¿En qué consiste un descuento
poético?
¿Quizá en arrebatarle
un 40% de letras a cada verso?
¿Ofertar poemas con sabor
a ganga?
¿Eliminar cualquier traba
en las rimas consonantes?
¿Aligerar las aliteraciones?
¿Encubrir un océano de pasiones
con una metáfora barata?
¿Qué porcentaje de rebaja
hace que un poema
acabe siendo
un insignificante
relato?
mercado
Delicia de pan
Una vez a la semana (cada miércoles a las 18:45) compro pan en el Museo del Pan Gallego que está en una plazuela llamada Plaza Herradores, entre las calles Mayor y Arenal.
Procuro comprar hogaza de trigo y centeno, como en esta ocasión, y a veces hasta más de un kilogramo de pan, lo que suele durarnos casi una semana. Ayer compré cerca de tres kilos de pan, aunque podían habérmela cortado (la hogaza) pero seguro que irá cayendo a lo largo de un par de semanas.
Congelo la mitad aproximadamente y, ya cortada, tan solo he de sacar cada porción unos minutos antes de comer y tostarla para descongelar.
Es un pan formidable, de una densidad que dice que no es sólo pan para que sea bonito o con atractivo fotográfico o posturil de algún tipo. No es pan «de moda», es pan de siempre. Y se nota mucho a la hora de usarlo de manera básica, para una sencilla y sabrosa rebanada con aceite.
Hace ya varios años que lo compro y desde luego la diferencia es tal que llamarle pan a esas barras llenas de semillas extravagantes y harinados exteriormente para que tengan aspecto más «de verdad» resulta algo extraño porque no parecen ser ni el mismo producto. Pero ahí está, siendo mucho más económico por peso, aunque no lo resulte por porción. Pero… ¿Para qué se compra el pan?
Como niño con zapatos nuevos
Estoy sorprendido de mí mismo.
No he comprado zapatos
desde que tenía que usarlos
para trabajos en los que el calzado era importante
para teclear.
Aunque recuerdo una vez
en Segovia
que hube de adquirir unos zapatos
para poder bailar Tango
hace tan sólo un par de años.
Mayor sorpresa es que los zapatos
sean marrones.
Siempre he preferido zapatos
negros
si no podía evitar ir con calzado deportivo.
Uso calcetines de algodón absorbentes
y blancos incluso aunque soy consciente
de que existe una postura estética contraria
a esta combinación tan
(parece ser)
irreverente.
Este tipo de cosas convierte la mayor nadería
en una revolución.
He comprado zapatos
de una marca que presuntamente está indicada
para personas con dolencias podales
pero he de reconocer que mi fauna de calzado
estaba al borde de la extinción.
Camino por las calles con mis nuevos zapatos
con suela acolchada
mirando a los demás seres humanos
pensando si se habrán fijado en que mis nuevos zapatos
marrones
son mucho más sofisticados que yo
y si habré de dejarme barba
para ajustarme
a la consonancia que exigen mis nuevos zapatos.
Por primera vez en mi vida
temo ser pisado
por si se manchan los zapatos
y los aparto del sol en su reposo doméstico
para que su piel no sufra desperfectos.
Como niño con nuevos zapatos
estoy ilusionado con algo tan carente de importancia
que me sorprende
el porqué no he descubierto antes
el poder revitalizador
del consumismo.
SSL
Convertir el blog a SSL (es decir, que aparezca un candadito en la parte de arriba del navegador), cifrar el contenido con una clave asimétrica, lo que viene a ser el funcionamiento básico del cifrado SSL, ese que añade una miserable «s» al http para que pase a ser https… ha sido mucho más difícil de lo esperado.
No ha sido difícil por lo que esperaba: el certificado en el servidor, puesto que de un tiempo a esta parte los hosting servers lo ofrecen de manera automática y gratuita (antes lo cobraban y no descartaría que en breve lo vuelvan a cobrar).
Lo más complejo es lo que se conoce como «Contenido mixto» que consiste en que partes de una página web bajo un servidor «seguro» con su certificado SSL reconocido, etc, incluyen contenido de webs «inseguras», es decir, sin certificado.
Un ejemplo sencillo es una página que en lugar de tener alojada una imagen, la «incruste» desde su propia URL externa al servidor en el que está la página (img src="h t t p ://.....imagen.jpg
). Esto se mostrará como «contenido bloqueado» y saldrán distintos avisos en los navegadores (cada uno tiene su forma de gestionar esta situación) e incluso alguno, como Opera, bloqueará el acceso a esa web porque la considerará potencialmente peligrosa.
No se contentarán con avisar de que tiene contenido mixto y que parte de la web contiene elementos no cifrados, de manera que el usuario sea quien tiene la responsabilidad de comprender lo que ello significa, sino que bloqueará el contenido y alertará como algo muy peligroso… mientras que si se accede a la versión sin SSL, es decir, aquella en la que no hay contenido mixto sino que todo el contenido está sin cifrar, no avisará de la misma manera, tan sólo con un poco molesto «sitio no seguro», por supuesto sin ningún tipo de bloqueo.
En resumidas cuentas: como se parte de la base de que los usuarios son lerdos incapaces de aprender por su cuenta qué significa esta parafernalia tecnológica, las empresas que desarrollan navegadores alertan para que nadie sea estafado.
Evitar el contenido mixto en una web (especialmente en un blog) es muy complicado, aunque afortunadamente hay herramientas que ayudan a simplificarnos la vida y abunda información disponible en Internet para ayudarnos a migrar. Pero lo que a mí me parece cada día más evidente es que este campo (Internet) está destinado a ser propiedad y gestionado por las grandes empresas, capaces de realizar operaciones cada día más complejas, como los cumplimientos con legislaciones como la nueva Ley de Protección de Datos o informar sobre las cookies, la certificación SSL (incluso para una mera web presencial, que no recaba información), el hacerlas adaptadas a todo tipo de dispositivos (lo que se conoce como web «responsives«) y ya ni hablamos del posicionamiento SEO para que Google decida si tu página es visible en el mundo de su buscador o no.
Las cosas
Ten cosas
y se romperán tus cosas.
Ten cosas
y se estropearán tus cosas.
Ten cosas
y tendrás que mantener limpias tus cosas.
Ten cosas
y dedica tiempo al cuidado de tus cosas.
Ten cosas
y serán responsabilidad tuya tus cosas.
Ten cosas
y habrás de adquirir nuevas cosas que pasarán a ser tus cosas.
Ten cosas
y no las tires nunca para no llenar el mundo con tus cosas.
Ten cosas
y mézclalas suponiendo que así ya no son tus cosas.
Ten cosas
y busca espacio para almacenar tus cosas.
Ten cosas
y úsalas para sentir que tienen algo de sentido tus cosas.
Ten cosas
y protege del envejecimiento o la obsolescencia a tus cosas.
Ten cosas
y haz listas de compra con otros objetos que pasen a ser tus cosas.
Ten cosas
y acepta regalos para adquirir elementos nuevos para tus cosas.
Ten cosas
y haz leyes para que no puedan otras personas tener tus cosas.
Ten cosas
y construye o compra una nueva casa para meter tus cosas.
Ten cosas
y supón por suponer que las personas no son tus cosas.
Ten cosas
y empatiza con ellas hasta sentir que eres una de tus cosas.
Cuando la campaña de mecenazgo no avanza
Llega un momento en el que por las redes sociales el enlace para participar en una campaña de mecenazgo se «enfría», es decir, ya no aparece en muros ni nada parecido. Así que toca apelar a una petición más personalizada.
Resulta embarazoso, lo reconozco, pues parece que pides «limosna», y en parte es así. Pides para hacer algo que no es tan atractivo como para ser «vendible» y no sabes (yo no sé) qué hacer en ese caso para convertir tu sueño en el deseo de otras personas. Haces fotos, pero no son suficiente reclamo. Haces textos amenos, pero no los lee ni diosito, creas una página web a la que no va nadie… y es que sin ser famosete… no hay mucho más que hacer.
Supongo que el camino habitual es burocrático: solicitas una ayuda a alguna entidad administrativa en la que crees que tu proyecto (el mío) puede encajar y si hay suerte, mucha suerte, puede que recibas una financiación que, incluso, supere la muy modesta cantidad que he pedido yo.
Pero como no tengo paciencia y no sé «burocraticear»… me lancé a esta campaña que vengo haciendo desde hace 18 días, pero para la que he estado trabajando medio año. No sé si merece la pena, la verdad, pero sin embargo ahí sigo…
Enviando el siguiente mensaje a una lista de difusión en WhatsApp de 72 de mis amistades de quienes he decidido «abusar»:
Hola,
Hace un par de semanas comencé una campaña para financiar un proyecto muy personal que creo que puede interesarte.
He trabajado bastante en conseguir que las «recompensas» para quien desee apoyar el proyecto sean más que dignas de las cantidades proporcionadas: Desde invitaciones y marcapáginas a tazas de diseño, láminas seriadas, camisetas… para conseguir realizar un libro que no es un libro, un libro de poesía conceptual, un libro que es un juego, un libro que es una obsesión, un proyecto que raya en lo absurdo y lo imposible.
¿𝙈𝙚 𝙖𝙮𝙪𝙙𝙖𝙨 𝙖 𝙝𝙖𝙘𝙚𝙧𝙡𝙤 𝙥𝙤𝙨𝙞𝙗𝙡𝙚?
https://www.verkami.com/projects/19645-cn(𝘏𝘦 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘹𝘱𝘭í𝘤𝘪𝘵𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘯 𝘵𝘪 𝘢𝘭 𝘦𝘯𝘷𝘪𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘦𝘯𝘴𝘢𝘫𝘦, 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘵𝘦)
Un «micro» aire acondicionado
Una muestra de cómo enfriar el aire con medios más que precarios:
Tomar dos botellas de plástico, llenarlas de agua, meterlas en un congelador (que por supuesto gasta energía en enfriarlas, así que no pensemos que no consumimos nada).
Cuando se vaya a usar, poner un plato o contenedor para que el agua de condensación que se formará en torno a las botellas congeladas tenga donde gotear. Poner las botellas delante de un ventilador que al ir moviendo el aire en esa dirección se irá enfriando (sin lograr temperaturas verdaderamente bajas)
Lo estuve usando la última semana de junio y algo incidía en hacer soportable mi estancia en mi lugar de trabajo, sin tener que recurrir a un sofisticado aparatito con instalación incluida.
No es una maravilla, pero es una maravilla. ¿Se entiende?
Campaña de mecenazgo de !ç~ñ¿.#
Este libro ha sido íntegramente generado por un programa escrito en C conteniendo un número de caracteres que podríamos denominar signos de puntuación (añadida la ñ y la ç, entre otros) que ha volcado en una ejecución 81 (3 elevado a 4) cadenas de 729 (3 elevado a 5) caracteres aleatorios del inventario conocido como alfabeto.
El programa (puntuación.c), altamente absurdo, tan sólo ha tenido ese uso y después no tendrá ningún otro sentido. Se añexa como apéndice en las dos últimas páginas del libro.
Me está llevando una enorme cantidad de tiempo el proceso de generación de las «recompensas» para el micromecenazgo de este proyecto. Por supuesto, mucho más tiempo que el empleado en el proyecto en sí. Aunque bien es verdad que el proyecto también se ha diversificado hasta alcanzar una dimensión mayor que la que tiene un libro.
Hasta el momento no hago más que gastar/invertir dinero que puede que no recupere, pero también es cierto que estoy aprendiendo mucho en este camino. Si lo considero un pago por el curso de desarrollo que estoy llevando a cabo… hasta cabe decir que es poco dinero.
Quién no se consuela…
La ausencia de empatía produce monstruos
Ni siquiera la palabra empatía está aceptada en el diccionario de mi ordenador. Es triste. Así nos va.
Hoy he tenido que ir al médico a que me diagnosticara un dolor intenso y, sobre todo, duradero de la parte superior izquierda del tarso del pie izquierdo que duele más a medida que camino y cuya molestia no remite ni tras reposo. Tan sólo puntualmente con la ingesta de un antinflamatorio genérico oral, tipo ibuprofeno, el dolor desaparece.
No soy un consumidor habitual de fármacos sin receta, es más, presumo de no tomar absolutamente nada que no me haya «mandado» un médico. Y entrecomillo «mandado» puesto que no olvido nunca que lo que hacen es recomendar y no mandar pues, en última instancia, puedo ignorar siempre su recomendación y hacer lo que me dé la real gana. Pero no suele tampoco ser mi caso: Soy un paciente paciente y confío en sus conocimientos sobre la ciencia médica (esa extraña ciencia) por encima de los míos y, por supuesto, por encima de mercaderes de ilusión que con estafas new age te ofrecen curaciones mágicas para todo tipo de sintomatología.
Amén del diagnóstico, que me ha comunicado en un obtuso lenguaje ultratécnico, esperaba una prescripción comentada, es decir, del tipo: esta afección requiere este tratamiento, aunque tiene este efecto secundario… pero es la mejor opción porque…
Pero no, se ha limitado a soltar su perorata hueca, su mensaje carente de receptor capacitado, lo que ponía d manifiesto su inexistente capacidad de comunicación humana, su falta de empatía hasta la saciedad, característica que dicen propia de psicópatas y otros enfermos mentales, aunque a mí sencillamente me ha parecido fruto de su ego y su arrogancia, posiblemente fruto de algún trauma o complejo de inferioridad.
Es curioso que las dos únicas veces que he tenido incidentes «desagradables» con médicos haya sido en clínicas privadas. Las veces que he sido atendido en el sistema sanitario de la Seguridad Social siempre, sin excepción, he sido bien tratado por profesionales que, si no se cuestiona su capacidad para realizar correctamente su trabajo ni su metodología (lo que viene siendo el método científico basado en el pensamiento racional), me han tratado perfectamente, aconsejándome procedimientos que, en la mayor parte de las ocasiones o prácticamente siempre, han resultado en una enorme mejoría de mi calidad de vida, de mi salud, que cuando ha sido maltrecha lo ha sido por causas poco místicas.
Por no mencionar el tema de la pésima gestión de las clínicas privadas que, en comparación con la sanidad pública, son ineficaces, derrochadoras, caóticas, lentas, enervantes, crispadas… pero eso sí, mucho menos criticadas.
¿Por qué fui a «la privada» entonces?
Por una cuestión banal, pero importante: mi médico de cabecera, que me encanta, tiene horario de tarde y no quiero cambiar para no perderle, pero durante estos meses pasados me era imposible acudir sin tener que renunciar a alguna clase y, consecuentemente, al dinero ingresado. Ahora empiezan las vacas flacas y tenía que llenar el granero.
Y no me gusta la aproximación por la cual el paciente se dirige directamente al especialista, sino que respeto la cadena de protocolo diagnóstico que tiene como puerta de entrada a esa figura muchas veces vilipendiada que es el médico «básico» de cabecera, de familia… o como se quiera llamar que acaba siendo un «dispensador» de recetas y/o citas de especialista, pero yo no quiero saltarme ese trámite que respeta ese trabajo que considero esencial para no acabar perdiendo tiempo en especialistas que el paciente se haya auto-diagnosticado y auto-recomendado, ya sea tras una ardua búsqueda en google o una especializada conversación de bar con unas amigas.
Pero sé que soy rara avis. Quizá un día estaré extinto.