No me gusta que no me guste

Tontada absoluta

Después de que parece ser que va a hacer caso a las solicitudes de los usuarios, FaceBook ha decidido implementar el icono-botón de «no me gusta».

Yo me pregunto si habrá gente que esté ya, como yo, deseando que incorporen otro que indique que no me gusta que no me guste.

Este icono-botón que yo propongo será muy interesante cuando el «buenrollismo» facebukero se vaya a la basura con un montón de «nomegustan» que no quedarán lo suficientemente claros, al no poder indicar si no te gusta que eso se publique, no te gusta que esa persona lo esté publicando, no te gusta, en general, esa persona y sus publicaciones, o sencillamente no te gusta el tono…

Vaya, que era tremendamente importante que FB introdujese su modificación para poder tener libertad de expresión… o algo semejante.

Aunque es posible, probable incluso, que algún gobierno vete o prohíba su uso ante determinadas publicaciones de interés nacional. Esto es tan absolutamente demencial…

Pseudociencias e izquierdas

Estuve leyendo este artículo titulado Diez absurdas teorías pseudocientíficas defendidas por políticos españoles y me sonrosa encontrar tantos políticos con los que, en otro orden de cosas, coincido, así que me ha dado por buscar una explicación (que ya tenía, es solo una forma de hablar) para justificar el mayor número de «progresistas» con este tipo de confusiones no solo mentales, sino metodológicas.

En detalle, pero poco explicitado, estaba insinuada esta relación cuando escribí sobre la Crisis del pensamiento racional, así como en otras ocasiones, como acerca de un supuesto Taller de Conexión Quantica Espiritual Colectiva (¡ahí es nada!). El New Age campa por los montes del progresismo hasta hacerme enfrentarme con más de un amigo, que, por metodológico, me acusa de pedante o de dogmático. Lo que no deja de ser una argumentación inargumentativa, básicamente una falacia.

Pero, ¿por qué este tipo de pseudociencias se da más entre gente «de izquierdas»?

Sin entrar en consideraciones sobre la pertinencia de seguir utilizando esta clasificación tan obsoleta, esa etiqueta «de izquierdas» como si realmente aún hoy tuviese algún sentido, sí voy a hablar de conservadores/tradicionalistas/derechas o progresistas/rupturistas/izquierdas. Sabiendo, sí, sabiendo, que es una simplificación a binario de algo que dista mucho de serlo.

Lo «conservador» en occidente ha estado abiertamente vinculado a lo religioso, al cristianismo, de ahí que sus programas políticos e incluso los nombres de sus partidos suelen llevar el adjetivo «cristiano». Las democracias cristianas de los pueblos germánicos dan fe de ello.

Lo «progresista», en contra, siempre en contra, ha estado vinculado a cierto laicismo, a cierta idea de alejamiento del hecho religioso, del pensamiento irracional necesario para sustentar la existencia de ser(es) y hecho(s) meta-racionales, por decirlo así.

Pero este alejamiento ha llevado a cierta sensación de orfandad, a cierta incomodidad con respecto a asumir que el mundo no es comprensible y que no hay un dios que me lo haga fácil ni una virgencita a la que rezar para pedirle imposibles.

Aquí está, sin duda, el quiz de la cuestión: un ser humano de izquierdas también quiere soluciones milagrosas, también quiere que el mundo tenga una razón, también quiere certezas… así que las inventa o las crea para creerlas. Eso sí, reniega del pensamiento que propone el tradicionalista sustentando ideas como que una vela en un altar me curará el Alzheimer o hará que mi hija encuentre trabajo. Sin embargo, está dispuesto a pensar que la memoria de las moléculas del agua (sic) me curarán un cáncer o mi energía positiva hará que mi hermana encuentre novio.

Es evidente el paralelismo, pero este último, superada la irracionalidad religiosa desde los tiempos de la Ilustración hasta hoy, pasando por un radical Nietzsche y por un tremendo existencialismo Sartriano, es mucho más peligroso pues utiliza aquello que ha costado tanto elevar a método, que es la ciencia.

La utiliza desvirtuándola, eliminando su metodología (que es la base) y quedándose con su palabrería, que es vacua sin lo previo. Y esta es la razón por la que me incendio, enciendo, cuando alguien hace defensa de las pseudociencias: porque atenta contra el pensamiento racional y da un voto de valor a lo irracional, retrotrayéndonos a esos oscuros tiempos feudales pre-volterianos. Si lo irracional no necesita otra prueba que lo que a mí me venga en gana… igual es válido rezar a una virgencita para encontrar trabajo, de ahí que hasta una ministra lo haya llegado a sugerir en su demencial visión de su papel político. Pero eso es del otro lado, de «la derecha» y con estos casi no tengo el suficiente trato como para calentarme.

Así que espero atemperarme y tomarme con calma lo que viene este curso, pues parece que el irracionalismo sigue aumentando, necesitando cada día más adeptos, con un proselitismo campante en «ambos lados» del espectro político que se pasan el espectro electromagnético por el arco voltaico…

Calm down
calm down
keep calm
keep calm


Salir del almario

1bandera-gay

Mi pequeño homenaje a unos días muy especiales:

Salir del almario

Según la vigésimo tercera edición del diccionario de la lengua española:

almario 2. m. cult. Lugar donde reside el alma.

Así que serán fechas para dejar que el alma vague libre por el imperio de la materia y los sentidos, por el océano carnal de las tentaciones, por la vida oxidándose a un ritmo inexorable.

Disfrutar del hecho de tener un alma que puede salir de su lugar de residencia habitual, quizá, por ausencia de aire acondicionado.

Disfrutar
Frutar

Y a vivir que son tres días (y dos llueve).

¿Sirven de algo las firmas electrónicas a causas solidarias?

Está claro que vivimos en un mundo desconsoladoramente complejo. Cada día más. Cada día más.

Hace un año aproximadamente que no firmo ninguna petición (creo) porque llegó el momento en el que me saturé de firmar del orden de una diaria teniendo la sensación de que nada cambiaba de esa manera, además del hecho (probado) de firmar alguna que otra varias veces con un simple cambio de navegador y nombre.

Las comprobaciones que se hacen son mínimas, a cambio de hacer también mínimos los requisitos para «comprometerse» con la causa en curso. Pero acaba siendo, de esa manera algo, en el mejor de los casos, bastante ineficaz y, en el peor, otra herramienta para conseguir que demos nuestros datos con los que después se puede comerciar para diversos tipos de propuestas económicas o lo que viene siendo llamadas ofertas.

Algo así como vendernos boinas del Ché o camisetas a quienes reclamemos una mayor contundencia en la lucha contra la desigualdad de clases, por poner un ejemplo.

Hoy, leyendo un artículo interesante sobre la utilidad de las firmas en plataformas especializadas en ello, así como su posible funcionamiento como estafa, me he dado cuenta de que han escrito lo que yo pensé haber hecho hace unos meses, pero mucho mucho mejor documentado.

Después descubro otro texto, aún más detallado, sobre la posibilidad (que yo ya había probado sin tanto esmero) de que se pueda «firmar» repetidas veces sobre una misma petición.

Y ahora estaba pensando en hacer algo interesante, divertido, pero tengo tantas cosas pendientes que lo dejaré de lado (de momento):

Crear una petición en change.org pidiendo firmas para que dejen de funcionar de la manera en la que lo hacen y garanticen que hay un cumplimiento mínimo de lo que se firma, además de la exigencia de un rigor al tratar la palabra «firma» asociada al compromiso que hace una persona de decir que es quién es.

¿Sin wifi hablaríamos más?

nowifi

Bueno, aparte de lo obsoleto del cartel, este que no tiene en cuenta la enorme cobertura 3G o, viniendo, 4G, lo que no me queda nada claro es que realmente hablásemos más si no tuviésemos conexión de datos desde el teléfono móvil.

Por otro lado, vía esa misma conexión de datos/Internet, no se hace otra cosa que no sea, en la mayoría de los casos, hablar o comunicarse con otras personas que no están físicamente en el espacio.

Parece evidente que la hiperconectividad a la que venimos acostumbrándonos nos «desconecta» del espacio presente, del espacio temporal y físicamente presente, pero fabrica otro «hiperespacio» en el que nos hace sentir acompañados.

¿Que esa conexión diferida se trata de una ficción?

Eso lo afirmará quien no ha sentido una tremenda desconexión estando sentado, como yo, a la mesa de un enorme grupo de comensales con los que sentir que no tengo ninguna afinidad, ninguna conexión, ningún vínculo, más allá del que en ocasiones parece el padre de todos los vínculos o la madre de todas las conexiones: ADN.

En resumidas cuentas: la tecnología no es un problema en sí, ni ayuda, ni lo contrario. Cada caso es cada caso. Simplificar es fácil, pero no resuelve. Al menos, a mí, no me sirve.

Pero el cartel es gracioso. Sí, gracioso.

El lunes quedé a comer con un amigo. Teníamos móvil. No fueron ningún inconveniente. Hoy he pasado la mañana con Carmen. Teníamos móvil. No han sido ningún inconveniente. Vivo con un aparato útil al que no demonizo y que uso acorde a mis necesidades (como todas, bastante relativas). Pero no me supone un problema. Si lo fuera, dejaría el teléfono móvil en casa o lo tiraría por una ventana. No necesito que me regulen su utilización de manera paternalista considerándome incapaz de organizar mi atención o concentración. Yo decido cuándo apago mi teléfono, que suele ser con frecuencia.

Pero bueno, supongo que habrá a quién le guste ser manipulado, para que tomen decisiones que parece que cuesta tomar.

Yo ya soy mayor para eso. Casi, diría, mayor de edad: responsable último de mis actos y asumidor de sus consecuencias.

La última secuencia de MAD MEN

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Ayer terminamos de ver la serie MAD MEN, una de las mejores series que se han realizado hasta ahora que trata o sigue los avatares de unos publicistas de Madison Avenue (de ahí el nombre).

Esta última secuencia magistral incluye en el segundo 60 una sonrisa que muestra la perversión, revisión, subversión que lleva a cabo la publicidad sobre cualquier asunto transformándolo en producto de consumo.

La sonrisa de Don Draper nos enseña los mecanismos del sistema. Cómo él revierte el hippismo en producto de consumo, en el más escandaloso de los productos, en un anuncio de Coca-Cola, ni más ni menos, en «el enemigo» más aférrimo del anticonsumo hippy.

Pero la publicidad puede con todo, vence a todo y a todo y lo envenena todo.

Es el lado más terrible de la sociedad consumista capitalista. Es el arma más poderosa, la que acaba con imperios y con los enemigos del imperio. Luchar contra ella es casi imposible… o se nos insta a usarla para la lucha, pero es algo absurdo pues en ese mismo instante se ha adueñado de nosotros y somos unos auxiliares más de las tropas del imperio.

Poco que hacer, salvo ponerlo por escrito y seguir, en la medida de lo posible, ignorando ese arma de destrucción masiva de mentes independientes.

(La clave está ahí: en la medida de lo posible)

El éxito

exito

Yo quitaría sin el más mínimo reparo el último de los pasos, pues parece una cadena orientada a un fin, a un único fin, que es el éxito. Ya escribí sobre esta obsesión por el éxito en el diario, me habría extrañado no haberlo hecho.

Pero sigo encontrándolo sin ambages en boca de quienes defienden un modo de vida diferente, incluso, algunos, creativo.

No lo entiendo: Pero si el éxito no es un fin… la felicidad puede serlo, pero ¿el éxito?

Sin embargo ahí sigue, siendo el objetivo, el objetivo objetivo, el objetivo nunca subjetivo…

Y ni hablar de la creatividad para lograr el éxito. ¿Qué creatividad es esa que sabe a dónde conduce?

Pensar/Hacer y gozar haciendo. Sería mi único resumen. Pero es demasiado simple… parece. Así que un secreto, un éxito, una receta, una fórmula… vamos, vamos, dame algo a lo que agarrarme… ¿Será que puede ser tan fácil?

Yo, por mi parte, dejé tiempo atrás de perseguir el éxito y desde entonces, fracasado pero nunca frustrado, soy muy muy más feliz.

Esto no es una broma