La gala de internet

Ayer vi por TV la gala de los Goya.
Es curioso ver a un señor como Alex de la Iglesia, a quien sólo conozco por su trabajo (desde la maravillosa risa de Mirindas Asesinas o Acción Mutante), cómo cambia de chaqueta o de opinión. Hace unos meses criticaba abiertamente el uso de Internet para descargarse cine; ayer opinaba que el uso de Internet salvaría el Cine.
Yo vivo en el centro de Madrid porque hay cines. Esta frase la he repetido hasta la saciedad. La repetí incluso a la inmobiliaria que un día me ayudó a encontrar esta casa en la que habito. He estado orgulloso de vivir (y aún lo estoy) en el centro de una ciudad como Madrid, entre otras cosas porque había un gran número de salas de cine a la antigua usanza.
Imperial, Rex, Palacio de la Música, Avenida, Rialto… y los Luna! Adoraba los cines Luna, en los que pude ver infinidad de películas de las llamadas comerciales pero en versión original subtitulada.
Ya no existen. Ahora son comercios de ropa.
Mientras estos cines cerraban, he de reconocer que tengo un proyector de películas en mi casa, que tengo varios ordenadores conectados a Internet permanentemente y que incluso mi sintonizador TDT se conecta a la red y es capaz de proporcionarme algo casi parecido a una televisión a la carta.
Mientras estos cines cerraban, he conectado toda la electrónica de sonido a un amplificador que unifica la salida de audio y consigo tener una calidad mayor que muchas de las salas que aún perviven.
Adoro ir al cine.
Es verdad que tiene algo mágico eso de meterse entre un montón de desconocidos y desconocidas a disfrutar de una emoción común. Aún se me ponen los pelos de punta recordando los buenos cinco minutos de silencio después de que se hubiese apagado la última luz del cine Alphaville cuando terminó la proyección de “Bailar en la oscuridad” o las muchas lágrimas contenidas en tantas y tantas películas al lado de mi amada Carmen.
Todo eso es verdad. Pero voy menos al cine.
Cuando dejé de trabajar en trabajos que me proporcionaban una nómina más o menos regular, me di cuenta de que era un gasto que podía reducir. Ahora voy como mucho una vez por semana. Llegué a ir hasta tres veces al día, cuando vivía cerca de la Filmoteca, en la calle León, junto al Cine Doré.
Incluso, trabajé de crítico de Cine… y tuve la maravillosa oportunidad de entrevistar a Iciar Bollaín a quien aproveché la ocasión para preguntarle sobre el futuro económico del cine español. Mucho antes de leyes Sinde y otras tonterías similares. Esta mujer tenía muchas buenas ideas y espero que, si finalmente es la presidenta de la Academia de Cine, las ponga en marcha.
Ayer, por fin, vi que Alex de la Iglesia no se refería a los “internautas” como piratas sino como ciudadanos y es que esta es la verdad: no son o somos gente distinta a cualquier otra, sino algo que hacemos de cuando en cuando y cada vez más.
Tengo todo lo que puedo en Internet. Ya no quiero objetos. Nunca los quise, pero eran útiles, como ahora es “la nube”.
Quiero servicios.
Quise que los señores de los vídeo-clubs se dieran cuenta antes de que abandonase la costumbre de alquilar vídeos. Les pedí repetidas veces que tuvieran la cortesía de informarme antes de perder 2 horas en la tienda de si tenían tal o cual película con una base de datos disponible en Internet. No supieron o no quisieron adaptarse y desaparecieron. No es que yo no quisiera pagar, es que ellos no sabían o no querían darme lo que yo quería.
Mis padres hace tiempo que están dispuestos a ver sus series preferidas conectando su portátil a la pantalla del televisor. Estarían, incluso, dispuestos a pagar pequeñas cuotas por ello. De hecho, contrataron Imagenio, de Movistar, que sí saben adaptarse a los nuevos tiempos y pueden ver muchos más canales.
Y para los sibaritas como Carmen y yo, Imagenio nos ofreció un servicio de venta por catálogo en el que puedo realizar la selección de la película y su visionado durante un plazo de 24 horas o más. Por 3 euros la película. Y lo pagamos. No tenemos ese servicio en casa porque tengo cierta tirria a la antigua Telefónica y sus prácticas monopolísticas, pero ese es otro tema.
El caso es que Alex lo explicó bien, el Cine como yo lo conocía hace tan sólo 10 años ha cambiado… pero el precio del suelo también. Parece que lo que ha cambiado poco son los sueldos y el empeño en querer vivir manteniendo un sistema de vida obsoleto.
Espero que la próxima película del señor de la Iglesia (que no es el cura) se pueda ver directamente desde una web, medio pago de una cantidad pequeña. Es viable, es fácil. No hay excusa para decir que tenemos que seguir comprando un objeto (DVD) que no quiero, que me parece antiguo, incluso en BlueRatas.
La Ley Sinde es una ley del siglo XIX.
La nube es lo que quiero. No quiero, ni siquiera, tener que bajarme películas. Las operadoras de comunicación ya lo saben y están avanzando en esta dirección. La batalla es entre las discográficas tradicionales, incapaces de adaptarse a Internet y su infinidad de servicios (rentables muchos), contra las compañías de conexión a Internet, las ISP de toda la vida (de la mía vaya).
Y no pienso dejar de ir al Cine, al lugar donde se produce esa magia especial… pero siempre que me cuiden, porque estoy un poquitito harto de que las salas se reduzcan, la calidad del sonido no supere ni de cerca la de un sistema 5.1 Home Cinema, y el precio siga subiendo. Ahora, eso sí, cuando tengo que elegir qué película ver en el Cine, en una gran pantalla… que cada vez hay menos, siempre elijo aquella que da prioridad a lo visual, para las que dan prioridad a un mensaje más o menos moralista o a unos diálogos más o menos ingeniosos, me vale de sobra mi proyector, en una sala en la que puedo acariciar el silencio. Este es el espacio para el cine español. Esta es la mejor manera de competir con el cine made in USA.
Aunque, y esta también es otra cuestión, comparar el cine español con el norteamericano no es justo: EEUU tiene una población y una industria cinematográfica muchas veces mayor. Pero ¿por qué no más coproducciones como También la Lluvia?
En Europa tenemos que ser capaces de ir hacia la unidad también en esto, con el respeto hacia las minorías, con una concepción federal pero fuerte, grande y que pueda competir en recursos con el cine USA. Pero claro… si hasta en España esto parece difícil.
Mientras venía hacia casa de dar una clase me he encontrado a una mujer en un semáforo diciéndole a otra que porqué tenía que titularse la película ganadora “pa negra”, que podía ser “pan negro”, y en algunos foros de Internet comentarios tales como que no financiemos cine Catalán con recursos Españoles. Está claro: seguimos siendo unos pueblerinos recién salidos de provincias. Y esto se extiende por una Europa que no se ve más cerca de Una Europa.
¡Ay, Alex, te olvidaste de esto!
Cannes es lo más parecido a la entrega de los Oscar, pero ¿Y si hubiese un verdadero cine de producción Europea y unos premios de una academia similar?
Necesitamos Europa. Tenemos Internet.
No queremos objetos del pasado… y va por tantas cosas…

Ley de Oferta y Demanda

Parece mentira, pero es verdad, que ayer se me olvidase mencionar que una de las cuestiones que más intervienen en la nueva situación derivada del uso de Internet es cómo esto ha alterado la magnitud de la famosa ley del mercado: Ley de Oferta y Demanda. Ley de Oferta y Demanda
No acabo de entender esta ley presuntamente sencilla y en la que se basa el modelo capitalista de libre mercado. Según esta ley, habría un precio de equilibrio al que acabarían ajustándose tanto la oferta como la demanda. Pero no creo que pueda ser cero ese precio. Esto supone una demanda nula o una oferta infinita. Quizá sí que existe una oferta casi infinita de poesía, de blogs o webs informativas, e incluso, de producciones artísticas tales como películas o música. Habiendo además reducido el coste de producción, parece que el cero de precio fuese posible. Pero no es así.
La verdad es que el cero de precio acaba ocurriendo porque se claudica, porque se admite que, dada la abundante oferta a bajo precio, teniendo en cuenta que puedo producir barato, que en muchas ocasiones lo hago como hobbie o afición, teniendo en cuenta que la demanda escasea (pienso en poesía, más que en lectura de información), ¿por qué no reducir los precios hasta hacerlos desaparecer?.
Y surge el problema: abaratar los precios es posible si me despreocupo de la calidad, si la dedicación es la de un aficionado, si la profundidad es la que me permite el ocio, el tiempo libre, el tiempo que no sea el trabajo remunerado.
¿Por qué hay trabajo remunerado?
La reducción de los costes de producción, así como la abundantísima mano de obra barata, la cada vez menos necesaria cantidad de ella precisada dado el alto grado de mecanización (que nunca criticaré) y, sin embargo, la enorme cantidad de consumidores ávidos por adquirir los últimos productos en el mercado, hacen que siga sosteniéndose una situación cada vez, eso sí, más precaria.
Y ahora llega China, con su apertura al mercado capitalista y sus 1.300.000.000 habitantes, desploma la economía porque la Ley de la Oferta y la Demanda no creo que tuviera en cuenta semejante cantidad de gente. Pero no es que China sea “mala”, se trata, más bien, de algo tan predecible como que la libertad del mercado podía provocar desmanes terribles con la LdOyD como excusa. Y generar un enriquecimiento de unos pocos, mientras los demás, mano de obra, recursos de los que hay una oferta excesiva habida cuenta de la demanda aparente, podrían ir perdiendo su valor, hasta encontrar que sus trabajos remunerados no lo serán. Ya lo viví cuando se me pedía trabajar por una miseria con la ayuda de una Beca. Con la Ley Sinde (que se aprueba hoy) los trabajadores de la industria del entretenimiento (aunque se quieren arrogar el derecho a decir que son los representantes de la cultura) intentan defenderse de esta situación a la que todos, más pronto que tarde, nos vamos a ver abocados.
¿Apocalíptico? Me temo que sí. Que mientras no busquemos un método más razonable para ajustar el precio de las cosas que la LdOyD, después de que los gobiernos han apostado por un modelo de estado más débil, más individualista, menos proteccionista, menos estado y más empresario, nos toca aguantar la crueldad de quienes se saben con el poder en sus manos: las oligarquías empresariales supranacionales.
Menos mal que temen que desaparezcamos como consumidores y, de esta manera, parece que el sistema se sostiene… un tiempo más.

También la lluvia

Hace un par de año, trabajando de crítico de cine, tuve la suerte de poder entrevistar personalmente a Iciar Bollaín. Me encantó poder hacerlo porque es una persona a quien admiro como creadora de un cine más que digno. Fue con motivo de Mataharis, de la que tuve que hacer la crítica, además. Película que puse por las nubes. Entonces me pagaban por escribir estos textos de opinión… pero los tiempos cambian.
El viernes por la noche, acompañado de Carmen y de mis amigos María y Jens, disfruté viendo su última película: También la lluvia. Es una producción intachable, de cuidado acabado y guión impresionante de su compañero sentimental Paul Laverty, un habitual del cine de Ken Loach. Interpretaciones formidables, espectacular Tosar, que convierte en oro todo lo que toca, pero, sin dudar, lo mejor de la película es su contenido ético.
Ambiguo, complejo, alejadísimo de simplezas maniqueas, la película plantea cuatro planos de conflictos éticos irresueltos.
Sin desvelar mucho del contenido del film, diré que el argumento es el de unos cineastas que ruedan una película en Bolivia sobre el descubrimiento de América y la explotación de los indígenas por Cristobal Colón, mientras se ven envueltos en la revolución de la llamada Guerra del Agua en el año 2000. Tiene fama de ser la primera revolución del SXXI. Una pequeña revolución, puede, pero significante.
Lo interesante es que, como dije, plantea cuatro, por lo menos, planos diferentes en los que existen diversos conflictos éticos: el primero de ellos, el evidente de la conquista, la explotación imperialista de unas tierras y de unas gentes a quienes a duras penas se les concedía el estatuto de personas. Pero también abre el debate, al menos es necesario abrirlo y mantenerlo abierto, del relativismo moral asociado al paso del tiempo.
En segundo lugar, los actuales indígenas explotados aún de la actual Bolivia que ven como se privatiza su bien más preciado: el agua. (En Madrid está a punto de pasar). Los malparados dueños del poder económico que tratan a las gentes de Bolivia poco más o menos como Colón, pero ahora ya no existe la excusa del relativismo moral asociado al paso del tiempo. Son de ahora y lo que están haciendo es inadmisible. Y el pueblo, capaz a pesar de su aparente falta de formación de organizarse políticamente para reclamar sus derechos mediante, incluso, la violencia: ¿Existirían otros mecanismos menos agresivos para no dejarse avasallar?
Pero aún hay más, con esta maravilla del cine dentro del cine como regalo, los directores y actores de la película que se está realizando, para denunciar la explotación y los abusos, caen en esos mismos abusos, pagando sueldos misérrimos a los extras que hacen de caribes, así como ignorando sus sensibilidades e, incluso, evitando mirar al conflicto actual que están teniendo, para y por el arte. ¿El arte puede ignorar el lugar en el que se encuentra? ¿Seguirá existiendo la película, como afirma el personaje-director, encarnado por Gael García Bernal, cuando el conflicto revolucionario haya sido olvidado?
Quizá esto es lo que se preguntó o respondió Iciar Bollaín que recupera el testigo de este personaje-director para dirigir una película en Bolivia sobre una película en Bolivia sobre la conquista de América.
Me pregunto (es inevitable hacerlo, supongo) si el trato que hizo de los indígenas fue más benévolo. He leído entrevistas de revistas especializadas y parece que sí, que, al menos (y lo creo dada su sensibilidad) más respetuoso con las personas que participan en la película.
Yo salí del cine sintiendo que no hago nada.
Salí con la sensación de saber que hay muchos conflictos y que la película los muestra con maestría. Pero también con la sensación de que cualquier actitud es justificable en un mundo tan complejo e interconectado. Siento que mi acción se limita a un ámbito tan pequeño que si no supiera de esta conexión sentiría un absoluto sentimiento de culpa, no ya de responsabilidad, que también.
Pude ver esta película gracias a que existe un desequilibrio internacional que permite que tenga más dinero del que necesito y ese “sobrante” lo uso en lujos intelectuales que otros intelectuales ruedan para que podamos sentirnos mejor con nuestra participación en la conciencia social mundial… vaya; que no tiro piedras contra nada ni nadie, que dejo que otros sigan siendo explotados, que dejo que el mundo siga yendo tan bien como nos va, tan mal como les va, que no hago nada más que pensar, hablar, quizá, incluso, hacer pensar y hacer hablar… pero de esta denuncia verbal casi no salgo. Intento vivir con integridad en mi entorno: no aprovecharme ni explotar a quienes tengo cerca en una confianza en esa interconexión de la que hablaba casi como si se tratase de la famosa mariposa del efecto en cuestión.
Pero sigo sintiendo impotencia, sigo sintiendo cierta falta de… No quiero decir compromiso, pero puede que sea esa la palabra. No sé, algo no hago bien… ¿y tú, cómo te sientes?

La decadencia de Occidente

Leo en un periódico que Obama habla a los EEUU de su riesgo a dejar de ser el faro del mundo, de volver a enfrentar una amenaza como la del bloque tras el telón, amenaza al orgullo de una nación orgullosa, de un pueblo convencido de su superioridad moral y después leo los comentarios de la gente que está dividida entre a favor de EEUU y en contra de EEUU. No hay otra opción, parece ser.
Pues bien, no es correcto: la decadencia no es de EEUU, la amenaza no es contra EEUU, el peligro no es sólo para EEUU. Al mundo occidental post-imperialismo (incluso post-neoimperialismo) le quedan los días contados.
Cuando el señor Zapatero negaba “la crisis” yo, por momentos, pensé que era tan inteligente como para darse cuenta de que en realidad no era una crisis sino un cambio de paradigma, de escenario y que hablar de crisis alimentaba la ilusión de una recuperación. Después me di cuenta de que era por otros motivos, ya fueran electoralistas o calmantes, pero no los mismos que yo pensaba. No se trata de criticar a este presidente más o menos presentable, puesto que cualquier otro en su situación habría tenido que hacer, más o menos, lo mismo. Afirmar con una mirada habitualmente tachada de catastrofista o apocalíptica esto de la decadencia de occidente habría sido no sólo criticado sino que habría provocado un aluvión de consecuencias como desplomes de mercados basados en la confianza (fiscal, especulativos varios…).
Y ahora Obama habla ya claramente del riesgo a ser superados por países que hasta hace poco se consideraban del tercer mundo. Sí, eso es una revolución. Seguramente no es la revolución que a mí me habría gustado, pero siempre he sido un idealista con los pies alejados un par de palmos del suelo.
Europa-EEUU tuvo su momento histórico: comenzó su hegemonía mundial con el nacimiento del concepto de nación contemporánea allá por el SXV. Repasando brevemente: Inglaterra y Francia dan por terminada su contienda de 100 añños, Castilla y Aragón se fusionan en una unión mayor, Rusia nace al mundo, cae el Imperio Romano de Oriente, los Jagiellon polacos alcanzan su máxima expansión, los Habsburgo comienzan a paralizar al amenazante Imperio Otomano y constituir una de las potencias centrales de Europa […] y, sobre todo, varios de los países se lanzan a una “colonización” o exportación de la cultura occidental más allá de las fronteras europeas que será la norma hasta esta inflexión que nos está tocando vivir.
Durante este periodo (del SXVI al SXXI), además de la consabida explotación de las colonias y las luchas por la hegemonía mundial dentro de las fronteras europeas entre estos países, lo que dió lugar a los conflictos más espeluznantes imaginables, se produjo el desarrollo de la tecnología de producción, mediante la llamada revolución industrial y el desarrollo de algunos de los derechos sociales que ahora llamamos humanos. Pero la civilización occidental se impuso por lo primero y no por lo segundo. Impuso, gracias a su capacidad económica y militar su hegemonía mundial, primero unos, luego otros, de estos países que necesitaban para su crecimiento una expansión continua. En un espacio acotado este planteamiento es claramente inviable. Hace tiempo que chocamos con las paredes. Pero otros globos están comenzando a inflarse y Europa sigue anclada en sus globitos del SXVI (no hace falta más que observar un mapa de la época, para ver que las cosas han cambiado poquito). El espacio acotado hace que si unos se inflan a otros les toca desinflarse.
Durante la Guerra Fría ya tuvimos ocasión de comprobar que el telón era algo así como una membrana que se podía mover más allá o más acá, pero no ocupando nada desocupado. Yo, infantil, soñaba con tierras ignotas y descubrí pronto que eso ya no existía en la tierra, que todo era de alguien, que todo estaba repartido, que no podía ser ocupado sin guerra de por medio. Y también que el acceso a la tecnología occidental de la que habían hecho gala las potencias imperialistas estaba al alcance de todos los países.
Pero basta de hablar de países… EEUU ya no existe, Europa y sus globitos ya no existen, los innumerables miniglobos africanos no existen, ni los sudamericanos ni… sólo se habla de “el mercado” como un ente abstracto que domina el patio. Y esas manos negras del mercado están repartidas en todo el orbe como si fuera su feudo unificado, se mueven por acá y por allá haciendo y deshaciendo: ¿EEUU va a caer bajo la hegemonía China? Hace tiempo que cayó. Pero no ante China, sino ante “El Mercado”. ¿Y China, entonces? China fue la herramienta, el martillo, el arma que “El Mercado” usó para librarse de occidente y su concepción nacionalista del mundo. A “El Mercado”, Occidente y sus derechos humanos, sociales, le molestan y lo sabemos. Lo sabemos todos pero somos parte de “El Mercado”: somos su mano de obra, su cliente y su dueño, no podemos escapar de nosotros mismos. “El Mercado” somos todos. Y, a todos, nos toca ver cómo “El Mercado” cambia de horizonte, cambia de esquemas, propone una nueva situación en la que no seremos sino recursos… si es que no lo éramos desde hace décadas. ¿Cómo habría sido el mundo si la civilización occidental se hubiera preocupado más por desarrollar esa segunda línea, la de los derechos humanos, la de la democracia, la de la igualdad, la libertad y la fraternidad?
Me temo (y esto sí es apocalíptico) que ya es tarde.

Esto no es una broma