Tío Pepe

Que lo quiten, que lo quiten…

Dicen por ahí que el cartel del Tío Pepe es un símbolo de Madrid, de los madrileños y ni siquiera pienso desmentirlo, pero quizá sí cambiar el tiempo verbal: fue.

Era un símbolo del Madrid de la diversión basada en un bar (-eto) en el que mojarse el gaznate con un manzanilla baratito, mientras se fumaba un cigarrito con un bocata de calamares más o menos grasiento.

Hoy encuentro un Madrid bien distinto, donde la diversión se basa en locales (de diseño) cool que abren sus puertas con seguratas en las que consumir un cóctel más o menos luminoso acompañado de una minitosta de paté de ricacholuá con mermelada de pastiche caramelizando una pieza de sandía de la Martinica, midiendo todo ello la friolera de 2 centimetros cúbicos, todo light, todo guay, todo koooooool, todo i-Pollas.

En este Madrid que veo cada día, vintage (=falso), new age, hipertecnológico, no veo otro símbolo mejor que una manzanita blanca de esas del difunto Jobs.

Y si no nos gusta, quizá deberíamos pensar en qué tipo de madrileños (y madrileñas) queremos ser. Es momento, como todos, para la reflexión… y, de paso, por qué no un poco para la lírica…

Imágenes para el olvido

¿Pero cómo una web sobre la desnutrición y la pobreza en el mundo puede tener una publicidad tan poco seria sobre otras cosas? ¿A nadie se le ha ocurrido pensar en el contexto de las imágenes que muestran, en las ofertas que hacen frente a frases como la que acabo de publicar en FaceBook?

Según las estadísticas de la Organización Mundial de Salud entre 3 y 5 millones de niños menores de 5 años mueren por año en el mundo por causas asociadas a la desnutrición.

Junto a unos cálculos sencillos (dividiendo niños en fracciones, para que se entienda que no se piensa en ellos como humanos, sino como simples datos estadísticos, fríos, lejanos, hasta llegar a cuestionar su existencia.

?

10958,9 niños por día.
456,6 por hora.
?7,6 por minuto.
y ahora, háblame de crisis.

Y esto, después del otro texto del día, el que he escrito sobre caprichos y crisis y por el que acabo de discutir con Carmen. Consiguen (un impersonal que no nos debería excusar) que no creamos la realidad, que olvidemos que existe, para poder seguir con nuestras ideas de niños caprichosos…

No hay límites al mercado

No sé si al mercado o al mercadeo.

Hoy leo en El País que se va a comenzar a poner nombres de marcas comerciales a diferentes lugares públicos, como puede ser la parada de metro de Sol, que ya ha sido vendida (el nombre) a una empresa de tecnología y pienso que no hay límites.

Todo se compra y se vende, parece ser. Y, hasta aquí, incluso, soy capaz de verlo con ojos no sangrantes… lo que verdaderamente me hace hervir la sangre es qué cosas son las que sí se venden y qué cosas son intocables. Ahí es dónde radica la diferencia.

Cuando vea que se pone el nombre de una marca, digamos que de consoladores, a un confesionario, cuando vea que la corona real lleva el logo de microsoft, cuando el amarillo de la bandera lleve un anuncio de viajes a Japón, es más, incluso, se inserte la bandera de otra nación dentro de la nuestra para promocionar el turismo internacional, cuando vea que los toreros llevan banderillas de una conocida marca de refrescos… entonces, y solo entonces, me parecerá bien.

Sin embargo, se habla de habilitar espacio público para publicidad en los colegios (carne de cañón del consumismo), en los medios de transporte públicos, en los teatros, en los cines… en lugares considerados propios de la cultura, como cuando se deja el Teatro de la Ópera para un concierto de Bisbal, entonces lo que siento es que no se hace casualmente. Sólo aquellas cosas que «no importan» son susceptibles de ser vendidas como espacio en oferta.

Y esto me hace hervir la sangre, porque lo justificamos diciendo que no hay dinero… pero sigue habiéndolo para armamento, que podría, bien, llevar la publicidad de una empresa farmacéutica, por ejemplo, de supositorios en las balas, de compresas en las alas, de hospitales en las panzas de los tanques… sigue habiéndolo para actos políticos varios, más o menos institucionales, con una utilización casi goebbeliana del poder… cuando me gustaría que un discurso del presidente de la nación se haga desde el palco de una empresa de telecomunicaciones, por la ironía de la composición de esa palabra (nos comunican desde tan lejos…)

De nuevo, es momento de plantearse la reflexión de ¿hasta dónde vamos a dejar que la sociedad tenga como fuerza motora la rentabilidad económica? ¿tiene límite el poder del dinero? ¿debe tenerlo? ¿cuál es la alternativa?

Si todo se compra y se vende… ¿qué sentido tiene la democracia? ¿por qué no autorizar la compraventa de votos? ¿para cuándo permitir papeletas electorales con logos de empresas?

En realidad, votamos más bien un conjunto de empresas frente a otras, así que tiene sentido esta pregunta capciosa más allá del aparente disparate. ¿Por qué no votar a BBVA o BSCH, en lugar de a PP o PSOE? Quizá, así las cosas estarían más claras.

No desplazarse por la ciudad si no es para ir a algún centro comercial o comercio. No ir a la escuela si no es para aprender a consumir lo adecuado. No acudir al médico si no es para adquirir el correspondiente fármaco (las farmacias ya lo hacen así). No mirar el cielo si no es para encontrar un restaurante anunciándose. No pasear por las calles si no es para ver carteles de inmobiliarias. No beber agua sin saber que hay alternativas más edulcoradas.

Ha llegado el momento. Necesitamos definir límites. La crisis (esta interesante o interesada crisis) está haciendo estragos con nuestros valores hasta despedazarlos. Y Dios ha muerto hace lo suficiente como para que exista el superhombre… mientras tanto, seguimos siendo mezquinos consumidores de expectativas frustradas.

Día

calidad y precio están cerca
muy cerca
pero no se quieren
no acaban de entenderse
ni en el precio
de una barra de pan integral
ni en unos cuartos de pollo
por más que sean traseros
ni en unas costillas adobadas
que
según se anuncia
son Hermosa

calidad y precio
no tienen medidas
más allá que en la del número de sílabas
donde una es mayor que la otra
y no importa
a nadie
si están cerca
o no
salvo a esa conjunción copulativa
que les mantiene separados
por siempre
jamás

Consigue trabajo haciendo lo que te gusta

Me llega un mensaje (por supuesto basura tipo spam) con este encabezado y me pongo a pensar si tiene algún sentido que alguien esté trabajando y le llegue este mensaje y no se lo haya planteado antes… ¿es que no está ya trabajando en algo que le gusta? ¿Cómo puede ser? y, sobre todo, ¿a qué espera?

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte,
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Importante: la vida pasa rápido, rápido rápido… y viene la muerte callando… y, aún sabiéndolo, ¿vamos a vivir trabajando en algo que no nos gusta?

Si es así, hay que pensar en que no toda la vida es trabajo, que lo que los empleos proporcionan es estabilidad económica (algunos), seguridad y solvencia, que muchos desean por encima del placer que da trabajar en algo que les gusta. Y si es así, ¿para qué conseguir «trabajo» haciendo lo que te gusta? Cada cual ha de saber cuál es su prioridad:

1.- Un trabajo que proporcione bienes materiales para, en otro entorno vital, lograr lo que se desea.
2.- Un trabajo deseado, sin importar en demasía los bienes materiales que proporcione.
3.- Un trabajo deseado y que proporcione también bienes materiales para los otros entornos vitales.

Claro, todo el mundo quiere el 3.
Pero ¿por qué?

La falacia de esta posible elección está en el hecho de poder separar el trabajo del entorno vital. No hay separación. Porque la vida es lo que te ocurre en ella, lo que decides hacer en ella. También el trabajo es vida, también forma parte de tu vida, de tus elecciones, y no se puede separar.

En realidad, la propuesta debería ser más compleja y completa, a saber, elegir entre:

1.- Una vida que te guste (incluyendo trabajo, ocio, amigos, familia, lugar…)
2.- Una vida que no te guste (incluyendo lo mismo)

Todo lo anterior está conectado y es difícil elegir un pack completo, pero es lo que hay. No hay posibilidad de separar las cosas como si pudiéramos vivir a trozos… ahora sí, ahora no…

Hay que enfocar, apuntar, disparar…. y vivir haciendo lo que te gusta el mayor porcentaje de tiempo posible. Y si no, ¿a qué esperar tanto? ¡mejor suicidarse!

La vida se paga

Pero ¿cómo puede ser que esta publicidad no sea retirada inmediatamente? Debe ser que la gente no lee con calma para encontrar el impersonal omitido de la segunda frase:

Se paga en Euros.

¿Qué es lo que se paga en Euros? Por el contexto de la primera, sabemos que se refiere, claramente, a la vida. Ni más ni menos afirman que la vida se paga en euros.

Escandaloso. Y no lo es menos que se utilice como publicidad de una entidad financiera. ¿Pero es que a nadie le ha parecido, antes de ponerlo en televisión, en las paredes de oficinas, en marquesinas, que podría generar un odio desbocado, y con razón, que llevase a destruir los mismos soportes de la publicidad? Últimamente me encuentro que el descontrol en publicidad es tal que es fácil que alguna de estas arengas comerciales acabe siendo el desencadenante de una revolución. Esta, desde luego, me lo parece.

¿Están pretendiendo afirmar que la vida, (ahí es nada: la vida), está a punto de ser privatizada y explotada por alguna compañía afín al grupo en cuestión y que pronto tendremos que abonar un precio (en Euros, como enfatiza el mensaje)? Ese pago ¿será de una sola vez para poder tener acceso a la vida en propiedad, será mediante crédito hipotecario, ahora que las hipotecas para la vivienda (lugar en el que se vive, que no vida) cuesta más venderlo o será mediante un alquiler, obviamente vitalicio?

¿Será que no distinguen entre vivir y comprar? Seguramente va más por este lado el error (no puedo dejar de pensar que es un error) del mensaje publicitario. Alguien ha pensado que en lugar de decir la compra se paga en euros, era más fácil utilizar su sinónimo vivir, transformándolo en la vida se paga en euros. Es posible. Ese alguien, desde luego (más todos los alguienes que han revisado (supongo que más de una persona se encarga de esto) el anuncio) no solo no distingue entre vivir y comprar sino que tampoco concibe otra forma de adquirir objetos (dando por hecho, además, la necesidad de adquirirlos) que no sea la de pagar en euros por ello.

Hablar de bancos de tiempo, de trueques, de formas de comercio alternativas les suena a utopía ilusa, pero quizá haya un miedo motivador en el fondo de este mensaje que es el de sentir que SU VIDA, la de las entidades financieras, sí se paga en euros. Si dejamos de creer en ese mensaje, si los demás (los consumidores = seres humanos vivos), dejásemos de creer en ese mensaje en el que insisten y nos diésemos cuenta de que la vida (caso de ser algo independiente de lo vivido), no se paga en euros, dejaríamos de depender de las entidades que ayudan a que tengamos esos euros que creemos necesarios para (¿comprar o alquilar?) la vida.

¿En qué se paga la vida?

Hay varios apriori en esta pregunta aparentemente inocua:

  1. Damos por hecho que existe algo llamado «la» vida. Para mí ese algo no existe: existe vivir, como verbo, no como sustantivo. Y es un verbo que no definiría como estar llevando a cabo una serie de funciones básicas de mantenimiento durante un tiempo determinado. Ese vivir del que hablo tiene que ver con decidir, con la conciencia de vivir. Es un vivir que necesita su autoconciencia recursiva. En otro caso, es vegetar. Y ese vivir del que hablo exige el compromiso de uno consigo mismo, con sus decisiones que van haciendo algo parecido a «una» vida. Vamos fabricando el pasado a base de decisiones, de ejercicios de libertad de conciencia, libre albedrío, si se desea una terminología más habitualmente asociada con lo religioso.
     
  2. También se está asumiendo como verdadero que todo se compra o se vende o es materia de comercio alguno. Esa vida, más o menos sustantivizada, asumiendo que sí se acepte como existente (qué Gorgiano me encuentro hoy), no tendría por qué ser tal cosa. Suponiendo, insisto, que exista «la vida» como algo independiente del verbo, como algo que ocurre incluso si no tomamos decisiones, si solo vegetamos, aun en ese caso, no está claro que sea tangible, ni concreto siquiera, así que su comercialización supone un problema aún mucho mayor que el del arte contemporáneo.
     
  3. Por si esto fuera poco, aparece un impersonal «se» que no deja claro quién compra y quién vende ese objeto que, asumámoslo para proseguir, es materia de comercio llamado «la vida«. Suponiendo ese comercio como con algún sentido, queda preguntar a quién le pertenece inicialmente el susodicho bien y quién va a adquirirlo. Porque, pagarlo, implica una transacción y, por definición, algo transita cuando pasa de un lugar a otro, de unas manos a otras, por decirlo así.

    Voy a suponer que se trata de un bien que poseemos al nacer (¿quiénes?) y que vamos vendiendo (¿a otros?). Pero entonces no tiene sentido la pregunta, porque de ser así, no tendríamos que pagarla sino que cobrarla. La pregunta, de alguna manera, asume que somos nosotros (¿quiénes?) los que tenemos que pagar por ella, por ese objeto que hemos asumido que existe, y es comercializable.

    Tengo que retroceder y asumir que no poseemos ese bien llamado «la vida«, sino que vamos adquiriéndolo en (in)cómodos plazos. El mensaje, de este modo, sugiere que hay alguien que la posee previamente y nos la va proporcionando. Hasta hace poco, ese alguien parecía ser seguramente algún tipo de deidad más o menos personalizable y a quien se le iban entregando los diezmos correspondientes o bien sacrificios a modo de pagos. Pero, ahora que sabemos que Dios ha muerto (aquí hago un salto al vacío para ahorrar teclas), parece ser que «la vida» ha pasado a ser un bien depositado en manos de… durante un tiempo los estados quienes tenían poder para decidir si un ciudadano podía adquirirla y, en los últimos tiempos, entidades financieras como esta que se enseñorean del bien en cuestión poniéndolo a la venta. Y, por supuesto, lo venden en Euros.
     

  4. Aceptado todo lo anterior, lo único que queda por aclarar son las condiciones de pago, el precio asignado, si hay ofertas de renovación, o, como comentaba unos párrafos más arriba, si «la vida» se vende en un solo pago, si hay opciones de recompra, de compras masivas, si es una hipoteca que debemos acordar con unos intereses que mejor no comentar o si, por el contrario, en ningún momento llegaremos a poseer «nuestra» vida, sino «la» vida en concepto de usufructo.

Miedo, verdadero miedo, me da pensar que este anuncio es un anuncio de lo que viene: Pagar por tener derecho a vivir. Y vivir para trabajar, para poder pagar ese derecho.

Y se me olvidaba mencionar que ni siquiera hay una verdadera librecompetencia en el mercadeo de «la vida».

Bufff…..

Marketing directo

Me parece terrible el control de navegación que consiguen tener los anunciantes en Internet. Sé, incluso, cómo funcionan los gestores de contenido que hacen que la publicidad se personalice hasta que es denominada Información Comercial. Pero me da escalorfríos el saber que saben qué he estado buscando en los últimos días en Internet.

Mi hermana necesita un ordenador nuevo, sí, pero no yo. Sin embargo, han sido capaces de darse cuenta de que lo buscaré yo, sugiriéndome información publicitaria (por llamarla así) cercana a mis intereses (o los de familia) en lugar de dejar que la publicidad fuese tan aleatoria como yo querría que fuese, de modo que sintiese que esa información que proporciona mi historial de navegación permanece privada y no se hace pública de una manera más o menos compleja de rastrear.

Sin embargo, cada día más se exige el cumplimiento de normas absurdas al internauta/usuario/ciudadano medio que ha de ser consciente de si lo que hace se puede considerar spam o compartición abusiva de archivos personales, por no mencionar las cláusulas de FaceBook y similares exigiendo información garantizada sobre nuestra identidad.

Es muy injusto por la asimetría que representa el saber que tienen las empresas frente al saber (escaso) que tenemos los consumidores (ya no usuarios ni mucho menos ciudadanos).

Hay formas de evitarlo o, cuando menos, paliar este control parental que ejercen estas empresas pero es bastante molesto y difícil. Una buena manera es instalar varios navegadores y utilizarlos para distintos aspectos de la personalidad, dándole, por tanto, una información sesgada a las empresas de gestión de contenidos personalizados, como las distribuidoras de publicidad personal o llamadas de marketing directo. Otra es la de iniciar siempre navegación en modo privado. Pero esto es molesto porque también es útil tener un historial, por ejemplo, en el navegador que nos sirva para agilizar la navegación en Internet… Nos podemos poner paranoicos al máximo y utilizar un ordenador diferente (o una máquina virtual) para identificarnos con una especie de heterónimo y tratar, siempre, de ser otro, caso al modo de Rimbaud (yo soy otro). Pero esto es tan poético, pero tan difícil en la cotidiana rutina narrativa…

Así que, al menos, cabe ser consciente de que la manipulación es muy directa y que hay que esquivar los golpes de efecto de los publicistas en la más pura toma de conciencia posible. Es como cuando se descubre la imagen en las imágenes subliminales: La imagen no deja de estar ahí, pero ya no nos afecta de la misma manera.

Pero es tan difícil tanta consciencia…

Piel de Mariposa

Piel de Mariposa es una enfermedad genética que afecta a la piel provocando ampollas ante el mínimo roce.

Le he leído hoy en el periódico mientras intentaba comprender cómo aún quedan dudas sobre el trato sexista que se da a la publicidad, con o sin fines benéficos, pero siempre con fines, con ambición, con avaricia, incluso. ¿Cuál es la frontera entre la avaricia y la ambición? ¿Por qué una se ve mal y la otra está potenciada hasta el punto de que te pueden criticar por falta de ambición?

Sé que son cosas distintas. Es más, sé que esta entrada ha entrado dispersa hasta la saciedad, incluso tenía intención de hablar de la fidelidad en la pareja, esa autocensura sociocultural que ejercemos sobre nosotros mismos a sapiencia de que nos quedaremos sin saber a qué saben esos labios, esos miles de millones de labios que besaríamos por el mero hecho de saber a qué saben, cómo es su textura, su carnosidad, su tacto, su humedad, su dulzura, su volumen y su superficie, entre otras cosas que no sé clasificar.

Esta entrada diaria está perdida, está perdida en la noche del desorden, del estruendo mediático que tengo en el cerebro, el que me hace leer despacio, el que me tiene atrapado por todos los tendones, incluso por el del manguito rotador, ese por el que estoy yendo a fisioterapia sentándome en la silla número 4 de una serie que comienza por el número, curiosamente, cero. Sí, como lo lees, con el 0 más radical.

Y mientras hacía mis diez minutos (10) de ejercicios bajo las poleas, miraba las dos posiciones que tenía enfrente, la uno y la cero (1 y 0) y pensaba, no podía evitarlo, en la cantidad de cosas que se han conseguido desde que hemos comprendido que son las unidades básicas de almacenamiento de información. Sí y No. 1 y 0. Todo o Nada. Negro o Blanco.

Unidades suficientes para comprender un mundo simplificado, pero un mundo, al fin y al cabo, modelizado con lo mínimo, lo más mínimo, lo requetemínimo, por decirlo así.

Y luego vuelvo a preguntarme qué hacía leyendo un artículo sobre los almanaques de Ryanair hechos con la intención, presunta, de apoyar una institución benéfica a partir de fotografías de marcado carácter sexual pero que, en realidad, intentan generar una polémica que les dé la suficiente publicidad como para no tener que contratarla. Los medios de comunicación harán lo que tienen que hacer. Ryanair conseguirá la publicidad de ser denunciada y, aunque parezca increíble, eso repercutirá positivamente en sus beneficios. Es algo archisabido desde la famosa frase de un tal Tomas de Aquino: «Que hablen de mí, aunque sea mal».

La respuesta quizá sea que la belleza de algunas de esas mujeres me seduce, claro, que a pesar de la repulsión racional que me provoca la utilización sexista, discriminatorio, de esas imágenes, de esa campaña, veo sus cuerpos sugerentes cargados de una sensualidad artificial como la vida misma y me apetece encontrarme a esas mujeres. Pero también aquellas que caminan por la calle y que sorprendo hablando por un móvil que siente el calor del hálito vaporoso de esos labios que no besaré.

Y, por volver a ese primer párrafo inabarcable, esa reflexión sobre la avaricia o la ambición, me acuerdo de la crítica que he oído esta mañana de la mujer que estaba sentada en la silla numerada con un 3, en la que dirigiéndose a mí, criticaba la avaricia de un familiar del rey de este país que no acaba de darse cuenta de que el verdadero problema es la loa de la ambición, que hace descarrilar algún que otro torpe al otro lado de la delgada línea roja.

Monarquía. Todavía incuestionada a nivel político seriamente en españa, esta que no puedo escribir con mayúsculas, que sigue siendo una herencia más de una dictadura que consideramos aceptable. No hay porqué extrañarse de que haya, dentro de ella, cierta sensación de invulnerabilidad, de estar por encima de la ley, de esa que rige a los plebeyos, a los que tenemos que ser fieles… pero eso es otra cuestión, la fidelidad es un acuerdo de pareja. Al menos, en este país, ya no se lapida a los adúlteros, aunque siga siendo criticada la adúltera más que el equivalente del sexo contrario y, por supuesto, todavía sea denostada la promiscuidad, de nuevo no igualmente para ellos que para ellas.

Binarios, somos binarios en un mundo cuyas lógicas binarias tiempo ha que fueron superadas. Binarios, quizá, por no entender que los órganos sexuales no determinan la identidad. Binarios hasta la muerte, desde la vida, como si no hubiese muertos vivientes y vivos moribundos, en muy distintos grados… de un continuo de números reales, por lo menos.

Disperso, como yo, este pequeño texto del día, que termina aquí.

Género

Estaba leyendo un artículo de El País sobre las grietas en la lucha contra la violencia de género cuando me he ido a ver los comentarios de los lectores y me encuentro con este, entre otros:

Falta formación en los colegios. En casa, los niños/as siguen aprendiendo de sus padres que perpetúan un comportamiento igual al de hace 30 años. no se ha evolucionado casi nada. Buscamos una igualdad entre hombres y mujeres. Esto no es solo cosa de mujeres, nos compete a todos. responsabilidades compartidas.

Y no me llama la atención porque esté de acuerdo en esa obviedad, sino porque me llama la atención la dificultad que implica luchar contra un lenguaje que diferencia sexos y ello acaba por diferenciar roles. Ahí es donde estriba el problema, para mí, de nuestra educación: en no saber diferenciar entre género sexual y rol.

Me llama la atención del texto que intenta ser igualitario incluyendo aquello de «niños/as», sin tener en cuenta que el artículo que precede no ha sido feminizado, amén de referirse a los progenitores como padres (¿sin madres?). Es más, nos compete a todos y a todas.

Pero en esa vorágine de querer modificar el lenguaje que incluía a las niñas en el colectivo «los niños» podemos caer en la tontería de hablar de los colegios y las colegias… o desear incluir vocablos como miembra en el diccionario de la RALE (que aún no reconocen los diccionarios automáticos de la mayoría de aplicaciones informáticas).

Personalmente, este exceso me parece eso, un exceso.

No creo que sea deformando nuestro sexista idioma como conseguiremos mayor igualdad de géneros y, desde luego, como evitaremos tantos malos tratos. Aunque fuesen malas tratas, seguiría siendo del mismo rol al mismo rol(a).

Hay dominados y dominadores. Hay desigualdad porque ser el más está bien visto, así que no se va a acabar de criticar nunca la responsabilidad del dominador, porque se entiende que es lo que debe aspirarse a ser: ambición, ambición y llegar a ser el más. Aunque sea el más cabrón.

Y vuelvo al texto que cito: Falta formación en los colegios.

Comienza con una frase que ya pone los pelos de punta por cómo están las cosas y la pinta que tienen de cara al futuro: colegios concertados religiosos (¿Es preciso entrar en detalle sobre que los colegios religiosos católicos (no sé si hay musulmanes) son claramente sexistas? ¿Hay algún título equivalente al Papa que sea mujer?), colegios privados en los que se prima y estimula la ambición de llegar a ser «el más»… y colegios públicos sin posibilidad de incisión en pedagogía social, en enseñar civismo, en enseñar a comportarse y no solo a trabajar en la cadena de montaje correspondiente. Hay que revisar la película The Wall y darse cuenta de que vamos hacia ella de nuevo.

Sigo: En casa, los niños/as.

En casa también ven televisión, lugar donde sólo las mujeres han de ser guapas y jóvenes, mientras los hombres pueden ser canosos y gorditos, sin entrar en SinChan y otros subproductos para descerebrados (la lista sería interminable). En casa también tienen juguetes que, aún hoy, siguen siendo tendenciosos sobre el rol que cada cual debe adoptar en su futuro: los niños, conductores, las mujeres, estilistas, por ejemplo. En casa, sigue habiendo colores casi prohibidos para los niños, prendas inaceptables para ellos porque nuestra cultura las consideraría ridiculizadas, como faldas, por poner otro ejemplo. Al menos, de cuando en cuando, ya se permite que se dejen el pelo largo… aunque trenzas… y ni hablar de dejar de dar por hecho que agujerear las orejas de las mujeres cuando aún no tienen uso de razón no es algo que se haga con los hombres: ellas deben adornarse, ellos no; ellas están diseñadas para ser bellos objetos, ellos para poseerlas. En casa, revistas, programas, toda la publicidad, muchos juegos, apuestan no solo por separar los géneros, sino por asignarles distintos roles. Espanta, pero cuando llegan sus padres (o madres) poco pueden hacer.

Pero también les tocaría, ahora bien… ¿Cuántos padres se cogen una baja por paternidad?

A los hombres nos programan para que nuestra mayor meta sea profesional, pocas veces personal, afectiva, así que nuestro mayor logro es que en nuestra empresa nos valoren tanto como para ascendernos, o subirnos el sueldo. Puede que esto sea ancestral, de los tiempos que el hombre cazaba para alimentar la tribu, pero no inmodificable. De eso se trata: que la mujer haya entrado en el mercado laboral ha roto la tradicional asignación de roles que despreciaba el trabajo que realizaban en los hogares como ¿trabajas o eres ama de casa?

Yo soy amo de casa (entre otras profesiones). Y esto suena muy raro… no sólo a mí. Quizá porque debería decir soy ama de casa y no preocuparme, como cuando pido que no se añada miembra, ni taxisto. Pero también se me hace raro. Me cuesta desasignar ese rol a un género.

En el Tango está habiendo toda una revolución (pequeña y sutil, como todo en el tango) sobre la asignación de roles y géneros sexuales. Me alegra porque siempre lo había considerado claramente sexista y machista (de hecho). Ahora se habla, aunque Carmen lo viene haciendo desde hace años, de rol leader y rol follower en lugar de hacer de chico y hacer de chica… pero cuesta tanto a los que hemos aprendido de otra forma… Pero lo curioso es que hayamos tenido que salirnos de nuestro lenguaje para poder encontrar una forma de separar rol de género.

E incluso separados los roles, no se piensa muchas veces en que eso es más profundo que un simple cambio de nombre, es también un cambio en la forma de entender el liderazgo y el seguimiento. Hay formas activas, más fuertes, menos fuertes, más pasivas, más livianas, adaptadas a la naturaleza (e incluso al género) del leader. No ha de pedírsele al nuevo leader que sea corpulento, fuerte y viril. Esto es no entender que el rol de leader sigue, entonces, asociado al género sexual masculino. Yo no le pediría a una leader que me sugiriese un baile como lo haría un leader, pero es que ni siquiera a distintos hombres o distintas mujeres no les pido que sean y lo hagan igual. Me gusta la diferencia.

No necesito sentirme protegido, como alguna gente desea sentirse en el rol de follower, sino que me va bien que me propongan de igual a igual. Y voy o no voy… porque soy un mal follower… o porque creo que el rol de follower también ha sido y debe seguir siendo revisado. No se trata ya de una obediencia ciega, aunque puede estar bien hacerlo, si es lo que se desea, ni de una resistencia que acabe convirtiendo el baile en una guerra. Cada follower debe encontrar su forma de desempeñar su rol, acorde con su naturaleza (incluso su género, puede ser).

Tras este inciso sobre el Tango sigo con el texto: perpetúan un comportamiento igual al de hace 30 años.

Y pienso que ese conservadurismo se perpetúa no solo en esta enseñanza de asignación de roles a géneros sino en casi todo. Se sigue utilizando la expresión «Cómo Dios manda» en contextos que me hacen hervir la sangre. Somos un país tremendamente conservador que perpetúa sus tradiciones como base de su cultura y no al revés, que se fundamentase en la cultura para establecer las tradiciones. Y ahí está nuestra fiesta nacional para demostrarlo. Y de nuestra monarquía mejor ni hablar.

Constitución Española: Artículo 57.

1. La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, [siendo preferido] el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos.

Haciendo cálculos (que viene de piedras) me doy cuenta de que hace 30 años era 1981 y tuvimos un golpe de estado. La Bola de Cristal tuvo su primera emisión en 1984 y en 1988 acabó por ser censurada.

Después y con el tiempo ha ido habiendo leyes e incluso ministerios de igualdad que nunca termino de entender, pero porque no puedo entender la desigualdad. Sé que es pragmático que haya leyes que penalicen la figura del maltratador o del dominador, aunque no puedo entender que las leyes no penalicen el maltrato y la violencia en general con tanta dureza y decisión que no haga falta sectorizar esta legislación. No puedo entender que el entorno social de un hombre no critique y censure expresamente el empleo de la violencia que suele ser comprendido como recurso humano, sí, quizá, demasiado humano.

Yo eso no lo puedo entender: he visto a hombres adultos pelearse por una mujer y que a la mujer en cuestión no le diese asco sentir que iba a ser objeto de recompensa para una pareja de ciervos dándose cabezazos.

He hablado con hombres que entienden que se pueda reclamar a hostias, porque para qué hablar. La discusión está sobrevalorada, para ellos. Y no se produce rechazo social, sino que se dicen cosas como «no, si yo estuviese en tu lugar haría lo mismo». Y como si no hubiese pasado nada. Pocas veces he oído a mujeres discutir de esta manera o esas formas. Quizá por eso la mayoría de mis amistades son femeninas.

Vuelvo al texto: Buscamos una igualdad entre hombres y mujeres.

No. Yo no. Los hombres son hombres y las mujeres mujeres y no quiero que sean iguales sino que puedan ocupar los roles que deseen dentro de su diferencia, haciendo, por tanto, los roles dependientes de eso y no al revés. Exigiría mayor flexibilidad en la definición de los roles, para que puedan ser desempeñados por diferentes tipos de personas.

Esto es algo que ha hecho que en muchas ocasiones me sintiese «femenino«, no encajaba como hombre en los roles que se suponía que tenía que desempeñar. Afortunadamente ya cocinamos más hombres cada día aunque a mi madre (y la considero vanguardista de la educación igualitaria) le cuesta aún regalarme a mí las cosas de la cocina que siguen siendo «para Carmen».

Es más, quiero ser hombre pero no necesitar demostrarlo a cada rato, con bravuconadas, con voz grave y seria, con saques de pecho y paso firme, casi marcial. Eso de medirse las pollas nunca ha ido conmigo. Lo aprendí de pequeño cuando no quería pegarme con nadie y no entendía que los chicos (porque siempre eran chicos) se pegasen para demostrar su poder. Ahora esas competencias intraespecíficas me parecen superables gracias al desarrollo intelectual, al avance de nuestra cultura y la generación de nuevos paradigmas de ser humano.

Está claro que mi cuerpo y mi mente me están pidiendo releer a Nietzsche.

Y aún hay más en el texto: Esto no es solo cosa de mujeres, nos compete a todos.

Pero no veo ni una sola manifestación de hombres por la igualdad y muy pocos que se sumen profundamente a esta redefinición de roles que no los vincule a géneros, como si temieran perder su espacio. Y no me extraña. Llegué a leer, con cierto placer, en un curioso artículo sobre clonación humana, que el hombre podría ser en un futuro cercano no más que un objeto de lujo, puesto que su necesidad para la reproducción es cada vez más puesta en duda. En un futuro más lejano, teniendo en cuenta la posibilidad de gestación extrauterina, también la mujer y su sexualidad sería dedicada únicamente para el gozo, el placer y el lujo. Se releerán los clásicos hedonistas con delectación.

De todos modos, esta competencia a todos (y todas) se traslada a tantas y tantas cosas… en el ámbito de las huelgas de profesorado de la ESO y Bachillerato que estamos teniendo en Madrid, aún no entiendo porqué no se enfoca como un problema más global, no del profesorado y los alumnos, sino del futuro del país, del planeta. No entiendo que no se convoque una huelga general de todos los sectores y de todos los trabajadores. No lo entiendo salvo que piense en que nos «descompetenciamos» y decidimos que la educación de nuestros hijos la tienen que defender los educadores. No lo entiendo. Así que voy a vestir de verde unos cuantos días.

Y todo para evadir nuestra responsabilidad: parece que seguimos deseando dejar de ser libres, dejar de ser los responsables últimos del mundo en el que vivimos, económica, política, ecológicamente y de la sociedad que gestamos. Somos responsables del ser humano que somos, de los humanos que nos rodean y de los valores morales y culturales que poseen. En todos y cada uno de los pequeños ámbitos en los que nos movemos, así que… atención al mundo y a cambiarlo, si no nos gusta.

Anuncios de clases particulares

Ya no sé qué hacer.

Anuncio mis talleres de poesía y escritura creativa en mil sitios, con papelitos que los más cool llaman flyers y que yo sigo llamando folletos, con correos electrónicos que son considerados spam (correo no deseado) a listas de direcciones de gente que ya debe de estar harta de recibirlos, pongo anuncios en diversas webs dedicadas a este tipo de cosas, pero sigo sin lograr un impacto suficiente para financiarme.

Tampoco me financio de mis clases particulares que este año han empezado mostrando síntomas de agotamiento masivo. Normal. Si la calidad de la enseñanza pública no mejora, porque se van a preocupar los padres por el mantenimiento de un nivel en la educación de sus hijos de manera privada y particular. Es más que normal. Más con la que está cayendo, como ha venido en ponerse de moda expresar esta crisis. Alguno, finalmente, se dará cuenta de que no es una crisis pasajera.

Las clases que solía dar a colectivos de la tercera edad (eufemismo que yo sustituí por mis viejitos) dentro de los centros DIA de la Comunidad de Madrid dentro del programa social de La Fundación Obra Social La Caixa (ahora que La Caixa es un banco…) ya no se hacen, así que tampoco ingreso de esto.

Es decir, estoy por debajo del umbral de lo que gasto mensualmente que no supera los 500€.

Son cantidades nimias para muchos e inalcanzables para otros. Tengo un soporte social (familia, amigos, estructura de cobertura social española) tan grande como para no considerarme en riesgo de ser tercermundista, aunque muchos en países presuntamente pobres ganan más que yo. También hay quien no imagina tener en propiedad una casa en el centro de Madrid.

Soy afortunado. Supongo.

Hago lo que me gusta. Sí. Parece que este fuera el delito. Parece que esta desviación de lo que debe ser normal (trabajar en lo que no gusta) sea lo que debo pagar. Se trata del sudor de mi frente. No de que no soporte sudar.

Estas chorradas de hoy tienen que ver conque estoy nervioso y no sé articular correctamente el discurso. Será mejor que deje de escribir ahora mism.

Esto no es una broma