Sydney’ko Gure Txoko

A esta camiseta le tendré siempre un cariño especial. Cuando llegué a Australia, allá por principios de los 90, aquel fue el lugar más amable que encontré y donde recibí más cariñosa acogida. Amén de comidas inolvidables, caseras, sin temor a la contaminación de una cocinera malaya que se mezclaba con las más tradicionales recetas vascas.

Aún conservo amistades de aquel lugar tan maravilloso al final de Liverpool Street llamado Gure Txoko que en euskera significa «nuestro rincón».

Acogedor como un rincón, cobijo de viajeros que respeten la idiosincrasia identitaria vasca, allí conocí a un grupo de personas con las que pasé unas navidades algo desoladas, vistiendo una chaqueta amarilla que dejó nota, queriendo besar a una muchacha de quienes todos estábamos enamorados, acabando por hacerme amigo de mi querida Elena A. Fraser (Ishwar gyani), que en aquella época era la persona más «desbocada» que yo había conocido nunca y hoy es masajista ayurvédica en Valencia.

La he usado menos de lo que habría querido, al menos fuera de la intimidad, pues en Madrid ya recibí improperios en el metro en cuanto vieron la bandera de la izquierda (la de la derecha no la veía nadie). Pero aún así, han sido 5 lustros acompañándome la vida.

En el último periodo la he usado hasta la extenuación, entre otras cosas porque su tela me encantaba y la altura de su cuello, pero se ha ido desgastando y empieza a ser imposible seguir usándola sin parecer un desarrapado… incluso para casa, donde Carmen demanda cierta vestimenta de respeto a la pareja (y yo también).

Y por ello ha llegado el momento de cantar una canción triste y dejarla ir, pero me quedarán las fotos y el recuerdo de una camiseta que comprime y contiene el calor y la gentileza con la que siempre he sido tratado en Euskadi y en ese rincón en un rincón del mundo.

Un último homenaje a una camiseta adorable

En esta época de banderas y abanderados, resulta curioso que dos de las camisetas a las que más aprecio tengo sean banderas:

La primera ha resultado ya muerta en combate tras exhaustivo uso día tras día, hasta que pasó algunos veranos siendo utilizada ya sin las mangas ni el cuello que habían sufrido un desgaste excesivo para aguantar un poco más junto a mí, es una bandera de Cerdeña que homenajea, ni más ni menos, su origen pirata, su famosa «patente de corso»/Patente de sardo, en este caso.

Al final devino en trapos para un postrero y, diríamos, póstumo uso. Pero ya no es una camiseta. No quise por menos que fotografiarla para mantener este último recuerdo de un recuerdo adorable que me trajo Carmen de Cagliari.

La segunda camiseta la compré en el Gure Txoko de Sydney y, por supuesto, incluye una ikuriña junto a una bandera australiana. Tan sólo me la he puesto (a la vista) un par de veces en Madrid y en ambas ocasiones he recibido improperios, asumo que por la ikurriña y no por la australiana.

Quizá por ello ha durado y sigue durando tanto tiempo. Le tengo un cariño especial porque fue una época importante de mi vida y el apoyo que recibí de la gente del Txoko no lo olvidaré nunca. Sigo usándola pero, como dice algún político, tan sólo en la intimidad de mi domicilio.

Esto no es una broma