Preparándonos para el invierno

Tras años sin usar la alfombra, que retiramos por la COVID y reducir el número de superficies porosas o peludas, la vuelvo a poner esta semana por el bajón de temperaturas y tomarse algo en serio el bienestar de las personas que vienen a los Talleres de Poesía de la Asociación Cultural Clave 53 o quienes vienen a tomar alguna clase particular de Matemáticas, Física o Química.

Además, he sacado, del fondo del armario como quien dice, el pequeño radiador de infrarrojos (al fin y al cabo casi todos lo son, pues es sencillamente el rango de frecuencias del calorcito humano, entre otros) y lo he enchufado por si alguien lo necesita. Yo, de momento, no, pero soy algo atérmico.

Me gusta mimar a quienes me rodean. Hacer del mundo un lugar mejor, al menos, en la medida de mis posibilidades.

¿Chiste cuántico… o no tanto?

Hoy he encontrado este ¿chiste? en un grupo de facebook que me ha sugerido la red social que me conoce bastante bien, pero no tanto como cree:

No he podido sustraerme a comentar lo siguiente:

¡Qué bueno! Además corresponderá al orden de llenado de los orbitales empezando por el más sombreado, es decir, el de más baja energía. ¡¡¡¡Me encanta!!!!

Imagino a la primera persona sentándose en la parte superior izquierda pensando «aquí la sombra lleva más tiempo enfriando el asiento, es el de menor calor (energía)» y continuar así… si además estuviesen repartidos los asientos en bloques de dos, podríamos haber visto cómo el comportamiento responde también al principio de exclusión de Pauli (no caben dos personas en un mismo asiento) y al principio de máxima multiplicidad de Hund (el llenado no ocurre automáticamente en los anexos, sino espaciándose lo más posible dentro de un nivel más o menos equivalente energéticamente hablando).

Realmente, es una imagen para conservar en la memoria como la que suelo poner de ejemplo de orden de llenado de un autobús.

Postulados de Bohr

Es un placer poder comunicar el asombro que sentí cuando descubrí que la realidad era aún más compleja que como me habían contado hasta el momento, a mis tiernitos 17 años.

Yo leí la Teoría de la Relatividad de Einstein cuando tenía 16, pero creo que no la comprendí, ni mucho menos la parte matemática de la misma. Leí el Principio de Incertidumbre de Heisemberg una semana santa sacándolo de la biblioteca del Instituto de Bachillerato Mixto de Colmenar Viejo. Me estalló la cabeza.

Quería comprender y no tenía a nadie cercano que pudiese explicarme lo que había leído.

Mi profesora de química, que no sabía nada de mecánica cuántica, me remitía a Ana Cañas, que era la profesora de física que no me daba clase. Pero que tenía a bien discutir conmigo sobre la viabilidad de la existencia de partículas elementales diferentes a las que conocíamos, esos protones, esos electrones, esos neutroncillos… e intentar justificar o hacerme entender que la singularidad en las ecuaciones de Lorentz que usaba Einstein en su Relatividad Especial no aplicaba a los fotones, pues su masa en reposo no tiene sentido.

Gracias a ella quizá terminé por estudiar Química Cuántica y ver todo lo que me faltaba por ver… que siempre será inabarcable. Conocí a gente estupenda, como mi queridísimo Xabi López Pestaña, con quienes compartimos conversaciones sobre mujeres y mecánica cuántica, sobre el mar, el urbanismo, la política y los grupos de simetría.

También a Alberto Luna, que me enseñó a valorar Dune y sus gusanos, o José Luis Sanz Vicario, a quien le regalé mi querida pieza del Principio de Incertidumbre.

Este sábado pasado tuve la suerte de poder dar una clase sobre la importancia teórico-filosófica de las revoluciones físicas de la Relatividad (Especial y General) y la Mecánica Cuántica. Hablé del debate Bohr-Einstein, de la dualidad onda-corpúsculo, de la deformación del espacio, de la concepción del espacio absoluto cartesiano… los ejercicios son sencillos, pero la comprensión de la repercusión de esta revolución del conocimiento es algo que engrandece la mente hasta lugares inimaginables.

En la imagen que sirve de cabecera a este artículo está mi demostración de cómo inferir desde los postulados de Bohr las explicaciones para la fórmula de Rydberg de los espectros electromagnéticos.

¿Recuperaremos el sentido de la enseñanza?

Hoy he leído un artículo en eldiario.es que por supuesto me resulta relevante (no como la mayoría de los artículos) pues me dedico a dar clases particulares parcialmente y afecta directamente lo que se decida con respecto a las evaluaciones de este incierto curso en el que es absolutamente imposible mantener los esquemas con una perspectiva de antigua normalidad.

El enorme titular rezaba: Los profesores de Bachillerato piden cambios ya en la Selectividad porque este año va a ser casi imposible acabar los temarios. Lo que hace casi innecesario seguir leyendo pues es un spoiler en toda regla. El titular nos lo cuenta todo. Pero no.

Lo verdaderamente interesante estaba en el meollo del artículo: ¿para qué sirve la educación? ¿para qué sirve la EvAU o EBAU o PAU o Selectividad o…? ¿Es realmente necesaria?

Yo siempre había sostenido que, más allá del hecho de que, por supuesto un examen no es algo intrínsecamente útil desde el punto de vista académico, sí que me resultaba defendible como aquel reto al que enfrentar a la adolescencia con un atisbo de lo duro que será ir haciéndose mayores, en términos de responsabilidades, exigencias, etc. Una especie de «rito de iniciación», algo cruel, puede, pero mucho menos que colgar de las garras de un halcón bajo un sol tórrido en una tienda sioux.

Pero he de reconocer que el texto me ha hecho recapacitar sobre esta idea y darme cuenta de que estaba equivocado: con ese «rito» se pone foco en lo ritual y no en lo esencial, que debería ser siempre el aprendizaje.

Efectivamente, durante el último curso de formación del instituto (lo que ahora mismo se conoce como 2º de bachillerato) lo que hace el profesorado es únicamente preparar para ese examen, no hay nada en el horizonte de un alumno o una alumna de 2º que no sea su EvAU. Todo gira en torno a ello. No hay ningún momento en el que piensen si lo que van a estudiar les va a servir en su carrera (ya no en su vida, que sería demasiado y sobre lo que estoy viendo un vídeo muy ilustrativo titulado “Las matemáticas nos hacen más libres y menos manipulables”. Eduardo Sáenz de Cabezón).

Es un año que, si ese «rito» pudiese eliminarse (no hay una razón para que no sea superfluo, pues académicamente ya han debido probar su valía a lo largo de años de exámenes de instituto), podría recuperarse para lo que debería estar concebido: enseñar y aprender.

Pero luego pienso que en realidad lo que busca la inmensa mayoría de la gente es «servir», ser útil, ser martillos en una sociedad postindustrial, ser herramientas al servicio de algo y no visualizan en el conocimiento nada más que otra herramienta, no un gozo, no un disfrute, no un absurdo interés de conocimiento por el conocimiento. Pienso que desean aprobar exámenes, sacar notas, tenerla más larga, matricularse en másteres, demostrar que pueden… demostrar, demostrar, demostrar… y pierdo la paciencia y la fe en cualquier aproximación al sistema educativo (me da igual la metodología).

Así que… yo sigo creyendo en la ingenua labor de muchos docentes de enseñar, de transmitir conocimientos, de abrir mentes, de formar (no sólo informar) a las generaciones venideras, si es que las generaciones revenidas lo permiten.

El shock del adolescente

Los adolescentes son gente muy sensible. Quizá por ello siempre me han encantado (desde que dejé de ser adolescente, claro está) y me gusta tanto darles clases.

Pero en estos tiempos (coronavirus mediante), cuando la humanidad está afrontando algo que le hace sentir su finitud, cuando cada persona en el planeta siente que el fin del mundo está al alcance de la mano, los adolescentes colapsan como sistemas sanitarios mal provistos.

Les doy clase y me encuentro que apenas pueden seguir la conversación porque sus cerebros están atascados, atorados, sin saber salir del atolladero de una crisis que no sabe nadie cómo derivará.

Siempre que oigo adultos alabar las capacidades de adaptación de las personas más jóvenes pienso que no suelen conocer en detalle cómo gestionan la mayoría sus problemas, pero en un ingente número de casos son incapaces de adaptarse y sin embargo son los primeros en detectar la necesidad de hacerlo.

Estoy dándoles clase online, por whatsapp vídeo y no suelen apañarse bien con la tecnología, no tienen iniciativas, a duras penas consigo que sepan hacer una fotografía de los enunciados de sus problemas para trabajarlos y, mucho menos aún, que expliquen oralmente (esto para ellos es terrible, salvo brillantes excepciones) el proceso por el que los resolverían.

Pero pensando en su sensibilidad, sé y noto que están absolutamente en estado de shock. No saben qué va a pasar y esa inseguridad, esa falta de certezas les bloquea completamente. Necesitan creer que habrá futuro y además sentir que ese futuro está a la vuelta de la esquina, porque el futuro de un adolescente tiene una longitud de un par de meses.

Estamos a menos de un trimestre de final de curso y ya han asumido, casi inconscientemente, que el curso está en estado de suspensión… quizá les acaben aprobando sus profesores, manteniendo las notas de lo que llevan de curso, pero no pueden pensar en estudiar sin la presencia todopoderosa de los exámenes de cada semana. No son capaces de afrontar su presente y quizá por ello están cancelándome muchas más clases de las que pensé en un primer momento.

Pero, en realidad, nadie sabe adaptarse a esto que está pasando. Es demasiado global, grande, mundial, inédito para saber qué hacer. Hacemos lo que podemos y seguimos adelante. Quizá adaptarse sea simplemente eso, dejar de preguntarse ¿qué haré al año que viene? para preguntarse ¿cómo aguantar un día más?

Diferencias importantes en calculadoras

CALCULADORA BÁSICA

CALCULADORA SOFISTICADA

Deberían poner algún tipo de norma o al menos recomendar oficialmente un tipo de calculadora o la otra, puesto que entre ambas hay diferencias que pueden hacer que el rendimiento escolar en exámenes de un alumno con una de ella supere al que usa la otra.

Personalmente no tengo preferencias, pues una (la básica) ayuda a comprender mejor la prioridad de las operaciones, por ejemplo, siendo necesario el uso de paréntesis para llevar a cabo operaciones complejas con fracciones, mientras la de la derecha tiene un botón que hace ese uso absolutamente innecesario, lo que evita errores de operación entre quienes no están muy habituados a ello. Sin embargo, la sofisticada, más eficaz para lo que a fracciones se refiere, ralentiza las operaciones simples, pues acaban acostumbrándose a usar ese botón de fracción hasta para dividir 4 entre 2.

Más avanzadas que estas calculadoras que «hacen tostadas», están aquellas que son capaces de manejar con fluidez expresiones algebraicas, hasta el punto de poder realizar integrales definidas sin necesidad de saber integrar algebraicamente… lo que hace que tengamos que replantearnos para qué y cómo se enseña matemáticas.

Salvo que sigamos haciendo lo que hasta ahora: estrategia de avestruz. No existen calculadoras, sigo enseñando cómo hacer raíces cuadradas, por no hablar de lo estúpido que me resulta tener que enseñar a hacer «tablas» de frecuencia o porcentuales, etc, en estadística cuando nunca les enseña nadie a usar una herramienta como una hoja de cálculo que las hace de un tirón.

El modelo educativo está obsoleto, no sólo en matemáticas, sino en química/física (ni oyen hablar de relatividad, ni mecánica cuántica), literatura (que tan sólo de paso menciona que hubo un siglo XX), filosofía…

Pero no se sabe qué hacer con ello. Entiendo que el problema es complejo puesto que la tecnología ha trastocado todas las formas anteriores de entender qué eran las habilidades que se le habían de pedir a un humano para ser «productivo», pero claro está que las que se pedían no pueden seguir siendo las mismas que se les ha de pedir a los trabajadores del futuro.

Más creatividad, más poesía… me parece que la cosa va por ese camino… pero no sé si es muy «rentable» con el modelo productivo/remunerativo actual, lo que también está tremendamente obsoleto… y cambiarlo es mucho, pero mucho más difícil.

Así que una pequeña cuestión como la calculadora más recomendable para una alumna de 4 de ESO no parece ser determinante… y, al mismo tiempo, lo es.

Esto no es una broma