Está claro que hay idiomas que resultan más complejos que otros en lo que a clasificación se refiere: el Alemán es un caso bastante complicadito. Pero claro, esto resulta algo informativo de lo azarosa de su «biografía» como entidad. Si lo pensamos (o recordamos) Alemania no existe como tal más desde su unificación allá por 1860. Antes, era un puzzle de mil piezas en las que los germanos de la zona iban feudalmente (federal y feudal tienen el mismo origen (o no): los foederati del Imperio Romano en su decadencia).
No existió Alemania y no pudo obtener un mínimo grado de consenso salvo para ponerse de acuerdo contra el catolicismo que se quiso hacer mantener por los emperadores Habsburgo, de la casa de Austria, nuestros estimados Carlos I/V o el devoto Felipe II. Nuestros primeros reyes (España estaba forjándose reciente) fueron los que, por estar a la contra, generaron un caldo de cultivo estupendo para la expansión de la Reforma Luterana. Y este señor, este tal Lutero, es el que se encargaría de dar una especie de unidad a la lengua alemana… pero claro, se adscribieron a ella y leyeron en ella aquellas comunidades (feudos) que se oponían a la tutela hispana/latina.
El desarrollo posterior, entre otras, fue una de las razones de la disparidad aún existente entre los distintos idiomas, ninguno de los cuales (o muy pocos) se extinguió en aras de una homogeneidad que en varios otros reinos de similar tamaño vino ocurriendo desde la formación de la nación moderna hasta hoy en día.