Ahorrar 200€/año en la factura de la luz

He comenzado el día con una noticia (que más bien parecía un reportaje publicitario) sobre la manera que tienen las familias y particulares de ahorrar 200€/año en la factura de la luz y que pasaba por consejos como invertir en infraestructuras como aislamientos, reducir el uso de calefacción, amén de minúsculas modificaciones en hábitos como el de utilizar el frigorífico de manera más racional, abriéndolo tan sólo cuando sea necesario y manteniendo la puerta abierta el menor tiempo posible.

Y por supuesto que es correcto hacer todo esto, pero un ahorro de 200€/año es diminuto comparado con lo que una familia media puede ahorrar en telefonía, sin ir más lejos. O en otras subscripciones como plataformas audiovisuales varias (netflix, imagenios, hbos, spotify…) que poco a poco nos van simplificando la vida o haciéndola más agradable.

La verdad es que mis ingresos (escasos) van orientados a vivir lo mejor posible y algunas de las reducciones que proponía el mentado artículo harían que mi vida fuese más incómoda con una reducción de no más de 5 o 6€/mensuales en el mejor de los casos, lo que conlleva una pérdida de tiempo y esfuerzo.

No se ataca el hecho de haber comprado una casa sobredimensionada, como suele ser la de la inmensa mayoría de la gente de mi entorno, adquirir equipos electrónicos varios sin que su posesión esté verdaderamente justificada, o tener hábitos de vida que dan la espalda a la eficiencia energética, como desear viajar por encima de todas las cosas de turismo rural o turismo internacional o cosas parecidas, sin un cambio de paradigma en el que si no estás a gusto en el lugar de residencia, te plantees elegir otro lugar.

Por añadidura, de la factura de la luz apenas el 30% es consumo, lo que supone que olvidamos que la reducción en la misma pasaría por incidir en políticas como la nacionalización de la producción eléctrica, es decir, reivindicaciones sociales vs soluciones individuales.

Nos piden que seamos pobres y además que nos privemos de aquello para lo que ganamos dinero, con la excusa de la autoculpabilización y es un sometimiento muy bien aprendido de un par de milenios por la enseñanza de la religión cristiana.

Por otro lado, la responsabilidad no deja de ser personal… pero por favor, también a la hora de elegir representantes en el parlamento. Y de eso no hablaba el artículo.

La muerte del minorista

La frutería de mi calle, que no está en mi calle sino en la esquina de la Corredera Baja de San Pablo con la calle Puebla, hace tiempo que dejó de estar en la esquina, cuando el supermercado que la acogía acabó por convertirse en un «mercado» boutique que decidió situar la frutería en el interior del mismo, haciéndola casi invisible para toda persona que no supiese que allí había una frutería.

Los fruteros se desplazaron a la fachada enfrentada, en los impares de la Corredera, y se llama frutas manolo, o parecido, pero han decidido dejar de atender como fruteros tradicionales, proporcionándote la fruta en mano elegida según lo que les pidas, amén de eliminar los precios de las estanterías con lo que no conoces cuánto te vas a gastar hasta que lo tienes todo en la caja y deciden cobrarte.

Carmen y yo continuamos fieles a la frutería del interior de la «boutique» porque el servicio minorista seguía siendo el trato al cliente, atendiéndonos, dándonos a elegir entre verduras más o menos maduras o recomendándonos algún genero que podíamos haber dejado de lado incluso dándonos a probar alguna muestra de, pongamos, fresas o cerezas, para animarnos a comprarlas porque les había llegado una buena remesa.

Dejamos a Manolo y sus fruteros y continuamos durante años con los nuevos fruteros de la nueva frutería interna al mercado pretencioso. Algunos de los nuevos fruteros eran ucranianos (o ucranios, según se quiera) y algún otro hispanoamericano. Eran simpáticos y amables. (En realidad siguen siéndolo)

Pero definitivamente la evolución que se conoce con el antipático nombre de gentrificación sigue avanzando en el barrio y triunfa la apariencia, la vacua sensación de riqueza, aún sacrificando la calidad en el género y, especialmente, en el servicio. Así que la boutade en la que han convertido en minifrutería la frutería del interior en la última remodelación de las ofertas en ese pomposo mercado, que vende pan de muchos cereales inflados (el precio también), y que ha transformado la esquina de la frutería original, la de Manolo, en una diminuta e incómoda cafetería con cafés y desayunos ampulosos, pero diminutos, síndrome de la tontería que campa a sus anchas en las nuevas propuestas del barrio que denominan Malasaña.

La actual sección dedicada a frutas es tan pequeña que ya casi es inexistente. Mientras los fruteros ucranianos (o ucranios) se han visto obligados a mudarse a su nave almacén en la calle La Nao, una minúscula callejuela que une transversalmente Puebla y mi calle (Loreto y Chicote).

Hace tiempo que les comenté que por qué no se mudaban a su almacén y abrían ahí una frutería y les dije que, por mi parte, seguro que seguía comprándoles allí. Parece que finalmente tuvieron que hacerlo forzados por la nueva estrategia comercial del super del barrio. Que ya ni lo es ni lo parece.

Además, desde siempre, compramos grandes cantidades y les solicitamos que nos las sirvan a domicilio, así que esa mudanza podría comportar un cambio en la forma de relacionarnos con ellos, adquirir o realizar el pedido por teléfono o, mejor aún, por whatsapp y esperar relajadamente a que lo dispensasen.

Y aquí es donde realmente creo que el negocio minorista muere: no sabe hacer del problema oportunidad.

Era una buena ocasión para trasladar, con mínima inversión, su negocio de fruteros tradicional a una web sencilla, presencial, que tan solo contenga los productos que ofrecen y sus precios, quizá un pequeño formulario (simple) de pedidos online…

Parece que eso es mucho pedir y tan solo se ofrecieron a darnos su teléfono, para llamar y pedir o para enviar un whatsapp con el pedido. Y este sábado así lo hicimos.

Pedimos una compra «básica», sin grandes cosas, sin mucho peso. En muchas ocasiones presenciales hemos pedido mucho más. Pero en esta ocasión nos costó mucho más. 70€ por una cantidad de fruta y verdura que difícilmente superará un par de semanas. Y me pareció excesivo. El amable frutero ucraniano (o ucranio) dejó de ser tan amable y me dejó caer que es que ahora ya sólo atienden a comercios, a lo que le dije que era una buena oportunidad para cambiar de mentalidad y aprovechar para ofrecer productos a domicilio a un montón de gente que, en sus casas, está acostumbrada a comprar sin salir del móvil. Pero no se dio por aludido y siguió insistiendo (como justificando el elevado precio de sus frutas) en que su clientela, ahora, sin su frutería de antes, se limitaba a restaurantes que piden material más caro.

No quiero pasar a comprar frutas y verduras a un Carrefour recién abierto, ni a un DIA, que envasa hasta cada plátano por separado en bolsitas absurdas de plástico, para luego cobrarte la bolsa de plástico externa que las contiene a todas. Y procuro no comprar en fruterías atendidas por personal de etnia han porque tienen la misma forma de atender que nos desanimó a seguir comprando a Manolo, «do it yourself» y luego te cobran en caja, si bien tienen mucha más variedad que la mayoría de las fruterías tradicionales o castizas y, desde luego, muchos mejores precios.

Hace tiempo que Carmen y yo venimos evitando hacer la compra a eco-tiendas por su elevado precio y porque además, cuando en su día miramos la posibilidad de hacerlo, no llevaban las frutas a casa y el horario de recogida era incompatible con nuestros horarios, pensando más bien en su clientela de oficina, de trabajadores de 9 a 5.

Ayer estuve mirando las páginas web de varias de estas empresas eco/bio… o lo que sea y el caso es que parece que son mucho más amigables que hace tiempo, mucho más sencillas y, desde luego, ponen al servicio del cliente (que también es ciudadano, sí, pero también cliente) un surtido más amplio del que partían inicialmente, dando solo opción a frutas y/o verduras de temporada, sin posibilidades de adquisición de otras frutas o verduras un poco menos «ecológicas», pero que también queremos consumir (sí, somos muy malas personas, por no querer aprender cuándo es la temporada ideal de calabacín). Sobra decir que han hecho un esfuerzo por bajar los precios y resultan mucho más competitivas (lo que es sinónimo de baratas) que las fruterías de barrio minorista.

Y eso acabará por ser su pequeña puntilla: si se niegan a adaptarse, se tendrán que preparar para la larga travesía del desierto.

Lamentándolo mucho, dejaré de comprar fruta a nuestro querido frutero ucraniano (ucranio), así como dejamos de comprar en su día a Manolo y compañía. Aun a sabiendas de que su proximidad habría de ser una acicate para que lo hiciésemos.

¿Qué precio poner para un Curso de Tango?

El capitalismo es ese monstruo en el que las cosas no tienen otro valor que su precio, y el precio no lo decide la ética, sino lo que se conoce como «el mercado», que no es otra cosa que los precios que otras personas han decidido poner a algo que tiene un valor arbitrario y que mucha gente ha aceptado como aceptable, lo que es el colmo de la aceptación. Quizá por eso es tan complejo cuestionar el capitalismo, porque tiene permanentemente una doble aceptación de toda persona inmersa en el mismo, lo que hace que nadie cuestione los precios cuando conoce «el mercado».

El otro día en un anuncio para el Curso de Tango que Carmen de la Rosa imparte en este fin de semana puso el precio (siempre es reticente a informar del mismo) de 60€/6 horas (50€/6 horas si se asiste en pareja). Está más bien por debajo de lo que viene siendo ese «mercado» de clases de Tango.

Por supuesto, hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero (¿dineral?) en esa actividad que requiere que una persona (o dos) dejen de disfrutar de un fin de semana, que ha requerido que esa persona que propone el curso tenga que pagar más de 30€ de publicidad, más de 60€ de sala, sin saber aún si el curso le saldrá adelante, que ha tenido que formarse (invirtiendo tiempo y dinero) para poder ofrecer una calidad como sólo ella puede tener, una calidez que va incluida en el precio (y que es un valor incalculable), que ha gastado su tiempo (que alguna vez dicen que vale oro… pero no sé muy bien el tiempo de quién) en hacer un cartel, en tener fotografías que puedan ser atractivas para que la gente esté dispuesta a pagar el precio que se solicita de acuerdo al mentado «mercado», que ha tenido que pagar a esa fotógrafa profesional que le realizó unas fotos, que tuvo que pagar la sala donde se llevó a cabo esa sesión fotográfica, que tuvo que adquirir un vestuario adecuado para que la gente no diga que no son formas esas de dar clases… que ha gastado su esfuerzo en responder a cada una de las personas interesadas (y estupendo que así lo haga) dejando de lado a su familia que la necesita, a su pareja, a sus amigos y a la opción de estar tomándose tranquilamente una cañita en una plaza de Madrid.

Hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero. Faltaría más. No estamos hablando de exigir pagar a quienes generan cultura como si fuesen funcionarios, no (Ironía Off). Se trata de ofrecer un producto (oferta) que puede o no tener una acogida (demanda) cuyo equilibrio genera una presunta justificación a ese precio que «el mercado» decide poner al mismo y que la sociedad inmersa en el capitalismo acepta como aceptable.

La misma docente desearía poder poner un precio más barato, ignorando las exigencias del mercado para no tener que pagar salas a los precios que tienen, ni pagar publicidad de grandes empresas con dudas prácticas impositivas, ni pagar a otros profesores que la formaron, ni fotógrafas que la retrataron, ni gastar tiempo y que ocurriese por arte de magia, así, de la nada, un curso este sábado, pero poder además disponer de ese tiempo en el que estoy allí para estar también con la pareja, con la familia o tomándose una cañita en una plaza de Madrid, por supuesto gratuitamente.

Hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero en un Curso de Tango, e incluso, claro que sí, está en su derecho (hay tantos derechos…) de afirmar que le parece muy caro, sí, que le parece muy caro, así, en absoluto, sin decir por qué le parece caro… y claro, entonces yo pienso que también tengo derecho (ya que se trata de derechos…) de decir que lo que esa persona me parece es o bien una irresponsable que desea acabar con las normas básicas del capitalismo, o bien una idiota que no ha pensado que su trabajo (porque seguramente también trabajará o recibirá ingresos de alguien que lo haga) también me puede parecer a mí muy caro y puedo estar deseando que no cobre ni un duro por lo que hace… y además, que me permita el derecho (sí, sí… a mí también me gusta tener derechos) de decirle que su trabajo es innecesario y mucho más caro de lo que yo consideraría razonable pagarle.

Así como curiosidad malsana, me dio por ojear su perfil de Facebook y encuentro que estudió en ICADE, una empresa privada conocida por su política de precios elevados (de acuerdo al sacrosanto «mercado») y que dice ser Gerente General de no sé qué empresa. Jo. Esta persona está claro que cree tener más derechos que yo, que la docente y que mucha otra gente, seguramente. Y ahora comprendo cómo ha llegado a esa simplista conclusión de que el precio de 60€/6 horas de un Curso de Tango en fin de semana por la mejor profesora de Madrid es «caro».

Date un respiro (punto es)

Hace un par de años «sufrí» una anécdota algo morbosa y que no es graciosa aunque lo pueda parecer:

La persona con quien compartía alquiler de local y junto a quien convivía con frecuencia puesto que también le impartía clases dos días por semana a su hijo en su domicilio, por no decir que había formado parte del equipo que había estado trabajando sobre una cuestión existencial pequeña muy personal que se materializó en mi proyecto La Consulta, la persona a quien podemos poner el nombre que solía acarrear con ella, Teresa, junto a su apellido, del Pozo, falleció.

Murió drástica y fulminantemente de un hictus en la piscina.

Había vivido bien y su alegría vital reflejaba sus elecciones vitales día a día, su simpatía, su voluntad de hacer que el mundo fuese un lugar cada vez mejor. Era un lujo y un honor contarse entre sus amigos.

Pero murió.

Fue en verano. Fui a su funeral. Sus amistades se contaban por cientos y desbordaban vitalidad que generaba un ambiente amable, cordial… como Teresa habría querido.

Para ir, en un cementerio a las afueras de esta ciudad atestada de cadáveres, Jaime Vallaure me puso en contacto con un familiar suyo que iba a ir en coche desde el centro.

Le contacté y me respondió que le habían dejado un vehículo «de respiro».

Yo entendí y asumí que eso se trataba de un servicio que ofrecía la funeraria para familiares con esa denominación tan apaciguadora como esa: un «respiro» (sin pensar en crematorios y chimeneas parecía un buen nombre para coches para los familiares de fallecidos).

Pero no era eso.

Cuando me encontré con quien me habría de acercar, me explicó que «Respiro» era una compañía de alquiler de vehículos por horas, un modelo que se define como «carsharing» o compartición de coches, pero que por la módica cantidad de unos pocos euros por hora (según el tipo de membresía) te dejaba disponible un coche en alguno de los parkings que tenían para devolverlo pasado el tiempo reservado a su mismo lugar.

respiro.es

Así que pasado el tiempo, procedí a darme de alta en la modalidad conocida como «A tu aire», en la que no se paga nada más que cuando se desea disponer de coche (4,5€/hora), lo que nos podía facilitar viajes a Colmenar por 3 horas, por ejemplo… o cosas parecidas.

Pasó el tiempo y lo empleamos un par de veces en dos años, pero parecía que podíamos ir usándolo más cada vez, para visitar, por ejemplo, a Silvia y Robert en la lejana Galapagar. Así que decidimos darnos de alta en la modalidad «Prime», es decir, abonando 5€/mes y luego unos 2,5€/hora cada vez que lo usásemos.

Pero no recordaba que la gasolina se tarifica aparte por unos 0,30€/km. Lo que incrementa bastante el precio en cuanto la distancia es cercana a los 100 kms.

En resumidas cuentas, el sábado pasado hicimos un viaje a Galapagar y por unas 7 horas (que hubimos de ampliar a 8 por un atasco terrible debido a las fechas espantosas en las que estamos en el centro de Madrid) acabamos teniendo que pagar 44€. Teniendo el coche en la puerta, pues la calle Barco está al lado de nuestra casa, pero certifiqué (por activa y por pasiva) que teniendo la suerte o desgracia (suerte, suerte) de vivir en el centro de Madrid el medio de transporte más eficiente sigue siendo el transporte público para distancias medias/largas y caminando para distancias cortas/medias.

Lo demás, carsharing, bicicletas, etc… será una buena opción cuando circule mucho menos vehículo por calles y carreteras. Pero ahora mismo es un despropósito gastar 5€/mes para acabar pagando más del doble de lo que habríamos pagado en transporte público (metro y autobús interurbano) que además habría tardado menos de una hora en regresar a nuestro domicilio en lugar de las casi dos horas que empleamos.

Quiero ser «impulsor» de ese futuro en el que haya algunos coches, bicicletas, patinetes, gente paseando… pero no puedo seguir financiando esa app (que no funciona, pero eso es otra cuestión) así que el mismo día que llegamos procedí a solicitar volver a la tarifa A tu aire, que quizá no vuelva a utilizar, pero que puede que sí…

Algún día la movilidad dentro de las ciudades será muy distinta a como lo es ahora, pero el cambio va más lento de lo que yo suponía. Soy tan malo con las predicciones… 😉

Absurda imagen o lo poco que importa una cumbre del clima

Que exista esta imagen junto a este artículo lo dice todo de la importancia que, en realidad, le damos a una cumbre internacional sobre el clima, al cambio climático, a todo lo que no sea bailar y vivir la vida loca (y nunca mejor dicho), olvidando que habrá un mañana, que quizá no sea muy habitable para la especie humana y cuyas consecuencias (que los políticos han considerado demasiado ignorables para no perder votantes del presente que es el cortoplacismo que les importa) serán y están siendo demoledoras en términos de desplazamientos poblacionales (nadie emigra por placer, eso se llama turismo), amén de desequilibrios socioeconómicos más agudos que conllevarán más inestabilidad social que no se podrá ignorar… porque estará en la puerta de las casas, incluso de aquellas personas que pueda afrontar vivir en zonas de exclusión de pobreza, barrios ricos reservados para poderes adquisitivos altos, con seguridad privada, etc, pero que no dejarán, lo sepan estas personas o no, de ser guetos, de ser pequeñas cárceles en las que habitan en su falsa sensación de seguridad y mucho más ficticia libertad.

720 maneras de escribir tu nombre

Gracias a la propuesta de «Amig@ invisible» a la que estuvimos jugando en el taller de Poesía y Escritura Creativa del grupo de los miércoles, me tocó hacerle un regalo a ISABEL y me planteé la curiosa propuesta de hacerle un pequeño obsequio sin adquirir absolutamente nada que no tuviese ya en mi poder.

Así que busqué un código que pudiese hacer permutaciones de palabras (sin repetición). Lo adapté a mis necesidades, aunque usar la palabra necesidad para esto no deja de tener algo de gracia, y generé un documento de las permutaciones que se pueden realizar con las 6 letras de la palabra ISABEL. A continuación, procedía hacer una desordenación aleatoria de las mismas con un comando linux bien sencillo:

sort -R isabel.txt > isabel_desordenada.txt

Lo más laborioso, pero también lo más bello, ha sido realizar la maquetación y posterior impresión de unos libretos con las 720 maneras de escribir su nombre, elegir la letra de la portada, en concreto, me ha llevado casi una mañana.

Las cartulinas que tenía disponibles para realizar la cubierta eran escasas y de un gramaje algo que pusieron en apuros (hasta casi estropear) a mi impresora Canon PIXMA 3650. Por supuesto, algunas de las tipografías elegidas para ser delicadas, como una Josefin Sans Light, apenas se ha impreso correctamente en varios de los ejemplares editados (no voy a realizar tiradas largas). Cada ejemplar de los así creados tendrán un precio de 6€ que era el máximo destinado al regalo del juego navideño.

Ahora me he encontrado con una fuente casi inagotable de generar publicaciones que me fascina: la utilización de la matemática y la informática para escribir textos poéticos delicados y dedicados, explorando la naturaleza corpórea del resultado en impresiones caseras sobre las que tengo un control exhaustivo y que me permiten, además, reutilizar materiales que casi tenía a punto de tirar (eso nunca, y lo sabes).

Autenticación en 2 pasos

El otro día me llegó este mensaje para seguir operando en la cuenta del banco ING:

Como seguramente sabes, la normativa PSD2 ha entrado en vigor, por lo que es imprescindible que, antes del 25 de noviembre, sigas los dos pasos que te indicamos a continuación, ya que de lo contrario no podrás realizar operaciones desde el ordenador sin tener descargada la app en tu móvil.

Ya sabía que iba a ser así, que poco a poco, varias empresas «son forzadas» a implementar medidas de seguridad que ni a ellas mismas les beneficia y este es uno de esos casos.

Esta misma semana comentaba con mi amiga Aída, que algo sabe del tema, que el desarrollo de aplicaciones móviles era algo con visos de entrar en decadencia, puesto que la programación orientada a front-end y back-end en HTML (a partir de la versión 5 especialmente) garantiza una compatibilidad de dispositivos más fácilmente alcanzable, así como un tiempo de desarrollo y mantenimiento infinitamente menor; es decir, que para innumerables necesidades (llamarlas así da algo de reparo) es mucho mejor utilizar la versión web que la app en el móvil, como por ejemplo me pasa en www.just-eat.com, frente a la obligatoriedad (tampoco es para tanto en un servicio como este) de uber-eats. Razón por la cual (es una mínima razón, pero para mí es suficiente) no usaré esta segunda opción para encargar comida a domicilio, más allá de alguna oferta puntual que quiera aprovechar (instalando, consumiendo y desinstalando a continuación la app en cuestión) haciendo así que la mayor parte de las ocasiones prefiera la primera.

Pero cuando este requerimiento viene de un banco… las cosas ya son más serias.

Bien es verdad que es un banco que ha defendido siempre (desde su más o menos desleal competencia) su posicionamiento «online» o tecnológico, carente de oficinas físicas prácticamente en la totalidad del territorio en el que opera, pero es algo que poco a poco van a ir incorporando otras empresas y organizaciones.

Y sin embargo…

Que digan que la autenticación en dos pasos es más segura que a través de en una única pantalla es posible que sea cierto (no es tan seguro, porque el uso que se hace de las herramientas depende, en última instancia, del usuario o la usuaria, pero eso es otro tema, del que no quieren ni hablar) pero que uno de los dos pasos sea la utilización de una APP específica en lugar de un código enviado por SMS (¿por qué no por Telegram/Whatsapp cifrado o con un cifrado básico sobre un SMS o un par de SMSs?) no es nada probable que sea más seguro.

No obstante, no nos quedará más remedio si queremos seguir siendo clientes del susodicho banco o entidad financiera, así que habrá que pasar por el aro de instalarse una versión muy criticada de la APP (tiene una puntuación actual de en torno a 2/5, lo que es un suspenso en toda regla).

Y me da por pensar en la gente que, como mi padre, no tiene un teléfono móvil «smart» y en si se mantiene la opción, de algún modo, que permita a ese perfil de clientes seguir operando con su entidad financiera.

Obvio que el banco no quiere perder clientes, así que no les culpo por la propuesta que habrán valorado como la más sencilla de implementar en su caso (o la más barata, si evitan gastos de contratación de líneas telefónicas para los SMSs), pero ¿y si la próxima vez se trata de la declaración de la renta de las personas físicas? ¿el voto electrónico?

No me acaba de convencer la exigencia social para tener un «smart»-phone, aunque yo tenga uno (que uso para innumerable cantidad de cosas), de lo que hablo es de LA EXIGENCIA de tenerlo para realizar gestiones que no tienen que ver con la telefonía, sino con servicios tradicionalmente realizables en persona, por teléfono, etc.

¿Y la gente mayor? ¿Y el coste de un smartphone y sus consabidas actualizaciones que acaban acarreando una nueva adquisición? ¿Es razonable esa exigencia?

Soy el mal, soy el capital

Tengo unos vasos de plástico que me han regalado, fruto de una adquisición de Carmen que llevaba una milonga junto a su amiga y compañera Inma Garrido. Ellas no llegaron a gastarlos y los iban a tirar, después de clausurada su milonga.

Yo le dije que no lo hicieran y que me los podía quedar yo, para mis encuentros de Té y Poesía o para los talleres, pero me resulta difícil usarlos por la imagen que dan de mí.

Hace un par de años, un asistente a los talleres me comentó que podía adquirir, en lugar de vasos de plástico y cucharillas de plástico que les regalaba antes de cada clase para tomarse un té, unos vasos de papel y cucharillas de palo de bambú… que eran más ecológicos. No lo puse en duda (bueno, sí lo puse en duda, pero él tenía razón), así que a partir de entonces estoy suscrito a un pedido a través de Amazón (lo que ya de por sí no es muy ecológico) por el que me traen 400 vasitos de papel/cartón que aseguran que es reciclado. Eso sí, vienen envueltos en paquetes de plástico conteniendo 50 vasos cada uno. Plástico que procuro reutilizar para tirar el té fresco y que no se pudra en la bolsa grande y no tener que cambiarla cada poco tiempo.

Los palitos de bambú casi no se utilizan porque he reducido casi a la completa extición el uso de azúcar o edulcorantes, en general, lo que los hace superfluos salvo para quien los solicita explícitamente.

Así que ahora doy una imagen de ecologista concienciado (aunque antes lo fuese y no diese esa imagen), de modo que poner sobre la mesa los casi 40 vasos de plástico que heredé de la milonga es casi sacrílego y, sin contexto, puede resultar un detrimento de mi imagen de ecologista concienciado.

Por momentos, he llegado a pensar en tirarlos sin usar, para no perjudicar mi imagen de ecologista concienciado, o en usarlos para algo privado, de modo que no normalice su uso como algo poco nocivo para el planeta, pero hay cierta componente hipócrita en esa acción o esas acciones que perjudicarían la imagen que yo tengo de mí mismo, aunque no la de ecologista concienciado que puede que tengan de mí.

El problema de los vasitos de papel/cartón reciclado es que la mayoría de las personas que los utilizan consideran que ya pueden tirarse, sin más, a la basura y yo me resisto a no darles un uso adicional o varios usos antes de desprenderme de ellos, lo que genera un espacio desaliñado, lleno de papeles sucios y vasos usados, que voy poco a poco reutilizando para tirar el té fresco que uso (para ahorrar sobrecitos, cartón, cuerdas, plástico), para fabricar cubitos de basura… pero no doy abasto para librarme de tanta basura convirtiéndome en una especie de industria del reciclaje que poco tiene que ver con un taller de poesía o un estudio de artista… así que mi imagen de ecologista concienciado está afectando a mi imagen de coordinador de talleres de poesía.

¡Ay, las imágenes! ¡Qué poco dan cuenta de lo que realmente cuenta!

Marmitako de Bacalao

El sábado pasado hice un rico guiso de Marmitako de Bacalao que hacía tiempo que no intentaba. En esta ocasión fue con un taco de unos 300 gramos de bacalao al punto de sal congelado que teníamos en la nevera. Lo habíamos descongelado el día anterior en el frigorífico después de un par de semanas como mínimo de congelación.

Ingredientes para dos personas:

  • Un taco de bacalao de unos 300 gramos al punto de sal.
  • Un diente grande de ajo.
  • Una cebolla mediana o algo más grande si es que mediana no es suficientemente ambiguo.
  • Medio pimiento rojo.
  • Medio pimiento verde o uno italiano.
  • Una patata grandecita, como de 333 gramos (aproximadamente).
  • Una pastilla de caldo de pescado (si no se ha tenido la precaución de preparar un rico caldo de pescado casero a base de cabezas y espinas dorsales con un puerro, sal y, eventualmente, zanahoria).
  • Aceite de oliva virgen extra, sal, pimentón dulce y perejil (idealmente fresco).

Preparación:

En una cazuela en la que quepan al menos dos litros poner unos 10 mililitros o centímetros cúbicos, como se desee, de aceite de oliva virgen extra al fuego bajo y agregar el diente de ajo laminado en cortes no muy finos para que no se queme.

A continuación añadir la cebolla cortada en juliana y cuando vaya cambiando de color, agregar los dos medios pimientos de colores varios que no son igual que agregar un único pimiento de un único color por motivos de sobra conocidos relacionados con la cromatografía gastronómica.

Espolvorear con una cucharadita de sal (no mucha si se va a hacer con pastilla de caldo preparado, que añadirá aún más sal) y un buen montoncito de pimentón dulce de la Vera.

Pelada la patata, ir chascándola sobre el sofrito con un cuchillo poco afilado en trozos de unos 3 o cuatro centímetros cúbicos máximo, para que no tarde demasiado en reblandecerse.

Dejar unos minutos a fuego lento pochando y dejando que tanto el pimiento como la patata y la cebolla suelten agua.

Mientras tanto, hervir (con una tetera, por ejemplo) un litro de agua y disolver en él una pastilla de caldo de pescado.

Cuando la patata empiece a cambiar de textura, echar medio litro de la disolución conteniendo la esencia de pescado de alguna manera preparada sobre el sofrito y esperar a que las patatas estén blanditas, removiendo de vez en cuando para asegurarse de que no se pega al fondo del recipiente en el que esté siendo guisado el alimento. Si es preciso, puede corregirse agregando más caldo o sal…

Cuando las patatas estén blandas, casi a punto de deshacerse, colocar los trozos previamente preparados de bacalao (que por supuesto podría ser otro pescado, como bonito, mero, merluza…) de tal manera que queden cubiertos por el caldo del guiso. Estará listo en muy poco tiempo, no mucho más de 5 minutos. Si nos pasamos, el pescado se deshará y resecará.

Servir caliente en plato hondo, espolvoreado con perejil picado, acompañar de una sidra natural lista para escanciar o, si se pudiera, de un delicioso Getariako Txakoli y vasos bajos.

Esto no es una broma