Así es la pantalla principal de mi móvil

Una primera pantalla de un móvil dice bastante de su poseedor, algo como si es ordenado (yo lo soy en exceso) o si es desordenado, qué aplicaciones son sus más usadas, a qué le da importancia… y a qué no se la da.

Obviamente yo no tengo instalado Facebook en el móvil, aunque se me cuela en forma de Instagram y, además, por Whatsapp que no está en un botón directo, sino que he de entrar en la carpeta de comunicaciones para poder usarlo.

El calendar es algo que uso más que casi ninguna otra aplicación y wikipedia mi pasatiempo preferido. Uso una herramienta algo desconocida para gestionar ordenadores remotamente que me permite manejarlos como si fuese un mando a distancia (eso significa remotamente).

La fotografía que uso de fondo de pantalla es una que realicé por fortuna en un murete de una estación del FEVE mientras recorríamos (Carmen y yo) Asturias y Lugo hace ya casi tres años. Tuve problemas en el pie y casi no pude disfrutar ni un segundo de aquel viaje, y sin embargo guardo bellos recuerdos, como el momento en el que me acerqué con mi teléfono (entonces un BQ de menos calidad que el actual) y realicé esta fotografía azarosamente buena que también tengo de fondo de mi pantalla de ordenador de trabajo. Quizá para recordarme que la vida puede ser lenta y placentera, que no hay tanta prisa como nos quieren (¿quiénes?) hacer creer y que apreciar los pequeños detalles del entorno puede ser la más placentera de las actividades.

La muerte del minorista

La frutería de mi calle, que no está en mi calle sino en la esquina de la Corredera Baja de San Pablo con la calle Puebla, hace tiempo que dejó de estar en la esquina, cuando el supermercado que la acogía acabó por convertirse en un «mercado» boutique que decidió situar la frutería en el interior del mismo, haciéndola casi invisible para toda persona que no supiese que allí había una frutería.

Los fruteros se desplazaron a la fachada enfrentada, en los impares de la Corredera, y se llama frutas manolo, o parecido, pero han decidido dejar de atender como fruteros tradicionales, proporcionándote la fruta en mano elegida según lo que les pidas, amén de eliminar los precios de las estanterías con lo que no conoces cuánto te vas a gastar hasta que lo tienes todo en la caja y deciden cobrarte.

Carmen y yo continuamos fieles a la frutería del interior de la «boutique» porque el servicio minorista seguía siendo el trato al cliente, atendiéndonos, dándonos a elegir entre verduras más o menos maduras o recomendándonos algún genero que podíamos haber dejado de lado incluso dándonos a probar alguna muestra de, pongamos, fresas o cerezas, para animarnos a comprarlas porque les había llegado una buena remesa.

Dejamos a Manolo y sus fruteros y continuamos durante años con los nuevos fruteros de la nueva frutería interna al mercado pretencioso. Algunos de los nuevos fruteros eran ucranianos (o ucranios, según se quiera) y algún otro hispanoamericano. Eran simpáticos y amables. (En realidad siguen siéndolo)

Pero definitivamente la evolución que se conoce con el antipático nombre de gentrificación sigue avanzando en el barrio y triunfa la apariencia, la vacua sensación de riqueza, aún sacrificando la calidad en el género y, especialmente, en el servicio. Así que la boutade en la que han convertido en minifrutería la frutería del interior en la última remodelación de las ofertas en ese pomposo mercado, que vende pan de muchos cereales inflados (el precio también), y que ha transformado la esquina de la frutería original, la de Manolo, en una diminuta e incómoda cafetería con cafés y desayunos ampulosos, pero diminutos, síndrome de la tontería que campa a sus anchas en las nuevas propuestas del barrio que denominan Malasaña.

La actual sección dedicada a frutas es tan pequeña que ya casi es inexistente. Mientras los fruteros ucranianos (o ucranios) se han visto obligados a mudarse a su nave almacén en la calle La Nao, una minúscula callejuela que une transversalmente Puebla y mi calle (Loreto y Chicote).

Hace tiempo que les comenté que por qué no se mudaban a su almacén y abrían ahí una frutería y les dije que, por mi parte, seguro que seguía comprándoles allí. Parece que finalmente tuvieron que hacerlo forzados por la nueva estrategia comercial del super del barrio. Que ya ni lo es ni lo parece.

Además, desde siempre, compramos grandes cantidades y les solicitamos que nos las sirvan a domicilio, así que esa mudanza podría comportar un cambio en la forma de relacionarnos con ellos, adquirir o realizar el pedido por teléfono o, mejor aún, por whatsapp y esperar relajadamente a que lo dispensasen.

Y aquí es donde realmente creo que el negocio minorista muere: no sabe hacer del problema oportunidad.

Era una buena ocasión para trasladar, con mínima inversión, su negocio de fruteros tradicional a una web sencilla, presencial, que tan solo contenga los productos que ofrecen y sus precios, quizá un pequeño formulario (simple) de pedidos online…

Parece que eso es mucho pedir y tan solo se ofrecieron a darnos su teléfono, para llamar y pedir o para enviar un whatsapp con el pedido. Y este sábado así lo hicimos.

Pedimos una compra «básica», sin grandes cosas, sin mucho peso. En muchas ocasiones presenciales hemos pedido mucho más. Pero en esta ocasión nos costó mucho más. 70€ por una cantidad de fruta y verdura que difícilmente superará un par de semanas. Y me pareció excesivo. El amable frutero ucraniano (o ucranio) dejó de ser tan amable y me dejó caer que es que ahora ya sólo atienden a comercios, a lo que le dije que era una buena oportunidad para cambiar de mentalidad y aprovechar para ofrecer productos a domicilio a un montón de gente que, en sus casas, está acostumbrada a comprar sin salir del móvil. Pero no se dio por aludido y siguió insistiendo (como justificando el elevado precio de sus frutas) en que su clientela, ahora, sin su frutería de antes, se limitaba a restaurantes que piden material más caro.

No quiero pasar a comprar frutas y verduras a un Carrefour recién abierto, ni a un DIA, que envasa hasta cada plátano por separado en bolsitas absurdas de plástico, para luego cobrarte la bolsa de plástico externa que las contiene a todas. Y procuro no comprar en fruterías atendidas por personal de etnia han porque tienen la misma forma de atender que nos desanimó a seguir comprando a Manolo, «do it yourself» y luego te cobran en caja, si bien tienen mucha más variedad que la mayoría de las fruterías tradicionales o castizas y, desde luego, muchos mejores precios.

Hace tiempo que Carmen y yo venimos evitando hacer la compra a eco-tiendas por su elevado precio y porque además, cuando en su día miramos la posibilidad de hacerlo, no llevaban las frutas a casa y el horario de recogida era incompatible con nuestros horarios, pensando más bien en su clientela de oficina, de trabajadores de 9 a 5.

Ayer estuve mirando las páginas web de varias de estas empresas eco/bio… o lo que sea y el caso es que parece que son mucho más amigables que hace tiempo, mucho más sencillas y, desde luego, ponen al servicio del cliente (que también es ciudadano, sí, pero también cliente) un surtido más amplio del que partían inicialmente, dando solo opción a frutas y/o verduras de temporada, sin posibilidades de adquisición de otras frutas o verduras un poco menos «ecológicas», pero que también queremos consumir (sí, somos muy malas personas, por no querer aprender cuándo es la temporada ideal de calabacín). Sobra decir que han hecho un esfuerzo por bajar los precios y resultan mucho más competitivas (lo que es sinónimo de baratas) que las fruterías de barrio minorista.

Y eso acabará por ser su pequeña puntilla: si se niegan a adaptarse, se tendrán que preparar para la larga travesía del desierto.

Lamentándolo mucho, dejaré de comprar fruta a nuestro querido frutero ucraniano (ucranio), así como dejamos de comprar en su día a Manolo y compañía. Aun a sabiendas de que su proximidad habría de ser una acicate para que lo hiciésemos.

¿Qué precio poner para un Curso de Tango?

El capitalismo es ese monstruo en el que las cosas no tienen otro valor que su precio, y el precio no lo decide la ética, sino lo que se conoce como «el mercado», que no es otra cosa que los precios que otras personas han decidido poner a algo que tiene un valor arbitrario y que mucha gente ha aceptado como aceptable, lo que es el colmo de la aceptación. Quizá por eso es tan complejo cuestionar el capitalismo, porque tiene permanentemente una doble aceptación de toda persona inmersa en el mismo, lo que hace que nadie cuestione los precios cuando conoce «el mercado».

El otro día en un anuncio para el Curso de Tango que Carmen de la Rosa imparte en este fin de semana puso el precio (siempre es reticente a informar del mismo) de 60€/6 horas (50€/6 horas si se asiste en pareja). Está más bien por debajo de lo que viene siendo ese «mercado» de clases de Tango.

Por supuesto, hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero (¿dineral?) en esa actividad que requiere que una persona (o dos) dejen de disfrutar de un fin de semana, que ha requerido que esa persona que propone el curso tenga que pagar más de 30€ de publicidad, más de 60€ de sala, sin saber aún si el curso le saldrá adelante, que ha tenido que formarse (invirtiendo tiempo y dinero) para poder ofrecer una calidad como sólo ella puede tener, una calidez que va incluida en el precio (y que es un valor incalculable), que ha gastado su tiempo (que alguna vez dicen que vale oro… pero no sé muy bien el tiempo de quién) en hacer un cartel, en tener fotografías que puedan ser atractivas para que la gente esté dispuesta a pagar el precio que se solicita de acuerdo al mentado «mercado», que ha tenido que pagar a esa fotógrafa profesional que le realizó unas fotos, que tuvo que pagar la sala donde se llevó a cabo esa sesión fotográfica, que tuvo que adquirir un vestuario adecuado para que la gente no diga que no son formas esas de dar clases… que ha gastado su esfuerzo en responder a cada una de las personas interesadas (y estupendo que así lo haga) dejando de lado a su familia que la necesita, a su pareja, a sus amigos y a la opción de estar tomándose tranquilamente una cañita en una plaza de Madrid.

Hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero. Faltaría más. No estamos hablando de exigir pagar a quienes generan cultura como si fuesen funcionarios, no (Ironía Off). Se trata de ofrecer un producto (oferta) que puede o no tener una acogida (demanda) cuyo equilibrio genera una presunta justificación a ese precio que «el mercado» decide poner al mismo y que la sociedad inmersa en el capitalismo acepta como aceptable.

La misma docente desearía poder poner un precio más barato, ignorando las exigencias del mercado para no tener que pagar salas a los precios que tienen, ni pagar publicidad de grandes empresas con dudas prácticas impositivas, ni pagar a otros profesores que la formaron, ni fotógrafas que la retrataron, ni gastar tiempo y que ocurriese por arte de magia, así, de la nada, un curso este sábado, pero poder además disponer de ese tiempo en el que estoy allí para estar también con la pareja, con la familia o tomándose una cañita en una plaza de Madrid, por supuesto gratuitamente.

Hay quien está en su derecho de no querer gastarse ese dinero en un Curso de Tango, e incluso, claro que sí, está en su derecho (hay tantos derechos…) de afirmar que le parece muy caro, sí, que le parece muy caro, así, en absoluto, sin decir por qué le parece caro… y claro, entonces yo pienso que también tengo derecho (ya que se trata de derechos…) de decir que lo que esa persona me parece es o bien una irresponsable que desea acabar con las normas básicas del capitalismo, o bien una idiota que no ha pensado que su trabajo (porque seguramente también trabajará o recibirá ingresos de alguien que lo haga) también me puede parecer a mí muy caro y puedo estar deseando que no cobre ni un duro por lo que hace… y además, que me permita el derecho (sí, sí… a mí también me gusta tener derechos) de decirle que su trabajo es innecesario y mucho más caro de lo que yo consideraría razonable pagarle.

Así como curiosidad malsana, me dio por ojear su perfil de Facebook y encuentro que estudió en ICADE, una empresa privada conocida por su política de precios elevados (de acuerdo al sacrosanto «mercado») y que dice ser Gerente General de no sé qué empresa. Jo. Esta persona está claro que cree tener más derechos que yo, que la docente y que mucha otra gente, seguramente. Y ahora comprendo cómo ha llegado a esa simplista conclusión de que el precio de 60€/6 horas de un Curso de Tango en fin de semana por la mejor profesora de Madrid es «caro».

Una camiseta verdaderamente Vintage

Ayer, a varias amistades, les envié este fotografía, que podemos denominar autorretrato o selfie, al modo de las que se hacen youtubers o influencers… y otras personas cuyas profesiones son nombradas en inglés para proporcionar más empaque a sus naderías, dado el auge del imperialismo o colonialismo cultural anglosajón.

Es una camiseta que me habían regalado en un seminario de administración de sistemas, seguramente antes de 1997, pero no puedo precisar. En aquella época, los rs6000 eran el no va más. La última pieza de tecnología que quedaba por crear para hacer un mundo mucho mejor… jejeje…

Lo mejor del caso es que me está bien de talla. He de reconocer que me alegra saber que aún, a pesar del paso de los años y el aumento de los kilogramos (que no sé tampoco precisar por la ausencia de mediciones desde hace más de 3 décadas), sigue valiéndome y también saber que no la he tenido que tirar a la basura. Quizá su color me desmotivó a usarla durante muchos años y algo que no se usa suele durar mucho más que algo que se usa, lo que no sé qué aporta de información.

Lo único triste fue que mi móvil no tuviera resolución infinita para captar ese móvil en el espejo fotografiando ese móvil en el espejo fotografiando ese móvil en el espejo fotografiando ese móvil en el espejo… Así hasta infinito ?

Nuevas temporadas y estrenos que no te puedes perder.

Cada vez que hay un anuncio o publicidad con mensajes como este dejo de leer inmediatamente y miro hacia el cielo por si me va a caer algo que va a provocar mi aniquilación instantánea, dado que pienso perderme lo que me digan que no puedo perderme. Aunque sólo sea por ver qué pasa si me lo pierdo.

Son cosillas del estúpido pensamiento lateral o «out of the box» que tanto me gusta hacer.

Y no rezaré a nada ni nadie para evitar las consecuencias de esa temible advertencia al modo de «oferta que no puedes rechazar»… con cabeza de caballo ensangrentada bajo mis sábanas.

😉

Minutos de descuento

Quedan pocos minutos para comenzar unas vacaciones
obligadas
unas vacaciones impuestas
que disfruto
no lo niego
como tantos otros privilegios
impuestos
que disfruto.

Quedan pocos minutos y me inquieta
sentir que la vida se escapa
entre esos pequeños minutos
antes de unas vacaciones
que está también
constituida por ristras
de minutos
descolocados en orden
como faros de carretera.

Quedan pocos minutos
de vida
antes de seguir
viviendo.

Date un respiro (punto es)

Hace un par de años «sufrí» una anécdota algo morbosa y que no es graciosa aunque lo pueda parecer:

La persona con quien compartía alquiler de local y junto a quien convivía con frecuencia puesto que también le impartía clases dos días por semana a su hijo en su domicilio, por no decir que había formado parte del equipo que había estado trabajando sobre una cuestión existencial pequeña muy personal que se materializó en mi proyecto La Consulta, la persona a quien podemos poner el nombre que solía acarrear con ella, Teresa, junto a su apellido, del Pozo, falleció.

Murió drástica y fulminantemente de un hictus en la piscina.

Había vivido bien y su alegría vital reflejaba sus elecciones vitales día a día, su simpatía, su voluntad de hacer que el mundo fuese un lugar cada vez mejor. Era un lujo y un honor contarse entre sus amigos.

Pero murió.

Fue en verano. Fui a su funeral. Sus amistades se contaban por cientos y desbordaban vitalidad que generaba un ambiente amable, cordial… como Teresa habría querido.

Para ir, en un cementerio a las afueras de esta ciudad atestada de cadáveres, Jaime Vallaure me puso en contacto con un familiar suyo que iba a ir en coche desde el centro.

Le contacté y me respondió que le habían dejado un vehículo «de respiro».

Yo entendí y asumí que eso se trataba de un servicio que ofrecía la funeraria para familiares con esa denominación tan apaciguadora como esa: un «respiro» (sin pensar en crematorios y chimeneas parecía un buen nombre para coches para los familiares de fallecidos).

Pero no era eso.

Cuando me encontré con quien me habría de acercar, me explicó que «Respiro» era una compañía de alquiler de vehículos por horas, un modelo que se define como «carsharing» o compartición de coches, pero que por la módica cantidad de unos pocos euros por hora (según el tipo de membresía) te dejaba disponible un coche en alguno de los parkings que tenían para devolverlo pasado el tiempo reservado a su mismo lugar.

respiro.es

Así que pasado el tiempo, procedí a darme de alta en la modalidad conocida como «A tu aire», en la que no se paga nada más que cuando se desea disponer de coche (4,5€/hora), lo que nos podía facilitar viajes a Colmenar por 3 horas, por ejemplo… o cosas parecidas.

Pasó el tiempo y lo empleamos un par de veces en dos años, pero parecía que podíamos ir usándolo más cada vez, para visitar, por ejemplo, a Silvia y Robert en la lejana Galapagar. Así que decidimos darnos de alta en la modalidad «Prime», es decir, abonando 5€/mes y luego unos 2,5€/hora cada vez que lo usásemos.

Pero no recordaba que la gasolina se tarifica aparte por unos 0,30€/km. Lo que incrementa bastante el precio en cuanto la distancia es cercana a los 100 kms.

En resumidas cuentas, el sábado pasado hicimos un viaje a Galapagar y por unas 7 horas (que hubimos de ampliar a 8 por un atasco terrible debido a las fechas espantosas en las que estamos en el centro de Madrid) acabamos teniendo que pagar 44€. Teniendo el coche en la puerta, pues la calle Barco está al lado de nuestra casa, pero certifiqué (por activa y por pasiva) que teniendo la suerte o desgracia (suerte, suerte) de vivir en el centro de Madrid el medio de transporte más eficiente sigue siendo el transporte público para distancias medias/largas y caminando para distancias cortas/medias.

Lo demás, carsharing, bicicletas, etc… será una buena opción cuando circule mucho menos vehículo por calles y carreteras. Pero ahora mismo es un despropósito gastar 5€/mes para acabar pagando más del doble de lo que habríamos pagado en transporte público (metro y autobús interurbano) que además habría tardado menos de una hora en regresar a nuestro domicilio en lugar de las casi dos horas que empleamos.

Quiero ser «impulsor» de ese futuro en el que haya algunos coches, bicicletas, patinetes, gente paseando… pero no puedo seguir financiando esa app (que no funciona, pero eso es otra cuestión) así que el mismo día que llegamos procedí a solicitar volver a la tarifa A tu aire, que quizá no vuelva a utilizar, pero que puede que sí…

Algún día la movilidad dentro de las ciudades será muy distinta a como lo es ahora, pero el cambio va más lento de lo que yo suponía. Soy tan malo con las predicciones… 😉

Absurda imagen o lo poco que importa una cumbre del clima

Que exista esta imagen junto a este artículo lo dice todo de la importancia que, en realidad, le damos a una cumbre internacional sobre el clima, al cambio climático, a todo lo que no sea bailar y vivir la vida loca (y nunca mejor dicho), olvidando que habrá un mañana, que quizá no sea muy habitable para la especie humana y cuyas consecuencias (que los políticos han considerado demasiado ignorables para no perder votantes del presente que es el cortoplacismo que les importa) serán y están siendo demoledoras en términos de desplazamientos poblacionales (nadie emigra por placer, eso se llama turismo), amén de desequilibrios socioeconómicos más agudos que conllevarán más inestabilidad social que no se podrá ignorar… porque estará en la puerta de las casas, incluso de aquellas personas que pueda afrontar vivir en zonas de exclusión de pobreza, barrios ricos reservados para poderes adquisitivos altos, con seguridad privada, etc, pero que no dejarán, lo sepan estas personas o no, de ser guetos, de ser pequeñas cárceles en las que habitan en su falsa sensación de seguridad y mucho más ficticia libertad.

720 maneras de escribir tu nombre

Gracias a la propuesta de «Amig@ invisible» a la que estuvimos jugando en el taller de Poesía y Escritura Creativa del grupo de los miércoles, me tocó hacerle un regalo a ISABEL y me planteé la curiosa propuesta de hacerle un pequeño obsequio sin adquirir absolutamente nada que no tuviese ya en mi poder.

Así que busqué un código que pudiese hacer permutaciones de palabras (sin repetición). Lo adapté a mis necesidades, aunque usar la palabra necesidad para esto no deja de tener algo de gracia, y generé un documento de las permutaciones que se pueden realizar con las 6 letras de la palabra ISABEL. A continuación, procedía hacer una desordenación aleatoria de las mismas con un comando linux bien sencillo:

sort -R isabel.txt > isabel_desordenada.txt

Lo más laborioso, pero también lo más bello, ha sido realizar la maquetación y posterior impresión de unos libretos con las 720 maneras de escribir su nombre, elegir la letra de la portada, en concreto, me ha llevado casi una mañana.

Las cartulinas que tenía disponibles para realizar la cubierta eran escasas y de un gramaje algo que pusieron en apuros (hasta casi estropear) a mi impresora Canon PIXMA 3650. Por supuesto, algunas de las tipografías elegidas para ser delicadas, como una Josefin Sans Light, apenas se ha impreso correctamente en varios de los ejemplares editados (no voy a realizar tiradas largas). Cada ejemplar de los así creados tendrán un precio de 6€ que era el máximo destinado al regalo del juego navideño.

Ahora me he encontrado con una fuente casi inagotable de generar publicaciones que me fascina: la utilización de la matemática y la informática para escribir textos poéticos delicados y dedicados, explorando la naturaleza corpórea del resultado en impresiones caseras sobre las que tengo un control exhaustivo y que me permiten, además, reutilizar materiales que casi tenía a punto de tirar (eso nunca, y lo sabes).

Esto no es una broma