Huraño

Me voy volviendo huraño con el paso de los años
aunque antes pasaban meses
y antes incluso semanas
y antes
aunque no lo pueda recordar
pasaban días
y antes aún o aun
pasaban horas
y no existía mañana
ni ayer
y se llamaba infancia.

Me voy volviendo huraño y me preocupa
porque lo había vaticinado mi padre
que me dijo que cuando fuese mayor
no tendría más amigos que a mi mujer
mis hijos
y mi familia.

He luchado y lucho contra esto todos los días
eligiendo amigos para que sean parte de mi familia
evitando alguna familia que no quiero
que sean nunca mis amigos
y lo que voy logrando es una victoria parcial
en la que él ni yo tenemos razón
en la que cada vez tengo
menos amigos
menos familia.

Me vuelvo huraño y culpo a la crisis
como hace todo el mundo
como un mortal más
diciendo que no salgo porque no tengo dinero
pero cuando lo pienso en la intimidad
en esa intimidad inexistente
me doy cuenta de que estoy solo
muy solo
y cansado
muy cansado
de abrir puertas y ventanas
a la amistad
y esta se ha ventilado mi alma.

Un editor de blog formidable

La versión de WordPress que tengo instalada en el servidor propio hospedado en JustHost.com me permite esta maravilla que es tener un editor de entradas tan minimalista que no tengo nada que me estorbe mientras escribo.

Tan sólo un cursor sobre una página completamente en blanco y una tipografía de Ubuntu tan agradable, suave y clara que dan ganas de enamorarse de ella.

No le temo a la página en blanco, es más, me resulta sumamente sugerente ese desierto de dunas infinitas tras la que un horizonte de palabras parece estar esperándome. Ya llego, no os inquietéis, pequeñinas… ya llego…

Me encuentro la a
esta letra casi apocada que en minúsculas resulta tan artificial que jamás he sido capaz de entender porqué no es como la a que todos hacemos al escribir con la mano.
Me encuentro la b
esa que algún día confundo con la d, con la p y con la q. ¡Qué maravillas las que regala la simetría!
Y sigo, y sigo…

y el final del texto no parece llegar nunca porque tras cada letra puedo encontrarme otra, igual o distinta de la anterior, incluso algunos signos más o menos divertidos, de diversos, como comas, puntos; y «comillas».

Pero, lo mejor de todo, lo más sublime de cualquier poema que se precie, son los espacios, los espacios en blanco, los espacios entre letras, entre palabras, entre versos y laterales, superiores, inferiores, márgenes… por donde campa la imaginación.

Ventana 20011127, Martes

Me ha costado seguir escribiendo.

Me dicen que vaya terminando y yo creo que aún no me he atrevido a entrar verdaderamente al otro lado de esos cristales.

La luz de siempre. Dos cuerdas. Las de siempre. En una de ellas veo un cuerpo que no creo, porque no quiero creer, que es el de Marisa. Ahora que me atrevo a llamarla Marisa, ella cuelga con la boca abierta de la primera cuerda que pare ella era la segunda.

Está retorcida alrededor de su cuello amoratado y su boca se abre como si las mandíbulas fuesen de mantequilla.

No quiero mirar a sus ojos que sé que están abiertos y aún mirando hacia acá intentando desesperadamente llamarme para pedir ayuda. Sabía que tenía que terminar así. Puedo leer el futuro que es su futuro, no el mío, y jurar que lo sabía, ella acabaría pensando que los caminos de la vida conducen a la misma nada que una televisión apagada, que un marido infiel que la golpea, maltrata, veja, viola hasta hacerla sentir la mierda que es.

No puede llorar. No puede apoyarse en nadie ni fugarse con ese pescadero de labios amorfos que mira sus tetas insinuándose cada sábado por la mañana, detrás y delante de cada otra clienta. Tampoco para él es nadie y como aquel olvidado esquimal que murió en la tundra, más allá de la tundra, luchando contra una tormenta invencible de nieve de viento, ella también lo sabe.

Se ha matado pero yo tengo que contar su historia y esto es solo el principio o acaso no se puede hablar sino de palabras en el aire que flota como sílabas sin sentido, como letras desarticuladas que abren bocas, sexos, culos, cielos nublados por donde un rayo de luz (no verde) cae contra nosotros.

Ventana 20011123, Viernes

Por los eructos sé que ha comido morcilla con huevos fritos. Los huevos estaban muy fritos, en aceite muy caliente y se doraron las claras formando unas nubes de colores alrededor de las cuales nada la yema aún fresca y jugosa.

Lalo se chupaba los dedos después de mojar el pan. No le gusta usar tenedor con los huevos fritos. Es su comida preferida aunque nunca lo reconocerá diciendo que las chuletas de lechal le pierden. Es mentira. Como todo este texto, eso, también es falso. Le gustan los huevos fritos desde siempre, desde nunca, desde nada, cuando era un diminuto crío a la salida del colegio de Salesianos de la Glorieta de Embajadores. Los comía en el colegio y se los servían fríos en aquel comedor que siempre recuerda inmenso. Los compañeros se reían de él porque le chorreaban goterones amarillos en su cara pecosa y áspera. Ya entonces los comía solo con un trozo de pan en cada mano y por las noches ocultaba a su madre que había comido huevos por si había suerte y volvía a comerlos a la hora de la cena.

Maria Luisa, a quien a partir de ahora voy a llamar Marisa, le fríe los huevos como nadie; ni siquiera su madre en la cocina de hierro fundido y carbón, la vieja, la de la primera casa que tuvieron antes de que su padre se fuese a Alemania.

La madre de Lalo era madrileña de pura cepa. Una rara avis de los gentilicios, si tenemos en cuenta que entonces Madrid estaba absorbiendo tanta población que la inmigración actual parecería anecdótica. Eso sí, todos eran de la misma raza. La raza que hoy se erige en dueña de una tierra que no le pertenecía. Una raza un tanto ladrona, bien mirado. Pero a la madre de Lalo nunca le surgieron estos pensamientos y menos cuando conoció a Juan, el de la charcutería, que era solo madrileño de adopción. Sus padres eran de Motilla del Palancar y él no recordaba nada de los ocho años en que se crió allí.

Ventana 20011122, Jueves

Me tiemblan las piernas sobre el futuro revistero. Me corre la mano nerviosa, sin poder parar, el corazón en un puño, se ha cerrado el pecho y puedo notar el miedo en mi estómago: no me llama.

Veo la ventana con sus lucecitas ocres ocultando la simple frustración de Maria Luisa que no piensa nunca en el suicidio, en huidas desesperadas, en arrojar la toalla del aguante y viajar a otros calizales, moribunda se arrastra en una vida sin colores.

Yo tengo miedo de mí mismo. Tengo miedo a llorar y no poder parar jamás y ahogarme en mis lágrimas, tengo miedo a dejar que mi grito salte la tapa de mis sesos y no me atrevo a mirar a esa ventana donde mi espejo me lee mi futuro.

Compruebo si hay mensajes, si el teléfono funciona y no tiene línea. Sí, sí tiene línea pero no lo había probado bien. Malas pasadas que juegan los nervios. No temo a la hoja en blanco, temo a la hoja gris y a mi encefalograma alterado diciendo que puedo estallar, que mis neuronas sueltan chispitas y hacen katapún y se acabó. Tengo miedo y miedo y miedo en esta estúpida atalaya que no impide que mis piernas tiemblen apoyadas en esta aún no revistero que aplasto con mis botan que aprietan mi dedo anular del pie izquierdo.

Estoy sudando y soy consciente de que hace frío pero la agitación termo-nuclear produce diecisiete soles y un temblor en los párpados que indica que sobrepaso el límite de vibraciones recomendable.

Laten todos mis músculos de forma asíncrona. Son latidos de un corazón angustiado que ha de tener escapatoria.

Maria Luisa ¡Ven a salvarme! ¡Te necesito!

Pero ella sigue al otro lado de su soledad, al otro lado de su ventana, cárcel que impide un mundo donde confluyen las estrellas con mis ojos y la esperanza con una sopa caliente.

No hay forma de esquivar el fondo de mi alma. Estoy pensando emborracharme y creo que lo haría si hoy fuese un martes trece. Pero es jueves, jueves normal (mortal) y unos labios sellados se niegan a relajar los músculos de las mandíbulas.

Maria Luisa está olvidada por un trauma infantil del que no estoy sanado. Pero ya es tarde.

Ventana 20011121, Miércoles

Ya no hay arenilla de patatas entre sus dedos rojos de fregar. Sus manos le duelen de amargura y la irritación no cambia, no cambia.

Lalo ha salido a por tabaco y Maria Luisa le espera viendo la televisión porque tiene que hacer algo que consuma su tiempo. Hoy está cansada porque esta noche no durmió bien.

Tuvo una pesadilla en la que su madre devoraba las manos de una niña que ella reconocía como suyas. Le dolía el mordisco y ver cómo la sangre entraba en esa boca ansiosa, salía por los ojos y cubría la cara de su madre que escupía espumarajos rojos.

Acaba de salir a recoger la ropa tendida aprovechando el intermedio y me puede ver en mi ventana escribiendo sobre ella. Siempre mira hacia acá buscando el refugio que no encuentra en su casa. Mira entre la oscuridad buscando otra mirada que mire entra la oscuridad buscando otra mirada.

Es tímida. Se ha escondido tras la pared encalada de suciedad, trinchera de su vida, para doblar la ropa que, bajo el manto de humedad, va recogiendo.

Vuelve a asomar la cabeza tras el caparazón calcáreo que la cobija. Comienza de nuevo el programa de televisión que está viendo. Se va.

Ventana 20011120, Martes

En el autobús de esta mañana la mujer cabizbaja va pensando en si le quedan patatas para la comida. Ha pensado en mezclarlas con unos calamares que le vendieron a buen precio este sábado en la pescadería donde el pescadero que tiene los labios deformados se queda siempre atascado mirando sus tetas. Eso la excita y procura llevar ropa ajustada a sus pechos: camisetas muy pasadas o prendas de lana fina que han dado toda su vida buen resultado. Le encanta hacer la compra los sábados por la mañana para sentirse superior a las prostitutas a las que encuentra en la frutería. El frutero la conoce por su nombre y, de cuando en cuando, incluso le pregunta por su madre y por su pueblo, como si alguna vez hubiesen tenido algo en común distinto de las manos manchadas por la arenilla que sueltan las patatas.

Lalo nunca se entera de esto, como de ninguna otra ocas que no quiere enterarse porque no le interesa.

Estoy tomándole cariño a esta mujer, no puedo evitarlo, y algún día la saludaré por la calle y ella no sab?á quién soy y no entenderá el saludo e igual se acuerde de cuando este verano me veía desde su ventana mirarla (¿ella sabía que me masturbaba o no sabía que me masturbaba?).

Se acordará de eso y estará tentada por (de) decirme algo, quizá un intento de resultar atractiva sin el morbo del voyerismo. Pero se cuidará de hacerlo por miedo a Lalo y por miedo al ridículo. Al fin y al cabo ella sabe que no es una mujer guapa aunque aún pueda resultar sexy.

Pero está haciendo la compra y el pescadero que le mira las tetas ha acabado con sus calamares y está mirando las tetas a la Puri, la puta que acaba de comprar medio kilo de melones antes que Maria Luisa en la frutería. ¡Será guarra! Pero no tiene na y luego dicen…

Maria Luisa siempre vuelve a casa cada sábado cuando cierran las tiendas para irse a comer y mientras prepara la comida para Lalo y ella se queda absorta en la arenilla de las patatas recordando a Juan, el novio que tuvo en Sepúlveda antes de venirse a Madrid a servir en casa de la amiga aquella de su tía Luci.

Juan había sido amable con ella, pero se cruzó en medio la Juani y se lo quitó, pero eso es porque la Juani era más tetona y a Juan le gustaban así. Pues ahí la tienes ahora, con sus cuatro críos y como una vaca lechera ¿No quería tetas?. Él tampoco había envejecido bien y es que pasarse tantas horas en el tractor a la intemperie no perdona.

Se le están empezando a pasar las patatas…

Feliz feliz feliz

Triplemente feliz porque tres alumnos míos me han regalado sendos libros suyos.

Me enorgullece tanto que me hace sentir útil en el mundo, sentir que gracias a mis talleres, quizá un poquito, se animan a seguir escribiendo, expresándose, siendo felices (como según parece son los escritores) y ayudando a que en el mundo haya un poco más de poesía, un poco más de cariño, de mirada cuidadosa, de besos en forma de versos o similares.

Juan Carlos Ortega ha publicado Canto Cotidiano que me lo dedica diciéndome que me debe mucho. ¡Qué va! Sé que habría escrito este libro casi sin mi ayuda, casi sin mi estímulo. Juan Carlos ya había escrito otro antes de estar en mis talleres y, seguro, escribirá muchos más. Espero, eso sí, que siga explorándose y jugueteando, porque, por lo que sé de él, tiene mucho que explorar y mucho que mostrarnos de su exploración. Esperaré ansioso otros libros suyos.

Ernesto Pentón ha editado también otro canto, canto al infinito, que tuve el honor de prologar. Es un texto estupendo, un libro completo, muy bien acabado, infinito. Ese infinito que juega con nuestro espíritu… pero todo lo que pueda decir ya lo dije en el prólogo, que adjunto:

Prólogo de Canto al Infinito, de Ernesto Pentón
Madrid, julio de 2011

El poeta es la huella de un hombre en un laberinto

Con esa bella frase, Ernesto nos dice que va a hablar de naturaleza, de construcción mental, de humanidad, de sociedad y, sobre todo, del humano poeta, de la poesía como creación, como huella, como marca, como primer signo, como construcción lingüística y corpórea.

La tradición china atribuía la invención de los caracteres al personaje legendario CangJie, ministro del mítico Emperador Amarillo (Huang Di), quien inventa los caracteres inspirándose en las huellas de los pájaros.

Dice la leyenda que, tras unificar China, el Emperador Amarillo encarga a CangJie la tarea de crear caracteres para la escritura. CangJie se sienta en el banco de un río, e intenta con devoción finalizar su tarea; tras muchas horas y esfuerzo, sin embargo, no es capaz de crear un solo carácter. Un día, CangJie vio un ave Fénix que llevaba un objeto en su pico. El objeto cayó al suelo y CangJie descubrió que lo que había delante de él era la impresión de una huella. Como no era capaz de reconocer a qué animal perteneció la huella, pidió la ayuda de un cazador local. Este le dijo que ésta era la huella de un Pixiu, distinta completamente a la huella de cualquier otra criatura viva. La respuesta del cazador inspiró a CangJie, quien pensó que si podía capturar en un dibujo las características concretas que definen cada cosa que hay sobre la tierra, ésta sería sin duda la forma perfecta de carácter para la escritura. A partir de ese día, prestó especial atención a las características de todas las cosas y comenzó a crear caracteres según las características concretas que fue encontrando. Así, CangJie había conseguido recopilar una larga lista de caracteres para la escritura, para regocijo del Emperador Amarillo, quien se encontró con un sistema completo de caracteres.

Como CangJie, Ernesto Pentón, escucha, de la naturaleza, sus mensajes que, al traducirlos a palabras, los convierte en poesía. Usa material de recuerdos, de ella, de arboledas, de islas, de lluvias… y es que en todo verso encontramos la naturaleza, la calma característica de Ernesto. Pero es una naturaleza sublime, sublimada, mística, lo que va a reflejarse en la tipografía escogidísima, discreta pero incuestionable, con la que va a sugerirnos que no habla de lo que Habla.

Misticismo que se manifiesta en mezcla de letras mayúsculas entre minúsculas, guiñándonos el ojo para que apreciemos, como él, aquello que sobresale, que ha de ser mirado. En ocasiones, su juego entre letras mayúsculas y minúsculas las hace completamente diferentes, como cuando, en el Canto XVI, afirma que cuando llegue la lluvia/sólo será la Lluvia. O se le cuela un pronombre en primera persona adornado con la Mayúscula. Y es un placer encontrarlo, porque su Yo también merece enseñorarse.

Un solo Canto, el LXXXIV, le sirve para mostrarnos su transformación, su ascensión a la sabiduría visionaria, al tiempo que, natural y consciente, de cotidiano, el río se convierte tras el devenir de infinitas caras, en el Río.

Versos en los que lo único que sobresale es La Luz o el Aliento de un Yo que es Él, lo quiera o no, en los que el presente, el pasado y el futuro se dan la mano, totalizadores, mostrándonos la vacuidad del concepto de espacio-tiempo, la futilidad del devenir, con una comprehensión del saber oriental que le lleva a afirmar que pasado y futuro eran falsas palabras.

Entre la apariencia y la trascendencia, exhorta a que disfrutemos de la Vida (con Mayúsculas) que ruge por todos lados, niños, gatos, motocicletas, rosales, vecinos… en toda palabra. Y sus reflexiones y preguntas son las de una inocencia poética, infantil, dispuesto a una mezcla de sorpresa y enseñanza socrática en la que algunos poemas breves, casi haikus, acaban resultando un zoom sobre la realidad permitiéndonos asomarnos a su mirada amplia y serena.

A parte de las múltiples referencias al misticismo oriental, hace referencias a la mística hebraica o cristiana, demostrando una erudición nunca pretenciosa. Le pide a Dios, como si lo necesitase, que le ayude a escribir mediante una plegaria irónica en la que construye un poema con la palabra Dios como otra palabra más de un diccionario personal inmenso, disimulado tras la aparente llaneza de sus términos nunca grandilocuentes. No huye de versos eróticos explícitos ni de ningún otro tema. Amatorio y cargado de ternura psicológica, con un erotismo abierto, sin pudor mas sin exabruptos, como todo en él, humilde y amable, próximo, cotidiano y auténtico, su contención alcanza grados soberbios en algunos Cantos, como el XCVI, de acabadísima finura y con la simpleza de una imagen, como la de ¿en tus ojos cantaba una cigarra¿, pone broches sublimes a muchos. En la ciudad, en sus poemas y como persona, Ernesto se da, desde su corazón a sus mocos, pasando por una sonrisa o un Abrazo. Todo lo convierte en Poesía, lírica y mística. En ocasiones triste o melancólico, nunca se deja llevar por la desesperación o la amargura. Contundente y sencillo toca sin miedo, incluso, la poesía social sin politicismos fáciles y posicionamientos de cartón, como en el canto XXII, encabezado por un epígrafe de Allen Ginsberg y es que pasea entre los Beat como entre poetas de la dinastía Tang, aprovechándolos, usándolos, pero sin perder nunca su singular voz.

Más allá de la obvia influencia oriental, japonesa, china o sufí, con su título de Cantos, semeja emular a Whitman o Pound, de quienes, sin duda, ha bebido influjos benéficos, pero no solo de ellos y es que en la poesía de Ernesto podemos encontrar pequeñas pinceladas de innumerables autores que le han regado hasta hacer de él y de su poesía una poesía propia, característica de su cosmovisión. Influjos también de Oliverio Girondo, de quien usa algunos de sus recursos para demostrar que, con ellos, también se atreve a experimentar en poesías de corte más vanguardista y osada, saliendo más que bien parado del embate. Se puede seguir o trazar la evidente influencia de los místicos sufíes, en especial Rumi y hasta bebe de fuentes bukowskianas o de realismo sucio; quizá indicios de Raymond Carver se pueden atisbar entre sus versos, como, claramente, en el Canto XXXVII.

Tarda en darnos pistas de que se trata de un escritor de este siglo, de este milenio, mostrándonos algunas palabras como ordenador o telefónica que también aprovecha como escritor pleno que es y que no repara en afirmar que cuando no hay nada que hacer… siempre se puede escribir un poema. Escribe poemas dentro de poemas que son cantos dentro de cantos. Cantos que son piedras (seguro que Ernesto lo ha pensado), cantos rodados, cantos de río, cantos de poeta, cantos de pecho.

Juega con las palabras con abundantes recursos bien integrados y sin abusos manteniéndose en un perfecto equilibrio formal. Utiliza con frecuencia el paralelismo como en el Canto XV, usando esa imagen especular del río o lago que refleja el mundo, cuando alguien lo está mirando, claro, con lo que sumerge al lector en un juego de imágenes, que reflejan imágenes, que reflejan una mirada, que refleja una mirada que, en última instancia, es la suya. Con las onomatopeyas fabrica una forma nueva de hablar, un lenguaje, como poeta que ya domina todo lo que desea, se atreve a escribir dándole voz a bebés y gatos, a coches y noches. Y hasta se permite jugar con la rima en asonantes estrofas de cuando en cuando.

Con total impunidad o libertad se apropia de nombres y los convierte en verbos, inventa vocablos, domina las palabras y jamás se deja dominar por ellas, combina adjetivos de maneras inesperadas, descontextualizando las palabras para construir metáforas de una belleza surrealista, poética y cuando el juego de las imágenes, de las palabras, de los versos, se le queda corto, busca también divertirse con cada una de las letras, como en el Canto CVII. O con las disposiciones tipográficas como en el Canto CXIV donde varias lecturas son posibles en un breve poema.

La ausencia de signos de puntuación favorece el flujo de un texto modesto de forma pero complejo y profundo, de una hondura humana y casi divina. El infinito (que califica estos cantos), el absoluto, lo inhumano, conviven con lo humano, con todo lo humano que va encontrándose a lo largo del libro hasta empaparnos de humanidad.

Inevitablemente, le importa la grafía como a todo poeta preocupado por la palabra precisa, exacta, bien definida. Ernesto nos propone su juego de tipos, de signos lingüísticos, de letras, palabras, versos y poemas para satisfacer el imperio del placer de la lectura de sus poemas místicos, líricos y definitorios de un mundo, reflejo y al tiempo constructores del mismo. Hay motivos para la alegría cuando nos encontramos con la joya poética que nos regala en este libro cargado de poesía. Eso le convierte, remitiéndonos al señor Celaya, en un traficante de armas o almas, pues yo diría que se ha especializado en las almas, la suya y la de toda la naturaleza, que me incluye, que te incluye, lector, que nos incluye a todos.

Porque, sobre todo, Ernesto Pentón es un poeta, o Poeta, de los que deja bajar al papel las Palabras que le llegan trabajando en un compromiso con la palabra poética que le convierte en escritor, le guste o no, por esa necesidad de la que hablaba Rilke en sus cartas y es que, como afirma en algún verso, Ernesto es de lluvia de la que caen palabras hasta empapar hojas con poesía. Menciona en ocasiones el papel en blanco y el silencio, atributos de poeta sosegado. Una de sus mitades, al menos, es tan poética que, según sus propios versos, se descompone en palabras como astato radioactivo.

Nos dice en varios de los Cantos el porqué de su necesidad de escribir, de su naturaleza de escritor:

escribo para disimular lo que no existe
lo que se fue con el vuelo
del ave nocturna

El final del Canto LV, me siento a describirte, descubre la magia, el misterio: escucha la Vida y la describe, con labios de poeta. Y en el acto simple de sentarse radica la actitud de un trabajador del verso que hace que aparezca, que se manifieste ese misterio. Y, al mismo tiempo, la acción en sí es un manifiesto de intenciones, de dedicación, de seguir los pasos de CangJie e inventar un nuevo lenguaje.

El eco de su voz, su palabra-poesía da forma a todas las cosas, grandes y pequeñas, las crea como el primer creador, creando un mundo pisado por primera vez. Y hasta escribe un poema a medias con un bebé balbuceante, tiernos y candorosos (Ernesto y el bebé). Es en estos poemas con su hijo donde se muestra singularmente delicado, cuando, partiendo de la frescura de una palabra infantil que nos hace temblar de emoción como la que él debió sentir, nos traslada a su mundo y su manera de vivirlo, nos invita a su intimidad.

En sus poemas busca algo que no sabe qué es pero, lo mejor de todo es que, en ocasiones, lo encuentra y notamos su sorpresa, su felicidad en el hallazgo, su felicidad por dejar que el poeta que lleva dentro le descubra un mundo que no podría ver sin esos ojos de la poesía. Ernesto viene del otro lado, de donde nacen las horas del revés, que es el lado de la poesía y si tiene un imperio, es este Canto al Infinito.

Ernesto le habla a los poetas con una ilusión contagiosa de optimismo valiente, inocente, aunque no ingenuo y con frecuencia pregunta al lector o al aire que late entre este y el poema.

y si no llegas no importa
porque yo lo que quiero
es esperarte

Y yo le contesto: lo que quiero es esperar el siguiente libro de Ernesto Pentón, seguir siempre esperando de él, viviendo, gracias a él, nueva poesía.

Y, por último, me alegra saber que también está entre mis alumnos (aunque aún no puedo decir que le haya influido mucho, pero puede que sí algo) Francisco Legaz, quien mantiene un blog interesantísimo y que ya lleva escritas 9 novelas y libros de relatos… espero que pronto, al menos en un año, esté escribiendo poesía regularmente.

No es que rechace la prosa, pero la poesía es más libre… ¿o no?

Bah! son tonterías, es solo que creo en la poesía, es una cuestión de monoteísmos… o algo así.

Algunos días quiero publicar más

y otros menos
en este diario
en el que me he impuesto
la disciplina
de escribir diariamente
algún artículo
aunque a veces los llamo
artículos
y otras veces
los llamo textos
que es más genérico
pero que no engloba las fotografías
que como ayer
quise compartir.

Algunos días quiero publicar más
de una entrada
en este diario íntimo
que comparto contigo
y pienso si no es una estupidez
haberme impuesto ese mínimo
y si no lo estoy tomando como máximo
como número mayor del cual no puedo publicar entradas cada día
y me doy cuenta de lo ridículo de ese pensamiento
pues también es estúpido
quizás
esta entrada
y este blog
llamado diario
que comparto contigo
cada día laboral de la semana.

Esto no es una broma