El piropo

He leído un artículo sobre el piropo y su posible obsolescencia pero centrado principalmente en el piropo como algo que le dice el hombre a la mujer y en relación a su físico.
Antes de empezar, haré una aclaración: para mí piropo es una lisonja que se realiza por parte de un hombre o una mujer a un hombre o una mujer. Por tanto, piropeador es aquel o aquella que piropea y piropeado es aquel o aquella que recibe la lisonja.
Esto implica que deberíamos analizar el porqué está aclaración es importante: desprovisto de su, habitualmente, carácter sexista, disminuye o, al menos, se focaliza el conflicto que pueda derivar de su uso.
Tengo la impresión de que hay varios factores a considerar que han sido poco tratados o nada.
Por supuesto, hay muchas ocasiones en las que el tono del piropo o lisonja no resulta agradable a quien lo recibe. Esto es bastante simple de erradicar, ante un piropo ofensivo, preguntar al piropeador si lo diría a algún familiar o si le resultaría agradable que se lo dijesen. Por otro lado, quien lo recibe, puede bien hacer uso del derecho de réplica o del, más saludable, recurso de ignorar a quien lo profiere.
Esto no quita que me parezca patético saber que muchos de estos piropos no tienen como verdadero objetivo lisonjear a quien lo recibe, sino demostrar el poder de quien lo profiere. En casos donde esta demostración de poder es para demostrar una inseguridad, una impotencia, un miedo, es en los grupos, pero los grupos tienen una dinámica que hace que no quiera tratar del piropo que procede de alguien de un grupo o de un grupo al completo puesto que, en el fondo, no buscan la simple y sencilla lisonja, sino otra cuestión.
Cuando alguien se siente insultado o insultada, hay muchas formas de actuar, pero siempre recomendaré aquellas que no impliquen violencia. El problema no es tan simple, puesto que en muchas ocasiones se trata de situaciones de diferencia de categoría entre personas que tienen algún tipo de vínculo contractual.
Por ejemplo, una persona no tiene derecho a decir cualquier salvajada que se le ocurra a su pareja, aunque, claro, también es verdad que la pareja en cuestión tiene todo el derecho del mundo, una vez infringido el contrato con el que se mantiene el respeto a romper la parte que le toque, por ejemplo, largándose con otra persona.
Esto también podría aplicarse en situaciones de entorno laboral, aunque aquí es más peliagudo, puesto que hay un desequilibrio habitual entre piropeador y piropeado. Rara vez el piropeador va a estar por debajo en el organigrama empresarial de aquella persona piropeada, obligando, de este modo, a no aceptar la simetría equitativa que, en justicia, hace o puede hacer de un piropo algo bello.
Quizá lo que más me molesta de los piropos es el hecho de fomentar la diferenciación de la validez de los distintos sexos, de modo que la mujer puede ser piropeada por su físico y rara vez por otras habilidades, salvo sorprendiéndose, y el hombre rara vez piropeado por su físico.
El artículo en cuestión apuntaba la general tendencia a considerar nefasto el insulto por sus habituales atributos y yo me planteo si el problema no es previo: es decir, los atributos son lo modificable, porque la naturaleza de estos atributos, tras los cuales hay una normalización de conductas inapropiadas es lo que es verdaderamente preocupante.
No me parece preocupante que se piropee a una mujer en la calle por parte de un hombre, si se normaliza el hecho de que un hombre sea piropeado por una mujer en la calle.
No me parece preocupante que se piropee a un empleado o una empleada, si se normaliza el hecho de que el empleado o la empleada puedan piropear a sus empleadores, aunque en este punto tengo la duda de si aún así me parece correcto, puesto que no hay simetría y se mezclan dos tipos de relaciones: la personal y la profesional.
No me parece preocupante que la base del piropo sea algo físico, superficial, si se normaliza el hecho de apreciar también de las personas otras cualidades menos obvias.
Me parece, sin embargo, preocupante, que pueda aprobarse una ley para abolir los piropos para no enfrentar estos problemas: que sigamos (hombres y mujeres) cosificando a las mujeres, que no respetemos o escuchemos a los otros, no aprendiendo nunca a convivir en sociedad sin dañarnos, que lo superficial se ataque sistemáticamente casi por una censura religiosa fundamentalista que nos dice que lo físico es malo, es carnal, es pecaminoso, y que debemos exclusivamente atender al ser humano en su faceta espiritual o, si es hombre, en su faceta intelectual; me parece preocupante que en el entorno profesional no se sea capaz de separar lo estrictamente profesional de lo personal y no establecer relaciones personales con quien no es preciso pues es interferir en una parte de su vida que no está o no debería estar puesta en términos de jerarquías laborales. Me preocupa que los hombres sientan en grupo la necesidad de afirmar su hombría comportándose como animales irracionales, orangutanes semidesarrollados que atentan contra todo lo que consideran inferior o, cuando menos, débil.
En resumen: me preocupa lo que hace que un piropo, en la mayoría de los casos, acabe por ser algo sucio; obligando a hombres y mujeres a desearse unos a otros sin poder manifestárselo más que con miradas soslayadas (léase reprimidas) en el vagón de un metro.

Herror con H es un doble error

¡Ay! Otra vez reclamando un poco de mejora de ortografía.
Qué aburrido. Pero es que me encuentro cosas como esta de que hay que reconocer los propios herrores y me hierbe la sangre. Casi me hierve. O me yerbe o me yierve o me ierve…
Debería relajarme. La ortografía no es tan importante, ni social ni económicamente.
La ortografía es sólo un síntoma (su descuido) de otros males que aquejan a la sociedad: el descuido generalizado por las formas, por la cortesía, por los convenios sociales, los contratos sociales, parafraseando a J. J. Rouseau. La falta de respeto a los espacios comunes que requieren una fuerte represión para el mantenimiento de unos mínimos aceptables de convivencia pacífica.
Sé que sólo es ortografía, pero denota una falta absoluta de interés por las palabras, por su carácter mediador, informador, poético, comunicativo en general, intensificándose su carácter insultante, agresivo, violento… que también pueden tener. Las palabras pueden serlo todo. Las palabras nos sirven para definirnos como humanos. La falta de ortografía dice bastante de nosotros como humanos.
Si descuidamos lo más básico que tenemos, el lenguaje, lo más sagrado y perfecto, ¿qué vamos a hacer con aquello que no consideremos tan importante?
Sánscrito significa cosa perfecta y no es para menos, una lengua indoeuropea que dio lugar a otras muchas y que permitió que infinidad de personas se comunicasen entre sí hablando, escribiendo, generando progreso (del bueno) y haciendo que la cultura tuviese un lugar en el que permanecer fijada. El lenguaje era soporte de cultura, como lo fue el Latín en muchas ocasiones.
Ahora parece que da igual. Las lenguas «vulgares» han caído en la peor acepción posible del significado de la palabra vulgar. Ya no «del vulgo» actual, sino «impropio de personas cultas o educadas». Es decir, la ortografía tiene algo que ver con la educación, con el respecto, con la tolerancia, con el cuidado del medio ambiente intelectual, el lugar en el que ocurre nuestro discurso y el de los otros.
Esto no implica que una lengua deba ser muerta para poder ser perfecta. Una lengua es más interesante si está viva, si acepta neologismos y transformaciones, pero una transformación no es un error o herror. Una lengua está para que la usemos y podamos hacer con ella lo que deseemos, pero cuando estamos en entornos coloquiales, es decir, de coloquio, de colectivo, debemos jugar con reglas aproximadamente comunes.
Si uno decide voluntariamente, en una obra poética por ejemplo, prescindir de las reglas ortográficas, está tomándose una licencia que, como artista, puede tomarse. También el receptor del mensaje poético en cuestión puede tomarse la licencia de no seguir leyendo. En ese contexto prima la libertad más allá de toda forma, de todo cuidado de lo público con el consiguiente cercenamiento de la libertad absoluta que tal cuidado requiere.
Por favor, no entiendas que soy un dogmático de la corrección ortográfica: todos cometemos errores o herrores, pero un poco de cuidado se agradece. Yo lo agradezco, al menos.
Por favor, si detectas fallos ortográficos en mis escritos (¡¡¡seguro que hay!!!) de este blog, no dudes en decírmelo. Lo agradeceré igualmente.

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Sonreír

82 familias ricas

Hoy he leído en el capítulo dedicado a “La antropología de una sociedad industrial” del libro que estoy leyendo desde hace un par de semanas, que, según la revista Forbes de 1985, las 400 personas más ricas de EEUU son miembros de 82 familias, teniendo en su poder aproximadamente el 40,2% de todo el capital fijo, privado y no residencial del país.
Además, sostiene el libro que la acumulación de grandes fortunas en manos de unos privilegiados, o lo que él llama la concentración de la riqueza, va en aumento.
El libro no tenía en cuenta la aparición de los nuevos ricos como los derivados de las nuevas tecnologías (así Bill Gates, Steve Jobs, Mark Zuckerberg) pero en el fondo no importa. Tampoco importa mucho que ahora tengamos más españoles entre los famosos enumerados por el señor Steve Forbes, como por ejemplo al dueño de Zara y derivados, porque hablar de españoles es casi insultante.
Estos personajes, estas personas, están por encima de la ilusión mantenida como nación que se forjó allá por el siglo XV en occidente. Les importa poco estar entre los mortales, porque creen que su lugar es una especie de mundo paralelo en el que jugar con los demás como quien juega con marionetas.
Pero ni siquiera nosotros, los plebeyos, somos sus marionetas, no llegamos ni a ser las partículas del polvo adherido a las distintas partes de las prendas exteriores de las marionetas más pequeñas que poseen.
¿Qué puede hacer el polvo para alcanzar su autodeterminación, su libertad?
Es tan tentadora la sumisión.
Lo más gracioso, quizá, que me pasó leyendo también en un periódico lo del tal Amancio Ortega es que me ha dado penita. Una foto suya daba el aspecto de un señor gris, apagado, aburrido, triste y no creo que lo piense para consolarme. Es, sencillamente, lo que veo en su expresión. Por no hablar de la fotografía del hombre más rico, según este mismo listado, un tal Carlos Slim, con un extraño parecido a Torrente.
Bueno, estos pensamientos banales tan solo son escapes para no afrontar lo durísimo que me resulta aceptar las monstruosas desigualdades entre estas fortunas y la situación de la inmensa mayoría de la población mundial como algo justificable.
Y si después quieren convencerme de que he de entender reformas estructurales en el mercado laboral que repercutirán en mayores facilidades para los empresarios a la hora de adquirir mayores beneficios o, lo que es lo mismo, continuar y perpetuar un sistema que no ve escandaloso el aumento en la concentración de la riqueza, van a tener que esforzarse un poco más.
¿Quienes quieren?
No me gusta cuando se me cuelan, casi sin darme cuenta, impersonales terceras personas del plural. Había 82 familias en el 85 dominando el mundo, ¿Cuántas hay hoy?

Hombro-codo

He pasado esta tarde por delante de la Unidad de Hombro y Codo de Madrid y no he podido evitar acordarme de que me duele el hombro derecho.
Y después he estado profundizando en esto de hombro-codo: A parte de tener sólo letras oes, no sé si con algún tipo de restricción médico-literaria al modo de Lipograma, o si era una restricción médico-espacial y me he preguntado si admitirían a alguien con trastorno en el omóplato. Quizá queda un poco desplazado de su centro de aplicación. Me he imaginado a alguien entrando con dolor en el antebrazo y siendo rechazado de la unidad por su inapropiada dolencia para el lugar.
Esto me ha recordado a cuando, objetor, haciendo el servicio civil en el puesto de Cruz Roja de Colmenar Viejo, no quise proporcionarle asistencia sanitaria (una aspirina) a una persona que venía a pedirla recomendándole que visitase el centro sanitario abierto correspondiente.
Me había negado a ser socorrista, objetando dentro de mi objeción, y realizar el examen fraudulento que a todos aprobaban sistemáticamente en las oficinas centrales. Pasé la prestación como técnico de radio, viendo (y no) cómo la mayor parte de las salidas las organizaban los voluntarios para entretenerse paseando y luciendo la ambulancia, intentando no llorar porque algunos de ellos tuviesen la estúpida costumbre de marcar los muertos encontrados en carretera con muescas en las suelas de sus botas.
Sin ser especialista médico o sanitario, no tenía autoridad para proporcionar medicamentos a nadie, así que hice lo que tenía que hacer, según los cánones, según la ley, según la estúpida ley que me obligaba a estar allí. A estar. Estuve.
Volvería a objetar. No acepto la violencia como solución de los conflictos, pero, sobre todo, no estoy dispuesto a aceptarla como solución de los conflictos de otro que, dentro de una jerarquía militar, puede considerar que se trata de un conflicto mío. Jamás agrediré a nadie a quien no quiera yo (y solo yo) hacerlo sin que pueda encontrar una sola razón para hacerlo ahora mismo. Y tener que objetar a algo así me parecía tan ridículo que me parecía objetable (y sigue pareciéndomelo) la propia objeción. Ahora, con ejército profesional e impuestos, quedaría la cuestión de si es razonable una objeción fiscal, una desobediencia civil al más puro estilo Thoreau.
Sin embargo, sí creo que son precisos y preciosos unos impuestos que hagan viable un modelo de estado social en el que la solidaridad sea bandera y no sé cómo vincularlo con el hecho de que la gestión de la hacienda pública no se está haciendo cómo a mí me gustaría. Quizá tan solo reclamo de vez en cuando, una votación de un partido político u otro en función de su comportamiento con respecto a su programa de asignación del presupuesto general del estado. Es limitado, pero ahora mismo, salvo esto y no marcar la casilla de la Iglesia, poco más puedo hacer. Y lo de la casilla de la iglesia es otro tema… porque…

De dictaduras y dictablandas

Quería comentar un par de cuestiones que suscita al mismo tiempo la lectura de artículos de periódicos actuales, en los que se vapulea al tirano libio, ya sin ambages, sin los más mínimos recatos formales a la hora de elegir palabras menos posicionadas, algo más imparciales, con la lectura de un libro titulado “Antropología Cultural”, de Marvin Harris. Es un libro algo antiguo teniendo en cuenta que estamos en una especie de vorágine de cambios culturales derivados de la irrupción en la sociedad industrial de la globalización y la tecnología asociada de InterNet. Editado en Alianza Editorial en 1990, está escrito en 1980 y revisado, creo, en 1984.

Parece evidente y asumido que el aumento de la población, unido a una agricultura intensiva capaz de generar excedentes y la circunscripción a hábitats de alto nivel de vida o rentabilidad, conlleva la transformación de las jefaturas o estructuras tribales en estados, entendiendo como tales aquellas formas de sociedad políticamente centralizadas cuyas élites gobernantes tienen el poder de obligar a sus subordinados a pagar impuestos, prestar servicios y obedecer las leyes.
En estos estados, las grandes poblaciones, el anonimato, el empleo de dinero y las vastas diferencias en riqueza hacen que el mantenimiento de la ley y el orden sea más difícil. Para ello, todo Estado dispone de especialistas que realizan servicios ideológicos en apoyo del statu-quo. […] El principal aparato de control del pensamiento de los sistemas estatales preindustriales consiste en instituciones mágico-religiosas.
Una manera importante de lograr el control del pensamiento consiste en no asustar o amenazar a las masas, sino en invitarlas a identificarse con la élite gobernante y gozar indirectamente de la pompa de los acontecimientos.
Los sistemas estatales modernos tienen en las películas, la radio, los deportes organizados, Internet (añado), técnicas poderosas para distraer y entretener a los ciudadanos. La forma más efectiva de “circo romano” es el entretenimiento retransmitido pues además de reducir el descontento mantiene a la gente fuera de las calles.
A esto hay que sumar el aparato de educación obligatoria, donde además de estimular sólo la creatividad en campos relacionados con la tecnología olvidándose de tratar temas controvertidos, implantan en la mente de los jóvenes los puntos de vista del statu-quo apelando al miedo y al odio.
Por último, a los niños se les enseña a tener miedo al fracaso: también se les enseña a ser competitivos.

Frente a estos estados industrializados e informatizados, donde la información ha pasado a ser una producción más, de carácter virtual y difícil de comercializar, es arduo el intento de liberarse del control de pensamiento. Es difícil porque ha llegado a ser capaz de instrumentalizar cualquier tarea pseudorevolucionaria como refuerzo en la ciudadanía de una idea de libertad que resulta reconfortante y deseable, de modo que rebelarse es bueno, en parte, siempre que se haga dentro de los cánones de respeto a los valores asumidos como inamovibles y que, sin embargo, garantizan el mantenimiento del statu-quo de esta plutocracia que pretende ser democracia.
Cuando vemos lo que está ocurriendo en el norte de África, nos encontramos con la sencillez de una lucha más o menos claramente dirigible contra una élite detestable. Esto nos da cierta envidia pues por momentos creemos que si pudiéramos identificar los causantes de nuestras afecciones, de la gran crisis económica en la que vivimos, podríamos combatirlos con esa determinación que están demostrando los movimientos revolucionarios tunecino, egipcio o libio.
Pero la realidad de los estados industrializados en la era de la información es mucho más compleja y temo que nosotros mismos hemos provocado nuestra misma estructura cultural que eliminar o transformar implicaría un salto durante el cual nuestro nivel de vida sería diferente, presuntamente inferior, del actual. Ahora bien, nos hemos convencido de que vivimos en el mejor de los sistemas posibles y que cualquier alteración lo empobrecerá. Esta perfidia nos inmoviliza y no nos permite avanzar en ninguna dirección, al mismo tiempo de que se da el hecho de que no creemos que estemos, nosotros mismos, siendo parte del sistema represor necesario por nuestros Estados para mantenimiento del statu-quo. Algo así, supongo, debieron de sentir los ejecutores de judíos durante el holocausto nazi.
Incluso, ahondando más en las transformaciones culturales de las estructuras sociales que se están produciendo por intermediación de la transformación de los medios de producción y de la naturaleza misma de lo producido, los mismos Estados se han convertido en poco más que instrumentos circenses con los que entretener a los ciudadanos y desorientarlos. Nos introducimos en conflictos nacionales o nacionalistas, evitando los aglutinadores, los verdaderamente transformadores del modelo de estado, como podría ser la creación de una Europa culturalmente unida, aunque respetuosa de las minorías integrantes.
Con la famosa crisis financiera, parece que hemos ido aún más en esta dirección de miedo y odio hacia los otros, hacia lo que no sea nacional, en una dirección en la que ya se anduvo durante la época que antecedió a la segunda guerra mundial.
Ahora se nos inculca el miedo al islamismo, a los chinos, a África y los africanos. Toda la información que nos llega de estos lugares es siempre indeseable, mala, perversa, de manera que sigamos queriendo estar en nuestra circunscripción y permitamos que las élites gobernantes se encarguen del mantenimiento de un statu-quo considerado, como dije, inmejorable.
Uno de los más sabios gobernantes de nuestro tiempo, no está haciendo ni más ni menos que esto: esperar a ser reclamado como el salvador de los valores de libertad, igualdad y fraternidad, aunque, realmente, no es su verdadero objetivo ni puede serlo, puesto que, como sabemos, el sistema capitalista es inherentemente desigualitario. Pero eso sí, no hay que restar méritos a Obama, sino al contrario, sabiendo que es el mejor fruto posible de su tiempo, dadas las circunstancias.
Eso sí, las circunstancias cambian, la crisis no ha hecho sino empezar a caminar y, poco a poco, el modelo social irá cambiando. Depende, en buena medida, de una reacción consciente de los ciudadanos el hecho de que esa nueva sociedad sea más igualitaria, si queremos, o más fraternal, si queremos o más libre, si queremos. Es nuestra responsabilidad informarnos adecuadamente, formándonos, también, un pensamiento crítico capaz de generar alternativas viables en un panorama complejo, farragoso, altamente interdependiente, global y con unos tiranos invisibles e inidentificables a los que derrocar.
¿De qué herramientas disponemos? ¿A qué estamos esperando? ¿Por dónde empezamos? ¿Somos, también, autocríticos?

Un mínimo derecho a la intimidad

Está claro que hay personajes públicos que exhiben su vida por placer que circula entre lo patológico y lo exhibicionista y hacen las delicias de los consumidores de tele-basura porque no puede ser calificada de otro modo. Estos programas en los que se desmenuzan sus vergüenzas sociales para el entretenimiento de unos telespectadores que, acostumbrados a realitys y demás intrusiones en la intimidad de las personas, lo escuchan sin sobrecogerse.
A mí me produce cierta urticaria, algo enfermo, algo que siento que me contagia aunque no sea por ingestión directa, afectando a mi entorno que cada día parece estar menos sano. Y esa insania la pago yo y la pagamos los que no deseamos matar nuestras neuronas con esta apoplejía social.
No quiero ahondar en la posible comparación entre este hábito y el del consumo de sustancias que envenenan la respiración, porque aparentemente uno se mueve en un terreno físico (humo-pulmones) y el otro en un terreno psíquico (telebasura-mente). Digo aparentemente porque, en realidad, es infundada esa separación cuerpo-alma. Pero, vale, voy a dejar esta cuestión para otro día.
Lo que me parece excesivo es que un periódico más o menos digno (El País) publique en sus páginas el parte médico de un hospital en el que han ingresado a la ínclita presidenta de la comunidad de madrid. ¿No nos estamos pasando? Es un personaje público por exigencias del guión, por decirlo así. ¿No debería haber un mínimo respeto por el hecho de que su estado de salud, que es relevante, debe ser íntimo si no afecta al ejercicio de sus funciones?
Y lo más grave es que lo leemos.
Lo leemos para informarnos.
Pero esa información es humana, individual, privada, no política ni social.
Ay, qué grave está el mundo y qué pocos esfuerzos se realizan para curarlo.

La Esperanza de Esperanza

Ayer me sorprendió la noticia de que la presidenta de la Comunidad de Madrid anunciara su próxima operación de Cáncer de mama. No es muy común que sepamos tan claramente lo que pasa en la salud de nuestros dirigentes.
He de reconocer que no sentí demasiada empatía, ni siquiera un poquito de compasión, aunque tampoco es que me alegrase de su desgracia. ¿Qué le voy a hacer? No se granjea precisamente simpatías.
Pero luego lancé una segunda pensada al asunto y me di cuenta de lo triste de la situación: es posible que no gane, por esto, las próximas elecciones. No lo lamento, no. Pero sí lamento el porqué creo que no las ganará.
Ayer comparé el futurible fracaso de su candidatura con el estrepitoso debacle de McCain en EEUU. Nadie quería votar a un presidente que posiblemente no acabaría vivo su mandato. Y un importante sector de los republicanos no ve con buenos ojos a la “Esperanza” del partido, a la peligrosa por radical Sarah Palin que, supuestamente, en caso de fallecimiento del presidente, habría ocupado el cargo y desempeñado sus funciones. Las de la presidencia de un país hasta hace poco considerado omnipotente.
Me resulta penoso pensar que los madrileños seguirían votando en mayoría un modelo de sociedad neoliberal insolidario, especulativo, privatizante, que supone el desmantelamiento del estado de bienestar de manera drástica, excepto para quienes tengan la capacidad económica de mantenérselo en privado, un modelo hipócrita y racista, que a veces se viste de modernidad para, rascando, oler a rancio franquismo dictatorial, un modelo católico nacionalista, que genera a cada momento mayores desigualdades sociales dentro de una misma comunidad, que apuesta, no por la repartición de la riqueza, sino por la generación de riqueza aunque no esté distribuida horizontal, sino verticalmente.
Veo y siento cómo desaparecen los colegios públicos o cómo se reduce su calidad, quedando relegados a lugares donde se forman los inmigrantes, hasta el punto de que profesores de educación pública llevan, si pueden, sus hijos a colegios privados. Veo cómo se ha entrado en una crítica injustificada de la seguridad social y su atención médica, de manera que sea razonable prescindir de parte de sus servicios, sustituyéndolos, para quienes puedan pagarla, por sanidad privada (que, cuando quiebra o estafa no puede ser más que ligeramente sancionada, como es el caso de la Sociedad Médica Ferroviaria, por ejemplo). Las carreteras de acceso a la ciudad se fortalecen con autopistas de peaje, pero se dice que se apuesta por un transporte público que siempre funciona insuficientemente para la densidad de población de la capital, que aumenta de precios continuamente desde hace años, haciendo mucho más rentable el transporte privado.
La Comunidad Autónoma de Madrid es algo un tanto artificial, razonable, pero artificial. Es razonable que, dado el centralismo de un país como España, Madrid esté parcialmente aislado de otras comunidades a las que habría expoliado para repartir los recursos asignables.
Es también interesante que la presidencia de la comunidad mantenga un diálogo exigente con el ayuntamiento faraónico de la capital. Y, aunque sólo sea por cuestiones aparentemente personales, parece que así es, incluso entre Gallardón y Aguirre, miembros del mismo partido político.
Tampoco creo que Esperanza Aguirre sea la única responsable del modelo económico que nos creemos como irreemplazable, pero sí es una de las más duras defensoras de un modelo que juzgo indeseable.
Claro que es mi opinión. Faltaría más. Esto es mi blog.
Ahora, puede que otros partidos tengan alguna posibilidad de competir con el dominio mediático que se aseguró de dominar el equipo de Esperanza, con una Telemadrid tan panfletaria que resulta irrisoria, con una asociación bien orquestada de la publicidad de la comunidad con la propaganda del partido. Si Goebbles levantase la cabeza estaría tan orgulloso de saber cuánta gente le secunda y le utiliza…
Pero, ¿por qué convence y motiva su modelo?
Creemos en la posibilidad de salvarse sin mirar atrás, salvarse sin pensar en el futuro, el éxito es ahora o nunca, no hay más que lograr sobresalir para dejar de sufrir. Y todo está justificado para mejorar las condiciones económicas propias y de la propia familia. Y la familia es lo importante, lo único importante. No la comunidad en la que habita, sino sólo y exclusivamente el núcleo familiar.
Poco a poco irá transformándose el concepto de familia (espero) y la insolidaridad irá disminuyendo… quiero creer.

Paraguas

Qué fragilidad la de un paraguas que es dejado en un cubo de basura, después de habernos servido bien. Es un objeto algo perverso, que puede aniquilar a más de uno. Cuando Madrid se llena de paraguas la ciudad se vuelve difícil de transitar caminando. Debería ser habilitado un carril paraguas, igual que un carril bici o un carril perro.
Ya que demostramos ser incapaces (según dicen) de llegar a una convivencia pacífica que debe ser constantemente regulada, reglamentada, como en el caso de la famosa ley antitabaco (en lugares públicos, matizo), parece razonable lo absurdo: que regulemos todo lo que pueda ser causa de daños a terceros sin cesar hasta caer en los ridículos mencionados… aunque quizá algún día no parezcan tan ridículos.
En el mundo de las milongas (donde se baila tango social) cada vez hay más preocupación al respecto del respeto: se habla sin parar de la necesidad de respetar la circulación, de no golpear, de evitar confrontaciones con el otro, de no dañar a nadie en lo más mínimo. Y me parece razonable… hasta un punto.
El respeto nunca estará relacionado con la prohibición, con la obligación ni con nada coercitivo. El respeto debe partir siempre de la mirada hacia la otredad, pero por ambas partes, sabiendo que debe convivir con una tolerancia que se demuestra en la molestia, no en la no molestia, no soy tolerante o no demuestro serlo cuando algo no me molesta y lo aguanto, sino, al contrario, cuando algo me molesta y lo aguanto.
Pero ¿cuánto he de aguantar? ¿cuándo debo pasar a ser intolerante?
No tengo la respuesta.
Pero sé que tiene que ver con la flexibilidad, con la capacidad para la convivencia… y no sé tampoco cómo se puede enseñar esto. ¡Qué poco sé!
Pero algo sé al respecto: la inflexibilidad y la intolerancia, la prohibición y la obligación, también enseñan; enseñan que no es preciso aprender a respetar ni convivir, que es algo que ya nos dirán (¿quienes?) cómo hacer.

Y yo en este artículo pretendía hablar de la crisis y la metáfora de un objeto desechable como paradigma de la cultura del derroche, del consumo encadenante, de la falta de conciencia… pero claro, hemos llegado a otro punto en el que la falta de conciencia es evidente.
Y seguimos.
Y seguimos.
Y seguimos.

Ley de Oferta y Demanda

Parece mentira, pero es verdad, que ayer se me olvidase mencionar que una de las cuestiones que más intervienen en la nueva situación derivada del uso de Internet es cómo esto ha alterado la magnitud de la famosa ley del mercado: Ley de Oferta y Demanda. Ley de Oferta y Demanda
No acabo de entender esta ley presuntamente sencilla y en la que se basa el modelo capitalista de libre mercado. Según esta ley, habría un precio de equilibrio al que acabarían ajustándose tanto la oferta como la demanda. Pero no creo que pueda ser cero ese precio. Esto supone una demanda nula o una oferta infinita. Quizá sí que existe una oferta casi infinita de poesía, de blogs o webs informativas, e incluso, de producciones artísticas tales como películas o música. Habiendo además reducido el coste de producción, parece que el cero de precio fuese posible. Pero no es así.
La verdad es que el cero de precio acaba ocurriendo porque se claudica, porque se admite que, dada la abundante oferta a bajo precio, teniendo en cuenta que puedo producir barato, que en muchas ocasiones lo hago como hobbie o afición, teniendo en cuenta que la demanda escasea (pienso en poesía, más que en lectura de información), ¿por qué no reducir los precios hasta hacerlos desaparecer?.
Y surge el problema: abaratar los precios es posible si me despreocupo de la calidad, si la dedicación es la de un aficionado, si la profundidad es la que me permite el ocio, el tiempo libre, el tiempo que no sea el trabajo remunerado.
¿Por qué hay trabajo remunerado?
La reducción de los costes de producción, así como la abundantísima mano de obra barata, la cada vez menos necesaria cantidad de ella precisada dado el alto grado de mecanización (que nunca criticaré) y, sin embargo, la enorme cantidad de consumidores ávidos por adquirir los últimos productos en el mercado, hacen que siga sosteniéndose una situación cada vez, eso sí, más precaria.
Y ahora llega China, con su apertura al mercado capitalista y sus 1.300.000.000 habitantes, desploma la economía porque la Ley de la Oferta y la Demanda no creo que tuviera en cuenta semejante cantidad de gente. Pero no es que China sea “mala”, se trata, más bien, de algo tan predecible como que la libertad del mercado podía provocar desmanes terribles con la LdOyD como excusa. Y generar un enriquecimiento de unos pocos, mientras los demás, mano de obra, recursos de los que hay una oferta excesiva habida cuenta de la demanda aparente, podrían ir perdiendo su valor, hasta encontrar que sus trabajos remunerados no lo serán. Ya lo viví cuando se me pedía trabajar por una miseria con la ayuda de una Beca. Con la Ley Sinde (que se aprueba hoy) los trabajadores de la industria del entretenimiento (aunque se quieren arrogar el derecho a decir que son los representantes de la cultura) intentan defenderse de esta situación a la que todos, más pronto que tarde, nos vamos a ver abocados.
¿Apocalíptico? Me temo que sí. Que mientras no busquemos un método más razonable para ajustar el precio de las cosas que la LdOyD, después de que los gobiernos han apostado por un modelo de estado más débil, más individualista, menos proteccionista, menos estado y más empresario, nos toca aguantar la crueldad de quienes se saben con el poder en sus manos: las oligarquías empresariales supranacionales.
Menos mal que temen que desaparezcamos como consumidores y, de esta manera, parece que el sistema se sostiene… un tiempo más.

Esto no es una broma