Auriculares inalámbricos en todo lugar y en todo momento

En casa estamos (principalmente yo) con los auriculares puestos casi en todo momento, ya sea viendo algún programa de alguna plataforma de streaming, o viendo algún vídeo-tutorial de alguna herramienta tecnológica por conocer, o de divulgación científica o de historia, o incluso recetas de cocina.

Es una forma de no molestar en la convivencia a la pareja, pero extensivo a no incordiar al vecindario con alguna película de más o menos acción y ruidos extremos (que hace mucho que no veo).

Así que adquirí hace casi 2 años un soporte para colocar debajo de las mesas o debajo de alguna estantería y lo uso para sujetar ordenadamente los auriculares que están en el área del estudio de casa, donde tenemos Carmen y yo los ordenadores con los que hemos estado trabajando online este periodo confinado reciente.

Pero en el salón, al lado del sofá, quería tener un soporte semejante, pero hacérmelo yo, pues no es mucho más que un par de tablitas de contrachapado o madera fina, como es el caso, pintados con spray negro, unidos por un taco de madera de un par de centímetros. Todo ello encolado y con cinta de doble cara adherida a la estantería bajo la que se asienta.

Fue muy sencillito hacerlo y da cierto placer poder hacerse cosas como si fuese capaz de organizar mi propio autoconsumo.

Es de una ingenuidad desmedida creer que es así, pues hube de adquirir la cinta de doble cara, la cola blanca, el spray negro… y los auriculares. 😉

Otra de esas cositas de mi postureo ecologista.

Postureo ecologista

Compro estos vasos de papel reciclado pero asegurándome de que lo ponga en algún lado, pues la oferta más económica era de unos vasos de papel reciclado blancos, lo que me hacía sospechar del uso de algún blanqueador no muy ecológico, seguramente, pero estos que he adquirido están pintados, así que posiblemente hayan pasado por un proceso de blanqueado previo a la impresión de la nueva pintura. Pero parecen más ecológicos, porque llevan imágenes que así lo hacen ver y eso es importante, sí, es importante aparentar.

Los he comprado por Amazon, lo que no es en absoluto nada ecológico, pero me hace perder menos tiempo y son más baratos que los adquiridos, pongamos, en un bazar chino, cuyos vasos a la venta (los que no son de plástico, ese demonio de los mares…) seguramente son vasos de proximidad, que han llegado al comercio desde la esquina de la manzana.

He comprado 400 vasos, para poder ahorrar algo de cartón de embalaje, pero son pequeños, aunque esto casi es ecológico, pues usar el mismo vaso más de una vez por una misma persona ahorra en cantidad de papel por día, por sesión.

Cada una de mis clases obsequio a las personas que asisten a los Talleres de Poesía y Escritura Creativa con un té que procuro que sea comprado en tienda de proximidad a granel para apoyar el pequeño comercio y, además, para obtener una mejor calidad al más bajo precio posible.

Sé que la mejor opción sería ofrecerles tazas de cerámica para que no tuviésemos que tirar tantos vasos de «un solo uso», pero el cuarto de baño es pequeño y no sería muy cómodo limpiar o aclarar las tazas tras cada sesión. Así que opto por este modelo de vasos de cartón, después de que en una clase me afearan el uso de vasos de plástico. No volverá a pasar. Ya gasté todos los vasos de plástico de forma privada, para no tirarlos sin haberlos usado, lo que, obviamente, es más contaminante que no usarlos tras haberlos adquirido.

Ahora son acompañados con 400 palitos para agitar (de un solo uso, también) en caso de utilizar azúcar o algún otro edulcorante (con la miel sería un engorro hacerlo con esos palitos de madera, así que tengo azucarillos (que voy recogiendo de acá y allá cuando me los ponen en desayunos o sobremesas) también de un solo uso, con lo que el ecologista que llevo dentro aúlla cada vez que son utilizados…

Pero no pasa nada. Es mucho mejor, claro está, si los sobrecitos de azúcar son marroncillos, pues así parece más ecológico, pues nos hace visualizar la madera, lo orgánico… Postureo, sí, siento que hago postureo ecologista, lo que puede denominarse «greenwhasing», casi.

Y la nave va.

Mientras tanto, avergonzado, reconozco que reutilizo los vasos de un solo uso para fabricarme cubitos de basura en los que tirar restos de té y poder aprovechar el mismo cubo de basura durante más tiempo, aprovecho los embalajes de plástico (sí, de plástico) donde vienen envueltos los vasos de papel ecológicos para fabricarme pequeñas bolsas de basura o protección de libros o algún material similar, aprovecho los cartones en los que viene el envío para hacer posavasos o letras con las que intervenir un libro.

Siempre necesito más basura para poder reutilizarla… y algo de esta frase me chirría hasta decir basta.

Ser estacional

Ana Matey ha tenido a bien invitarme a participar en el Proyecto Ser Estacional iniciado en verano. Se trata del primer proyecto de residencia con el que inauguran nuevo espacio en el Pimpollar.

Participo junto con Natalia Auffray, Ana Matey y Mario Bastian.

Una vez concluido el Ciclo se abrirá el proyecto al público, sin saber la forma final que tomará.

En la convocatoria de la estación denominada Verano, allá por agosto del 2021, intervine un espacio dejando una huella molesta, hecha con materiales que desafiaban la visión romántica de la «naturaleza», como CDs, radiografías, etiquetas, con las que fabriqué una huella con mi memoria, mis recuerdos, evocados en ese momento para la ocasión: 54 recuerdos para 54 CDs para mis 54 años.

Me gusta que sean 54, un sencillo múltiplo de 27, ese número al que tanto aprecio tengo, que podría asumirse que es más de la mitad de la vida que posiblemente viva, entre los 27×3 y 27×4, teniendo en cuenta las estadísticas optimistas de esperanza de vida en España.

Antes de que este artículo aparezca publicado en mi diario, habré participado en la convocatoria estacional de otoño, con otra reflexión sobre la huella, en este caso sobre 54 modificaciones que intentaré revertir en un vano intento de no dejar huella, de no afectar la «naturaleza», como si mi mera presencia no fuese una alteración inolvidable, irreversible entrópicamente hablando.

¿Dónde están ahora las manifestaciones?

No entiendo.
No puedo.
No puedo entender dónde están ahora quienes se manifestaron en contra de Madrid Central cuando fue aprobado por Manuela Carmena.
No puedo entender dónde están ahora quienes apoyaban Madrid Central.
No puedo entender a quien votó contra el actual consistorio por su desacuerdo con Madrid Central.
No puedo entender nada salvo que afirme que hay personas tontas.
No puedo afirmar que hay personas tontas y seguir creyendo en la democracia como una forma de gobierno que le dé igual valor al voto de personas tontas y de personas no tontas.
No puedo afirmar que yo no sea tonto.
No entiendo.
No puedo.

O sí entiendo.
Y entonces…

Un tablero encontrado en la calle

Ayer encontré un tablero en la calle
que hoy traje a mi lugar de trabajo
para montar una estantería
o hacerme un mueble.

Es un tablero blanco macizo de madera
lacado en blanco.

Tiene un grosor de casi cuatro centímetros
anchura de veinticinco centímetros
y longitud de más de un metro.
Eso son 10 millones de milímetros cúbicos.
Podría calcularlo con bastante precisión.
También podría calcular su peso
(aunque las unidades sean las de masa)
y con ambas medidas determinar la densidad.

En resumen: pesa mucho.

El camino hasta el estudio cargando
con la materia del tablero
ha sido arduo.

Envolví la parte central en una camiseta
a la que arranqué las mangas
para convertirla en una prenda
utilizable en los calurosos veranos veratenses.

Había algo así como un centro de gravedad
que hacía coincidir horizontalmente con mi muñeca derecha
y recordaba que el trabajo mecánico
es el producto escalar del vector desplazamiento
por el vector fuerza.

La fuerza ejercida era la contraria al peso del tablero
que tenía muchas ganas de ir al centro de la Tierra.
El desplazamiento era perpendicular a la misma
aproximadamente
en un desplazamiento por la superficie del planeta.
El producto escalar en cuestión era nulo.
No he trabajado.

Llego al estudio y decido limpiar el tablero
recogido de la calle abandonado.
Busco un trozo de tela del que pueda prescindir
para limpiarlo con alguna disolución jabonosa
o incluso
con gel hidroalcohólico para asegurarme
una perfecta desinfección
después de haberlo acarreado veinte minutos.

Lo coloco sobre unos cartones para asegurarme
de que la mesa no sufrirá daños derivados
de la aplicación de algún producto de limpieza.

Casi no me quedan cartones.
Pienso: reciclo demasiado.

Pretendo usar la tela de la prenda recortada
pero la miro con nostalgia por su entropía
combatida.

No me decanto por usar algo roto por mil sitios
(a nivel microscópico por muchos más)
para limpiar un tablero abandonado.

Lo miro mientras escribo este texto
que no me sirve en absoluto para resolver esta situación.

Me bloqueo con el bloque.
No quiero hacer un juego de palabras otra vez.
Otra vez.

Está apoyado sobre el canto longitudinal
en una posición parcialmente inestable.

He de decidir.
He de decidir algo.
He de limpiarlo.

Me tienta navegar por otras pestañas del navegador
para huir del conflicto. (¿qué conflicto?)

El balcón está abierto de par en par
mostrándome la potencia solar ultravioleta que necesitaré
para impresionar los químicos cianotípicos
con los que quiero juguetear este verano.

Queda poco para llegar al verano.
Hoy hay un eclipse parcial de sol
en el que la luna se interpondrá
entre la línea que nos une a la bomba de hidrógeno
incandescente.
Apenas se notará un cuatro por ciento en Madrid
entre las 12:00 y las 12:30.

He pensado en cómo voy a apoyar
el tablero
para que me haga de alero en el lateral derecho
de mi escritorio.

Ahora es más necesario limpiarlo.
He vuelto a tocarlo sucio como está
y vuelvo a teclear sobre este teclado
infecto.

Me he de cambiar de ropa para limpiarlo.
Puedo usar la camiseta gris
con el logotipo del ayuntamiento de Fuenlabrada
que me regaló una amiga que trabaja allí.
Pero ¿cómo usarla?
Si la uso como ropa para no mancharme
no puedo usarla para trapos de limpieza.
Si la uso como trapos de limpieza
no puedo usarla para no mancharme.

He de decidir.

Me regodeo en la diferencia entre utilizar la expresión
«He de decidir»
frente a
«Tengo que decidir».

Mucho más interesante la primera
que con menos letras dice lo mismo
que genera ese curioso «de de…»
que contiene tres veces la letra e y dos veces la letra i
seguidas.

No tengo nada.
Ni siquiera que decidir.

Decidir no parece ser el problema.
Y sin embargo es el problema.
Pero son dos «decidir» diferentes:
la palabra decidir
la acción decidir.

Quiero levantarme para encontrar una solución.
Pero no quiero levantarme
para no encontrar una solución.

El tiempo sigue pasando.
El eclipse está a punto de producirse.
La luna no se detiene en tomar decisiones.
El sol tampoco.
La luz o radiación electromagnética
tampoco.
Hay un poco menos de espacio soleado
frente a las jambas del balcón.
¿Qué le ocurriría a una cianotipia
realizándose
bajo los influjos de un eclipse total?

Ha pasado una hora y la insolencia del tablero
sigue ahí.

Me levanto
abandono la escritura
y limpio.

Desde hace ya un año (o más)

El 13 de marzo de 2020 hice esta fotografía a petición de una amiga escritora que me pedía que le enviase un registro de algo que hubiese modificado a raíz del confinamiento duro al que estábamos abocados dada la pandemia debida a la COVID-19 (es femenino (el virus/la enfermedad…)).

Se agotó el papel higiénico en todas las tiendas, se escribió largo y tendido sobre ello, se publicaron análisis socio-económicos sobre la simbología del papel higiénico, sobre la sensación de protección, etc, etc, etc.

Nosotros teníamos bastantes rollos, pero a partir de esa fecha cambiamos algunos hábitos y algunos de los usos que hacíamos del papel higiénico los derivamos a papel de cocina, del que también teníamos varios rollos, para prolongar la vida de nuestras reservas higiénicas.

De momento, no hemos vuelto a los antiguos usos del papel higiénico, porque el uso más racional del papel de cocina facilita algunas cosas, así como reducimos el consumo del higiénico.

Nunca estoy plenamente convencido de que nuestras decisiones sean más ecológicamente recomendables que las opuestas, pero esta parece tener sentido en ese sentido, valga la redundancia.

Tarjetas de visita

El lunes estuve recortando unos ripios de foam negro que tenía en el estudio, que me habían regalado los compañeros de Estudio Mamífero, y he decidido hacer mini-tarjetas de visita, con la información suficiente para contactarme y conocer mi trabajo: mi web, la que mantengo desde hace más de 20 años, evolucionando más y mejor que yo, en cierto sentido.

Son divertidas piezas únicas manuscritas. Lo más analógico que puedo imaginar en mi mente digital. Tienen un grosor de casi 5mm. Están escritas con rotulador uniPOSCA blanco.

Towi, alias Frankenstein

Parece mentira, pero la obsolescencia programada no parece ser tan certera como afirman quienes dicen que los PC duran 5 años o las impresoras 2.

Towi es el nombre en clave (hostname) de nuestro querido ordenador de torre que usa Carmen todos los días como equipo de trabajo, completamente funcional.

Este fin de semana pasado hemos empezado a dar por perdidos algunos equipos que no dejan de funcionar, a pesar de que las necesidades de este «mundo moderno», de redes sociales, teléfonos inteligentes y esas cosas, nos hagan sentir que las velocidades de los mismos no son admisibles o son indicio de fallo, cuando sencillamente no queremos quedarnos en la fila de los «pobretones» que navegan despacio.

Esta placa de hace ya más de 10 años sigue funcionando sin problemas. Es un Pentium (de antes de la época de la serie i-3,5,7), con un sólo núcleo, con 4Gb de RAM ocupando las dos ranuritas como se ve en la imagen, en sendas tarjetas de 2Gb.

El disco duro que traía montado tenía 640Gb (sigue teniéndolos) y poco a poco se le fueron añadiendo amigos dentro, como un SSD de 120Gb en el que instalar el sistema operativo Linux (UbuntuStudio) que ha permitido seguir funcionando con mayor rapidez de la que sería posible con el Windows 7 preinstalado en el HD convencional. Por si eso fuera poco, un disco duro muy muy viejo (IDE, de hecho PATA) que no tiene las conexiones apropiadas fue adaptado (adoptado), mediante un «chismito» que permite conectar 2 discos IDE y/o uno SATA a una conexión USB. Por supuesto, los discos necesitan alimentación directa, pues el aparatejo tan sólo se limita a transferencia de datos, que no es poco. (También había probado previamente una adaptación mediante otro dispositivo de IDE a SATA, pero no funcionó bien).

Ese disco duro IDE de 3,5″, que se ve «colgando» en la fotografía anterior, estaba en una carcasa interna que dejó de funcionar, tiene 300Gb y le denominamos LACIE que era el nombre de fábrica de ese primer disco externo que compramos, hará más de 15 años.

Para poder usar la conexión USB del adaptador, adquirí por un módico precio una tarjeta PCI que proporcionaba 4 enchufes USB fuera de la caja y uno hacia el interior de la misma, que es el que se ve en la imagen siguiente:

Esta es la caja de la tarjeta en cuesión:

Algo después, adquirimos un par de nuevas tarjetas PCI-E para aumentar el número de puertos USB (en este caso 3.0) tanto por la parte trasera de la torre como por la parte frontal, a medida que Carmen necesitaba más espacio de almacenamiento, pero la verdad es que ha llegado el momento de pasar a otro equipo, pues este pequeño Frankenstein que ha llegado a tener (internamente) su Intel NH-8280-1GB, 4Gb RAM, SSD 120Gb, HDD 640Gb SATA, HDD 300Gb IDE/USB, 4+5 USB 2.0 traseros, 2 USB 2.0 delanteros, 6 USB 3.0 vía PCI-e.

A punto estuve de conectarle un cuarto disco SATA de 500 Gb de un HP Pavillion que me salió muy malo y que ha terminado por romperse a los 12 años de su compra… (quizá no tan malo, después de todo), pero era bastante engorroso seguir haciendo ampliaciones mediocres para un PC saturado.

Ha llegado el momento de comprar un nuevo equipo, que empezará siendo directamente de segunda mano, para poder sumarle el SSD de 120Gb, quizá también el HDD 640Gb SATA y, por supuesto, las tarjetas PCI-e para extender el número de puertos USB 3.0, desnudando a un santo para vestir a otro, pero es que a veces hay que dejar morir a los santos ancianos.

Y no creo que lo haga del todo pues usaré cualquier cosita para poder arrancar el equipo y que siga sirviendo con sus 4Gb de RAM como un veterano de guerra.

¿Obsolescencia programada o consumismo irresponsable?

Esto no es una broma