Aniversario

Hoy, Carmen y yo, estaremos (este futuro es bastante extraño) en Donosti celebrando nuestro 25 aniversario.

No sé exactamente dónde nos pillará (hoy 6 de septiembre de 2024) a las 21:00, hora en la que, oficialmente (jijiji) comenzamos a salir desde aquel encuentro en el Achuri.

Calculando en alguna de estas páginas web que saben hacer estas cosas sin reflexionar sobre el sentido de un año, de un día, de un segundo… obtengo los siguientes resultados de la diferencia entre esos dos momentos de mi vida:

789004800 segundos
13150080 minutos
219168 horas
9132 días
1304 semanas, 4 días
300 meses
25 años

Y me encantaría llegar a multiplicar todas estas cantidades por 2, pero teniendo en cuenta el calendario gregoriano en vigor, es poco probable que ocurra, pues 50 años no serán 2609 semanas y 1 día, sino tan sólo 2609 semanas.

24 años y sumando

Hoy hemos estado explorando una zona de Madrid que apenas habíamos pisado, allá por donde termina casi la línea 44 de autobús, que desde Callao nos ha llevado al parque Dehesa de la Villa.

Hemos desayunado en una cafetería deliciosa (el nombre lo indicaba, pero no me lo acababa de creer) llamada Madridelicia Bakery & Cafe.

Cierto es que hemos llegado bastante tarde porque esta noche hemos dormido poco y mal por culpa de las inclemencias del tiempo y el golpeteo pertinaz de la lluvia en la chapa que hace las veces de tejado en nuestro ático.

Después hemos recorrido el parque mencionado entre pinares o semejantes arbolitos de hoja acicular y encontrado este bello lugar en el que fotografiarnos bajo una placa que parecía hecha para nosotros: locos de amor y locos por la vida.

Hoy hemos cumplido (a las 21:00) 24 años juntos. Y he imaginado lo feliz que sería si pudiésemos seguir otros 24 años más.

ChatGPT y el deseo

Se habla de que chatgpt va a quitar puestos de trabajo y me preguntan, en casi cualquier evento de poesía que organizo, que si me siento amenazado y yo contesto que lo que hago esta relacionado con el deseo, no con la habilidad.

Nadie le pide a chatgpt que haga algo que desee hacer, sino aquellas tareas que no desea hacer. Como en el caso de la inmigración, en general no conozco a gente que quiera ir a limpiar casas o recoger uvas o… Salvo que sean inmigrantes que lo hacen por estricta necesidad.

Chatgpt nos obliga a ver nuestra realidad y asumir nuestras decisiones. También nos hará pensar en a qué llamamos creatividad (no orientada en el resultado, sino en la búsqueda, en el fracaso, más que en el éxito).

Incluso una persona bromeó con que le pediría a una IA que entretuviese a su pareja cuando ella esté deprimida… A lo que no puede evitar responder que yo jamás haría eso con mi pareja o me plantearía si deseo que sea mi pareja.

Quizá por eso aún no he probado las «inconmensurables» capacidades de las IA conversacionales o procesadoras del lenguaje humano: yo adoro hablar, adoro escribir… No quiero que lo hagan por mí, aunque lo haga «mejor». Yo no quiero perderme el acto de escribir, el proceso de pensar, de aprender, más que de saber.

No acabo de ver la utilidad a que me digan, mediante un algoritmo que por supuesto puede ser bienintencionado o cuando menos no malintencionado, qué música me apetece oír, cuando lo que me gusta es tener acceso a discografías, poder elegir un disco en concreto (que quien lo compuso por algo lo quiso así, aunque sólo fuese por cronología), perdiendo el tiempo en esa búsqueda más o menos inútil. Pero es que lo útil está sobrevalorado.

Puede que sea algo generacional. Estoy obsoleto. Lo sé. Quizá por eso mis últimos trabajos tratan sobre la impermanencia.

23 años juntos y felices

El martes pasado fue uno de esos día bonitos bonitos… aniversario con Carmen. Felices y contentos.

Aproveché que quería presentar una obra al Concurso VII Edición del Premio Libro de Artista Ciudad de Móstoles. Era la primera vez que presentaba algo a un concurso de estas características y creía que la pieza que he presentado es, al menos, premiable, gane o no gane nada.

Así que decidimos hacer una excursión a Móstoles para hacer algo ilusionante muy bien acompañado.

Una vez allí nos fuimos de visita a un museo (CA2M) a ver una expo de vídeodanza muy interesante y muy sugerente (me ha surgido una idea de nuevo proyecto a raíz de verla).

Tras darnos cuenta de las ventajas de vivir en el centro de Madrid (nos gusta la variedad a la hora de elegir un restaurante donde comer), nos decantamos por una terracita agradable de comida tradicional o convencional donde, eso sí, había un muy económico menú, un ambiente relajado y un trato estupendo.

Volvimos a Madrid-Principe Pío en autobús, que parece más turismo todavía ;-), para adentrarnos en el curioso mundo de los centros comerciales (a 26ºC) del que salimos sin hacer nada más.

Luego caminada y pijerío en otra terracita del Parque de Atenas, tomando un «aperolo» de esos naranjas que me hacen gracia por el color… y por último excursión oriental por la calle Leganitos disfrutando de descubrimientos magníficos como nuevos restaurantes chinos por conocer, o supermercados donde comprar cosas que no sabemos usar, pero que remiten a viajes exóticos (y a globalización).

Descubrir que al llegar a casa éramos tan felices como hace 23 años y que estábamos tan bien juntos como entonces (o más aún) fue el culmen de un día bonito bonito… de los que, por suerte, tengo varios al año.

Auriculares inalámbricos en todo lugar y en todo momento

En casa estamos (principalmente yo) con los auriculares puestos casi en todo momento, ya sea viendo algún programa de alguna plataforma de streaming, o viendo algún vídeo-tutorial de alguna herramienta tecnológica por conocer, o de divulgación científica o de historia, o incluso recetas de cocina.

Es una forma de no molestar en la convivencia a la pareja, pero extensivo a no incordiar al vecindario con alguna película de más o menos acción y ruidos extremos (que hace mucho que no veo).

Así que adquirí hace casi 2 años un soporte para colocar debajo de las mesas o debajo de alguna estantería y lo uso para sujetar ordenadamente los auriculares que están en el área del estudio de casa, donde tenemos Carmen y yo los ordenadores con los que hemos estado trabajando online este periodo confinado reciente.

Pero en el salón, al lado del sofá, quería tener un soporte semejante, pero hacérmelo yo, pues no es mucho más que un par de tablitas de contrachapado o madera fina, como es el caso, pintados con spray negro, unidos por un taco de madera de un par de centímetros. Todo ello encolado y con cinta de doble cara adherida a la estantería bajo la que se asienta.

Fue muy sencillito hacerlo y da cierto placer poder hacerse cosas como si fuese capaz de organizar mi propio autoconsumo.

Es de una ingenuidad desmedida creer que es así, pues hube de adquirir la cinta de doble cara, la cola blanca, el spray negro… y los auriculares. 😉

Otra de esas cositas de mi postureo ecologista.

¿Mansplaining?

Carmen expuso su primera conferencia el sábado pasado, 5 de junio de 2021 y lo hizo con soltura, en la Casa de Castilla La Mancha, un lugar con el que ella está bastante más emparentada de lo que le gusta admitir y sobre un tema que le interesó desde el primer momento: «La evolución del papel de la mujer en el Tango».

Yo estoy ayudándola con el formato y la estructura del contenido, pues ella no sabía ni por dónde empezar, lo que resulta bastante normal para alguien que no ha presentado algo así en su vida.

Y he de reconocer que se me colaban opiniones en el contenido, haciéndola, la presentación, algo más combativa, algo más feminista… y también me planteaba la cuestión permanente de si era yo quien debía intervenir en su aproximación o callarme aunque la presentación fuese menos feminista, pero estrictamente realizada por una mujer.

Al final es poco importante pues Carmen me agradeció mi ayuda y no sintió que mi intervención (por supuesto en la sombra) fuese impuesta. Espero que esto no se entienda como mansplainig…

Valquiria

Valquiria sin armazón
rota como la nocturna luz apagada,
tus labios morados hablan sin voz.

Mis labios mudos liban tus palabras
con ansia para abrazar un oblicuo hallazgo mutuo
y luchan por unas migajas saladas bajo tus ojos.

Nos abrazamos
y soy tu armazón por un minuto
duración aproximada para nudo carnal
optimista grito amoroso.

Somos una infusión pacífica
con ramas lindas
nadando una capa tras otra
arrimando los poros a los poros
hasta hundirnos uno
con otra.

Valquiria sin armazón
toda corazón
rima barata
copla bajo la manta
almohadas blandas
sin un final próximo a la vista.

Maravilla.
Amor infinito.
O casi.

Exposición de «El sueño americano» en Caixaforum

Hace más de un mes fuimos a ver la exposición organizada por Caixaforum titulada «El sueño americano», con un subtítulo que reza: Del pop a la actualidad.

Sin entrar a comentar nada sobre el título (¿americano o estadounidense? o ¿qué significa actualidad?), diré que el espacio me agrada, a pesar de ser el equivalente a otro que no piso desde hace años por ser propiedad y blanqueo de una entidad bancaria privada salvada con dinero público. Además, al ser clientes de La Caixa, no había que pagar la entrada.

Tampoco hubimos de pagar el transporte, dado que fuimos desde casa en Gran Vía a Atocha en un autobús urbano de la línea 001, de los que ha decidido poner el consistorio actual para seguir con la farsa de crítica al gobierno anterior y su estúpida cruzada contra la peatonalización y limitación del vehículos privados dentro de lo que se conoce como Madrid Central y que quieren redenominar como Madrid 360 para que no sea una promesa incumplida de tantas de un alcalde a quien votaron, en gran medida, para conseguir la supresión de esa medida impopular. De momento no lo cumple…

Salimos de casa a eso de las 10:30 y llegamos a desayunar a un sitio hipster (mucho) que había buscado por Internet, llamado el Patio Vertical, que hace referencia al muro verde que resulta ser una de las paredes del museo bancario. Es un lugar cálido e ideal para hacerse fotografías, pues hay que amortizar las tartas y el té… lo que antes se denominaba desayuno.

Al entrar en Caixaforum nos preguntaron si queríamos ir a ver la exposición sobre diseño y surrealismo llamada «Objetos de deseo» que no me interesa en lo más mínimo, así que les dijimos que sólo queríamos ver lo del sueño americano.

No tenía grandes expectativas, salvo ver alguna obra de artistas que pudieran gustarme, pero he de reconocer que la exposición estaba muy bien montada (se nota que hay dinero), y sin abundancia de obra saturante, sí que hacía un buen recorrido por las tendencias más conocidas del arte norteamericano desde los 60 hasta comienzos del siglo XXI, donde ya se perdía un poco en adivinar un futuro que certifique qué de todo aquello (de todo esto) tenga algún tipo de repercusión y perdurabilidad.

Obviamente, me gustó la obra de Sol LeWitt y el minimalismo, aunque habría agradecido algo escultórico suyo y no sólo pictórico, pero aún así, capturé esta fotografía:

Pero sin duda, cada vez que veo obra de Jenny Holzer me obnubilo y asiento dándome cuenta de que entiendo porqué ha hecho lo que ha hecho y cómo lo ha hecho y al mismo tiempo me entristezco pensando que nunca se me ocurre antes que a ella… Es un trabajo que me fascina y no esperaba encontrar muchas piezas suyas, pero ahí estaba:

Sencilla y contundente, con poco material objetual y mucho conceptual… sin perder una armonía estética que no conseguiré jamás en ninguna de mis ideas.

Tras un par de horas de recorrido, salimos de nuevo al Paseo de la Castellana, que a esas alturas se llama Paseo del Prado, y cruzamos al lado desde el que retomamos el 001, para gratuitamente regresar a casa.

Fue una preciosa mañana. Y la necesitábamos.

Soñé en ensamblador

Nunca he programado en ensamblador
y eso que se decía
en una época que ya ni recuerdo
que había que entender ensamblador
para comprender cómo una máquina
comprendía a los humanos.

Ni siquiera sé
y eso que podría buscarlo en internet
si se trata de un lenguaje compilado
o interpretado.

Cuando acabe este poema
leeré sobre ello e incluso
realizaré algún programa
que salude al mundo
desde mi máquina
con la que tanto me entiendo
con la que tanto me enciendo.

Pero hace unas semanas
soñé que tenía que preparar para Carmen
una coreografía de Tango
en ensamblador.

En el suelo
no sé cómo iba a hacerla.
En el sueño
no sé cómo iba a programarla.

Soñé que no la iba a tener a tiempo
e iba a decepcionar a Carmen
que estaba esperando
ese código ensamblador
no recuerdo para qué.

Nunca he programado en ensamblador
y eso puedo resolverlo
hoy mismo.

La decepción
sin embargo…

Contando ovejitas

Ayer noche no me podía dormir.
Hay personas que cuentan ovejas para dormir.
Nunca había entendido esa práctica
hasta ayer.
Durante la noche no podía dormir
y me acuciaban pensamientos que quería evitar
(no tanto por lúgubres como porque tendían a despejarme)
así que procedí a mi equivalente a contar ovejitas:

El día 6 de octubre es nuestro mesiversario
(igual que existe aniversario, podemos bautizar
mesiversario como el día en el que se cumple
un número entero de meses desde un suceso concreto)
y como cada día 6
felicito a Carmen y me felicito a mí.

Cada cierto tiempo me da por hacer cálculos mentales
para saber cuántos meses en concreto han pasado
desde el 6 de septiembre de 1999.

Ayer noche no me podía dormir
y era 6 de octubre de 2020
y habían pasado 21 años y 1 mes
desde que en el Achuri
esperaba a las 21:00 a que Carmen se acercase
haciendo como que leía un libro
intentando no estar nervioso.

21 años son 21×12
lo que mentalmente me hizo sonreír por un producto capicúa.
Decidí realizar el cálculo mental
multiplicando 20×12 y sumando 12.
En realidad, hice algo aún más enrevesado
o más simple, según como se mire,
calculando 12×10 y sumándoselo a 12×10
120+120 es sencillamente 240.
Quedaba agregar los 12 del año 21
y el mes sobrante
lo que resultaba un total de 253 meses.

Ayer noche no me podía dormir
y no me interesan (ni lo han hecho nunca)
las ovejitas
así que intenté pensar si 253 era un número primo.

Creía que lo iba a ser
pues ya había descompuesto el 21×12
en (3×7)x(3x2x2) y sabía que no podía ser múltiplo
ni de 2, ni de 3, ni de 7
y obviamente tampoco de 5
(sobra añadir que imposible serlo de 4, 6, 8, 9 o 10).

Pero sumé los extremos del número 253
y me di cuenta de que eran igual al dígito central
lo que resulta una prueba de que era divisible entre 11.

¡Vaya!
Me habría hecho ilusión encontrar un primo más
aunque fuese tan pequeño como 253.

No obstante, como seguía sin poder dormir,
calculé mentalmente
la división de 253/11.
Lo hice colocando la cifra dividendo a la izquierda
de un ángulo recto sobre el que situé al divisor.

Quien haya estudiado primaria en España sabrá a qué me refiero.

253 entre 11
y la primera cifra del cociente era 2
me llevé ese 22 a restarlo al 253
(colocado bajo el extremo izquierdo del número)
y al restárselo a 25 me quedaba un 3
bajé (por supuesto todo en mi mente ovejil) el otro 3
y aquí
en mitad de una noche en la que no podía dormir
me lié un poco porque confundí ese resto parcial con el cociente
y supuse que 253 era igual a 11 x 33
pero sabía que estaba mal, era 11x11x3
pero ya había probado que no podía ser múltiplo de 3.

Tardé un tiempo que no sé cuantificar
en darme cuenta de que tenía que dividir el 33 entre 11 y agregar ese 3
a la segunda cifra del cociente que se estaba formando
debajo del angulo recto que separaba al divisor del dividendo
resultando un 23 que volvía a ser un número primo.

En resumen
253 = 11×23

Me gustaba que no fuese un número muy sencillo de dividir
porque ayudaba a que mi mente se centrase en la operación
de contar mis ovejitas particulares.

Me dio por recordar que los calendarios
y otras medidas del tiempo
son arbitrarias
y pensé que si los años fuesen de tan sólo 11 meses
(de la longitud diaria habitual)
Carmen y yo celebraríamos un 23 aniversario.

Alguien podría decirme que tienen sentido que los años
sean de 365 días (365,25 o 365,24 o…)
porque había una justificación astronómica
o agrícola:
el ciclo de las estaciones y esas cosas.

Yo podría comentar la variedad de definiciones
de año que hay en diversas culturas a lo largo de la historia
y la geografía y la religión.
Podría comentar que no todos los años tienen
ni han tenido 365 días,
que no todos los años tienen al astro rey como único
determinante del paso del tiempo.
Podría recordar los calendarios racionales
de la revolución francesa
o
minimizar la necesidad de atención a los cambios estacionales
en un entorno absolutamente urbano en el que vivo
en un entorno absolutamente artificial en el que vivo
en un entorno absolutamente cultural en el que vivo.

Pero seguía sin poder dormir.
Eran las 4:44.
Sí, lo había mirado en un reloj
que no está sincronizado con el tiempo universal coordinado
ni con ningún reloj atómico.
Lo había mirado en un reloj
que sé que lleva un desfase impreciso con los relojes
de internet y su protocolo de tiempos.

Era de noche. En Madrid.
Y no podía dormir.

En los 21 años que hemos estado juntos
Carmen y yo hemos vivido sólo 4 años bisiestos
(vuelvo a circunscribirme al calendario gregoriano)
así que podía intentar calcular el número de días
que llevábamos desde aquel lunes en Argumosa
cuando nos besamos por primera vez.

Era una cuenta con números más grandes
así que la probabilidad de cometer un error aumentaba
pero no tenía otra cosa mejor que hacer
para evitar caer en lobos acechando becerros.

365 x 21 + 4

Como en la ocasión anterior, no multipliqué directamente
sino que 3650 + 3650 era una suma mucho más sencilla
pero agregué un 365 bajo esa operación
más o menos como en

 3650
 3650
  365
------

Y fui sumando de derecha a izquierda:
5
5 y 5 diez y 6, dieciséis, así que pongo un 6 y me llevo una.
6 y 6 doce y 3 más la que me llevaba son 16 también
así que pongo otro seis y me llevo otra
que sumada a 3 + 3 son siete
dando un número casi casi simétrico:
7665

Faltaba añadir los 4 días correspondientes
a esas correcciones llamadas bisiestos
que además habían de incluir la corrección a la corrección
quitando el 2000 de los años bisiestos
pero hoy leo que estaba equivocado
y que el 2000 sí que fue bisiesto
que son aquellos divisibles entre 4,
salvo que sea año secular -último de cada siglo, terminado en «00»-,
en cuyo caso también ha de ser divisible entre 400.

Es decir, había que corregir mi cálculo inicial
durante la noche
que daba un total de 7669 días juntos
a un mucho más feo
7670 días juntos.

Creo recordar que me debió de entrar sueño
como se suele decir
pues no recuerdo haber intentado
ni siquiera
calcular el número de horas que llevábamos
desde las 21:00 del 9 de septiembre de 1999.

Hoy
ya despierto,
pienso en la posibilidad de certificar esa cifra
con un año, digamos, trópico de 365,2421897 días (de tiempo solar medio)
multiplicándolo usando una calculadora
por un simple 21
obteniendo un total de
7670,0859837 días (de tiempo solar medio) juntos
o
con un año, digamos, sideral de 365,256363004 días (solares medios)
multiplicándolo usando una calculadora
por un simple 21
obteniendo un total de
7670,3836 días (de tiempo solar medio) juntos.

Haciendo uso (ya casi abuso) de la calculadora
puedo saber que llevamos
7670,3836 x 23,9345 (horas siderales por día) = 183586,7962742 horas
a las que hay que restar las «aproximadamente» 21
que habían transcurrido del día 6 de septiembre de 1999
quedando unas 183565,7962742 horas
dando vueltas por el universo
galopando en un caballo cuasiesférico
en órbitas elípticas alrededor de una bola de fuego
de fusión nuclear.

Y sigo amándola como aquel día
a aquella precisa hora
en este preciso instante
en el que termino este texto.

Esto no es una broma