Hoy he leído un artículo en eldiario.es que por supuesto me resulta relevante (no como la mayoría de los artículos) pues me dedico a dar clases particulares parcialmente y afecta directamente lo que se decida con respecto a las evaluaciones de este incierto curso en el que es absolutamente imposible mantener los esquemas con una perspectiva de antigua normalidad.
El enorme titular rezaba: Los profesores de Bachillerato piden cambios ya en la Selectividad porque este año va a ser casi imposible acabar los temarios. Lo que hace casi innecesario seguir leyendo pues es un spoiler en toda regla. El titular nos lo cuenta todo. Pero no.
Lo verdaderamente interesante estaba en el meollo del artículo: ¿para qué sirve la educación? ¿para qué sirve la EvAU o EBAU o PAU o Selectividad o…? ¿Es realmente necesaria?
Yo siempre había sostenido que, más allá del hecho de que, por supuesto un examen no es algo intrínsecamente útil desde el punto de vista académico, sí que me resultaba defendible como aquel reto al que enfrentar a la adolescencia con un atisbo de lo duro que será ir haciéndose mayores, en términos de responsabilidades, exigencias, etc. Una especie de «rito de iniciación», algo cruel, puede, pero mucho menos que colgar de las garras de un halcón bajo un sol tórrido en una tienda sioux.
Pero he de reconocer que el texto me ha hecho recapacitar sobre esta idea y darme cuenta de que estaba equivocado: con ese «rito» se pone foco en lo ritual y no en lo esencial, que debería ser siempre el aprendizaje.
Efectivamente, durante el último curso de formación del instituto (lo que ahora mismo se conoce como 2º de bachillerato) lo que hace el profesorado es únicamente preparar para ese examen, no hay nada en el horizonte de un alumno o una alumna de 2º que no sea su EvAU. Todo gira en torno a ello. No hay ningún momento en el que piensen si lo que van a estudiar les va a servir en su carrera (ya no en su vida, que sería demasiado y sobre lo que estoy viendo un vídeo muy ilustrativo titulado “Las matemáticas nos hacen más libres y menos manipulables”. Eduardo Sáenz de Cabezón).
Es un año que, si ese «rito» pudiese eliminarse (no hay una razón para que no sea superfluo, pues académicamente ya han debido probar su valía a lo largo de años de exámenes de instituto), podría recuperarse para lo que debería estar concebido: enseñar y aprender.
Pero luego pienso que en realidad lo que busca la inmensa mayoría de la gente es «servir», ser útil, ser martillos en una sociedad postindustrial, ser herramientas al servicio de algo y no visualizan en el conocimiento nada más que otra herramienta, no un gozo, no un disfrute, no un absurdo interés de conocimiento por el conocimiento. Pienso que desean aprobar exámenes, sacar notas, tenerla más larga, matricularse en másteres, demostrar que pueden… demostrar, demostrar, demostrar… y pierdo la paciencia y la fe en cualquier aproximación al sistema educativo (me da igual la metodología).
Así que… yo sigo creyendo en la ingenua labor de muchos docentes de enseñar, de transmitir conocimientos, de abrir mentes, de formar (no sólo informar) a las generaciones venideras, si es que las generaciones revenidas lo permiten.