Día

calidad y precio están cerca
muy cerca
pero no se quieren
no acaban de entenderse
ni en el precio
de una barra de pan integral
ni en unos cuartos de pollo
por más que sean traseros
ni en unas costillas adobadas
que
según se anuncia
son Hermosa

calidad y precio
no tienen medidas
más allá que en la del número de sílabas
donde una es mayor que la otra
y no importa
a nadie
si están cerca
o no
salvo a esa conjunción copulativa
que les mantiene separados
por siempre
jamás

Emoción desbordada

Con la emoción desbordada, le he leído a Carmen hoy el último prólogo que he escrito para un libro de poesía de uno de mis alumnos. Otra vez, Ernesto nos regala flores. Yo, tan solo puedo corresponderle con un prólogo. He leído el texto y he llorado. Me siento tan frágil, tan vulnerable en ocasiones…

Lo dejo aquí, pendiente de últimas revisiones, antes de subirlo al apartado correspondiente de mi web.

Memorias del otro lado del mar, de Ernesto Pentón

El hombre es el olmo que da siempre peras increíbles
Octavio Paz

Decía Octavio Paz, en su libro Las peras del olmo, que el artista transforma su fatalidad en un acto libre, que es a esta transformación a lo que llamamos creación.

Todos o casi todos nos enamoramos; solo Garcilaso convierte su amor en églogas y sonetos. Sin Lepanto, Italia, el cautiverio de Argel, la pobreza y la vida errante en España, quizá Cervantes no hubiera sido lo que es; pero muchos de sus contemporáneos vivieron esa vida y, sin embargo, no escribieron El Quijote.

Y así parece haberlo entendido Ernesto quien, con esta biografía como fondo, nos sumerge en un río de lo imaginario, de su infancia por el que van a surcar los poemas de este libro. Pero él es el río con meandros, cascadas, rápidos, remansos… desembocando en libros.

Escrito en mitad de una crisis de transición vital de descendiente a ascendente, estas memorias son la cima de la carrera de Ernesto como Poeta que ahora se enfrenta al gran reto de superarse (y le va a costar) pero siempre encontrará la manera de sorprendernos y mostrar otra de sus miles de facetas de este modesto Da Vinci cuyos conocimientos (siempre en aumento gracias a su curiosidad infantil) son enormes y, en gran medida, aún ignotos.

A lo largo de este río-libro vamos viendo el crecimiento de Ernesto, su desarrollo como persona, incluso pasando por un rito de iniciación sexual que nos cuenta con su habitual frescura directa como un puñetazo que acaricia el alma. Pero trasciende su propia biografía para, por ejemplo, a partir de Tres Casas, hablarnos de sus raíces, de las de sus padres, de las de sus abuelos, haciendo un maravilloso paralelismo entre tres casas y tres generaciones.

Además lo hace con una riqueza increíble de vocabulario, despliegue cubano-caribeño que llena de sensualidad el texto a partir de mención de frutas que asumimos sabrosas, de plantas voluptuosas de colorido y abundancia en la que se gestó la generosidad de Ernesto, que, como la naturaleza, parece estar siempre invadiendo nuevos territorios, con una prosa dulce, sin empalago, que convive junto a poemas narrativos de soberbia llaneza. Parece inevitable hablar de ternura cuando leemos a Ernesto, pero queda más evidente que nunca cuando, como en la foto con su padre, le vemos sonreír.

Y es que este libro es, sobre todo, una dadivosa apertura de su historia íntima, desnudo, con la generosidad del pudor que nos hace sentir al lector en deuda con él al leerle, pues con su llorar nos hace llorar y con su reír nos hace reír, logrando una empatía mágica y única que disuelve la frontera entre lector y escritor. Es emocionante sin caer nunca en sensiblerías y nostálgico sin caer en la autocompasión. Nos dan ganas de abrazar el libro, como parte física del autor que tenemos entre manos.

Sobre los protagonistas humanos de esta confesión autobiográfica, aparece un importante personaje que es esa Habana de su infancia, la infancia misma, esa tierra prometida, al tiempo que purgatorio, entre ciudad y campo, de dimensión humana, quizá en ocasiones, demasiado humana y, sin fáciles proclamas, deja vislumbrar una simpatía social con el lado más humilde de la sociedad, como por ejemplo en el relato “El caviar y la cebolla”.

La alternancia prosa-poema con la que dispone los textos, dota de una ligereza extraordinaria al libro que, sumada a la sutil naturalidad del texto y a las pequeñas confidencias cotidianas genera un ambiente cordial (de corazón a corazón, diría). Es difícil entender qué material utiliza Ernesto para lograr esa mezcla equilibrada de sencillez, sinceridad, crudeza de lo cotidiano y, al tiempo, profundidad, emoción y pasión por la creación poética.

Como coordinador de talleres de poesía, me emociona su poema, pero también los cruces de versos prestados por otros asistentes a los talleres, como cuando me encuentro con el epígrafe de Carmen Mariátegui en el poema “El deber cumplido” y la miríada de detalles que nos regala, de cómo los distingue, de las relaciones que le sugieren, de donde podemos inferir que ya llevaba un poeta dentro que pugnaba por salir a contarnos lo que ve. Como cuando a través de “una vista hermosa por la que valía la pena vivir”, sabemos que era hermosa porque él, poeta, podía ver la hermosura, la belleza en todo lo que rescata de su memoria para obsequiarnos. Incluso con la excusa de un sueño realiza una descripción poética de la índole del acto creativo.

Su pasado como niño que albergaba un poeta, podemos verlo en poemas que nos dicen claramente que entendía lo que es la poesía, como dicen los versos del último párrafo de Pájaro encendido, “entendía algunas cosas. / Por eso supe que la abuela / se había convertido en pájaro”. Entendía, ya entonces, la metáfora, entendía la sublimación poética, la mirada diferente y necesaria para encontrar en el mundo la belleza, incluso en el abismo de la muerte. Pero vinieron los tiempos de asunción de su responsabilidad como creador, de su aceptación de condición de poeta: “Predicar era para mí como hacer poesía”, nos confiesa, pero si dejó, con el tiempo, de predicar, afortunadamente, no dejó de hacer poesía.

Leyéndole, dan ganas de contar cuál fue mi primer poema, contárselo a él y a todos, pero ¿qué importa el mío (esto es un prólogo a su logos)? Importa el suyo y para contar el origen de mi poesía, tendré que escribir un libro. Así, estas memorias resultan acicate para que quien las lea se sienta impulsado a confesar, y confesarse y confesarle, escribiendo con toda la intimidad que suscita, como cuando nos habla de él como escritor, de su yo poeta y de cómo surge esa voz propia.

El más logrado de todos los poemas, al menos en lo que se refiere a hablarnos de cómo Ernesto se convierte en Poeta, es aquel en el que nos cuenta que quería creer en los ángeles, nos habla de un amor de adolescencia y cómo esa experiencia supo trocarla en un primer poema, que no hablaba de ángeles, usando la catarsis de la poesía para conjurar la fatalidad, convirtiéndola, como diría Don Octavio, en creación poética. De dónde estaría y cómo sería ese primer poema, no nos da pistas, salvo que ya no importa. Fue solo una primera piedra del edificio que ha construido sólido y duradero, museo vivo de la palabra poética, llamado Ernesto. Versos de los que relata su nacimiento, y cómo esa catarsis le permitió superar tristezas y convertirse, con el paso de los versos, en el poeta valiente y tierno que es hoy día.

En los últimos poemas parece haber querido conectar con la poesía filosófica y mística de su libro Canto al infinito, que también tuve el gusto de prologar, en un intento de mostrar una evolución personal y vital que tiene su reflejo inevitable en sus versos.

Hasta las últimas páginas, hemos ido viendo crecer al niño y al libro en paralelo y ahora queda Ernesto que siempre será niño y será padre, esposo, amigo, maduro y viejo, pero, sobretodo, siempre será uno de esos olmos que dan peras increíbles.

Giusseppe Domínguez, Madrid, marzo de 2012

Hoy hace ya 12 años y 6 meses

El tiempo pasa.
Comenzamos un bonito lunes 6 de septiembre de 1999.

Era otro milenio
otro siglo
otra década
era otra época
(sin móviles
sin facebook
sin «crisis»)
y era la misma época
y nos descubrimos
y nos cubrimos
y nos conocimos
cuando ya nos conocíamos
y seguimos de la mano
como antes
yendo juntos
de la mano
por las calles
por los caminos
por la vida
y seguimos
descubriéndonos
cubriéndonos
abrazándonos
con mucho nos
y mucha esdrújula.

cada día 6 de septiembre celebro estar a su lado
cada día 6 de mes celebro estar a su lado
cada día de mes celebro estar a su lado
cada hora del día
cada minuto de cada hora

celebro estar a su lado
y aún alguno me pregunta que por qué no celebramos san valentín

Hoy tengo otra excusa para seguir besándola
siempre que puedo.

Unas fotos en el metro


Ayer disfruté de un rato de espera en el metro.

Al principio enfadado porque había perdido uno nada más llegar al andén
pero luego aprendí a disfrutarlo, en este caso,
fotografiando pequeños detalles
con mi teléfono móvil
mi viejo teléfono móvil
que sigue haciendo unas fotos dignas
de ser conservadas en este lugar o en algún otro
aunque no sean de gran resolución
ni pueden ser impresas con alta calidad
pero pueden ser una maravilla
si la mirada abre las puertas a la imaginación
y esta sí que no entiende de resoluciones
ni píxeles
ni profundidad
porque no tiene límites.

Ayer disfruté de un regalo
de tiempo
en el que no podía hacer otra cosa
que mirar
mirar
mirar
..
..
..

Hay semanas que empiezo cansado

y no sé cómo continuarlas
porque ya nacen agotadas
con pocas fuerzas

lo noto en los ejercicios que hago
para rehabilitar el hombro
cada día
y que no aguanto hacer
porque no sé si conducen a nada
más que a una pérdida de tiempo

esto de perder el tiempo
es algo absurdo que
de cuando en cuando
me obsesiona con la creencia
que el tiempo puede extraviarse
y no me ayuda a ver que cada momento que vivo
es un momento de vida
y la vida es algo…
o no?

sé que escribí un artículo sobre esto
hace ya tiempo
(y de tiempo va todo)
pero no quiero poner el enlace
en este poema de blog
que tiene sus propias reglas
y al mismo tiempo
(pues de tiempo va todo)
no tiene reglas
yo me lo invento
y juego al juego
que quiero jugar
sin pensar en si poner o no poner enlaces
dentro de un poema
que lo convertirían en un hiperpoema
como fue llamado hipertexto el HTML
(HyperText Markup Languaje)
podríamos fabricar un
HyperPoem What The Fuck (HPWTF)
y escribir poemas como nos salga de las narices
por no ponerme obsceno
o soez
y decir de los cojones o de los ovarios
por más que cojones no los recoja el diccionario electrónico que maneja el ordenador como palabra válida

hoy ha sido un texto disperso
que apenas tiene sentido
más allá de una pequeña reflexión
sobre el tiempo que pasa volando
el cansancio que viene de la nada
el vacío que esa nada trae asociada
y un dolor de estómago más allá del estómago
que resume el miedo a que me siga doliendo
la vida.

Desorden

Tengo la mesa de trabajo en desorden como mi cerebro
un cable VGA azul que conecta con la TV
un cable VGA negro que conecta con el proyector
un cable enrollado RCA que suele ser blanco y rojo
pero que es negro y rojo
terminando en un conector que lo transforma en una entrada macho minijack
para conectarse con el amplificador del salón
una botella de acuarios reciclada (o reutilizada) como de agua
porque tengo que beber sin parar
supuestamente 2 litros diarios
un par de DVDs
uno con la actuación de mi amiga Mariel en su espectáculo
unipersonal de Madre Primeriza
y otro con una serie de películas imprescindibles
como un perro andaluz o entre’act
y algunos fluxfilms
mi móvil que se está cargando con el cable
del cargador enrollado para ocupar un poco menos
y estar un poco más ordenado
al menos en mi mente
que se enchufa en la regleta blanca
en la que también está enchufado mi portátil
cuyo cargador (pues aquí todo parece estar cargándose)
alimenta este ordenador negro
subido a lomos de un ventilador gris
más pequeño de lo necesario
que inclina la pantalla y el teclado en un ángulo de
unos 30 grados hexadecimales

junto al móvil está también
Memorias del otro
lado del mar
el último libro de Ernesto Pentón
que es tan bueno que el prólogo que me ha pedido
me intimida
porque no creo que yo esté a la altura
de esa calidad
y lo tengo bosquejado
con un montón de anotaciones distribuidas
por el ejemplar
que está flanqueado por unas bolsitas
que guardan un par de tarjetas Sony MD
que utilizo a modo de pendrive
con un adaptador que voy cambiando de una a otra
conectándolo al hub
USB conceptronic
que creí que nunca usaría
pero que resulta ser muy útil
para tener más trastos alrededor de mis dedos
que están escribiendo este poema
que no sé si es un poema
o una vulgar enumeración
de objetos encontrados
en el desorden
de mi mesa
que no parece
incluir la de Carmen
que está sentada al lado izquierdo
con otro ordenador
rodeado de trastos que rodean sus manos.

Desorden.

Constelación

de círculos lumínicos
de astros imposibles
de colapsos nerviosos
de adyacentes ignotos
de lágrimas vivas
de ruidos sordos
de ángulos obtusos
de ritmos sincopados
de alelos paralelos
de ánimas pardas
de gatos ciegos
de piel caprina
de nieve negra
de sangre verde
de corazones rojos
de pálpitos pudientes
de púlpitos incómodos
de acerados besos
de romos romanos
de romanos senos
de pechos ocultos
de azur invisible
de mar marinada
de alma desahuciada
de raíz superficial
de asperezas muertas
de fin
sin fin
y
ya.

Mi vida es parcialmente sedentaria

Recuerdo que mi padre
venía de trabajar
en una oficina
bastante tarde
por la noche
y yo ya estaba acostado
cuando vivíamos en Mesón de Paredes.
Alguna vez
llegaba antes
y salíamos a pasear
y creo recordar la calle Argumosa,
un paseo por la Ronda de Atocha
y tomar un aperitivo que solía consistir
en un trinaranjus de naranja o de limón
con una aceituna dentro pinchada en un palillo
en un bar que se llamaba Aquilino o
El Aquilino.
Mi padre se tomaba una caña y mi madre un bitter kas.

Esos días eran especiales.
Caminábamos de la mano
con mi madre y mi padre en el centro,
yo de la mano de mi padre
y mi hermana de la de mi madre
ocupando la acera
por la que no recuerdo que hubiese
mucha gente.

Cuando empezamos a vivir en Colmenar Viejo
a donde fuimos para respirar el aire puro
salíamos a pasear hasta el cuartel de la guardia civil
pero no había ningún sitio en el que meterse
a tomar un trinaranjus
(salvo alguna vez en el bar juanito que era un primo lejano de mi padre).
Cuando arreciaba el frío
la noche cerrada y las calles
desérticas
no invitaban
a pasear
y nos quedábamos en nuestra casita.
Fui creciendo
hasta que no quise,
como buen adolescente,
hacer lo que ellos querían hacer
y no quería salir
sino quedarme en mi habitación
encerrado,
con la persiana permanentemente cerrada,
leyendo y escribiendo
escribiendo, jugando y leyendo
leyendo
y leyendo
hasta que mis padres se preocuparon
porque no era proclive a relacionarme
con nadie de mi edad
ni de ninguna otra edad
si no jugaban ajedrez o podían hablar
de mecánica cuántica
o del origen del ser
y fui,
entonces,
álgidamente sedentario.

El tiempo que pasé en Colmenar
lo viví huyendo de Colmenar
(sin que me disgustase)
primero de manera interior
y,
después,
ya abiertamente
cuando conocí la universidad
que me abrió al universo
y al verso
y había gente que sabía jugar ajedrez
mucho mejor que yo
y hablaban de mecánica cuántica
mucho más que yo
y del origen del ser
y del no ser
y aprendí a jugar al mus
y a besar
y a abrazar
e,
incluso,
a emborracharme
como si fuese un adolescente trasnochado.

Pero me eché una novia
llamada Marta
que vivía en Alcobendas
con una familia asentada y sedentaria
que pasaba mucho tiempo en su casa
y no salíamos de su casa
muchos sábados
ni para tomar un trinaranjus
y acabábamos
metidos en un coche
en un polígono industrial
en el asiento de atrás
conociéndonos
y dándonos cuenta
de que no éramos el uno
para el otro.

Salvo las excursiones
o acampadas
que hacíamos a lugares maravillosos
como las montañas cántabras y astures,
pirenaicas, penibéticas y algunos
lagos naturales
apenas sí caminábamos
pues íbamos a todas partes
en coche
cuando íbamos a alguna parte.

Y comencé a vivir en Madrid
en pleno centro de Madrid
cerca de un millar de cines
que han ido cerrando
para reconvertirse
en franquicias de tiendas de ropa
de moda.

Hice cursos de Teatro y descubrí una gente
maravillosa
como montañas
lagos
lunas
soles
y otros fenómenos de la naturaleza
que me enseñaron
a abrazarles
desde el fondo de mi alma
a quererles
como si fuesen mi familia
porque me enseñaron
a quererme
desde el fondo de mi alma
a aceptarme
como parte de mi familia
y salíamos
a beber
y comer
(en Lavapiés, cerca de donde había nacido)
buscando El Aquilino
y recordaba que cerca de este bar
había uno de esos postes tricolor
en espiral de azul, blanco y rojo
que indicaba que había una peluquería
masculina a la que me habían llevado alguna vez
y también recuerdo que sostenía la hipótesis de que
eso de cortarse el pelo debía de doler.

Salía y salía y lo intentaba compatibilizar
con una vida estable
sedentaria
de oficina
en entornos serios y profesionales
donde todo el mundo
estaba sentado todo el tiempo:
llegaban en coche (autobús, en el mejor de los casos)
pasaban el tiempo sentados en sus respectivos puestos de trabajo
excepto si se reunían, que era con frecuencia,
para sentarse alrededor de una mesa grande
y fumar puros
hasta la hora de irse a casa
en coche, naturalmente
agotados
para ver la televisión
o conectarse a internet
desde un sillón o sofá que yo, intencionadamente, no tenía.

Salía y salía y veía que aquello no era compatible
con lo otro.
Debía elegir.
Y elegí:
Mi vida, ahora,
es parcialmente sedentaria
pues paso varias horas entre un lugar y otro
caminando
en medio de una gran ciudad
respirando aire impuro
aún no privatizado
para ir a dar mis clases particulares
por las que gano más bien poco dinero
teniendo en cuenta el tiempo que empleo en desplazarme
caminando
de una a otra
y yendo a los cines que cada vez están más lejos
caminando
para llegar a los lugares y sentarme.

Con el paso del tiempo
y el encuentro de un amor increíble
y una pasión que motiva toda acción
como es escribir
y leer
en una habitación sin persianas
y en cafeterías
preocupándome por llegar a fin de mes
y por alguna que otra molestia física
(digamos que propia de la edad)
he dejado de buscar El Aquilino
y ha dejado
de darme miedo
vivir la vida de mis padres.

Tengo agujeros en todas mis pieles

Primera piel: Epidermis

Mi ano ha vuelto a dejarme intranquilo
la tendinitis no desaparece
al menos puedo decir que me constipo menos
(constipo=resfrío… que no es francés)

Segunda piel: Ropa

Los calcetines son como de político
de aquel cuyos calcetines tenían agujeros
las camisetas tienen redondelitos por los que entra la luz
y van gastándose
aquellas que más utilizo
sin que vea una previsión del tiempo que les queda
como a mí.

Tercera piel: Casa

Siempre en constante mantenimiento
ahora el microondas
luego los fuegos
también algún PC
y muchas pequeñeces
que mantienen mi mente ocupada en no resolverlas

Eso sin entrar en las deudas (ya casi de cuarta piel
que tienen los vecinos del 1º y del 3º
que ascienden a medio millón de pesetas
y que obligan a organizar mejor la basura
porque me negué a subir el pago a la comunidad por los
que sí pagamos.

Cuarta piel: Entorno social.

Sin que tampoco se sepa muy bien
qué entendemos por esta piel que se abre al mundo (5ª)
habría que decir que me siento triste
porque no veo a mi amiga Sylvia
porque mi amiga Aída está triste y me contagia su tristeza
porque mi amiga María está muy preocupada y me entristece su preocupación
porque mis otros amigos casi no están en mi vida
salvo de cumpleaños en cumpleaños
y no entiendo porqué
salvo que siempre me pillan agotado en sus convocatorias
o con trabajo
que debe estar muy mal remunerado pues apenas llego a fin de mes
y si salgo siempre me siento culpable ante un mínimo gasto
como una caña, una ración de bravas o algo mucho más caro
que apenas puedo permitirme.

Quinta piel: El mundo.

Empezando por Madrid
luego España
luego Europa
luego «Occidente»
luego El Mundo
veo tanta injusticia, brutalidad, tiranía, falta de libertad
que me asusta
me da miedo
aunque sé que es el objetivo de quienes quieren dominar el mundo
y occidente y europa y españa y madrid…
aunque lo sé
no puedo evitar tener miedo
mucho miedo
casi tanto como para compararme o sentirme identificado con
un judío huyendo del régimen nacional-socialista alemán allá por los años 30
pero no sé a dónde ir
porque este miedo, con globalización incluida, no deja un resquicio de esperanza
y siento que no hay dónde escapar
y pienso en Islandia y sé que es una falsa ilusión
y ¿qué hago yo en Islandia?
y ¿le pediría a Carmen que dejase su vida para venirse?

Tengo miedo a que los agujeros de mis pieles
estén dejando entrar a la muerte
salvo cuando aplico el parche
mágico
de la piel del amor.

.
.
.

Esto no es una broma