Hoy mi sobrino se gradúa

Ha terminado su bachillerato y va a graduarse, pasando a ser «el graduado«, sin bromas cinematográficas dignas de mención.

Ayer le llamé y le felicité por ello y lamento no poder estar en su simbólico paso a una edad diferente.

A él parece darle lo mismo, ya que se ha graduado otras muchas veces, terminando primaria, luego secundaria y ha acudido a diversas fiestas de graduación previamente. El caso es que ni le parece importante ni le aporta mucho… y su PAU (Prueba de Acceso a la Universidad) no ha sido más que un trámite que ha superado con éxito para pasar a formarse en alguna universidad de cara a abonar su futuro profesional. (Aunque una verdadera Universidad debería olvidar esa misión laboral)

Hablando hace unos días con un amigo de Tango, alumno de Carmen, cuya hija está causando sensación con su maravillosa forma de bailar y su extrovertido carácter, estuvimos discutiendo sobre la falta de una ceremonia de tránsito a la edad adulta y la inexistencia de un criterio objetivo de cuándo un adolescente pasa a ser adulto.

Adoro a los adolescentes y ese periodo de tránsito en el que las fronteras absurdas entre la niñez y la adultez van desdibujándose día a día. Me gusta la energía que tienen muchos adolescentes y su ingenua voluntad de cambiar la vida que les espera (o que no les espera).

No tengo claro cuándo dejó de existir en la sociedad (cultura occidental) esta necesidad de realizar algún acto que categorizara al individuo como adulto. Supongo que tiene que ver con la revolución industrial y el trabajo que llevaron a cabo niños claramente no adultos, amén de la incorporación de la mujer al ámbito laboral, lo que creaba una absurda división de ritos de iniciación: ¿los hombres eran guerreros y las mujeres madres?

Según mi posición, siempre un tanto demasiado racional, me sirve el acuerdo social que establece el estado organismo más o menos representante de la sociedad que lo habita. Así que me sirven los números (Niño < 14; Adolescente < 18; Adulto > 18), aunque no dejo de reconocer que son entidades carentes de significado concreto.

Es decir, adolescentes de 15 años pueden tener más «madurez» que muchas personas de 40 años, por no decir de 18. ¿Por qué esta barrera numérica y no otra? ¿Por qué homogénea para todos?

Bueno, en realidad, hay varios mojones anuales significativos:

  • 14 años: se pasa a tener ciertas responsabilidades, antes, era la época en la que estaba permitido dejar de estudiar, no siendo la educación obligatoria más que hasta esta edad.
  • 16 años: en muchos países (siempre de nuestra cultura occidental) se permite conducir. En España a esta edad (hasta hace poco) se permitía abortar sin exigencia de consentimiento paterno (creo). Ahora es la edad hasta la que el estado obliga la escolarización y no se puede empezar a trabajar hasta esta misma cifra. Haciendo (con algo de lógica) que coincidan estas dos edades: la de enseñanza obligatoria y la de incorporación al mercado laboral.
  • 18 años: en España, y la mayoría de los países de nuestro entorno, es la edad en la que se puede votar. Y la edad en la que se tienen plenos derechos y obligaciones como ciudadano adulto. Se puede beber alcohol, conducir, etc… procurando no mezclar las distintas actividades que puedan no ser legítima o legalmente compatibles.

Y poco más. Es decir, desde los 18 (coincidente con ese momento tan especial que puede ser «la graduación») no hay otro mojón de semejante trascendencia hasta los 65 o 67 años. En Estados Unidos, creo, hay una fecha más que es aquella a partir de la cual una persona puede presentarse a candidato para Presidente (35 años). En algunos países, se mantienen los 21 años (antigua cifra de cambio de estado) para algunas pequeñas cosas.

Yo sigo sosteniendo que es útil, si no necesario, un convenio, sabiendo de su arbitrariedad, que mantenga claras las diferentes categorías, pues están asociadas a unos derechos y obligaciones y unos tratamientos por parte de individuos de otras categorías que han de atenerse a ese criterio.

Por ejemplo: ¿Qué ocurre con las relaciones sexuales entre individuos de la categoría adulta con individuos de la categoría niño/adolescente? Hay una clara situación de desventaja pues los derechos y deberes de ambos hace que la relación no pueda ser simétrica.

Hay muchos más ejemplos imaginables. Siempre me ha gustado el de los trabajadores que no tienen derecho a elegir a los representantes que modifiquen la ley de los trabajadores, es decir, aquellos entre los 16 y los 18. Son seres injustamente tratados por un sistema que intenta, con números enteros y finitos, hacer divisiones un poco más continuas que discretas. Un ascenso escalonado, pero cuánticamente escalonado.

Ya sabemos que los mayores de 18 tampoco es que tengamos tantas opciones reales… pero si la opción, digamos, de jure.

Eso sí, habrá casos que no entren bien en esta, arbitraria, repito, división cronológica de las personas, pero a falta de una ceremonia que, mostrando las habilidades correspondientes, facilite el saber si un individuo es o no adulto (binariamente) prefiero tener una cifra establecida por un acuerdo consensuado que emane, de alguna manera, de ese pacto social que fija la existencia del estado moderno.

Sin la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 18 (lo que me parecería fantástico, cambiando también el modelo de enseñanza para que esa obligatoriedad no supusiese un deterioro de la calidad de la misma para poder mantenerla hasta esos años), la ceremonia de graduación no puede convertirse en ese punto crítico, punto de inflexión y ha de dejarse vacío hasta el día del cumpleaños. Así que entiendo que, para mi querido sobrino, que aún tiene casi seis meses de 17 años, el día de su graduación no signifique nada especial.

¿Cómo quieres vivir?

Sí, es una pregunta válida. Te la puedes hacer, es más, te la debes hacer. No tienes otra cosa que hacer que esta pregunta. A la respuesta le podríamos llamar, sencillamente, vivir.

Se elige, se está obligado a elegir, que diría Sartre, y es la máxima responsabilidad que se tiene mientras la sangre corre por las venas.

¿Cómo quieres que sea tu vida?

Me consta que hay gente que no se formula esta pregunta y algunos puede que tengan cierta justificación, dado que lo apremiante de determinadas situaciones (estados de guerra, esclavitudes varias) no deja un segundo para detenerse y preguntarse:

¿Cómo quiero vivir?

Pero ¿qué decir de aquellas personas que no tienen esa justificación? Quizá nunca se les ocurrió la pregunta, o quizá sea cómodo (a corto plazo) no formulársela. Se puede tener la sensación de que vivir es correr solucionando problemas… pero no son problemas, son solo chapuzas para tapar huecos de una vida desperdiciada en tapar huecos, es vivir sin enfoque y desorientado, dando palos de ciego al aire en búsqueda de… no, corrijo, sin búsqueda, palos de ciego que no sabe si hay alguna piñata en las cercanías.

¿Qué necesito para vivir? ¿Qué es superfluo? ¿Tengo objetivo? ¿Cuál?

Si no nos hacemos estas preguntas, podemos decir que somos seres humanos, pero no somos más que carne con patas que avanza hacia una grosera masa de naderías, una oveja sin rebaño, que quizá por ello busca rebaños, como un intento desesperado de fabricar un objetivo común en uno propio, una necesidad grupal en una individual.

No se es un individuo pleno sin hacerse estas preguntas (añado que periódicamente) para responder, de cuando en cuando, a la vieja cuestión que formuló Camus en su Mito de Sísifo como ya cité cuando intenté contestar a ¿qué pasaría si me muriese mañana?.

Pero sí, a pesar de los pesares, hay quienes siguen andando por ese camino vacuo de la no-pregunta, avanzando sin ningún tipo de orientación, sin sentido, en un movimiento browniano que calienta el planeta más que el calentamiento global, fomentando el desorden puramente entrópico, partículas de polvo en un universo inmisericorde y sin dios que nos diga por dónde debemos avanzar.

¿Conoces a alguien que no se haya hecho esta pregunta?

Pues ayúdale y hádsela tú. No queda otra si deseas vivir en una comunidad humana, en caso contrario, solo estamos rodeados de becerros purulentos cuya vida no vale nada. Son alimento. Y la antropofagia dejaría de ser abominable.

Hacerse la pregunta no significa, no obstante, tener una respuesta que valga siempre ni para todo el mundo, es más, puede que no se sepa qué responder… eso no es importante.

Lo importante es saber que el ser humano se hace preguntas como esta, que para ser ser humano hay que hacerse preguntas como esta… y no hay excusas…

Salvo que no te importe vivir una vida desperdiciada.

Hipocresía

hipocondríaco
hipocampo
hipotálamo
hipo
hipopótamo
hipoalergénico
hipoglucémico
hipo
hipogeo
hipocentro
hipofunción
hipo
hipogénico
hipocentauro
hipocastanáceo
hipo
hipofosfito
hipofostato
hipofosforito
hipo
hipocicloide
hipoclorhidria
hipocrás
hipo
hipófisis
hipócrita
hipócrita
hipócrita
hipócrita
hipócrita
hipócrita
hipócrita
hipócrita
.
.
.

Echaré de menos a XP

A punto de extirpar de las tripas
del portátil de mi madre
el obsoleto
(por decisión de Gates)
windows XP.

Casi reconozco
haberle cogido cariño
a este sistema operativo
que
con el paso de los años
ha demostrado ser
robusto
sencillo
fiable.

Pero llega el tiempo de abandonarlo
y me cuesta extirpar este duodeno
funcional
aunque sea para instalar alguna
distribución de linux
de bajos recursos
que sea agradable a la vista
y al tacto
de quien estaba acostumbrada a su Inicio
y las cuatro cositas que usaba.

Me resisto a no dejar ni una mísera partición
dedicada
con su formatito NTFS
y un arranque dual que garantice
poder seguir usando
lo de siempre.

Pero llega el tiempo de abandonarlo
y la operación debe ser
definitiva:
sin marcha atrás.

XP ha muerto.
No demoremos su entierro
que los cadáveres descompuestos
tienden a heder.

Desagradecido

Nací
de mi madre
y de mi padre
aunque más de mi madre
por aquello de la gestación.

Nací
sin haberlo pedido
sintiendo que era su deseo
su
deseo
y no necesariamente el mío.

Nací
hace ya más de 46 años
de los que gran parte sostuve
que desearía controlar
al menos
el final
ya que no pude el principio.

Nací
involuntariamente
y esa
carencia
está siendo arrastrada
losa
sobre la espalda
de un exceso de responsabilidad
quizá
mal entendida.

Nací
sin objetivo claro
sin destino
sin fin
y con un principio que no es de incertidumbre.

Nací
tarado
y superhéroe.

Nací
extraterrestre
en mitad de un tumulto de humanos sociales
por naturaleza
e incluso puede que buenos.

Nací
desarmado
y cargado de futuro
con una necesidad de alimento
que se come letra a letra
o verso a verso.

Nací
para morir
y siempre lo he sabido
pero incluso así
supongo
debería sentirme agradecido

y no lo logro.

Me gusta / No me gusta

A partir del texto
Me gusta / No me gusta
de Luis Buñuel (en el libro Mi último suspiro)

En la época del surrealismo, era costumbre entre nosotros decidir definitivamente acerca del bien y del mal, de la justo y de la injusto, de la bello y de la feo. Existían libros que había que leer, otros que no había que leer, cosas que se debían hacer, otras que se debían evitar. Inspirándome en estos antiguos juegos, he reunido en este capítulo, dejándome llevar por el azar de la pluma, que es un azar como otro cualquiera, cierto número de mis aversiones y mis simpatías. Aconsejo a todo el mundo que haga lo mismo algún día.

Me gusta pedir en mis talleres que hagan el ejercicio del «me gusta/no me gusta». La primera vez que lo hice fue en Fuentetaja, de hecho, en un taller al que asistí. La profesora, Graciela Baquero, era una mujer menuda que creía en la forma de impartir talleres que yo iba buscando y estuve tanto tiempo en su taller que, al final, me quedé solo y tuvieron que clausurarlo.

Era algo comprensible, pero me sentó bastante mal y prometí (o me prometí) que yo nunca lo haría. Aún no he clausurado nunca un taller regular de escritura ni siquiera con una sola alumna y lejos, bastante lejos, de mi casa.

Graciela, no obstante, sirvió de llave a todo un universo que pude conocer, pues me invitó a participar en un curso de formación para coordinadores de talleres de creatividad que impartía con Jaime Vallaure y con otro cuyo nombre no recuerdo (Miguel Navas, recuerdo hoy.

Jaime pasó a ser «mi faro» y él, a su vez, me abrió nuevas ventanas a otros mundos que yo ni siquiera había imaginado.

Me gustan los días de lluvia, aunque también los días de sol y los de nieve o viento; en realidad, lo que no podría soportar son los climas «perfectos», no variables, suaves, casi programados. Carmen, sin embargo, los adora y este es uno de los pequeños problemas de mi vida: Si alguna vez pensamos seriamente en el exilio no nos podríamos de acuerdo de ninguna manera.

Me encanta el cine. Todo el cine. Siempre cuento que decidí el lugar en el que vivo en función de la cercanía a la mayor cantidad de salas del centro de Madrid. Lamentablemente, con el pasar de los años, los cines me han ido abandonando y me siento un poco huérfano de salas.

El mayor de los traumas lo sufrí con los cines Luna, en los que proyectaban películas comerciales pero en versión original subtituladas, como más me gustan, ahora convertidos en un gimnasio «fashion» al que me apunté. Ha sido un error de los mayores de mi vida. Todo el mundo me decía que era esperable que lo dejase, y así fue. Algo que no todos saben es que yo mientras hacía ejercicio recordaba y tarareaba una canción de Serrat titulada Los fantasmas del Roxy, que habla de un cine que es demolido para construir una sucursal bancaria y los fantasmas de los actores comienzan a aparecerse en ella.

Antes me gustaban los cantautores y me podía llegar a aprender, de memoria, un sinfín de canciones por su letra, pero con el paso de los años he acabado por aburrirme.

Cada vez más me gusta la música instrumental.

Esto fue especialmente así desde que oigo Tangos. La mayor parte de las letras de tango, por muy orgullosos que muchos fanáticos porteños puedan estar, me parecen simplonas, cutres, sin fondo y repetitivas y tópicas hasta decir ¡basta!

Sin embargo, la música distorsionada y sensual de Piazzolla o la armónica de Hugo Díaz me ponen la piel de gallina y me hacen sentir unas ganas enormes de bailar y (a veces) llorar al mismo tiempo.

No me sorprende que Piazzolla fuese un admirador del Jazz, pues con los años, he descubierto en esta música una variedad y una libertad creativa al mismo tiempo que un cromatismo y una intensidad inigualable.

Me gusta la libertad creativa en todas sus formas. Adoro las búsquedas de John Cage, Brossa o Duchamp (Marcel). Para mí, sin búsqueda intelectual, un ser humano es poco diferente de un cordero.

Me gusta mucho cocinar. Tanto es así que cada día lo hago mejor y algunos amigos y familiares (poco objetivos) han empezado a sugerirme que me lo plantee en serio profesionalmente. De hecho, volviendo al tema del exilio, veo en esto una posible salida laboral.

No puedo soportar que alguien diga de la comida «esto no me gusta». Me llevan los demonios. A veces tengo que contenerme para no desear que fallezcan, en ese momento, de inanición espontánea.

Mis sobrinos (y su madre) lo hacen con frecuencia y es una de las principales razones por las que no voy más a Daimiel. Es más, le he dicho a Carmen varias veces que no pienso quedarme nunca con ellos a nuestro cargo mientras no cambien esa actitud.

Me gusta ser tajante. Sí. Pero ¡oh, contradicción! no siempre estoy seguro.

El escepticismo no es que sea algo que me gusta sino, más bien, algo en lo que creo (si es que se puede creer en no creer).

No me gustan los adoctrinamientos ni los adoctrinadores ni las doctrinas. Creo que ni siquiera me gusta la palabra doctrina.

Me gusta agotarme de escribir y sentir que no acabaría nunca.

Pasta al pesto

Aunque solo fuese por el nombre, ya me gustaría, pero además está ese intenso color verde, ese saborcillo al ajo, y el aroma inconfundible de la albahaca.

Estas navidades el hermano de Carmen me regaló una planta entera de albahaca que él había estado cultivando con cariño. Tanto que le crecía demasiado… casi se podría pensar. Yo me la comería a bocados, hoja a hoja… así que como él lo sabía, me la dio el día 5 de enero cuando pasamos por allí de vuelta a casa desde nuestras merecidas vacaciones.

Lo primero que hice fue sacarla del tiesto en el que estaba viviendo. La corté con una tijera inmisericorde para poder traerla a Madrid sin riesgo a que se cayese en el camino. Esto le restó algo de frescor, pero qué le vamos a hacer.

Una vez en mi cocina, fue dirigida a varios frentes:

1.- Servir de aroma de un aceite de oliva virgen que convivió con unas cuantas ramas de la planta durante unas semanas, hasta alcanzar el sabor de aceite aromático deseado. Ideal para ensaladas, o para tostadas… o para tantas cosas.

2.- Junto con un queso manchego que también fue regalado en la región, aromatizar unos trozos de queso curado en aceite. Este queso es una auténtica delicia, una vez terminado el tiempo de absorción de sabores. Y además, después, se puede usar ese aceite, que también tiene el resto de aromas de albahaca y queso. Hummm…

3.- Unas cuantas ramitas fueron reservadas para utilizar durante la semana como adorno y como condimento de las comidas.

4.- El plato fuerte fue el pesto.

Preparación de Pasta al Pesto de albahaca fresca.

Ingredientes:

  • «Medio litro» de hojas de albahaca fresca. No prensándolas.
  • 3 dientes de ajo.
  • 250 gramos de queso curado.
  • 100 gramos de almendras o piñones.
  • 200 mililitros de aceite de oliva virgen.
  • 100 gramos de espaguetti por cada comensal.

Preparación del pesto

Nota: Con esas cantidades, sale mucho pesto, así que tuve hasta para exportar (incluso un poco a quien me había dado la albahaca, que lo merecía). Yo lo hago fresco y luego lo almaceno en tarritos de conservas para usarlo más adelante. Dura bastante tiempo, una vez que está hecho y cubierto por una capita de aceite para que no se oxide, aún más. Además, lo guardo en el frigorífico y lo uso sacándolo una hora antes de su utilización.

Hice todo el pesto siguiendo una recetilla que tengo en un libro (aunque la hago un poco sobre la marcha, porque en realidad no importa mucho) de recetas con Thermomix.

En el cubo de Thermomix trituré el queso (poniéndolo a potencias 5/6 y aumentando varias veces hasta que quede bastante fino: cuanto más seco sea, mejor) y lo retiré.

Introduje los 3 dientes de ajos cortados en cuadraditos y trituré. Agregué las almendras. Trituré…

Acabo de ver una receta que lo explica más en detalle. Copio:

Poner en el cubo las almendras, la albahaca, el ajo, el queso y programar 15 segundos, velocidad progresiva 5-7-9.

Verter poco a poco el aceite a velocidad 5, con el cubilete puesto, de forma que caiga un suave hilo que vaya emulsionándose. Añadir sal, si fuera necesario, aunque el queso aporta suficiente sal y sabor.

Ya dije que reservaba el exceso para su uso posterior. Este viernes tocó usarlo.

Preparación de la pasta al pesto

En un recipiente que soporte altas temperaturas, añadir agua en abundancia (3 litros). Y ponerlo a fuego a toda potencia. Para que no se detenga la cocción cuando se produzca. Echar un par de cucharadas de sal. Ya que estaba hecho, usé aceite de oliva aromatizado con albahaca para añadir sabor, echando un par de cucharadas al agua de la cocción.

Cocer la pasta normalmente cuando el agua comience a hervir. La mejor para esta receta son tallarines, porque son planos y adsorben (sí, adsorben con d) más salsa, pero los espaguetti estaban abiertos. Así que…

Cuando esté la pasta, escurrirla sobre uno de esos aparatejos con agujeros que sirven para ello, preferiblemente planos, metálicos, para que la pasta sufra menos abrasiones. Antes se habrá tenido la precaución de poner bajo el chisme colador en cuestión una jarra en la que vamos a recoger algo del agua sobrante de la cocción. Bajo ningún concepto lavar la pasta: si esto es inadecuado siempre, en este caso es terrible, porque luego la salsa no se adherirá correctamente y quedará deslavazada.

En un bol (o en un vaso) mezclar la cantidad deseada de pesto (sin excesos, que es muy sabrosa) con una cucharada de aceite de oliva y una cucharada (o dos) de agua de la cocción.

Mezclar en el cacharro mismo que se ha usado para la cocción con la pasta y añadir algo de agua si fuese necesario, siempre, de la que quedó en la jarrita que usamos para recoger la de la cocción de la pasta.

Es simple, pero no tanto como parece. A mí me parece un plato delicioso que tengo la suerte de conseguir que me salga estupendo de sabor, de apariencia… y para rematar: marida perfectamente con vinito blanco o un rosado de aguja… Muy de restaurante italiano, vaya.

No he ido nunca

david balonmano

No he ido nunca
a un partido de balonmano
de mi sobrino.

Soy un egoísta
que no ha ido nunca
a un partido de balonmano
de su sobrino.

El ego es tan grande
que escribo en primera persona
para hablar de mi sobrino.

Él ha venido a algunos eventos que
yo
siempre yo
he organizado
con Carmen
en Clave 53.

Le recuerdo paseándose entre la gente
repartiendo patatas fritas
o cortezas de cerdo
en el local que teníamos
nosotros (otros nos)
en Campomanes.

Pero ni una sola vez
en los más de 10 años que se dedica a ello
he ido a ver un partido de balonmano
en el que va destacando
cada vez más
aunque sigo sin ver
que se plantee
ser profesional de ello
haciendo como tiene que hacer la gente:
caso omiso de sus placeres
y pensar en lo que hay que hacer
para ser una persona de provecho.

Aún puede que esté a tiempo
de ir alguna vez
a verle jugar
pero ahora ya se avergonzará de mí
y querrá pasar tiempo con sus amiguetes
de su edad
adolescente
que dejarán de dedicarse a disfrutar
para ser productivos
con el paso
cadente
de los años.

Entre mis objetivos
a corto plazo
está el dejar de ser tan
egoísta.

Aunque sea por mi bien.

Hipocresía

Mi madre me enseñó el cómo.
Mi padre me enseñó el para qué.
Mi hermana me enseñó el cuándo.
Y me hice un verdadero experto.

La última vez que fui excesivamente
sincero
tuve serios problemas
o mejor dicho
los ocasioné.

Procuro ser sincero en la medida
de las necesidades
de las necedades
de las edades
de las es
que son
son son
y cuando dejan de ser
mueren.

Procurar ser sincero
es un indicio
es una prueba
de que no se es.

¿Quieres que te diga la verdad?

¿Seguro?

No pude huir de una maldita procesión

El domingo pasado, en Daimiel, no pude escapar de una maldita procesión, de esas religiosas que inundan las calles de nuestro país con la excusa vana de la tradición.

Me planteaba un problema que era el de estar formando parte pasiva del evento: habíamos ido (Carmen y yo) a tomar unas cañas con su hermano y su familia. Estábamos en mitad de una plaza cuasi peatonal por la que, repentinamente (aunque estaba avisado, pero yo no lo sabía), se presentó una comparsa de sevillanas y viejitas con mantillas, unos cuantos en una banda musical tocando pasodobles y marchas militares, aunque casi podría decir que son sinónimos (alguno lo hacía bien, he de reconocer) y unas niñas vestiditas con trajecillos típicos manchegos. Detrás, terminando la procesión, un grupo de hombres cargaban con una estructura que se preveía pesada sobre sus hombros. Sobre la estructura una figurita de una presunta madre de un presunto hijo de un presunto dios… cuya sexualidad queda en duda. La madre no era tan natural como para haber sido engendrada de manera heterosexual, sino por algún tipo de inseminación artificial, según cuentan.

Aún había más: detrás de esa ostentosa muestra de horterada dorada, avanzaban unos lugareños con velas y otros aparejos encendidos, con miradas pánfilas y saludos de cortesía.

radicalMi problema/dilema era si seguía formando parte de aquello o me levantaba y me iba.

He decidido hace tiempo que es necesario empezar a ser un poco más radical. Parece mentira, pero sí, me parece que hay que empezar a decir más frecuentemente no. Un NO grande y obsceno, un no, de los girondinos, de los guillotinantes, un no noooo, un puro no, vaya, un no de tres y cuarto, un no de no me da la gana, real o republicana…

Inclusive, he llegado a escribir un curso para decir no, completamente gratuito.

Por ejemplo, habiendo tanta gente que dice ser atea, o no practicante, ¿cómo puede ser que no conozca apenas nadie que se niegue a entrar en una iglesia a formar parte de una ceremonia religiosa? Sé lo que es presión social, pero debe ser contraatacada, porque está empezando a hartarme tanta pasividad.

Llegan estas fechas, primaverales. Los infantes hacen las comuniones, las parejas se casan (aún por la iglesia muchas) e incluso bautizan sin parar a bebés ignorantes de lo que les hacen. Las familias, con cariño y buena fe, invitan al personal a formar parte del evento, invitan a asistir al acto sin darse cuenta o no queriendo darse cuenta de que es un acto político: Están dando importancia capital a eventos religiosos. Y luego, dicen, hay contrariedad por la Ley Wert… pero no es cierto. Nadie (o casi nadie) dice NO. Yo no quiero formar parte de ese evento porque es religioso. Así, sin más. Por el hecho de que mi no-religión no me lo aconseja. Por el hecho de que deseo un modelo de sociedad laica y desenganchada de la simpleza de la religión y, más aún, porque me cabrea sobremanera que sea realizado en un recinto financiado con dinero público.

Podría compararlo con qué haría la gente en una manifestación mayoritaria, en la que vuelva a pesar la presión social, como ocurre en la fotografía que acompaña esta reflexión. Podría compararla con una participación masiva en un ritual de festejo irrespetuoso como el de una victoria fulbolística, por poner un ejemplo.

En esta ocasión se trataba de enfrentar el hecho de que la procesión había ido a donde yo estaba y no al revés, y pensé en si era una incoherencia mantenerme allí. Sentí que no debía dejar el sitio, que no debía irme, que aquello era, de alguna manera, ceder terreno en una guerra…

Pero no pude evitar sentir también cierta tristeza sabiendo que estoy absolutamente en desventaja.

Esto no es una broma