Aborigen

aborigen

Algo no me cuadra en esta imagen, y es que, en parte, esto mismo podría habérsele dicho al que ahora lo dice. Sea el de arriba o el de abajo.

La palabra aborigen me resulta perturbadora. ¿Quién es aborigen de algún sitio? ¿Oriundo? Hay una serie de sinónimos que igualmente no me acaban de convencer: autóctono, indígena, nativo, originario, natural, oriundo, vernáculo. Contra los antónimos: Extraño, extranjero, foráneo.

Se dice del primitivo morador de un país, por contraposición a los establecidos posteriormente en él.

Es gracioso que si miro primitivo me aparece la necesaria definición de aborigen:

Se dice de los pueblos aborígenes o de civilización poco desarrollada, así como de los individuos que los componen, de su misma civilización o de las manifestaciones de ella.

Y más insólito aún que aborigen sea de civilización poco desarrollada… por definición.

También, primitivo, remite a Perteneciente o relativo a los orígenes o primeros tiempos de algo. Pero no se dice cuál es este algo. Y creo que por ahí van los tiros de la respuesta.

Para el personaje de la imagen superior ese algo es una entidad que no existía, así que él se considera el primero o de los primeros en habitarla. Para el personaje de la parte inferior, el algo en cuestión es un algo distinto, que para él sí existía.

¿Un inmigrante emigra a una entidad que no existía o a una entidad que reconoce como preexistente?

Está claro que si hablásemos de colonizadores quizá dejaríamos de poder aplicar las leyes de extranjería o de inmigración, pues no están inmigrando (no estarían reconociendo la validez de la preexistencia de la entidad que les acoge/expulsa). Así que es un tema de palabras… como siempre, aunque parezca mentira.

¿Existen leyes para evitar la neocolonización de los territorios habitados?

No hablo de las que regularon la descolonización, sino las que regularían a nivel global la manera en que se pueden «colonizar» zonas previamente habitadas.

Y con esto se entronca en todas las discusiones sobre los derechos más o menos cuestionables de descendientes de poblaciones que habitaron en algún lugar del planeta previamente y han sido desplazados por otras poblaciones. Europa es un maremagnum de estas movilizaciones que generan conflictos muchos de los cuales desembocan en guerras y muerte de millones de personas. Hay mil ejemplos… pero se me ocurren unos cuantos actuales:

  • Conflictos en Ucrania entre rusos y ucranianos (que no se acuerdan de que fueron posiblemente el urheimat indoeuropeo).
  • Conflictos de nacionalismos varios (la antigua ex-Yugoeslavia es la más dura prueba de ello).
  • Irlanda y el Reino Unido, olvidadizos de un pasado céltico, olvidadizos de un pasado nórdico, de un pasado latino, de un pasado… seguramente pre-indoeuropeo.
  • Las descendencias arábigas o moriscas de territorios peninsulares, olvidándose de las germánicas, pero también de las latinas y de las griegas y las íberas y las paleohispánicas, célticas, pre-indoeuropeas…

En resumen: todo sería más sencillo si ese «algo» fuese el Mundo y no otra cosa/entidad… ¿o mucho más difícil?

GPGP

Hace unos días, viendo la serie Orange is the new black, acuñé el término, atribuible a una de las protagonistas, GPGP, imitando el término MILF ( haciendo uso intensivo de él) inventado en otra serie de la misma autora, la interesante Jenji Kohan, Weeds.

Así como MILF significaba Mother I’d Like to Fuck, GPGP es un simple y sencillo GuaPa GafaPasta (por supuesto, también tiene versión masculina sin modificaciones).

Un ejemplo perfecto de este atributo sería el que podría darle a mi amiga querida Aída B. como se puede ver en esta foto junto a su hermanito.

gpgp_aida

A continuación, la chica que inspiró la sigla, la actriz Laura Prepon en el papel de Alex Vause.

Me recuerda a un par de chicas que, en algún momento de mi vida me han gustado. Curiosamente, más con gafas que sin ellas. El primer caso que recuerdo fue el de mi querida Patricia, cuya naricita apenas sujetaba la pasta de las mismas. Su risa cuando se le resbalaban era tan pícara como, al mismo tiempo, divertida y naïf.

De la importancia de las palabras

Leo en un texto publicado por un «amigo» en FaceBook:

El Tribunal Constitucional se reúne en pleno jurisdiccional este martes a partir de las cinco para votar la sentencia del matrimonio homosexual, que será favorable a la denominación de “matrimonio” para las bodas entre personas del mismo sexo.
El fallo favorable avalará las 20.000 bodas celebradas en España desde 2005.

Y más allá de lo que significa para muchos de los afectados y afectadas (muchas, las), el caso es que lo que más me ha interesado es la importancia que se le da a la palabra. Porque de esa palabra se derivan, ni más ni menos, derechos.

Los derechos, por tanto, son menos importantes que las palabras, causa primera de la creación, en nuestra realidad cultural, en tanto humana.

Y esto me alegra, como escritor, porque me anima a pensar que puedo ayudar a que la realidad cambie, cambiando las palabras o el significado que se les otorga y, con ello, sus implicaciones.

Pero me alegra también, al menos en este caso, que se hable de personas, aunque sea una palabra, como tantas otras, imprecisa, por no decir sexo, matrimonio, boda…

Y me da por pensar qué habría sido de aquellas 20.000 bodas si ahora no se pudieran seguir llamando bodas. ¿Qué habrían sido? ¿Fraude fiscal? ¿Mariconadas?

Aquello eran bodas y no tenía que afirmarlo el Tribunal Constitucional. Aquello eran matrimonios y no teníamos que esperar esta sentencia. Lo que quedaba por luchar… y sigue quedando, es que tengan los mismos derechos y obligaciones. Sean uniones, bodas, matrimonios, patrimonios o lo que sea.

Quiero ver si esos matrimonios van a ser reconocidos por la sociedad como algo aceptable o inaceptable, más allá de lo que opinen unos jueces. Quiero ver adopciones, pensiones de viudedad, tratadas con la misma vara que se trata a las de heterosexuales. Y respeto social. Prestigio. Reconocimiento.

Pero también quiero ver cómo se ignora esa tendencia a hacer de las palabras un campo de batalla. No importan tanto… ¿o todo lo contrario?

¿Quién es el dueño del significado de un vocablo? ¿La RAE? ¿La población? ¿Quién?

De momento, me erijo en rey del vocabulario: aquello a lo que ya asistí en alguna ocasión que unía ante asistentes a dos hombres que se amaban, era una boda celebrando el matrimonio de una pareja de amigos míos. No tenía ninguna necesidad de esperar esta sentencia para saberlo.

Pero está bien que, de cuando en cuando, sus definiciones y las mías coincidan. Supongo.

Esto no es una broma