A través de la translúcida persiana
la luz
dora líneas oblicuas.
poesía
Cajones
3 + 1 + 1
con nombres de ciudades
en la cubierta
son 5 bocas abiertas.
Cables
Desde el fondo de la mesa
diez cables
enredan mi actividad.
AVANT 08191
En el vagón
de tren
un abusón
iba escuchando una música
machacona
sin pensar
que había más gente
en el vagón
de tren.
Llevaba en el oído unos dispositivos
que supuestamente
aislaban el sonido
hacia el exterior
pero no lo hacían.
Dudo que a él le preocupara
que los demás viajeros del vagón
de tren
escuchásemos su música
machacona
como si la tuviésemos
pegada a nuestros oídos
desprovistos de dispositivos
que aislasen del sonido
procedente del exterior.
Por un momento
(de extensa duración)
agradecí que el asesinato no quedase
impune
pues es probable que me acostumbrase
a ir por el país
disparando un tiro en la cabeza
a gente como esta.
Lo que, por otro lado,
me convertiría en la peor calaña
de esa gente.
El final
estaría entonces
sentenciado.
Serpiente, elefante o sombrero
El otro día, durante un taller de Poesía Visual que impartí, recordaba la historia del Sombrero que era una Serpiente que se había comido a un Elefante. Aquella divertida e ilustrativa anécdota de El Principito:
Recordaba esto porque me parecía que quien no era capaz de ver más que el sombrero, no podría nunca entender la Poesía (ni visual, ni textual). Es necesario ver el elefante y la serpiente… pero, por si no ha quedado claro, ver otras posibilidades que no me hayan dicho que existan. En caso contrario, estamos viendo el sombrero.
Me ha gustado encontrarme, divertido, el siguiente dibujo que juguetea con esa imagen de una manera nueva y, sin embargo, clásica.
Sin noticias de Ukrania
Desde que decidí no leer más prensa
por considerarla dañina
para mi salud
he mejorado notablemente
mi estado mental
que ha pasado de un continuo estado de
alarma ámbar
a un mucho más tranquilo estado de
letargo ambarino.
Hoy me encuentro dividido
entre Venezuela
que se cuela sin parar en los resquicios noticiosos
de las redes sociales
y
Ukrania
mucho más próxima
cuya política económica puede hacer tambalear
medios de subsistencia en mi casa
de manera mucho más rápida y contundente.
Parece que Ukrania
para nuestras redes sociales
es mucho más complicadita
porque, para empezar,
no hablan (osados) español.
Muchos aún suponen que es una región rusa.
Pero nuestro suministro energético y la dependencia del gas
natural
(sobre todo de los socios comunitarios de
la región oriental de la pretendida Europa
económica)
es un requisito para mantener nuestro sistema
de niños pijos
que nos permitimos decir que no usaremos nunca
nucleares
o que haremos la vista gorda
(sí, seguiremos haciéndola)
a los conflictos necesarios en la
OPEP
para que no exista unión y su necesidad de dinero
les haga vulnerables y mantengan
a bajo costo
nuestra sangre.
Hoy leo un rato el periódico y me doy cuenta
de que sigo mejor
sin saber qué pasa
sin querer saber
sin información…
mediatizada.
Pero sigo sintiéndome culpable
o responsable
de todo lo que ocurre en el planeta
aunque no sepa qué es.
Soy tan importante…
El último verso
Voy a escribir cualquier cosa
sin la más mínima importancia
al modo de aquella
ya célebre
conferencia sobre la nada
del ínclito John Cage
pero eso sí
y en ello seré totalmente inflexible
voy a terminar este poema vacuo
con un último verso
de un patetismo impensable.
El último verso será algo como
mi padre murió ese día
o
entonces, sí, entonces, me enamoré
o
la humanidad no conoce su destino
o
pero ya no hay solución.
Mientras tanto,
mientras me decido,
escribiré al ton ni son
como si no importase lo que escribo
haciendo que la lectura relaje
esos cerebros de lectores potenciales
que no se esperan esa salida ingeniosa
con pretensión lírica
que sorprenda y admire
que cause algo de lagrimitas al modo hollywoodiense
o risas
también pueden ser risas.
El último verso puede ser algo como
ahora me voy al baño a seguir soltando esta verborrea
o
me miras, pero no me ves
o
todo lo demás era mentira.
Sí, lo importante es que sea un verso
que realmente signifique
aunque todo lo anterior no haya significado nada
y aunque las dobles negaciones sean lógicamente absurdas.
Ahora me empiezo a plantear el miedo a terminar
y dar un último verso que sea de los del tipo que supongo
haciendo que mis temores se hagan realidad
y cumpliendo una profecía que no pretendía que se realizase.
¿Cómo termino este maldito poema
que he empezado para burlarme de los finales
ñoños de tantos poemas?
Incluso si lo termino con unos vulgares
puntos suspensivos
…
estoy haciendo un final que pretende ser
¿ingenioso?
¿abierto?
El final más previsible sería el de usar
el último verso
como
el último verso.
Pero me resisto a lo previsible
intentando ser diferente
novedoso
luchador
¿poeta?
creativo…
El último verso es una especie de trampa
en la que caes y de la que no puedes escapar
porque la única forma de hacerlo
es con último verso
que siempre será algo ñoño
si se quiere buscar en él
el sentido del todo.
Así que me gusta citar una telenovela galáctica
(en homenaje a mi amiga Aída)
«Luke, yo soy tu padre»
FIN.
chocolomo y la medida de un verso
Este día, mientras medía versos con un metro fabricado con hilos en la casa de la mujer que había escrito un poema titulado «El hilo», ella me explicaba el significado de una palabra que se ha introducido para siempre en mi vocabulario de la mano de su abuela Doña Max: el chocolomo.
Chocolomo: dícese de aquella persona, animal o cosa que desea al mismo tiempo cosas claramente irreconciliables, como pueden ser las que dan nombre a la palabra en cuestión.
De la foto que me hizo mi querida Vera Moreno en su casa, me encanta especialmente la caja de Imperial: Se garantiza que es pura. Y mi insistencia en llevar camisetas que signifiquen, incluso sin haberlas comprado para tal fin, es más, sin haberlas comprado.
Era intensidad viva lo que me movía a realizar esas mediciones de un libro con el fin de dar mediciones para un libro que está por venir y que Verutxi lo hará posible.
Adoro esta forma de ser una especie de ayudante «metapoético«. Y se lo agradezco a los poetas que lo hacen posible.
Me gusta / No me gusta
A partir del texto
Me gusta / No me gusta
de Luis Buñuel (en el libro Mi último suspiro)
En la época del surrealismo, era costumbre entre nosotros decidir definitivamente acerca del bien y del mal, de la justo y de la injusto, de la bello y de la feo. Existían libros que había que leer, otros que no había que leer, cosas que se debían hacer, otras que se debían evitar. Inspirándome en estos antiguos juegos, he reunido en este capítulo, dejándome llevar por el azar de la pluma, que es un azar como otro cualquiera, cierto número de mis aversiones y mis simpatías. Aconsejo a todo el mundo que haga lo mismo algún día.
Me gusta pedir en mis talleres que hagan el ejercicio del «me gusta/no me gusta». La primera vez que lo hice fue en Fuentetaja, de hecho, en un taller al que asistí. La profesora, Graciela Baquero, era una mujer menuda que creía en la forma de impartir talleres que yo iba buscando y estuve tanto tiempo en su taller que, al final, me quedé solo y tuvieron que clausurarlo.
Era algo comprensible, pero me sentó bastante mal y prometí (o me prometí) que yo nunca lo haría. Aún no he clausurado nunca un taller regular de escritura ni siquiera con una sola alumna y lejos, bastante lejos, de mi casa.
Graciela, no obstante, sirvió de llave a todo un universo que pude conocer, pues me invitó a participar en un curso de formación para coordinadores de talleres de creatividad que impartía con Jaime Vallaure y con otro cuyo nombre no recuerdo (Miguel Navas, recuerdo hoy.
Jaime pasó a ser «mi faro» y él, a su vez, me abrió nuevas ventanas a otros mundos que yo ni siquiera había imaginado.
Me gustan los días de lluvia, aunque también los días de sol y los de nieve o viento; en realidad, lo que no podría soportar son los climas «perfectos», no variables, suaves, casi programados. Carmen, sin embargo, los adora y este es uno de los pequeños problemas de mi vida: Si alguna vez pensamos seriamente en el exilio no nos podríamos de acuerdo de ninguna manera.
Me encanta el cine. Todo el cine. Siempre cuento que decidí el lugar en el que vivo en función de la cercanía a la mayor cantidad de salas del centro de Madrid. Lamentablemente, con el pasar de los años, los cines me han ido abandonando y me siento un poco huérfano de salas.
El mayor de los traumas lo sufrí con los cines Luna, en los que proyectaban películas comerciales pero en versión original subtituladas, como más me gustan, ahora convertidos en un gimnasio «fashion» al que me apunté. Ha sido un error de los mayores de mi vida. Todo el mundo me decía que era esperable que lo dejase, y así fue. Algo que no todos saben es que yo mientras hacía ejercicio recordaba y tarareaba una canción de Serrat titulada Los fantasmas del Roxy, que habla de un cine que es demolido para construir una sucursal bancaria y los fantasmas de los actores comienzan a aparecerse en ella.
Antes me gustaban los cantautores y me podía llegar a aprender, de memoria, un sinfín de canciones por su letra, pero con el paso de los años he acabado por aburrirme.
Cada vez más me gusta la música instrumental.
Esto fue especialmente así desde que oigo Tangos. La mayor parte de las letras de tango, por muy orgullosos que muchos fanáticos porteños puedan estar, me parecen simplonas, cutres, sin fondo y repetitivas y tópicas hasta decir ¡basta!
Sin embargo, la música distorsionada y sensual de Piazzolla o la armónica de Hugo Díaz me ponen la piel de gallina y me hacen sentir unas ganas enormes de bailar y (a veces) llorar al mismo tiempo.
No me sorprende que Piazzolla fuese un admirador del Jazz, pues con los años, he descubierto en esta música una variedad y una libertad creativa al mismo tiempo que un cromatismo y una intensidad inigualable.
Me gusta la libertad creativa en todas sus formas. Adoro las búsquedas de John Cage, Brossa o Duchamp (Marcel). Para mí, sin búsqueda intelectual, un ser humano es poco diferente de un cordero.
Me gusta mucho cocinar. Tanto es así que cada día lo hago mejor y algunos amigos y familiares (poco objetivos) han empezado a sugerirme que me lo plantee en serio profesionalmente. De hecho, volviendo al tema del exilio, veo en esto una posible salida laboral.
No puedo soportar que alguien diga de la comida «esto no me gusta». Me llevan los demonios. A veces tengo que contenerme para no desear que fallezcan, en ese momento, de inanición espontánea.
Mis sobrinos (y su madre) lo hacen con frecuencia y es una de las principales razones por las que no voy más a Daimiel. Es más, le he dicho a Carmen varias veces que no pienso quedarme nunca con ellos a nuestro cargo mientras no cambien esa actitud.
Me gusta ser tajante. Sí. Pero ¡oh, contradicción! no siempre estoy seguro.
El escepticismo no es que sea algo que me gusta sino, más bien, algo en lo que creo (si es que se puede creer en no creer).
No me gustan los adoctrinamientos ni los adoctrinadores ni las doctrinas. Creo que ni siquiera me gusta la palabra doctrina.
Me gusta agotarme de escribir y sentir que no acabaría nunca.
Destierro
Dice uno de los artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
que nadie tiene derecho a desterrar a nadie
y
aparte de las dobles o tripes negaciones
se plantea un problema adicional
y es que
desterrar
es en realidad
reterrar
porque no te quitan la tierra
te obligan a cambiarla
una planta replantada
un nuevo tiesto
donde crecer
con las raíces siempre agobiadas por un continente que dista mucho de
ser infinito
te obligan a elegir otro lugar
pero a elegirlo
es decir
no vale ya con
sencillamente
haber nacido en él
sino que que hay que decidir
optar
seleccionar
como si se tuviese que ser libre
sin tener en cuenta
que el problema
no está en el destierro
sino en conseguir otra maceta
que te acepte dentro
y deje que tus raíces
crezcan con la ilusión de un infinito
al que llamamos
a veces
libertad.