M/T y la historia de las maravillas del bosque

365paginasEmpecé a leer el libro M/T y la historia de las maravillas del bosque, de Kenzaburo Oe el mismo día que lo tuve entre mis manos. Ansioso, el mismo día 1 de enero de este año, di comienzo a la lectura de esta maravilla de Oe, que, como tantas otras que ya he leído suyas, me cautiva desde el principio por una sensibilidad con la que empatizo desde el primer momento. Su lectura es amable, pero intensa y, en ocasiones, dura. Pero no me desanima. Este libro es quizá el más infantil de los que haya leído suyos, aunque me quedé pensando si la palabra infantil hacía honor a esta forma de escribir, como de cuentos, como de antaño, como de historias de una abuela que guarda leyendas que deben ser escritas para poder ser leídas.

Es obvia la semejanza semántica, la proximidad de las palabras leyendas y lecturas y sin embargo resulta extraño pensar que las leyendas, durante mucho, mucho tiempo, fueron orales, es decir, no para ser leídas.

Paréntesis filológico aparte, este librito contenía aproximadamente 365 páginas y lo comencé el 1 de enero del 2013. Tal como suponía, no lo leí a página por día, que era una bonita propuesta, sino que lo he leído devorándolo algunos días y otros dándome asueto, para tomar distancia, para albergar otras cosas en mi mente… no sé, el caso es que no he tardado ni 12 días, con lo que el ritmo de lectura ha sido de un promedio de unas 365/11=33 páginas/día.

No tengo en cuenta el tamaño del libro, y sin embargo, en ese cálculo tan tonto habría de tomarlo en consideración pues no es lo mismo páginas de DinA4 que estas cuartillas, de unos 12.5cm x 19cm, así como desprecio la información de que cada uno de los márgenes laterales y el inferior eran de 2cm mientras que el superior era de 1.2cm.

Tampoco considero el tamaño de letra (entre 2 y 3 mmm de altura), ni el interlineado, sencillo.

Por supuesto, ignoro las páginas en blanco o los retales entre capítulos, como si fuesen huecos llenos de nada.

En conclusión, no hay forma más estúpida de leer un libro que contando letras, sílabas, palabras… e ignorando imágenes, repercusiones, metáforas…

Psicométrico

Transformaciones

AzulejosLas baldosas del cuarto de baño me recuerdan siempre la intervención que hicimos Carmen y yo para modificar algo que no nos gustaba ni mínimamente.

El color de fondo es de esos beige más o menos marrónicos que, en el retrete recuerdan qué se hace, pero también que son sufridos para con suciedades variopintas.

No nos gustaban.

Varias alternativas se plantearon, allá por el 2006:

  • Cambiar las baldosas (caro, muy caro…)
  • Mirarlas de otra manera
  • Hacerlas diferente para mirarlas de otra manera

Pero en realidad las 2 últimas opciones eran más o menos la misma: modificar la mirada para modificar la realidad. Aunque también puede ser visto al revés: modificar la realidad para modificar la mirada.

Yo creo que el primer lugar es preciso, al menos lo fue en este caso, modificar la mirada: darse cuenta de que las baldosas eran perfectas para soportar imágenes que nos pudieran gustar. Después, vino la modificación material, pero la conceptual ya estaba hecha.

Pintamos algunas de ellas y el cuarto de baño nunca más nos lo volvimos a cuestionar, al menos en ese tema. Parece que ya no vemos el feísimo color beige de las baldosas. Vemos cascadas de banderas cayendo en otras banderas, vemos amiguitos que se cuelan en nuestra bañera, vemos recuerdos amarillos de nuestro amor en lo que fue una mancha, vemos puntos y rallas de colores, vemos triángulos mágicos, sombras chinescas…

¿Qué ves tú?

patata-corazón

patata-corazón

patata-corazón

¿Por qué nos cautiva el corazón?

Si me hubiera encontrado una patata con forma de riñón no la habría fotografiado, seguramente, ni estaría escribiendo esta entrada de mi diario.

El otro día Carmen me regaló un azulejo blanco con un corazón rojo (como debe ser) inserto en el centro. Lo uso actualmente como alfombrilla de ratón. El ratón se mueve sobre mi corazón.

También el otro día les comenté a unas alumnas del taller de poesía que escribiesen sobre otros órganos vitales, como el hígado, el páncreas, los riñones, los pulmones, el cerebro, incluso… una escritura visceral no puede olvidar los intestinos, el estómago, la tráquea, el esófago, no se deben dejar de lado los genitales varios, etc…

Pero acaba ganando la batalla el corazón.

¿Por qué?

Está claro que, junto con el cerebro, es uno de los órganos más importantes para la vida humana. Esto hace que se le hayan ido achacando muchas fantasías más o menos mágicas sobre su capacidad, su función, bastante más mecánica que la cerebral, por ejemplo.

Te amo de corazón. Así: ¿a bombeos intermitentes?

¡Qué cosas!

Supongo que tiene que ver con la sangre, con el hecho de que vemos la sangre, es muy vistosa, roja y brillante, si fuese de un gris más o menos aburrido, seguramente perdería gran parte de interés. Incluso, hoy, imaginaba qué ocurriría y qué posición ocuparía en importancia el corazón si la sangre fuese transparente.

Sudamos todo el tiempo, pero nadie habla de las glándulas sudoríparas como algo más o menos vital, también respiramos y del aliento apenas se interesan los religiosos o los filósofos antiguos. Hasta Lavoisier nadie había pesado el aire. Pero pesa, sí, tiene cierta densidad, como la sangre y un «color» que no vemos, pero que no por ello es menos digno de ser llamado tal. ¿Qué importa en qué lugar se ubica la frecuencia de la radiación absorbida por el material en cuestión? Pues parece que más que la debida.

Sí, estoy seguro de que la sangre, roja, hace que sea protagonista el corazón de nuestros más románticos planteamientos, mezclada con el negro va muy bien, como en el tango, o con el blanco, como en las bodas, en muchas escenas de erotismo, en la virginidad y su desaparición.

Es el color de la violencia, la pasión, la vida… entendida de una manera tan superficialmente corpórea…

Y yo me pregunto ¿de qué color es una idea?

Yo la imagino, en la mayor parte de las veces, azul. De un bonito IKB; por supuesto, algunas parecen marrones, pero ese es su olor, no su color.

Porque puede que el olor tenga color. Aunque, paradójicamente, la palabra está contenida a la inversa. O ¿es que el color tiene olor?

La sangre es tan importante para los humanos que olvidan que, sin cerebro, no serían más que masas comestibles, muy ricas mezcladas con cebolla, una vez coaguladas convenientemente.

Importa al pensar en descendencias, en dinastías, en etnias y pertenencias a grupos consanguíneos, en identidad, como si el ADN únicamente se encontrase en ella.

Y de la sangre, en vena, volvemos al corazón. Pensamos en el pulso, en el latido, en el sonido primigenio, en el ruido grave que le llamó la atención a John Cage, y en su viaje al cráneo, a regar la fuente de ideas, la máquina que nos hace conscientes, que nos hace palabra, que nos convierte en seres medianamente interesantes. La máquina que produce sonidos agudos, que no late o late a tal velocidad que aún no se ha conseguido procesador de tal «herziaje».

Pero la mente no tiene un color tan vistoso, eso lo reconozco.

Vulgar mezcla de blanco y gris, más bien apagadillo, como sosete, diría yo. Pero ahí está… es y me hace ser. Y no solo me sujeta como si fuese una máquina, me hace pensar que soy una máquina, me complejiza y apalabra, me dice: eres. Aunque a veces, mis orejas, no le escuchan.

Prefiero esa máquina, fantaseo sobre sus capacidades con cierto patetismo, pero he de reconocer que me parece mucho, mucho más compleja… y creo que es algo objetivo, pero no quiero afirmarlo tan rotundamente.

Si fuera cardiólogo…

Recursividad

Hoy, después de hablar un rato con mi amiga Ana Matey, le he comentado lo divertido que me resulta que la imagen sea tan importante que ahora se está utilizando incluso para mostrar textos: imágenes de textos. Lo que resulta una especie de contradicción, de absurdo.

Pero lo que resulta ya excesivo es que una de esas imágenes con texto sea incluida como imagen para ser respondida textualmente y se haga una captura de pantalla que la transforme en imagen, de nuevo, así hasta el infinito. Facebook tiene alguna de estas divertidas cosas que hacen que piense en seguir usándolo, aunque solo sea para criticarlo.

recursivo, va. (Del lat. recursus, part. pas. de recurr?re ‘recurrir’, e -ivo). 1. adj. Sujeto a reglas o pautas recurrentes. La capacidad recursiva del lenguaje.

recurrente. (Del ant. part. act. de recurrir; recurrens, -entis). 1. adj. Que recurre. 2. adj. Que vuelve a ocurrir o a aparecer, especialmente después de un intervalo. 3. adj. Anat. Dicho de un vaso o de un nervio: Que en algún lugar de su trayecto vuelve hacia el origen. 4. adj. Mat. Dicho de un proceso: Que se repite. 5. com. Persona que entabla o tiene entablado un recurso.

Residuos de acción

El sábado realicé una acción algunos de cuyos residuos fueron utilizados por una de las personas asistentes y realizó el siguiente objeto que me regaló.

Un objeto tierno y delicado, como ella, que me he traído a casa, pero que no quiero almacenar. ¿Qué hago? Una foto (o 4) y tirarlo. Es lo único que se me ocurre hacer, pero no deja de ser triste librarse del objeto, desapegarse de él como suelo hacer. Soy desapegado, pero cuando estoy, estoy. ¿Se entiende?

He de reconocer que, guardar las fotos, ya ha sido todo un logro. Incluso, estoy pensando, las archivaré en la carpeta que tengo reservada para esa performance en mi disco duro, de la que hago miles de copias… quizá, finalmente, no sea tan desapegado como afirmo ser.

Las cámaras de fotos digitales han muerto

https://www.google.com/search?q=fujifilm+finepix+50i&hl=es&safe=off&client=ubuntu&hs=xj6&channel=fs&prmd=imvns&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ei=gLIHUJX7GKml0AWpuJmKBQ&ved=0CEYQ_AUoAQ&biw=1317&bih=680Supongo que no para todo el mundo, pero para mí, seguro que no invertiré mucho más que un euro en adquirir una nueva cámara digital.

Durante un tiempo, estuve entusiasmado con mi cámara de fotos digital. Tenía una Fuji, cuyo modelo no recuerdo, creo que era FinePix 50i. He encontrado en Internet una foto de la cámara… supongo que se podría pensar en un autorretrato, pero no sé si es acertado. Gracias a ella realicé mi proyecto de Lejanías, del que tan orgulloso me siento.

Después, alguien me regaló una Canon Digital IXUS i5, más compacta, de mayor resolución, y pude hacer otras cuantas fotos, algunas de las cuales forman parte de una colección muy especial, una exposición distribuida.

Pero con el paso de los años, los móviles han ido incorporando cámaras digitales como una de sus principales funciones, tal y como yo suponía allá por principios del milenio. Entonces hablando con un amigo, sostuve que democratizaría el oficio de fotógrafo, con lo bueno y lo malo que tiene la democracia real, no la aristotélica, con su puntito inevitable de demagogia. Y no sé si me equivocaba, pero nunca ha habido tal cantidad de fotografías realizadas por unidad de tiempo y espacio, por una ingente cantidad de capturadores de imágenes.

Estas cámaras integradas han ido llegando al punto de tener casi tanta calidad como las pequeñas y compactas cámaras domésticas. Obviamente no sustituyen a las grandes y buenas cámaras reflex digitales o analógicas, es más, la resolución analógica aún dista mucho de ser lograda por cualquier digital, pero es una cuestión más cualitativa que cuantitativa.

El caso es que, para mis objetivos, más centrados en la mirada que en la imagen, quizá debido a mi miopía, que nunca ha dado demasiada importancia a la nitidez, entre otras cosas, las cámaras incorporadas en los teléfonos móviles son más que suficientes. Puedo realizar las fotos de mis viajes, de los cada vez menos viajes que hago, las fotos de mi entorno, de mi cotidiano, de esos proyectos de imágenes que siguen atrayéndome buscando un lazo entre la imagen, la composición y la poesía. Como hice en los proyectos de líneas o derivas del año pasado.

Ahora tengo nuevos proyectos, que son antiguos, como todos, fraguándose desde hace tiempo en la barrica de mi cráneo, entre los que están el fotografiar series de suelos, texturas, seguir con cruces… pero no necesito más que un móvil más o menos apañado. Casi cualquiera.

Y olvidaré los tiempos de cambiar el cargador gastado, de ampliar la tarjeta de memoria, de buscar complementos que mejoren la calidad de unas imágenes que, como dije antes, no son tan importantes.

Las cámaras de fotos digitales han muerto para mí. La era digital las ha integrado en mi retina.

Esto no es una broma