.
El pensamiento te agarra por los intestinos.
El pensamiento se sobrepone a tus vanos intentos.

No puedes dormir y te acuestas respirando despacio.
No puedes dormir y te planteas volver a levantarte.
No puedes dormir y crees que no podrás en toda la noche.

No puedes dormir
No puedes …
No …



Pequeños grandes placeres

Esta mañana he entregado las láminas que Pepe Buitrago me ha pedido para exponer en su maravilloso espacio de Centro Dados Negros en mayo. Disfrutar de su compañía un rato en esta mañana soleada de invierno en Madrid, mientras me contaba el proceso en el que crea sus piezas holográficas ha sido enriquecedor hasta no poder más. Hablar de arte y física con una persona como él que sabe tanto y que lo cuenta con tanta humildad no tiene precio. Un lujazo sin parangón.

En la Plaza de Herradores he comprado manzanilla en una recoleta tienda de infusiones a granel llamada Casa Oriental, tienda de té, productos ecológicos y herbolario. Esta noche la estrenaré con un par de radios de una estrella de anís para dejársela preparada a Carmen De La Rosa para cuando vuelva de su Milonga ROMÁNTICA.

Después he pasado por mi panadería favorita (Museo del Pan Gallego) a comprar la típica hogaza (hogar, fogar, folgar…) de trigo y centeno que hace las delicias de cualquier desayuno (o cena, o comida).

Por si fuera poco, como ya la mañana la daba por casi perdida (ganada completamente, en realidad), me he acercado a saludar a mi librero preferido, Andrés Larrinaga Arechaga, siempre cordial (de cordio, cardio, corazón) que con tanto mimo lleva la librería Menosdiez. Es tan tentador que procuro usar «orejeras» (de las de los burros) para que no se me desvíe la mirada a más libros… pero tenía uno de poesía de Leonard Cohen de tapa dura con ilustraciones por 8€. ¡¿Cómo lo hace para encontrar esas joyas?!

Y de colofón vuelvo al estudio donde esta tarde continuaré con el taller de Poesía Clásica China en el grupo de la Asociación Cultural Clave 53.

¿En qué momento mi vida se convirtió (la convertí) en algo tan bonito?

Fortuna no es sólo una marca de cigarrillos.

Así es la pantalla principal de mi móvil

Una primera pantalla de un móvil dice bastante de su poseedor, algo como si es ordenado (yo lo soy en exceso) o si es desordenado, qué aplicaciones son sus más usadas, a qué le da importancia… y a qué no se la da.

Obviamente yo no tengo instalado Facebook en el móvil, aunque se me cuela en forma de Instagram y, además, por Whatsapp que no está en un botón directo, sino que he de entrar en la carpeta de comunicaciones para poder usarlo.

El calendar es algo que uso más que casi ninguna otra aplicación y wikipedia mi pasatiempo preferido. Uso una herramienta algo desconocida para gestionar ordenadores remotamente que me permite manejarlos como si fuese un mando a distancia (eso significa remotamente).

La fotografía que uso de fondo de pantalla es una que realicé por fortuna en un murete de una estación del FEVE mientras recorríamos (Carmen y yo) Asturias y Lugo hace ya casi tres años. Tuve problemas en el pie y casi no pude disfrutar ni un segundo de aquel viaje, y sin embargo guardo bellos recuerdos, como el momento en el que me acerqué con mi teléfono (entonces un BQ de menos calidad que el actual) y realicé esta fotografía azarosamente buena que también tengo de fondo de mi pantalla de ordenador de trabajo. Quizá para recordarme que la vida puede ser lenta y placentera, que no hay tanta prisa como nos quieren (¿quiénes?) hacer creer y que apreciar los pequeños detalles del entorno puede ser la más placentera de las actividades.

La muerte del minorista

La frutería de mi calle, que no está en mi calle sino en la esquina de la Corredera Baja de San Pablo con la calle Puebla, hace tiempo que dejó de estar en la esquina, cuando el supermercado que la acogía acabó por convertirse en un «mercado» boutique que decidió situar la frutería en el interior del mismo, haciéndola casi invisible para toda persona que no supiese que allí había una frutería.

Los fruteros se desplazaron a la fachada enfrentada, en los impares de la Corredera, y se llama frutas manolo, o parecido, pero han decidido dejar de atender como fruteros tradicionales, proporcionándote la fruta en mano elegida según lo que les pidas, amén de eliminar los precios de las estanterías con lo que no conoces cuánto te vas a gastar hasta que lo tienes todo en la caja y deciden cobrarte.

Carmen y yo continuamos fieles a la frutería del interior de la «boutique» porque el servicio minorista seguía siendo el trato al cliente, atendiéndonos, dándonos a elegir entre verduras más o menos maduras o recomendándonos algún genero que podíamos haber dejado de lado incluso dándonos a probar alguna muestra de, pongamos, fresas o cerezas, para animarnos a comprarlas porque les había llegado una buena remesa.

Dejamos a Manolo y sus fruteros y continuamos durante años con los nuevos fruteros de la nueva frutería interna al mercado pretencioso. Algunos de los nuevos fruteros eran ucranianos (o ucranios, según se quiera) y algún otro hispanoamericano. Eran simpáticos y amables. (En realidad siguen siéndolo)

Pero definitivamente la evolución que se conoce con el antipático nombre de gentrificación sigue avanzando en el barrio y triunfa la apariencia, la vacua sensación de riqueza, aún sacrificando la calidad en el género y, especialmente, en el servicio. Así que la boutade en la que han convertido en minifrutería la frutería del interior en la última remodelación de las ofertas en ese pomposo mercado, que vende pan de muchos cereales inflados (el precio también), y que ha transformado la esquina de la frutería original, la de Manolo, en una diminuta e incómoda cafetería con cafés y desayunos ampulosos, pero diminutos, síndrome de la tontería que campa a sus anchas en las nuevas propuestas del barrio que denominan Malasaña.

La actual sección dedicada a frutas es tan pequeña que ya casi es inexistente. Mientras los fruteros ucranianos (o ucranios) se han visto obligados a mudarse a su nave almacén en la calle La Nao, una minúscula callejuela que une transversalmente Puebla y mi calle (Loreto y Chicote).

Hace tiempo que les comenté que por qué no se mudaban a su almacén y abrían ahí una frutería y les dije que, por mi parte, seguro que seguía comprándoles allí. Parece que finalmente tuvieron que hacerlo forzados por la nueva estrategia comercial del super del barrio. Que ya ni lo es ni lo parece.

Además, desde siempre, compramos grandes cantidades y les solicitamos que nos las sirvan a domicilio, así que esa mudanza podría comportar un cambio en la forma de relacionarnos con ellos, adquirir o realizar el pedido por teléfono o, mejor aún, por whatsapp y esperar relajadamente a que lo dispensasen.

Y aquí es donde realmente creo que el negocio minorista muere: no sabe hacer del problema oportunidad.

Era una buena ocasión para trasladar, con mínima inversión, su negocio de fruteros tradicional a una web sencilla, presencial, que tan solo contenga los productos que ofrecen y sus precios, quizá un pequeño formulario (simple) de pedidos online…

Parece que eso es mucho pedir y tan solo se ofrecieron a darnos su teléfono, para llamar y pedir o para enviar un whatsapp con el pedido. Y este sábado así lo hicimos.

Pedimos una compra «básica», sin grandes cosas, sin mucho peso. En muchas ocasiones presenciales hemos pedido mucho más. Pero en esta ocasión nos costó mucho más. 70€ por una cantidad de fruta y verdura que difícilmente superará un par de semanas. Y me pareció excesivo. El amable frutero ucraniano (o ucranio) dejó de ser tan amable y me dejó caer que es que ahora ya sólo atienden a comercios, a lo que le dije que era una buena oportunidad para cambiar de mentalidad y aprovechar para ofrecer productos a domicilio a un montón de gente que, en sus casas, está acostumbrada a comprar sin salir del móvil. Pero no se dio por aludido y siguió insistiendo (como justificando el elevado precio de sus frutas) en que su clientela, ahora, sin su frutería de antes, se limitaba a restaurantes que piden material más caro.

No quiero pasar a comprar frutas y verduras a un Carrefour recién abierto, ni a un DIA, que envasa hasta cada plátano por separado en bolsitas absurdas de plástico, para luego cobrarte la bolsa de plástico externa que las contiene a todas. Y procuro no comprar en fruterías atendidas por personal de etnia han porque tienen la misma forma de atender que nos desanimó a seguir comprando a Manolo, «do it yourself» y luego te cobran en caja, si bien tienen mucha más variedad que la mayoría de las fruterías tradicionales o castizas y, desde luego, muchos mejores precios.

Hace tiempo que Carmen y yo venimos evitando hacer la compra a eco-tiendas por su elevado precio y porque además, cuando en su día miramos la posibilidad de hacerlo, no llevaban las frutas a casa y el horario de recogida era incompatible con nuestros horarios, pensando más bien en su clientela de oficina, de trabajadores de 9 a 5.

Ayer estuve mirando las páginas web de varias de estas empresas eco/bio… o lo que sea y el caso es que parece que son mucho más amigables que hace tiempo, mucho más sencillas y, desde luego, ponen al servicio del cliente (que también es ciudadano, sí, pero también cliente) un surtido más amplio del que partían inicialmente, dando solo opción a frutas y/o verduras de temporada, sin posibilidades de adquisición de otras frutas o verduras un poco menos «ecológicas», pero que también queremos consumir (sí, somos muy malas personas, por no querer aprender cuándo es la temporada ideal de calabacín). Sobra decir que han hecho un esfuerzo por bajar los precios y resultan mucho más competitivas (lo que es sinónimo de baratas) que las fruterías de barrio minorista.

Y eso acabará por ser su pequeña puntilla: si se niegan a adaptarse, se tendrán que preparar para la larga travesía del desierto.

Lamentándolo mucho, dejaré de comprar fruta a nuestro querido frutero ucraniano (ucranio), así como dejamos de comprar en su día a Manolo y compañía. Aun a sabiendas de que su proximidad habría de ser una acicate para que lo hiciésemos.

Caja de luz para La Romántica

Después de mucho darle vueltas al regalo de reyes para Carmen, me decanté por hacerle una caja de luz para su Milonga Romántica, aunque no me puse manos a la obra hasta que encontré una manera de hacerlo que me resultase bonita y no una cutrez de cartón, como inicialmente iba a hacerle, ni una muy trillada cajita con letras para que se lo haga ella misma, que parece que están de moda.

Pensé inicialmente en un marco ribba de los de Ikea para darle un fondo con un contrachapado y unas luces led que iluminasen una lámina translúcida. Tenía que hacerle un poco de «manualidades», pero parecía sencillo, aunque resultaría muy pesado para su transporte.

Curioseando diferentes soluciones, me encontré con esta solución sencilla (algo más cara), muy ligera y bastante elegante: comprar uno de esos dispositivos lumínicos que usa la gente de diseño gráfico para copiar plantillas a mano e incluso usando un lápiz conectado a un PC traspasar ese diseño a digital de una manera muy curiosa.

La plancha de luz tenía dimensión de DinA3. La compré por Amazon y la tuve disponible en menos de 2 días.

Ahora tenía que diseñar e imprimir el cartel.

En el diseño, a partir de material que ya tenía para otras ocasiones en que le había hecho ese trabajito, tardé muy poco. Apenas un par de horas.

Pero imprimir el cartel, que parecía ser la parte más sencilla, se había convertido en la más difícil. Entre otras cosas porque el led blanco de la plancha lumínica era «demasiado blanco», así que pregunté en diversas imprentas para imprimir sobre papel vegetal y en varias de ellas tuve el mismo resultado negativo. Imprimir sobre papel vegetal estropea los rodillos de las fotocopiadoras o impresoras. En una imprenta (la de mi propia calle) me dijeron que habían tenido incluso altercados pues el papel vegetal una vez pasa por la imprenta es «muy agresivo» y corta. Así que no lo querían usar.

Una de mis imprentas preferidas, la de la calle San Bernardo, (por teléfono) me dio una solución que podía usar si no conseguía imprimir sobre vegetal: imprimir sobre transparente y adherirlo a un papel vegetal. El resultado podía ser más o menos el mismo, así que así lo hice en otra imprenta, comprando 2 papeles vegetales A3 y, a su vez, imprimiendo otro par de láminas sobre papel transparente A3. (Hice dos de cada porque suponía que mi torpeza podría estropear alguna de ellas).

De camino al estudio, donde tenía la plancha lumínica, pasé por la imprenta familiar ServiPrint, lugar donde, dicho sea de paso, comencé a pensar que dar clases particulares podía ser más interesante para generar ingresos en mi día a día que seguir trabajando en trabajos como teleoperador o profesor para ancianos en Centros DIA de la Comunidad de Madrid.

Allí Teo me confirmó que sí, que podía imprimir en papel vegetal, así que le pedí un par (por la misma razón esgrimida un par de párrafos por encima) y llegué al estudio con todas las impresiones.

Adherirlas a la lámina retroalimentada parecía sencillo aunque creo que es lo que ha quedado peor, con algo de celofán para fijar dos carteles A3 (sobre vegetal) conjuntamente sobre el material delicado, soporte de leds. Pero pegarla con cualquier pegamento que pudiera arrugar el pijotero papel vegetal estaba descartado.

Fijar 2 carteles sobrepuestos proporcionaba un aspecto como de «negrita» reforzado al cartel y atenuaba más aún la luz blanca demasiado blanca.

El resultado fue de gran agrado para Carmen, así que me quedé satisfecho, pero aún pienso en esa lámpara posible realizada con un marco con mucho fondo… y quizá uno de estos días me haga con ello para otro proyecto.

Simpatía de chocolate

Mi querida amiga Aída nos regaló una deliciosa bolsa de tabletitas de chocolate.
Eran deliciosas tabletitas.
Fuimos comiéndonos alternadamente
Carmen y yo)
las tabletitas
casi sin sentir que terminábamos las tabletitas de chocolate
como quien termina una fase
como quien termina una vida
como quien termina una era
fase deliciosa
vida deliciosa
era deliciosa.

Mi querida Aída nos había regalado
sin saberlo
un millón de descubrimientos por segundo
un millón de alegrías por segundo
un millón de millones de moléculas.

Aunque quizá sí
quizá o seguramente
quizá
seguramente
Aída ya lo sabía
y por ello nos regaló
su simpatía.

¿Qué precio poner para un Curso de Tango?

El capitalismo es ese monstruo en el que las cosas no tienen otro valor que su precio, y el precio no lo decide la ética, sino lo que se conoce como «el mercado», que no es otra cosa que los precios que otras personas han decidido poner a algo que tiene un valor arbitrario y que mucha gente ha aceptado como aceptable, lo que es el colmo de la aceptación. Quizá por eso es tan complejo cuestionar el capitalismo, porque tiene permanentemente una doble aceptación de toda persona inmersa en el mismo, lo que hace que nadie cuestione los precios cuando conoce «el mercado».

El otro día en un anuncio para el Curso de Tango que Carmen de la Rosa imparte en este fin de semana puso el precio (siempre es reticente a informar del mismo) de 60€/6 horas (50€/6 horas si se asiste en pareja). Está más bien por debajo de lo que viene siendo ese «mercado» de clases de Tango.

Por supuesto, hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero (¿dineral?) en esa actividad que requiere que una persona (o dos) dejen de disfrutar de un fin de semana, que ha requerido que esa persona que propone el curso tenga que pagar más de 30€ de publicidad, más de 60€ de sala, sin saber aún si el curso le saldrá adelante, que ha tenido que formarse (invirtiendo tiempo y dinero) para poder ofrecer una calidad como sólo ella puede tener, una calidez que va incluida en el precio (y que es un valor incalculable), que ha gastado su tiempo (que alguna vez dicen que vale oro… pero no sé muy bien el tiempo de quién) en hacer un cartel, en tener fotografías que puedan ser atractivas para que la gente esté dispuesta a pagar el precio que se solicita de acuerdo al mentado «mercado», que ha tenido que pagar a esa fotógrafa profesional que le realizó unas fotos, que tuvo que pagar la sala donde se llevó a cabo esa sesión fotográfica, que tuvo que adquirir un vestuario adecuado para que la gente no diga que no son formas esas de dar clases… que ha gastado su esfuerzo en responder a cada una de las personas interesadas (y estupendo que así lo haga) dejando de lado a su familia que la necesita, a su pareja, a sus amigos y a la opción de estar tomándose tranquilamente una cañita en una plaza de Madrid.

Hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero. Faltaría más. No estamos hablando de exigir pagar a quienes generan cultura como si fuesen funcionarios, no (Ironía Off). Se trata de ofrecer un producto (oferta) que puede o no tener una acogida (demanda) cuyo equilibrio genera una presunta justificación a ese precio que «el mercado» decide poner al mismo y que la sociedad inmersa en el capitalismo acepta como aceptable.

La misma docente desearía poder poner un precio más barato, ignorando las exigencias del mercado para no tener que pagar salas a los precios que tienen, ni pagar publicidad de grandes empresas con dudas prácticas impositivas, ni pagar a otros profesores que la formaron, ni fotógrafas que la retrataron, ni gastar tiempo y que ocurriese por arte de magia, así, de la nada, un curso este sábado, pero poder además disponer de ese tiempo en el que estoy allí para estar también con la pareja, con la familia o tomándose una cañita en una plaza de Madrid, por supuesto gratuitamente.

Hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero en un Curso de Tango, e incluso, claro que sí, está en su derecho (hay tantos derechos…) de afirmar que le parece muy caro, sí, que le parece muy caro, así, en absoluto, sin decir por qué le parece caro… y claro, entonces yo pienso que también tengo derecho (ya que se trata de derechos…) de decir que lo que esa persona me parece es o bien una irresponsable que desea acabar con las normas básicas del capitalismo, o bien una idiota que no ha pensado que su trabajo (porque seguramente también trabajará o recibirá ingresos de alguien que lo haga) también me puede parecer a mí muy caro y puedo estar deseando que no cobre ni un duro por lo que hace… y además, que me permita el derecho (sí, sí… a mí también me gusta tener derechos) de decirle que su trabajo es innecesario y mucho más caro de lo que yo consideraría razonable pagarle.

Así como curiosidad malsana, me dio por ojear su perfil de Facebook y encuentro que estudió en ICADE, una empresa privada conocida por su política de precios elevados (de acuerdo al sacrosanto «mercado») y que dice ser Gerente General de no sé qué empresa. Jo. Esta persona está claro que cree tener más derechos que yo, que la docente y que mucha otra gente, seguramente. Y ahora comprendo cómo ha llegado a esa simplista conclusión de que el precio de 60€/6 horas de un Curso de Tango en fin de semana por la mejor profesora de Madrid es «caro».

ClasiJazz

El 29 de diciembre del pasado 2019 a las 20:00 acudimos a un maravilloso concierto de Jazz por el Cuarteto de Enrique Oliver en un lugar del que me había hablado una amiga de una amiga (no recuerdo quién, pero la acabo de buscar en mis mensajes de Whatsapp antiguos y veo que se llama Isi) y fue un concierto precioso, así que cuando volví a Madrid tras las vacaciones les escribí:

El 7 ene 2020, a las 13:05, Giusseppe Domínguez escribió:
Un placer disfrutar del Cuarteto de Enrique Oliver y especialmente de conocer un espacio tan interesante como CasiJazz en Almería.

Seguro que nos volveremos a encontrar.
Un abrazo,
Giusseppe

Y me respondieron un muy cordial:

Que maravilla! Me alegro mucho. Mil gracias de corazón.

El lugar se llama ClasiJazz y está en Maestro Serrano 9, Almería.

Pero cada vez que voy a un concierto de Jazz (salvo contadísimas excepciones) me encuentro con que la inmensa mayoría de los intérpretes, si no directamente todos, son hombres. No comprendo esta falta de representación en esa música (sé que hay diferencias en muchas y no me debería extrañar, pero me resulta sorprendente la casi nula presencia femenina).

Buscando en google (ese buscador con ínfulas), encuentro el artículo sobre Bandas de Jazz Femeninas, esa historia olvidada y de todo el artículo a la única que reconozco y he oído alguna vez es Mary Lou Williams a quien estoy escuchando ahora mismo.

Pero actuales… Sencillamente yo no conozco ninguna (soy un ignorante) y cada vez que visualizo «mujer y música», me viene a la cabeza vocalistas, cantantes más o menos guapas y más o menos sexys, con voces más o menos bonitas. Pero no me vienen compositoras, o saxofonistas o trompetistas…

Si pienso en instrumentos clásicos sí tengo en mi mente algunas mujeres que tocan piano o violín, y por supuesto violoncelo. Pero en Jazz… hummm… tengo que hacer un trabajo constante para conocer lo que debería ser más accesible. De este modo, quizá, pueda yo hacerlo más accesible a otras personas y se acerquen a esa música que, por lo general, me fascina.

He encontrado un par de puertas a este mundo dejado de lado, que es el de la mujer en el Jazz en un par de webs con los que empezar la búsqueda:

La web del documental The Girls in the Band, especialmente en el apartado de Mujeres instrumentalistas, donde aparece una larga serie de ellas para buscar y acceder a sus respectivas páginas de Internet.

El artículo Orquestas de mujeres en un espacio llamado Me encanta el Swing que habla del surgimiento de orquestas donde las instrumentalistas son mujeres, no solo vocalistas, pero me llama la atención (aunque es hilar fino) que en todas ellas se llamen «girls» y no «women», pero eso supongo que ya era demasiado pedir. Hay una buena recopilación de más de 8 horas de estas mujeres en la lista de Spotify «Swing Bullet Mujeres».

Hay series buenas, regulares, malas… y luego está I-Land

En algún foro he leído sobre esta serie que es lo que usan en el infierno para torturar a pecadores y pecadoras… pero yo creo que no llega ni a eso, ni a ser tan mala como para eso. Es, sencillamente, bochornosamente tonta.

Parece increíble cómo puede tener tantos tópicos en una única miniserie de no más de 7 capítulos. Puede resultar ideal para verla como excusa para dormir la siesta sin el más mínimo remordimiento ni arrepentimiento.

Es una bazofia de caras monas sin cerebro yuxtapuestas para intentar generar algo de interés, crear algún conflicto… pero las caras sin los cerebros no pueden articular un discurso capaz de poder imaginar que quien lo vertebra es un ser humano.

Sin llegar a la zafiedad de algunas series españolas, resulta vacua, simple y llanamente desierta como la isla en la que se supone que transcurre algo que difícilmente puede ser denominada trama.

Casi parece uno de esos concursos de «supervivientes» famosillos en una playa, donde lo único interesante es la anodina relación falsa que puedan tener algún par de las múltiples combinaciones posibles.

Aún así sigo viéndola para, como he dicho, dejar que el cerebro se esponje un poco mientras leo el periódico o consulto algún artículo de wikipedia que me sirva para preparar las próximas clases de los talleres de poesía.

Carmen se queda dormida un rato a mi lado y yo aprovecho para acariciarle las plantas de los pies.

Pasa el tiempo.
Pasa la vida.

Y en ocasiones pienso que la desperdicio, pero quizá el mantenimiento de intensidad vital es (o me resulta) demasiado cansado para aguantarlo tantas horas diarias.

Esto no es una broma