ética
Una tortuga más
Dicen (No acabo de encontrar en Internet dónde es verdadero que este mito sea de la cosmología hindú) que la mitología hindú suponía que la tierra era un disco plano sostenido por cuatro elefantes que se sustentaban sobre una tortuga gigante.
Algunas veces, se imaginaban que esta tortuga tenía que sustentarse sobre algo a su vez y así se inventó la iteración: ¡sobre otra tortuga!
En otras ocasiones, se imaginaban a esa tortuga primera nadando sobre una serpiente que se mordía a sí misma la cola… y así inventaron la topología y la cinta de Moebius. 😉
Por último, en la más extendida de las versiones, la tortuga nadaba sobre un mar infinito, aunque no sé muy bien si se aclaraba que ese infinito ya era algo que no cabía en el mundo/universo. Y luego llegaría Cantor a cantarles las cuarenta con su Cardinalidad. Ahora que lo pienso, esa tortuga en un mar infinito suena a sopa de tortuga… pero bueno, eso supongo que no es la cuestión.
En resumidas cuentas: echaban balones fuera.
Eso es lo mismo que hacen las posturas a favor y en contra de la regularización de la inmigración o los aborígenes y hoy me he vuelto a topar con otro dibujito divertido que no deja de ser incompleto: esos árboles serían expulsados por aquellos seres unicelulares que…
En resumidas cuentas: echamos balones fuera.
Pseudociencias e izquierdas
Estuve leyendo este artículo titulado Diez absurdas teorías pseudocientíficas defendidas por políticos españoles y me sonrosa encontrar tantos políticos con los que, en otro orden de cosas, coincido, así que me ha dado por buscar una explicación (que ya tenía, es solo una forma de hablar) para justificar el mayor número de «progresistas» con este tipo de confusiones no solo mentales, sino metodológicas.
En detalle, pero poco explicitado, estaba insinuada esta relación cuando escribí sobre la Crisis del pensamiento racional, así como en otras ocasiones, como acerca de un supuesto Taller de Conexión Quantica Espiritual Colectiva (¡ahí es nada!). El New Age campa por los montes del progresismo hasta hacerme enfrentarme con más de un amigo, que, por metodológico, me acusa de pedante o de dogmático. Lo que no deja de ser una argumentación inargumentativa, básicamente una falacia.
Pero, ¿por qué este tipo de pseudociencias se da más entre gente «de izquierdas»?
Sin entrar en consideraciones sobre la pertinencia de seguir utilizando esta clasificación tan obsoleta, esa etiqueta «de izquierdas» como si realmente aún hoy tuviese algún sentido, sí voy a hablar de conservadores/tradicionalistas/derechas o progresistas/rupturistas/izquierdas. Sabiendo, sí, sabiendo, que es una simplificación a binario de algo que dista mucho de serlo.
Lo «conservador» en occidente ha estado abiertamente vinculado a lo religioso, al cristianismo, de ahí que sus programas políticos e incluso los nombres de sus partidos suelen llevar el adjetivo «cristiano». Las democracias cristianas de los pueblos germánicos dan fe de ello.
Lo «progresista», en contra, siempre en contra, ha estado vinculado a cierto laicismo, a cierta idea de alejamiento del hecho religioso, del pensamiento irracional necesario para sustentar la existencia de ser(es) y hecho(s) meta-racionales, por decirlo así.
Pero este alejamiento ha llevado a cierta sensación de orfandad, a cierta incomodidad con respecto a asumir que el mundo no es comprensible y que no hay un dios que me lo haga fácil ni una virgencita a la que rezar para pedirle imposibles.
Aquí está, sin duda, el quiz de la cuestión: un ser humano de izquierdas también quiere soluciones milagrosas, también quiere que el mundo tenga una razón, también quiere certezas… así que las inventa o las crea para creerlas. Eso sí, reniega del pensamiento que propone el tradicionalista sustentando ideas como que una vela en un altar me curará el Alzheimer o hará que mi hija encuentre trabajo. Sin embargo, está dispuesto a pensar que la memoria de las moléculas del agua (sic) me curarán un cáncer o mi energía positiva hará que mi hermana encuentre novio.
Es evidente el paralelismo, pero este último, superada la irracionalidad religiosa desde los tiempos de la Ilustración hasta hoy, pasando por un radical Nietzsche y por un tremendo existencialismo Sartriano, es mucho más peligroso pues utiliza aquello que ha costado tanto elevar a método, que es la ciencia.
La utiliza desvirtuándola, eliminando su metodología (que es la base) y quedándose con su palabrería, que es vacua sin lo previo. Y esta es la razón por la que me incendio, enciendo, cuando alguien hace defensa de las pseudociencias: porque atenta contra el pensamiento racional y da un voto de valor a lo irracional, retrotrayéndonos a esos oscuros tiempos feudales pre-volterianos. Si lo irracional no necesita otra prueba que lo que a mí me venga en gana… igual es válido rezar a una virgencita para encontrar trabajo, de ahí que hasta una ministra lo haya llegado a sugerir en su demencial visión de su papel político. Pero eso es del otro lado, de «la derecha» y con estos casi no tengo el suficiente trato como para calentarme.
Así que espero atemperarme y tomarme con calma lo que viene este curso, pues parece que el irracionalismo sigue aumentando, necesitando cada día más adeptos, con un proselitismo campante en «ambos lados» del espectro político que se pasan el espectro electromagnético por el arco voltaico…
Calm down
calm down
keep calm
keep calm
…
…
…
¿Sirven de algo las firmas electrónicas a causas solidarias?
Está claro que vivimos en un mundo desconsoladoramente complejo. Cada día más. Cada día más.
Hace un año aproximadamente que no firmo ninguna petición (creo) porque llegó el momento en el que me saturé de firmar del orden de una diaria teniendo la sensación de que nada cambiaba de esa manera, además del hecho (probado) de firmar alguna que otra varias veces con un simple cambio de navegador y nombre.
Las comprobaciones que se hacen son mínimas, a cambio de hacer también mínimos los requisitos para «comprometerse» con la causa en curso. Pero acaba siendo, de esa manera algo, en el mejor de los casos, bastante ineficaz y, en el peor, otra herramienta para conseguir que demos nuestros datos con los que después se puede comerciar para diversos tipos de propuestas económicas o lo que viene siendo llamadas ofertas.
Algo así como vendernos boinas del Ché o camisetas a quienes reclamemos una mayor contundencia en la lucha contra la desigualdad de clases, por poner un ejemplo.
Hoy, leyendo un artículo interesante sobre la utilidad de las firmas en plataformas especializadas en ello, así como su posible funcionamiento como estafa, me he dado cuenta de que han escrito lo que yo pensé haber hecho hace unos meses, pero mucho mucho mejor documentado.
Después descubro otro texto, aún más detallado, sobre la posibilidad (que yo ya había probado sin tanto esmero) de que se pueda «firmar» repetidas veces sobre una misma petición.
Y ahora estaba pensando en hacer algo interesante, divertido, pero tengo tantas cosas pendientes que lo dejaré de lado (de momento):
Crear una petición en change.org pidiendo firmas para que dejen de funcionar de la manera en la que lo hacen y garanticen que hay un cumplimiento mínimo de lo que se firma, además de la exigencia de un rigor al tratar la palabra «firma» asociada al compromiso que hace una persona de decir que es quién es.
¿Sin wifi hablaríamos más?
Bueno, aparte de lo obsoleto del cartel, este que no tiene en cuenta la enorme cobertura 3G o, viniendo, 4G, lo que no me queda nada claro es que realmente hablásemos más si no tuviésemos conexión de datos desde el teléfono móvil.
Por otro lado, vía esa misma conexión de datos/Internet, no se hace otra cosa que no sea, en la mayoría de los casos, hablar o comunicarse con otras personas que no están físicamente en el espacio.
Parece evidente que la hiperconectividad a la que venimos acostumbrándonos nos «desconecta» del espacio presente, del espacio temporal y físicamente presente, pero fabrica otro «hiperespacio» en el que nos hace sentir acompañados.
¿Que esa conexión diferida se trata de una ficción?
Eso lo afirmará quien no ha sentido una tremenda desconexión estando sentado, como yo, a la mesa de un enorme grupo de comensales con los que sentir que no tengo ninguna afinidad, ninguna conexión, ningún vínculo, más allá del que en ocasiones parece el padre de todos los vínculos o la madre de todas las conexiones: ADN.
En resumidas cuentas: la tecnología no es un problema en sí, ni ayuda, ni lo contrario. Cada caso es cada caso. Simplificar es fácil, pero no resuelve. Al menos, a mí, no me sirve.
Pero el cartel es gracioso. Sí, gracioso.
El lunes quedé a comer con un amigo. Teníamos móvil. No fueron ningún inconveniente. Hoy he pasado la mañana con Carmen. Teníamos móvil. No han sido ningún inconveniente. Vivo con un aparato útil al que no demonizo y que uso acorde a mis necesidades (como todas, bastante relativas). Pero no me supone un problema. Si lo fuera, dejaría el teléfono móvil en casa o lo tiraría por una ventana. No necesito que me regulen su utilización de manera paternalista considerándome incapaz de organizar mi atención o concentración. Yo decido cuándo apago mi teléfono, que suele ser con frecuencia.
Pero bueno, supongo que habrá a quién le guste ser manipulado, para que tomen decisiones que parece que cuesta tomar.
Yo ya soy mayor para eso. Casi, diría, mayor de edad: responsable último de mis actos y asumidor de sus consecuencias.
Dicen lo que piensan…
¿Y las que piensan lo que dicen?
¿Y las que piensan lo que hacen?
Aunque me llamen racional, aunque me «ataquen» con este apelativo, aunque me digan que pienso demasiado, aunque me acusen de inactivo, o demasiado neutro.
El mundo es complejo y exige reflexión permanente. Lectura y lectura, mucha más lectura y reflexión sobre la misma. Solo después, solo después… decir y/o hacer.
nada personal
A parte de los semptiternos errores ortográficos (véanse ese hicierón, ese «si» mismo), lo más lamentable es que el presunto buenrollista mensajito acaba haciendo un guiño a la venganza personal recordándo(te) que la otra persona (o sea, que sí es personal) se hace daño a sí misma. (Algo así como un muy elaborado: «¡Que se joda!»)
En resumidas cuentas: otra pamplina más de esas que circulan por las redes sociales sin transfondo, superficiales, banales, carentes de la más mínima profundidad, pero si me atreviese a decírselo en el muro a la persona que lo ha puesto, estoy más que convencido que lo tomaría de manera tremendamente personal. O sea, que ni esa simpleza aprende quien quiere o pretende enseñar.
¡Buffff…. qué cansado!
Por cierto: lástima de «lástimar» y «me lástima» la lástima de esta publicación…
Televisión Inteligente
Ayer vi un anuncio que me dejó boquiabierto:
Con la nueva tarifa Vodafone One prueba la Televisión Inteligente Gratis
Que contiene, ni más ni menos, que un doble oxímoron en una frase singular. Fascinante la capacidad de los publicistas de usar el absurdo en beneficio propio.
Pequeñeces que me desalientan
Cada vez es mayor el nivel de exclusión entre la ciudadanía madrileña: ciudadanos y ciudadanas excluidos de un proyecto vital mínimamente estable y muchos de ellos abocados a una situación de pobreza económica, energética, habitacional y social.
Ya sé, ya sé que esto es una tontería por la que no debería preocuparme, pero lo hago.
El programa de las municipales de Ahora Madrid 2015 está plagado de estas «erratas» gramaticales de concordancia de género.
Yo seguiré insistiendo en que yo incluyo, yo incluyo, yo incluyo a todas las personas, de ambos sexos (géneros) cuando utilizo la palabra «persona», no dejándome llevar por la terminación de la misma, por el sufijo que indica que la palabra es de género femenino, asociándola solo a mujeres. Igualmente que en ciudadanos incluyo a las mujeres, salvo que se extraiga una justificación desde el contexto.
Pero me parece absurdo realizar este retorcimiento del lenguaje para luego dejar de hacerlo y concurrir en infinidad de errores que denotan que no se da igual importancia a unos que a otras, pues solo algunos están abocados, mientras que ellas no están abocadas.
Sé que son exigencias de las bases, sé que es lo políticamente correcto en según qué sectores, pero si conlleva un trabajo extra que termina siendo ridículo, hay que hacerlo o no hacerlo, pero desde el principio y, por supuesto, desde la coherencia.
El párrafo tendría que haber sido escrito de esta manera si nos atenemos a esos absurdos mandatos que suponen que yo excluyo (repito, yo no excluyo) cuando utilizo el genérico (de terminación masculina) para referirme a hombres y mujeres:
Cada vez es mayor el nivel de exclusión entre la ciudadanía madrileña: ciudadanos y ciudadanas excluidos y excluidas de un proyecto vital mínimamente estable y muchos de ellos abocados y muchas de ellas abocadas a una situación de pobreza económica, energética, habitacional y social.
El siguiente párrafo del programa (y tan solo es la página 6 de 71) dice:
Gentes que, ante la continua pérdida de empleo y recursos económicos básicos, ven aumentar sus carencias, tienen dificultades para iluminar y calentar su hogar o para alimentar adecuadamente a sus hijos. Madrileños que son desahuciados…
Sé que no es motivo para no votarles, pero me desanima la tontería.