Ayer vinieron a repararnos la ventana que hace dos meses habían averiado parcialmente unos intrusos que intentaron acceder a nuestra vivienda a través del tejado.
Vivimos en un ático algo abuhardillado cuyas ventanas son casi completas claraboyas que tragan el sol a la velocidad del rayo.
Una de estas queda relativamente cerca de otra accesible desde la zona común del descansillo de la escalera. Apenas un par de metros separan ambas oquedades caminables sobre la chapa metálica que ejerce de tejado.
El 13 de enero observamos síntomas que indicaban que habíamos sido víctimas de un intento de robo: faltaba el cristal de la mirilla y el marco de la mencionada ventana mostraba signos de forcejeo y deformaciones. Los protectores exteriores laterales habían sido parcialmente arrancados de manera que el viento los hacía vibrar, temblar, generando un ruido inquiertante (dormimos justo debajo de ella).
Hubimos de contactar con nuestro seguro de vivienda que cubre estos desperfectos, aunque no lo habíamos hecho nunca hasta ahora, con lo que no sabíamos el procedimiento o trámite para asegurarnos que no tendríamos que pagarlo nosotros. Obviamente, el primer paso era levantar una denuncia en comisaría.
Carmen se encargó de toda la burocracia que a mí me resulta kafkiana y me paraliza (ella es mucho más eficaz que yo en esto y otras muchas cosas).
El pago de la reparación (que implicaba una sustitución completa de la ventana, el marco y la persiana acoplada) era tan alto que me hacía recordar esas situaciones habituales en las que gastamos más dinero en proteger bienes que el coste de esos bienes en sí. Es decir, que casi podrían haberse llevado todo (absolutamente todo) lo que teníamos en casa por el precio de lo que nos habría costado evitar que se lo llevasen.
Ayer vinieron a instalarla un par de trabajadores del servicio técnico de VELUX (es una externalización, por supuesto) desde Talavera y aparcaron en nuestro querido Madrid centro. Lo que ya de primeras les resultó molesto.
Hube de desviar la conversación desde que entraron a la casa, porque el responsable de ambos (el otro parecía ser un becario o ayudante algo avergonzado del comportamiento de su maestro) no paró de hacer comentarios inapropiados en las 3 horas que duró el trabajo.
El primero de ellos, como dije, que si era algo inaguantable el tener que aparcar por el Madrid Central. Sin darle respuesta, pasé a hablarle de nuestro problema y lo que hacía que él estuviese allí, ganando un sustento con el que poder protestar por lo mala que es la gestión de un ayuntamiento que ni siquiera es el suyo.
El segundo de ellos al respecto de lo cabrona que es la gente que roba o lo intenta, sin entrar en consideraciones de por qué lo hace, y, por supuesto, insinuando que seguro que se trataba de «ilegales». Pasé de contestarle en esta segunda ocasión también y volví el tema al único que teníamos que tratar: el arreglo y reparación. No sus opiniones políticas de bar…
Y con respecto al bar, inmediatamente me di cuenta de que llevaba algunas copas de más, pues su aliento lo delataba así como su verborrea disipada y sin control… aunque también puede ser que fuese así habitualmente (borracho o no).
En otra ocasión quiso hacerse el gracioso diciéndome que si parecía un estanco porque las prostitutas (no las llamó así, claro está) de la calle no hacían más que pedirle tabaco. Supongo que buscaba una empatía imposible en una persona que le habría echado de casa en más de una ocasión por su falta de profesionalidad, su xenofobia, su machismo…
Pero no contento con eso, cuando Carmen le dijo que había de firmar «acá» le dijo osado que ya sabía que no era española (claro, claro… Carmencita de la Mancha…) y que eso no se decía «por aquí». Vaya mentecato. Le contesté (Carmen también) que también por estos lares se podía decir, desde Cervantes por lo menos, y que además sobraba el comentario.
Ya quedaba continuar con las quejas sobre sus jefes, sobre la burocracia, sobre los bancos, sobre que «la gente» era lo peor y que no quería líos luego…
Por supuesto predije en mi mente a qué partido político va a votar en las próximas elecciones este señor. Pero lo más lamentable es que él no es tan raro como yo.
Así que… se avecinan tiempos funestos.