Tarjetas de visita

El lunes estuve recortando unos ripios de foam negro que tenía en el estudio, que me habían regalado los compañeros de Estudio Mamífero, y he decidido hacer mini-tarjetas de visita, con la información suficiente para contactarme y conocer mi trabajo: mi web, la que mantengo desde hace más de 20 años, evolucionando más y mejor que yo, en cierto sentido.

Son divertidas piezas únicas manuscritas. Lo más analógico que puedo imaginar en mi mente digital. Tienen un grosor de casi 5mm. Están escritas con rotulador uniPOSCA blanco.

Towi, alias Frankenstein

Parece mentira, pero la obsolescencia programada no parece ser tan certera como afirman quienes dicen que los PC duran 5 años o las impresoras 2.

Towi es el nombre en clave (hostname) de nuestro querido ordenador de torre que usa Carmen todos los días como equipo de trabajo, completamente funcional.

Este fin de semana pasado hemos empezado a dar por perdidos algunos equipos que no dejan de funcionar, a pesar de que las necesidades de este «mundo moderno», de redes sociales, teléfonos inteligentes y esas cosas, nos hagan sentir que las velocidades de los mismos no son admisibles o son indicio de fallo, cuando sencillamente no queremos quedarnos en la fila de los «pobretones» que navegan despacio.

Esta placa de hace ya más de 10 años sigue funcionando sin problemas. Es un Pentium (de antes de la época de la serie i-3,5,7), con un sólo núcleo, con 4Gb de RAM ocupando las dos ranuritas como se ve en la imagen, en sendas tarjetas de 2Gb.

El disco duro que traía montado tenía 640Gb (sigue teniéndolos) y poco a poco se le fueron añadiendo amigos dentro, como un SSD de 120Gb en el que instalar el sistema operativo Linux (UbuntuStudio) que ha permitido seguir funcionando con mayor rapidez de la que sería posible con el Windows 7 preinstalado en el HD convencional. Por si eso fuera poco, un disco duro muy muy viejo (IDE, de hecho PATA) que no tiene las conexiones apropiadas fue adaptado (adoptado), mediante un «chismito» que permite conectar 2 discos IDE y/o uno SATA a una conexión USB. Por supuesto, los discos necesitan alimentación directa, pues el aparatejo tan sólo se limita a transferencia de datos, que no es poco. (También había probado previamente una adaptación mediante otro dispositivo de IDE a SATA, pero no funcionó bien).

Ese disco duro IDE de 3,5″, que se ve «colgando» en la fotografía anterior, estaba en una carcasa interna que dejó de funcionar, tiene 300Gb y le denominamos LACIE que era el nombre de fábrica de ese primer disco externo que compramos, hará más de 15 años.

Para poder usar la conexión USB del adaptador, adquirí por un módico precio una tarjeta PCI que proporcionaba 4 enchufes USB fuera de la caja y uno hacia el interior de la misma, que es el que se ve en la imagen siguiente:

Esta es la caja de la tarjeta en cuesión:

Algo después, adquirimos un par de nuevas tarjetas PCI-E para aumentar el número de puertos USB (en este caso 3.0) tanto por la parte trasera de la torre como por la parte frontal, a medida que Carmen necesitaba más espacio de almacenamiento, pero la verdad es que ha llegado el momento de pasar a otro equipo, pues este pequeño Frankenstein que ha llegado a tener (internamente) su Intel NH-8280-1GB, 4Gb RAM, SSD 120Gb, HDD 640Gb SATA, HDD 300Gb IDE/USB, 4+5 USB 2.0 traseros, 2 USB 2.0 delanteros, 6 USB 3.0 vía PCI-e.

A punto estuve de conectarle un cuarto disco SATA de 500 Gb de un HP Pavillion que me salió muy malo y que ha terminado por romperse a los 12 años de su compra… (quizá no tan malo, después de todo), pero era bastante engorroso seguir haciendo ampliaciones mediocres para un PC saturado.

Ha llegado el momento de comprar un nuevo equipo, que empezará siendo directamente de segunda mano, para poder sumarle el SSD de 120Gb, quizá también el HDD 640Gb SATA y, por supuesto, las tarjetas PCI-e para extender el número de puertos USB 3.0, desnudando a un santo para vestir a otro, pero es que a veces hay que dejar morir a los santos ancianos.

Y no creo que lo haga del todo pues usaré cualquier cosita para poder arrancar el equipo y que siga sirviendo con sus 4Gb de RAM como un veterano de guerra.

¿Obsolescencia programada o consumismo irresponsable?

Absurda imagen o lo poco que importa una cumbre del clima

Que exista esta imagen junto a este artículo lo dice todo de la importancia que, en realidad, le damos a una cumbre internacional sobre el clima, al cambio climático, a todo lo que no sea bailar y vivir la vida loca (y nunca mejor dicho), olvidando que habrá un mañana, que quizá no sea muy habitable para la especie humana y cuyas consecuencias (que los políticos han considerado demasiado ignorables para no perder votantes del presente que es el cortoplacismo que les importa) serán y están siendo demoledoras en términos de desplazamientos poblacionales (nadie emigra por placer, eso se llama turismo), amén de desequilibrios socioeconómicos más agudos que conllevarán más inestabilidad social que no se podrá ignorar… porque estará en la puerta de las casas, incluso de aquellas personas que pueda afrontar vivir en zonas de exclusión de pobreza, barrios ricos reservados para poderes adquisitivos altos, con seguridad privada, etc, pero que no dejarán, lo sepan estas personas o no, de ser guetos, de ser pequeñas cárceles en las que habitan en su falsa sensación de seguridad y mucho más ficticia libertad.

Soy el mal, soy el capital

Tengo unos vasos de plástico que me han regalado, fruto de una adquisición de Carmen que llevaba una milonga junto a su amiga y compañera Inma Garrido. Ellas no llegaron a gastarlos y los iban a tirar, después de clausurada su milonga.

Yo le dije que no lo hicieran y que me los podía quedar yo, para mis encuentros de Té y Poesía o para los talleres, pero me resulta difícil usarlos por la imagen que dan de mí.

Hace un par de años, un asistente a los talleres me comentó que podía adquirir, en lugar de vasos de plástico y cucharillas de plástico que les regalaba antes de cada clase para tomarse un té, unos vasos de papel y cucharillas de palo de bambú… que eran más ecológicos. No lo puse en duda (bueno, sí lo puse en duda, pero él tenía razón), así que a partir de entonces estoy suscrito a un pedido a través de Amazón (lo que ya de por sí no es muy ecológico) por el que me traen 400 vasitos de papel/cartón que aseguran que es reciclado. Eso sí, vienen envueltos en paquetes de plástico conteniendo 50 vasos cada uno. Plástico que procuro reutilizar para tirar el té fresco y que no se pudra en la bolsa grande y no tener que cambiarla cada poco tiempo.

Los palitos de bambú casi no se utilizan porque he reducido casi a la completa extición el uso de azúcar o edulcorantes, en general, lo que los hace superfluos salvo para quien los solicita explícitamente.

Así que ahora doy una imagen de ecologista concienciado (aunque antes lo fuese y no diese esa imagen), de modo que poner sobre la mesa los casi 40 vasos de plástico que heredé de la milonga es casi sacrílego y, sin contexto, puede resultar un detrimento de mi imagen de ecologista concienciado.

Por momentos, he llegado a pensar en tirarlos sin usar, para no perjudicar mi imagen de ecologista concienciado, o en usarlos para algo privado, de modo que no normalice su uso como algo poco nocivo para el planeta, pero hay cierta componente hipócrita en esa acción o esas acciones que perjudicarían la imagen que yo tengo de mí mismo, aunque no la de ecologista concienciado que puede que tengan de mí.

El problema de los vasitos de papel/cartón reciclado es que la mayoría de las personas que los utilizan consideran que ya pueden tirarse, sin más, a la basura y yo me resisto a no darles un uso adicional o varios usos antes de desprenderme de ellos, lo que genera un espacio desaliñado, lleno de papeles sucios y vasos usados, que voy poco a poco reutilizando para tirar el té fresco que uso (para ahorrar sobrecitos, cartón, cuerdas, plástico), para fabricar cubitos de basura… pero no doy abasto para librarme de tanta basura convirtiéndome en una especie de industria del reciclaje que poco tiene que ver con un taller de poesía o un estudio de artista… así que mi imagen de ecologista concienciado está afectando a mi imagen de coordinador de talleres de poesía.

¡Ay, las imágenes! ¡Qué poco dan cuenta de lo que realmente cuenta!

Ecologismo de ricos

A veces pienso que el ecologismo es un invento de las clases dominantes (aunque resulte algo demodé hablar de clases sociales, como si ya no las hubiera o hubiese) pues acaba resultando un esfuerzo que recae en las personas menos favorecidas llamadas a, básicamente, consumir menos, a sentir cierta culpabilidad permanente por no ser capaces de reparar los daños que realizan o realizamos… y en última instancia a sufrir las consecuencias de los mismos, algo que no atañe nunca o no parece hacerlo a quienes tienen recursos suficientes como para poder donar, de cuando en cuando, una cantidad de dinero a alguna ONG que blanquee su conciencia, adquirir productos de comercio justo o de proximidad, comprarse un coche eléctrico sin reparar en gastos, instalar paneles solares o incluso, tener varios cubos de basura de diversos colores en sus ingentes viviendas donde poder arrojar sus múltiples desperdicios.

Otras veces, pienso que el ecologismo (ecofeminismo) es la única opción política aceptable…

Y, entre ambas cosas, me debato estérilmente.

La pérdida de tiempo ecologista

Concienciado como estoy con la reducción de papel innecesario, llevo varios días intentado imprimir un documento cuyas páginas tienen unas dimensiones atípicas, de 20 centímetros de ancho por 9 de alto, de manera que cada par de páginas caigan sobre un único folio DinA4 de 21×29,7 cm. Pero me está resultando tan difícil que estoy gastando papeles por prueba y error que no debería gastar. Todo por ahorrar un total de 40 páginas y sus correspondientes recortes (pues la superficie externa a las páginas es sobrante) que aunque intento pensar en maneras de aprovechar sé que, de alguna manera, podrían haberse evitado.

No obstante, llevo tanto tiempo pensándolo y probado con el ordenador que quizá el desastre lo esté provocando por otro lado, en lugar de darle al botón de imprimir y recortar con el cutter correspondiente posteriormente.

Y entonces caigo en que ser ecologista, o intentar serlo pues es una carrera imposible, es algo nefasto en el sentido de la productividad, puesto que cualquiera o casi cualquiera en mi situación ya tendría hecho lo que yo estoy tardando en hacer varios días por ahorrarle al planeta 40 folios.

Puedo pensar en usar papel reciclado y así sentirme algo menos culpable o, incluso, papel reutilizado por la otra cara, aunque quede más cutre, lo que me lleva a esa otra consecuencia de intentar ser coherente a costa, incluso, de acabar teniendo menos repercusión porque el trabajo final está «peor acabado», aunque más medioambientalmente sostenible.

Por otro lado, voy a pegar (con pegamento, otro pequeño monstruo antinatura) las páginas recortadas sobre pedazos de cartón que están siendo recuperados de la basura pero que difícilmente saldrán de ser poco más que basura. Sí, muy concienciada basura, pero no tan glamurosa como una elección de papel Munken Pure sobre Cartulina Gráfica negra muy porosa, por ejemplo.

Vivo rodeado de basura. Intento sacarla de lo que he generado. Intento minimizar, no ya mi huella ecológica, sino mi huella consumista (si es que hay diferencia), pero en ese permanente intento, acabo olvidando que debo ser competitivo para poder financiarme y poder seguir haciéndolo.

Y así sigo…

Sin respuestas.

¿Alfombra nueva o limpieza?

En el estudio tengo una alfombra que me prestaron/regalaron los compañeros de estudiomamifero con quienes comparto espacio.

Sirvió para ocultar unas manchas en el suelo que es de corcho o similar, algo próximo al linóleo, pero con un aspecto más envejecido y algo desvencijado.

Además, aporta un toque de separación de la región dedicada a los talleres de la que dedico a mi trabajo. Ayuda a crear una atmósfera cálida, recogida, con una sencillez pasmosa.

Pero lleva mucho tiempo sin limpieza y va acumulándose, del uso, un poco maltratada por la falta de atención, muchos pies calzados sobre ella, incluso restos de cartón recortado o de espray, papeles, tinta.

Así que he decidido que tenía que hacer algo al respecto: comprar una nueva o limpiar la existente.

Y aquí han bailado varias razones para decantarme por una u otra opción:

Limpiarla no la va a arreglar de aquellas marcas que el tiempo y la presión de las patas de las mesa han dejado sobre ella.

Limpiarla no resulta un cambio que pueda suponer un atractivo extra para las personas que están acudiendo al taller que siempre agradecen los cambios, las novedades…

Limpiarla no es mucho más barato (pero algo sí) que comprar una nueva. Tampoco es que la alfombra que tengo sea de una calidad inigualable.

Pero…

Comprar una nueva es algo absurdo pues tendría que decidir qué hacer con la sucia, que no está tan mal como para tirarla. Existe la posibilidad de usarla (si quedan marcas) como alfombra para esta región personal, esta sobre la que ahora mismo estoy escribiendo esta pequeña disquisición, pero podría pasar que el contraste con la nueva resulte feo o aumente el ruido visual del espacio.

Comprar una nueva es mucho más ineficiente medioambientalmente, aunque no pueda estimarlo con exactitud. Amén de un gasto (aunque sea poco) innecesario adicional.

Comprar una nueva lo habría hecho utilizando el monstruo del monopolio comercial americano… por comodidad, por precio y por ahorro de tiempo. Perjudicando al pequeño comercio en cierta medida.

Después de un rato buscando limpiadores a domicilio de alfombras en internet… he pensado que quizá no era tan incómodo llevarla si podía ahorrar un poco de dinero, a la tienda en lugar de pagar por el transporte de quienes viniesen a limpiarla.

Así que he buscado tintorerías…

Y resulta que no recordaba (me he llevado las manos a la cabeza) que justo bajo mi balcón de la primera planta hay una tintorería que, en ocasiones, resulta algo molesta con su ruido de máquinas centrifugando. Justo bajo el balcón estaba la tintorería.

Aun así, he llamado por teléfono para no ir en persona para preguntar el precio de limpieza que era algo más caro por metro cuadrado de lo que ofertaban algunas de las empresas que realizaban la recogida y posterior entrega, pero cuyo coste total, sumado el razonable abono derivado de sus desplazamientos, sobrepasaba el modesto coste de la tintotería bajo el balcón.

Curiosamente, van a tardar mucho más en tenerla disponible que cualquiera de las opciones que barajaba, pero tampoco es tan grave, si pensamos que no queda fatal el suelo sin esa alfombra y que quienes vienen por primera vez a los talleres no saben si había o no alfombra bajo las mesas.

Nostalgia

Soy un nostálgico tecnológico y cuando un aparatito como este cae en mis manos me cuesta deshacerme de él, tirándolo o llevándolo a puntos limpios o lo que proceda. Apenas me deshago de tecnología por muy obsoleta que pueda parecer siempre pensando que en un futuro puede serme de utilidad en todo o en parte.

Pero reconozco que es poco probable que nada de lo que tiene este modem vaya a usarse nunca más, teniendo en cuenta la migración a fibra en casi todos los hogares, además de la insuficiencia que ahora mismo consideraríamos de una conexión de (en el mejor de los casos) 56K.

Y aún así…

Micromachismos para gente sutil

Hace años compré esta camiseta que me hizo algo de gracia al sustituir el nombre de la marca de cervezas por «HEINENA». En su día (y no hace mucho) ni pensé que pudiera ser machista, pero de un tiempo a esta parte la sutiliza está hilando fino y me pregunto si me habría hecho igual de gracia si pusiese «HEINENE» y me doy cuenta de que no.

Me gustaba también la idea de pensar en verde (mientras ningún partido político de ultraderecha se apropie del color) y reemplazar el agua por sidra, más verde, más asturiana… con un cuestionable ahorramiento de agua. Nunca pensé (y sigo sin hacerlo) en el pequeño llamamiento a consumir alcohol o llevar una vida previsiblemente insana, ni se me ocurrió hacer una advertencia de «bajo su responsabilidad».

Así que hoy en lo que me fijo es en esa terminación gramatical femenina que excluye, por supuesto, a la masculina y que, por tanto, trata con banalidad a las mujeres («nenificándolas») sin hacer lo equivalente con el otro género.

Ahora la uso en la clandestinidad, prácticamente. Sin atreverme a mostrarme con ella en mis talleres, pero sigo usándola entre otras cosas porque me queda bien de talla y tirarla me parece irresponsable medioambientalmente. Hummm… me debato en tonterías. ¿O no son tonterías?

Esto no es una broma