Termino algún proyecto

o un fragmento de algún proyecto
o un fragm
y abro una terminal
para tener acceso a la línea de comandos
de linux

dirijo la ubicación
a la ruta sobre la que está montado
el disco de backup
y ejecuto el script
que lleva a cabo la sincronización
de las carpetas que incluyen aquella
sobre la que haya estado trabajando

dirijo la ubicación
a la ruta sobre la que está montado
un pendrive
con ciento veintiocho gigabytes
de capacidad
y ejecuto el script
que lleva a cabo un fragmento de la sincronización
de las carpetas que incluyen aquella
sobre la que haya estado trabajando

cierro
tecleando un comando de salida
la terminal abierta

siento cierta satisfacción
creyendo que controlo algo de la incertidumbre
que acarrea el futuro
creyendo que lo que guardo
es digno de guardarse
para una posteridad sorda

siento cierto poder
cierta sensación de dominio
cierto orgullo rayano en la pedantería
por el conocimiento de un lenguaje
con el que hacerme entender por una máquina
olvidando
que no domino el lenguaje
con el que hacerme entender por un humano

tras la pequeña excursión
pienso en comenzar otro proyecto
o un fragmento de algún proyecto
que esté fraguando

y así
día tras
día.

1960

Ayer caminaba por Daimiel y tenía la tentación de hacer una fotografía (con un móvil, claro está) y llevarla a blanco y negro.

Me daba la impresión de que si la veía en sepia o sin color vería el alma de lo que estaba ante mis ojos:

Una estampa de 1960 en una ciudad de provincias.

No había muchas cosas que denotasen que habíamos entrado en el tercer milenio o que había muerto Franco.

No hice la fotografía, que me parecía demasiado intrusiva por aquello de robar sus almas o sus derechos a la intimidad (lo que hoy también me parece algo decimonónico) y sólo me queda este recuerdo que me ha hecho venir hoy al estudio observando cuántas de las cosas que veía habitualmente parecerían del siglo pasado… y sorpendentemente hay pocas imágenes (excluyendo los teléfonos móviles omnipresentes en Madrid) que me pareciesen actuales.

Los virus aprenden a escribir

Lo más preocupante de que un virus aprenda a escribir es que ya no puedes fiarte de ese instinto que te dice que si un correo electrónico viene con muchas y extrañas faltas ortográficas muy probablemente se trate de un correo peligroso, SPAM o troyano.

Hoy he recibido un par de emails con un asunto sorprendentemente bien escrito:

Espero que estés pasando un día fantástico

y un contenido también bien redactado, incluso haciendo uso de negritas en los lugares adecuados:

¡Es una oportunidad que no debes desaprovechar!

Indicaban que te convenía pinchar en un enlace de bit.ly (esto ya es sospechoso de por sí, pero hay gente que usa acortadores de URL algo inapropiados)

https://XXXbit.ly/3XXXX526XXXXWVh

Si quitas las X aún puedes ir a ver lo que aparece ahí, bajo tu responsabilidad o irresponsabilidad.

Yo, curioso con estas cosas, por viejos hábitos que no hacen al monje, quise ver qué había en ese enlace con la mayor de las seguridades posibles, así que en una máquina virtual Linux (que no tiene acceso a ninguna de las carpetas del anfitrión) dentro de mi sistema principal Linux habilité la compartición del portapapeles bidireccionalmente (lo que ya me pareció un riesgo alto, pero me dio pereza teclear la dirección manualmente), en esa máquina abrí un firefox y lancé a copiar la URL en cuestión, encontrándome que me dirigía a una web que no tiene una pinta muy maliciosa:

salvo para personas incautas que crean que si no pagan en esa pantalla van a tener algún problema. Navegué por otras páginas y cerré esa pestaña sin el más mínimo problema… aunque no probé con otros navegadores quizá más expuestos, móviles incluidos, pues mi curiosidad tiene un límite.

Un tablero encontrado en la calle

Ayer encontré un tablero en la calle
que hoy traje a mi lugar de trabajo
para montar una estantería
o hacerme un mueble.

Es un tablero blanco macizo de madera
lacado en blanco.

Tiene un grosor de casi cuatro centímetros
anchura de veinticinco centímetros
y longitud de más de un metro.
Eso son 10 millones de milímetros cúbicos.
Podría calcularlo con bastante precisión.
También podría calcular su peso
(aunque las unidades sean las de masa)
y con ambas medidas determinar la densidad.

En resumen: pesa mucho.

El camino hasta el estudio cargando
con la materia del tablero
ha sido arduo.

Envolví la parte central en una camiseta
a la que arranqué las mangas
para convertirla en una prenda
utilizable en los calurosos veranos veratenses.

Había algo así como un centro de gravedad
que hacía coincidir horizontalmente con mi muñeca derecha
y recordaba que el trabajo mecánico
es el producto escalar del vector desplazamiento
por el vector fuerza.

La fuerza ejercida era la contraria al peso del tablero
que tenía muchas ganas de ir al centro de la Tierra.
El desplazamiento era perpendicular a la misma
aproximadamente
en un desplazamiento por la superficie del planeta.
El producto escalar en cuestión era nulo.
No he trabajado.

Llego al estudio y decido limpiar el tablero
recogido de la calle abandonado.
Busco un trozo de tela del que pueda prescindir
para limpiarlo con alguna disolución jabonosa
o incluso
con gel hidroalcohólico para asegurarme
una perfecta desinfección
después de haberlo acarreado veinte minutos.

Lo coloco sobre unos cartones para asegurarme
de que la mesa no sufrirá daños derivados
de la aplicación de algún producto de limpieza.

Casi no me quedan cartones.
Pienso: reciclo demasiado.

Pretendo usar la tela de la prenda recortada
pero la miro con nostalgia por su entropía
combatida.

No me decanto por usar algo roto por mil sitios
(a nivel microscópico por muchos más)
para limpiar un tablero abandonado.

Lo miro mientras escribo este texto
que no me sirve en absoluto para resolver esta situación.

Me bloqueo con el bloque.
No quiero hacer un juego de palabras otra vez.
Otra vez.

Está apoyado sobre el canto longitudinal
en una posición parcialmente inestable.

He de decidir.
He de decidir algo.
He de limpiarlo.

Me tienta navegar por otras pestañas del navegador
para huir del conflicto. (¿qué conflicto?)

El balcón está abierto de par en par
mostrándome la potencia solar ultravioleta que necesitaré
para impresionar los químicos cianotípicos
con los que quiero juguetear este verano.

Queda poco para llegar al verano.
Hoy hay un eclipse parcial de sol
en el que la luna se interpondrá
entre la línea que nos une a la bomba de hidrógeno
incandescente.
Apenas se notará un cuatro por ciento en Madrid
entre las 12:00 y las 12:30.

He pensado en cómo voy a apoyar
el tablero
para que me haga de alero en el lateral derecho
de mi escritorio.

Ahora es más necesario limpiarlo.
He vuelto a tocarlo sucio como está
y vuelvo a teclear sobre este teclado
infecto.

Me he de cambiar de ropa para limpiarlo.
Puedo usar la camiseta gris
con el logotipo del ayuntamiento de Fuenlabrada
que me regaló una amiga que trabaja allí.
Pero ¿cómo usarla?
Si la uso como ropa para no mancharme
no puedo usarla para trapos de limpieza.
Si la uso como trapos de limpieza
no puedo usarla para no mancharme.

He de decidir.

Me regodeo en la diferencia entre utilizar la expresión
«He de decidir»
frente a
«Tengo que decidir».

Mucho más interesante la primera
que con menos letras dice lo mismo
que genera ese curioso «de de…»
que contiene tres veces la letra e y dos veces la letra i
seguidas.

No tengo nada.
Ni siquiera que decidir.

Decidir no parece ser el problema.
Y sin embargo es el problema.
Pero son dos «decidir» diferentes:
la palabra decidir
la acción decidir.

Quiero levantarme para encontrar una solución.
Pero no quiero levantarme
para no encontrar una solución.

El tiempo sigue pasando.
El eclipse está a punto de producirse.
La luna no se detiene en tomar decisiones.
El sol tampoco.
La luz o radiación electromagnética
tampoco.
Hay un poco menos de espacio soleado
frente a las jambas del balcón.
¿Qué le ocurriría a una cianotipia
realizándose
bajo los influjos de un eclipse total?

Ha pasado una hora y la insolencia del tablero
sigue ahí.

Me levanto
abandono la escritura
y limpio.

Mi cumpleaños y la sociedad

A ver si lo entiendo:

En Madrid, en las pasadas elecciones, se acaba de decidir que los servicios públicos no son esenciales para la ciudadanía y poco a poco van a terminar de desmontarse.

La privatización ha llegado al nivel en el que más vale empezar a ahorrar para una operación de vesícula que pueda llegar a tener en un futuro. O exiliarse.

Las ayudas a amistades van a ser las sustituciones «imparciales» de los fondos de ayuda social que antes corresponderían a la Consejería de asuntos sociales, así que la gestión de las ayudas a refugiados, fruto de una descompensación de la explotación de la riqueza de la Tierra, o la ecología (que ya de antes se viene «individualizando la responsabilidad»), o, para colmo, el compromiso con los cumplimientos de los Derechos Humanos, recaen definitivamente en cada persona individual, no en el estado.

Y digo yo…

Así las cosas, ¿para qué hace falta el estado?

Pues que se encarguen de gestionar nuestros dineritos y su reparto las buenas empresas de Internet, como Facebook, por ejemplo, que sabe bien hacerlo democráticamente elegidas por una ciudadanía que ha decidido no mirar al futuro… o yo me pierdo algo, que puede ser.

3000 entradas

Hace unos días llegué a las 3000 entradas en este diario o blog, según quiera llamarse.

Son 3000 textos que he escrito y que podrían no haber sido escritos sin merma absoluta (ni relativa) de la calidad de vida de nadie, salvo, quizá, yo.

Son 3000 textos que habría de revisar para asegurarme de que no contienen afirmaciones con las que hoy no estaría de acuerdo, ni errores ortográficos o gramaticales dignos de ser corregidos.

Son 3000 textos (aunque no siempre fueron textos).

Son 3000 textos multimedia cuyo formato más que seguramente no ha soportado los cambios de plantilla a los que los he sometido.

Son 3000 textos que contienen más de 3000 enlaces a otros textos que a su vez puede que contengan otros 3000 enlaces a otros textos que a su vez… forman lo que denominamos «la web», así, por abreviar.

Son 3000 textos que incluyen más de 1000 imágenes que no valen más que 1000 palabras y que en muchos casos habrán desaparecido de la URL que las ubicaba.

Hace unos días llegué a las 3000 entradas y, con esta, voy camino de algún otro número redondo más o menos intrascendente.

Nada importa nada

Iba a escribir
en una red social
que hierve
con la victoria de un equipo de fútbol
que no me importa nada
la victoria de un equipo de fútbol
pero me he reprimido
(como en tantas y tantas ocasiones)
porque tampoco importa que no me importe nada
la victoria de un equipo de fútbol.

El silencio
de la indiferencia
otra vez
ha ganado el partido.

«Musulmania» no es un país

Leyendo un artículo interesante que habla de la segregación que se produce en los colegios españoles, me quedo atento al siguiente párrafo que contiene una comparación que me perturba desde hace tiempo:

uno de los barrios más alejados del centro de Manresa, el Xup, que fue construido a finales de los 60 para alojar a las familias obreras recién llegadas, fundamentalmente andaluzas. Ahora, abunda la población musulmana.

De familias andaluzas a población musulmana.

Esto es algo extraño:

Las familias andaluzas (en los 60) eran católicas, pero no se indica así, sino tan sólo por su origen de procedencia y no por sus creencias. Era lo normal: Gente como dios manda.

La población musulmana puede que no toda sea creyente, aunque eso sería una contradicción, teniendo en cuenta la etimología de «musulman» (Musulmán (en árabe, مسلم‎, muslim) es quien acepta las creencias islámicas, es decir, que cree en un solo Dios y además en el profeta Mahoma como Mensajero de Dios.) e indicar su procedencia puede resultar largo de explicar o difícil: ¿Puede un musulman haber nacido en, pongamos, La Rioja?

Bajo este párrafo veo racismo y del simple: no se habla de marroquíes, ni de argelinos, ni de magrebíes, ni de árabes o sirios (con sus correspondientes femeninos gramaticales). Se habla de musulmanes pero se quiere decir: gente de piel poco clara (y pobre). Lo digo por si nos tenemos que aclarar a la hora de entendernos.

Me alegra y me da esperanza la iniciativa de estas familias tan paritariamente representadas.

Donar, plantar, ceder…

Los madrileños ya pueden plantar o donar árboles con el proyecto Replanta Madrid

¡Qué buena noticia! Ya podemos donar, plantar, etc… los madrileños por nuestra cuenta, así, sin planes municipales, sin más que una pala y una semillita… lo que viene siendo ordinariamente: «plantar un pino».

Veo a un montón de hombres (hombres de los de traje azul y corbata…) haciendo un paripé de fotografías y plantíos y pienso en las últimas elecciones autonómicas y me da verdadero asco, por no decir pavor, la sensación de que admitamos como algo bueno la dejación de responsabilidad, la falta de interés por la actividad pública a la que deberían dedicarse…

Y hay que aplaudir la iniciativa, claro que sí.

Pues yo no lo hago.

Bajo este aparentemente buen proyecto se esconde una privatización paulatina de la gestión pública, de la asistencia social, de la gestión medioambiental, de la educación…

Y es que de un tiempo a esta parte ha proliferado el número de personas (voluntarias o cobrando sueldos que no quiero imaginar) que se dedican a solicitar la participación económica de la ciudadanía en diferentes ONGs, ya sea del cuidado de niños y niñas, para salvar el planeta del cambio climático, para evitar los bombardeos en según qué regiones del mundo o para cualquier otra cosa de la que, sin voluntad política, se deposita la responsabilidad casi única en la buena voluntad (en actos caritativos) de la buena gente que pueda con su dinero privadamente aportar un granito de arena para ayudar a paliar los problemas… que en ningún caso se plantea resolver.

Es decir, se ha decidido que los problemas están ahí para quedarse, que no se va a buscar soluciones ni a evitarlos, sino que se va a buscar la manera de morir más dignamente… y, por supuesto, pagándolo privadamente aquellas personas capacitadas.

No puedo compartir esa euforia por proyectos como este que los lleva a cabo el ayuntamiento que ha decidido tumbar la propuesta más ecológica que ha tenido Madrid en décadas (Madrid Central) por un absurdo defecto de forma y con un objetivo claramente electoralista.

Pero las elecciones autonómicas dicen que la gente prefiere ese modelo, así que sean esas personas, quienes apuestan por ese modelo neoliberal, quienes aporten a las caritativas limosnas para las personitas que lo están pasando mal… como consecuencia del modelo neoliberal.

Yo me bajo de esa moto. Aun a sabiendas de que hay urgentes necesidades de colectivos que no tienen otra forma de abordarlo. Lo sé, pero ya no quiero formar parte de esta ciudad… casi ni quiero…

Cuando el diablo no sabe qué hacer con el rabo mata moscas

Dice el dicho.

Y yo me dedico a ver las tripas de una web como si no hubiese nada importante que hacer.
Quizá porque nada de lo que últimamente hago me parece importante.
Quizá porque nada me parece importante.
Quizá.

Hoy mi alumna Kay Woo, de quien tanto aprendo, nos ha presentado su preciosa web nueva https://www.kaywooart.com/ y me he puesto a curiosear sus entresijos, que lo ha hecho más difícil de lo normal con la típica obstrucción a la utilización del botón derecho del ratón, posiblemente con intención de que no se pueda descargar imágenes o similar, pero ya sabemos que eso siempre me resulta un reto, así que he descargado algunas de sus páginas para ver de qué manera lo impedían, esperando encontrar en el código algunas pistas de cómo estaba hecha.

Curiosamente, no era otra plantilla de wordpress, de las que tanto abundan, casi hasta en más de un tercio de mi propia web, sino que no podía identificar claramente cómo estaba hecha (salvo que usaba mucho javascript paquetizado) y lo único que he visto para saber de dónde provenía era un dominio al que se hacía referencia de cuando en cuando llamado cloudfront.net, que parece ser que tiene algo que ver con AWS CloudFront, pero puede que no sea propiedad de Amazon, sino tan solo algún tipo de herramienta compartida por ambos.

Pues según Kay estaba hecha en una plataforma denominada Portfoliobox que he de reconocer que tiene una pinta estupenda para plantillas sofisticadas y sencillas al mismo tiempo.

Lo que está claro es que los tiempos de programar webs (si es que alguna vez se llamó así) han muerto completamente en aras de plantillas más o menos personalizables que permiten hacer verdaderas virguerías como la elegantísima web de Kay Woo sin las complejidades innecesarias de bregar con programadores, codificaciones, etc… que dan más problemas que ventajas, por mucho que yo siga siendo un dinosaurio de la vieja guardia y renuncie a hacerlas si no es vía VI sobre Linux…

¡Ay, cuánta torpeza hay en la nostalgia o la cabezonería!

Esto no es una broma