Lucha

lucha para no caer en la apatía
lucha para evitar la locura
lucha para enviar el mensaje de esperanza que el mundo necesita
lucha para ganar
lucha para perder
lucha para envejecer luchando que es viviendo
lucha para vivir luchando que es envejeciendo
lucha para esquivar las balas del olvido
lucha para conseguir un mejor sitio junto al árbol de la ciencia
lucha para gobernar tu propia vida como si fueses libre
lucha para ser libre
lucha para ser
lucha

lucha para no caer en la desidia
lucha para entorpecer el paso del tiempo cuando el tiempo solo es tiempo
lucha para agradar
lucha para agrandar los límites de tu mente desbocada
lucha para hacer un universo más habitable
lucha para recuperar la humanidad
lucha para no perderla
lucha para no luchar más
lucha para luchar siempre
lucha
o
no

Miles Davis

Suena en la tarjeta de sonido de mi ordenador
que vierte su canal de audio
a un conglomerado ecualizador y amplificador
cuyos altavoces me devuelven a través de un vibrante aire
la parsimonia de un instrumento de metal
que se llena de anhídrido carbónico
con restos de nitrógeno y argón
saliendo de la boca caliente de Davis
más de medio siglo antes de saber que iba a llegar a mis oídos.

El aparataje preciso para que hoy lo disfrute
es un amasijo de tecnología y voluntad memorística
archivística
que ha desgarrado más de un corazón
y abierto alguna vena
incluso
venas artísticas.

Ya no soy ni consciente de la digitalización de lo armónico
de la discretización de lo continuo
de ese tiempo incuantificable
tiempo de terciopelo negro a la orilla de una noche en nueva york
mientras las sirenas de la policía perseguían
a un joven que acababa de robar en una tienda de ultramarinos
que creyó estar a buen recaudo bajo la insegura protección de unos barrotes.

Teclas codifican lenguaje
para captar el universo de versos humanos
para captar y catapultar
estos momentos irrepetibles
de ternura.

¿Y si mi cuchara es un tenedor?

Ayer surgió una conversación durante la cual uno de los participantes comparó lo que la gente sabe hacer con «comer con el tenedor un caldo«, cuando, según el susodicho, lo suyo es comerlo con una cuchara.

Y claro, no he parado de preguntarme desde ese momento si eso es correcto.

En primer lugar, está la cuestión del tenedor en lid, si no puede ser lo suficientemente amplio como para abarcar el caldo, pero en segundo lugar está el caldo, pues no dejo de imaginarme el famoso caldo gallego o esos caldos (sopas) orientales de pasta y carne que ya no sólo con tenedor, sino incluso con palillos puede ser disfrutado. (Por cierto, no sé por qué, esto me recuerda que leí una vez lo ridículo que es vincular mentalmente pasta a Italia cuando lo verdaderamente razonable sería vincularla con China, por históricos motivos obvios).

No paro de preguntarme si no es una bonita imagen, mucho menos prosaica que la de comer un caldo con cuchara, incluso, por qué no, con cucharón. Pero ya se sabe mi tendencia a la inutilidad, a la poesía y otros males de la humanidad que se encargan de comer caldo con tenedores… siendo mancos y ciegos.

Tengo la imagen tan grabada en mi cabeza desde que la pronunció que no quiero dejar que se me olvide (¡ole con esa triple negación!) y me encantaría usarla para realizar una acción poética con ese nombre, con ese motivo, con esa imagen.

Ahora tengo que elegir para ello el caldo adecuado, el tenedor preciso y la ocasión propicia. Pero esto es caldo de cultivo para mi creatividad. Nada mejor para retarme que un «imposible«.

En ningún momento durante la conversación el argumentista dudó de estar en posesión de esa cuchara indispensable ni, por fundación, poner en entredicho conocer la composición de ese caldo. Es una de esas personas que saben, como cuando alguien habla del «buen gusto», que nunca jamás suponen que ese «buen gusto» no sea el suyo.

Hay que añadir, casi en último momento, que el interlocutor pretende enseñar a comer caldos con cuchara.

Tuve que estar callado. No pude intervenir. No tengo ni idea de si conozco el caldo debatido ni mucho menos si mi cuchara no es realmente un tenedor. ¿Existen diferencias irreconciliables entre los tenedores y las cucharas? Hablar de lo indecible me recordaba a Wittgenstein. También a Roland Barthes. Pero me quedó el agridulce sabor de la obediencia debida a la autoridad… en algo tan absurdo, íntimo y personal como disfrutar de un caldo.

El general de bronce

El general de bronce
desciende del pedestal.

Con paso firme camina
hacia el banco de madera
de la esquina inferior derecha
del plano
donde, sentado, se come la mano
que le llega volando
desde su derecha.

Todo sería distinto
e igual
si hubiese estado de frente.

Elecciones

El domingo volvió a ganar Primark
volvió a ganar Doña Manolita
volvió a ganar Zara
volvieron a ganar Lefties y demás.

Hoy sigue ganando la falta de respeto
el insulto
la agresión
la crispación
la intolerancia
justificado por la pasión
el impulso
la defensa de la justicia con ardor
con demasiado ardor.

Siguen ganando las prisas
la urgencia
la velocidad
el arrebato
la facilidad
hasta la simpleza.

Nunca gana la reflexión
la flexión
la meditación
la duda.

¿O sí?

Esto no es una broma