de esa chica que fuma
me gustan hasta
sus humos.
poesía
Demasiados comentarios
En este blog
hay demasiados comentarios
que me publican sin denuedo
un millar de anónimos
seres
cibernéticos
ninguno de los cuales
merece la pena ser conocido.
Cada mañana encuentro
decenas
de nuevos usuarios
que se han dado de alta
con nombres exóticos
combinación arbitraria
de vocales
y consonantes.
Ellos publican
comentarios
a entradas olvidadas
en el pasado remoto de un diario
que no les necesita.
Unos minutos al día
paso cada mañana
desaprobando sus obscenidades
sus impertinencias
como si a ellos les fuese a importar
como si pudiese luchar contra la marea
impidiendo
a estos cochinos zombies
su expansión espacio-temporal
que arrebata
cada mañana
unos minutos valiosos de mi vida.
Hoy, después de dos o
tres
días sin borrar ninguno
tengo 259
comentarios
pendientes de ser aprobados
y subiendo.
Voy a borrarlos ahora mismo
para que no me estorben
aunque no me estorban
pero sintiendo miedo
por si alguno de esos comentarios
resulta ser pertinente
de algún conocido
o desconocido ser humano
que ha querido contribuir a este diario público
con su aportación en forma de granito de píxeles.
Uno de estos días…
mis a mí me
mis a mí me
hacen a mí
pensar a mi manera
mucho meísmo
o miismo
o yoísmo
egotismo
ego
ego
ego
y lu
ego
te absorbo.
😉
Clases de baile
lo primero es la persona
lo primero es la persona
lo primero es la persona
lo primero es la persona
lo primero es la persona
lo primero es la persona
esta persona
esa persona
aquella persona
estas personas
esas personas
aquellas personas
lo segundo es la música
lo segundo es la música
lo segundo es la música
lo segundo es la música
oír la música
escuchar la música
vibrar (con) la música
sentir la música
lo tercero es el movimiento
lo tercero es el movimiento
lo tercero es el movimiento
lo tercero es el movimiento
movimiento desde dentro
movimiento hacia fuera
movimiento en el espacio
movimiento en el tiempo
lo cuarto es la técnica
lo cuarto es la técnica
lo cuarto es la técnica
la técnica para escuchar la música
la técnica para escuchar el movimiento
la técnica para escuchar la técnica
lo quinto es olvidarse
lo quinto es olvidarse
lo quinto es olvidarse
lo quinto es olvidarse
lo quinto es olvidarse
olvidarse de las cuatro anteriores:
olvidarse de la técnica (en primer lugar)
olvidarse de el movimiento (en segundo lugar)
olvidarse de la música (en tercer lugar)
olvidarse de la persona (de todas, en cuarto lugar)
lo sexto es recordar
lo sexto es recordar
lo sexto es recordar
lo sexto es recordar
lo sexto es recordar
recordar que lo único que queda es el placer
recordar que lo único que queda es el deseo
recordar que lo único que queda es el amor
recordar que lo único que queda es la vida
recordar que no hay nada más que recordar
El viento es infinito
No puedo digerir el furtivo olvido que me cubre el pecho.
Es un dolor profundo y con sosiego
como un brillo oscuro
sobre el cielo.
No puedo digerir el futuro con ojos de infinito
como viento de soplos divinos.
Dejé un indigesto presente
ungido con yugo de oro
sobre el pretérito imperfecto
de tu recuerdo.
No puedo digerir este viento infinito
de silencio
sin ti.
Haré confeti de mis versos
De un tiempo a esta parte estoy muy muy sensible en el taller de poesía y escritura creativa que defiendo desde hace ya más de una década. Y como esto es algo prodigioso, podría hacer un chiste muy tonto…
El caso es que el martes pasado, Sara Valverde nos sorprendió a todos con un poema maravilloso que había hilado en torno a un verso precioso de otra asistente al taller: Carmen Cruz.
Ese mismo martes, Ernesto Pentón me había maravillado como otras tantas ocasiones sirviéndose de un consejo que le di, llevándolo a los extremos que sabe llevar, haciendo uso de su inteligencia, de su bagaje, de su ternura, en un poema de los más interesantes que he oído leer en un año, por lo menos.
Dejo, con permiso de Sara, 2 fotografías de su Poema Visual «Haré confeti de mis versos»
Gracias a ellos, sigo creyendo que otro mundo (mejor) es posible.
Pasión por las alturas
Con el absurdo que da la codicia
se alzan en Madrid estas cuatro torrecillas
que han dejado el día de la bestia
a la altura del betún.
¡Cuánta tontería!
¡Cuánta osadía!
Intentar llegar a las estrellas
por sentirse humano
demasiado humano
y embarrado.
Afortunadamente
de cuando en cuando
lo que se erige
se deserige
y cae:
El tiempo lo cura todo
incluso la arrogancia
y los humanos
demasiado humanos
mueren.
los ojos
los ojos
son oros con poco moco
son bolos por olor
loco
son rojos
los ojos
lo son
o no
lo son
yo no como ojos
no,
yo como mocos
¡cómo poco!
Un olor moral
Un nido sordo con oscuros astros
olía a ratas
ratas sin moral
como hispánicos políticos
con un olor a rancio
y franquismo
olor a olvido
a daños bárbaros
sin razón
sin ninguna razón.
Nido de ratas y un maldito ratón rígido
cuyo único mal
lo constituyó
su vida.
Olor inmoral
y no moral.
Todo
acabó
mal.
El grito, de Embajadores
Abandonado en un rincón de la semicircular Glorieta de Embajadores, lugar por el que me paseaba mi madre de camino a mi cole, el Legado Crespo (que mantiene el nombre), situado en el Paseo de las Acacias, 2, yendo desde Mesón de Paredes, 84, por la calle de Miguel Servet (ese hereje para una secta cristiana distinta del catolicismo), y arribando a la Glorieta por la calle Embajadores.
Caíamos en la pared del Instituto (IES) Cervantes (omnipresente autor del Quijote, pero más panchesco que quijotesco, de ahí su omnipresencia consentida y fomentada) y justo ahí, justo en ese lugar, el lunes pasado, Carmen y yo, mientras paseábamos poniendo publicidad de nuestras clases respectivas (de Tango o de Matemáticas, Pilates o Física y Química), nos encontramos este grito callejero.
Se nos enervaron los pelos, entrecortó la respiración, decidimos no seguir poniendo carteles en la plaza o glorieta y subimos, tras fotografiar lo que nadie apreciaba, olvidado, hacia la plaza de Tirso de Molina (otro escritor al que defender estatalmente).
Por un instante, pensé que era un ser humano real, un cadáver abandonado de un niño pequeño que hubiese sido abandonado tras un largo deterioro, un inmigrante, pensé, al que no se podía dar cabida en uno de nuestros sacrosantos cementerios. Agradecí comprobar que la estructura interna parecía ser madera. Era Pinocchio fallecido y olvidado en un imposible rincón de Madrid.
Su grito era silencioso, Munchesco, sordo y ensordecedor.
Tengo aún el eco de su mirada clavada en mis ojos.