Glorieta de Embajadores

He estado dándole clases particulares a un chavalín que al final ha sacado muy buenas notas y ha comprendido que era capaz de conseguirlo sin necesidad de trucos baratos o copiar de un compañero. Tras un proceso de acercamiento, hemos logrado aceptarnos (yo a él, pues intencionadamente no me dejo conocer, para que él no tenga que aceptar lo que seguro que no aceptaría) y hacer de estas clases algo agradable.

Este verano suspendió Física y Química de 1º de la ESO y no parecía que le fuesen a ir mucho mejor las cosas en septiembre, pero se puso las pilas y le di unas cuantas últimas tutorías (muy persuasivas) en las que insistí en la necesidad del sacrificio temporal de placeres vanos para conseguir un fin a medio o largo plazo.

Durante estas 5 últimas sesiones, he estado yendo a su casa caminando, para darme cuenta de que tan solo tardo 10 minutos más andando que en metro. Y es un lindo recorrido de unos 2 kilómetros y medio, dentro del cual recorrer completa la calle en la que nací: Mesón de Paredes.

En una ocasión, llegué tan temprano que decidí tomarme un café en la glorieta de Embajadores y sacar esta fotito para enviársela a mi madre a quien recuerdo recogernos (a mi hermana y a mí) cada tarde a la salida del colegio Legado Crespo una de cuyas esquinas se ve en la imagen, y llevarnos de vuelta a casa, que era un recorrido de, apenas, 250 metros (10 veces menos, curiosamente).

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Eran otros tiempos, era otra ciudad, casi diría, y la recuerdo con cariño, mucho más gris y descolorida, con predominancia de tonos apagados, ocres, deslucidos, como el triste color de la moqueta de mi habitación, como el humo de la tabacalera, siempre funcionando, como el traje de los agentes de la ley, ilegal, impuesta por un golpe de estado.

Recuerdo el azul añil del uniforme escolar de los chicos y el rojo (encarnado) de las chicas, las corbatas con gomita al cuello para ellos (y ellas) y las falditas plisadas para ellas; los pantalones cortos y los zapatos duros, negros, paramilitares.

Creo que yo era célebre por el desaliño con el que solía terminar las jornadas escolares, aunque esto no lo recuerdo.

Sí que recuerdo comer en el comedor escolar lo que pusiesen y no protestar nunca. Ingerir lo que los seis compañeros comensales solían dejarse por melindres, por asquerositos… o sencillamente porque el huevo frito siempre llegase frío a las mesas. Me encantaban los días en los que había de comer lentejas porque al día siguiente tocaban lentejas con arroz.

Era un colegio de clase media, sin exquisiteces, sin excesos, con mucha moderación, laico, en una época en la que era algo mucho más inusual que hoy en día, que comenzaba a admitir chicos (fui uno de los primeros) en unas aulas principalmente femeninas. Creo que mi madre había tenido algo que ver en mi admisión gracias a que ella había sido alumna del mismo colegio, pero se lo tendré que preguntar algún día para ver si de tanto repetirlo consigo recordarlo.

Y es que la clase media de entonces no era la de ahora, cuando pensabas en clase media pensabas en austeridad, en ropa de los primos, en ofertas para comer constantemente, en hacer cuentas con cada uno de los gastos, en llevar apuntado lo que te habían regalado, para no pasarte, en tomar una aceituna de tapa con un trinaranjus, en ir andando al colegio, en aprovechar cualquier resto de cualquier cosa para otra cosa… El despilfarro (entre la clase media) era casi pecaminoso y fue llegando la democracia y el auge económico y el consumo… y mucha, también mucha, tontería.

Qué raro: Hoy me siento nostálgico, pero sé que fue esa fotografía, que muestra una glorieta centro de mi vida durante más de 10 años.

¿Cuál es mi centro ahora?


Día de piscina

No soy muy «de piscinas», pero volver a Madrid sabiendo que no tiene playa implica ciertos sacrificios… y si son como este, pues bienvenidos sean. La piscina municipal de Lago nos tuvo ayer contentos y entretenidos durante casi más de 5 horas por tan solo 5 euros. Y eso que el precio no me pareció baladí, teniendo en cuenta que es una piscina municipal, supuestamente dedicada a los menos favorecidos puesto que los más favorecidos viven en comunidades con comodidades.

La comida, una riquísima ensalada de pasta que hice en casa el día anterior. Completamente dominguero con toques de landismo (habría sido más propia una tortilla de patatas con pimiento).

El camino de vuelta lo hicimos, tras la aparición de unas nubes malhalagüeñas, caminando junto al lago que da nombre a la estación de metro, por el paseo del embarcadero, atravesando el costoso parque de Madrid-Río, bonito, si no se tiene en cuenta la deuda asociada y si no se piensa en lo que se podría haber hecho con el dinero gastado en esa faraónica infraestructura.

El centro de la ciudad nos esperaba con casi cinco grados más de temperatura en los termómetros, una densidad de población creciente tras el periodo vacacional y una película a precio de día de espectador. Vimos la amable cinta titulada Belle, sobre el precio de un ser humano en una sociedad cuantitativa, clasista más que racista que bien podría recordar a las elecciones en las que Obama resultó vencedor.

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Gran Vía Láctea

Parece que han hecho el trabajo por mí y han encontrado una publicidad que, de alguna manera, resulta ser bastante más poética de lo que podría suponerse en un primer vistazo.

Lamento que no hayan aprovechado la oportunidad para asociarlo con una imagen de una galaxia, de nuestra galaxia… Así que presento unas fotos de la nueva publicidad en la estación de Gran Vía, de productos Lácteos. Se constituyen en una especie de ready-made… que no necesitan aditamentos ni modificaciones alguna.

gran vía láctea

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De la Serie Publicidad en Cubierta

Nacionalismos

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Hice esta fotografía en un bar de Embajadores, donde doy clases a un alumno cuya pared está pintada con una bandera española del tamaño de 4 metros cuadrados. Sobre su mesa, conviven fotos de Esperanza Aguirre, Francisco Franco, unas vírgenes varias, algún otro antiguo dirigente Nacional-Fascista, la bandera española que rigió durante el golpe de estado que se erigió en «gobierno»… Vamos, es algo un poco escalofriante.

No sé por qué no me extraña su convivencia junto a banderas de fútbol. Es algo que sirve para aunar reconociendo diferencias. Eres de este equipo o de este otro: eres del Real Madrid… y eso ya dice mucho.

Pero sin embargo, no me atrevería a ir vestido con una bella camiseta que compré en el Gure Txoko de Sydney, con un par de banderas (la australiana y la ikurriña), a riesgo de ser pisoteado, insultado y, por supuesto, despedido como profesor particular del muchacho en cuestión. (Quien, por lo demás, todo hay que decirlo, es bastante majete, y sus padres son respetuosos y cuidadosos de sus empleados sin hacerme notar su supuesta superioridad moral ni su superioridad jerárquica laboralmente hablando)

Y por comparar con Euskadi en otras cosas: es fascinante ver lo diferente que se ven las cosas cuando se trata de una ikurriña. La poca gente turista madrileña que ha entrado alguna vez en una Herriko Taberna, sale sorprendida del nacionalismo imperante. Pero no creo que les llamase la atención esta foto de un lugar cualquiera de Embajadores. ¿Por qué?

Otra cuestión que me llama la atención es la abundancia de nacionalismo español en las zonas más pobladas de inmigrantes. Supongo que su situación de pobreza (la crisis, sí, la crisis) y la incultura o demagogia facilona, les hace buscar culpables de su situación en «los otros», «los de fuera». Y la cadena de juicio y prejuicio sigue su curso hasta el final.

Ya sé que es algo que no solo ocurre en España. No es que seamos peor que nadie. Es que yo vivo aquí y me disgusta este nacionalismo que no se afirma basándose en cultura, sino en confrontación.

Pero bueno, hay tantas cosas que últimamente me disgustan…

Cuando la empatía nos gobierna

rajoy jesuita El problema no estriba en sus notas, sino en que son las de un hombre mediocre. Pero es que deseamos tener un gobierno con el que identificarnos, no un gobierno al que no parecernos, que nos resultase pedante o distante. Se desea un gobierno inculto y superficial, que no haga análisis engorrosos sino simplistas, pero vuelvo a lo dicho, el problema está en que se desea un gobierno así, un dirigente simplón, del montón, normal en la peor acepción del término.

Si el que nos gobernase fuese un doctor en filología, o alguna carrera científica, se consideraría un friki, algo impopular, que no puede ser el deseado para ser igual a nosotros, los mediocres, los normales, los del medio de la gaussiana.

Hay rechazo generalizado (más allá del «jo, qué listo eres!) a seres humanos que se dediquen en cuerpo y alma al conocimiento, al afán de análisis, a la creación excelente. La obsesión es encajar y esos humanos, en este país al menos, no encajan.

Así que ni siquiera se tienen que preocupar los ideólogos / marketings del PP por retirar de la web esta imagen, al revés, ven en ella una loa a un presidente con el que cualquier hijo de vecino puede sentirse identificado, empatizar, sentir que se puede llegar a ser presidente sin una cualificación exigible, lo que es uno de los más difíciles retos de resolver en democracia.

Esto mismo, ya lo traté en el artículo sobre el «relaxing cup» de nuestra alcaldesa: la gente no siente vergüenza ajena porque, en el fondo, se siente identificada con esa pazguata política que no lamenta tener un nivel lamentable del idioma (de facto) requerido para estar representando a una ciudad como Madrid en un evento internacional.

(Ha habido muchos verbos en impersonal en esta entrada, pero es que no puedo, no puedo bajo ningún concepto, hacerme cargo de lo que la mayoría de este país que habito desea).

Recorrido

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Me gustan los recorridos como el de hoy, donde soy consciente de lo que me ahorro en gimnasio por el mero hecho de carecer de vehículo y disponer de tiempo. Tiempo que, no obstante, ahorro también en gimnasio.

No es que sea una cantidad ingente de kilometraje, pero día a día, es un poquito de ejercicio en el hábito que me hace monje. 😉

Esto no es una broma