Paseando, un bonito medio de transporte

bonito paseo a casaHemos venido caminando desde la consulta del dentista hasta nuestra casa. Han sido unos 6 kilómetros.
Hemos tardado aproximadamente una hora y cuarto.
Hemos movido el corazón, las piernas y el resto del cuerpo, bajo la energía solar de este fabuloso octubre madrileño.

Podíamos haber venido en autobús, en metro o, incluso, en Taxi. Pero venir andando tiene un sinfín de ventajas frente a esas opciones para distancias aceptables (6 kilómetros) por la ciudad. Además de permitirte un rato de charla con alguien a quien amas (en nuestro caso, íbamos Carmen y yo), es saludable, tonificante, por si no fuese suficiente que además es gratis.

Te permite admirar la ciudad con cierta calma, porque la calma se lleva dentro, o no se lleva.

Hemos vuelto más contentos y, sobre todo, sabiendo que la prisa es una mentira… que no nos acabamos de creer.

Bajo la lluvia habría sido diferente. Seguro.
Otro día habría sido diferente. Seguro.
Con otra persona habría sido diferente. Seguro.
Otro día, con otras actividades pendientes, habría sido, seguro, diferente.

Hoy ha sido un formidable paseo matutino que me recuerda por qué no le veía ningún sentido a seguir yendo al gimnasio.

Endodoncia

jack-huston-candidato-frankensteinAcabo de llegar de que me hagan una endodoncia tal y como se supone que tienen que hacerme para tratar mi dentadura. Siento un no sentir muy extraño: cuando bebo agua, es parecido, supongo, a la experiencia que debe tener el personaje de BoardWalk Empire, Richard Harrow, que aparece a la derecha. La parte izquierda de mi boca no existe. No se mueve acorde al resto. Aunque, bien mirado, sí, si se mueve, pero el movimiento no me reporta información a un cerebro que parece inconsciente del mismo.

Advertí al dentista de mi fragilidad, de mi poca valentía, de mi extremada sensibilidad del dolor, hasta resultar casi ridículo. Me caían pequeñas lágrimas que, en parte, me avergonzaban y me han llevado a pensar en cosas curiosas. Hoy acompañaba al doctor, un joven atractivo de unos 35 años de edad, alto, de complexión delgada, pero firme, una ayudante, doctora que no trabajaba allí, por lo que supe durante sus conversaciones mientras me ignoraban bajo sus brazos, de piel clara, nariz pequeña y puntiaguda, unos dientes perfectos asomando entre unos labios de una carnosidad insinuante (¿acaso podía ser diferente la carnosidad?).

Me resultaba curioso, repito, creer que no me estaba comportando como un héroe, cosa que sé que no persigo, y que, de algún modo, esto me hacía sentir cierto embarazo. Y con esto de los héroes, he recordado una conversación epistolar que estoy leyendo entre Paul Auster y John M. Coetzee.

Ellos hablan (y están de acuerdo) sobre el deporte y la visión heroica de los deportistas, como héroes que transitan entre los estados (digamos kierkegaardianos) éticos y estéticos. Distinguen, al menos lo pretendía hacer Auster, algo más organizado mentalmente, entre los que tienen relación pasiva (espectadores) y los que tienen relación activa (deportistas) con el deporte en cuestión. También quería hacer una clasificación entre los deportes de equipo y los individuales. Coetzee, por su parte, habla del Ajedrez, trayéndolo a colación de competición y obsesión.

Sin desmerecer este despropósito de incluir el ajedrez entre los llamados deportes, en todos ellos hay una búsqueda, más o menos sublimada, de ganar a otro. Para mí, los deportes no son ni más ni menos que sublimaciones de la competencia intraespecífica de la que hablaba Konrad Lorenz.

He buscado textos sobre el tema y me encuentro este interesante titulado Los Ocho Pecados Mortales escrito en 1972.

Konrad Lorenz nació en 1903 y murió en 1989. Naturalista y zoólogo, es el fundador de la etología, la ciencia del comportamiento, tanto el animal como el humano.

El lugar de su nacimiento es Viena. Se doctoró en medicina y zoología en 1933 en esta Universidad. Llegó a ser muy conocido por sus esfuerzos para identificar lo que él llamaba patrones establecidos de conducta, de los cuales demostró que estaban genéticamente determinados. Estableció, además, que dichos patrones eran tan importantes para la supervivencia del animal como sus características fisiológicas, y que ambos factores tenían un desarrollo evolutivo similar.

Uno de sus más conocidos y difundidos logros es el haber descubierto que los estímulos auditivos y visuales de los progenitores de un animal son necesarios para inducir a la cría a seguirlos, pero que cualquier objeto, incluido un ser humano, podía inducir la misma respuesta si se empleaban los mismos estímulos.

En su obra Sobre la agresión (1963), Lorentz demostró que el origen genético de la agresividad humana provenía del comportamiento observado en muchos animales cuando éstos defienden su territorio. Aunque la tesis era científicamente inatacable y hasta llegó a difundirse bastante masivamente, generó duras reacciones por parte de quienes siguieron – y siguen – aferrados a las doctrinas «políticamente correctas» que imponen los grandes centros académicos. .

Así, Lorenz terminó clasificado como incómodo «revolucionario» y la tendencia actual es a tratar de ignorar su obra. Sin embargo, difícilmente eso sea del todo posible. En primer lugar porque es demasiado extensa y, en segundo término, porque el rigor científico que lo caracterizó durante toda la vida lo ubica mucho más allá de las controversias intreresadas y mezquinas.

Sus obras principales son «Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros» (1949), «Cuando el hombre encontró al perro» (1950), «Evolución y modificación de la conducta (1965)», «La otra cara del espejo (1973)» y «Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada» (1973) que aquí ofrecemos.

En 1973 Lorenz recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina conjuntamente con Nikolaas Tinbergen y Karl von Frisch por sus trabajos en el campo de la etología.

Pero más divertido ha sido encontrar sus textos comentados en la web del Opus Dei, con unas críticas finales que dan ciertos escalofríos porque uno se imagina, fácilmente, a unos señores quemando los libros de este autor, entre otros tantos dogmática o doctrinalmente indeseables:

VALORACIÓN DOCTRINAL (Según el Opus Dei)

La obra de LORENZ parte de bases falsas, pues su método de investigación se basa en el estudio del comportamiento animal —en el que el autor es ciertamente un experto— y en la extrapolación sistemática al hombre de los resultados de dicho estudio. Por lo tanto, se afirma el carácter determinante de los instintos sobre la conducta humana —al igual que sobre la animal—, y se desconoce por completo el papel que en el hombre tienen el entendimiento y la voluntad: aunque LORENZ afirme que reconoce el valor de la libertad, y que éste no resulta negado por su teoría (pp. 255-256), en la práctica se desnaturaliza por completo su significado. Nos encontramos, en conclusión, ante una obra claramente desaconsejable.

Mi dentadura

Ayer fui al dentista.
El 17 de julio a las 18:00
me había empezado a doler
insistentemente
el cuadrante inferior izquierdo
de mi dentadura.

Estaba en Daimiel
y llegué a sospechar
que se trataba de algo parcialmente
psicosomático.

No quería tomarme un calmante
químico
ni mucho menos un antibiótico
(anti-bió-tico: ¿Contra qué vida va?)
así que traté de calmarme
tumbándome en la cama
boca arriba
y el dolor no se iba
no se iba de ninguna manera.

Esperé a la noche
y a la mañana siguiente
(al despertar) el dolor de muelas
todavía estaba allí.

Un día después nos íbamos de vacaciones
a Vera, Almería
en autobús
y supuse que unos días después
se me habría pasado.

Pero llegaron esos días
y el dolor permanecía.

Tomé calmantes químicos
tales como el ibuprofeno
que probó su inoperancia en esta lid
y el paracetamol
en comprimidos de 1 gramo
que parecieron calmarme algo
pero cuyo efecto podía quedar eclipsado
por la relajación que producía estar de vacaciones en el mar.

El dolor permanecía.
Era un dolor agudo y persistente
bastante localizado aunque yo no supiera ubicarlo con total certeza
y mucho menos con precisión.
Masajeaba a menudo el exterior de mi mandíbula
sintiendo leve alivio aliterativo.

Pero el dolor resistía
y acabó por quebrar mi paciencia
y capitulé a la idea de ir al médico
en Garrucha
(localidad cercana a Vera Playa)
en cuyo consultorio
me asistió un médico acalorado
delgado y desgarbado; un poco parecido a Roberto Benigni.
Me recetó,
sin saber decirme (ni pretenderlo)
qué podía tener realmente,
una semana de un antibiótico de amplio espectro
llamado Amoxicilina
y un calmante potente
denominado Nolotil
compuesto, básicamente, de metamizol.

El dolor fue cediendo
si bien casi todo fue cediendo
y yo me sentía en una extraña almohada
química
sobre la que todos mis nervios se hubieran echado una larga siesta.

Pasada la semana de tratamiento
decidí pagar la cantidad que solicitaba un dentista
de la mencionada localidad cercana al lugar en el que pasábamos nuestras merecidas vacaciones
por su consulta.

En su clínica
de reducidas proporciones
nos hizo esperar una recepcionista
ayudante
de cierto atractivo
en una sala cuya lámpara de pared
nos entretuvo
a Carmen y a mí
con su pretensión artística y funcional
si es que esta no es una pretensión absurda y contradictoria.

El dentista fue tan amable que me explicó
mostrándome con un espejo para que yo mismo pudiera verlo
que la causa del dolor podía tratarse de infinidad de cosas
como una muela picada
como una pequeña infección de encías
como una suciedad acumulada bajo los dientes
como otro problema que no se viese a simple vista.

Así que, por si acaso,
me recomendaba que me aplicase una limpieza
con un producto que no tenía pinta de ser suave
por más que su mentolado aroma pretendiese aparentar lo contrario
durante 2 días
durante los cuales posiblemente observaría cómo
caían de entre mis dientes pedacitos de algo que me parecería
arena.

Yo, que soy muy obediente con los dictámenes médicos,
seguí casi a pie de la letra sus indicaciones
y sentí que se me caían entre mis dientes pedacitos de algo que me parecía
arena.

El dentista me había propuesto
adicionalmente
hacerme una limpieza bucal (60€)
y, por supuesto, una radiografía (40€)
para dilucidad de cuál de las múltiples causas posibles
se trataba.

Casi me animo a hacerme alguna de ellas
sobre todo, he de confeseralo (mi pasado católico me traiciona)
por la sugerente aclaración de que quien llevaba a cabo la limpieza
dental
era la parcialmente atractiva recepcionista/ayudante.

Yo había preguntado
insistentemente y sin apuros
si eso dolía
intentando hacer entender que no tengo la más mínima tolerancia al dolor
y que no me avergüenza reconocerlo.

Pasaron los días y el dolor había remitido.

Durante un mes, el de agosto,
fui olvidándome de la molesta sensación de ese agudo
dolor
persistente
intenso
inapelable.

Pero no olvidé
que no podía olvidarlo.

Ayer
por fin
ya en mi ciudad
fuimos (Carmen me volvió a acompañar como a niño pequeño asustado)
a una dentista de una clínica
llamada Élite Dental
(no sé a qué se refiere con élite, pero prefiero no pensarlo).

La dentista no era atractiva
pero parecía saber lo que hacía
aunque siempre desconfío de un médico que ingresa más dinero
si yo tengo algo mal
que le necesite
que de uno (o una, faltaría más) que cobre la misma cantidad
y cuya situación profesional no peligra
si carece de pacientes (que no clientes).

Me pidió, para poder continuar su diagnosis,
una inmediata radiografía (10€ (por ser una clínica concertada con la Sociedad Médico-Farmacéutica Ferroviaria, lo cual es otra historia))
que acabaron siendo 2:
una mayor
una menor.

Rayos X atravesando mi cara
con una longitud de onda muy
muy baja
realizaron una fotografía
en la que se veían mis dientes
y
con algo de pericia
incluso el hueco que unas caries profundas
dejaban a mis nervios
a la intemperie
atacados por la inclemencia
de un orificio tan mal diseñado
como la boca.

El diagnóstico fue duro
pero
como la no atractiva dentista me dijo
lo doloroso sería lo que me informarían en recepción
que fue el presupuesto del tratamiento prescrito:
4 muelas cariadas que debían ser empastadas
1 muela muy picada
la 36
la que, muy posiblemente, había causado el intenso y maldito dolor
que debía ser extraída o reconstruida con una endodoncia
1 muela del juicio que estaba acostada bajo la encía de mi mandíbula
inferior derecha
cuya recomendable extracción
acarreaba la aquiescencia de un experto cirujano
pues podía causar otros males mayores.

Sin contar la intervención sobre esa muela
de
juicio perezoso
el contante ascendía a 470€
y debía estar satisfecho
de que la limpieza bucal
estuviese incluida sin coste adicional alguno.

Tentado he estado
de acompañar este poema
con la radiografía realizada
en la que se aprecia
una dentadura caótica
desordenada hasta límites insanos
carente
ya
de algún molar
y que muestra llamativamente
una muela creciendo en dirección
contraria a la que debería de tener,
pero algo me dice que es demasiado obscena.

Al fin y al cabo
debo de tener un límite para eso que se conoce como
intimidad.

noche horrible

entre vómitos convertidos en llanto
y llanto convertido en mucosidad
y mucosidad en sangre
y sangre en impotencia
e impotencia en furia
y furia en lágrimas
vomitadas

al menos su mano
buscaba mi pecho
para calmar mi angustia

al menos su voz
buscaba mi mente
para calmar mi ira

al menos su presencia
cálida
convertía la noche en un incendio
y el incendio en llamas
y las llamas en humo
y el humo en nube
y las nubes en agua
para lavar mis heridas

estornudo

manos sudorosas
dedos resbalando en el teclado sucio
ojos inyectados en lágrimas
sin causa
sorbio
de sorber
no de sorabo
temblor
sin temor
labios resecos
garganta reseca
fondo de la nariz reseco
y humedades
bajo la axula
bajo la papada
bajo las plantas de los pies
como un cuerpo haciendo goteras
catedral envuelta en brumas
sin respiración
con ánimos por los suelos
con energía corporal por los suelos
a duras penas con residuos de ATP
me muevo
para buscar un medicamento
un antisintomático
que me haga olvidar
hoy

picor en los ojos
en el lateral interno de unos de los agujeros de la nariz
en los riñones
cansados de gemir
cansados de arquearse
para violar silencios

unas palmas de las manos
llenas de pena
que no desean tocar
su cuerpo enamorado
son el símbolo
bolo
de un momento negro

pulmones encharcados
en pesadillas despiertas
otro estornudo
sacudirá
la tiniebla
y sigo escribiendo con la escasa
esperanza
Scheherezade
inoculando
texto a una página en blando
que tiene
hoy
más vida que yo.

patata-corazón

patata-corazón

patata-corazón

¿Por qué nos cautiva el corazón?

Si me hubiera encontrado una patata con forma de riñón no la habría fotografiado, seguramente, ni estaría escribiendo esta entrada de mi diario.

El otro día Carmen me regaló un azulejo blanco con un corazón rojo (como debe ser) inserto en el centro. Lo uso actualmente como alfombrilla de ratón. El ratón se mueve sobre mi corazón.

También el otro día les comenté a unas alumnas del taller de poesía que escribiesen sobre otros órganos vitales, como el hígado, el páncreas, los riñones, los pulmones, el cerebro, incluso… una escritura visceral no puede olvidar los intestinos, el estómago, la tráquea, el esófago, no se deben dejar de lado los genitales varios, etc…

Pero acaba ganando la batalla el corazón.

¿Por qué?

Está claro que, junto con el cerebro, es uno de los órganos más importantes para la vida humana. Esto hace que se le hayan ido achacando muchas fantasías más o menos mágicas sobre su capacidad, su función, bastante más mecánica que la cerebral, por ejemplo.

Te amo de corazón. Así: ¿a bombeos intermitentes?

¡Qué cosas!

Supongo que tiene que ver con la sangre, con el hecho de que vemos la sangre, es muy vistosa, roja y brillante, si fuese de un gris más o menos aburrido, seguramente perdería gran parte de interés. Incluso, hoy, imaginaba qué ocurriría y qué posición ocuparía en importancia el corazón si la sangre fuese transparente.

Sudamos todo el tiempo, pero nadie habla de las glándulas sudoríparas como algo más o menos vital, también respiramos y del aliento apenas se interesan los religiosos o los filósofos antiguos. Hasta Lavoisier nadie había pesado el aire. Pero pesa, sí, tiene cierta densidad, como la sangre y un «color» que no vemos, pero que no por ello es menos digno de ser llamado tal. ¿Qué importa en qué lugar se ubica la frecuencia de la radiación absorbida por el material en cuestión? Pues parece que más que la debida.

Sí, estoy seguro de que la sangre, roja, hace que sea protagonista el corazón de nuestros más románticos planteamientos, mezclada con el negro va muy bien, como en el tango, o con el blanco, como en las bodas, en muchas escenas de erotismo, en la virginidad y su desaparición.

Es el color de la violencia, la pasión, la vida… entendida de una manera tan superficialmente corpórea…

Y yo me pregunto ¿de qué color es una idea?

Yo la imagino, en la mayor parte de las veces, azul. De un bonito IKB; por supuesto, algunas parecen marrones, pero ese es su olor, no su color.

Porque puede que el olor tenga color. Aunque, paradójicamente, la palabra está contenida a la inversa. O ¿es que el color tiene olor?

La sangre es tan importante para los humanos que olvidan que, sin cerebro, no serían más que masas comestibles, muy ricas mezcladas con cebolla, una vez coaguladas convenientemente.

Importa al pensar en descendencias, en dinastías, en etnias y pertenencias a grupos consanguíneos, en identidad, como si el ADN únicamente se encontrase en ella.

Y de la sangre, en vena, volvemos al corazón. Pensamos en el pulso, en el latido, en el sonido primigenio, en el ruido grave que le llamó la atención a John Cage, y en su viaje al cráneo, a regar la fuente de ideas, la máquina que nos hace conscientes, que nos hace palabra, que nos convierte en seres medianamente interesantes. La máquina que produce sonidos agudos, que no late o late a tal velocidad que aún no se ha conseguido procesador de tal «herziaje».

Pero la mente no tiene un color tan vistoso, eso lo reconozco.

Vulgar mezcla de blanco y gris, más bien apagadillo, como sosete, diría yo. Pero ahí está… es y me hace ser. Y no solo me sujeta como si fuese una máquina, me hace pensar que soy una máquina, me complejiza y apalabra, me dice: eres. Aunque a veces, mis orejas, no le escuchan.

Prefiero esa máquina, fantaseo sobre sus capacidades con cierto patetismo, pero he de reconocer que me parece mucho, mucho más compleja… y creo que es algo objetivo, pero no quiero afirmarlo tan rotundamente.

Si fuera cardiólogo…

Más Platón y menos Prozac

Ayer comencé a leer con interés un libro que había recomendado una alumna del taller de poesía. Es una alumna dulce, tierna, más poética de lo que ella misma cree y que está a punto de dar un salto cualitativo hacia una nueva forma de entender la vida. Ella lo ve, lo siente, lo está paladeando, pero aún está perdida. Un poco como todos lo estamos, pero un poco más. Quizá porque ha vivido más.

Recomendó este libro de un tal Lou Marinoff cuyo título contiene toda la sabiduría del mismo: la psicología es mala y la filosofía es buena. Es así, simple, simplista, reducido a un slogan vacío y sin más profundidad que la aparente.

Puedo estar de acuerdo en algunos de los análisis que hace sobre las falacias de las psico-pseudo-ciencias que han terapeutizado el mundo. Por supuesto que estoy de acuerdo con la observación que se hace hacia el tercer capítulo sobre que la sociedad está perdida, sintiendo un vacío permanente de valores que antes satisfacía la religión o, después, algunos ismos políticos que desencadenaron guerras de crueldad no vista anteriormente… ni, sobre todo, su tremendo grado de eficacia destructiva.

El subtítulo (Filosofía para la vida cotidiana) ya debía de haberme hecho sospechar que iba a tratarse de un libro sin la profundidad que es requerida en cualquier amante de la sabiduría, pretendiendo comparar la filosofía con el «saber» cotidiano que podríamos denominar sentido común.

Pero si eso no era suficiente, ya estuve a punto de cerrarlo y no continuar con el epígrafe que atraviesa la siguiente página:

Para quienes supieron que la filosofía
era buena para algo, pero nunca supieron
decir exactamente para qué.

Esto estaba excluyéndome de ser un lector potencial del libro, pues yo no sé si la filosofía es buena, pero quizá me planteaba si tenía que serlo, antes de seguir. Por ende, en más de una ocasión, he defendido que la bondad no reside en la utilidad, en si sirve o no para algo. Por último y no por ello menos importante: en caso de saberlo o sospecharlo, cómo suponer que no sé decirlo. ¡Ay, mi querido Gorgias!

En resumen: el libro no es para mí.

Y sigo.

Durante el primer capítulo el libro se centra en sí mismo tanto como puede hacerlo, de manera casi obsesiva, inculcándonos la idea, por repetición, de que ese libro tiene respuestas, tiene todas las respuestas a todas las preguntas que hasta ahora podamos habernos hecho. Ese libro es lo que necesitaba y no lo sabía, porque claro, yo no podía saberlo: no soy filósofo, aunque, por otro lado, afirman, todos somos filósofos. No sabe a qué atenerse y continúa insultando a la posible inteligencia o formación del lector, asumiendo que no sabe de historia de filosofía, del método científico, de sociología, ni de otras muchas cosas.

La filosofía está volviendo a la luz del día, donde las personas «corrientes» (sic) pueden entenderla y aplicarla.

Y esta es la siguiente cuestión que me hizo huir del libro al cabo de un par de horas, su intento de convertir una disciplina o una vocación de amor por la sabiduría en una herramienta a modo de prozac, para resolver problemillas cotidianos. ¿No sería más interesante ser capaz de visualizar problemas que aún no hemos imaginado?

El capítulo segundo arremete contra las terapias que, con la falsa creencia de ser científicas, tienden a dar respuesta a las distintas situaciones por las que atraviesa un humano, y ataca, con simpleza y energía, los eslóganes facilones de la New Age, además del consumo masivo e irreflexivo de antidepresores químicos, como el mencionado en el título, sobre todo, mediante el apunte al mercado que esconde y que, posiblemente, tiene motivos sobrados para intencionadamente incitarnos a ese consumo.

No puedo sino estar de acuerdo con este capítulo perogrullero, pero es lo que es: verdad verdadera, de esa que no dice más que lo que dicta el, llamémosle, sentido común.

Y desde entonces, se comienza a dejar de denominar filósofo para llamarse consejero filosófico, asesor mental, o similares apelativos que, por supuesto, le enaltecen y le convierten en un mesías con una, como afirma en el libro, misión por cumplir.

No sé cómo aún leí un poco más, aunque ya era evidente que no tenía ningún interés profundizar… porque no habría nada profundo, sino una sarta de simplezas aderezadas de lugares comunes, para hacernos creer que lo que decía el libro ya lo habíamos pensado nosotros, que somos tan, pero tan, listos, como ese filósofo que nos estaba ayudando a ver la luz al final del túnel de nuestra vida ignorante y presuntamente inconsciente.

Las varias referencias a filósofos como William James ya me tendrían que haber acabado por hartar, un señor que tiene como filosofía que lo bueno es bueno en tanto que es útil. Jo, qué bien… qué fácil… ¿Cómo no lo había pensado antes?

No quise ni siquiera pensar en lo absurdo de la contradicción que establecía que, ante la gravedad de que el mundo estuviese siendo terapeutizado, no propusiese otra alternativa sino otra terapia. De hecho, el capítulo segundo se titula «Terapias, terapias por todas partes, y ni pensar en pensar«. Pero pensar para curarse… ¡es una terapia! Me acordaba tanto de mis terapias

Las técnicas de marketing puestas al servicio de una nueva terapia, esta vez a través de la lectura de un libro que va a ser «la solución», la gran solución a nuestros problemas, resulta tan ridículo que impulsa a tirar el libro por la ventana.

Pero no es el único libro: hay tantos libros de autoayuda, que no son solo de autoayuda, sino en muchos casos publicidad directa de gurús más o menos bienintencionados que saben, ellos saben, sí, lo que nunca seremos capaces de comprender los seres humanos corrientes.

Intenté, de verdad, seguir leyendo. Sentí que se lo debía a mi alumna que, con todo su cariño, quiso compartir este libro con nosotros. Por ello le estoy agradecido, no obstante, pues lo importante no era el libro, sino su cariño, su intención de hacernos vivir mejor.

Pero el tercer capítulo ya era demasiado para pasar al cuarto. Se titula «El proceso PEACE: cinco pasos para enfrentarse a los problemas con filosofía» y lleva epígrafes oportunos de Epicuro y Wittgenstein, por supuesto, completamente fuera de contexto, situados como plidoritas, como pastillas de sabiduría válidas para todo momento.

PEACE, por supuesto, es un acrónimo que contiene, en cinco palabras, en solo cinco palabras, la clave para todo, la llave maestra del universo. Él lo ha descubierto. Claro. Aquí vuelvo al mesianismo que apunté párrafos arriba, y no fabrica un acrónimo cualquiera, no, sino PEACE. ¡Qué bonito! ¿Cómo no lo habíamos visto?

Ni me voy a molestar en poner las palabras que corresponden a esa sigla. No merece la pena. En realidad, casi cualquier combinación de cinco palabras podría servir, porque en realidad se reinterpretan como lo que le da la real gana al psudo-filósofo autor de este tomo infumable.

Ah, no, pero aquí va otra de las maravillas de este, me atrevo a decirlo, estafador: el libro es fácil de leer. Claro, no va a ser un ensayo aburrido, tedioso, que requiera poner mucha atención para procesar, que requiera de mí el llevar a cabo una investigación paralela para contrastar o completar la información presentada, no. Se trata de un libro que, siendo voluminoso, pueda ser leído y «comprendido» por una persona «corriente», como recuerda innumerables veces, para que no lo olvidemos mientras seguimos leyéndolo.

Tentado por seguir destrozándolo, comencé el cuarto capítulo, repaso en 30 páginas de toda la historia de la filosofía occidental y que viene a titularse «Lo que olvidó de las clases de filosofía del colegio y que ahora puede serle útil«. Donde, de nuevo, asume varias cosas en una sola frase, así, como si nada, a saber: que lo olvidamos, que lo estudiamos, que ahora y no antes, que pueda serme útil y que desee que lo sea. Vuelvo a un resumen expuesto: El libro no es para mí.

No me molesto en continuar. Sigue una descripción de casuística en la que desgrana las ventajas de esa terapia de filosofía aplicada sobre una serie de «pacientes» que le consultaron para resolver sus vidas y cómo, gracias a él, pudieron hacerlo.

No sigo empleando mi tiempo en criticar algo tan absolutamente fácil de desmontar.

Aún así, volveré a agradecer a mi alumna que me tendiera su mano, que me prestara este libro, que intentara hacerme partícipe de su utilidad, de su bondad: La intención, la intención y solo la intención.

De números y hospitales

Hoy
mientras esperaba a que a Carmen
le sacasen la sangre
pensaba en la historia de esta expresión,
cuál sería su origen
y el porqué sería tan tremendo
pensar
que nos están sacando la sangre
en tantos aspectos metafóricos…

En ese momento reflexivo
por megafonía
sonó este mensaje
que juro no haber inventado:

Familiar con el número 111, acuda a sala 1 de información.

alergia

alegría y alergia tienen las mismas letras
salvo por la pequeña diferencia de una tilde
y no se parecen en nada.

estoy harto de despertarme
como dijo mi amigo xabi
que ocurre después de los 40
preguntándome
¿qué me duele hoy?

hoy ha sido la alergia
ayer la tendinitis en el hombro
anteayer tuve la sensación de que sangraba el ano
y hace unos días
no podía caminar.

pero también estoy harto de quejarme
de estar harto…
como ya escribí hace unos días
y me parece tan aburrido este sentimiento
que no quiero compartirlo
aunque lo esté haciendo
justo ahora
ahora mismo
cuando he dejado de estornudar
y me he podido sentar delante del portátil
a escribir un rato en este blog absurdo
que no tiene más sentido
que hablar de lo que no tiene sentido
para nadie salvo
de cuando en cuando en cuando
para mí.

quizá por eso lo bauticé como diario
casi habría tenido que añadir
íntimo
al modo de aquellos viejos manuscritos
de autores que me encantan
como mi buen kierkegaard.

hoy voy a ver si consigo avanzar
con mi querido subgrupo ilirio
al que he desplazado de ser una rama
propia…

casi porque me ha dado la gana.

Pánico tras el 12.04

El otro día entré en pánico:

Mi pie se descompuso.

Fue el viernes
día
27
de abril.

Y eso que el 27 es 3^3
o tres al cubo
y el número de letras del alfabeto.
(Uno de mis números preferidos)

Pero mi pie no podía apoyarse en el suelo
mi pie derecho
así que tenía que levantarme pisando con el pie izquierdo
y la mala suerte hizo sucumbir mi portátil
en una actualización inacabada
que dejó el ubuntu 12.04
a medio camino entre un sistema usable
y un sistema desagradable.

¿Quién me manda actualizar tan rápido
sabiendo que hay que ser
en esto
conservador?

Cansado de Unity
decidí que era un buen momento
para
(ya que tenía que estar en reposo
durante todo el puente del primero de mayo)
instalar Linux Mint.

¿Qué tenía que hacer para ello?
1.- Convertir una partición de primaria a extendida
aunque luego vi que no era necesario, que ya estaba hecho.
2.- Instalar Mint en el espacio disponible que siempre tengo
en mis discos duros, en mi casa, en mis armarios, en mi corazón…
3.- Copiar /home/giusseppe de la partición con ubuntu (12.04)
al nuevo sistema instalado.
4.- Verificar que los discos de NTFS eran, de nuevo, accesibles
y de paso instalar GParted para dominar el mundo
de mi disco duro
5.- Instalar y configurar los programas que utilizo que vienen a ser
Thunderbird, Firefox, Midori
OpenJDK, FreeMind (para mis lenguas…)
VirtualBox, Skype, Spotify, Shotwell, VLC
DropBox, UbuntuOne (para Mint, que también hay)
GrubConfigurator
Filezilla, JDownloader (quizá Tucan)
y las fonts y los codecs que puedan no venir con el sistema.
K3B, Audacity, Wammu, z7, Samba, UnetBoot, Multisystem, PDF-Reader…
6.- Verificar el correcto funcionamiento de las conexiones
HDMI, Audio interno, y otras pantallas.
7.- Ejecutar el script para llevar a cabo las sincronizaciones programadas
que programé.
8.- Cuando todo estuviera acabado
en el ubuntu 12.04, librarme del maldito Unity
instalando un entorno más simpático
como KDE o Enlightment.

Pero todo quedó en nada
porque conseguí arreglar la decadente actualización al 12.04
y no me apetecía perder mi tiempo
siguiendo un número considerable de pasos
que me dejarían
más o menos
igual que ahora
pero más verde, más mint…

No lo lamento
y lo único que queda
de ese momento de pánico
es algo de temor a hacerme
más daño en el pie
o más daño en otras partes de mi cuerpo
y acabar sintiendo
lástima de mí mismo
sabiendo
que no tengo en mi cuerpo
espacio reservado
para poder instalar otro sistema operativo
instalar unos cuantos programas
rearrancar
y comenzar a vivir otra vez.

Por eso, por eso…
la vida es tan valiosa
tan insustituible
tan preciosa
como no lo será nunca ningún diamante
que son duros y para siempre
y fríos
y transparentes
cristalinas estructuras de carbono presurizado.

Por eso, por eso
hay que vivirla intensamente,
porque las actualizaciones
no nos llegan de fuera
de un repositorio estable
sino de nuestras propias entrañas
a las que quiero adjetivar y no sé cómo.

Por eso, por eso
las conexiones que establece este sistema
efímero y frágil
deben ser tan cuidadas
como bonsais en el desierto
y las interfaces de usuario están abiertas
o muertas.

Por eso, por eso…

por eso…

por eso.

El pánico es mortal.

(=vital)

Esto no es una broma