Leo en un texto publicado por un «amigo» en FaceBook:
El Tribunal Constitucional se reúne en pleno jurisdiccional este martes a partir de las cinco para votar la sentencia del matrimonio homosexual, que será favorable a la denominación de “matrimonio” para las bodas entre personas del mismo sexo.
El fallo favorable avalará las 20.000 bodas celebradas en España desde 2005.
Y más allá de lo que significa para muchos de los afectados y afectadas (muchas, las), el caso es que lo que más me ha interesado es la importancia que se le da a la palabra. Porque de esa palabra se derivan, ni más ni menos, derechos.
Los derechos, por tanto, son menos importantes que las palabras, causa primera de la creación, en nuestra realidad cultural, en tanto humana.
Y esto me alegra, como escritor, porque me anima a pensar que puedo ayudar a que la realidad cambie, cambiando las palabras o el significado que se les otorga y, con ello, sus implicaciones.
Pero me alegra también, al menos en este caso, que se hable de personas, aunque sea una palabra, como tantas otras, imprecisa, por no decir sexo, matrimonio, boda…
Y me da por pensar qué habría sido de aquellas 20.000 bodas si ahora no se pudieran seguir llamando bodas. ¿Qué habrían sido? ¿Fraude fiscal? ¿Mariconadas?
Aquello eran bodas y no tenía que afirmarlo el Tribunal Constitucional. Aquello eran matrimonios y no teníamos que esperar esta sentencia. Lo que quedaba por luchar… y sigue quedando, es que tengan los mismos derechos y obligaciones. Sean uniones, bodas, matrimonios, patrimonios o lo que sea.
Quiero ver si esos matrimonios van a ser reconocidos por la sociedad como algo aceptable o inaceptable, más allá de lo que opinen unos jueces. Quiero ver adopciones, pensiones de viudedad, tratadas con la misma vara que se trata a las de heterosexuales. Y respeto social. Prestigio. Reconocimiento.
Pero también quiero ver cómo se ignora esa tendencia a hacer de las palabras un campo de batalla. No importan tanto… ¿o todo lo contrario?
¿Quién es el dueño del significado de un vocablo? ¿La RAE? ¿La población? ¿Quién?
De momento, me erijo en rey del vocabulario: aquello a lo que ya asistí en alguna ocasión que unía ante asistentes a dos hombres que se amaban, era una boda celebrando el matrimonio de una pareja de amigos míos. No tenía ninguna necesidad de esperar esta sentencia para saberlo.
Pero está bien que, de cuando en cuando, sus definiciones y las mías coincidan. Supongo.