Nunca he estado en la normalidad
así que no sé a dónde volver.
Vuelvo a trabajar en el estudio
por las mañanas
en un trabajo que no suele estar remunerado
lo que no suele ser muy normal.
Vuelvo a deleitarme con estar entre
cuatro paredes
después de deleitarme con estar
entre cuatro paredes
durante más de 3 meses
lo que no suele ser muy normal.
Vuelvo a escribir en un blog
que no pretendo que tenga un número
enorme o rentable
de seguidores o subscriptores
de seguidoras o subscriptoras
lo que no suele ser muy normal.
Vuelvo a teclear en un teclado
negro
que se parece mucho al teclado
negro
en el que he estado tecleando los últimos
100 días
sin afán por sustituirlo por otro
ni adquirir un más moderno dispositivo
o más bonito
o más algo…
lo que no suele ser muy normal.
Vuelvo a perder el tiempo
que se llama vida
haciendo cosas que me gustan
aunque no me lleven a ningún sitio
ni siquiera yendo en línea recta
(si siquiera sabiendo que las rectas no existen)
lo que no suele ser muy normal.
Vuelvo a pensar en actualizar
el linux mint que tengo aunque sea una versión
que no fuese necesario
pensar en actualizar
hasta 2021
lo que no suele ser muy normal.
Vuelvo a algo que llaman normalidad
cuando ya la mayoría de las personas
que conozco
han vuelvo a algo que llaman normalidad
nueva normalidad
como si alguna vez la normalidad
pudiese ser nueva
lo que no suele ser muy normal.
Vuelvo a pensar que normalidad
no es normal
ni mortal
ni moral
ni mal
ni normativo
ni putativo
ni taxativo
ni …
lo que no suele ser muy normal.
El miércoles de la semana pasada me atreví a salir después de casi 80 días sin hacerlo. Carmen estaba paseando en la franja horaria autorizada, entre las 6 y las 10 de la mañana. Yo no había salido más que un día (7 de mayo) para dar uno de esos autorizados paseos y aproveché para acercarme al estudio de Costanilla. A la salida nos encontramos con Jaime, quien había pasado unos días muy malos y resultó bastante duro no poder abrazarle. Por otro lado, mi excesivo análisis kafkiano de la imposibilidad de cumplir con unas normativas, que se quedan obsoletas según las van creando, en el corazón de una ciudad tan densamente poblada como es Madrid, hizo que pasase un rato más desagradable que esperanzador, así que volví a la reclusión absoluta, mientras Carmen más o menos 3 días por semana sale a darse un paseo y compra alguna cosa para comer.
A las 10:00 me encontraba más o menos bien de la alergia (ya me gustaría escribir estoy hoy también) y no me dolía nada… así que llamé al móvil de Carmen que casualmente lo llevaba encendido y lo oyó. Le propuse que a la vuelta se acercase a Mesoneros Romanos y viese si había sitio, justo al lado de nuestra casa, para desayunar en la terracita.
Me pergeñé con la mascarilla y algún papel de usar y tirar para abrir puertas, si era preciso, así como el monedero y la cartera, que estaban durmiendo una larga siesta de 80 días junto al termostato.
Bajé las escaleras sin tocar los pasamanos, abrí el portal con uno de aquellos papeles prescindibles, salí a la calle y caminé los 40 metros que me separaban de la mesa de la terraza cruzándome con un hombre ebrio y hostil, una parejita que venían en dirección contraria a la mía y llegué a donde Carmen estaba esperándome, en una mesita cuadrada, metálica, que no quise saber en qué grado estaba contaminada con virus, amén de intentar no tocarla para no contagiarla con mis posibles portes.
Se acercó el camarero tras su mascarilla protectora y sus guantes negros para preguntarnos qué queríamos desayunar. No tenían porras. Tuvo que ser una tostada de tomate y aceite, pero daba igual. El caso era estar fuera de casa.
Diferentes personas, diferentes actuaciones: algunas con mascarilla, otras sin ella, algunas paseando perros, otras yendo o viniendo… y una sensación extraña como de postapocalipsis me invadía. Tenía ganas de volver a casa, no estar ocupando una de las preciadas sillas durante más tiempo del preciso para desayunar, que para mí siempre es mucho más que el preciso para desayunar.
Nos hicimos esa foto para ilusionar a mi familia, pero a mí me resultaba desoladora.
No quiero salir así. No lo necesito tanto y me agobia pensar que estoy haciendo algo inapropiadamente o ver que hay gente a quien no le preocupa o, sencillamente, viven más relajadamente un estado que yo vivo como Kafka en El Castillo.
Así que he decidido escaparme de la novela y pasarme a ser un pixel, como tantas otras veces en mi pasado. Se me da bien hacerlo.
El lunes a las 19:30 tuve el honor de ser entrevistado para Radio Utopía. Soy muy ajeno al mundo de la radio y a duras penas siento que tenga audiencia, pero me gustó participar en esta entrevista muy personal por el buen hacer del entrevistador, Armando Silles, quien se documenta como nadie a la hora de hacer preguntas. Es una barbaridad lo que sabe de mí, así que era complejo responderle con algo que no supiese, a pesar de su modestia.
Desvelé, como alguna vez en este diario íntimo, el origen de mi nombre y muchas otras cosas en una entrevista que duró finalmente casi una hora y media.
Me cuesta difundirla pues me parece bastante egocentrada (no tanto egocéntrica). Por supuesto, si alguien quiere, puede oírla en este diario o en la radio.
Intenté ser generoso con la sinceridad de mis respuestas, sin nada que ocultar, pero eso hace que a veces sienta que me extiendo más de lo que debería en las explicaciones, amén de intentar hacerlas comprensibles sin menospreciar a esa persona que escuche esta grabación al otro lado, a pesar de que es complejo que haya quien comprenda los diferentes ámbitos por los que he transitado a lo largo de mi vida, una vida dedicada al picoteo de conocimientos, una especie de deambular por los saberes, amigo de ellos (filo-sofo), sin profundizar en ninguno de ellos con todo el rigor que muchos de los que visité requerirían.
Por poner un ejemplo, de un tiempo a esta parte siento que sé menos de mecánica cuántica de lo que me creo, siéndome difícil explicar y comprender en detalle el experimento del entrelazamiento cuántico o, incluso, el gato de Schröedinger, sin ir más lejos, fenómenos que están emparentados con el desarrollo de la computación cuántica… y hacen que me sienta bastante obsoleto en cuanto a los conocimientos que en su día adquirí de esa materia.
Cada día me avergüenzo más de todo lo que desconozco. Y no es falsa modestia. Es la sensación de que la profundidad de mis conocimientos es la de un charco frente a la Fosa de las Marianas. Por no hablar de la extensión, que es la del charco en cuestión frente al Océano Pacífico.
Y sin embargo me queda tan poco de vida para afrontar el aprendizaje de todo lo que aún deseo conocer…
Quiero que sepas de dónde sale una reacción tan sumamente poco empática como para ni siquiera decírtelo antes que nada cuando nos pides poner la música alta, pero soy rencoroso. Sí, quizá no sea uno de mis mejores rasgos, pero sí te digo que nos estás haciendo pasar un confinamiento espantoso, con una música innecesariamente alta todo el tiempo (no sólo hoy que puede que lo necesites). Quizá lo necesitas otras veces también, y puede que sea cierto, pero no siento que hayas pensado en ningún momento qué pueden estar necesitando tus vecinos de arriba que no están haciendo fiestas cada fin de semana sino que están pasando un tiempo en casa por imperativo legal y sanitario. Carmen tuvo 2 semanas de coronavirus que pasamos bastante asustados mientras oíamos sin cesar tu música, hasta sabernos tus canciones preferidas, se murió su tía preferida y seguíamos oyendo tu música a todo meter, sin tener un día tranquilo para que ella pudiera velarla.
Te guardé un rencor horrible. No soy vengativo y no quise responder de manera equivalente, poniendo música con graves que retumbaran sobre tu cabeza, ni la lavadora a las 3 de la madrugada, pero he de renocer que se me pasó por la cabeza. Quise resolver el conflicto hablando contigo. Bajé un día y te pedí que bajases la música. A duras penas se podía notar la diferencia. Pensé que lo siguiente sería llamar a la policía para que interviniese, pero no quería «escalar» el enfrentamiento.
Te pedimos educadamente por whatsapp que bajases la música y nos contestaste una tontería como que tú también oías nuestros pasos, como si fuese comparable una actividad prescindible en estos tiempos de una que no lo es, como es caminar, o mover los muebles (cosa que haces con frecuencia inusitada, pero que asumo como una necesidad razonable y ante la que no te diré nada nunca). Hemos tenido que soportar gritos y peleas domésticas como varias noches en las que estuviste vociferando con tu pareja o un amigo (no es de mi incumbencia) gritándole que ibas a llamar a la policía, que se fuese a la puta calle, etc… con un nivel de violencia verbal que me hizo creer que quizá era conveniente salir en tu defensa y anticiparme y llamar yo a las autoridades, pero supuse que no era asunto mío… o en realidad estaba ya tan enfadado como para desear que esa persona con quien habías estado cantando a voz en grito unas horas antes se fuese de tu casa para siempre y te quedases solo (pero no por desearte nada mal, sino para dejar de oír tu incansable música).
En paralelo, estamos intentando trabajar desde casa y no has tenido la más mínima consideración para con nosotros. Sigues teniendo la música alta desde las 12 del mediodía (con interrupciones, afortunadamente) hasta las 12 de la noche. Por supuesto teniendo que endurecer nuestro aislamiento con ventanas cerradas casi permanentemente para poder realizar vídeoconferencias laborales. Hemos tenido que poner música en ratos en los que querríamos haber estado descansando de ella para no escuchar la tuya.
Llegué a pensar que era algo personal, que si te habíamos hecho algo y nos estabas molestando intencionadamente y parece que el hecho de que te lo comentase en un último mensaje (ya me había dado por vencido ante ello) sí que hizo algo de efecto pues parece que la última semana (o 10 días) sí que hay momentos de asueto.
Hoy llamas a nuestra puerta y me dices que hoy vas a poner la música alta porque tu madre está a punto de fallecer.
Tiemblas y sé que sinceramente necesitas ánimos.
No tengo ganas de dártelos. Lo siento.
Te pregunto temblando también, pues odio los conflictos y más si siento que no están conduciendo a ningún lado, que si no puedes cerrar las ventanas para poner la música al volumen brutal que acostumbras y me respondes que no quieres. No me preguntas por qué puedo necesitar yo que el día del cumpleaños de Carmen tengas las ventanas cerradas para que tu música no suene por encima de las innumerables conversaciones que hoy está teniendo. No me preguntas nada porque mis necesidades te la traen al pairo (asumo). A estas alturas no espero de ti empatía. Me vale con un mínimo comportamiento cívico en el que tú estés en tu casa molestándonos lo menos posible y no nos saludemos nunca jamás. Así como yo estaré en nuestra casa intentando molestarte lo mínimo posible. Te insisto en que entiendo que tengas que tener la música todo lo alta que necesites, pero que si serías tan amable de hacerlo con las ventanas cerradas y malhumorado, y por supuesto sin preguntarme por nosotros, acabas por ceder y decirme que cerrarás las ventanas, así a modo de concesión, cuando es lo que tendrías que hacer siempre.
En último término, lamento lo de tu madre, pero también lamento (y eso a ti te da igual, pero a mí no) haber reaccionado con tanto rencor acumulado como para no decírtelo en persona.
Después de la actualización del «theme» de WordPress que realicé ayer en el entorno de producción, he comenzado lo que podríamos denominar el ajuste fino.
Es tan tentador usarlo una vez que se conoce que puede acabar pareciendo un circo en el peor de los sentidos. De momento, sólo incorporaré alguna traslación de «cajitas» en el blog y cuando comience (que ya estoy a punto) a remodelar la web, usaré las mismas, además de intentar utilizar los mismos colores, así que lo he añadido a un archivo CSS llamado animaciones.css que estoy creando a partir de la fantástica herramienta encontrada en animista.net.
Me habría gustado utilizar «@import» en el CSS adicional dentro del tema de wordpress, pero parece que no es viable hacerlo, así que me obliga a tener duplicadas (con lo poco que eso me gusta) esas directivas tanto en el hueco que la edición del tema WordPress me permite, así como en el archivo CSS /estilos/animaciones.css de la raíz de mi web.
De momento, dejo el código que ha generado esta aplicación online en esta entrada, por si alguna vez vuelvo a necesitarla:
Sigo sin estar convencido de que la acción (el arte de acción) se lleve bien con el vídeo, pues crea una falsa sensación de «presentación», mucho más aún cuando se trata de un vídeo, como el que yo les envié, que no ha sido emitido en directo, sino grabado para la ocasión, aunque sea sin ensayo, aunque sea irrepetible, aunque se intente emular todo lo que tendría de efímera una acción in situ.
I Encuentro de Arte de Acción en Red MUCHO Grabación realizada con una cámara auxiliar mientras se realizaba la acción en directo emitida vía Instagram Live.
Aquí está la emisión en vivo en Instagram tal como fue emitido, con mi teléfono móvil colocado de manera horizontal usando la cámara frontal (sin percatarme del efecto espejo) y recibido en múltiples dispositivos de manera vertical.
Transmisión (retransmisión) en vivo y directo, que ahora al estar grabada deja de estar en vivo y en directo, pasando de presentación a una sutil forma de representación, de la acción que realicé para el I Encuentro de Arte de Acción en Red MUCHO el día 24 de abril de 2020 a las 18:30 horas.
No contiene las interacciones de quienes estuvieron conectados en ese momento a mi emisión a través de mi perfil de Instagram (@giusseppe.dominguez ) https://www.instagram.com/giusseppe.dominguez/
¿Qué ocurre cuando una emisión horizontal se ve verticalmente en múltiples dispositivos? ¿Es eso una elección de un plano performático o sencillamente un descontrol inevitable de un público que puede o no girar sus dispositivos con los que van a asistir al evento?
Por último añado el vídeo editado (con OpenShot 2.5 sobre Linux Mint 18.3) para colocarlo «horizontal» porque así lo solicitaban para incluirlo en el canal YouTube del encuentro MUCHO Acción.
Transmisión (retransmisión) en vivo y directo, editada con OpenShot 2.5 sobre Linux Mint 18.3, para girar la disposición vertical con la que había quedado grabada en Instagram, de la acción que realicé para el I Encuentro de Arte de Acción en Red MUCHO el día 24 de abril de 2020 a las 18:30 horas.
Editar una acción hasta el punto de girarla, cambiar el tamaño de visualización, quizá podría haber aprovechado para cambiar la iluminación, incluso agregar algo de dramatismo sobreponiendo una música inexistente durante la acción… ¿no acaba por desvirtuar absolutamente el sentido de lo que una acción poética o una pieza de arte de acción o performance art debería ser? ¿No estoy siendo demasiado dogmático al preguntarme esto en estos momentos de retoque digital permanente? ¿No habría que considerar obsoletas las propuestas que no tengan en cuenta las nuevas tecnologías como dictadoras de las formas artísticas?
Hoy he encontrado este texto en una red social que no me ha hecho sino recordar a cada palabra mi trabajo sobre La Consulta, en la que me hice esta misma pregunta, de manera algo existencial y pequeña: no «Los Artistas», sino «¿para qué sirvo (yo)?»
¿PARA QUÉ SIRVEN LOS ARTISTAS?
(Texto de Nacho Pata)
En términos prácticos no servimos para nada. Si alguien se enferma, o si a alguien se le descompone su coche o si tiene un problema legal, no llaman a un artista, sino a un doctor, un mecánico o a un abogado, nunca a un artista.
De hecho somos bastante inútiles ahora que lo pienso.
Cuando alguien nos pregunta a qué nos dedicamos, nunca tenemos una respuesta certera que satisfaga la curiosidad de quien nos pregunta, y menos aún si nos preguntan si podemos vivir de esto (en términos meramente económicos), cosa que tampoco podemos responder, ya que esa pregunta jamás se le hace abiertamente a un doctor, un mecánico o a un abogado, puesto que se da por hecho que les da suficiente para vivir y son profesiones incuestionables.
Entonces ¿para qué servimos? ¿Para qué sirve un pintor, un cineasta o un literato? ¿qué diablos gana la humanidad con un actor, un comediante o un músico? ¿en qué nos ayuda un escultor, un director de escena o un compositor? ¿Cómo resuelve nuestros problemas de vida alguien así?
¿De qué nos han servido Beethoven, Chava Flores, Akira Kurosawa, Pita Amor, Robert De Niro, Mario Benedetti, Vincent Van Gogh, Andi Warhol, Gustavo Cerati, Jaime Sabines, Pedro Almodóvar, David Alfaro Siqueiros, Roger Waters, Rockdrigo, Julio Jaramillo, Jodie Foster, Miguel Hernández, Los Beatles o hasta Juan Gabriel?
¿De qué servimos los músicos callejeros, los zanqueros, los clowns, los titiriteros, los cuenta cuentos, los fotógrafos, los mimos, los acróbatas los dibujantes y los actores?
Obviamente, para nada. Para nada práctico y mensurable. No podríamos arreglar ni una plancha, ni resolver un problema de crédito bancario.
Nuestra única función en esta vida es tocar los corazones y los pensamientos de la gente. Somos capaces de hacer reír o llorar, pensar o disfrutar a alguien sin tan siquiera tocarlo. Un cineasta o un actor te puede conmover hasta las lágrimas y un pintor o un fotógrafo te puede transportar en el tiempo, mientras que un clown o un escritor te puede hacer pensar al mismo tiempo que ríes o lloras. Un músico o un compositor te puede tocar y llenarte de tanta vida como un acróbata te puede sorprender de manera insospechada y marcar tu vida. Somos capaces de hacerte cuestionar sobre tu propia existencia mediante la belleza y la crudeza del arte.
No sé qué tan necesarios seamos, pero lo que sí sé es que la vida sería muy diferente sin nosotros, tal vez más aburrida, tal vez más autómata. Así pues, los artistas somos la representación más elaborada de la necesidad humana de expresión.
Nomás para eso servimos.
Hoy, sin embargo, me doy cuenta (si es que ya no me había dado cuenta antes) de que la pregunta está mal formulada y sale del esquema mental utilitarista en el que vivimos inmersos sin cuestionarlo en sí.
Es decir ¿tiene el arte que «servir para» algo?, debería ser la pregunta a formular.
Y aquí encuentro que acaba por decirse siempre que sí, por empatía o por algo abstracto indefinible, como el desarrollo personal o social de ahí que esté desbordándose el arte en forma de terapia o el arte como entretenimiento, ese arte que toca, que sirve… que es sirviente, en definitiva. Y no un arte empoderado, fuerte, que no busque servir ni ser servido, que sea independiente y libre de pensamiento, palabra y obra.
Por ende, nos gusta sentirnos incluidos en ese colectivo (olvidándonos hoy de géneros genéricos generosos) de «Los Artistas», como si fuésemos más elevados por ello, yo soy artista, claro que sí, yo soy poeta, claro que sí, yo soy performer, claro que sí, yo soy algo prestigioso, importante… que no importa a nadie en resumidas cuentas (porque de cuentas se trata) y no me da la economía para subsistir del arte, ni de la poesía, ni de nada similar, pero es por amor al arte y te ofrecen participar en un evento de arte de acción, para el que reservas tu tarde de sábado o de viernes y ni te planteas qué vas a cobrar por ello, ni que vas a cobrar por ello, así que te justificas diciendo que te puede dar visibilidad o curriculum… y sigues pensando con los mismos esquemas perversos que un consultor tecnológico, pero sin recibir el mismo salario ni por asomo.
Y si te alejas de ese «Los Artistas» para pensar en los demás, algo que no se ve todos los días, te das cuenta de que cualquier otra actividad se justifica desde ese mismo punto de vista: sirve o no sirve. Es productiva o no es productiva. Rinde o no rinde… y nunca «se rinde».
Porque la reflexión está mal vista. No sirve, sólo sirve la flexión, la genuflexión, la inflexión, como mucho.
«Eres demasiado reflexivo», «piensas demasiado», «los creí-ques y los pensé-ques son familia de don tonteque», «más acción y menos reflexión»…
Hay que hacer un arte útil, usable, popular, democrático… ya sea para la política, para la sociedad, para educarla, hacerla pensar, pero no demasiado, obligarla a pensar, de hecho, no vaya a ser que quiera pensar por su cuenta, un arte o una poesía al servicio de la protesta, pero nunca de la próstata, de la protesta simple y panfletaria, una poesía propagandística, un cine reivindicativo, una cultura solidaria, nunca solitaria… claro que sí, eso sí está bien visto, eso sí que es arte, no una atalaya de cristal, ni aunque sea de Murano.
Por eso en esa enumeración de artistas no encuentro afines, como Duchamp (Marcel), ni el kilo de mierda de artista de Manzoni, ni el vacío de Klein, ni la poesía concreta de Eduardo Scala, o el situacionismo de Guy Debord, ni, por supuesto, de mi gran referente personal, mi muy querido Isidoro Valcárcel Medina. La cultura. Esos grandes Torreznos que hicieron de ella una performance inolvidable.
Y vuelvo a mi círculo vicioso, viciado, enviciado y envicioso… ¿para qué sirvo (yo)? si es que sirvo para algo o, mejor aún… ¿y si no sirvo para nada, pasa algo? ¿debo remediarlo? ¿cómo ganarme la vida? ¿pero es que no tengo una vida? bueno, pues ¿cómo ganarme el pan?… o sea, que el pan ha de ser ganado con el sudor de mi frente, con el amasado sudoroso y cansado, con sangre, dolor y lágrimas, porque ser una cigarra es la condenación eterna. Porque hay que producir, producir, producir… o morir.
En marzo, con el confinamiento por coronavirus recién estrenadito, hicimos la reunión o tertulia poética de N’Clave de Po(esía) vía Skype después de valorar otras opciones y pasar un par de días analizando (en bastante profundidad) las herramientas disponibles con sus pros y sus contras para llevar a cabo videoconferencias grupales para más de 15 personas.
Finalmente opté por skype (sobre linux, lo que es todo un reto, dado lo mal que Microsoft, propietario de skype, se lleva con el software libre) y distribuí a la gente que se quería conectar en un par de grupos sucesivos, el primero a las 5 y el segundo a las 7.
Tuvimos un par de reuniones amables y sencillas, con no mucho más de 5 personas en cada una, lo que hacía muy fácil el manejo de este tipo de eventos, para que no acabe degenerando como en este chiste que está circulando en estos tiempos y que debería hacernos sentir avergonzados, en lugar de orgullosos de nuestro sentido del humor. Pero no se trata de aprender, ni siquiera en esta época pandémica, ni siquiera ante la posibilidad del fin del mundo.
Hoy vuelvo a proponer esta opción, que me hace trabajar un poco más, pero al fin y al cabo qué importa, teniendo en cuenta que aunque haga huelga o apagón cultural no importa lo más mínimo a nadie… ni siquiera estoy dado de alta como autónomo porque la gestora casi se rio de mí ante semejante intención y me dijo que no me salían las cuentas. Quizá tengo que pensar que la poesía y los talleres de escritura no son un trabajo como el sistema en el que vivimos define tal cosa, así que igual no puedo manifestarme, ni ponerme en huelga (sino ir de procesión o de vacaciones) como tampoco puedo darme de baja.
Desde que hemos tenido que enclaustrarnos, me he sentido sorprendido porque no ha habido bajas en los Talleres de Poesía Contemporánea y Escritura Creativa de Clave 53, sino, por el contrario, de manera neta, ha aumentado el número de personas asistiendo a los distintos grupos de manera telemática, en clases que se están realizando mediante Skype.
Llevo haciendo clases online de Poesía tanto tiempo que no fue complicado adaptarme, ni invitar a la gente a que se instalase lo necesario para ello (después del debate fútil sobre cuál es la mejor plataforma para estas cosas). Además, tenía material preparado desde hace más de 10 años que puedo reutilizar simplificando mi labor a la hora de poner en marcha los talleres.
Y sin embargo…
Siento algo de reparo a la hora de proponer un grupo nuevo de Taller de Poesía Online y no sólo mantener los grupos preexistentes.
¿Por qué no abrir un nuevo grupo de Taller de Poesía online en estos tiempos?
Hay una sensación extraña que no sé explicar, como de aprovechamiento del hecho de que sería algo demandado y fácil de hacer. Pero me resulta, no sé por qué, un poco oportunista.
Quizá estoy haciendo la observación de manera inapropiada, sin pensar en que esa gente que pueda demandarlo no tiene la oportunidad de unirse porque no lo estoy ofreciendo.
No sé.
No tengo una respuesta clara a si hacerlo o si no hacerlo y, de hecho, si, pongamos, se prolongase el confinamiento hasta después del comienzo del curso, lanzaría mi campaña con todas las campanas al vuelo, abriendo todo grupo que pueda abrirse, amén de que a partir del curso próximo, casi con total certeza mantendré un grupo online regular (además de los presenciales) seguramente con un mínimo de 3 o 4 personas.
Y sin embargo…
Siento algo de reparo en estos días. Es usar su necesidad, no sus ganas. Y eso no acaba de convencerme.