He pasado esta tarde por delante de la Unidad de Hombro y Codo de Madrid y no he podido evitar acordarme de que me duele el hombro derecho.
Y después he estado profundizando en esto de hombro-codo: A parte de tener sólo letras oes, no sé si con algún tipo de restricción médico-literaria al modo de Lipograma, o si era una restricción médico-espacial y me he preguntado si admitirían a alguien con trastorno en el omóplato. Quizá queda un poco desplazado de su centro de aplicación. Me he imaginado a alguien entrando con dolor en el antebrazo y siendo rechazado de la unidad por su inapropiada dolencia para el lugar.
Esto me ha recordado a cuando, objetor, haciendo el servicio civil en el puesto de Cruz Roja de Colmenar Viejo, no quise proporcionarle asistencia sanitaria (una aspirina) a una persona que venía a pedirla recomendándole que visitase el centro sanitario abierto correspondiente.
Me había negado a ser socorrista, objetando dentro de mi objeción, y realizar el examen fraudulento que a todos aprobaban sistemáticamente en las oficinas centrales. Pasé la prestación como técnico de radio, viendo (y no) cómo la mayor parte de las salidas las organizaban los voluntarios para entretenerse paseando y luciendo la ambulancia, intentando no llorar porque algunos de ellos tuviesen la estúpida costumbre de marcar los muertos encontrados en carretera con muescas en las suelas de sus botas.
Sin ser especialista médico o sanitario, no tenía autoridad para proporcionar medicamentos a nadie, así que hice lo que tenía que hacer, según los cánones, según la ley, según la estúpida ley que me obligaba a estar allí. A estar. Estuve.
Volvería a objetar. No acepto la violencia como solución de los conflictos, pero, sobre todo, no estoy dispuesto a aceptarla como solución de los conflictos de otro que, dentro de una jerarquía militar, puede considerar que se trata de un conflicto mío. Jamás agrediré a nadie a quien no quiera yo (y solo yo) hacerlo sin que pueda encontrar una sola razón para hacerlo ahora mismo. Y tener que objetar a algo así me parecía tan ridículo que me parecía objetable (y sigue pareciéndomelo) la propia objeción. Ahora, con ejército profesional e impuestos, quedaría la cuestión de si es razonable una objeción fiscal, una desobediencia civil al más puro estilo Thoreau.
Sin embargo, sí creo que son precisos y preciosos unos impuestos que hagan viable un modelo de estado social en el que la solidaridad sea bandera y no sé cómo vincularlo con el hecho de que la gestión de la hacienda pública no se está haciendo cómo a mí me gustaría. Quizá tan solo reclamo de vez en cuando, una votación de un partido político u otro en función de su comportamiento con respecto a su programa de asignación del presupuesto general del estado. Es limitado, pero ahora mismo, salvo esto y no marcar la casilla de la Iglesia, poco más puedo hacer. Y lo de la casilla de la iglesia es otro tema… porque…
ética
De dictaduras y dictablandas
Quería comentar un par de cuestiones que suscita al mismo tiempo la lectura de artículos de periódicos actuales, en los que se vapulea al tirano libio, ya sin ambages, sin los más mínimos recatos formales a la hora de elegir palabras menos posicionadas, algo más imparciales, con la lectura de un libro titulado “Antropología Cultural”, de Marvin Harris. Es un libro algo antiguo teniendo en cuenta que estamos en una especie de vorágine de cambios culturales derivados de la irrupción en la sociedad industrial de la globalización y la tecnología asociada de InterNet. Editado en Alianza Editorial en 1990, está escrito en 1980 y revisado, creo, en 1984.
Parece evidente y asumido que el aumento de la población, unido a una agricultura intensiva capaz de generar excedentes y la circunscripción a hábitats de alto nivel de vida o rentabilidad, conlleva la transformación de las jefaturas o estructuras tribales en estados, entendiendo como tales aquellas formas de sociedad políticamente centralizadas cuyas élites gobernantes tienen el poder de obligar a sus subordinados a pagar impuestos, prestar servicios y obedecer las leyes.
En estos estados, las grandes poblaciones, el anonimato, el empleo de dinero y las vastas diferencias en riqueza hacen que el mantenimiento de la ley y el orden sea más difícil. Para ello, todo Estado dispone de especialistas que realizan servicios ideológicos en apoyo del statu-quo. […] El principal aparato de control del pensamiento de los sistemas estatales preindustriales consiste en instituciones mágico-religiosas.
Una manera importante de lograr el control del pensamiento consiste en no asustar o amenazar a las masas, sino en invitarlas a identificarse con la élite gobernante y gozar indirectamente de la pompa de los acontecimientos.
Los sistemas estatales modernos tienen en las películas, la radio, los deportes organizados, Internet (añado), técnicas poderosas para distraer y entretener a los ciudadanos. La forma más efectiva de “circo romano” es el entretenimiento retransmitido pues además de reducir el descontento mantiene a la gente fuera de las calles.
A esto hay que sumar el aparato de educación obligatoria, donde además de estimular sólo la creatividad en campos relacionados con la tecnología olvidándose de tratar temas controvertidos, implantan en la mente de los jóvenes los puntos de vista del statu-quo apelando al miedo y al odio.
Por último, a los niños se les enseña a tener miedo al fracaso: también se les enseña a ser competitivos.
Frente a estos estados industrializados e informatizados, donde la información ha pasado a ser una producción más, de carácter virtual y difícil de comercializar, es arduo el intento de liberarse del control de pensamiento. Es difícil porque ha llegado a ser capaz de instrumentalizar cualquier tarea pseudorevolucionaria como refuerzo en la ciudadanía de una idea de libertad que resulta reconfortante y deseable, de modo que rebelarse es bueno, en parte, siempre que se haga dentro de los cánones de respeto a los valores asumidos como inamovibles y que, sin embargo, garantizan el mantenimiento del statu-quo de esta plutocracia que pretende ser democracia.
Cuando vemos lo que está ocurriendo en el norte de África, nos encontramos con la sencillez de una lucha más o menos claramente dirigible contra una élite detestable. Esto nos da cierta envidia pues por momentos creemos que si pudiéramos identificar los causantes de nuestras afecciones, de la gran crisis económica en la que vivimos, podríamos combatirlos con esa determinación que están demostrando los movimientos revolucionarios tunecino, egipcio o libio.
Pero la realidad de los estados industrializados en la era de la información es mucho más compleja y temo que nosotros mismos hemos provocado nuestra misma estructura cultural que eliminar o transformar implicaría un salto durante el cual nuestro nivel de vida sería diferente, presuntamente inferior, del actual. Ahora bien, nos hemos convencido de que vivimos en el mejor de los sistemas posibles y que cualquier alteración lo empobrecerá. Esta perfidia nos inmoviliza y no nos permite avanzar en ninguna dirección, al mismo tiempo de que se da el hecho de que no creemos que estemos, nosotros mismos, siendo parte del sistema represor necesario por nuestros Estados para mantenimiento del statu-quo. Algo así, supongo, debieron de sentir los ejecutores de judíos durante el holocausto nazi.
Incluso, ahondando más en las transformaciones culturales de las estructuras sociales que se están produciendo por intermediación de la transformación de los medios de producción y de la naturaleza misma de lo producido, los mismos Estados se han convertido en poco más que instrumentos circenses con los que entretener a los ciudadanos y desorientarlos. Nos introducimos en conflictos nacionales o nacionalistas, evitando los aglutinadores, los verdaderamente transformadores del modelo de estado, como podría ser la creación de una Europa culturalmente unida, aunque respetuosa de las minorías integrantes.
Con la famosa crisis financiera, parece que hemos ido aún más en esta dirección de miedo y odio hacia los otros, hacia lo que no sea nacional, en una dirección en la que ya se anduvo durante la época que antecedió a la segunda guerra mundial.
Ahora se nos inculca el miedo al islamismo, a los chinos, a África y los africanos. Toda la información que nos llega de estos lugares es siempre indeseable, mala, perversa, de manera que sigamos queriendo estar en nuestra circunscripción y permitamos que las élites gobernantes se encarguen del mantenimiento de un statu-quo considerado, como dije, inmejorable.
Uno de los más sabios gobernantes de nuestro tiempo, no está haciendo ni más ni menos que esto: esperar a ser reclamado como el salvador de los valores de libertad, igualdad y fraternidad, aunque, realmente, no es su verdadero objetivo ni puede serlo, puesto que, como sabemos, el sistema capitalista es inherentemente desigualitario. Pero eso sí, no hay que restar méritos a Obama, sino al contrario, sabiendo que es el mejor fruto posible de su tiempo, dadas las circunstancias.
Eso sí, las circunstancias cambian, la crisis no ha hecho sino empezar a caminar y, poco a poco, el modelo social irá cambiando. Depende, en buena medida, de una reacción consciente de los ciudadanos el hecho de que esa nueva sociedad sea más igualitaria, si queremos, o más fraternal, si queremos o más libre, si queremos. Es nuestra responsabilidad informarnos adecuadamente, formándonos, también, un pensamiento crítico capaz de generar alternativas viables en un panorama complejo, farragoso, altamente interdependiente, global y con unos tiranos invisibles e inidentificables a los que derrocar.
¿De qué herramientas disponemos? ¿A qué estamos esperando? ¿Por dónde empezamos? ¿Somos, también, autocríticos?
Un mínimo derecho a la intimidad
Está claro que hay personajes públicos que exhiben su vida por placer que circula entre lo patológico y lo exhibicionista y hacen las delicias de los consumidores de tele-basura porque no puede ser calificada de otro modo. Estos programas en los que se desmenuzan sus vergüenzas sociales para el entretenimiento de unos telespectadores que, acostumbrados a realitys y demás intrusiones en la intimidad de las personas, lo escuchan sin sobrecogerse.
A mí me produce cierta urticaria, algo enfermo, algo que siento que me contagia aunque no sea por ingestión directa, afectando a mi entorno que cada día parece estar menos sano. Y esa insania la pago yo y la pagamos los que no deseamos matar nuestras neuronas con esta apoplejía social.
No quiero ahondar en la posible comparación entre este hábito y el del consumo de sustancias que envenenan la respiración, porque aparentemente uno se mueve en un terreno físico (humo-pulmones) y el otro en un terreno psíquico (telebasura-mente). Digo aparentemente porque, en realidad, es infundada esa separación cuerpo-alma. Pero, vale, voy a dejar esta cuestión para otro día.
Lo que me parece excesivo es que un periódico más o menos digno (El País) publique en sus páginas el parte médico de un hospital en el que han ingresado a la ínclita presidenta de la comunidad de madrid. ¿No nos estamos pasando? Es un personaje público por exigencias del guión, por decirlo así. ¿No debería haber un mínimo respeto por el hecho de que su estado de salud, que es relevante, debe ser íntimo si no afecta al ejercicio de sus funciones?
Y lo más grave es que lo leemos.
Lo leemos para informarnos.
Pero esa información es humana, individual, privada, no política ni social.
Ay, qué grave está el mundo y qué pocos esfuerzos se realizan para curarlo.
La Esperanza de Esperanza
Ayer me sorprendió la noticia de que la presidenta de la Comunidad de Madrid anunciara su próxima operación de Cáncer de mama. No es muy común que sepamos tan claramente lo que pasa en la salud de nuestros dirigentes.
He de reconocer que no sentí demasiada empatía, ni siquiera un poquito de compasión, aunque tampoco es que me alegrase de su desgracia. ¿Qué le voy a hacer? No se granjea precisamente simpatías.
Pero luego lancé una segunda pensada al asunto y me di cuenta de lo triste de la situación: es posible que no gane, por esto, las próximas elecciones. No lo lamento, no. Pero sí lamento el porqué creo que no las ganará.
Ayer comparé el futurible fracaso de su candidatura con el estrepitoso debacle de McCain en EEUU. Nadie quería votar a un presidente que posiblemente no acabaría vivo su mandato. Y un importante sector de los republicanos no ve con buenos ojos a la “Esperanza” del partido, a la peligrosa por radical Sarah Palin que, supuestamente, en caso de fallecimiento del presidente, habría ocupado el cargo y desempeñado sus funciones. Las de la presidencia de un país hasta hace poco considerado omnipotente.
Me resulta penoso pensar que los madrileños seguirían votando en mayoría un modelo de sociedad neoliberal insolidario, especulativo, privatizante, que supone el desmantelamiento del estado de bienestar de manera drástica, excepto para quienes tengan la capacidad económica de mantenérselo en privado, un modelo hipócrita y racista, que a veces se viste de modernidad para, rascando, oler a rancio franquismo dictatorial, un modelo católico nacionalista, que genera a cada momento mayores desigualdades sociales dentro de una misma comunidad, que apuesta, no por la repartición de la riqueza, sino por la generación de riqueza aunque no esté distribuida horizontal, sino verticalmente.
Veo y siento cómo desaparecen los colegios públicos o cómo se reduce su calidad, quedando relegados a lugares donde se forman los inmigrantes, hasta el punto de que profesores de educación pública llevan, si pueden, sus hijos a colegios privados. Veo cómo se ha entrado en una crítica injustificada de la seguridad social y su atención médica, de manera que sea razonable prescindir de parte de sus servicios, sustituyéndolos, para quienes puedan pagarla, por sanidad privada (que, cuando quiebra o estafa no puede ser más que ligeramente sancionada, como es el caso de la Sociedad Médica Ferroviaria, por ejemplo). Las carreteras de acceso a la ciudad se fortalecen con autopistas de peaje, pero se dice que se apuesta por un transporte público que siempre funciona insuficientemente para la densidad de población de la capital, que aumenta de precios continuamente desde hace años, haciendo mucho más rentable el transporte privado.
La Comunidad Autónoma de Madrid es algo un tanto artificial, razonable, pero artificial. Es razonable que, dado el centralismo de un país como España, Madrid esté parcialmente aislado de otras comunidades a las que habría expoliado para repartir los recursos asignables.
Es también interesante que la presidencia de la comunidad mantenga un diálogo exigente con el ayuntamiento faraónico de la capital. Y, aunque sólo sea por cuestiones aparentemente personales, parece que así es, incluso entre Gallardón y Aguirre, miembros del mismo partido político.
Tampoco creo que Esperanza Aguirre sea la única responsable del modelo económico que nos creemos como irreemplazable, pero sí es una de las más duras defensoras de un modelo que juzgo indeseable.
Claro que es mi opinión. Faltaría más. Esto es mi blog.
Ahora, puede que otros partidos tengan alguna posibilidad de competir con el dominio mediático que se aseguró de dominar el equipo de Esperanza, con una Telemadrid tan panfletaria que resulta irrisoria, con una asociación bien orquestada de la publicidad de la comunidad con la propaganda del partido. Si Goebbles levantase la cabeza estaría tan orgulloso de saber cuánta gente le secunda y le utiliza…
Pero, ¿por qué convence y motiva su modelo?
Creemos en la posibilidad de salvarse sin mirar atrás, salvarse sin pensar en el futuro, el éxito es ahora o nunca, no hay más que lograr sobresalir para dejar de sufrir. Y todo está justificado para mejorar las condiciones económicas propias y de la propia familia. Y la familia es lo importante, lo único importante. No la comunidad en la que habita, sino sólo y exclusivamente el núcleo familiar.
Poco a poco irá transformándose el concepto de familia (espero) y la insolidaridad irá disminuyendo… quiero creer.
Paraguas
Qué fragilidad la de un paraguas que es dejado en un cubo de basura, después de habernos servido bien. Es un objeto algo perverso, que puede aniquilar a más de uno. Cuando Madrid se llena de paraguas la ciudad se vuelve difícil de transitar caminando. Debería ser habilitado un carril paraguas, igual que un carril bici o un carril perro.
Ya que demostramos ser incapaces (según dicen) de llegar a una convivencia pacífica que debe ser constantemente regulada, reglamentada, como en el caso de la famosa ley antitabaco (en lugares públicos, matizo), parece razonable lo absurdo: que regulemos todo lo que pueda ser causa de daños a terceros sin cesar hasta caer en los ridículos mencionados… aunque quizá algún día no parezcan tan ridículos.
En el mundo de las milongas (donde se baila tango social) cada vez hay más preocupación al respecto del respeto: se habla sin parar de la necesidad de respetar la circulación, de no golpear, de evitar confrontaciones con el otro, de no dañar a nadie en lo más mínimo. Y me parece razonable… hasta un punto.
El respeto nunca estará relacionado con la prohibición, con la obligación ni con nada coercitivo. El respeto debe partir siempre de la mirada hacia la otredad, pero por ambas partes, sabiendo que debe convivir con una tolerancia que se demuestra en la molestia, no en la no molestia, no soy tolerante o no demuestro serlo cuando algo no me molesta y lo aguanto, sino, al contrario, cuando algo me molesta y lo aguanto.
Pero ¿cuánto he de aguantar? ¿cuándo debo pasar a ser intolerante?
No tengo la respuesta.
Pero sé que tiene que ver con la flexibilidad, con la capacidad para la convivencia… y no sé tampoco cómo se puede enseñar esto. ¡Qué poco sé!
Pero algo sé al respecto: la inflexibilidad y la intolerancia, la prohibición y la obligación, también enseñan; enseñan que no es preciso aprender a respetar ni convivir, que es algo que ya nos dirán (¿quienes?) cómo hacer.
Y yo en este artículo pretendía hablar de la crisis y la metáfora de un objeto desechable como paradigma de la cultura del derroche, del consumo encadenante, de la falta de conciencia… pero claro, hemos llegado a otro punto en el que la falta de conciencia es evidente.
Y seguimos.
Y seguimos.
Y seguimos.
Ley de Oferta y Demanda
Parece mentira, pero es verdad, que ayer se me olvidase mencionar que una de las cuestiones que más intervienen en la nueva situación derivada del uso de Internet es cómo esto ha alterado la magnitud de la famosa ley del mercado: Ley de Oferta y Demanda.
No acabo de entender esta ley presuntamente sencilla y en la que se basa el modelo capitalista de libre mercado. Según esta ley, habría un precio de equilibrio al que acabarían ajustándose tanto la oferta como la demanda. Pero no creo que pueda ser cero ese precio. Esto supone una demanda nula o una oferta infinita. Quizá sí que existe una oferta casi infinita de poesía, de blogs o webs informativas, e incluso, de producciones artísticas tales como películas o música. Habiendo además reducido el coste de producción, parece que el cero de precio fuese posible. Pero no es así.
La verdad es que el cero de precio acaba ocurriendo porque se claudica, porque se admite que, dada la abundante oferta a bajo precio, teniendo en cuenta que puedo producir barato, que en muchas ocasiones lo hago como hobbie o afición, teniendo en cuenta que la demanda escasea (pienso en poesía, más que en lectura de información), ¿por qué no reducir los precios hasta hacerlos desaparecer?.
Y surge el problema: abaratar los precios es posible si me despreocupo de la calidad, si la dedicación es la de un aficionado, si la profundidad es la que me permite el ocio, el tiempo libre, el tiempo que no sea el trabajo remunerado.
¿Por qué hay trabajo remunerado?
La reducción de los costes de producción, así como la abundantísima mano de obra barata, la cada vez menos necesaria cantidad de ella precisada dado el alto grado de mecanización (que nunca criticaré) y, sin embargo, la enorme cantidad de consumidores ávidos por adquirir los últimos productos en el mercado, hacen que siga sosteniéndose una situación cada vez, eso sí, más precaria.
Y ahora llega China, con su apertura al mercado capitalista y sus 1.300.000.000 habitantes, desploma la economía porque la Ley de la Oferta y la Demanda no creo que tuviera en cuenta semejante cantidad de gente. Pero no es que China sea “mala”, se trata, más bien, de algo tan predecible como que la libertad del mercado podía provocar desmanes terribles con la LdOyD como excusa. Y generar un enriquecimiento de unos pocos, mientras los demás, mano de obra, recursos de los que hay una oferta excesiva habida cuenta de la demanda aparente, podrían ir perdiendo su valor, hasta encontrar que sus trabajos remunerados no lo serán. Ya lo viví cuando se me pedía trabajar por una miseria con la ayuda de una Beca. Con la Ley Sinde (que se aprueba hoy) los trabajadores de la industria del entretenimiento (aunque se quieren arrogar el derecho a decir que son los representantes de la cultura) intentan defenderse de esta situación a la que todos, más pronto que tarde, nos vamos a ver abocados.
¿Apocalíptico? Me temo que sí. Que mientras no busquemos un método más razonable para ajustar el precio de las cosas que la LdOyD, después de que los gobiernos han apostado por un modelo de estado más débil, más individualista, menos proteccionista, menos estado y más empresario, nos toca aguantar la crueldad de quienes se saben con el poder en sus manos: las oligarquías empresariales supranacionales.
Menos mal que temen que desaparezcamos como consumidores y, de esta manera, parece que el sistema se sostiene… un tiempo más.
La Sexta Hora
Es el título de un libro de Helena Fernández-Cavada. Me la presentó una amiga para ver si podía ayudarla con la presentación, en Madrid, de su libro. Un libro artista de dibujo, aunque ha terminado por revelarse un poema, más que un libro de imágenes… claro que, puede ser que un libro de poemas también sea un libro de imágenes… pero esa es otra cuestión, incluso podría pensar en si los signos no son también imágenes. ¿Me estará influyendo mi propio monográfico de iniciación a la Poesía China?
Helena es una artista mexicana a quien apenas conozco y, sin embargo, me ofrecí a ayudarla. ¿Por qué?
El sábado 12 de febrero tengo la presentación de la primera novela de mi querido Chema Vega. Participo también como presentador. Le escribí el prólogo. ¿Por qué?
Bueno, en el caso de Chema, habitual alumno y exalumno de mis talleres de escritura, podría contestar que quizá me beneficia su crecimiento, que me nutre, que me retroalimenta, por decirlo así.
También estoy metido en la puesta en pie de la obra El Aumento, de George Perec, con varios de mis alumnos de un monográfico que organicé sobre OuLIPO. ¿Por qué?
No sé, la verdad es que no tengo ni idea de porqué es tan fácil que me apunte a cosas que no suelen ser remuneradas y que, en ocasiones, tan sólo me aportan un mínimo de prestigio. Podría vincularme con espacios o iniciativas como las que hace La Piscifactoría que coordinan eventos de gran envergadura en FNAC y sitios parecidos, podría dedicarme más focalmente a prepararme un material vendible, hacer que mis cursos fuesen competitivos, atractivos para el gran público, o buscar un público para ellos. Debería, quizá, olvidarme de tantas causas y generosos actos. Debería pensar más en mí.
Pero siento que pienso en mí cuando accedo a escribir el prólogo de Chema, cuando accedo a presentar la obra de Helena, cuando me lanzo a coordinar o dirigir el texto de Perec. Siento que crezco cuando hago esto. Y siento que es un crecimiento sincero, quizá pequeño, crecimiento pequeñín, casi imperceptible, pero seguro, desenfocado, disperso, pero crecimiento. Algo, por dentro, me dice que lo que hago mola. Sí, después de tantas palabras, es así de simple el tema: lo que hago, mola.
He disfrutado con el libro que me ha regalado Helena. Ha sido un gran placer y me siento honrado de haber sido elegido. Ah! Ahora no soy yo el que hace favores: me ha hecho el favor de permitirme ayudarla.
Disfruté ayer el ensayo de las lecturas de Perec. A veces me impaciento, a veces me pongo nervioso porque siento que no se lo toman en serio, como yo… y me olvido que no hay porqué tomárselo “en serio”. Se trata de disfrutar, de dejarse llevar, de hacer que el mundo sea un lugar mejor, sintiendo que el mundo es un buen lugar.
Sí, vivo algo disperso, pero se corresponde con mi forma de aprehender el mundo. Vivo disperso como el mundo. Vivo disperso porque sin dispersión, me resultaría aburrido vivir. Vivo disperso porque me interesan demasiadas cosas y otras que aún no conozco. Vivo disperso porque forma parte de mí, de mi mente, de mi idiosincrasia, de mi carácter. Vivo disperso y, al mismo tiempo, siento que ahí, justo ahí, decidí hace muchos años poner mi foco. Quizá, poco a poco, lo estoy consiguiendo.
También la lluvia
Hace un par de año, trabajando de crítico de cine, tuve la suerte de poder entrevistar personalmente a Iciar Bollaín. Me encantó poder hacerlo porque es una persona a quien admiro como creadora de un cine más que digno. Fue con motivo de Mataharis, de la que tuve que hacer la crítica, además. Película que puse por las nubes. Entonces me pagaban por escribir estos textos de opinión… pero los tiempos cambian.
El viernes por la noche, acompañado de Carmen y de mis amigos María y Jens, disfruté viendo su última película: También la lluvia. Es una producción intachable, de cuidado acabado y guión impresionante de su compañero sentimental Paul Laverty, un habitual del cine de Ken Loach. Interpretaciones formidables, espectacular Tosar, que convierte en oro todo lo que toca, pero, sin dudar, lo mejor de la película es su contenido ético.
Ambiguo, complejo, alejadísimo de simplezas maniqueas, la película plantea cuatro planos de conflictos éticos irresueltos.
Sin desvelar mucho del contenido del film, diré que el argumento es el de unos cineastas que ruedan una película en Bolivia sobre el descubrimiento de América y la explotación de los indígenas por Cristobal Colón, mientras se ven envueltos en la revolución de la llamada Guerra del Agua en el año 2000. Tiene fama de ser la primera revolución del SXXI. Una pequeña revolución, puede, pero significante.
Lo interesante es que, como dije, plantea cuatro, por lo menos, planos diferentes en los que existen diversos conflictos éticos: el primero de ellos, el evidente de la conquista, la explotación imperialista de unas tierras y de unas gentes a quienes a duras penas se les concedía el estatuto de personas. Pero también abre el debate, al menos es necesario abrirlo y mantenerlo abierto, del relativismo moral asociado al paso del tiempo.
En segundo lugar, los actuales indígenas explotados aún de la actual Bolivia que ven como se privatiza su bien más preciado: el agua. (En Madrid está a punto de pasar). Los malparados dueños del poder económico que tratan a las gentes de Bolivia poco más o menos como Colón, pero ahora ya no existe la excusa del relativismo moral asociado al paso del tiempo. Son de ahora y lo que están haciendo es inadmisible. Y el pueblo, capaz a pesar de su aparente falta de formación de organizarse políticamente para reclamar sus derechos mediante, incluso, la violencia: ¿Existirían otros mecanismos menos agresivos para no dejarse avasallar?
Pero aún hay más, con esta maravilla del cine dentro del cine como regalo, los directores y actores de la película que se está realizando, para denunciar la explotación y los abusos, caen en esos mismos abusos, pagando sueldos misérrimos a los extras que hacen de caribes, así como ignorando sus sensibilidades e, incluso, evitando mirar al conflicto actual que están teniendo, para y por el arte. ¿El arte puede ignorar el lugar en el que se encuentra? ¿Seguirá existiendo la película, como afirma el personaje-director, encarnado por Gael García Bernal, cuando el conflicto revolucionario haya sido olvidado?
Quizá esto es lo que se preguntó o respondió Iciar Bollaín que recupera el testigo de este personaje-director para dirigir una película en Bolivia sobre una película en Bolivia sobre la conquista de América.
Me pregunto (es inevitable hacerlo, supongo) si el trato que hizo de los indígenas fue más benévolo. He leído entrevistas de revistas especializadas y parece que sí, que, al menos (y lo creo dada su sensibilidad) más respetuoso con las personas que participan en la película.
Yo salí del cine sintiendo que no hago nada.
Salí con la sensación de saber que hay muchos conflictos y que la película los muestra con maestría. Pero también con la sensación de que cualquier actitud es justificable en un mundo tan complejo e interconectado. Siento que mi acción se limita a un ámbito tan pequeño que si no supiera de esta conexión sentiría un absoluto sentimiento de culpa, no ya de responsabilidad, que también.
Pude ver esta película gracias a que existe un desequilibrio internacional que permite que tenga más dinero del que necesito y ese “sobrante” lo uso en lujos intelectuales que otros intelectuales ruedan para que podamos sentirnos mejor con nuestra participación en la conciencia social mundial… vaya; que no tiro piedras contra nada ni nadie, que dejo que otros sigan siendo explotados, que dejo que el mundo siga yendo tan bien como nos va, tan mal como les va, que no hago nada más que pensar, hablar, quizá, incluso, hacer pensar y hacer hablar… pero de esta denuncia verbal casi no salgo. Intento vivir con integridad en mi entorno: no aprovecharme ni explotar a quienes tengo cerca en una confianza en esa interconexión de la que hablaba casi como si se tratase de la famosa mariposa del efecto en cuestión.
Pero sigo sintiendo impotencia, sigo sintiendo cierta falta de… No quiero decir compromiso, pero puede que sea esa la palabra. No sé, algo no hago bien… ¿y tú, cómo te sientes?