Weeds

Cabecera de Weeds
Me encanta esta serie norteamericana que hace una bonita parodia de los barrios residenciales norteamericanos y que tan directa aplicación tiene en los españoles, al menos por lo que yo conozco.
Weeds se sitúa en mitad de una urbanización en la que todos son iguales y me recuerda tanto a las urbanizaciones en las que crecí en Colmenar Viejo y viví una adolescencia tan aborregada que sentía que no tenía un hueco para manifestar mi diferencia. Aún mi hermana, en broma, o no, me dice que cómo voy a salir con ella con esos pantalones, que allí la conocen y que soy demasiado bohemio para ella.
Sé que a veces bromea y se jacta de saber que ella no es tan rutinaria como defiende, pero sí que es verdad que su alrededor es monótono y claustrofóbico, al menos, para quien se siente distinto, no homogéneo, no normal.
Aprendí lo que se enseña desde pequeñitos en un lugar así: normal es bueno, anormal es malo. Me ha costado… y aún me cuesta reconocerme como fuera de la normalidad. No extraordinario, aunque semánticamente es lo mismo, sino anormal.
Con el tiempo, además, me di cuenta de que los presuntamente normales no lo son tanto y los (a veces también pretendidamente) anormales tampoco son extraordinarios sino extravagantes, raros, pretenciosos o desubicados.
Yo soy una mezcla de lo anterior y me siento bien siéndolo.
Y, de regalo de hoy, una letra de una canción con la que empieza la serie cada día, eso sí, siempre interpretada de manera diferente.

Little Boxes

Notes: words and music by Malvina Reynolds; copyright 1962 Schroder Music Company, renewed 1990. Malvina and her husband were on their way from where they lived in Berkeley, through San Francisco and down the peninsula to La Honda where she was to sing at a meeting of the Friends’ Committee on Legislation (not the PTA, as Pete Seeger says in the documentary about Malvina, “Love It Like a Fool”). As she drove through Daly City, she said “Bud, take the wheel. I feel a song coming on.”

Little boxes on the hillside,
Little boxes made of ticky tacky,
Little boxes on the hillside,
Little boxes all the same.
There’s a green one and a pink one
And a blue one and a yellow one,
And they’re all made out of ticky tacky
And they all look just the same.

And the people in the houses
All went to the university,
Where they were put in boxes
And they came out all the same,
And there’s doctors and lawyers,
And business executives,
And they’re all made out of ticky tacky
And they all look just the same.

And they all play on the golf course
And drink their martinis dry,
And they all have pretty children
And the children go to school,
And the children go to summer camp
And then to the university,
Where they are put in boxes
And they come out all the same.

And the boys go into business
And marry and raise a family
In boxes made of ticky tacky
And they all look just the same.
There’s a green one and a pink one
And a blue one and a yellow one,
And they’re all made out of ticky tacky
And they all look just the same.

Cámaras de Teléfonos

Sobre la mesaMe encuentro casualmente con un móvil de hace tiempo porque el actual ha dejado de funcionar. Aunque en realidad los móviles sé que están pensados para no funcionar nunca mucho tiempo, me empeño en intentar que su vida sea larga y me acompañen a todas partes a donde voy. Estoy llegando a tener un grado de dependencia de los móviles algo atroz.
Sé que saberlo es el primer paso para poder desprenderse del mal hábito, pero no es suficiente.
He de reconocer que aglutinar en un sólo dispositivo o chisme un teléfono, el correo electrónico, una cámara de fotos, un reproductor de música, un transistor de radio, una grabadora, un vídeo, un pendrive, una agenda de contactos, con datos de direcciones postales, electrónicas, teléfonos, agenda de eventos y actividades, un recordatorio de tareas… es una maravillosa navaja suiza de la tecnología. Siempre me han gustado y con estos móviles de hoy en día he de reconocer que estoy cautivado.
Pero claro, me olvido de que están pensados para no durar.
Recuerdo un documental fantástico de TVE2 sobre la obsolescencia programada y sé que lo sabía. Pero me olvido. Me olvido y me engancho y los uso no tirándolos, claro, así que acumulo dispositivos deliberadamente obsoletos pero que cuando menos te lo esperas te salvan la papeleta y te permiten no tener que ir a una tienda con urgencia a comprar y comprar y comprar un nuevo móvil.
Hoy se me ha estropeado, después de muchos avisos, el Sony-Ericcson que acostumbro a usar y que viene durando ya casi 3 años, cifra record en un teléfono nuevo. Después de probar a hacer distintos encendidos, he dado por terminada su capacidad de reconocer la tarjeta de memoria que me es fundamental para usarlo con todas esas propiedades extra que ahora le pido a un aparatito de estos. Así que puedo decir que está estropeado.
Cambiar de teléfono no es muy traumático, especialmente si tienes la precaución de no cambiar de marca y además haces copias en el PC de los datos que tienes en el aparato. Esto es algo que no me preocupa. Pero claro, te vas acostumbrando a tener una cámara de más pixeles, una gestión del correo electrónico más sencilla e integrada y cuesta deshacerse de esa buena vida. Qué cosas valoramos.
Supongo que por eso hoy no me ha importado nada lo de la mierda de los móviles: me duele mucho más que habitualmente mi fisura anal y tengo que volver a ir al médico.
¿Quién nos ha diseñado con una obsolescencia programada tan malvada?
Me acuerdo de los replicantes de Blade-Runner y no puedo evitar sentirme como uno de ellos preguntándome: ¿Cuánto me queda?
Pero no sé si yo podré aguantar a que me alcance mi destino.
Y no digo más.

Twitter y la brevedad

Lo bueno si breve dos veces breve, dicen. Y se presume de que Twitter es la forma típica de comunicación del futuro o, como diría Alex de la Iglesia, del presente. Bien, pues sus 140 caracteres son por un lado algo que estimula la capacidad de síntesis, pero por otro, más peligroso, la tendencia a la simplificación.
El futuro es tan complejo (el presente) que simplificar puede que resulte absolutamente necesario para poder comunicar algo al respecto.
¿Cómo analizamos las consecuencias de un terremoto en Japón?
En un mismo titular (casi un tweet), hablamos de miles de muertos y de centrales nucleares afectadas. Inmediatamente, muchos creen que esos miles de muertos lo han sido por las centrales nucleares. Las centrales nucleares, por tanto, son malas malísimas.
Critico esta forma sensacionalista de dar la información.
Pero más grave aún me parece que se gobierne con esos mensajes y que puedan ser electoralmente rentables: veo que Merkel, canciller alemana, decide de repente clausurar o algo semejante la mitad de las centrales nucleares en suelo alemán (claro, siempre preocupándonos por eso de las nacioncillas) y Zapatero haciendo lo propio en España, etc, etc.
Y no puedo evitar preguntarme… Si era así de fácil dejar de depender de esas centrales y su abastecimiento energético, ¿por qué no se juzga a los que las mantenían abiertas? Aunque sólo sea por imprudencia temeraria.
Por otro lado, la alternativa que se presentará, de forma inmediata, es decir, sin un gran aporte económico y logístico previo, será aumentar la dependencia energética del sector petroquímico. Generará guerras, con más de miles de muertos, no directos, por supuesto y en países que no nos importan mucho.
Ahora bien, ¿significa esto que me parece estupenda la política de crecimiento de consumo energético que nos lleva a dependencias absolutas de fuentes agotables o peligrosas o ambas?
La respuesta es no.
No me gusta la idea de crecimiento continuo que lleva vigente en el mundo occidental desde la Ilustración cuando menos. Y ya entonces Voltaire, con su inteligencia irónica, vilipendiaba el progreso como algo no tan bueno.
Hace tiempo que hablaba con mi amiga Sylvia sobre los lugares o asuntos a los que dedicar la inversión en investigación y ella sostenía (repito, hace más de 10 años) que sería interesante dedicar inversión a temas sociales, a temas culturales humanistas, a otros temas que no fueran los puramente tecnológicos, pero ni yo mismo la hice caso. Le decía que era inherente al hombre el desear un progreso científico-técnico que mejorase nuestras condiciones de vida. Pero la realidad es que esas mejoras se han orientado fundamentalmente al desequilibrio de la riqueza adquirida y a la fabricación de una sociedad más estratificada, donde las clases dirigentes están por encima de un nivel apreciable. No se les ve.
Y ahora cerraremos centrales nucleares, incluso cuando tecnológicamente serán siempre más eficaces que las térmicas-petroquímicas, por un pensamiento tweet. Un pensamiento de 140 caracteres. Y luego las volveremos a abrir por otro pensamiento tweet.
Y ahora llamamos a Gadaffi sátrapa, luego tirano, luego dictador, después gobernante. (En menos de 140 caracteres)
Y nos olvidaremos de que las centrales nucleares llegaron para satisfacer una necesidad que no era tal pero estaba ahí de consumo, consumo y consumo de energía que sirve para justificar la bondad del sistema capitalista. Sistema de crecimiento continuo, de crecimiento sostenible, como si un crecimiento continuo pudiese ser sostenible.
Seguiremos queriendo tener más y más cosas, cosas nuevas para poder renovar el armario, el coche, el ordenador, la casa, la calle, el portal. Siempre más y más, siempre creciendo, siempre hacia arriba, siempre sin mirar abajo.
Y, abajo, estarán las centrales energéticas que permiten esa ascensión.
¿Renovables?
¿Cuántas y cómo?
La energía solar aún está sin demostrar su capacidad generadora, siendo su principal problema la producción de unos residuos (las baterías o acumuladores químicos necesarios para almacenar la energía) que en pequeñas cantidades son manejables, como lo eran unas cuantas bolsas de plástico, como lo eran unas cuantas pilas, pero que en las grandes cantidades derivadas de la sustitución paulatina de los medios de producción energética actual aún no han mostrado sus maldades. Después vendrá decir que hay que solucionar este problema.
Existen los parques eólicos que se extienden peligrosamente afectando al paisaje mucho más que una autopista y que si van en aumento también deberán responder a las exigencias medioambientales que ahora se exigen a otras intervenciones similares.
Y la geotermia y las mareas y …
¡No! El problema está antes: debemos asumir que el planteamiento del sistema de crecimiento continuo era insostenible por definición. Esto afecta a todo lo demás. Tenemos que asumir que no es mejor el que llega más lejos, es más que no hay que aspirar a ser el más o el mejor, que la felicidad (ah!, de cuando en cuando conviene hablar de eso) no se logra de esa manera. Que la búsqueda de la felicidad debería ser el verdadero y directo objetivo de la vida.
Sin embargo, se sigue confundiendo con frecuencia calidad de vida con nivel adquisitivo, especialmente en los países autoproclamados ricos.
Teoria del Gran ImpactoNecesitamos que nos enseñen a apreciar nuevos valores, que nos enseñen a olvidarnos de los antiguos, que nos enseñen a vivir en el ocio, en el tiempo libre, necesitamos un reparto más igualitario de la riqueza generada gracias a los medios de producción postindustriales para poder sentir que el paro no es una amenaza, sino la falta de riqueza, esa riqueza que es capaz de generar una mejora tecnológica.
Necesitamos creer en dioses nuevos: los viejos han muerto.
Y cuanto antes lo hagamos, antes estaremos preparados para el nuevo orden mundial.
Porque un nuevo orden mundial se avecina a marchas forzadas, a toda velocidad, en un tren bala, y nos va a estampar contra las paredes en su ímpetu. Más nos vale que nos gusten las paredes.
Apocalipsis. Se habla de apocalipsis. Qué bíblico. Pero algo hay de cierto: el mundo conocido se resquebraja por todos los lados y no queremos afrontarlo. Estamos en la frontera de un terremoto de 12 en la escala de Richter. Hemos formado, poco a poco, nuestra propia Theia y ahora nos toca comérnosla con patatas.

Hombro-codo

He pasado esta tarde por delante de la Unidad de Hombro y Codo de Madrid y no he podido evitar acordarme de que me duele el hombro derecho.
Y después he estado profundizando en esto de hombro-codo: A parte de tener sólo letras oes, no sé si con algún tipo de restricción médico-literaria al modo de Lipograma, o si era una restricción médico-espacial y me he preguntado si admitirían a alguien con trastorno en el omóplato. Quizá queda un poco desplazado de su centro de aplicación. Me he imaginado a alguien entrando con dolor en el antebrazo y siendo rechazado de la unidad por su inapropiada dolencia para el lugar.
Esto me ha recordado a cuando, objetor, haciendo el servicio civil en el puesto de Cruz Roja de Colmenar Viejo, no quise proporcionarle asistencia sanitaria (una aspirina) a una persona que venía a pedirla recomendándole que visitase el centro sanitario abierto correspondiente.
Me había negado a ser socorrista, objetando dentro de mi objeción, y realizar el examen fraudulento que a todos aprobaban sistemáticamente en las oficinas centrales. Pasé la prestación como técnico de radio, viendo (y no) cómo la mayor parte de las salidas las organizaban los voluntarios para entretenerse paseando y luciendo la ambulancia, intentando no llorar porque algunos de ellos tuviesen la estúpida costumbre de marcar los muertos encontrados en carretera con muescas en las suelas de sus botas.
Sin ser especialista médico o sanitario, no tenía autoridad para proporcionar medicamentos a nadie, así que hice lo que tenía que hacer, según los cánones, según la ley, según la estúpida ley que me obligaba a estar allí. A estar. Estuve.
Volvería a objetar. No acepto la violencia como solución de los conflictos, pero, sobre todo, no estoy dispuesto a aceptarla como solución de los conflictos de otro que, dentro de una jerarquía militar, puede considerar que se trata de un conflicto mío. Jamás agrediré a nadie a quien no quiera yo (y solo yo) hacerlo sin que pueda encontrar una sola razón para hacerlo ahora mismo. Y tener que objetar a algo así me parecía tan ridículo que me parecía objetable (y sigue pareciéndomelo) la propia objeción. Ahora, con ejército profesional e impuestos, quedaría la cuestión de si es razonable una objeción fiscal, una desobediencia civil al más puro estilo Thoreau.
Sin embargo, sí creo que son precisos y preciosos unos impuestos que hagan viable un modelo de estado social en el que la solidaridad sea bandera y no sé cómo vincularlo con el hecho de que la gestión de la hacienda pública no se está haciendo cómo a mí me gustaría. Quizá tan solo reclamo de vez en cuando, una votación de un partido político u otro en función de su comportamiento con respecto a su programa de asignación del presupuesto general del estado. Es limitado, pero ahora mismo, salvo esto y no marcar la casilla de la Iglesia, poco más puedo hacer. Y lo de la casilla de la iglesia es otro tema… porque…

De dictaduras y dictablandas

Quería comentar un par de cuestiones que suscita al mismo tiempo la lectura de artículos de periódicos actuales, en los que se vapulea al tirano libio, ya sin ambages, sin los más mínimos recatos formales a la hora de elegir palabras menos posicionadas, algo más imparciales, con la lectura de un libro titulado “Antropología Cultural”, de Marvin Harris. Es un libro algo antiguo teniendo en cuenta que estamos en una especie de vorágine de cambios culturales derivados de la irrupción en la sociedad industrial de la globalización y la tecnología asociada de InterNet. Editado en Alianza Editorial en 1990, está escrito en 1980 y revisado, creo, en 1984.

Parece evidente y asumido que el aumento de la población, unido a una agricultura intensiva capaz de generar excedentes y la circunscripción a hábitats de alto nivel de vida o rentabilidad, conlleva la transformación de las jefaturas o estructuras tribales en estados, entendiendo como tales aquellas formas de sociedad políticamente centralizadas cuyas élites gobernantes tienen el poder de obligar a sus subordinados a pagar impuestos, prestar servicios y obedecer las leyes.
En estos estados, las grandes poblaciones, el anonimato, el empleo de dinero y las vastas diferencias en riqueza hacen que el mantenimiento de la ley y el orden sea más difícil. Para ello, todo Estado dispone de especialistas que realizan servicios ideológicos en apoyo del statu-quo. […] El principal aparato de control del pensamiento de los sistemas estatales preindustriales consiste en instituciones mágico-religiosas.
Una manera importante de lograr el control del pensamiento consiste en no asustar o amenazar a las masas, sino en invitarlas a identificarse con la élite gobernante y gozar indirectamente de la pompa de los acontecimientos.
Los sistemas estatales modernos tienen en las películas, la radio, los deportes organizados, Internet (añado), técnicas poderosas para distraer y entretener a los ciudadanos. La forma más efectiva de “circo romano” es el entretenimiento retransmitido pues además de reducir el descontento mantiene a la gente fuera de las calles.
A esto hay que sumar el aparato de educación obligatoria, donde además de estimular sólo la creatividad en campos relacionados con la tecnología olvidándose de tratar temas controvertidos, implantan en la mente de los jóvenes los puntos de vista del statu-quo apelando al miedo y al odio.
Por último, a los niños se les enseña a tener miedo al fracaso: también se les enseña a ser competitivos.

Frente a estos estados industrializados e informatizados, donde la información ha pasado a ser una producción más, de carácter virtual y difícil de comercializar, es arduo el intento de liberarse del control de pensamiento. Es difícil porque ha llegado a ser capaz de instrumentalizar cualquier tarea pseudorevolucionaria como refuerzo en la ciudadanía de una idea de libertad que resulta reconfortante y deseable, de modo que rebelarse es bueno, en parte, siempre que se haga dentro de los cánones de respeto a los valores asumidos como inamovibles y que, sin embargo, garantizan el mantenimiento del statu-quo de esta plutocracia que pretende ser democracia.
Cuando vemos lo que está ocurriendo en el norte de África, nos encontramos con la sencillez de una lucha más o menos claramente dirigible contra una élite detestable. Esto nos da cierta envidia pues por momentos creemos que si pudiéramos identificar los causantes de nuestras afecciones, de la gran crisis económica en la que vivimos, podríamos combatirlos con esa determinación que están demostrando los movimientos revolucionarios tunecino, egipcio o libio.
Pero la realidad de los estados industrializados en la era de la información es mucho más compleja y temo que nosotros mismos hemos provocado nuestra misma estructura cultural que eliminar o transformar implicaría un salto durante el cual nuestro nivel de vida sería diferente, presuntamente inferior, del actual. Ahora bien, nos hemos convencido de que vivimos en el mejor de los sistemas posibles y que cualquier alteración lo empobrecerá. Esta perfidia nos inmoviliza y no nos permite avanzar en ninguna dirección, al mismo tiempo de que se da el hecho de que no creemos que estemos, nosotros mismos, siendo parte del sistema represor necesario por nuestros Estados para mantenimiento del statu-quo. Algo así, supongo, debieron de sentir los ejecutores de judíos durante el holocausto nazi.
Incluso, ahondando más en las transformaciones culturales de las estructuras sociales que se están produciendo por intermediación de la transformación de los medios de producción y de la naturaleza misma de lo producido, los mismos Estados se han convertido en poco más que instrumentos circenses con los que entretener a los ciudadanos y desorientarlos. Nos introducimos en conflictos nacionales o nacionalistas, evitando los aglutinadores, los verdaderamente transformadores del modelo de estado, como podría ser la creación de una Europa culturalmente unida, aunque respetuosa de las minorías integrantes.
Con la famosa crisis financiera, parece que hemos ido aún más en esta dirección de miedo y odio hacia los otros, hacia lo que no sea nacional, en una dirección en la que ya se anduvo durante la época que antecedió a la segunda guerra mundial.
Ahora se nos inculca el miedo al islamismo, a los chinos, a África y los africanos. Toda la información que nos llega de estos lugares es siempre indeseable, mala, perversa, de manera que sigamos queriendo estar en nuestra circunscripción y permitamos que las élites gobernantes se encarguen del mantenimiento de un statu-quo considerado, como dije, inmejorable.
Uno de los más sabios gobernantes de nuestro tiempo, no está haciendo ni más ni menos que esto: esperar a ser reclamado como el salvador de los valores de libertad, igualdad y fraternidad, aunque, realmente, no es su verdadero objetivo ni puede serlo, puesto que, como sabemos, el sistema capitalista es inherentemente desigualitario. Pero eso sí, no hay que restar méritos a Obama, sino al contrario, sabiendo que es el mejor fruto posible de su tiempo, dadas las circunstancias.
Eso sí, las circunstancias cambian, la crisis no ha hecho sino empezar a caminar y, poco a poco, el modelo social irá cambiando. Depende, en buena medida, de una reacción consciente de los ciudadanos el hecho de que esa nueva sociedad sea más igualitaria, si queremos, o más fraternal, si queremos o más libre, si queremos. Es nuestra responsabilidad informarnos adecuadamente, formándonos, también, un pensamiento crítico capaz de generar alternativas viables en un panorama complejo, farragoso, altamente interdependiente, global y con unos tiranos invisibles e inidentificables a los que derrocar.
¿De qué herramientas disponemos? ¿A qué estamos esperando? ¿Por dónde empezamos? ¿Somos, también, autocríticos?

El secreto del éxito

La ONU alerta del consumo excesivo de analgésicos en los países industrializados.
Y me pregunto si no es momento de saber cuál es la verdadera enfermedad de las sociedades industrializadas. Aunque habría que matizar que no son sólo las industrializadas, sino aquellas en las que la riqueza es tan elevada que estar a esa altura puede ser difícil.
¿No será que van por ahí los tiros?
El problema es el éxito.
En una civilización en la competencia ha llegado a todos los ámbitos de la vida, no queda más alternativa que ser el mejor, siempre el mejor, como me decía mi padre, incluso aunque seas ladrón, sé el mejor ladrón. Y claro, pasa lo que pasa, que tenemos que doparnos, tranquilizarnos tras el dopaje o el exceso de velocidad (sin irónica mención a los 110 km/h), o para olvidar, o relajarnos artificialmente, en un entorno en el que hemos aceptado que todo es artificial.
La siesta… me acuerdo del libro de Helena que voy a presentar en breve…
Y me voy a trabajar.
Me tomo algo para que no me moleste la garganta hoy que está mal,
la ignoro,
vivo casi como si mi cuerpo fuese prescindible,
vivo por encima de mis posibilidades físicas,
ignoro que existen límites o pienso que están ahí para otros
porque yo lo puedo todo
y si necesito ayuda…
lidocaína o alguna otra cosa
que termine en ina.
Ya no ismos, ahora inas.
Pero el fin sigue siendo no parar
de avanzar en una carrera cuyo final no existe
porque la muerte se niega con lujuria.
Viviremos siempre
y siempre jóvenes
porque lo contrario sólo le ocurre
a los fracasados.
ay… tengo que tomar otra pastilla
que me recuerde que tengo corazón.

O, si no, a Terapia.

La gala de internet

Ayer vi por TV la gala de los Goya.
Es curioso ver a un señor como Alex de la Iglesia, a quien sólo conozco por su trabajo (desde la maravillosa risa de Mirindas Asesinas o Acción Mutante), cómo cambia de chaqueta o de opinión. Hace unos meses criticaba abiertamente el uso de Internet para descargarse cine; ayer opinaba que el uso de Internet salvaría el Cine.
Yo vivo en el centro de Madrid porque hay cines. Esta frase la he repetido hasta la saciedad. La repetí incluso a la inmobiliaria que un día me ayudó a encontrar esta casa en la que habito. He estado orgulloso de vivir (y aún lo estoy) en el centro de una ciudad como Madrid, entre otras cosas porque había un gran número de salas de cine a la antigua usanza.
Imperial, Rex, Palacio de la Música, Avenida, Rialto… y los Luna! Adoraba los cines Luna, en los que pude ver infinidad de películas de las llamadas comerciales pero en versión original subtitulada.
Ya no existen. Ahora son comercios de ropa.
Mientras estos cines cerraban, he de reconocer que tengo un proyector de películas en mi casa, que tengo varios ordenadores conectados a Internet permanentemente y que incluso mi sintonizador TDT se conecta a la red y es capaz de proporcionarme algo casi parecido a una televisión a la carta.
Mientras estos cines cerraban, he conectado toda la electrónica de sonido a un amplificador que unifica la salida de audio y consigo tener una calidad mayor que muchas de las salas que aún perviven.
Adoro ir al cine.
Es verdad que tiene algo mágico eso de meterse entre un montón de desconocidos y desconocidas a disfrutar de una emoción común. Aún se me ponen los pelos de punta recordando los buenos cinco minutos de silencio después de que se hubiese apagado la última luz del cine Alphaville cuando terminó la proyección de “Bailar en la oscuridad” o las muchas lágrimas contenidas en tantas y tantas películas al lado de mi amada Carmen.
Todo eso es verdad. Pero voy menos al cine.
Cuando dejé de trabajar en trabajos que me proporcionaban una nómina más o menos regular, me di cuenta de que era un gasto que podía reducir. Ahora voy como mucho una vez por semana. Llegué a ir hasta tres veces al día, cuando vivía cerca de la Filmoteca, en la calle León, junto al Cine Doré.
Incluso, trabajé de crítico de Cine… y tuve la maravillosa oportunidad de entrevistar a Iciar Bollaín a quien aproveché la ocasión para preguntarle sobre el futuro económico del cine español. Mucho antes de leyes Sinde y otras tonterías similares. Esta mujer tenía muchas buenas ideas y espero que, si finalmente es la presidenta de la Academia de Cine, las ponga en marcha.
Ayer, por fin, vi que Alex de la Iglesia no se refería a los “internautas” como piratas sino como ciudadanos y es que esta es la verdad: no son o somos gente distinta a cualquier otra, sino algo que hacemos de cuando en cuando y cada vez más.
Tengo todo lo que puedo en Internet. Ya no quiero objetos. Nunca los quise, pero eran útiles, como ahora es “la nube”.
Quiero servicios.
Quise que los señores de los vídeo-clubs se dieran cuenta antes de que abandonase la costumbre de alquilar vídeos. Les pedí repetidas veces que tuvieran la cortesía de informarme antes de perder 2 horas en la tienda de si tenían tal o cual película con una base de datos disponible en Internet. No supieron o no quisieron adaptarse y desaparecieron. No es que yo no quisiera pagar, es que ellos no sabían o no querían darme lo que yo quería.
Mis padres hace tiempo que están dispuestos a ver sus series preferidas conectando su portátil a la pantalla del televisor. Estarían, incluso, dispuestos a pagar pequeñas cuotas por ello. De hecho, contrataron Imagenio, de Movistar, que sí saben adaptarse a los nuevos tiempos y pueden ver muchos más canales.
Y para los sibaritas como Carmen y yo, Imagenio nos ofreció un servicio de venta por catálogo en el que puedo realizar la selección de la película y su visionado durante un plazo de 24 horas o más. Por 3 euros la película. Y lo pagamos. No tenemos ese servicio en casa porque tengo cierta tirria a la antigua Telefónica y sus prácticas monopolísticas, pero ese es otro tema.
El caso es que Alex lo explicó bien, el Cine como yo lo conocía hace tan sólo 10 años ha cambiado… pero el precio del suelo también. Parece que lo que ha cambiado poco son los sueldos y el empeño en querer vivir manteniendo un sistema de vida obsoleto.
Espero que la próxima película del señor de la Iglesia (que no es el cura) se pueda ver directamente desde una web, medio pago de una cantidad pequeña. Es viable, es fácil. No hay excusa para decir que tenemos que seguir comprando un objeto (DVD) que no quiero, que me parece antiguo, incluso en BlueRatas.
La Ley Sinde es una ley del siglo XIX.
La nube es lo que quiero. No quiero, ni siquiera, tener que bajarme películas. Las operadoras de comunicación ya lo saben y están avanzando en esta dirección. La batalla es entre las discográficas tradicionales, incapaces de adaptarse a Internet y su infinidad de servicios (rentables muchos), contra las compañías de conexión a Internet, las ISP de toda la vida (de la mía vaya).
Y no pienso dejar de ir al Cine, al lugar donde se produce esa magia especial… pero siempre que me cuiden, porque estoy un poquitito harto de que las salas se reduzcan, la calidad del sonido no supere ni de cerca la de un sistema 5.1 Home Cinema, y el precio siga subiendo. Ahora, eso sí, cuando tengo que elegir qué película ver en el Cine, en una gran pantalla… que cada vez hay menos, siempre elijo aquella que da prioridad a lo visual, para las que dan prioridad a un mensaje más o menos moralista o a unos diálogos más o menos ingeniosos, me vale de sobra mi proyector, en una sala en la que puedo acariciar el silencio. Este es el espacio para el cine español. Esta es la mejor manera de competir con el cine made in USA.
Aunque, y esta también es otra cuestión, comparar el cine español con el norteamericano no es justo: EEUU tiene una población y una industria cinematográfica muchas veces mayor. Pero ¿por qué no más coproducciones como También la Lluvia?
En Europa tenemos que ser capaces de ir hacia la unidad también en esto, con el respeto hacia las minorías, con una concepción federal pero fuerte, grande y que pueda competir en recursos con el cine USA. Pero claro… si hasta en España esto parece difícil.
Mientras venía hacia casa de dar una clase me he encontrado a una mujer en un semáforo diciéndole a otra que porqué tenía que titularse la película ganadora “pa negra”, que podía ser “pan negro”, y en algunos foros de Internet comentarios tales como que no financiemos cine Catalán con recursos Españoles. Está claro: seguimos siendo unos pueblerinos recién salidos de provincias. Y esto se extiende por una Europa que no se ve más cerca de Una Europa.
¡Ay, Alex, te olvidaste de esto!
Cannes es lo más parecido a la entrega de los Oscar, pero ¿Y si hubiese un verdadero cine de producción Europea y unos premios de una academia similar?
Necesitamos Europa. Tenemos Internet.
No queremos objetos del pasado… y va por tantas cosas…

El humo

Tengo sobre mi cabeza
el humo de la ciudad
el humo del tabaco
de los coches
de las calefacciones
de toda la industria
del progreso.

Tengo sobre mi cabeza
la responsabilidad de vivir mejor
pero no es yéndome a otro lugar
ni cambiando el lugar
sino cambiando-me.

Tengo sobre mi cabeza
mi modo de vida
mi manera de vivir, que es lo mismo y no es lo mismo
eligiendo
decidiendo
consciente
responsable
libre
coherente.

Tengo sobre mi cabeza
la idea de que la vida no es su duración
sino su intensidad
que vivir es apostar por una forma y un contenido
como en un poema
porque sin poesía
no tiene sentido la vida
por más humo que pueda
evitar
en mis pulmones.

Tengo sobre mi cabeza
una mano que acericia mi pelo
que acaricia mi mente
que acaricia mi alma
que abraza
que ama.

Tengo sobre mi cabeza
una nube de polvo
pero soy polvo
y en polvo me convertiré
porque mónada soy pulverizada
y no hay modo mejor de estar que tan disperso como un billón de partículas subatómicas disueltas en un magma de silencio del que broten palabras del que broten amores del que broten deseos del que broten intenciones del que broten acciones del que broten otros magmas conteniendo partículas subatómicas disueltas en silencio.

Los bombardeos de correo electrónico

Cada cierto tiempo nos toca (a Carmen o a mí) enviar mensajes publicitando nuestros cursos, monográficos o algunos eventos que consideramos interesantes. Es la parte más pesada de mi trabajo en esto de la divulgación de la poesía en talleres de enseñanza no formal. Me gusta esto de lo de enseñanza no formal. Parece dar una buena descripción a lo que son: algo que ocurre dependiendo de las circunstancias, de la gente que acude a ellos, de los vaivenes de la vida, no aferrados a un programa rígido preestablecido. Sin embargo, con el paso del tiempo, voy estableciendo una especie de estructura más y más fija, más y más predecible y noto que es algo que agradecen los asistentes. Siento que se apoyan en esta idea de que lo conocido es seguro.
Y me acuerdo de la crisis internacional financiera de los países conocidos y que, por ello y sólo por ello, nos parecen más seguros. Nos forjamos falsas ideas de seguridad para no tener que estar protegiéndonos constantemente, para poder relajarnos, para poder olvidar la fragilidad de la vida, la proximidad inevitable de la muerte.
Pero ahí está. Y todo se nos viene abajo cuando empiezan a surgir a nuestro alrededor palabras como Cáncer, Metástasis, Colonoscopia, Diverticulitis, Infartos, Alzheimer, Párkingson, vejez.
Tengo la curiosa teoría de que las etapas de la vida se corresponden con lo de tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor… de manera que a lo largo de la primera etapa se prioriza el amor, después, la edad adulta, da prioridad al dinero, a la posición social, a la seguridad económica y, por último, se empieza a dar importancia a la salud.
No es que las otras no estén presentes en otras fases de la vida o que este esquema tenga unas reglas válidas para todos por igual, pero sí recuerdo que cuando tenía 14 años no se me ocurría hablar de hipotecas, créditos, planes de pensiones, seguros de responsabilidad civil, por no hablar de lo inmensamente lejano que me parecía la posibilidad de morir de una muerte (salvo la autoinfligida), de la jubilación. Ni siquiera la muerte de mis padres era algo que estuviera en mi horizonte. Con esa tranquilidad que da la ignorancia, la falsa seguridad, vivía pensando sólo en amor y amor y desamor y tristeza por no ser amado por nadie… en soledad, en aislamientos, en amistades que no tenía, que envidiaba tener.
Pasé por la etapa del dinero con paso rápido, como si no fuese conmigo. Quizá porque llegué tarde y mal a ella. Porque sin una adolescencia bien desarrollada tenía que volver a hablar de amor, amor, amor… y me hice poeta.
Nada peor para madurar que la poesía. Te mantiene en un absurdo estado de infantilismo, inmadurez, que te obliga a no creer en la realidad del sentido común. No es común ser poeta. No es razonable ni sensato. No es adulto. De ahí que los poetas sean principalmente jóvenes o ancianos. De ahí que los poetas sean amados por jóvenes o ancianos.
Pero ahora veo que ese paso, ese correr por encima de la etapa del dinero, de la madurez, de la sensatez, del equilibrio, me está llevando demasiado rápido a una etapa para la que no estoy preparado. Vengo de la infancia a la vejez sin detenerme a pensar en la seguridad, en la solvencia, en la estabilidad. Me caía porque no había aprendido a caminar y ahora me caigo porque no me sostengo.
Cuando era joven decía de mí que era un viejo antes de tiempo. Quizá por esa añorada fase de la adolescencia escamoteada. Ahora siento que me acerco a la vejez sin haber crecido, ingenuo aún, a pesar de la presunta experiencia, naïf, idealista, un poco idiota.
¿Qué me está pasando?
Me voy a jubilar a los 200 años. No tengo ni idea de si tengo derecho a cobrar ningún tipo de subsidio, vivo al margen de una economía que se supone que es la del sistema en el que estoy inmerso, quiera o no, lo cambie o no. Sigo necesitando que alguien hable con mi director de la Caixa (que es mi primo) para que me devuelva unas comisiones mal cobradas, soy incapaz de ir al médico sin sentir casi la necesidad de una madre a mi lado. Es ñoño, pero es cierto.
Y, lo peor de todo, sigo sin encajar en mi entorno. Todo a mi alrededor cambia, evoluciona, crece, no a saltos sino de manera gradual, madurando como frutos al sol suave del otoño. Yo doy saltos. Y en ellos no acabo de soltarme de la adolescencia, de esa que no tuve y en la que, curiosamente, me estanqué. Me aferro a la idea de la libertad absoluta, hasta el punto de confundirla con el control, el falso control, obvio, pero el que me sigue haciendo decir rotundamente que prefiero morir de pie a vivir arrodillado. Y la inclinación que viene a continuación es la de la senilidad, la de las enfermedades, la del declive orgánico del cuerpo.
Ahora ya se ha enviado la primera tanda de correos electrónicos. A lo largo de la mañana irán saliendo otros tantos. Quiero poner en marcha el curso de Poesía Objetual, porque es algo que quiero compartir: la ilusión que supuso para mí descubrir la posibilidad de expresión que hay a mi alrededor, la posibilidad de jugar con la realidad al juego serio de la poesía. Construir la realidad con la mirada, reconstruirla para que, finalmente, pueda encajar en ella. ¡Qué iluso!

Ley de Oferta y Demanda

Parece mentira, pero es verdad, que ayer se me olvidase mencionar que una de las cuestiones que más intervienen en la nueva situación derivada del uso de Internet es cómo esto ha alterado la magnitud de la famosa ley del mercado: Ley de Oferta y Demanda. Ley de Oferta y Demanda
No acabo de entender esta ley presuntamente sencilla y en la que se basa el modelo capitalista de libre mercado. Según esta ley, habría un precio de equilibrio al que acabarían ajustándose tanto la oferta como la demanda. Pero no creo que pueda ser cero ese precio. Esto supone una demanda nula o una oferta infinita. Quizá sí que existe una oferta casi infinita de poesía, de blogs o webs informativas, e incluso, de producciones artísticas tales como películas o música. Habiendo además reducido el coste de producción, parece que el cero de precio fuese posible. Pero no es así.
La verdad es que el cero de precio acaba ocurriendo porque se claudica, porque se admite que, dada la abundante oferta a bajo precio, teniendo en cuenta que puedo producir barato, que en muchas ocasiones lo hago como hobbie o afición, teniendo en cuenta que la demanda escasea (pienso en poesía, más que en lectura de información), ¿por qué no reducir los precios hasta hacerlos desaparecer?.
Y surge el problema: abaratar los precios es posible si me despreocupo de la calidad, si la dedicación es la de un aficionado, si la profundidad es la que me permite el ocio, el tiempo libre, el tiempo que no sea el trabajo remunerado.
¿Por qué hay trabajo remunerado?
La reducción de los costes de producción, así como la abundantísima mano de obra barata, la cada vez menos necesaria cantidad de ella precisada dado el alto grado de mecanización (que nunca criticaré) y, sin embargo, la enorme cantidad de consumidores ávidos por adquirir los últimos productos en el mercado, hacen que siga sosteniéndose una situación cada vez, eso sí, más precaria.
Y ahora llega China, con su apertura al mercado capitalista y sus 1.300.000.000 habitantes, desploma la economía porque la Ley de la Oferta y la Demanda no creo que tuviera en cuenta semejante cantidad de gente. Pero no es que China sea “mala”, se trata, más bien, de algo tan predecible como que la libertad del mercado podía provocar desmanes terribles con la LdOyD como excusa. Y generar un enriquecimiento de unos pocos, mientras los demás, mano de obra, recursos de los que hay una oferta excesiva habida cuenta de la demanda aparente, podrían ir perdiendo su valor, hasta encontrar que sus trabajos remunerados no lo serán. Ya lo viví cuando se me pedía trabajar por una miseria con la ayuda de una Beca. Con la Ley Sinde (que se aprueba hoy) los trabajadores de la industria del entretenimiento (aunque se quieren arrogar el derecho a decir que son los representantes de la cultura) intentan defenderse de esta situación a la que todos, más pronto que tarde, nos vamos a ver abocados.
¿Apocalíptico? Me temo que sí. Que mientras no busquemos un método más razonable para ajustar el precio de las cosas que la LdOyD, después de que los gobiernos han apostado por un modelo de estado más débil, más individualista, menos proteccionista, menos estado y más empresario, nos toca aguantar la crueldad de quienes se saben con el poder en sus manos: las oligarquías empresariales supranacionales.
Menos mal que temen que desaparezcamos como consumidores y, de esta manera, parece que el sistema se sostiene… un tiempo más.

Esto no es una broma