Bebo Coca-Cola

Sí, señoras y señores, sí, un performer, coherente en la mayoría de los casos con una forma de vida de obsesiva conciencia social y política, sí, un tipo así, como yo, bebe coca-cola.

El otro día, en una reunión informal con una amiga, me afeó este hecho, al pedir en una terracita de un restaurante libanés afincado en la calle Miguel Servet, esquina con Mesón de Paredes, bajo el ventanal en el que pasé mis primeros años de infancia, me dijo que debería pedir otra cosa, que si no me había enterado de lo que estaba haciendo la empresa en cuestión, etc, etc…

Y le contesté que sí, que sí me había enterado, pero que me gustaba la coca-cola, además de otra crítica que hice, esta vez no a ella, pero sí a la estrategia que está siguiendo para, presuntamente, reducir el consumo (penalizando) de tal empresa. Como ya comenté en otra ocasión, hablar tanto de Coca-Cola, lo único que, verdaderamente hace es darle más visibilidad. Le sugerí que, si ella deseaba que se bebiese menos ese producto dejase de hablar de él y hablase de otros.

Y aquí llego a mi pequeña reflexión de hoy: quizá ha llegado el momento de hablar en positivo, con propuestas y no con des-propuestas. En lugar de «No bebas esto o aquello», «No votes esto o aquello», «No hagas con tu dinero esto o aquello», quiero oír propuestas en positivo: «Te podría gustar beber esto o aquello», «Podría cambiar algo votar a esto o a aquello», «Si tienes dinero, podrías hacer esto o aquello».

Me recordó a cuando quería practicar inglés y pensé que no encontraría ningún chico con el que pudiera tener una conversación ni medianamente interesante y pensaba en poner un anuncio tipo «Busco chica con la que practicar inglés», pero claro, esto generaba un problema de posible mala interpretación de las intenciones. Carmen, en su pragmática sabiduría, me aconsejó: «¿Por qué no pones un anuncio diciendo que deseas practicar inglés y que tus intereses son el arte, la danza, la poesía y que no te interesan los deportes?»

Fue genial, porque no ponía las cosas en términos negativos o excluyentes sino en términos de lo que deseaba, directamente. En realidad, excluía también un montón de posibles «chicas» que tampoco me habrían resultado muy interesantes. Finalmente no puse el anuncio (no encuentro huecos «convenientes» en mi calendario), pero la propuesta en caso de que lo llegue a poner sigue siendo la suya.

En el caso de algo que comento muchas veces, sobre el uso de sistemas como FaceBook o Windows o similares, voy cambiando el discurso a estrategias más positivas: no es que windows sea malo, es que hay otros sistemas operativos, por ejemplo Linux, que pueden ser mucho mejores, gratuitos, libres de virus, libres de software pirata y sus exigencias económicas…

No obstante, el resto de la conversación también estuvo plagado de lugares comunes que no siento que aporten nada a un debate que, a estas alturas, ya ni parece tal: solidaridad, desafección a la corrupción, compromiso, irrepresentabilidad, participación, reparto de riqueza, injustificación de deudas (que, no obstante, se adquieren mediante compromisos), desmantelamiento del estado del bienestar (si asumir sus costes y, por supuesto, sin plantear alternativas), en resumen, un discurso que no puede ganar adeptos formulado de esta manera. Es preciso plantearse las estrategias que se están empleando, no solo los fines, que no acaban de estar tampoco bien trazados.

Está bien: sabemos qué no nos gusta, pero ¿qué queremos? ¿cómo podemos lograrlo?

Sí, supongo que tengo que ir a conocer un poco más los movimientos asamblearios. Seguro que hay pequeñas cosas que están haciendo (en positivo) que contribuyen a mejorar el planeta. No hacerlo es algo irresponsable, mucho más que beberme una bebida refrescante un viernes por la tarde.

Deng Xiaoping y la crisis de Europa Occidental

Hoy venía pensando que aún no estamos en «crisis», pero sí preparando el terreno para estar en una situación terrible en los próximos años. Dentro de 15 años, cuando la enseñanza pública y la educación pública sean una ridícula muestra de lo que son ahora mismo, cuando los derechos sociales y laborales estén tan mermados que den risa… o pena, o rabia… es cuando verdaderamente podremos hablar de situación crítica.

No obstante, seguí intentando pensar el porqué de esta situación que nos lleva a esta dramática reducción de la calidad de vida, al desmonte del «Estado del Bienestar» y creí poder trazarlo hasta la burbuja inmobiliaria y/o la financiera.

Pero pensé que eso era un efecto y no una causa: ¿Qué nos llevó a los occidentales a vivir volcados en burbujas como estas, altamente especulativas y de riesgos, como hemos visto, altos?

Y pensé que era la inexistencia de bloques soviéticos, que podía explicar el auge y despegue sin restricciones de la neoliberalidad salvaje que campa a sus anchas por el planeta tras el decaimiento (inevitable) del muro que había mantenido un ilusorio status quo hasta los 80. Las desregularizaciones han ayudado a hacerse mucho más ricos a empresarios completamente «desescrupulados» (si es que alguna vez han tenido de aquellos) sin ya reparar en, ni siquiera, nacionalismos o fronteras.

Pero creí pensar que algo ahí se me estaba olvidando… hasta que me acordé de un artículo de wikipedia que estuve leyendo el otro día sobre la Revolución Cultural China. No sé por qué en ese momento no me llamó la atención, pero algo sí me quedó claro: fruto del fracaso de la misma, de su propia autoaniquilación, abrió paso a un proceso de liberalización de la economía hacia una «de mercado».

Incluyo parte del artículo porque está bastante bien explicado:

La Gran Revolución Cultural Proletaria fue una campaña de masas en la República Popular China organizada por el líder del Partido Comunista de China Mao Zedong a partir de 1966 y dirigida contra altos cargos del partido e intelectuales a los que Mao y sus seguidores acusaron de traicionar los ideales revolucionarios, al ser, según sus propias palabras, partidarios del camino capitalista.

En realidad supuso una radicalización de la revolución china. Mao, apoyado por un sector dirigente del Partido (Banda de los Cuatro), utilizó una gigantesca movilización estudiantil (Guardias rojos) para desacreditar al ala derecha, pro-capitalista (encabezada por Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xiaoping), dentro del aparato del Partido Comunista Chino. Esta recorrió todo el país, afectando también a las áreas rurales, terminó por extenderse a la clase obrera y, finalmente, a los soldados del Ejército Popular, convirtiéndose en un cuestionamiento generalizado contra las autoridades del Partido, que amenazaba con escapársele de las manos. Este proceso dio lugar a la conformación de Comités Populares de obreros, soldados y cuadros del partido por cerca de la mitad del país, los cuales funcionaban como órganos de doble poder popular en las distintas tareas de administración y gobierno; situación que Mao logró encauzar, situándolos bajo la dirección del Partido. Esta situación duró hasta 1976, momento en que un golpe de Estado militar encabezado por Deng Xiaoping, con una dura represión, restauró en el poder a la facción encabezada por él mismo, procediéndose al arresto de la Banda de los Cuatro y la vuelta al statu quo, emprendiendo los cambios en la economía que, bajo el nombre de socialismo con características de mercado, iniciarían la vuelta a la economía de mercado capitalista.

Y aquí sí, en esta última frase es donde pude haber parado de buscar: teniendo, desde ese año, un millar de millones de trabajadores potenciales muy baratos, había que garantizar la posibilidad de movilidad de capital y de empresas… y comenzó el desmonte del «paraíso occidental».

Ahora no es posible entender el mundo sin este protagonismo chino en la economía, pero la situación proviene de una contra-revolución de una revolución que no conocemos mucho en occidente. ¿Por qué se había ocasionado realmente la Revolución Cultural y su contrarevolución correspondiente o golpe de Xiaoping? ¿Eran fenómenos evitables?

Me surgen muchas más preguntas, pero lo que veo es que esta conexión no era muy evidente y ahora no puedo dejar de verla: es un elefante rosa en la habitación. Me encanta habérmela encontrado.

Sobre qué hacer ahora… mejor para otro día, pero si sabemos orígenes, puede que podamos pensar mejor de cara al futuro. Puede.

Publicidad sin encubrimiento

anti coca-cola

Desde hace días vengo viendo en las redes sociales campañas contra la famosa empresa de este mejunge negro ignoto.

Y por más que todos aducen razones contra el consumo de la misma, yo no puedo parar de recordar al padre de la publicidad: Tomás de Aquino y su celebérrima sentencia: «Que hablen de mí, aunque sea mal«. (No sé si verdaderamente esta frase fue suya ni en qué contexto se empleó)

¿No se tratará de una campaña de publicidad encubierta? Al fin y al cabo, detrás de cada logo rojo y blanco como el que he puesto en esta entrada, encuentra tu cabeza una referencia al producto que, en algún momento, tu subconsciente (si no lo tienes muy bien educado) va a usar para solicitar la malhadada bebida.

Puede que parezca demasiado paranoico con esta observación, pero es que no me sorprendería ni lo más mínimo de aquella empresita capaz de dar origen a la necesidad de regular la publicidad subliminal.

Recibo todos estos mensajes de desaprovación de la compañía fabricante del brebaje pero no acabo de creer que el objetivo se vaya a lograr de esta manera, sino más bien el contrario: reforzar la empresa en cuestión.

Recuerdo, cariñosamente, la acción mucho más contundente y menos visualmente impactante, menos simple, en resumidas cuentas, de mi querido Jaime Vallaure, que realizó un trabajo en el que iba imprimiendo cada cierto tiempo postales con el texto: «N días en La Tierra sin tomar Coca-Cola». Expuso, al parecer, en el 2001 un resultado de este proyecto en CoMa, titulándolo: “24 meses en la tierra sin tomar una gota de coca-cola”.

Copiándole (sin saberlo) llevo años sin entrar en El Corte Inglés. Ya ni siquiera hablo mal de ese centro comercial. Tan solo no entro. ¿Y si lo hacemos así? Poco a poco, pero contundente, radicalmente.

Revolucionario

revolucionario No soy revolucionario por llevar una camiseta reivindicativa de aquellos tiempos en los que este país fue a una guerra que nunca fue nombrada como tal, sino como conflicto armado, para que su inútil majestad no tuviese que mancharse las manos declarándola.

No soy revolucionario por no olvidarme, de eso, ni de Haití.

No soy revolucionario por hablar así de la cabeza (calva y huera) del estado español, ni por poner estado español en cursivas.

No soy revolucionario por atreverme a lucir sin aderezos en esta foto, sin retoques adecuados para las redes sociales.

No, en realidad (lo otro no era real), soy revolucionario por no haber tirado la camiseta en cuestión después de estar casi atravesada de hilos desliados, por aguantar su utilización hasta que ya no es posible seguir haciéndolo como prenda y continuar usándola como trapos, y cuando no sirva de trapos, usarla para quitar grasa adherida a la campana.

Soy revolucionario, no por lo que digo o las firmas de peticiones que realizo, sino por los actos con los que conformo mi vida, paso a paso (que diría John Rambo).

Ver cómo me miraban en la playa los bienvestidos domingueros que practican deporte de élite, con ropa de élite, recién comprada en el decatlón de turno, transpirable, irrompible, sumergible… era tomar conciencia de que voy, verdaderamente, contracorriente. Esta es mi pequeña revolución. La que puedo hacer y no vender.

Pasta al pesto

Aunque solo fuese por el nombre, ya me gustaría, pero además está ese intenso color verde, ese saborcillo al ajo, y el aroma inconfundible de la albahaca.

Estas navidades el hermano de Carmen me regaló una planta entera de albahaca que él había estado cultivando con cariño. Tanto que le crecía demasiado… casi se podría pensar. Yo me la comería a bocados, hoja a hoja… así que como él lo sabía, me la dio el día 5 de enero cuando pasamos por allí de vuelta a casa desde nuestras merecidas vacaciones.

Lo primero que hice fue sacarla del tiesto en el que estaba viviendo. La corté con una tijera inmisericorde para poder traerla a Madrid sin riesgo a que se cayese en el camino. Esto le restó algo de frescor, pero qué le vamos a hacer.

Una vez en mi cocina, fue dirigida a varios frentes:

1.- Servir de aroma de un aceite de oliva virgen que convivió con unas cuantas ramas de la planta durante unas semanas, hasta alcanzar el sabor de aceite aromático deseado. Ideal para ensaladas, o para tostadas… o para tantas cosas.

2.- Junto con un queso manchego que también fue regalado en la región, aromatizar unos trozos de queso curado en aceite. Este queso es una auténtica delicia, una vez terminado el tiempo de absorción de sabores. Y además, después, se puede usar ese aceite, que también tiene el resto de aromas de albahaca y queso. Hummm…

3.- Unas cuantas ramitas fueron reservadas para utilizar durante la semana como adorno y como condimento de las comidas.

4.- El plato fuerte fue el pesto.

Preparación de Pasta al Pesto de albahaca fresca.

Ingredientes:

  • «Medio litro» de hojas de albahaca fresca. No prensándolas.
  • 3 dientes de ajo.
  • 250 gramos de queso curado.
  • 100 gramos de almendras o piñones.
  • 200 mililitros de aceite de oliva virgen.
  • 100 gramos de espaguetti por cada comensal.

Preparación del pesto

Nota: Con esas cantidades, sale mucho pesto, así que tuve hasta para exportar (incluso un poco a quien me había dado la albahaca, que lo merecía). Yo lo hago fresco y luego lo almaceno en tarritos de conservas para usarlo más adelante. Dura bastante tiempo, una vez que está hecho y cubierto por una capita de aceite para que no se oxide, aún más. Además, lo guardo en el frigorífico y lo uso sacándolo una hora antes de su utilización.

Hice todo el pesto siguiendo una recetilla que tengo en un libro (aunque la hago un poco sobre la marcha, porque en realidad no importa mucho) de recetas con Thermomix.

En el cubo de Thermomix trituré el queso (poniéndolo a potencias 5/6 y aumentando varias veces hasta que quede bastante fino: cuanto más seco sea, mejor) y lo retiré.

Introduje los 3 dientes de ajos cortados en cuadraditos y trituré. Agregué las almendras. Trituré…

Acabo de ver una receta que lo explica más en detalle. Copio:

Poner en el cubo las almendras, la albahaca, el ajo, el queso y programar 15 segundos, velocidad progresiva 5-7-9.

Verter poco a poco el aceite a velocidad 5, con el cubilete puesto, de forma que caiga un suave hilo que vaya emulsionándose. Añadir sal, si fuera necesario, aunque el queso aporta suficiente sal y sabor.

Ya dije que reservaba el exceso para su uso posterior. Este viernes tocó usarlo.

Preparación de la pasta al pesto

En un recipiente que soporte altas temperaturas, añadir agua en abundancia (3 litros). Y ponerlo a fuego a toda potencia. Para que no se detenga la cocción cuando se produzca. Echar un par de cucharadas de sal. Ya que estaba hecho, usé aceite de oliva aromatizado con albahaca para añadir sabor, echando un par de cucharadas al agua de la cocción.

Cocer la pasta normalmente cuando el agua comience a hervir. La mejor para esta receta son tallarines, porque son planos y adsorben (sí, adsorben con d) más salsa, pero los espaguetti estaban abiertos. Así que…

Cuando esté la pasta, escurrirla sobre uno de esos aparatejos con agujeros que sirven para ello, preferiblemente planos, metálicos, para que la pasta sufra menos abrasiones. Antes se habrá tenido la precaución de poner bajo el chisme colador en cuestión una jarra en la que vamos a recoger algo del agua sobrante de la cocción. Bajo ningún concepto lavar la pasta: si esto es inadecuado siempre, en este caso es terrible, porque luego la salsa no se adherirá correctamente y quedará deslavazada.

En un bol (o en un vaso) mezclar la cantidad deseada de pesto (sin excesos, que es muy sabrosa) con una cucharada de aceite de oliva y una cucharada (o dos) de agua de la cocción.

Mezclar en el cacharro mismo que se ha usado para la cocción con la pasta y añadir algo de agua si fuese necesario, siempre, de la que quedó en la jarrita que usamos para recoger la de la cocción de la pasta.

Es simple, pero no tanto como parece. A mí me parece un plato delicioso que tengo la suerte de conseguir que me salga estupendo de sabor, de apariencia… y para rematar: marida perfectamente con vinito blanco o un rosado de aguja… Muy de restaurante italiano, vaya.

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en 3 palabras

loquería
lotería
lokería


Etimología de Lotería

Después de una guerra, en la subasta, a cada soldado le tocaba una porción de tierra, en la que construía su casa (o mansión o castillo, si era general), la cultivaba y vivía allí por muchos años. Se casaba y tenía hijos. Al tiempo, se ponía viejo y moría. Entonces, el terreno del difunto se repartía entre los hijos. Esta herencia se llamaba lote.

La palabra lote proviene del francés lot (herencia) y este del gótico hlauts (porción de tierra). Ahora, imagínense al viejo moribundo y sus hijos peleándose entre ellos. De ahí, hacer las cosas "al lote", es decir desordenadamente. Bueno, finalmente se aclaraba lo que le tocaba a cada hijo.

La palabra lotería se refiere a un sorteo donde se entregan premios. Esta palabra proviene del francés loterie, la que a su vez proviene de lot.

La palabra hlauts también significaba suerte, en el sentido de sorteo. Loterie parece que llegó al francés por el italiano lotteria o del neerlandés loterije (mediados del s. XVI). La palabra lotissement (urbanización, parcelación), de uso común en francés, significó desde el s. XIII hasta mediados del XX, sorteo, y el verbo lotir (repartir, distribuir en lotes, parcelar, sortear).

La relación de "herencia de terreno" con "sorteo" e incluso "suerte", se explica fácilmente. Aunque la tierra del viejo se divida en parcelas de igual tamaño, no todas son iguales. Por ejemplo, a un hijo le tocaba el terreno donde estaba la casa. Al otro donde estaba el río. Al tercero le tocaba las tierras más fértiles, para cultivar…. Y al cuarto le tocaba tierras sin agua ni caminos, pedregosas y montañosas.

Por otro lado, a alguien que le tocaba el mejor campo, sin haber sido soldado, ni trabajado allí (por ejemplo, heredado de un tío rico que no tenía hijos), era como sacarse la lotería.

Las palabras suerte y sorteo provienen del latín sor, sortis (suerte), igual que lote viene del germaníco hlauts (suerte). El primer significado de estas palabras era suerte, como en dados o otro juego al azar. De ahí pasó a lo heredado.

Esto no es una broma