Nos agobia el ocio

tenemos tiempo
y ganas de hacer cosas
muchas cosas
y de asistir a eventos
muchos eventos
y de ver a los amigos
muchos amigos
y amigas
y muchas más amigas
y de llamar por teléfono
muchos teléfonos
y luego lo cancelamos
para encontrarnos
con los pocos
los pocos amigos (amigas, muy pocas)
los pocos eventos (muy pocos)
las cosas (muy muy pocas)
y las llamadas (casi ninguna)
y
en el mejor de los casos
con una única persona haciendo una única cosa
de la que no informar
ni considerarla evento eventual.

hacer amor:
amar
y
ya.

de los derechos y deberes de los cónyuges

Hoy he estado en la boda de mi amigo Fernando Becerra con su pareja, Paco, y me quedé pensando si los del famoso foro por la familia se daban cuenta de que estaban encontrando aliados. Por momento me planteé la duda de si podían adoptar, por ser una pareja gay, pero luego me confirmaron que sí, que no había ningún problema.

DE LOS DERECHOS Y DEBERES DE LOS CÓNYUGES

Artículo 66. Redacción según Ley 13/2005, de 1 de julio.

Los cónyuges son iguales en derechos y deberes.

Artículo 67. Redacción según Ley 13/2005, de 1 de julio.

Los cónyuges deben respetarse y ayudarse mutuamente y actuar en interés de la familia.

Artículo 68. Redacción según Ley 15/2005, de 8 de julio.

Los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente. Deberán, además, compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes y otras personas dependientes a su cargo.

Me lo he pasado genial en la boda… ojalá todas fuesen como esta, con esta ilusión y esta autenticidad. Y eso después de llevar más de 19 años juntos. ¡Qué maravilla!

Ella quiere destruir el universo por mí

Estamos viendo una serie descargada
de internet
en la tele
y un personaje está a punto de destruir
el universo por amor.

Ella me dice mirándome a los ojos
como si lo que dijese
no tuviese la más mínima importancia
que es como nosotros,
que ella me buscaría
entre universos paralelos
sin ni siquiera advertir
que destruiría el universo
por estar conmigo.

Me enternece con su inocencia
de asesina en serie
de genocida absoluta
de armagedón de amor.

Yo, tan solo sonrío,
la miro
y ardo en deseos
de besarle la entrepierna.

El universo, mientras tanto
sigue entero.

El piropo

He leído un artículo sobre el piropo y su posible obsolescencia pero centrado principalmente en el piropo como algo que le dice el hombre a la mujer y en relación a su físico.
Antes de empezar, haré una aclaración: para mí piropo es una lisonja que se realiza por parte de un hombre o una mujer a un hombre o una mujer. Por tanto, piropeador es aquel o aquella que piropea y piropeado es aquel o aquella que recibe la lisonja.
Esto implica que deberíamos analizar el porqué está aclaración es importante: desprovisto de su, habitualmente, carácter sexista, disminuye o, al menos, se focaliza el conflicto que pueda derivar de su uso.
Tengo la impresión de que hay varios factores a considerar que han sido poco tratados o nada.
Por supuesto, hay muchas ocasiones en las que el tono del piropo o lisonja no resulta agradable a quien lo recibe. Esto es bastante simple de erradicar, ante un piropo ofensivo, preguntar al piropeador si lo diría a algún familiar o si le resultaría agradable que se lo dijesen. Por otro lado, quien lo recibe, puede bien hacer uso del derecho de réplica o del, más saludable, recurso de ignorar a quien lo profiere.
Esto no quita que me parezca patético saber que muchos de estos piropos no tienen como verdadero objetivo lisonjear a quien lo recibe, sino demostrar el poder de quien lo profiere. En casos donde esta demostración de poder es para demostrar una inseguridad, una impotencia, un miedo, es en los grupos, pero los grupos tienen una dinámica que hace que no quiera tratar del piropo que procede de alguien de un grupo o de un grupo al completo puesto que, en el fondo, no buscan la simple y sencilla lisonja, sino otra cuestión.
Cuando alguien se siente insultado o insultada, hay muchas formas de actuar, pero siempre recomendaré aquellas que no impliquen violencia. El problema no es tan simple, puesto que en muchas ocasiones se trata de situaciones de diferencia de categoría entre personas que tienen algún tipo de vínculo contractual.
Por ejemplo, una persona no tiene derecho a decir cualquier salvajada que se le ocurra a su pareja, aunque, claro, también es verdad que la pareja en cuestión tiene todo el derecho del mundo, una vez infringido el contrato con el que se mantiene el respeto a romper la parte que le toque, por ejemplo, largándose con otra persona.
Esto también podría aplicarse en situaciones de entorno laboral, aunque aquí es más peliagudo, puesto que hay un desequilibrio habitual entre piropeador y piropeado. Rara vez el piropeador va a estar por debajo en el organigrama empresarial de aquella persona piropeada, obligando, de este modo, a no aceptar la simetría equitativa que, en justicia, hace o puede hacer de un piropo algo bello.
Quizá lo que más me molesta de los piropos es el hecho de fomentar la diferenciación de la validez de los distintos sexos, de modo que la mujer puede ser piropeada por su físico y rara vez por otras habilidades, salvo sorprendiéndose, y el hombre rara vez piropeado por su físico.
El artículo en cuestión apuntaba la general tendencia a considerar nefasto el insulto por sus habituales atributos y yo me planteo si el problema no es previo: es decir, los atributos son lo modificable, porque la naturaleza de estos atributos, tras los cuales hay una normalización de conductas inapropiadas es lo que es verdaderamente preocupante.
No me parece preocupante que se piropee a una mujer en la calle por parte de un hombre, si se normaliza el hecho de que un hombre sea piropeado por una mujer en la calle.
No me parece preocupante que se piropee a un empleado o una empleada, si se normaliza el hecho de que el empleado o la empleada puedan piropear a sus empleadores, aunque en este punto tengo la duda de si aún así me parece correcto, puesto que no hay simetría y se mezclan dos tipos de relaciones: la personal y la profesional.
No me parece preocupante que la base del piropo sea algo físico, superficial, si se normaliza el hecho de apreciar también de las personas otras cualidades menos obvias.
Me parece, sin embargo, preocupante, que pueda aprobarse una ley para abolir los piropos para no enfrentar estos problemas: que sigamos (hombres y mujeres) cosificando a las mujeres, que no respetemos o escuchemos a los otros, no aprendiendo nunca a convivir en sociedad sin dañarnos, que lo superficial se ataque sistemáticamente casi por una censura religiosa fundamentalista que nos dice que lo físico es malo, es carnal, es pecaminoso, y que debemos exclusivamente atender al ser humano en su faceta espiritual o, si es hombre, en su faceta intelectual; me parece preocupante que en el entorno profesional no se sea capaz de separar lo estrictamente profesional de lo personal y no establecer relaciones personales con quien no es preciso pues es interferir en una parte de su vida que no está o no debería estar puesta en términos de jerarquías laborales. Me preocupa que los hombres sientan en grupo la necesidad de afirmar su hombría comportándose como animales irracionales, orangutanes semidesarrollados que atentan contra todo lo que consideran inferior o, cuando menos, débil.
En resumen: me preocupa lo que hace que un piropo, en la mayoría de los casos, acabe por ser algo sucio; obligando a hombres y mujeres a desearse unos a otros sin poder manifestárselo más que con miradas soslayadas (léase reprimidas) en el vagón de un metro.

Pareja en Libertad

Carmen está en Zaragoza en un encuentro de Tango. Fue gracioso cuando ayer su madre le preguntó al respecto: ¿Y Giuppe qué opina de eso?. Desde detrás de la silla negra nueva de dirección que nos hemos comprado para nuestra casa oficina, contesté, entre humorístico y enfurecido: ¡Mi mujer es libre de hacer lo que quiera!
Carmen se había comenzado a disculpar diciendo que era parte de su trabajo, que debía hacerlo para mantenerse al día, pero a mí me hirvió la sangre pensando cómo tantas y tantas parejas están juntas y cercenan sus libertades por el beneplácito de “la pareja”.
Y, finalmente, ninguna de las dos partes integrantes de la misma son felices, aunque la pareja, eso sí, puede llegar a ser eterna.
Nunca he sido una persona que considere que la pareja sea algo sacrosanto: es más, opino que la mejor situación posible del ser humano es la soledad, pero una soledad elegida, una soledad relacionada, vinculada a amigos, familia (aunque esa distinción da para otro largo soliloquio) y conocidos o, incluso, gente por conocer. Sin embargo, aumenta la tendencia a adoptar parejas más allá del hecho de las incompatibilidades, más allá del hecho de que quizá no se sea feliz a su lado, incluso, se está dispuesto a sacrificar el enamoramiento, esa pasión tan occidental que establece nuestras relaciones amorosas como si fuera la mejor manera de establecerlas.
He oído debates en los que siempre se critican las costumbres de acordar matrimonios (bien es verdad que suele ser muy discriminatorio para las mujeres) pero si en nuestra cultura está tan bien valorado el criterio de elegir pareja mediante el enamoramiento, ¿cómo puede entenderse que, después de un tiempo, la inmensa mayoría de las parejas admitan no estar enamoradas y, aun más, seguir juntos casi por una inercia cargada de costumbres y obligaciones?
Carmen es y será libre de hacer lo que quiera; pero no solo porque yo lo conceda, sino porque en realidad siempre lo es y lo será, le guste o no (referencia a Sartre y su sentencia “El hombre está obligado a ser libre”).
¿No hay límites en esa libertad?
La fidelidad es un artificio, una convención, que viene a asegurarnos que, en algún lugar, somos únicos, somos dueños de algo, pero ese algo no es la persona con la que estamos, es exclusivamente su posibilidad de realizar actos sexuales con otras personas ajenas a la pareja.
Bueno, supongo que nunca he entendido muy bien esto de la fidelidad. Es más, siempre me he declarado infiel por voluntad propia. Infiel, por supuesto, dispuesto a ser infidelizado.
Nunca he entendido la exclusividad, en ningún asunto, ni entiendo a qué se refiere esto de “acto”, ni lo de “sexual”, ni personas, ni ajenas, ni pareja. Para mí, todas estas palabras son dinámicas, son interpretables, abiertas y se usan para intentar acotar el significado de una palabra: fidelidad.
¿Me preocupa que Carmen me sea infiel en Zaragoza? Quizá mi subconsciente me está jugando una mala pasada y me hace hablar y pensar en ello. Quizá sea una represión consciente, racional, de unos miedos irracionales. Puede ser, pero también es importante pensar si debemos ser irracionales porque estamos enamorados o podemos manejar ambos hemisferios del cerebro: racionales e irracionales para ser más reales. (Referencia a los conjuntos de números)
Pero, siguiendo con esta pequeña idea de los números, ¿qué ocurre con lo imaginario, con lo irreal, lo soñado, las fantasías? Para mí es más de lo mismo: libertad absoluta, sin cortapisas: si se masturba soñando con otro, qué le vamos a hacer: espero que disfrute. Si me masturbo pensando con otra (no dije soñando, pero es que no suelo recordar mis sueños), espero que lo comprenda. El pensamiento es y debes ser libre. Libre absolutamente puesto que es lo que nos hace ser personas. Un pensamiento autocensurado es un pensamiento moribundo, por no decir muerto.
Y si de esos pensamientos o sueños o fantasías, hago partícipe a mi querida Carmen y ella decide hacerlos públicos, ¿no es algo acaso peor que la libertad? Claro, quizá ella (podría haberse hecho la misma pregunta cambiando los géneros) se consideraría libre para hacerlo, para divulgar la intimidad de uno de los integrantes de la pareja.
Estoy casi a punto de llegar a la conclusión de que es una cuestión más estética que ética. ¿Cuál de las dos acciones me gusta más o me disgusta más?

Esto no es una broma