Te veo bien acompañado

Dice alguien con una mirada pícara
intentando establecer complicidad.

Ocurre cada vez que estoy en un grupo
donde el único que parece ser un hombre
soy yo.

Ni siquiera se preguntan por mi orientación sexual.
Ni siquiera se preguntan por la orientación sexual de quien me acompañe.
Ni siquiera se cuestionan mi género.
Ni siquiera se cuestionan el género de quien me acompañe.

A veces quiero disentir
pero no puedo
pues suelo pensar que estoy bien acompañado
o cambiar de entorno.

Es la mirada pícara
el burdo intento de complicidad
lo que me hiere.

Es el protagonismo que se me da
por encima de quien me acompañe
lo que me incomoda.

Pero es un mal menor
(lo sé)
comparado con ser considerado objeto
al que no dirigir
una mirada pícara
ni intentar establecer complicidades.

Cuando el lenguaje inclusivo se vuelve ridículo

Hace tiempo que no discuto mucho sobre la diferencia entre género gramatical y género como identidad o expresión. Son discusiones muchas veces infructuosas y la mayoría de ellas algo hostiles. Así que no pasa nada por callarme y escribir lo que quiera, aquí, para mí mismo, como este pequeño divertimento realizado con un comando de linux (de unix, en puridad) con el que he sustituido todas las vocales a, o, á y ó por x, parodiando lo que una amiga había publicado en una red social.

Las familias haciendo malabares para garantizar que lxs pibxs tengan lo que necesitan. Lxs docentes hacen guardia también, por la escuela y por lxs chicxs. Lxs pibxs sostienen. Que esperan?! Agotarnxs para que levantemos y mantenerse en la postura intransigente de no reconocer que la comida que dan no alcanza?

Obviamente, no iba a escribirle un comentario que recalcase que se había pasado un poquito con este «agotarnxs«, pues no habría sido sino un «mansplaining» en toda regla, amén de un comentario altamente superficial que podía ahorrarme sin problemas, así que decidí reescribir el inicio de la Metamorfosis de Kafka para publicarlo en mi diario:

sed 's/[oaáó]/x/g' metam.txt > metxm.txt

Unx mxñxnx, trxs un sueñx intrxnquilx, Gregxrix Sxmsx se despertx cxnvertidx en un mxnstruxsx insectx. Estxbx echxdx de espxldxs sxbre un durx cxpxrxzxn y, xl xlzxr lx cxbezx, vix su vientre cxnvexx y xscurx, surcxdx pxr curvxdxs cxllxsidxdes, sxbre el que cxsi nx se xguxntxbx lx cxlchx, que estxbx x puntx de escurrirse hxstx el suelx. Numerxsxs pxtxs, penxsxmente delgxdxs en cxmpxrxcixn cxn el grxsxr nxrmxl de sus piernxs, se xgitxbxn sin cxnciertx. – ¿Qué me hx xcurridx?

Nx estxbx sxñxndx. Su hxbitxcixn, unx hxbitxcixn nxrmxl, xunque muy pequeñx, teníx el xspectx hxbituxl. Sxbre lx mesx hxbíx despxrrxmxdx un muestrxrix de pxñxs – Sxmsx erx vixjxnte de cxmercix-, y de lx pxred cxlgxbx unx estxmpx recientemente recxrtxdx de unx revistx ilustrxdx y puestx en un mxrcx dxrxdx. Lx estxmpx mxstrxbx x unx mujer txcxdx cxn un gxrrx de pieles, envueltx en unx estxlx txmbién de pieles, y que, muy erguidx, esgrimíx un xmplix mxnguitx, xsimismx de piel, que xcultxbx txdx su xntebrxzx.

Gregxrix mirx hxcix lx ventxnx; estxbx nublxdx, y sxbre el cinc del xlféizxr repiquetexbxn lxs gxtxs de lluvix, lx que le hizx sentir unx grxn melxncxlíx. «Buenx -pensx-; ¿y si siguiese durmiendx un rxtx y me xlvidxse de txdxs estxs lxcurxs? » Perx nx erx pxsible, pues Gregxrix teníx lx cxstumbre de dxrmir sxbre el lxdx derechx, y su xctuxl estxdx nx le permitíx xdxptxr txl pxsturx. Pxr mxs que se esfxrzxrx vxlvíx x quedxr de espxldxs. Intentx en vxnx estx xperxcixn numerxsxs veces; cerrx lxs xjxs pxrx nx tener que ver xquellx cxnfusx xgitxcixn de pxtxs, que nx cesx hxstx que nxtx en el cxstxdx un dxlxr leve y punzxnte, un dxlxr jxmxs sentidx hxstx entxnces. – ¡Qué cxnsxdx es lx prxfesixn que he elegidx! -se dijx-. Siempre de vixje. Lxs prexcupxcixnes sxn muchx mxyxres cuxndx se trxbxjx

men’s world

En Dusseldorf encontré este establecimiento que dice que «esa tienda» es un «men’s world«. Me hizo gracia pensar que pudieran pensar que «sólo» esa tienda era un mundo de hombres y no todo el mundo, así, en general.

Por supuesto, me hizo gracia y no me hizo ninguna gracia. Espero que se entienda.

Yo apostillé en mi mente: «men’s world»=»the world».

El futuro no pinta muy bien…

El futuro. Una familia ha conseguido embarcarse en una de las naves que dejan atrás la Tierra tras un cataclismo mundial. Sobreviven a una selección férrea de pruebas de aptitud diversas. La familia consiste en un padre, una madre, dos hijas y un hijo. Todo sin ambigüedad «ni cosas de progres«. Sobreviven a un aterrizaje forzoso en una galaxia muy muy lejana a la que no saben cómo han llegado. La madre es la ingeniera aeroespacial que sabe cómo funciona todo en la nave. Sobreviven al ataque de seres extraterrestres. Sobreviven a una noche a la intemperie intergaláctica. Sobreviven a una lluvia de meteoritos. Sobreviven a un hundimiento en un glaciar. Son una familia del futuro. Cenan comida procesada con una impresora 3D. Todo es muy moderno. Se van a descansar mientras la madre (la ingeniera aeroespacial que sabe cómo funciona todo en la nave), la madre recoge la mesa. Solo faltó que fuese a por las zapatillas espaciales, eso sí, y sacase una cerveza termonuclear para que el maridito pueda ver el partido de baseball (a punto estuvo) de su hijo contra un robot alienígena.

Bufff… no siempre el Test de Bechdel es suficiente para ver que el machismo está incrustado en nuestras mentes.

¿Tontería o micromachismo?

¿Es casualidad que el único emoticono para expresar sentimiento que lleve melena larga y lápiz de labios sea «hermoso»?

No entro a comentar el género gramatical, que habitualmente no me habría chirriado, pero esta forma de ver a las mujeres como meros objetos decorativos (hermosos), sí que me parece algo machista. Aunque no estoy con ganas ni siquiera de comentarlo pues es tan cansado sentir que no es mi guerra, aunque sí lo sea…

girls-boys

Así, sin más, me acaban de dar ganas de comprar en grandes, en enormes, empresas en lugar de pequeños comercios locales, que, parece, mantienen a las «chicas» en clases de danza, mientras los «chicos» juegan a algún deporte competitivo.

¡Qué asco de cartel!

¿A quien puso este cartel motivador en una red social no le dio por pensar en el resto del mensaje?

Será, supongo, demasiado pedir que sea seria una publicación en red social. Soy tan ingenuo…

Una carta de mujer de Marceline Desbordes-Valmore

Ritratto fotografico di Marceline Desbordes-Valmore (1786-1859)
Ritratto fotografico di Marceline Desbordes-Valmore (1786-1859)

Te escribo, aunque ya sé que ninguna mujer
debe escribir;
lo hago, para que lejos en mi alma puedas leer
cómo al partir.

No he de trazar un signo que en ti mejor grabado
no exista ya.
De quien se ama, el vocablo cien veces pronunciado
nuevo será.

La dicha sea contigo; yo sólo he de esperar,
y aunque distante,
yo me siento ir a ti para ver y escuchar
tu paso errante.

¡Jamás la golondrina al cruzar el sendero
pueda apartarte!
Será mi fiel cariño que pasará ligero
para rozarte…

Tú te vas, como todo se va… Su éxodo emprenden
la luz, la flor;
el estío te sigue; las tormentas sorprenden
mi triste amor.

De esperanza y zozobra suspira mientras tanto
el que no ve…
Repartámoslo bien: a mí me queda el llanto,
a ti la fe.

Yo no quiero que sufras, que está muy arraigado
mi amor por ti.
Quien desea dolores para el ser adorado
guarda odio a sí.

Nota: Traducción de Mauricio Bacarisse (1921)

Hoy acabo de encontrarme con esta poeta en el ensayo, que en su día (es decir, hace tiempo) leí titulado «Los Poetas Malditos» de Paul Verlaine. No recordaba que en el mismo hubiese una mujer. Por supuesto, no tengo ningún libro de esta mujer, de quien apenas hay ediciones. Este poema no me gusta mucho, pero tampoco me encantan los poemas de Verlaine quien aparece bajo el pseudónimo de «Pobre Lelian».

En los poetas malditos no estaban (como yo creía erróneamente recordar) ni Baudelaire, ni Lautreamont.

Algo avergonzado de mi desmemoria… (¿será parte del sesgo que más temo?)

Yo abolicionista

Hace años defendía la postura contraria (aunque en el fondo no acabo de ver que sean «contrarias» sino posiblemente complementarias) diciendo que no existía trabajo indigno y que las trabajadoras del sexo tenían que tener los mismos derechos…

Pero hoy no creo lo mismo.

No que esas personas no tengan que tener los mismos derechos, sino que el «trabajo» sexual o prostitución no es en realidad un trabajo sino una forma de esclavitud más o menos laxa.

A pesar de vivir en la calle tradicionalmente denominada «de las putas» de Madrid, la calle Ballesta, no conozco en detalle (de manera personal) el mundo de la prostitución, más allá de observar que van y vienen (las traen y las llevan, más bien), cambiando de cuando en cuando como los objetos que son (tratadas), salvo casos puntuales de mujeres muy mayores que, probablemente, ejercen libres de la presencia de proxenetas que las s-exploten.

Algunas de las cuales, por cierto, han causado baja permanente sin posiblemente derecho a una jubilación mínimamente digna, como La Pili o una mujer muy agradable con quien solía coincidir comprando en la frutería.

Que no sea considerado un trabajo las priva de ciertos derechos, pero la base del problema es que han sido privadas de derecho. Así que, con el tiempo, he comprendido que este es el verdadero problema a erradicar.

De hecho, leyendo entrevistas o pseudo-debates entre expertas feministas sobre si abolición o despenalización, conducido sin que realmente debatan, sino que ambas den sus opiniones sin respuesta de parte de la otra persona, me encuentro claramente del lado de la persona que defiende el abolicionismo, como hacía (y sigue haciendo) mi amiga Mariel quien acabó por realizar un documental sobre el tema titulado Yo, abolicionista que incluyo al final del presente testimonio.

Me llama la atención el perfil profesional de las personas entrevistadas y tiendo a pensar si no será esa la verdadera razón de la diferencia de opiniones:

La abolicionista, profesora en la Universidad Rey Juan Carlos y filósofa Ana de Miguel es autora de Neoliberalismo sexual, en el que desmonta la idea de que las mujeres eligen libremente ejercer la prostitución.

Encarna Bodelón, quien considera que la prostitución es un trabajo sexual y defiende que vaya acompañado de derechos laborales, es jurista y profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad de Barcelona.

Es decir, filósofa vs jurista: ¿No será una explicación de por qué la segunda tiende a la regulación, creyendo en el derecho como herramienta de salvaguarda social, frente a la primera que exige que la ética rija la jurisprudencia?

Pero el argumento que ha usado Encarna Bodelón y que más me ha convencido de su error (ya sea por ingenuidad, por estupidez o por mala intención) es:

Más allá de las políticas públicas y más allá del derecho, el primer elemento es que todas las mujeres —y más las feministas— escuchemos a las compañeras que se prostituyen

¿De verdad esta mujer cree que sin coacción (de diversos tipos) esas personas que se prostituyen se dedicarían a ello? Y, si hay coacción, ¿de verdad lo que vayan a decir es relevante?

Pero, volviendo al primer párrafo, pueden darse ambas exigencias y no me parece irrazonable: abolición del proxenetismo, del consumo de la prostitución, no de su ejercicio y, por tanto, regulación de los derechos profesionales de quien la ejerza (mientras no encontremos una mejor manera de ser mejores personas).

DeFreds

El viernes pasado, en el encuentro de Té y Poesía que organizo mensualmente, al que asistieron, online, 5 personas, se leyeron poemas de Lorca, de Alberto Morante, de Cernuda, de Burges, de José Hierro, de Juan Antonio Valente, de Mujica, de Gustavo Adolfo Becquer, de Neruda, mientras yo leía textos de Poesía Clásica Coreana, de Poetas mexicanas contemporáneas, de Alfonsina Storni… y una persona leyó varios poemas de «una» tal «DeFreds».

No me disgustaron los poemas, así que como había sido el cumpleaños de mi querida Aída y lo celebrábamos al día siguiente, salí casi disparado a ver si encontraba un libro escrito por alguien que usaba el nombre (no el propio, por cierto) del personaje más emblemático de su serie preferida.

Al llegar a la Casa del Libro de la calle Gran Vía, que cerraba, según rezaban sus altavoces, en 15 minutos, me dispuse a buscarlo por orden alfabético de autor.

No había forma de encontrarlo en «Literatura contemporánea por autores», así que pregunté a alguien que me dijo que estaba en la sección de poesía, que seguía estando, como antes de que hiciese obras el local, en una especie de gallinero incomodísimo de acceder y, más aún, de estar en cuclillas buscando el libro o intentando curiosear algún ejemplar atípico que llevarse.

Seguía sin encontrarlo y el tiempo apremiaba, así que volví a preguntar y me indicaron que no lo buscara por la D, sino por la G de Gómez. El autor resultaba ser un tal «José Ángel Gómez Iglesias» y algo en los libros, en sus portadas, en sus ediciones, no me dio buena impresión, así que desistí de comprarlo y me fui a casa.

Al llegar, hice una breve búsqueda y me encontré un artículo en el que el susodicho autor afirma que no escribe poesía y que ni siquiera le interesa, pero parece ser que sí le interesa vender, aprovecharse de un nombre que ha usurpado para que su comercialización se asocie a feminismo, a combatividad, a modernidad, a cultura pop-postmoderna.

Yo acabo asociándolo con oportunismo y vileza.

Pero lo que me parece más insultante es que una librería (que probado ha que no le interesa) como la Casa del Libro, coloque unos libros como estos en una sección a la que el autor insiste no corresponder. Es casi como darle el premio Nobel de Literatura a alguien que no cree que lo que haga sea literatura.

Hoy he leído la noticia, que veo relacionada, de una librería de Madrid que vende solo material escrito por mujeres que se ha sentido traicionada por la publicación de un premio que ha desvelado la identidad de una de ellas siendo el pseudónimo de tres hombres.

Este viernes se desveló durante la gala del acto de entrega del Premio Planeta que tras el misterioso pseudónimo de Carmen Mola, escritora de ‘La novia gitana’ o ‘La red púrpura’, se escondían Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz.

Y más allá del hecho de si me parece necesario que exista o no una librería especializada sólo en literatura escrita por mujeres, o si no habrá conflictos con a qué llamamos «mujer» como escritora, puesto que hay casos en los que podría estar su idea siendo llevada a cabo por hombres, y sin entrar en la matización, importante, de si son cis o trans; más allá de ello, lo que me irrita es que se prevé cierto oportunismo, de nuevo, en la escritura de estos hombres como mujer y afán por generar conflictos que son más rentables que la calidad literaria.

Estratégicamente, no me ha parecido muy afortunado el vídeo que ha publicado la librería en cuestión, en el que se ve una mano que va deshaciéndose de los libros en la estantería de la «autora», para meterlos en una caja, sin mucho cuidado, algo desdeñosamente, para retirarlos de la misma.

No obstante, puedo comprender la utilidad de una librería que intenta paliar la injusticia de que la presencia de autoras en las librerías siempre es mucho menor de la mitad (incluso que el tercio) del catálogo (lo que parece generar poco problema en la mayoría de las personas). Suelo acudir a la misma (o a la otra, que no se lleva muy bien con ésta) que también se encarga de ofrecer libros escritos por mujeres para comprar libros más o menos necesarios para ir saliendo de ciertos sesgos que reconozco tener por el hecho de que era complicado encontrar material escrito por mujeres.

Por cierto, publicar este artículo en el Día de las Escritoras no es intencionado. Creo.

Blancos

Soy un gran admirador de la obra divulgativa de Peter Watson, de quien he leído ávidamente su libro IDEAS sobre la historia intelectual de la humanidad y que me pareció una verdadera joya.

También me leí este verano, prestado por mi amigo Xabi, su libro Convergencias, mucho más centrado de manera casi exclusiva en la historia de la ciencia del siglo XIX y XX, así que gran parte del mismo se solapa con el que me estoy leyendo, de manera mucho más irregular que el de IDEAS, titulado Historia Intelectual del Siglo XX.

Pero a lo que quería llegar (a lo que el título de esta entrada hace referencia) es a que cada vez más me parece que es algo sesgado, especialmente en cuanto a representación de mujeres en esa historia intelectual (no es que no se mencione a Marie Curie, pero no hace especial hincapié en temas como la incorporación de la mujer al mercado laboral, por ejemplo, y muy poco a las luchas feministas) así como tampoco hay apenas historia intelectual de otros continentes que no sea Europa (la Europa caucásica y casi gérmánica), o Americana (aunque cabría decir estadounidense).

No digo con ello que los logros de las mentes de genios como Einstein, Picasso o Freud no sean reseñables, pero poco se habla de sus lados oscuros, por ejemplo, en el trato a las mujeres de sus vidas. Y no me parece baladí. ¿Podrían haber sido grandes genios si no hubiesen estado eximidos de responsabilidades paternales?

De nuevo me vuelvo a acordar de mi amigo Xabi quien dice de sí mismo con la humildad que siempre le ha caracterizado que nunca será un gran científico, pero que hace tiempo asumió que debía elegir entre eso o no ser un buen padre (un padre presente y responsable en igualdad de condiciones que la madre de su hija). Eligió esto segundo y sí, puede que le pase factura a nivel «profesional» pues su nombre nunca acabará (aunque puede que sí lo haga) en las páginas de un libro de Peter Watson… y sin embargo, él no lo cambia. Y yo a él tampoco.

Es alguien de quien estoy altamente orgulloso… y en gran parte es por esta coherencia vital con la que vive. Ejemplar. Desde luego, yo lo tengo clarísimo: le prefiero a esos presuntos genios… presuntuosos. Y me siento tremendamente afortunado de que me considere su amigo.

Esto no es una broma