Absurda imagen o lo poco que importa una cumbre del clima

Que exista esta imagen junto a este artículo lo dice todo de la importancia que, en realidad, le damos a una cumbre internacional sobre el clima, al cambio climático, a todo lo que no sea bailar y vivir la vida loca (y nunca mejor dicho), olvidando que habrá un mañana, que quizá no sea muy habitable para la especie humana y cuyas consecuencias (que los políticos han considerado demasiado ignorables para no perder votantes del presente que es el cortoplacismo que les importa) serán y están siendo demoledoras en términos de desplazamientos poblacionales (nadie emigra por placer, eso se llama turismo), amén de desequilibrios socioeconómicos más agudos que conllevarán más inestabilidad social que no se podrá ignorar… porque estará en la puerta de las casas, incluso de aquellas personas que pueda afrontar vivir en zonas de exclusión de pobreza, barrios ricos reservados para poderes adquisitivos altos, con seguridad privada, etc, pero que no dejarán, lo sepan estas personas o no, de ser guetos, de ser pequeñas cárceles en las que habitan en su falsa sensación de seguridad y mucho más ficticia libertad.

Soy el mal, soy el capital

Tengo unos vasos de plástico que me han regalado, fruto de una adquisición de Carmen que llevaba una milonga junto a su amiga y compañera Inma Garrido. Ellas no llegaron a gastarlos y los iban a tirar, después de clausurada su milonga.

Yo le dije que no lo hicieran y que me los podía quedar yo, para mis encuentros de Té y Poesía o para los talleres, pero me resulta difícil usarlos por la imagen que dan de mí.

Hace un par de años, un asistente a los talleres me comentó que podía adquirir, en lugar de vasos de plástico y cucharillas de plástico que les regalaba antes de cada clase para tomarse un té, unos vasos de papel y cucharillas de palo de bambú… que eran más ecológicos. No lo puse en duda (bueno, sí lo puse en duda, pero él tenía razón), así que a partir de entonces estoy suscrito a un pedido a través de Amazón (lo que ya de por sí no es muy ecológico) por el que me traen 400 vasitos de papel/cartón que aseguran que es reciclado. Eso sí, vienen envueltos en paquetes de plástico conteniendo 50 vasos cada uno. Plástico que procuro reutilizar para tirar el té fresco y que no se pudra en la bolsa grande y no tener que cambiarla cada poco tiempo.

Los palitos de bambú casi no se utilizan porque he reducido casi a la completa extición el uso de azúcar o edulcorantes, en general, lo que los hace superfluos salvo para quien los solicita explícitamente.

Así que ahora doy una imagen de ecologista concienciado (aunque antes lo fuese y no diese esa imagen), de modo que poner sobre la mesa los casi 40 vasos de plástico que heredé de la milonga es casi sacrílego y, sin contexto, puede resultar un detrimento de mi imagen de ecologista concienciado.

Por momentos, he llegado a pensar en tirarlos sin usar, para no perjudicar mi imagen de ecologista concienciado, o en usarlos para algo privado, de modo que no normalice su uso como algo poco nocivo para el planeta, pero hay cierta componente hipócrita en esa acción o esas acciones que perjudicarían la imagen que yo tengo de mí mismo, aunque no la de ecologista concienciado que puede que tengan de mí.

El problema de los vasitos de papel/cartón reciclado es que la mayoría de las personas que los utilizan consideran que ya pueden tirarse, sin más, a la basura y yo me resisto a no darles un uso adicional o varios usos antes de desprenderme de ellos, lo que genera un espacio desaliñado, lleno de papeles sucios y vasos usados, que voy poco a poco reutilizando para tirar el té fresco que uso (para ahorrar sobrecitos, cartón, cuerdas, plástico), para fabricar cubitos de basura… pero no doy abasto para librarme de tanta basura convirtiéndome en una especie de industria del reciclaje que poco tiene que ver con un taller de poesía o un estudio de artista… así que mi imagen de ecologista concienciado está afectando a mi imagen de coordinador de talleres de poesía.

¡Ay, las imágenes! ¡Qué poco dan cuenta de lo que realmente cuenta!

Ecologismo de ricos

A veces pienso que el ecologismo es un invento de las clases dominantes (aunque resulte algo demodé hablar de clases sociales, como si ya no las hubiera o hubiese) pues acaba resultando un esfuerzo que recae en las personas menos favorecidas llamadas a, básicamente, consumir menos, a sentir cierta culpabilidad permanente por no ser capaces de reparar los daños que realizan o realizamos… y en última instancia a sufrir las consecuencias de los mismos, algo que no atañe nunca o no parece hacerlo a quienes tienen recursos suficientes como para poder donar, de cuando en cuando, una cantidad de dinero a alguna ONG que blanquee su conciencia, adquirir productos de comercio justo o de proximidad, comprarse un coche eléctrico sin reparar en gastos, instalar paneles solares o incluso, tener varios cubos de basura de diversos colores en sus ingentes viviendas donde poder arrojar sus múltiples desperdicios.

Otras veces, pienso que el ecologismo (ecofeminismo) es la única opción política aceptable…

Y, entre ambas cosas, me debato estérilmente.

La pérdida de tiempo ecologista

Concienciado como estoy con la reducción de papel innecesario, llevo varios días intentado imprimir un documento cuyas páginas tienen unas dimensiones atípicas, de 20 centímetros de ancho por 9 de alto, de manera que cada par de páginas caigan sobre un único folio DinA4 de 21×29,7 cm. Pero me está resultando tan difícil que estoy gastando papeles por prueba y error que no debería gastar. Todo por ahorrar un total de 40 páginas y sus correspondientes recortes (pues la superficie externa a las páginas es sobrante) que aunque intento pensar en maneras de aprovechar sé que, de alguna manera, podrían haberse evitado.

No obstante, llevo tanto tiempo pensándolo y probado con el ordenador que quizá el desastre lo esté provocando por otro lado, en lugar de darle al botón de imprimir y recortar con el cutter correspondiente posteriormente.

Y entonces caigo en que ser ecologista, o intentar serlo pues es una carrera imposible, es algo nefasto en el sentido de la productividad, puesto que cualquiera o casi cualquiera en mi situación ya tendría hecho lo que yo estoy tardando en hacer varios días por ahorrarle al planeta 40 folios.

Puedo pensar en usar papel reciclado y así sentirme algo menos culpable o, incluso, papel reutilizado por la otra cara, aunque quede más cutre, lo que me lleva a esa otra consecuencia de intentar ser coherente a costa, incluso, de acabar teniendo menos repercusión porque el trabajo final está «peor acabado», aunque más medioambientalmente sostenible.

Por otro lado, voy a pegar (con pegamento, otro pequeño monstruo antinatura) las páginas recortadas sobre pedazos de cartón que están siendo recuperados de la basura pero que difícilmente saldrán de ser poco más que basura. Sí, muy concienciada basura, pero no tan glamurosa como una elección de papel Munken Pure sobre Cartulina Gráfica negra muy porosa, por ejemplo.

Vivo rodeado de basura. Intento sacarla de lo que he generado. Intento minimizar, no ya mi huella ecológica, sino mi huella consumista (si es que hay diferencia), pero en ese permanente intento, acabo olvidando que debo ser competitivo para poder financiarme y poder seguir haciéndolo.

Y así sigo…

Sin respuestas.

¿Alfombra nueva o limpieza?

En el estudio tengo una alfombra que me prestaron/regalaron los compañeros de estudiomamifero con quienes comparto espacio.

Sirvió para ocultar unas manchas en el suelo que es de corcho o similar, algo próximo al linóleo, pero con un aspecto más envejecido y algo desvencijado.

Además, aporta un toque de separación de la región dedicada a los talleres de la que dedico a mi trabajo. Ayuda a crear una atmósfera cálida, recogida, con una sencillez pasmosa.

Pero lleva mucho tiempo sin limpieza y va acumulándose, del uso, un poco maltratada por la falta de atención, muchos pies calzados sobre ella, incluso restos de cartón recortado o de espray, papeles, tinta.

Así que he decidido que tenía que hacer algo al respecto: comprar una nueva o limpiar la existente.

Y aquí han bailado varias razones para decantarme por una u otra opción:

Limpiarla no la va a arreglar de aquellas marcas que el tiempo y la presión de las patas de las mesa han dejado sobre ella.

Limpiarla no resulta un cambio que pueda suponer un atractivo extra para las personas que están acudiendo al taller que siempre agradecen los cambios, las novedades…

Limpiarla no es mucho más barato (pero algo sí) que comprar una nueva. Tampoco es que la alfombra que tengo sea de una calidad inigualable.

Pero…

Comprar una nueva es algo absurdo pues tendría que decidir qué hacer con la sucia, que no está tan mal como para tirarla. Existe la posibilidad de usarla (si quedan marcas) como alfombra para esta región personal, esta sobre la que ahora mismo estoy escribiendo esta pequeña disquisición, pero podría pasar que el contraste con la nueva resulte feo o aumente el ruido visual del espacio.

Comprar una nueva es mucho más ineficiente medioambientalmente, aunque no pueda estimarlo con exactitud. Amén de un gasto (aunque sea poco) innecesario adicional.

Comprar una nueva lo habría hecho utilizando el monstruo del monopolio comercial americano… por comodidad, por precio y por ahorro de tiempo. Perjudicando al pequeño comercio en cierta medida.

Después de un rato buscando limpiadores a domicilio de alfombras en internet… he pensado que quizá no era tan incómodo llevarla si podía ahorrar un poco de dinero, a la tienda en lugar de pagar por el transporte de quienes viniesen a limpiarla.

Así que he buscado tintorerías…

Y resulta que no recordaba (me he llevado las manos a la cabeza) que justo bajo mi balcón de la primera planta hay una tintorería que, en ocasiones, resulta algo molesta con su ruido de máquinas centrifugando. Justo bajo el balcón estaba la tintorería.

Aun así, he llamado por teléfono para no ir en persona para preguntar el precio de limpieza que era algo más caro por metro cuadrado de lo que ofertaban algunas de las empresas que realizaban la recogida y posterior entrega, pero cuyo coste total, sumado el razonable abono derivado de sus desplazamientos, sobrepasaba el modesto coste de la tintotería bajo el balcón.

Curiosamente, van a tardar mucho más en tenerla disponible que cualquiera de las opciones que barajaba, pero tampoco es tan grave, si pensamos que no queda fatal el suelo sin esa alfombra y que quienes vienen por primera vez a los talleres no saben si había o no alfombra bajo las mesas.

Nostalgia

Soy un nostálgico tecnológico y cuando un aparatito como este cae en mis manos me cuesta deshacerme de él, tirándolo o llevándolo a puntos limpios o lo que proceda. Apenas me deshago de tecnología por muy obsoleta que pueda parecer siempre pensando que en un futuro puede serme de utilidad en todo o en parte.

Pero reconozco que es poco probable que nada de lo que tiene este modem vaya a usarse nunca más, teniendo en cuenta la migración a fibra en casi todos los hogares, además de la insuficiencia que ahora mismo consideraríamos de una conexión de (en el mejor de los casos) 56K.

Y aún así…

Micromachismos para gente sutil

Hace años compré esta camiseta que me hizo algo de gracia al sustituir el nombre de la marca de cervezas por «HEINENA». En su día (y no hace mucho) ni pensé que pudiera ser machista, pero de un tiempo a esta parte la sutiliza está hilando fino y me pregunto si me habría hecho igual de gracia si pusiese «HEINENE» y me doy cuenta de que no.

Me gustaba también la idea de pensar en verde (mientras ningún partido político de ultraderecha se apropie del color) y reemplazar el agua por sidra, más verde, más asturiana… con un cuestionable ahorramiento de agua. Nunca pensé (y sigo sin hacerlo) en el pequeño llamamiento a consumir alcohol o llevar una vida previsiblemente insana, ni se me ocurrió hacer una advertencia de «bajo su responsabilidad».

Así que hoy en lo que me fijo es en esa terminación gramatical femenina que excluye, por supuesto, a la masculina y que, por tanto, trata con banalidad a las mujeres («nenificándolas») sin hacer lo equivalente con el otro género.

Ahora la uso en la clandestinidad, prácticamente. Sin atreverme a mostrarme con ella en mis talleres, pero sigo usándola entre otras cosas porque me queda bien de talla y tirarla me parece irresponsable medioambientalmente. Hummm… me debato en tonterías. ¿O no son tonterías?

Despreciando la obsolescencia

No creo mucho en ese término tan manido de la «obsolescencia programada» pues lo que se ha programado es realmente a la sociedad para que no quieran tener más que el último modelo de todo, para que todo sea tan rápido como pueda ser tecnológicamente o tan actual como pueda ser en otro orden de cosas. Modas y tendencias, usar y tirar.

Hace años que tenemos el ordenador de sobremesa (en realidad de torre, pero ahora a todos los llaman sobremesa vs portátiles, aunque ese es un conflicto de nombre tan absurdo como el de PC vs Mac, sin saber que PC significa literalmente Personal Computer, así que si un Mac es usado de manera personal…) Es un Compaq Presario de los tiempos en los que existía esa compañía antes de que HP la hiciese desaparecer formalmente en 2013.

Adquirimos a TOWI (nombramos los ordenadores de una manera muy simplona, aunque de un tiempo a esta parte ando pensando en renombrarlos a orquestas de tango o compositores) en 2010. Venía con un MS Windows 7 con licencia preinstalado, con un disco duro SATA 3G de 640 GB (7200 rpm), 4 Gb RAM en dos tarjetas de 2 Gb cada una, un procesador Intel Pentium E5300 y conexiones típicas para la época: 6 USB 3.0 (4 en la parte trasera y 2 en la frontal), ethernet y ranuras de expansión para tarjetas: 1 PCI (1 libre), 2 PCI-Express 1x (2 libre).

Han pasado casi 10 años desde que lo adquirimos y ha ido creciendo por dentro, añadido un disco SSD, usando esas ranuras de expansión disponibles, así como por fuera con las conexiones con almacenamiento externo por USB.

De las primeras expansiones «internas», abriendo la torre y adquiriendo pequeñeces para aumentar su funcionalidad o para reutilizar algo disponible, fue cuando compramos un pequeño dispositivo que permite convertir un disco de conexión IDE (mucho más antigua que los modernos SATA) a USB sin carcasa para no convertirlo en un disco externo. Inicialmente lo tuvimos así, pero la caja dejó de funcionar, extrajimos el disco y con ese mínimo aparatejo tuvimos un disco interno que se conectaba por USB.

Para no tener que sacar un cable USB de las tripas de TOWI hacia un conector externo y, aprovechando para aumentar el número de conexiones USB disponibles (que se nos habían quedado en muy pocas a partir de la adquisición de discos externos, ratones, teclado, impresora, webcam, pendrives…), nos pedimos para reyes una tarjeta PCI en enero de 2017 que incluye cuatro conexiones USB 2.0 externas y una conexión hacia el interior de la caja.

Hace un año que el ordenador, con un Linux (Ubuntu/TangoStudio) que sustituyó al preinstalado de MicroSoft, iba algo lento, lo que podríamos llamar gajes de la edad, pero le hemos dado un poco más de vida con la instalación de un disco duro de estado sólido (SSD) conectado a la placa mediante un cable SATA. Para poder llevar la corriente al mismo tuvimos que comprar un adaptador (mínimo gasto de menos de 2€) que bifurcase uno de los conectores MOLEX de 4 pines hacia conexión de corriente SATA.

El disco SSD particionado tiene 120 Gb, lo que no parece mucho, pero es suficiente para el sistema operativo y algunas carpetas que requieran acceso de lectoescritura más rápido. Fue una compra que hice por 27€ en su día para intentar darle algo más de vida a otro ordenador (en esta ocasión un portátil HP Pavilion) que no acabó de lograr su objetivo, así que lo reutilizamos en TOWI.

Towi, por tanto, tenía ya un SSD como disco principal, Lacie (que tiene otra larga historia relacionada con su adquisición como disco de almacenamiento externo LaCie Desktop Hard Disk 320GB USB 2.0, 7200 RPM, Negro, para luego pasar a una caja que soportase interfaz IDE cuando dejó de funcionar la que venía de serie) como disco conectado con ese adaptador IDE-USB a la tarjeta PCI-USB, por supuesto el disco que traía de serie de 640 Gb al que llamamos COMPAQ. Aproximadamente 1Tb de capacidad repartida en 3 discos muy diferentes.

En el exterior, por otro lado, había ido aumentando la cantidad de discos conectados por USB. Pero las interfaces USB 2.0 hacían algo lento el tener conectados discos que podían ir a la velocidad de USB 3.0 en las existentes, para ese momento 10, conexiones USB externas disponibles.

Carmen necesitaba cada vez más espacio y ya no había forma de distribuirlo sin que resultase muy incómoda su gestión. Así que le propuse adquirir un disco USB 3.0 de «gran capacidad» (2 Tb) MAXTOR que le compró a su hermano. Pero ahora quedaba la cosa de cómo aprovechar ese disco rápido y grande con sus anticuadas (que no obsoletas) conexiones USB 2.0.

Hace unos días compré para ello unas tarjetas PCI-Express (aprovechando que quedaban aún 2 slots disponibles) una de ellas para proporcionar 2 USB 3.0 traseros con un conector USB de 15 pines interno al que se le podía conectar la otra, que no es más que un sofisticado USB 3.0 hub que dota al equipo de salidas frontales 3.0.

Ambas tarjetas necesitaban ser conectadas a la corriente (necesitan alimentación eléctrica) y fue bastante complicado desplegar el cableado para que pudiese llegar a todas las tarjetas y discos duros que este pequeño Frankenstein necesita. Habría sido conveniente un alargador de cable MOLEX que cuesta menos de 2€ y que no tenía. Lo logré sin ello, si bien el disco IDE (Lacie) queda algo «colgado» en un dudoso equilibro en el espacio interior de la torre.

Puede que llegue un momento en el que no sea rentable seguir invirtiendo mínimas cantidades para hacer que este viejo ordenador siga siendo uno de los equipos principales que tenemos, pero de momento me resisto a abandonarlo y seguiré diciendo que la obsolescencia no está programada en los dispositivos, sino en los humanos.

La máscara desdentada

Objeto encontrado fruto del Packaging… Me encantan las cajas que tienen formas curiosas para almacenar cosas simples, ordinarias… pero en las que se ha buscado una optimización de recursos, posiblemente económicos y alguna vez medioambientales.

Esta curiosa máscara no recuerdo qué guardaba, pero al final me interesa más el contenedor que el contenido. Es extraño.

Esto no es una broma