Entrevista personal para Radio Utopía

El lunes a las 19:30 tuve el honor de ser entrevistado para Radio Utopía. Soy muy ajeno al mundo de la radio y a duras penas siento que tenga audiencia, pero me gustó participar en esta entrevista muy personal por el buen hacer del entrevistador, Armando Silles, quien se documenta como nadie a la hora de hacer preguntas. Es una barbaridad lo que sabe de mí, así que era complejo responderle con algo que no supiese, a pesar de su modestia.

Desvelé, como alguna vez en este diario íntimo, el origen de mi nombre y muchas otras cosas en una entrevista que duró finalmente casi una hora y media.

Me cuesta difundirla pues me parece bastante egocentrada (no tanto egocéntrica). Por supuesto, si alguien quiere, puede oírla en este diario o en la radio.

Intenté ser generoso con la sinceridad de mis respuestas, sin nada que ocultar, pero eso hace que a veces sienta que me extiendo más de lo que debería en las explicaciones, amén de intentar hacerlas comprensibles sin menospreciar a esa persona que escuche esta grabación al otro lado, a pesar de que es complejo que haya quien comprenda los diferentes ámbitos por los que he transitado a lo largo de mi vida, una vida dedicada al picoteo de conocimientos, una especie de deambular por los saberes, amigo de ellos (filo-sofo), sin profundizar en ninguno de ellos con todo el rigor que muchos de los que visité requerirían.

Por poner un ejemplo, de un tiempo a esta parte siento que sé menos de mecánica cuántica de lo que me creo, siéndome difícil explicar y comprender en detalle el experimento del entrelazamiento cuántico o, incluso, el gato de Schröedinger, sin ir más lejos, fenómenos que están emparentados con el desarrollo de la computación cuántica… y hacen que me sienta bastante obsoleto en cuanto a los conocimientos que en su día adquirí de esa materia.

Ni hablar de la extensión minúscula que visité como turista accidental en el ámbito de la lingüística comparada a lo largo del trabajo sobre el Proyecto de Clasificación Filogenética de las Lenguas del Mundo y por el que acabé siendo considerado un colaborador de la Cátedra de Tecnologías Lingüísticas de la UNESCO, pero que se traduce en un reconocimiento en una web y muy poco más (ni quizá lo merezca).

Cada día me avergüenzo más de todo lo que desconozco. Y no es falsa modestia. Es la sensación de que la profundidad de mis conocimientos es la de un charco frente a la Fosa de las Marianas. Por no hablar de la extensión, que es la del charco en cuestión frente al Océano Pacífico.

Y sin embargo me queda tan poco de vida para afrontar el aprendizaje de todo lo que aún deseo conocer…

Carta a mi vecino

En primer lugar, lamento lo de tu madre.

Quiero que sepas de dónde sale una reacción tan sumamente poco empática como para ni siquiera decírtelo antes que nada cuando nos pides poner la música alta, pero soy rencoroso. Sí, quizá no sea uno de mis mejores rasgos, pero sí te digo que nos estás haciendo pasar un confinamiento espantoso, con una música innecesariamente alta todo el tiempo (no sólo hoy que puede que lo necesites). Quizá lo necesitas otras veces también, y puede que sea cierto, pero no siento que hayas pensado en ningún momento qué pueden estar necesitando tus vecinos de arriba que no están haciendo fiestas cada fin de semana sino que están pasando un tiempo en casa por imperativo legal y sanitario. Carmen tuvo 2 semanas de coronavirus que pasamos bastante asustados mientras oíamos sin cesar tu música, hasta sabernos tus canciones preferidas, se murió su tía preferida y seguíamos oyendo tu música a todo meter, sin tener un día tranquilo para que ella pudiera velarla.

Te guardé un rencor horrible. No soy vengativo y no quise responder de manera equivalente, poniendo música con graves que retumbaran sobre tu cabeza, ni la lavadora a las 3 de la madrugada, pero he de renocer que se me pasó por la cabeza. Quise resolver el conflicto hablando contigo. Bajé un día y te pedí que bajases la música. A duras penas se podía notar la diferencia. Pensé que lo siguiente sería llamar a la policía para que interviniese, pero no quería «escalar» el enfrentamiento.

Te pedimos educadamente por whatsapp que bajases la música y nos contestaste una tontería como que tú también oías nuestros pasos, como si fuese comparable una actividad prescindible en estos tiempos de una que no lo es, como es caminar, o mover los muebles (cosa que haces con frecuencia inusitada, pero que asumo como una necesidad razonable y ante la que no te diré nada nunca). Hemos tenido que soportar gritos y peleas domésticas como varias noches en las que estuviste vociferando con tu pareja o un amigo (no es de mi incumbencia) gritándole que ibas a llamar a la policía, que se fuese a la puta calle, etc… con un nivel de violencia verbal que me hizo creer que quizá era conveniente salir en tu defensa y anticiparme y llamar yo a las autoridades, pero supuse que no era asunto mío… o en realidad estaba ya tan enfadado como para desear que esa persona con quien habías estado cantando a voz en grito unas horas antes se fuese de tu casa para siempre y te quedases solo (pero no por desearte nada mal, sino para dejar de oír tu incansable música).

En paralelo, estamos intentando trabajar desde casa y no has tenido la más mínima consideración para con nosotros. Sigues teniendo la música alta desde las 12 del mediodía (con interrupciones, afortunadamente) hasta las 12 de la noche. Por supuesto teniendo que endurecer nuestro aislamiento con ventanas cerradas casi permanentemente para poder realizar vídeoconferencias laborales. Hemos tenido que poner música en ratos en los que querríamos haber estado descansando de ella para no escuchar la tuya.

Llegué a pensar que era algo personal, que si te habíamos hecho algo y nos estabas molestando intencionadamente y parece que el hecho de que te lo comentase en un último mensaje (ya me había dado por vencido ante ello) sí que hizo algo de efecto pues parece que la última semana (o 10 días) sí que hay momentos de asueto.

Hoy llamas a nuestra puerta y me dices que hoy vas a poner la música alta porque tu madre está a punto de fallecer.

Tiemblas y sé que sinceramente necesitas ánimos.

No tengo ganas de dártelos. Lo siento.

Te pregunto temblando también, pues odio los conflictos y más si siento que no están conduciendo a ningún lado, que si no puedes cerrar las ventanas para poner la música al volumen brutal que acostumbras y me respondes que no quieres. No me preguntas por qué puedo necesitar yo que el día del cumpleaños de Carmen tengas las ventanas cerradas para que tu música no suene por encima de las innumerables conversaciones que hoy está teniendo. No me preguntas nada porque mis necesidades te la traen al pairo (asumo). A estas alturas no espero de ti empatía. Me vale con un mínimo comportamiento cívico en el que tú estés en tu casa molestándonos lo menos posible y no nos saludemos nunca jamás. Así como yo estaré en nuestra casa intentando molestarte lo mínimo posible. Te insisto en que entiendo que tengas que tener la música todo lo alta que necesites, pero que si serías tan amable de hacerlo con las ventanas cerradas y malhumorado, y por supuesto sin preguntarme por nosotros, acabas por ceder y decirme que cerrarás las ventanas, así a modo de concesión, cuando es lo que tendrías que hacer siempre.

En último término, lamento lo de tu madre, pero también lamento (y eso a ti te da igual, pero a mí no) haber reaccionado con tanto rencor acumulado como para no decírtelo en persona.

Ataquemos las ideas, no a las personas

NO soporto «el peinado» de esta mujer…. FIJAROS es como sucio, desaliñado, desidioso, pelandrusco, mentiroso, vulgar…. ufh!, paro.

En una red social me encuentro este texto acompañando a esa imagen y no puedo dejar de pensar que me cansa defender a las personas de derechas, pero es que mi entorno es bastante de izquierdas y ya se sabe.

La cuestión es que me molesta que se recurra a atacar su peinado o si es fea o si parece que está ida… y no se menciona nada de su ideología neoliberal que provoca desigualdad, entre otras cosas.

A punto he estado de borrar a esa persona (quien lo ha publicado y comentado) de mis contactos y puede que lo único que haga sea dejar de ver sus publicaciones durante un mes. Es una forma de evitar en mi entorno actitudes que considero inapropiadas aunque las dirijan contra personas con quienes de ninguna manera concuerdo ideológicamente.

Y no me vale la frase hecha de que «lo personal es político» para justificar ataques personales… porque es justo lo contrario: comportarse como machista es machista. Y punto.

No quiero ni pensar cómo estarán las «hordas» de derechistas «perroflautando a koletas». Afortunadamente, esos lares ni los piso.

Homofobia detectada

Ayer por la mañana encontré esta imagen en una red social y me sonó espantosa, me sonó a ese asqueroso insulto que siempre he despreciado como insulto, pues hablar de la orientación sexual de alguien para desprestigiarle siempre me ha parecido miserable, vil e indignante.

Es curioso que ese ataque se haga contra alguien a quien se acusa de «homófobo», en lugar de por alguien que considera la homosexualidad una enfermedad (que, incluso en este estúpido supuesto, tampoco sería oportuno usar como insulto).

A veces me encuentro dudando si me parece algo homófobo o machista y ya no sé si es que tengo la piel muy fina o un agudo sensor bien educado para detectar estos comportamientos y no dar por descontado que si viene de alguien afín a mi espectro político no va a ser homófobo o machista.

Así que le pregunté a mi querida amiga Aída, que tiene la piel tan fina como la mía o un buen sensor (que no censor, no me juguetee nadie con el seseo ingenioso), y me gustó saber que ella también lo ve como yo. Sí, me temo que con el tiempo acabaré queriendo estar sólo rodeado (solo y rodeado también) de personas que tengan ese sensor agudo y esa piel que incomoda a quienes buscan mofas simplonas e insultos grosos.

No entro a valorar lo que opina el señor de la foto sobre estas cuestiones pues es alguien con quien no me sentaré jamás en una mesa. Pero de mis afines… 😐

¿Por qué no abrir un taller nuevo de poesía online?

Desde que hemos tenido que enclaustrarnos, me he sentido sorprendido porque no ha habido bajas en los Talleres de Poesía Contemporánea y Escritura Creativa de Clave 53, sino, por el contrario, de manera neta, ha aumentado el número de personas asistiendo a los distintos grupos de manera telemática, en clases que se están realizando mediante Skype.

Talleres Online

Llevo haciendo clases online de Poesía tanto tiempo que no fue complicado adaptarme, ni invitar a la gente a que se instalase lo necesario para ello (después del debate fútil sobre cuál es la mejor plataforma para estas cosas). Además, tenía material preparado desde hace más de 10 años que puedo reutilizar simplificando mi labor a la hora de poner en marcha los talleres.

Y sin embargo…

Siento algo de reparo a la hora de proponer un grupo nuevo de Taller de Poesía Online y no sólo mantener los grupos preexistentes.

¿Por qué no abrir un nuevo grupo de Taller de Poesía online en estos tiempos?

Hay una sensación extraña que no sé explicar, como de aprovechamiento del hecho de que sería algo demandado y fácil de hacer. Pero me resulta, no sé por qué, un poco oportunista.

Quizá estoy haciendo la observación de manera inapropiada, sin pensar en que esa gente que pueda demandarlo no tiene la oportunidad de unirse porque no lo estoy ofreciendo.

No sé.

No tengo una respuesta clara a si hacerlo o si no hacerlo y, de hecho, si, pongamos, se prolongase el confinamiento hasta después del comienzo del curso, lanzaría mi campaña con todas las campanas al vuelo, abriendo todo grupo que pueda abrirse, amén de que a partir del curso próximo, casi con total certeza mantendré un grupo online regular (además de los presenciales) seguramente con un mínimo de 3 o 4 personas.

Y sin embargo…

Siento algo de reparo en estos días. Es usar su necesidad, no sus ganas. Y eso no acaba de convencerme.

Pensando así, está claro que nunca me haré rico.

Algo abochornado

El otro día, mi alumno de talleres y querido amigo Ernesto Pentón me dedicaba en su blog una entrada que me abochornó parcialmente, y la incluyo íntegra en este pequeño espacio propio:

Foto de GiuppeEste es Giusseppe, un tío genial que me ha enseñado un sinfín de cosas y me ha mostrado la libertad de la poesía.

Pero sobre todo me ha enseñado la belleza de su alma que siempre está disponible para la belleza.

Más allá de ser mi profe del Taller de Escritura Creativa y de haber prologado varios de mis libros es mi amigo y un ser humano con una calidez especial.

Amamos a la gente por todo tipo de razones, todas ellas pueden resumirse en una sola palabra: humanidad. Gracias a la vida por permitirme ser amigo de un gran ser humano.

E.

Hace tiempo que renuncié a ser el mejor en casi todo: el mejor científico, el mejor matemático, el mejor filósofo, el mejor filólogo, el mejor poeta, el mejor artista… pero no he renunciado a ser el mejor yo posible. Sigo intentándolo y sé que no es algo terminado, pues mi tendencia (digamos natural) es a no ser tan estupendo y maravilloso como me pinta mi querido Ernesto.

Soy de natural frío y poco empático, casi diría que con ciertas tendencias psicopáticas o incluso sociopágicas. Bastante neurótico y algo esquizofrénico… rencoroso y con una sangre fría que me asusta en ocasiones como cuando me da por pensar lo que haría ante un vecino molesto.

La empatía la construyo desde la razón y me acerco a una empatía que raya en una tolerancia intolerable, como cuando soy capaz de suponer que el pobre presidente de los EEUU quizá tiene algún problema físico que le hace comportarse como cuando la irritación de mis hemorroides me altera el ánimo y el humor, o cuando defiendo la persona de Esperanza Aguirre aunque aborrezca sus políticas.

La calidez la he ido aprendiendo gracias a rodearme de gente cálida que me contagia esa forma de sentir sin pensarlo todo, como mi maravillosa Carmen de quien no paro de aprender a abrazar con una generosidad que jamás soñaré con tener, o mis amistades varias (largo enumerar, Silvie, María, Aída, Jose, Xabi…) de quienes continuar adquiriendo la habilidad de relacionarme con personas que valoran a la persona por sí misma (ese algo indefinible) y no por sus cualidades.

Siento y sé que es algo «artificial» o racional mi construcción como «buena persona», pero no por ello me parece menos cierta, no intento decir que sea una mala persona disimulando, sino que intento ser la mejor versión posible de mí mismo, aunque me cueste no poder ser el mejor de otras cosas, porque a veces es así.

Cuando conocí a mi amiga Sylvie, allá en el lejano 1996, ella me hizo darme cuenta de lo importante de ser una buena persona por encima de consideraciones más, digamos, intelectuales. Y descubrí lo mucho que me quedaba por hacer en ese camino. Y me puse a ello. Y sigo en ello.

Por eso quizá quise poner en mi tarjeta de visita ese jueguito de:
Giusseppe Domínguez
Poeta, Performer, Persona.

Quiero ser la mejor Persona posible. Es mi gran performance en este mundo en el que quiero construir un poema llamado Giusseppe Domínguez que no se distinga en absoluto de la vida que vivo.

Agradezco que haya personas como Ernesto, con una bondad mucho más natural de la que yo pueda tener jamás, que me agradezca el trabajo realizado en esta dirección.

Los datos de «tracking» de las URL

Cada vez que, desde redes sociales o similar, visito un enlace con esta estructura, por ejemplo:

https://revistabravas.jgm.uchile.cl/2020/04/04/29-peliculas-de-agnes-varda-para-ver-gratis-online-y-descargar/?fbclid=IwAR3xjCgTJcCnfpoXYt9f0YkR-8FFGgtTlZX1gJ9PMwNIY0g2FUHavZzxHg4

Me aseguro de quitar la parte en negrita que no es ni más ni menos que información que le sirve al servidor (valga la redundancia), para informarle de datos de navegación.

Es un esfuerzo inútil en tanto «tracking» producido de manera masiva, porque tarde o temprano, mi actividad será trazada como la de cualquier mortal que use Internet, especialmente la 2.0, pero sigo quitándola de cualquier reenvío que haga o cada vez que se me ocurre publicarla. ¡Qué le voy a hacer! ¿Soy un romántico o un guerrillero?

El enlace en cuestión era interesante, así que lo añado por si acaso alguien no sabe copiar y pegar…

Cine hecho por mujeres: 29 películas de Agnès Varda que puedes ver gratis.

Sufre mamón

El sábado tuvimos la mala suerte de compartir edificio con unos energúmenos que decidieron que el confinamiento por coronavirus era el momento ideal para darlo todo en un karaoke improvisado en su domicilio una planta o dos por debajo de la nuestra. No podíamos oír nuestra propia televisión sin subir el volumen a unos umbrales inapropiados para el correcto funcionamiento de los altavoces internos del aparato. Por supuesto, los silencios de la película se llenaban de sus voces de las que también hacen alarde en cada ocasión de agradecimiento a los servicios sanitarios a las 20:00 de cada día, amén de aplausos exagerados y aullidos de lobos en celo.

Tenían puesta una selección de música ochentera que incluía, como no podía ser de otro modo, la flor y nata de la pijería de la época. Y los Hombres G no podían faltar. Voceaban a pleno pulmón:

sufre mamón (un bello y empático deseo

devuélveme a mi chica (dado que es un objeto de mi posesión

o te retorcerás (y me alegraré sádicamente

entre polvos pica-pica (menos mal que la rima fácil no dio lugar a otros ataques o que no conocían el Antrax

 

No quiero aplaudir al lado de esta gente. No me comporto como ellos. En nuestra casa se intenta siempre mantener el nivel de audio tan bajo que tenemos auriculares para uso constante, sin necesidad de cuarentenas en las que mostrar solidaridad vecinal. Es una práctica que debería extenderse y considerarse de obligado cumplimiento para toda persona que diga ser respetuosa.

Por primera vez en mi vida, a punto estuve de llamar a la policía para que interviniesen, pero no quise derivar sus servicios de otras actividades potencialmente más necesarias. Pero el grado de crispación me lleva a pensar que los Hombres G(ilipollas) son ellos y por momentos a tener los mismos deseos carentes de empatía.

 

 

No me hago las fotos que hay que hacerse

Parece ser
que estar en una manifestación
es hacerse fotografías
luciendo un vestuario apto para la ocasión.

Parece ser
que estar en una manifestación
es dar los gritos o consignas
que nos digan que demos
o saltar por los aires salvo que seamos hitler.

Pero a mí se me da mal
hacerme las fotos que hay que hacerse
como cuando no hago fotografías
de los eventos que coordino
para que vea el resto del mundo
que no asiste a los eventos que coordino
que hago muchas cosas
como eventos que coordino
o performances de esas cuyas fotografía
dejan constancia del acto
que no sé si, en sí mismo, se considera importante
salvo que exista reportaje.

Pero a mí se me da mal
obedecer ciegamente
aunque soy bastante obediente
por otro lado
y saltar no está en mi ADN
ni lo soportan mis rodillas
ni mi repugna a las falacias
incluso aunque pueda parecer, visto desde fuera,
que no simpatizo con lo que hay que simpatizar
y me siento desconectado
expulsado sin que me expulsen
o incluso cuando sí que me expulsan
quizá justificadamente
porque quizá no soy rentable
para una lucha completamente necesaria.

Parece ser
que no soy apto
para manifestarme.

Nunca he sido buen participante en manifestaciones
que sean reivindicativas
o que sean recreativas.

Me agobio en conciertos
que superen las 30 personas.
Me orillo en masivas concentraciones
como cáscara de crustáceo arrastrado por las olas.
Me inhibo ante compromisos
que requieran mi simpleza.

Y acabo de constatar que llevo escritas tres
frases que comienzan por «me».

Quiero quitar»me» de en»me»dio
y dejar de estar donde no «me» quieran
quizá porque no soy estratégicamente útil.
No es (soy) tan importante.

Esto no es una broma