Tal como suponía, está siendo más complicado volver a una «nueva» «normalidad» que confinar a la mitad de la población mundial por una pandemia global. O sea, «bastante» complicado.
Teorías anticientíficas campando a sus anchas, dificultades para ponerse de acuerdo administraciones, ausencia de criterios unificados, hacen que aquella época durante la que no pudimos salir de nuestras casas casi resulte atractiva en cuanto a sencilla.
Espero que no tengamos que volver a la simple cuarentena, pero parece poco probable que no acabe por suceder, especialmente en lo tocante al ámbito estudiantil donde los contactos son altos y el número de individuos en espacios cerrados durante largos periodos de tiempo es enorme.
Si hace falta un generador de ideas para artículos de un blog, ¿no ha llegado el momento de dejar de tener, o mantener, el susodicho?
Hace algún tiempo un amigo me preguntó que cómo hacía para tener algo sobre lo que escribir todos los días y la verdad es que me dejó pensando en si realmente merecía la pena la mayoría de las cosas que escribo en este diario, pero como diario que es, tan sólo me limito a seguir mi mente y la mirada que hago sobre la realidad… y escribirlo.
No es tan complicado, creo. Aunque sí consume tiempo (si es que el tiempo se consume y no la vida que en él transcurre) y más si se quiere hacer con cuidado, con mimo, con corrección ortográfica e incluso política, que no veo tan mal como mucha gente parece verla.
Hoy, pongamos por caso, podría estar escribiendo sobre el porqué de la ilusión. La ilusión que me hace, por ejemplo, invitar a mi querida amiga Aída B. a cenar en casa con su pareja. La ilusión que me hace cocinar para ellas, la ilusión que me hace saber que estará en la misma ciudad que habito y que tanto nos gusta (a pesar de los pesares) durante casi un mes.
Podría estar escribiendo sobre el diseño de un menú vespertino que incluya salmón y la dificultad para encontrarlo en las pescaderías de Madrid. ¿Por qué cierran las pescaderías los lunes? ¿Acaso puede llegar a Madrid algún salmón que no sea congelado habida cuenta de dónde se suele pescar?
Podría estar escribiendo sobre el espray que he comprado para pintar unas tarjetas habitualmente llamadas postales vacacionales para enviar un correo ordinario (ahora extraordinario) a más de 30 personas y que va a incluir unos códigos BIDI o QR realizados con un programa en línea de comandos linux que ha generado sendos códigos (2 para cada destinatario), así como unas páginas web personalizadas y del hecho de que se hayan creado como archivos gráficos vectoriales que permiten escalarse hasta el infinito sin perder resolución, según dicen.
Podría estar escribiendo sobre el infinito y si tiene algún sentido más allá de las matemáticas o la teología, si creemos la mayoría de los indicios que apuntan a que el universo completo es un espacio finito, por grande que sea.
Podría estar escribiendo sobre el agua que consumo, sobre el té que me he preparado, sobre el cartón sobre la mesa, sobre el orden, el desorden y la entropía, podría estar escribiendo sobre que podría estar escribiendo o sobre qué podría estar escribiendo y sobre la diferencia que una coma pone en el texto y el contexto…
Pero hoy tengo poco tiempo (porque hay otras cosas que también quiero hacer a parte de alimentar este diario) y no sé si necesitaré algún día un generador de ideas para el blog… pero, de momento, me ha parecido sencillamente, una idea sobre la que escribir.
Comenzar el nuevo ciclo con todas las anormalidades que se están dando, pero recibiendo este precioso abanico de amapolas que hicieron posible las personas asistentes a los talleres de Poesía y Escritura Creativa de la Asociación Cultural Clave 53 este año pasado, dadas las dificultades, la complejidad para continuar coordinando talleres vía online, la dureza de afrontar el estrés de una pandemia global, pero conjuntamente ser capaces de generar poesía, de engendrar belleza, de crear un objeto tan maravilloso como es este conjunto de amapolas que han venido a ser lanzadas desde el balcón que nos abren los versos al horizonte… comenzar así es un placer inconmensurable del que me siento emisor y receptor, causa y efecto, al mismo tiempo.
Tengo unas ganas enormes de hacer entrega de estos libros que han sido mi mejor trabajo como editor hasta la fecha. Son una verdadera joya para tener entre las manos, con un cálido papel rojo, con unas preciosas solapas informativas, con unas tipografías bien elegidas, un diseño de portada minimalista pero amable. Ha resultado un objeto delicioso.
Y no puedo sino agradecer a las 25 personas que han hecho posible que este libro vea la luz en un periodo tan oscuro de la historia. Allá donde todo parecía prosa, han puesto poesía. Se lo agradeceré siempre.
Poetas participantes en la antología
Yolanda Jiménez, Kay Woo, Pepa Delgado, Anita Ges
Javier Jiménez, Dunia Ben-Aissi, Ester Morales García
Sal Ander, Pablo Velado Pulido, Paula García Izu
Andrea Vidal Escabí, Ernesto Pentón Cuza
María Jesús Orella, Vanessa López
Armando Silles McLaney, Francisco Domínguez Agudelo
Leticia Rejas Rujas, Isabel Jiménez Moreno
Inmaculada Sánchez Costa, Lucía Herrero Villazán
María José Gómez Sánchez-Romate, Alejandro Gallego
JMariano Velázquez, Susana Olalla Serra, Irene Chacón
Ahora toca pensar una manera viable de realizar una presentación de un libro colectivo sin aglomeraciones, manteniendo la mínima probabilidad de contagios epidémicos, pero al mismo tiempo intentando hacer llegar un rayo de esperanza, de sensibilidad, de empatía, a la mayor cantidad posible de gente. Es un reto a nuestra creatividad, a nuestra forma de afrontar las dificultades con soluciones imaginativas que sean capaces de alcanzar sendos objetivos.
Hoy el día ha comenzado bonito. Mi vida está rodeada de momentos inolvidables como este. Y soy tan feliz…
No se sabe por qué hay programas de televisión que han marcado una generación entera, aunque puede que fuese por el hecho de que sólo había una cadena nacional. Sí, puede que fuese por eso. Por otro lado, no todos los programas que se emitieron entonces en esa única cadena nacional han marcado tanto como otros. En concreto, no conozco a nadie (de mi entorno) que no considere una joya la maravillosa Bola de Cristal, con sus Electroduendes, su Bruja Avería, sus llamamientos explícitos a dejar de ver la tele para no acabar convertido en un becerro, ni su aperturismo que llevó a ser prohibida (prácticamente) tras permitir canciones del punk más radical de aquella época. Hablamos de una época que acababa de vivir un golpe de estado (Tejero, 23F del 81) que reclamaba volver a los tiempos de Franco.
Y ahí, agazapada, galopaba la siguiente amenaza de la libertad, llamada consumismo, que nos hizo no caer en el comunismo, según algunos y que nos arrastró a la esfera del neoliberalismo que imperaba en la era Reagan-Thatcher.
Pero los guionistas de aquellos electroduendes eran verdaderos adelantados a su tiempo que vieron lo que se avecinaba y hacían decir a la antagonista Bruja Avería «¡Viva el mal, Viva el capital!» en cada episodio, amén de reírse del absurdo de practicar deportes en gimnasios, o vestir a la moda, más preocupados por la apariencia que por el contenido.
Llamaban a voces a leer, a desarrollar la creatividad, la imaginación, a desabrocharse la mente, a usar el paracaídas del cerebro que sólo sirve si está abierto.
Programa emitido en TVE entre 1984 y 1988, dirigido por Lolo Rico, si algo caracterizaba a La bola y la convirtió en un espacio único fueron las grandes dosis de imaginación y la libertad creativa. Siempre pendiente de las últimas tendencias, era lógico que se empapara de la estética y la cultura que marcó los 80: la movida madrileña, La Bola se convirtió en el mejor escaparate para este movimiento musical logró popularizarla y la acercó a todos los que no podían acceder fácilmente a ella por no vivir cerca de Madrid. Personajes hasta entonces nunca vistos como el Hada Truca (Alaska), El Cuarto Hombre (Javier Gurruchaga), el Librovisor (con Pablo Carbonell y Pedro Reyes) y, como no, los Electroduendes marcaron un antes y un después dentro de los programas infantiles. La Bruja Avería, Maese Sonoro, el Hada Vídeo y Maese Cámara hicieron reír y abrir sus mentes a una nueva visión de la actualidad a miles y miles de niños de la generación de los 80.
El sábado 18 de abril, descubrimos que RTVE (algo más modernizado que en aquellos tiempos) tiene todos los episodios que se grabaron de La Bola de Cristal disponibles en su plataforma RTVE A la carta, y Carmen estuvo disfrutando de uno de ellos en nuestra flamante televisor de pantalla casi plana, conectándonos con un dispositivo conocido como ChromeCast, que permitía manejar el programa desde el SmartPhone… y sin embargo, los guiones de entonces no parecían en absoluto obsoletos.
Hoy he encontrado este texto en una red social que no me ha hecho sino recordar a cada palabra mi trabajo sobre La Consulta, en la que me hice esta misma pregunta, de manera algo existencial y pequeña: no «Los Artistas», sino «¿para qué sirvo (yo)?»
¿PARA QUÉ SIRVEN LOS ARTISTAS?
(Texto de Nacho Pata)
En términos prácticos no servimos para nada. Si alguien se enferma, o si a alguien se le descompone su coche o si tiene un problema legal, no llaman a un artista, sino a un doctor, un mecánico o a un abogado, nunca a un artista.
De hecho somos bastante inútiles ahora que lo pienso.
Cuando alguien nos pregunta a qué nos dedicamos, nunca tenemos una respuesta certera que satisfaga la curiosidad de quien nos pregunta, y menos aún si nos preguntan si podemos vivir de esto (en términos meramente económicos), cosa que tampoco podemos responder, ya que esa pregunta jamás se le hace abiertamente a un doctor, un mecánico o a un abogado, puesto que se da por hecho que les da suficiente para vivir y son profesiones incuestionables.
Entonces ¿para qué servimos? ¿Para qué sirve un pintor, un cineasta o un literato? ¿qué diablos gana la humanidad con un actor, un comediante o un músico? ¿en qué nos ayuda un escultor, un director de escena o un compositor? ¿Cómo resuelve nuestros problemas de vida alguien así?
¿De qué nos han servido Beethoven, Chava Flores, Akira Kurosawa, Pita Amor, Robert De Niro, Mario Benedetti, Vincent Van Gogh, Andi Warhol, Gustavo Cerati, Jaime Sabines, Pedro Almodóvar, David Alfaro Siqueiros, Roger Waters, Rockdrigo, Julio Jaramillo, Jodie Foster, Miguel Hernández, Los Beatles o hasta Juan Gabriel?
¿De qué servimos los músicos callejeros, los zanqueros, los clowns, los titiriteros, los cuenta cuentos, los fotógrafos, los mimos, los acróbatas los dibujantes y los actores?
Obviamente, para nada. Para nada práctico y mensurable. No podríamos arreglar ni una plancha, ni resolver un problema de crédito bancario.
Nuestra única función en esta vida es tocar los corazones y los pensamientos de la gente. Somos capaces de hacer reír o llorar, pensar o disfrutar a alguien sin tan siquiera tocarlo. Un cineasta o un actor te puede conmover hasta las lágrimas y un pintor o un fotógrafo te puede transportar en el tiempo, mientras que un clown o un escritor te puede hacer pensar al mismo tiempo que ríes o lloras. Un músico o un compositor te puede tocar y llenarte de tanta vida como un acróbata te puede sorprender de manera insospechada y marcar tu vida. Somos capaces de hacerte cuestionar sobre tu propia existencia mediante la belleza y la crudeza del arte.
No sé qué tan necesarios seamos, pero lo que sí sé es que la vida sería muy diferente sin nosotros, tal vez más aburrida, tal vez más autómata. Así pues, los artistas somos la representación más elaborada de la necesidad humana de expresión.
Nomás para eso servimos.
Hoy, sin embargo, me doy cuenta (si es que ya no me había dado cuenta antes) de que la pregunta está mal formulada y sale del esquema mental utilitarista en el que vivimos inmersos sin cuestionarlo en sí.
Es decir ¿tiene el arte que «servir para» algo?, debería ser la pregunta a formular.
Y aquí encuentro que acaba por decirse siempre que sí, por empatía o por algo abstracto indefinible, como el desarrollo personal o social de ahí que esté desbordándose el arte en forma de terapia o el arte como entretenimiento, ese arte que toca, que sirve… que es sirviente, en definitiva. Y no un arte empoderado, fuerte, que no busque servir ni ser servido, que sea independiente y libre de pensamiento, palabra y obra.
Por ende, nos gusta sentirnos incluidos en ese colectivo (olvidándonos hoy de géneros genéricos generosos) de «Los Artistas», como si fuésemos más elevados por ello, yo soy artista, claro que sí, yo soy poeta, claro que sí, yo soy performer, claro que sí, yo soy algo prestigioso, importante… que no importa a nadie en resumidas cuentas (porque de cuentas se trata) y no me da la economía para subsistir del arte, ni de la poesía, ni de nada similar, pero es por amor al arte y te ofrecen participar en un evento de arte de acción, para el que reservas tu tarde de sábado o de viernes y ni te planteas qué vas a cobrar por ello, ni que vas a cobrar por ello, así que te justificas diciendo que te puede dar visibilidad o curriculum… y sigues pensando con los mismos esquemas perversos que un consultor tecnológico, pero sin recibir el mismo salario ni por asomo.
Y si te alejas de ese «Los Artistas» para pensar en los demás, algo que no se ve todos los días, te das cuenta de que cualquier otra actividad se justifica desde ese mismo punto de vista: sirve o no sirve. Es productiva o no es productiva. Rinde o no rinde… y nunca «se rinde».
Porque la reflexión está mal vista. No sirve, sólo sirve la flexión, la genuflexión, la inflexión, como mucho.
«Eres demasiado reflexivo», «piensas demasiado», «los creí-ques y los pensé-ques son familia de don tonteque», «más acción y menos reflexión»…
Hay que hacer un arte útil, usable, popular, democrático… ya sea para la política, para la sociedad, para educarla, hacerla pensar, pero no demasiado, obligarla a pensar, de hecho, no vaya a ser que quiera pensar por su cuenta, un arte o una poesía al servicio de la protesta, pero nunca de la próstata, de la protesta simple y panfletaria, una poesía propagandística, un cine reivindicativo, una cultura solidaria, nunca solitaria… claro que sí, eso sí está bien visto, eso sí que es arte, no una atalaya de cristal, ni aunque sea de Murano.
Por eso en esa enumeración de artistas no encuentro afines, como Duchamp (Marcel), ni el kilo de mierda de artista de Manzoni, ni el vacío de Klein, ni la poesía concreta de Eduardo Scala, o el situacionismo de Guy Debord, ni, por supuesto, de mi gran referente personal, mi muy querido Isidoro Valcárcel Medina. La cultura. Esos grandes Torreznos que hicieron de ella una performance inolvidable.
Y vuelvo a mi círculo vicioso, viciado, enviciado y envicioso… ¿para qué sirvo (yo)? si es que sirvo para algo o, mejor aún… ¿y si no sirvo para nada, pasa algo? ¿debo remediarlo? ¿cómo ganarme la vida? ¿pero es que no tengo una vida? bueno, pues ¿cómo ganarme el pan?… o sea, que el pan ha de ser ganado con el sudor de mi frente, con el amasado sudoroso y cansado, con sangre, dolor y lágrimas, porque ser una cigarra es la condenación eterna. Porque hay que producir, producir, producir… o morir.
Hace unos días, me pidió amablemente, como suele hacerlo ella, que colaborase con su proyecto de vídeo-creaciones que pueden ser etiquetadas de performáticas o instalativas… o vaya usted a saber, y me sentí orgulloso de poder hacerlo.
En estos días de ruido y furia, de alborotos informativos y desinformativos, de miedos y alteración de la vida por causa de un virus que ha convertido el planeta en una jaula de jaulas por nuestra propia protección, en estos días de confusión y capas de voces que no se escuchan, salvo cuando se oyen a sí mismas, quise hacer una pieza de audio, que Ana iba a mezclar con un vídeo suyo (quizá o no, bajo la influencia de mi audio), que reflejase ese estado de solapamiento de voces, de ruidos sobre un inexorable paso del tiempo, de un pulso constante, representado demasiado obviamente por ese metrónomo de fondo…
Gracias a Audacity sobre Linux Mint, fui creando una pieza sonora con distintas pistas que se componían a modo de palimpsesto fónico que usaba el espacio acústico preexistente y con restos de piezas pasadas, como noticias en distintos medios de comunicación, en distintos idiomas, en distintos países… y un texto leído por mí con todas las palabras que comenzasen por VIR del diccionario de la RAE, que curiosa y afortunadamente concluyen con VIVIR, así que le dio el título perfecto a la pieza.
Las pistas que componen la pieza son:
1.- El pulso de un (pseudo)metrónomo generado con Audacity.
2.- Minutos de aplausos (dedicados al personal sanitario) desde mi ventana grabados el día 23 de marzo de 2020 a las 20:00, aproximadamente. Esta pista, que era mono, la corté y pegué en dos canales cada pedazo, de modo que no se corresponde directamente con el audio de los aplausos, sino con cómo lo oígo.
3.- La pista «Noticias», en estéreo, contiene noticias de Francia (en francés), en el canal izquierdo, y noticias de EEUU (en inglés) en el otro canal. Se solapan de modo que inicialmente sólo se escucha por uno de los canales y luego pasa a escucharse por ambos para terminar en el otro canal.
4.- Una pista convertida a estéreo del discurso de Pedro Sánchez sobre el confinamiento en la cuarentena a la que estamos ahora mismo sometidos.
5.- Una lectura de todas las palabras del diccionario RAE que comienzan por la terna de letras VIR, haciendo referencia a mi pieza de campo semántico VIR.
Hoy he tenido el regalo de ser incluido en el proyecto de Ana Matey titulado Retratos en mi ventana rodeado de una veintena de artistas a los que admiro y respeto:
Jose Antonio Nieto aka Pangea, Mario Bastian, Wade Matthews, Isabel Corullón, Marta Sainz, Christian Fernández- Mirón, Mario Montoya & Daniel Spence, José Manuel Berenger, Yolanda Pérez Herreras, Bartolomé Ferrando, Giusseppe Domínguez, Nieves Correa, Felipe Ortega- Regalado, Johanna Speidel, Isabel León & Jorge Talavera, Sofía Misma, Pedro Alba, Joana Bravo, Joan Casellas, Paco Justicia, Maria Rosa Hidalgo, Rosa Palmeida, Enrique Zaccagnini, Paquito Nogales, Igor Sousa…
Para la pieza que me incluye, la número 11, realicé hace unos días la composición «palimpséstica» titulada Vivir es la última palabra relacionada con la terna de letras VIR, en este periodo vírico que estamos viviendo con tamaña intensidad, lo que lo vincula a mis proyectos de Campo Semántico y Palimpsesto.
La fotografía de tonos rojizos es una que realicé dentro de mi periplo por estaciones de Cercanías de Madrid, llamado Proyecto Lejanías y esta en concreto es una que me gustó y procedí a imprimir y regalar a alguien. Tiempo después la recuperé para exponerla en la presentación del proyecto, de lo que ha pasado casi una década, en un espacio en el que estuve involucrado un tiempo (El Manantial, situado entonces en la Calle Carranza, junto a la Glorieta de Bilbao, Madrid).
Ha sido impresa en Imprenta de Loreto y Chicote, 13, 28004, Madrid el día 20/12/2006 con formato A3 Horizontal.
No la he devuelto a su poseedora, pues estaba en préstamo, y la he querido colocar en el estudio que ahora tengo en Costanilla de los Ángeles, 2. Ni más ni menos que en la compañía (casi bajo el ala) del ínclito Jaime Vallaure a quien tanto admiro y aprecio.
En casa se rompió el marco barato con el que estaba inserta. Así que procedí a adquirir un marco económico pero más resultón y compré un modelo Ribba de Ikea, por menos de 10€. Este tipo de marcos tiene un diseño que considero «endiablado», pues tiene una caja profunda pero el cristal y la parte de atrás del cuadro queda muy alejado de la pared, no siendo trivial su colocación con una simple alcayata.
Tuve que hojear manuales para ver cómo había otra gente resuelto este pequeño problema. Hasta que decidí ignorar el enganche que trae en la parte posterior y ceñirme al borde del marco, donde tendí un cordel de cáñamo de lado a lado prendido a los laterales con grapas. Si quedaba lo suficientemente tenso, podía servir de sujeción con una sencilla escarpia.
Así lo he hecho y ha quedado razonablemente bien, colgando encima de donde debe estar: el cubo de basura. Al fin y al cabo, la fotografía es del interior de una papelera pública, introduciendo la cámara sin saber cuál iba a ser el resultado. Por fortuna, salió esa foto que he de calificar de colorida y sorprendente.
El sábado estuve buscando rotuladores de gel blanco para escribir sobre cartulina negra gofrada de 300 gramos que había comprado el viernes en la histórica papelería La Riva. Por supuesto, pregunté si tenían allí, pero se les habían agotado.
Después de varios intentos frustrados, en diversas tiendas de minoristas y alguna que otra franquicia (Carlin), llegué a la conclusión de que iba a gastar mucho más en buscar los bolígrafos que si lo hacía por Amazon y esperaba a que me llegase el lunes. Así que eso hice.
Ahora estoy ilusionado con cómo escriben y quiero escribir toda pequeñez en blanco sobre negro… hasta he buscado cartuchos blancos para la impresora… pero sé que es sólo una fase en mi vida. Supongo.
He escrito esta tontería en homenaje a ese día tan simpático en el que el 0 y el 2 son los únicos dígitos necesarios para escribir la fecha.
Contemplo las arañas
que escupe tu boca que vuela
hasta lo alto avistas las maneras exquisitas
con que produjo una infame explosión
y todo se llenó de ñúes que cabalgaban desgastados
de esperanza que perdí cuando no gané
la lotería de una navidad sin nieve
blanca caricia de tus modales
que avisan de la si do re mi fa sol
y ya vuelves al la
escala el cuerpo que han olvidado
para ti las palabras siempre han sido
enjambres de poetas
escribiendo versos a la luna.