Yo soy bueno/a
Tú eres bueno/a
Él/ella es malo/a
pasa a ser
Yo soy bueno/a
Tú eres malo/a
Él/ella es malo/a
Diario
Yo soy bueno/a
Tú eres bueno/a
Él/ella es malo/a
pasa a ser
Yo soy bueno/a
Tú eres malo/a
Él/ella es malo/a
Dice una voz en Spotify que tener premium es la libertad
la libertad de elegir lo que quieras escuchar tus canciones preferidas
la libertad de descargarse canciones
la libertad de oír tu música dónde y cuándo quieras.
Dice una voz en Spotify que tener premium
es tener el dinero para pagarlo
es tener el dinero que arrancas de otros bienes o servicios, quizá más necesarios
es tener el dinero que te permite comprar la libertad.
No habla de derechos soberanos.
No habla de derechos civiles.
No habla de derechos libertarios.
Habla de que la economía se impuesto a la ética.
Habla de que la economía ha matado a dios.
Habla de que la economía es la felicidad.
Y solo por eso
cada vez que lo oigo
me alegro de haberme dado de baja
para poder mantener mis gastos fijos
lo más bajos posibles
y sentirme
(sí, sentirme)
libre.
La propia esquela:
nota a pie de página
vida vivida.
Esta es mi huella digital (y seguro que es un riesgo inimaginable desde el punto de vista de seguridad compartirla en internet).
Está arrugada, como corresponde a la edad. La deshidratación y la oxidación se dan la mano en este dedo.
Surcos espirales que no van a ningún lugar. Recorrer esos surcos (o acaso es un único surco espiral) podría generar un concierto sorprendente.
El colmo de mirarse el ombligo sea, quizá, mirarse la huella digital.
La huella digital es paradójicamente analógica.
Esta fotografía de la huella digital es digital.
Esta huella no es una huella. (Podríamos concluir)
¿Es huella de carbono?
Pues en parte sí: el carbono de la química orgánica que me compone.
La huella digital de almacenar esta fotografía de la huella es difícil de calcular y, además, variable.
Todo mi cuerpo es una huella digital de mí mismo. Mi yo conmigo a todas partes.
Los pliegues de la superficie del dedo son dunas de un desierto en miniatura.
Surcos de una era de otra era, que dejan en el asombro versos de células muertas.
La sombra de la huella no tiene dudas sobre su forma o color.
El dedo sí.
No señalo la ausencia.
Pero ahí está: ausente.
Todas mis miradas acaban en el foco de la yema del índice.
Desde ahí parece emerger un rayo de tinieblas.
Se acabó.
Hoy no hago nada.
El cerebro licuado
no tiene fuerzas.
Hoy no hago nada.
Me duele la cabeza
sin ser frecuente.
Hoy no hago nada.
Tan solo escribir haikus
sobre la nada.
Hoy no hago nada.
Esperar desenlaces
pasando el tiempo.
Hoy no hago nada.
Calentaré lentejas
recalentadas.
Hoy no hago nada.
Tengo clases más tarde
sobre la inercia.
Hoy no hago nada.
Cansado de las noches
y de la vida.
Hoy no hago nada.
No encuentro las palabras
para expresarme.
Hoy no hago nada.
Mi mente no es mi mente:
Es un ladrillo.
Hoy no hago nada.
Acabaré mañana:
procastinar.
Hoy no hago nada.
Salvo formas distintas
de no decir.
Hoy no hago nada.
Y se llena de todo
lo que no hago.
Hoy no hago nada.
Pero hallo trece haikus
entre la niebla.
No las invasiones bárbaras.
No Atila.
No las guerras sasánidas.
No los pueblos godos.
No los númidas.
No el cristianismo.
No el arrianismo.
No la guerra.
No una batalla puntual.
La caída del Imperio Romano
fue la vejez:
ese deterioro paulatino
minúsculo.
Un grano aquí.
Un callo allá.
Una verruga creciente.
Un exceso de grasa.
Una corrupción in crescendo de toda célula.
Un cansancio deslocalizado y general.
Una agitación mental por falta de concentración.
Unas cataratas.
Un dolor lumbar.
Una uña enquistada.
Una fisura anal.
Una hemorroide.
Una presbicia galopante.
Un cuello con propensión a tortículis.
Un manguito rotador que ya no rota.
Una cuerda vocal paralizada.
Un catarro mal curado.
Una capacidad pulmonar en retroceso.
Un edema óseo en el astrágalo.
Un corte en el dedo gordo mientras fregaba un cristal fino.
Una rotura de menisco.
Una fascitis plantar.
Una hemorragia nasal.
Una pertinaz alergia estacional.
Un hongo incomestible.
Una muela picada.
Un diente roto.
Una encía sangrante.
Una endodoncia mal acabada.
Un tobillo mal doblado.
Una tontería más o menos menor acumulada.
La caída del Imperio Romano
fue la vejez:
ese deterioro paulatino
minúsculo.
Llegó
la decadencia,
el cáncer,
las malas decisiones,
la escisión,
las operaciones a corazón abierto,
el olvido (alzheimer),
la degeneración,
el eclipse,
la autodestrucción,
el fin.
Atila
fue sólo un símbolo
para no afrontar
que la caída
estaba implícita:
todo imperio surge
para terminar consigo mismo.
(toda vida nace
con la promesa de la muerte.)
[Estos 2 versos sobran, añadida la última estrofa, y sin embargo me gustan]
La vejez
es el recordatorio
de que se tienen deudas
con la vida
que se pagan
con la muerte.
La Práctica de Tango de Clave 53
me necesita
y me encanta
que me necesite.
Al fin y al cabo
cada día soy más insignificante
y menos necesario
para cualquier cosa.
Como otros domingos
ayer estuve
en la puerta de la práctica
y sirviendo té
como si no hubiese otra razón
para existir.
Escribo en pasado
pero está pasando ahora mismo.
Sirvo un té
y hablo de las bondades del jenjibre
e insisto en que es fresco
recién cortado
mezclado con tomillo
también fresco
con un par de semillas de cardamomo
con un par de clavos
de olor
con un trozo de canela
en rama
partida con las manos
para darle un sabor dulce
edulcorada con miel
de romero
para más datos.
Después de varias horas
apenas he sido capaz de escribir
una entrada de blog.
Es un poema indecente
que aparecerá mañana
en este diario diacrónico
en oposición a sincrónico.
Nada ocurre con absoluta
simultaneidad.
El futuro
ha dejado un espacio en blanco
detrás del verso del futuro.
Es un espacio en blanco inaprensible.
Nadie lo verá.
Nadie.
Soy nadie haciendo una nada siniestra.
El tiempo pasa.
El tiempo.
Yo quedo.
De momento.
Ayer, en los talleres de poesía y escritura creativa que coordino, propuse escribir jugueteando tras la propuesta de Pedro Casariego Córdoba.
Yo hice esta tontería a modo de ejemplo.
19 metros de cable VGA
recorren nuestra casa
y me he quedado corto.
19 metros de cable VGA
para llevar señales de vídeo
(de ahí la V)
hasta un proyector que ya no existe.
19 metros de cable VGA
que unen un ordenador
(que nunca ordena)
con una pantalla de televisión.
19 metros de cable VGA
encerrados en una canaleta
soga alrededor de nuestro sofá
donde nos sentamos
cada ciertas horas
a disfrutar de caricias bajo unas mantas
mientras vemos
(de ahí la V)
una serie que nos gusta
o que no nos gusta mucho
en un dispositivo
conectado a algún emisor de imágenes
por HDMI
que hace que el viejo VGA
(de ahí la V)
sea un montón de cableado obsoleto
como yo.