Ganas de irse
viendo llegar la guerra
la opresión campa a caballo desbocado
de una mal llamada eficacia de gestión.
Ganas de irse
viendo llegar la dictadura
ya no de los mercados
que estaba preinstalada en la placa
sino de los decretos
políticos impíos que erigen religiones
en nuevos horizontes
como antes
como viejos
sin horizontes.
Ganas de irse
antes de ser atrapado
detenido
en una boca de metro
por un señor con porra
que cree haber sido designado para garantizar
la paz
el orden
la ley
sin pensar en
justicia
libertad
ni nada que se les asemeje.
Ganas de irse
ante gobiernos electos
porque sí, lo son,
ante tanto compatriota que vota con la bota
porque es lo que hay que hacer
lo que dios manda
y porque sale de los huevos
o porque sí
y coño
ya.
Ganas de irse
ante medios de comunicación
que no comunican
salvo las últimas novedades
en algún aparato electromagnético
cuya salida al mercado
promete hacer la delicia de la nueva vida
o la libertad
se encapsula en grageas de porcelana
se vende barata
y sin que importen
lo más mínimo
las faltas ortográficas en el prospecto.
Ganas de irse
sin saber a dónde.
¿Canadá?
¿Australia?
¿Francia? ¿Alemania?
¿Qué nos queda?
Ahora que todo lo hemos invadido
con un neoliberalismo que no atiende a razones
salvo de oferta y demanda
oligárquicamente estructuradas.
Ganas de irse.
Muchas.
Y sin ganas.