Sufre mamón

El sábado tuvimos la mala suerte de compartir edificio con unos energúmenos que decidieron que el confinamiento por coronavirus era el momento ideal para darlo todo en un karaoke improvisado en su domicilio una planta o dos por debajo de la nuestra. No podíamos oír nuestra propia televisión sin subir el volumen a unos umbrales inapropiados para el correcto funcionamiento de los altavoces internos del aparato. Por supuesto, los silencios de la película se llenaban de sus voces de las que también hacen alarde en cada ocasión de agradecimiento a los servicios sanitarios a las 20:00 de cada día, amén de aplausos exagerados y aullidos de lobos en celo.

Tenían puesta una selección de música ochentera que incluía, como no podía ser de otro modo, la flor y nata de la pijería de la época. Y los Hombres G no podían faltar. Voceaban a pleno pulmón:

sufre mamón (un bello y empático deseo

devuélveme a mi chica (dado que es un objeto de mi posesión

o te retorcerás (y me alegraré sádicamente

entre polvos pica-pica (menos mal que la rima fácil no dio lugar a otros ataques o que no conocían el Antrax

 

No quiero aplaudir al lado de esta gente. No me comporto como ellos. En nuestra casa se intenta siempre mantener el nivel de audio tan bajo que tenemos auriculares para uso constante, sin necesidad de cuarentenas en las que mostrar solidaridad vecinal. Es una práctica que debería extenderse y considerarse de obligado cumplimiento para toda persona que diga ser respetuosa.

Por primera vez en mi vida, a punto estuve de llamar a la policía para que interviniesen, pero no quise derivar sus servicios de otras actividades potencialmente más necesarias. Pero el grado de crispación me lleva a pensar que los Hombres G(ilipollas) son ellos y por momentos a tener los mismos deseos carentes de empatía.

 

 

Cargando el universo

Cargan todo:
cargan mi móvil
cargan el móvil de mi pareja
cargan el auricular inálambrico para clases online
cargan el manos libres para hablar con mi madre
cargan los auriculares inalámbricos para las clases de Carmen
cargan las raspberry donde hago copias de seguridad
cargan el aparatito que convierte la caja boba en «inteligente»
cargan el flexo para leer en el sofá
cargan los auriculares bluetooth con cancelación de ruido
cargan cargan cargan…

pero la energía sigue por los suelos y su precio por las nubes.

¿Por qué todos sabemos tanto de todo?

Me tiene fascinado cómo sabemos tanto:

Sabemos cómo hay que gestionar una pandemia global.
Sabemos qué eventos hay que cancelar.
Sabemos quién debe seguir trabajando.
Sabemos dónde se producirá mayor número de casos.
Sabemos cuántos casos son necesarios para denominarlo crecimiento exponencial.
Sabemos por qué no se tomaron las medidas pertinentes.
Sabemos cómo se tendría que haber reaccionado.
Sabemos qué medicamentos son convenientes y cuáles no.
Sabemos quién puede ser aconsejado para que se entere.
Sabemos dónde es el lugar más seguro de la Tierra.
Sabemos cuántos rollos de papel higiénico se llevaron antes que yo.
Sabemos por qué sabemos tanto o no sabemos.

No me hago las fotos que hay que hacerse

Parece ser
que estar en una manifestación
es hacerse fotografías
luciendo un vestuario apto para la ocasión.

Parece ser
que estar en una manifestación
es dar los gritos o consignas
que nos digan que demos
o saltar por los aires salvo que seamos hitler.

Pero a mí se me da mal
hacerme las fotos que hay que hacerse
como cuando no hago fotografías
de los eventos que coordino
para que vea el resto del mundo
que no asiste a los eventos que coordino
que hago muchas cosas
como eventos que coordino
o performances de esas cuyas fotografía
dejan constancia del acto
que no sé si, en sí mismo, se considera importante
salvo que exista reportaje.

Pero a mí se me da mal
obedecer ciegamente
aunque soy bastante obediente
por otro lado
y saltar no está en mi ADN
ni lo soportan mis rodillas
ni mi repugna a las falacias
incluso aunque pueda parecer, visto desde fuera,
que no simpatizo con lo que hay que simpatizar
y me siento desconectado
expulsado sin que me expulsen
o incluso cuando sí que me expulsan
quizá justificadamente
porque quizá no soy rentable
para una lucha completamente necesaria.

Parece ser
que no soy apto
para manifestarme.

Nunca he sido buen participante en manifestaciones
que sean reivindicativas
o que sean recreativas.

Me agobio en conciertos
que superen las 30 personas.
Me orillo en masivas concentraciones
como cáscara de crustáceo arrastrado por las olas.
Me inhibo ante compromisos
que requieran mi simpleza.

Y acabo de constatar que llevo escritas tres
frases que comienzan por «me».

Quiero quitar»me» de en»me»dio
y dejar de estar donde no «me» quieran
quizá porque no soy estratégicamente útil.
No es (soy) tan importante.

Yo Yo Yo y Yo

Leyendo esta publicidad de la famosa app Tinder de citas, me llamó la atención esta frase:

querer a quien, cuando y como yo quiera

Pero especialmente por ese pronombre personal de primera persona que conlleva cierto egotismo, cierto pensar desde el yo más absoluto las relaciones con otras personas, es decir, no querer a quien me quiera, sino a quien YO quiera.

No es necesariamente malo y presumo que tras el texto se puede leer un mensaje liberador, como de que cada cual es libre de querer a quien quiera.

Pero me sigue sobrando tanto YO en tantas frases… Y echo de menos (yo) que se lea en las escuelas, desde adolescente por lo menos, El Arte de Amar, de Erich Fromm.

¿Soy miserable o soy sencillamente pobre?

Hoy he tenido que dilucidar si comprar en Amazon un par de libros para los talleres de poesía o si comprarlos en una tienda a la que respeto y que me gusta, que se llama Librería Mujeres por la que suelo pasar para comprar variedad de ejemplares a comienzos de curso.

Era un ejemplar de poesía completa de Pizarnik de la editorial Lumen en tapa dura y el otro una antología (bastante completa también) editada por Hiperion, de Alfonsina Storni, ambos para varios de los temáticos en los que vemos obra de sendas escritoras, suicidas y argentinas.

No ha sido complicado encontrar obra suya, afortunadamente, pero había una diferencia de precio de 2 euros totales sobre un coste de 37 o 39 respectivamente en Amazon y Librería Mujeres.

2/37 no llega al 6% de diferencia, pero hoy no he desayunado por no gastarme 2 euros en unos donuts, pues no tenían los de 1€ ni una oferta de 2€/6 donuts. Suelo mirar el gasto que hago hasta este punto, aunque a veces resulta ridículo. Para mí, 2€ son una cantidad «relevante» de dinero.

Aún así, me siento bastante culpable por haber cedido (he cumplimentado los pasos en ambas plataformas web antes de decidirme) ante el gigante estadounidense por unos míseros 2€. Quizá me ha acabado de inclinar el hecho de que el envío por parte de Librería Mujeres era en un plazo de 6 días (aproximadamente) mientras A lo envía presuntamente para tenerlo disponible mañana mismo.

Podía haber, incluso, ido en persona a Librería Mujeres (aunque hay una dependienta que no suele ser muy simpática), pues la distancia entre ese sitio y mi estudio no es mayor de 10 minutos andando… Esto también me hace sentir culpable ante el deterioro del planeta. Jo… tanta culpabilidad me está agotando.

Échame unas monedillas

Hoy
ante la abundancia de fotografías
rodeándome en la Gran Vía
y en las calles aledañas
que es donde vivo y trabajo
me dieron unas ganas terribles
de poner un puestecillo
con una cajita metálica
que rece:
«por unas monedillas
hago cosas típicas de madrileño
para que tu fotografía
sea más auténtica».

Sentirse como un mono en el zoo
es algo natural
en un ambiente tan poco natural
como es el centro de una ciudad
de más de tres millones de habitantes
y otros millones de turistas
que vienen a recoger
en sus cámaras hábidas de safari
un pedacito de esta realidad
que para mí es tan cotidiana
como ir al vater cada mañana
así que igual un día
deba instalar una cámara en el baño
que retransmita mi vida
como experiencia urbana inenarrable.

Hoy
casi digo:
«échame unas monedillas
y hago el madrileño«.

Pequeños grandes placeres

Esta mañana he entregado las láminas que Pepe Buitrago me ha pedido para exponer en su maravilloso espacio de Centro Dados Negros en mayo. Disfrutar de su compañía un rato en esta mañana soleada de invierno en Madrid, mientras me contaba el proceso en el que crea sus piezas holográficas ha sido enriquecedor hasta no poder más. Hablar de arte y física con una persona como él que sabe tanto y que lo cuenta con tanta humildad no tiene precio. Un lujazo sin parangón.

En la Plaza de Herradores he comprado manzanilla en una recoleta tienda de infusiones a granel llamada Casa Oriental, tienda de té, productos ecológicos y herbolario. Esta noche la estrenaré con un par de radios de una estrella de anís para dejársela preparada a Carmen De La Rosa para cuando vuelva de su Milonga ROMÁNTICA.

Después he pasado por mi panadería favorita (Museo del Pan Gallego) a comprar la típica hogaza (hogar, fogar, folgar…) de trigo y centeno que hace las delicias de cualquier desayuno (o cena, o comida).

Por si fuera poco, como ya la mañana la daba por casi perdida (ganada completamente, en realidad), me he acercado a saludar a mi librero preferido, Andrés Larrinaga Arechaga, siempre cordial (de cordio, cardio, corazón) que con tanto mimo lleva la librería Menosdiez. Es tan tentador que procuro usar «orejeras» (de las de los burros) para que no se me desvíe la mirada a más libros… pero tenía uno de poesía de Leonard Cohen de tapa dura con ilustraciones por 8€. ¡¿Cómo lo hace para encontrar esas joyas?!

Y de colofón vuelvo al estudio donde esta tarde continuaré con el taller de Poesía Clásica China en el grupo de la Asociación Cultural Clave 53.

¿En qué momento mi vida se convirtió (la convertí) en algo tan bonito?

Fortuna no es sólo una marca de cigarrillos.

Paradojas

Paso tanto tiempo
eliminando perfiles de facebook de entre mis amistades virtuales
eliminando visualización de publicaciones que no me interesan
eliminando seguimiento a cuentas que escriben con mayúsculas como si no hubiera silencio
eliminando publicidad poco o nada significativa para mí
eliminando lo que no me gusta
que sería mucho más sensato
eliminar mi cuenta de esa red social
eliminar mi presencia vitual
eliminar me.

Tertulias de Té y Poesía N’Clave de Po(esía)

Como otras ocasiones, hoy proponemos una reunión amable y sencilla en la que prima la libertad por encima de todas las cosas.

Y siempre toca aclarar que se puede hacer lo que se quiera. Es tan extraño que olvidemos lo que significa ser libres…

Y así estamos.

Hoy cansado y casi sin energía. Con ganas de irme a casa o mejor aún a una terracita a tomar el sol, que dicen que es potente y presente esta jornada madrileña de finales de febrero.

Pero no. No me voy.

Aquí estoy, intentando que haya más lugares para la poesía en el planeta, como intentando combatir el cambio climático a fuerza de versos salvajes que no conducen a nada, porque no tienen vehículos motorizados.

Aquí estoy, intentando habilitar un espacio para lecturas de Miguel Hernández, entre otros motivos porque para sectores escandalosamente retrógrados resulta ofensivo en según qué lugares.

Aquí estoy, intentando facilitar la convivencia entre personas que pensamos o sentimos que la poesía es un camino para mejorar la sociedad, o para hacer más habitable un mundo muchas veces hostil.

Aquí estoy, cansado y sin energía, pero presente y potente para calentar esta jornada de sol y calorcito a finales de febrero… y sólo es el comienzo.

Esto no es una broma