El machismo no se esconde ni es sutil

Detrás de la campaña de desprestigio que ella sola se ha labrado, surge la caterva machista a desprestigiar a la persona porque no es lo «guapa» que debería ser o debería haber sido. Se dice que, siendo así, no es de extrañar que sus compañeros de máster no la recuerden. Y otras barbaridades sin el más mínimo atisbo de equidad, o etiqueta social al menos.

Si se tratase de un hombre el tema de su fealdad o si tenía granos o si no era lo que se esperaba de él no habría estado nunca en el candelero (me remito, sin ir más lejos, a las polémicas de reinas-reyes o al tal Pablo Casado que también parece haberse sacado el máster en la calle Génova).

Y por más que me pueda dejar llevar por la pasión de querer ver destituida a una «presunta» estafadora, una «presunta» farsante como Cristina Cifuentes, amén de disgustarme su política (que es la cuestión, por si lo habíamos olvidado), no puedo por menos que sentir asco por quienes publican esta foto en una red social.

Pero vaya, que las redes están para eso, para dejarse llevar por la pasión, nunca por la reflexión. Así que este texto quedará, como tantos otros, en el cajón oscuro (no por casualidad el fondo negro) de mi diario.

Y seguimos post-8M.

El tema de los «másteres» y la privatización de la enseñanza… ya ni se menciona. Puagggghhhh

mobiliario-urbano-antipersonas, de Natalia Auffray

Me encantó la forma en que Natalia Auffray tejió estas cuatro imágenes de este «sillón» urbano que, como ella, considero antipersonas. Si bien es cierto que con frecuencia es utilizado por marginales de esta sociedad de consumo.

Está situado en una calle por la que transito prácticamente todos los días, conectando la plaza Soledad Torres Acosta (lo que venía siendo «la de los Luna») con la plaza de Callao.

Ayer, volviendo de casa, no evité hacerme un autorretrato, de esos que ahora se llaman selfie, sentado en ella y enviárselo por mensajería telefónica, de esa que ahora se llama whatsapp.

Palimpsesto de Doris Salcedo en Palacio de Cristal

Al fin visité esta exposición de la artista colombiana Doris Salcedo creada ex-profeso para el Palacio de Cristal perteneciente al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Lo hice acompañado de Pablo, el hijo de mi querida amiga María, a través de cuyos ojos pude apreciar otra mirada, la del niño, a quien lo que más le sorprendía y atraía era pasear entre las letras, entre los textos… o subrayar que eran letras de hielo.

A mí me pareció interesante, pero demasiado ruido para tan pocas nueces. Las fotos dan fe de una instalación cuidada y estética, pero algo «demasiado museística» a falta de una expresión mejor que no encuentro. Sabiendo que proviene de la escultura quizá que me resulta más sugerente, pues parece, efectivamente, una expansión de la misma hacia el campo de la poesía, del texto… un texto que se hace tridimensional, casi como la poesía transitable del grandísimo Joan Brossa.

Por momentos, habría preferido una instalación «menor» en un lugar menos grandioso y festivo como el Palacio de Cristal en mitad del Parque del Buen Retiro. Quizá eso mismo habría eliminado la necesidad de las colas de espera y se habría, incluso, podido exigir el caminar descalzo. Pero se habría perdido, lo sé, el efecto del cristal, de esa luz tan indescriptiblemente bella que tiene el edificio acristalado.

Pequeño problema de impotencia

En este caso, el problema de impotencia era de unos 500 wattios, los que no aportaba la fuente de alimentación del PC que tengo en casa.

De repente, ayer, después de estar funcionando el ordenador sin dar ni el más mínimo de los problemas, decidió no arrancar, pero no arrancar ni la BIOS ni nada de nada. Justo tras encender se apagaba sin proporcionar corriente a ninguno de los dispositivos internos.

O sea, que estaba completamente fuera de mis posibilidades el arreglarlo sin ayuda. Tendría que comprar una fuente de alimentación y, por lo menos, probar que esa era la única avería, pues cuando falla algo tan determinante suele haber fallos colaterales debido al pico de corriente… se «queman» los circuitos de placas delicadas. Total, que podría costarnos una pasta gansa, tener que comprar un PC, una semana de ajustes e instalación…

Y eso afortunadamente sin tener que pensar en pérdida de datos, que tengo «bacapeados» en múltiples dispositivos amén de la indefinida nube de Mega.

La verdad es que hay ocasiones en las que dudo que la tecnología esté aportando mucho a nuestra vida.

Y luego lo escribo en un blog, con un teclado y un ratón inalámbrico, mientras que gracias a la conexión de fibra óptica de casa me conecto a la red de redes donde se aloja en un servidor con wordpress instalado del que acabo de hacer una copia de seguridad por si acaso.

Es una locura… una especie de pérdida de tiempo y de dinero… pero yo siempre he sido tecnológico, casi tecnoilógico, diría.

Así que no me quedaba más remedio que intentar reparar este cacharro.

Por suerte, el dependiente de la tienda donde en su día lo adquirí ha sido de lo más diligente y me ha hecho la comprobación pertinente para determinar que efectivamente la causa única aparente del problema de arranque era la fuente de alimentación. La ha cambiado mientras yo tomaba un café descafeinado en la cafetería colindante y en una hora (un par de horas en total) ya tenía de vuelta el equipo.

Por errores de percepción o por precipitación compré el ordenador del estudio por Amazon y estoy lamentándolo casi desde el primer minuto. Fue una pésima decisión en la que ni siquiera ahorré una cantidad digna de la compra online. Tan sólo gané el envío, que, por otro lado, podría haber hecho como hoy, con un Taxi pagando con una APP del móvil por unos 12€ ida y vuelta.

Tengo que recordarlo para futuras adquisiciones. La tienda en cuestión, Main Shop, está situada en un viejo centro comercial de la calle Barquillo y apenas tiene clientes. Sin embargo, su calidad y su atención es con diferencia mucho mejor que la de las grandes superficies y, por supuesto, muchísimo mejor que una compra por Internet. Sólo espero que siga abierta pasados un par de años…

Nieve

Cae la melosa nieve
cautivando miradas
manto
siempre manto
algodón frío
hoy me recuerda
el libro duro y cruel
que terminé esta noche
de Primo Levi
sobre su estancia en Auschwitz
durante la matanza sistemática
trabajando en su propia
máquina de destrucción masiva
sobreviviendo
al invierno polaco
bebiendo agua helada
tras filtrarla para no enfermar
intentando mantener la humanidad
sobre una nieve de hombre libre
que se puede ver a través de una ventana
mientras las piernas entran en calor
gracias a 800 vatios de potencia
y se escribe un poema sobre
la melosa nieve
cautivando miradas
y se critica sutilmente
el abuso
de la palabra manto
para referise a ese cobertor blanco
de estructura microscópica tan particular.

Acción17MAD

El evento de Performance Art tan esperado año tras año, vuelve, año tras año, a desanimarme a convocar a personas ajenas a la Performance Art (e incluso a su mundillo, más específicamente) para que asistan.

No es que no haya buenas acciones, pero la organización ignora los más básicos protocolos de interacción con el público asistente y no se trata de que sean más o menos activos como espectadores, es una cuestión de, digamos, cortesía.

Faltan catálogos, falta comentario, falta presentación, falta tener en cuenta diferentes necesidades a la hora de proyectar un vídeo, como cantidad de personas que se supone que se quiere que lo vean.

Comprendo que no se puede estar en todo, es más, comprendo que no se desee estar en todo y se sacrifique la parte más, digamos, de presentación en aras de la gestión tras las cortinas que facilita la adquisición de un dinero fundamental para poder pagar artistas y gestores, profesores de talleres, etc. Comprendo que se decida que no se desea atender esa necesidad porque la endogamia a la que ha ido acercándose este mundillo (dentro del cual me encuentro, y me encuentro a gusto, no obstante) es tan alta que no lo hace preciso.

Pero lo que me ocurre es que ya procuro no animar a amigos, alumnos, otras personas ajenas al mismo a que se acerquen pues suelen encontrarse con desatención y tengo que llevar yo a cabo la labor de contextualización, presentación, etc… y es cansado. Y no me pagan por ello. Así que me limito a asistir con ganas de ver a la gente maja del mundillo de la performance en Madrid, disfrutar de alguna acción y, después, lo que acaba siendo más importante, tomar unas cañas distendidas en un buen bareto cutre de los que me gustan.

Es una pena. Pero es lo que hay. El dinero no da para tanto. La sala (una de las muchas conseguidas para un festival claramente itinerante por falta de atención de la administración) no hace más que ser un espacio del que los responsables ni dan señales de vida. Podría hacerse en el desierto. Los «programas» los lleva la directora del evento en una maleta casera, no han sido repartidos con anterioridad por algún interesado del Ayuntamiento o de la Comunidad o del Ministerio (de deportes).

Arrancó el evento con la presentación mediante un vídeo proyectado en una superficie de menos de 4 metros cuadrados (menos de dos por dos) a ras de suelo en un hall claramente insuficiente para la afluencia de asistentes. El vídeo estaba hecho con cariño, con mucho cariño, con mucho corazón, pero con una informalidad y falta de rigor propia de un vídeo casero, no de una pieza de arte ni mucho menos de un arranque de un evento semejante. Pero tampoco parecía ser importante, pues apenas alcazábamos a verlo más de 15 personas en unas condiciones semejantes. Se hizo largo y ruidoso. Pero ves caras conocidas y te sonríes. Pero ya está.

Después comenzaron las acciones en una sala (Sala El Águila, de la Comunidad de Madrid). Quien no lo sepa, no se va a enterar, obviamente, pues por allí no pasó ni «el tato» a decirlo. Tampoco se presentaron a las Artistas. Quien no las conozca, no se va a enterar. ¡Que haga esfuerzos por saber más, hombre, ya!

En primer lugar, la fantástica Ester Ferrer mostró una vez que sigue siendo la mejor de las artistas de performance art que conozco, usando tan pocos recursos como un cuadrado marcado en el suelo con cinta negra y un bastón de madera realizó una acción muy musical (no es casualidad que su pareja sea músico) sencilla y eficaz. Algún elemento sobraba, salvo seguramente para ella, así que mejor me callo. Fue magistral. Simplemente magistral. Recorrió los escasos metros cuadrados del centro de la sala acotados por la cinta negra de tres maneras distintas intentando no dejar ni un centímetro sin pisar, mientras acompañaba su «paseo» con golpes arrítmicos del bastón.

Su presencia lograba un silencio absoluto en una acción, por lo demás, tan cotidiana como infrecuente. Poética y plástica, recordando un cuadro (cuadrado) y un proceso, un aquí y ahora tan obvio que no había que aclararlo. Por supuesto, aclaró unos minutos antes que no tenía el más mínimo inconveniente en que se le hiciesen fotografías o lo que fuese. Al fin y al cabo, sabe que la vida es arte y el arte es vida. Y en la vida hay fotos. Vivimos en la era de la reproducción, del registro infinito de todo lo innecesario. ¿Por qué prohibir la fotografía en un evento de Performance? No sé, supongo que algún artista no sabe bien qué es eso de Arte=Vida.

Luego vino Elisa Miravalles, una chica muy maja, muy simpática (aunque no acabo de creerla) con una «performance» que no era una performance. Alguien debería explicarle que el arte de acción es un arte del hacer, no del hacer que se hace. Y por supuesto, basado en un discurso y un concepto, no en una sucesión de imágenes más o menos bonitas para la foto.

Las caras de quienes asistíamos eran dignas de atención: la desaprovación condescenciente rondaba la sala. Rojo, teatral, dancístico… mucho ruido y pocas nueces. No fue una performance, pero lo más sangrante es que ya lo sabía. Lo sabíamos todos. No comprendo cómo y por qué se programa este tipo de artistas más o menos arribistas (no intrusistas, no, sino sencillamente oportunistas) que pululan por los eventos y, gracias a su carácter extrovertido y simpático logran ser tenidos en cuenta en eventos como este, que, supongo, buscan así definirse como actuales, que toman la nueva generación en serio y les prestan la oportunidad de mostrar su trabajo. Pero ¡venga ya! Faltaba rigor por todos los costados y quienes hemos visto en alguna ocasión su trabajo, que no es performance art, sabemos que Elisa no debía haber sido programada en un evento como este. Pero qué le voy a hacer, no es el mío, ni mi criterio, ni nada de nada.

Así que paso a otra cosa. La performance formidable de quien considero una de las mejores artistas con proyección de futuro: Isabel León.

Sencilla también, como Ester, que no deja de ser nuestra maestra y referencia permanente, pero con identidad propia, realiza esta acción altamente poética, de sembrar un campo y salir de la tierra o, incluso, ser la tierra, la Madre Tierra.

Va «enterrándose» bajo ese campo sembrado y se mueve bajo el plástico serpenteando, abriendo pequeños orificios por los que saca ora un pie, ora una mano, unos dedos apenas… y con los pies, con las manos, quiebra las habas sembradas, se alimenta, alimenta.

Visualmente impactante, no busca la foto fácil, ni la pose, ni el sucedáneo de acción, lo suyo es pura performance. Y además también es maja (lo uno no ha de quitar lo otro) hasta la saciedad, humilde en grado sumo, pero de una coherencia y un trabajo tan continuado y riguroso que es evidente que, si no cambia, acabará en los libros de historia del arte.

En este caso sí, en este caso las miradas y los rostros estaban permanentemente en ella, en su acción, en su presencia, en su espacio y todo el tiempo que, claramente, terminaba cuando saliese de la tierra, como era previsible.

El aplauso duró lo que tuvo que durar, mostrando y demostrando que hay criterio, hay calidades, e incluso cualidades.

Después de todo (y de una noche deambulando por los bares de la ciudad) fue un bonito encuentro, con gente estupenda que intenta mostrar una forma diferente de hablar del mundo, de hablarle al mundo. Y agradezco a Nieves Correa, Abel Loureda y Yolanda Pérez que lo hagan posible, más allá de las subsanables deficiencias. Y por supuesto, incluso a pesar de que no me guste, también a Elisa Miravalles, pero sobretodo a las ínclitas Ester Ferrer e Isabel León sus estupendas piezas.

Ver tres performances y que me gusten 2 de tres no está tan mal. Es casi un notable. Y si quiero algo mejor, siempre puedo intentar hacerlo yo mismo, a ver si soy capaz de hacer en lugar de criticar desde la cómoda tarima de mi escritorio.

Una presentación esotérica

Eduardo Scala me invitó a asistir a esta presentación que tuvo lugar hace un par de viernes en la librería Enclave de Libros, Calle Relatores, 16, 28012 Madrid, España. Sentí un orgullo inmenso porque un autor de su talla tuviese tal detalle conmigo. E invité a mis alumnos al evento, haciéndoles saber que no verían una presentación típica de poesía típica.

Se presentaba un libro escrito por Ignacio Gómez de Liaño a raíz de 8 prólogos o reseñas sobre la obra de Eduardo Scala, que me encanta y ha marcado gran parte de mi trayectoria. Sin embargo, la presentación me resultó aburrida y pedante. No por ello no interesante, pero algo carente de cierto «sex-appeal» que quizá es innecesario, pero estamos tan acostumbrados en esta sociedad de entretenimiento permanente que lo sentí árido y algo inhóspito. Curiosamente, no creo que si hubiese sido obra directa de Scala me hubiese parecido lo mismo, pues él tiene una cierta humildad apabullante que resulta fresca de alguna manera y se agradece charlar con él, incluso aunque una conversación con Eduardo siempre derive algo extraña o, precisamente, por ello.

Eduardo tuvo el amabilísimo detalle de enviarme una fotografía en la que aparezco justo a su lado y me hace seguir sintiendo ese orgullo del que hablaba antes.

¡Qué preciosas experiencias depara Madrid, así, un día cualquiera!

Esto no es una broma